Si tuviéramos que definir La vida secreta de tus mascotas en una palabra, esta sería sin lugar a dudas "compradora". Desde su irresistible arranque con vistas aéreas de Nueva York, hasta los últimos gags durante los títulos de cierre; este nuevo suceso comercial de la factoría Illumination Entertainment es simplemente arrasador. Yarrow Chenew y Chris Renaud, diseñador de producción y co director de las dos entregas de Mi villano favorito, se colocan al frente de esta aventura animada que propone un subidón sin pausa. Conocedores de los niveles de estímulo y excitación del espectador infantil modelo 2016, los realizadores no andan con vueltas y despachan un arsenal de personajes y gags de probada eficacia. En el centro de la escena está Max, un simpático perrito que tiene un amor sin límites hacia Katie, la amorosa chica que lo adoptó de la calle. Sin embargo, esa convivencia idílica pronto se verá amenazada cuando llegue un nuevo integrante al hogar, el enorme y peludo Duke, otro desamparado al que la joven ha rescatado. También hay varias mascotas vecinas, y un simpático combo de travesuras que despliegan cuando sus dueños salen de casa. Pero el asunto no se detiene aquí. La reticente dupla canina irá estrechando su vínculo cuando se zambulla en una odisea callejera, que incluirá el constante escape de la perrera y el encuentro con un escuadrón de animales rebeldes liderados por el villano conejo Snowball. No hay lugar para subtextos ni demasiadas sutilezas. El hecho de que la mencionada pandilla insurrecta viva en el submundo de las cloacas, con una declarada guerra contra los humanos y mascotas hogareñas; podría dar lugar a una suerte de lectura sobre las tensiones de clases, pero no, la película jamás renuncia a su esencia escurridiza y juguetona. Ni siquiera se detiene demasiado en alguna instancia confesional, como cuando Duke le cuenta a Max sobre su adorable vida en su anterior hogar. El film corre sin pausa y por momentos se transforma en una experiencia agotadora. "No se puede mantener a la gente riéndose por más de media hora y ser constante. Uno tiene que parar las risas y volver a empezar", decía Hal Roach (productor y guionista de las comedias de Laurel y Hardy). El tándem Chenew-Renaud pasa por encima de esa sabia premisa y se lleva puesto al público. Tal es así, que el clima que queda en la sala tras la proyección es electrizante. Es de temer lo que los niños puedan llegar a hacerle a sus mascotas en su brotado regreso a casa. Más allá de esto, hay algo que coloca a esta película por encima de su competidora de temporada La era del hielo 5. Si bien las dos acusan cierta falta de ideas, con más de una semejanza entre este film de Illumination y un clásico de Pixar como Toy Story; La vida secreta de tus mascotas sale airosa porque es fiel a su propuesta. Mientras el film de las criaturas prehistóricas acumula gags que paulatinamente van perdiendo su brillo, a la vez que ensaya un conflicto familiar que no alcanza a cobrar vuelo emotivo; estas mascotas neoyorquinas no tienen aires pretenciosos y son más eficaces en el oficio de hacer comedia. El universo visual de esta troupe de variopintos animales es también más inspirado que el del nuevo capítulo de la ardilla Scrat y sus secuaces. La paleta de colores y texturas con la que los animadores han trabajado es tan suculenta como deliciosa, y el uso del 3D cobra algunos momentos de verdadera intensidad. La banda sonora es otro golazo de la actual número uno en la taquilla de los cines del país. Taylor Swift, Queen, System of a Down y Beastie Boys; son parte de un soundtrack ecléctico en el que cada canción da en la tecla justa de la escena que acompaña. El insuperable carisma de los personajes secundarios termina de redondear el poder magnético de esta vertiginosa historia. Si bien el maléfico y delirante conejo se lleva buena parte de la atención de la platea, la pomposa perrita Gidget, ferviente fanática de culebrones televisivos; se destapa como una aguerrida heroína en su lucha por concretar su amor con Max. La vida secreta de tus mascotas no aspira a sumarse al panteón de los clásicos infantiles, pero tiene una impronta que va más allá de la fórmula. La película no solamente sabe de adrenalina, sino que sabe a adrenalina. The Secret Life of Pets / Estados Unidos /2016 / Dirección: Chris Renaud (co-dirección: Yarrow Cheney) / 87 minutos / Apta para todo público / Salas: Cinemark, Village, Cinemacenter, Tadicor, Cine Ducal, Cine Cervantes y Cine Universidad.
