Tanto para fanáticos de la obra del "padre del arte contemporáneo", como para aquellos que pocos saben sobre Vincent Van Gogh, Loving Vincent es una película imprescindible. El laborioso film, que llevó cinco años de trabajo y un equipo de 125 pintores al óleo para dar vida a 65.000 fotogramas, nos sumerge en la obra de este genio neerlandés que falleció en extrañas circunstancias a los 37 años Francia. Por un lado, esta ópera prima dirigida por Dorota Kobiela y Hugh Welchman, cumple con la misión de ilustrar los hitos más importantes del tormentoso artista, quien a contramano del designio familiar comenzó a pintar febrilmente a los 28 años, dejando un legado de cerca de 900 cuadros; aunque tristemente en vida alcanzó a vender sólo una de sus obras. Pero Loving Vincent es mucho más que un catálogo sobre uno de creadores más inspirados de todos los tiempos, es también una joya artesanal realizada con la tradicional técnica de animación stop motion, es decir un meticuloso cuadro a cuadro; y es además un relato narrado en clave de policial apasionante. Al igual que clásicos como El ciudadano, en Loving Vincent tenemos a un personaje, el hijo del cartero y amigo personal de Van Gogh, que durante años se encargó de despachar su correspondencia, enfrentando el desafío de llevar la última carta que el pintor escribió para su hermano Theo. A partir de allí, su encuentro con diferentes allegados al artista, no hará más que atrapar a este joven devenido en investigador, dentro de un laberinto de testimonios tan inquietantes como contradictorios. La dupla Kobiela-Welchman logra eludir, a base de un vibrante pulso narrativo, lo que pudo ser un solemene film biográfico, con todas los vicios y pretensiones típicos de los productos saturados de "qualité". En cambio, los realizadores logran combinar la contemplación hipnótica que produce cada fotograma de este notable trabajo, con una intriga tan sostenida como punzante. De esta manera, Loving Vincent sobrepasa el concepto de visita de museo, y le entrega al espectador un viaje intenso, que va más allá de la recreación de las pinturas más legendarias de un artista que no alcanzó a disfrutar su gloria. Loving Vincent / Reino Unido / 2017 / 94 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Dorota Kobiela, Hugh Welchman. Se exhibe en Cine Universidad (Nave Universitaria).
Antes del estreno de esta nueva película de Diego Kaplan (¿Sabés nadar?, Igualita a mí, y Dos más dos), resultaba difícil esperar un milagro. Todo parecía conspirar en contra: un trailer que hacía temer lo peor, un guión basado en un libro de Erika Halvorsen (autora que generó material para la lamentable El hilo rojo), un debut protagónico en la pantalla grande de la mediática Pampita (aquí en los créditos con su verdadero nombre, Carolina Ardohain); y un realizador como Kaplan que se vislumbraba ya sin la brújula de las comedias de fórmula protagonizadas por Adrián Suar. Sin embargo, desde los créditos de apertura hasta el final, Desearás al hombre de tu hermana es un festín del exceso, que multiplica la apuesta de referentes como el primer Pedro Almodóvar o Armando Bo. La premisa argumental es muy simple: dos hermanas enfrentadas desde hace mucho tiempo, se encuentran en el casamiento de una de ellas. Las tensiones no tardarán en resurgir, cuando la recién llegada Ofelia (una Carolina Ardohain a la que le falta mucho como actriz, pero que no desentona del todo en este festín kitsch), tendrá una química automática con el flamante marido de Lucía (bellísima y afilada Mónica Antonópulos). Las dos chicas han sido criadas bajo el dictamen de una madre border y libertina (descollante Andrea Frigerio), y allí en el medio deambulan los chongos de ambas: el astro brasileño de la televisión Guilherme Winter y el galán de la tele argenta Juan Sorini. La performance de taquilla de Desearás al hombre de tu hermana en estos primeros días de exhibición ha sido más bien magra, cerca de 30.000 espectadores en 222 pantallas en el país. La expectativa comercial era mayor, pero el público general, mayormente traccionado por la presencia de Pampita en la pantalla, se ha visto desconcertado frente a este auténtico desmadre cinematográfico. Todo aquel que haya ingresado en la sala con la ilusión de ver una película erótica, con algunos apuntes de melodrama; saldrá inevitablemente decepcionado. Porque la propuesta del film es absolutamente bombástica. Diálogos absurdos, actuaciones pasadas de rosca, culebrón desquiciado, humor insurrectgo, escenas de sexo que están lejos del cliché del erotismo; son algunos de los tantos condimentos con los que cuenta este suculento banquete. Si de sexo se trata, el cine argentino suele ser contenido y pacato hasta la médula. De hecho, la calificación de este film para mayores de 18 años, no sólo es la confirmación del nivel de irritación al que llegan los integrantes del comité calificador del INCAA cuando aparece un pene en pantalla, o se dice muchas veces la palabra "verga". Ya desde el comienzo, cuando vemos a las dos hermanas de niñas, teniendo una cabalgata masturbatoria sobre un par de almohadones mientras ven a un jinete en televisión; la película coquetea con el juego sobre la búsqueda del orgasmo. Pero Desearás al hombre de tu hermana es una apuesta osada, no por su nivel de explicitez, ni mucho menos por un abordaje profundo a las aristas y límites del deseo femenino. El auténtico motor de sus sorpresivas elecciones tiene que ver con la auto conciencia absoluta a la hora de su construcción como pastiche. Más allá de las mencionadas referencias a Almodóvar, por una sensibilidad kitsch en su nivel más hiperbólico, y a Bo, por sus escenas de sexo en pleno fango; el film combina con mucha destreza todo un arsenal de momentos absurdos y desprejuiciados. Por lo tanto, todo espectador que no tenga una sensibilidad muy desarrollada hacia este tipo de productos que oscilan entre el camp y lo bizarro; podría pasarla muy mal en la sala. Desearás al hombre de tu hermana está pensada como una sucesión de momentos cliperos, con canciones y música original que remite a lo más meloso de los años '70. La película va como un trip insolente, en el que se combinan desde escenas de sexo oral de las chicas hacia lugareños negros de musculatura descomunal, hasta una madre que suministra a sus hijas