Después de un paréntesis de films dedicados al revisionismo histórico, coronado con la notable Puente de espías, Steven Spielberg regresa al territorio del cine de aventuras, con su habitual maestría a la hora de combinar sensibilidad artesanal con despliegue visual de alta tecnología. A su vez, en una temporada como la de vacaciones de invierno, en la que hay una enorme cantidad de propuestas para niños pequeños, pero pocas alternativas para chicos de más de 7 años; El buen amigo gigante se transforma en la mejor opción a la hora de elegir un entretenimiento que vaya más allá de las consabidas fórmulas de comicidad y gags físicos. Sin demasiado preámbulo, la película nos zambulle en la odisea de BAG (el buen amigo gigante del título) y Sophie (una niña que vive en un orfanato londinense). Como buen conocedor de la expectativa de la platea, Spielberg no estira la introducción por demás, y antes de los diez minutos, ya tenemos al grandote bonachón secuestrando a la nena y llevándola a la Tierra de los Gigantes. Allí hay otros seres de grandes dimensiones, mucho más altos que BAG, y mucho más peligrosos, ya que a diferencia del querible raptor... ellos se alimentan de niños. Adaptando un libro de Roald Dahl - escritor británico cuyas obras han llegado a la pantalla grande a través de maravillosas películas como Jim y el durazno gigante, Matilda y Charlie y la fábrica de chocolate - Spielberg vuelve a capitalizar el encuentro entre dos criaturas que a pesar de lucir muy diferentes, tienen una voluntad en común: encontrar un aliado en el abrazo. Son seres solitarios incomprendidos por su entorno, pero que juntos pueden ser capaces de atravesar la más desafiante aventura. Cualquier parecido con E.T. El extraterrestre no es pura coincidencia, ya que el El buen amigo gigante no sólo vuelve a transitar ese tipo de estructura vincular; sino que también viene de la guionista Melissa Mathison, fallecida a fines del año pasado, y también encargada de adaptar la novela que dio vida a la película del legendario y querido alienígena. En esta nueva joyita, el director vuelve a confiar en sus colaboradores más ilustres. A los 84 años, John Williams se prepara para recibir una nueva nominación al Oscar por su bellísima música original. Mientras que el polaco Janusz Kaminski, habitual director de fotografía de Spielberg, logra una variada paleta de atmósferas y colores en los desplazamientos que van de Londres a la Tierra de los Gigantes, con momentos de éxtasis visual en la Tierra de los Sueños; y una encantadora recreación del Palacio de Buckingham, momento en el que el film dispara una desopilante sucesión de gags en los que el realizador muestra su inesperado talento en el reino de la escatología. Más allá de los impecables rubros técnicos y artísticos, este film adquiere calidez gracias al milagro expresivo que anida en la mirada de Mark Rylance, ganador del Oscar a Mejor Actor de Reparto por Puente de espías. En tanto que el debut cinematográfico de la niña Ruby Barnhill, no desentona frente a tamaño seleccionado de talentos. Con buen pulso narrativo, pero sin necesidad de atropellar todo a las corridas, el realizador logra sumergir a los espectadores en una suerte de trance hipnótico. Tal vez por momentos falte un poco de intensidad en el conflicto, o dicho en términos más llanos, mayor amenaza y maldad por parte de los gigantes come-niños. Pero esto es apenas un detalle. Spielberg logra materializar un mundo en el que los sueños logran imponerse sobre el cinismo. El incansable cineasta lo hizo de nuevo. Una película de genuina emoción, que no necesita subirse al pedestal del gigantismo para demostrar su enorme nobleza cinematográfica. The BFG / Estados Unidos - Reino Unido - Canadá / 115 minutos / Apta para todo público / Dirección: Steven Spielberg / Con: Ruby Barnhill, Mark Rylance, Rebecca Hall, Bill Hader
Hay sagas que se estiran más de lo debido. La era del hielo es claramente una de ellas. Desde 2002 hasta hoy, la franquicia ha convocado a cerca de 11 millones de espectadores en los cines argentinos. De hecho, la entrega número 4 cosechó la friolera de 4.495.422 entradas vendidas. ¿Se le puede pedir más que un aluvión de espectadores a la nueva secuela?, la respuesta debería ser sí, pero a la luz de lo que propone La era de hielo 5: choque de dos mundos; la conclusión en términos cinematográficos es tan negativa como desalentadora. La película está planteada alrededor de dos ejes temáticos, y múltiples subtramas delineadas a los ponchazos, sin profundidad ni sensibilidad alguna. Por un lado tenemos a la ardilla Scrat, en un arbitrario viaje por el espacio correteando a su preciada bellota. El personaje de carisma incombustible queda involucrado en el inminente choque de un meteorito contra la tierra, y deberá hacer lo imposible para evitar la debacle. Por otro costado, hay una historia que gira alrededor de la familia de mamuts conformada por Mannie, Ellie y la joven Peaches; esta última dispuesta a casarse, lo que desata los celos y la inevitable tristeza de sus padres. Por supuesto hay simpáticos personajes secundarios, decenas de gags de humor físico (la mayoría de ellos tan premeditados como desabridos); y la constatación de que estamos frente a una película concebida como un trámite burocrático destinado a embolsar una suma millonaria. La compañía productora Blue Sky queda aquí lejos de acercar su vara a la de competidores como Pixar o Dreamworks. Obviamente, la factura de animación es correcta, pero es lo mínimo que se le puede exigir a una producción de este calibre. En tanto que su universo visual y narrativo, denota una evidente falta de vuelo e inspiración. El film se limita a correr durante poco más de una hora y media. ¿Hacia dónde? Hacia la nada misma. En su afán de apilar una sucesión de situaciones cómicas, con unos cuantos guiños cinéfilos destinados el público adulto; los directores Mike Thurmeier y Galen Tan Chu olvidan el encanto que debe tener toda fábula. Con una dispersión narrativa que imposibilita que cualquiera de las anécdotas cobre verdadera emoción, los guionistas de este engendro se lanzan a la caza de la adrenalina de los pequeños espectadores, sumergiéndolos pasada la primera mitad del metraje en el más llano desinterés; y dejando a los padres en un limbo que deambula entre la irritación y el deseo de que la cosa termine. La era del hielo 5: choque de mundos confunde la noción de verdadero entretenimiento con la de vértigo atolondrado. Y cuando intenta una pausa en medio de su montaña rusa de gags, en lugar de ponerse emotiva; se vuelve solemne y aleccionadora. Una verdadera lástima, estas simpáticas criaturas prehistóricas merecían un destino más noble. Ice Age: Collision Course / Estados Unidos / 2016 / 94 minutos / Apta para todo público / Directores: Michael Thurmeier y Galen Tan Chu.
Pedro Almdóvar viene de pasar el revés más duro de su carrera. Tras la presentación de Julieta en el Festival de Cannes, y con el escándalo de "Panamá Papers" encima; su último film se transformó en el estreno con menor convocatoria en sus últimos veinte años de carrera. Sin embargo, una vez vista la película, y constatando que está a la altura de algunas de las mejores creaciones del manchego; subyace una tesis por demás inquietante: no hay lugar para la nobleza y el clasicismo en los cánones de la cartelera actual. Y Julieta es precisamente eso. Un melodrama clásico hecho y derecho, en el que Almodóvar visita nuevamente el universo femenino e hinca el diente en la maternidad. Basándose en tres cuentos de la canadiense ganadora del Nobel de Literatura Alice Munro, el director sigue el derrotero de Julieta, una madre abatida que se enfrenta al abismo de la prolongada ausencia de su hija. ¿Hay dolor más grande para una madre que la pérdida de un hijo? Aunque parezca imposible encontrar sufrimiento más grande que ese, existe todavía uno más abrumador: la decisión de un hijo de desaparecer de la vida de su madre. Sobre esa inquietante premisa navega la película número 20 de Almodóvar; y lo hace con el aplomo necesario para no transformar el relato en un festín de golpes bajos. Adriana Ugarte y Emma Suárez dan vida a Julieta a lo largo de diferentes etapas en una historia que atraviesa tres décadas. La elección de dos actrices que no tienen parecido físico alguno, es uno de los puntos más significativos de este film. El espectador naturaliza que esos rostros tan distintos tengan su correlato en los fuertes cambios de la atribulada protagonista. Más allá del misterio y de la causa del distanciamiento, reforzado en la omnipresente música de Alberto Iglesias, la película adquiere un espesor que sobrepasa los dramáticos sucesos que expone de manera literal. Porque además de su abanico de tragedias, Julieta recorre las luces y sombras de uno de los vínculos más complejos de la naturaleza familiar: el de madre e hija. La culpa y la fatalidad del destino, son dos de los componentes esenciales del melodrama clásico que Almodóvar domina aquí con maestría. La imagen de esa mamá que deambula como alma en pena, es retratada con justa sobriedad. Más allá de que algunos críticos hayan señalado cierta tentación manierista, lo cierto es que Pedro no se regodea en piruetas visuales, sino que hoy más que nunca, filma con una depurada belleza que no hace alarde de virtuosismo. Es cierto que con el paso de los años, el realizador ha perdido algo de garra emocional, y algunos incluso podrán extrañar su galería de personajes excéntricos. En esta oportunidad, la presencia de Rossy de Palma no se reduce al gesto de fidelidad o guiño al fan del mundo almodovariano. Su rol aquí funciona como puente entre aquel cine histriónico por el que el manchego se hizo famoso, y este más introspectivo, que algunos desacreditan con cierto desdén a través de etiquetas como "maduro" y "reposado". Que una película como Julieta cuente con pocas pantallas y funciones en las salas, es un injusto declive en la consideración de uno de los cineastas más estimulantes de las últimas décadas. Lejos de amedrentarse, Pedro Almodóvar se mantiene fiel a sus convicciones y resiste con nobleza. En tiempos de una cartelera dominada por la estridencia, aquel director que alguna vez sacudió al mundo con su desenfado; hoy se transforma en el inesperado guerrillero del clasicismo. Julieta / España / 2016 / 96 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Pedro Almodóvar / Con: Emma Suárez, Adriana Ugarte, Daniel Grao, Inma Cuesta, Darío Grandinetti y Rossy de Palma.
De antemano, todo segundo capítulo de una saga que haya experimentado su primera entrega con éxito de público y crítica, enfrenta el desafío de no decepcionar a los fanáticos de la franquicia. En este sentido, se puede decir que si bien El conjuro 2 no está a la altura de su genial predecesora, tampoco defrauda a su público y se muestra como uno de los exponentes más dignos del cine de terror cosecha 2016. El director malayo James Wan, responsable de El juego del demonio y del debut en 2013 de El conjuro, sabe cómo generar y sostener una atmósfera inquietante, valiéndose de los recursos más genuinos del horror. Con su nuevo film, cuyo estreno conquistó automáticamente el primer lugar en la taquilla argentina, con más de 75.000 entradas vendidas en su primer día de exhibición; Wan demuestra que la mejor fórmula para cautivar al espectador, reside en combinar con sabiduría el pulso vertiginoso del cine comercial de hoy, con la potencia visceral del cine de terror de ayer, más precisamente el de los años '70. El conjuro 2 se despega del grueso de la producción del género en dos sentidos: no se sostiene por sus muestras de sadismo visual, y no se regodea en múltiples vueltas de tuerca con su correspondiente explicación. La premisa es sencilla, pero su desarrollo es compacto y contundente: la pareja de expertos en fenómenos paranormales conformada por Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), enfrenta un nuevo desafío tras salir airosos en el siniestro caso de Amityville. Claro que la opinión pública se divide entre quienes respetan su trabajo y aquellos que los consideran unos embusteros. En 1977, la desafiante y amorosa pareja recibe el encargo de viajar a Londres para desentrañar el misterio de una serie de sucesos acontecidos en una derruida casa de un suburbio. La primera mitad del film nos muestra el constante acecho de una presencia maligna sobre una familia configurada por una madre y sus cuatro hijos. Los momentos en los que aparece la dupla protagónica son aquí esporádicos, pero así y todo la cosa se sostiene a puro motor de una atmósfera perturbadora reforzada por las insuperables texturas de la niebla y la noche londinenses. El hecho de que ese enemigo fantasmagórico dirija todo su poder hacia una niña de 11 años redobla la tensión, y despliega un gran número de sobresaltos en la platea. Algunos más previsibles que otros, estos picos de crispación jamás caen en el golpe bajo ni en el abuso de sangre y vísceras sobre la pantalla. La llegada de la pareja de expertos a la casa poseída desata un abanico de situaciones, que van entre el plano confidencial con la familia asediada y una serie de escenas magistralmente intensas. No hay nada demasiado nuevo en El conjuro 2, pero el film baraja con solvencia tres cartas de nobleza del cine de terror. Los personajes están bien trazados y correctamente interpretados (la química entre Wilson y Farmiga es impecable), la atmósfera visual es tan inquietante como la de icónicos títulos de los '70 como El exorcista (film con el que guarda más de una similitud); y por sobre todas las cosas, es uno de las pocas películas recientes que comprende que el horror más tocante es ese que se manifiesta de manera física. Camas que se sacuden, muebles que se mueven solos, cruces que giran; configuran un arsenal mucho más eficaz que el de una sobrecarga de efectos especiales sofisticados. De hecho, cada vez que El conjuro 2 incursiona en efectos de animación para alguna mutación demoníaca, pierde garra y potencia. El plus de que tanto esta película como su predecesora estén basadas en hechos y personajes reales, sería meramente un atractivo comercial si James Wan no alcanzara un pacto de verosimilitud con el público. Lo notable es que el malayo no sólo logra construir una experiencia aterradora creíble y palpable, sino que también es capaz de generar momentos de una ternura incomensurable, como el de Ed tocando guitarra y cantando el clásico de Elvis Presley Can't help falling in love frente a la devastada familia. Aquí también El conjuro 2 coincide con esa libertad para ir de un clima a otro, tan característica del cine de terror de antaño. Al barrer con el cinismo y la solemnidad de buena parte de la producción industrial de hoy, Wan edifica una filmografía cada vez más sólida, un puñado de títulos que se atreven a fundir el horror con el abrazo. The conjuring 2 / Estados Unidos / 2016 / 133 minutos / Apta para mayores de 13 años con reservas / Director: James Wan / Con: Patrick Wilson, Vera Farmiga, Frances O'Connor, Madison Wolfe, Simon McBurney, Franka Potente.
Antes de hablar específicamente sobre Alicia a través del espejo, es bueno aclarar que toda película basada en el maravilloso mundo creado por Lewis Carroll enfrenta una vara difícil de superar. Aún hoy, el largo de dibujos animados lanzado por Disney a comienzos de los 50, se erige como la aproximación más fascinante al universo surreal y algo libertario del escritor, matemático y fotógrafo británico. Después de la decepcionante entrega dirigida por Tim Burton en 2010, automatizada y carente de espíritu; James Bobin (director de las estimulantes Los Muppets y Muppets 2: los más buscados), supera el intento burtoniano, aunque queda un par de saltos atrás del imaginario Carroll. Lejos del frondoso vuelo propuesto por el autor de los libros publicados en la segunda mitad del siglo XIX, Bobin apuesta por una fábula explicativa y aleccionadora; que paulatinamente va construyendo una entidad propia, y termina por seducir al espectador. Con producción de Burton y el mismo elenco protagónico del capítulo anterior, sumando a Sacha Baron Cohen interpretando al histriónico e irresistible Tiempo; Alicia a través del espejo sumerge rápidamente al público en un viaje vertiginoso. Convertida en capitana de barcos, la heroína de esta historia enfrenta la posible pérdida del buque que perteneció a su padre. En medio de ese conflicto, su ingreso en el mundo mágico posibilitará su reencuentro con el Sombrerero (Johnny Depp), esta vez sumido en una tristeza al borde de la muerte. Alicia (Mia Wasikowska) emprenderá un viaje para lidiar con Tiempo, y así torcer el rumbo del destino y recuperar con vida a los familiares de su entrañable amigo. Tanto la protagonista como la película, corren sin parar de una dimensión a otra. Los escasos momentos de detención esbozan atisbos de confidencia entre los personajes, pero en general representan breves anclajes para aclarar o subrayar el curso de los acontecimientos. El arsenal de efectos especiales es sin dudas deslumbrante, pero por momentos sofoca la emoción de algunas escenas que no necesitarían de tanta descarga pirotécnica. De hecho, cada vez que el film confía en el poder de un abrazo o una mirada, respira más inspiración y encuentra verdadera sustancia. Da la impresión de que hoy los directores descartan de lleno los tiempos y la textura artesanal de hitos del cine de fantasía como Laberinto o La historia sin fin. Tal vez por temor a perder el interés del público, se lanzan en una vorágine que privilegia la acumulación por encima de un relato con altibajos anímicos. La premisa consiste en ir siempre arriba, no dar lugar a respiro ni tregua. Así y todo, Alicia a través del espejo baraja con eficacia sus cartas de asombro. Los exquisitos detalles en la dirección de arte y el sofisticado diseño de sonido, mantienen al espectador siempre en trance. La paleta de colores y texturas es digna de una larga sesión de hipnosis. Por otro lado, y aún en medio de su alta velocidad, cada criatura tiene su momento de lucimiento. La química entre Alicia y el Sombrero conserva el necesario halo de ternura y calidez. Mientras que la desopilante escena del té regala un puñado de gags, interpretados con gracia y sentido del ritmo por Depp y Baron Cohen. En la última media hora, el film levanta vuelo y aún repitiendo latiguillos como el de "no podemos cambiar el pasado, pero sí aprender de él"; encuentra su fibra de sensibilidad alrededor de temas tan tocantes como los lazos familiares, los sueños, el deseo, la muerte; y por sobre todas las cosas, la confianza en ese pequeño gran milagro que llamamos vida. Alice through the looking glass / Estados Unidos / 2016 / 113 minutos / Apta para todo público / Director: James Bobin / Productor: Tim Burton / Con: Mia Wasikowska, Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Anne Hathaway, Sacha Baron Cohen
Con un escandalete mediático como imprevisto motor publicitario, y una legión de fans incondicionales de Eugenia "La China" Suárez; El hilo rojo debutó por lo alto en la taquilla de los cines conquistando el primer lugar en su día de estreno, y sacándole una buena diferencia al tanque de Hollywood de esta semana, X-Men: Apocalipsis. Está más que claro que una buena porción del público que asiste a las salas, lo hace movilizada por la historia de celos, traición y pelea; desatada el año pasado en pleno rodaje de esta película, cuando Pampita irrumpió en un motorhome y sorprendió a Benjamín Vicuña y la China Suárez en pleno momento hot. La modelo encargada de desatar aquel episodio de furia, y que hoy es tapa de revistas con sus fotos junto al tenista Juan "Pico" Mónaco, jamás sospechó que se transformaría en la encargada de encender la mecha publicitaria del film protagonizado por su ex pareja. Completando el irresistible combo promocional, semanas antes del estreno, la dupla protagónica mostró su romance consolidado y enfrentó las cámaras de programas televisivos de toda calaña. Tamaño dispositivo mediático no podía fallar. Basándose en una leyenda china, esta nueva apuesta de la directora Daniela Goggi, que el año pasado fue responsable de la exitosa Abzurdah, también con la China Suárez; gira alrededor del mito del hilo rojo invisible que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, más allá de las adversidades que se interpongan en el camino. Manuel (Benjamín Vicuña), es un enólogo exitoso que en un vuelo conoce a la bellísima azafata Abril (Eugenia Suárez), y queda automáticamente deslumbrado. Tanto en ese primer acercamiento, como en los restantes, ella procederá con el sistemático manual del "primero rechazo y después cedo"; mientras él insistirá hasta el hartazgo multiplicando su calidad de felpudo mullido. No hay mucho más que eso. La película es una mala telenovela en versión comprimida. Con una estética publicitaria, acumulando situaciones inverosímiles y personajes tan lineales como poco atractivos; El hilo rojo descansa sobre la insuperable belleza de la China Suárez, capaz de iluminar cada plano en el que aparece con su irresistible fotogenia; y apoyándose en locaciones de ensueño como las de la ciudad de Cartagena, donde los personajes se reencuentran años después de haberse conocido. El film es superficial y banal, que no es lo mismo que decir que es una película sobre la superficialidad y la banalidad. No hay ironía ni profundidad, solo un liviano paneo sobre temas como el matrimonio, los hijos y la infidelidad. En cuanto a las actuaciones, el trabajo de Suárez y Vicuña navega a la deriva de un guión imposible. Es evidente que cada uno hizo lo que pudo, sonriendo/llorando en piloto automático, y haciendo el intento de poner en las escenas de sexo un poco de condimento al asunto. Los personajes secundarios tampoco agregan demasiado. Guillermina Valdés interpreta a la mujer de Manuel, una fotógrafa cool que no tiene mayor peso en la trama. Mientras el español Hugo Silva, a cargo del rol de pareja de Abril, cae en el más burdo cliché del músico famoso. Ni siquiera Leticia Siciliani logra aportar una cuota de gracia, con su performance de la atribulada azafata a quien su novio abandona por WhatsApp. Sumada a una historia que jamás levanta vuelo ni se juega por nada, la música omnipresente y redundante se encarga de subrayar cada intento de clima dramático. Amy Winehouse suena no una, sino dos veces, con su hit You know I'm no good. Seguramente la cantante debe estar revolcándose en la tumba, o intentando arrojar desde el más allá una botella contra la pantalla. Ni siquiera su fuerte impronta logra insuflarle una dosis de intensidad a una película tan "fome" como Vicuña. Cuando llega el final, constatamos que el episodio de furia en el motorhome, con palta y manta de Nepal incluidos; es mucho más contundente que este desabrido canapé del anti cine. En un subtexto algo forzado, dado que tamaño engendro ni siquiera es sólido desde lo que enuncia; se podría decir que El hilo rojo va sobre cierta fascinación por la belleza sin contenido. Con un mirada nada moderna y bastante machista, en la que se pretende ubicar a la mujer en el lugar de quien lleva las riendas de la historia; el guión pone en boca de Abril unas cuantas frases solemnes y seudo filosas, reduciéndola de manera sistemática al mote de zorra histérica. En la otra esquina, el eterno chongo sin swing podrá ser vapuleado una y otra vez, pero aún en lo más profundo de su supuesta desgracia; se erige como el inexplicable epicentro del asunto. "Nadie te va a querer como yo", dice desde una impostada pose de entereza la corneada mujer de Manuel. En apariencia, la directora Daniela Goggi no ensaña su dedo acusador sobre ninguno de los protagonistas. Pero si se escarba un poquito, queda al descubierto que su película es más culpógena y falocrática de lo que parece. El hilo rojo / Argentina / 2016 / 100 minutos / Apta para mayores de 13 años / Con: Eugenia Suárez, Benjamín Vicuña, Hugo Silva y Guillermina Valdés.
El realizador Tato Moreno y la productora Claudia Gaynor, dupla tanto en la vida afectiva como profesional, han entendido que el triunfo de una película independiente depende tanto del tesón como de la virtud. No sólo desde el arduo y largo proceso en que un film es concebido, sino desde el laborioso acompañamiento en su recorrido por festivales y salas de cine; Moreno-Gaynor han demostrado una fuerza y disciplina pocas veces vistas en el cine local. Más allá del empeño de esta poderosa dupla creativa, en Arreo encontramos una propuesta de gran nobleza cinematográfica, que ha sido reconocida con premios en certámenes internacionales, como el Festival de Cine de Mérida y Yucatán (México) y el Film Festival Della Lessinia (Italia). En tanto que a nivel nacional, ha cosechado triunfos en el Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires y el Festival Audiovisual Bariloche. Para continuar con la estimulante gira, Moreno próximamente presentará su material en el Chesapeake Film Festival, en Maryland, Estados Unidos. A la importante lista de distinciones y el elogio unánime de la crítica, se suma la buena noticia de que desde hace tres semanas Arreo está entre las diez películas nacionales más vistas en nuestro país, gracias a su contundente performance de taquilla en Cine Universidad. Este jueves, la imperdible película mendocina comenzará su cuarta semana en cartelera en la sala de la Nave Universitaria, donde ya ha convocado a más de dos mil espectadores (ver días y horarios haciendo clic aquí). El film de Tato Moreno cuenta con los dos componentes fundamentales que hacen de un documental una experiencia fascinante: una historia interesante para retratar y una mirada que sobrepasa la intención informativa. Hemos visto cientos de documentales que se conforman con transitar sus temas y personajes desde un abordaje meramente periodístico. Aquí en cambio, desde el primer minuto, queda en claro que estamos frente a un director con buen pulso de cineasta, capaz de sostener a lo largo de hora y media un relato tan minucioso como sensible. Y ese es sin dudas el gran triunfo de esta desafiante gesta, acompañar a una familia de puesteros trashumantes de Malargüe, eludiendo la comodidad del pintoresquismo y abarcando las aristas más diversas de un oficio con futuro incierto. En el centro de esta esta historia está Eliseo Parada, quien a través de la larga travesía que emprende en cada veranada junto a sus compañeros, perros, cabras y ovejas; transmite su genuino amor por el campo. La vida en esos bellísimos parajes del sur de nuestra provincia no es nada sencilla. A la falta de servicios básicos, se suma un largo listado de limitaciones, entre las que se cuentan la desazón que produce la partida de un hijo hacia la ciudad, la falta de apoyo político, y las dificultades de estas familias al no ser propietarias de las tierras en las que arrean. El documental en ningún momento pretende poner a sus protagonistas en el lugar de sujetos entrevistados. El compromiso de Moreno y su equipo de producción va más allá, acompañando la labor de esta familia, captando una serie de reflexiones e instantáneas sin apelar a una puesta artificiosa. Estamos frente el caso de un realizador enamorado de la historia y personajes que retrata. La falta de momentos de interpelación, o de instancias que expongan alguna mezquindad en el mundo de los Parada; podrían inclinar el registro hacia un tono excesivamente paternalista, si no fuera por la decidida mirada de un director, que no descuida la influencia de las tensiones entre el progreso y el ancestral oficio que es eje de esta propuesta. De hecho, los pasajes más logrados de esta película se producen en la amalgama de estas fuerzas contrapuestas, sintetizada en las elocuentes imágenes de estos hombres arreando a cientos de animales sobre una ruta. A nivel visual, las impresionantes vistas del sur mendocino, con sus noches enmarcadas bajo un alucinante techo de estrellas; son de un placer sensorial sin límites. Pero Tato Moreno jamás cae en el regodeo ante tamaña belleza natural. Lo suyo no es el abuso paisajista, sino la conquista de la inmersión del espectador en el todo, el relato y su contexto. Lo mismo sucede con la ultra precisa banda sonora, compuesta por Aballay&Corominas, que logra un ensamble sumamente orgánico con las imágenes, sin apelar al innecesario subrayado emocional. Desde el comienzo hasta el final, las canciones y décimas de Eliseo Parada, son la absoluta esencia de este documental. El realizador abraza la sencillez y sabiduría de las palabras del puestero. Con una atmósfera tan hipnótica como estremecedora, Arreo comparte las convicciones de un puñado de seres que perpetúan su andar, aunque el destino les baraje las cartas más inciertas. Arreo / Argentina / 2015 / 93 minutos / Apta para todo público / Dirección: Tato Moreno / Producción: Claudia Gaynor / Con: Eliseo Parada, Juana María Moyano, José Abel Parada y Facundo Parada.
La versión animada de 1967 de El libro de la selva es una de las películas más importantes del olimpo Disney. Por un lado, está entre los 30 films más taquilleros de todos los tiempos. Por otro, fue la última creación que el legendario Walt pudo acompañar y supervisar antes de su muerte. Los personajes y situaciones de los libros de Rudyard Kipling fueron llevados en al menos cuatro oportunidades a la pantalla grande, y esta nueva versión que llega a las salas es sin dudas la más espectacular y oscura. La historia es bien conocida, Mowgli (un simpático y querible Neel Sethi), pierde a su padre bajo las garras del siniestro tigre Shere Khan (Idris Elba en la versión subtitulada), y es criado en la selva por una manada de lobos, bajo la cándida mirada de mamá Rashka (Lupita Nyong'o). Sin embargo, Shere Khan reaparecerá para cobrarse la vida del "cachorro humano", y el niño deberá emprender su regreso a la aldea de los hombres, secundado por la pantera Bagheera (Ben Kingsley) y el oso Baloo (Bill Murray). En un camino repleto de aventuras, la historia encuentra varios momentos inspirados para abordar temas como la ley de la selva, el desencanto frente al final de la infancia, o la férrea defensa de los códigos de lealtad. El director Jon Favreau (Iron Man, Cowboys & Aliens) dosifica con delicadeza artesanal cada clima del relato, aún en medio de un ejército de diseñadores y animadores. Porque esta remake de La ley de la selva ha sido concebida mayormente en estudios, con un despliegue de texturas y efectos de animación hiperrealistas para los animales, acompañando al pequeño actor Neel Sethi. En este sentido, la película enfrenta su primer desafío ya desde los primeros minutos: por convención, todo animalito que hable en pantalla nos remite a un imaginario excesivamente naif e infantil. Favreau logra sortear ese preconcepto a motor de un andamiaje técnico tan perfecto como convincente, pero lo que es más importante, a partir de un guión sensible e inteligente, que sin descuidar el entretenimiento, asume que ninguna proeza de efectos especiales se impone frente a un espectador tan entrenado como el de hoy, si la historia no está contada con pasión y solvencia. Flota en general una atmósfera de incertidumbre y oscuridad, distendida por supuesto con algunos gags, que nunca caen en el abuso bobalicón de situaciones físicas, sino más bien en la confianza de un humor sutil. La idea no es la de descomprimir a la fuerza el conflicto, sino simplemente hacerlo más llevadero. La hipnótica escena en la que Mowgli cae bajo el hechizo hipnótico de la serpiente Kaa (una siempre irresistible Scarlett Johansson), y el tenso momento en el templo del rey Louie (un inquietante Christopher Walken poniéndole voz a un gigantesco simio que mete miedo); son algunos ejemplos que muestran que El libro de la selva versión 2016 no quiere lucir anacrónica ni infantil. Es un enigma si estos condimentos bastarán para seducir al espectador adolescente, más acostumbrado al formato de las producciones de superhéroes o de sagas como Los juegos del hambre. Pero sí está claro, y eso es en cierto un sentido uno de los riesgos de esta propuesta, que la película está más que nada dirigida a esa franja de público cercano a la pubertad. Más allá de que muchos padres, muy familiarizados con la versión animada de 1967, estarán dispuestos a revivir la experiencia de compartir esta nueva versión del relato junto a sus hijos. Para los amantes de las populares canciones del film, aquí vuelven al menos un par de ellas, The bare necesitties, o Busca lo más vital en la versión en castellano - cantada por Murray y Sethi- y I wan'na be like you, o Quiero ser como tú - cantada por Christopher Walken. A no perderse la flotante versión de Trust in me, por Scarlett Johansson en los créditos de cierre del film. Es cierto que en medio del aura dark que domina esta nueva adaptación, la inclusión de los momentos musicales luce un tanto forzada, pero los inmortales tracks suenan atinadamente actualizados. Sin anticipar la resolución de esta fábula, se puede decir que la coda final no se inclina por el mismo camino del clásico animado. El cierre es más inquietante, aunque también el punto en que se detiene puede ser tomado como una estrategia comercial frente a un posible capítulo dos. La taquilla lo dirá. De momento, esta aventura tiene todo lo necesario para cautivar a una nueva generación y no decepcionar a los cinéfilos "old school". The Jungle Book / Estados Unidos / 2016 / 105 minutos / Apta para todo público con reservas / Dirección: Jon Favreau / Con: Neel Sethi. Voces de: Ben Kingsley, Idris Elba, Lupita Nyong'o, Bill Murray, Scarlett Johansson, Giancarlo Esposito, Christopher Walken.
Cuando hace unos meses comenzó a circular la información de que el tándem creador de Un novio para mi mujer, integrado por el guionista Pablo Solarz, el director Juan Taratuto, y los protagonistas Adrián Suar y Valeria Bertuccelli; se habían reunido para filmar una nueva comedia juntos, muchos presagiaron un éxito comercial acompañado por calurosos elogios de la crítica. Ahora, ya estrenada la película, con un recibimiento tibiamente favorable por parte de la prensa, cabe la duda sobre los verdaderos logros de esta apuesta que seguramente será una de las protagonistas de la taquilla de este fin de semana. Antes de ingresar a la sala, el film se cruza con el primer prejuicio en su contra: su título. Me casé con un boludo nos hace suponer de antemano, que estamos frente a una comedia romántica de intenciones poco sutiles. La historia que desarrolla tiene un punto de partida sencillo y eficaz. Fabián Brando (Adrián Suar), es el prototipo de astro de cine guiado por un caricaturizado exceso de ego. Florencia Córmik (Valeria Bertuccelli), es una actriz de dudoso talento que accede a protagonizar una película con Brando por ser la amante del director. En medio de la marea de exigencias y emociones del rodaje, la dupla se enamora y rápidamente se casa. Muy pronto, Florencia descubre que en realidad fue cautivada por el personaje que interpretó su pareja, y se siente decepcionada por un hombre al que considera "un pelotudo irrecuperable". Fabián escucha tras una pared la catarsis de su mujer, y apremiado por la situación pone un plan en marcha: contactar al guionista de la película que hicieron juntos y pedirle que le arme un personaje para reconquistar a su amor. Me casé con un boludo es ante todo una propuesta oscilante. Con algunos momentos en que el relato cobra cierta sensibilidad, gracias a la química y confidencia entre los protagonistas; mezclados con otros repletos de gags que aparecen de un modo forzado en plan "hay que arrancarle un par de carcajadas a la platea". Para sorpresa de muchos, el primer tramo de la historia está dominado por un tono de sobriedad y contención. Allí es cuando los protagonistas se muestran más convincentes, y por ende los esporádicos giros de humor resultan más eficaces. Luego el asunto intenta cobrar un ritmo vertiginoso, y allí la trama cobra un rumbo automatizado. Los personajes secundarios, que tanto suelen aportarle a toda comedia, aquí aparecen sólo para adornar una que otra escena y jamás llegan a cobrar entidad propia. A su vez, la gran comediante Valeria Bertuccelli cae en una vorágine de acciones y gestos pasados de rosca. Algo no termina de encajar entre un bloque y otro. Pareciera que a mitad de camino, el guionista hubiera dado un brusco volantazo para salir de la ternura inicial, hacia un resolución que intenta combinar "gracia" y "mensaje". En esa curva sobrecargada que ensaya Me casé con un boludo, hay espacio para una escena con múltiples cameos, en la que desfilan íconos de variada calaña como Gonzalo Heredia, Nicolás Vázquez, Luciano Castro, Lali Espósito, Mariana Fabbiani, Julieta Díaz, la "Bruja" Verón y Vicky Xipolitakis. En ese momento, la aparición de Vicentico y Griselda Siciliani, parejas verdaderas de Bertuccelli y Suar, termina por saturar todo intento de guiño sobre el mundo de la farándula. A modo de reflexión, el film de Juan Taratuto pone de manera explícita en boca de algunos de sus personajes, que el amor es una suerte de puesta en escena en la que todos jugamos un personaje. Sabemos que toda relación perdurable depende de mucho más que un puñado de convenciones de comedia romántica. Pero en esa fase inicial de enamoramiento, de la que esta película no pretende despegarse, muchas veces decimos lo que el otro quiere escuchar y simplemente anhelamos alguien que nos contenga. Lo que postula Me casé con un boludo es que el amor es una nube de pedo. Estamos seguros de que no es así. Pero tampoco queremos pagar una entrada para que nos demuestren lo contrario. Me casé con un boludo / Argentina / 2016 / 110 minutos / Apta para todo público / Dirección: Juan Taratuto / Con: Adrián Suar, Valeria Bertuccelli, Norman Briski, Gerardo Romano, María Alché, Alan Sabbagh y Analía Couceyro.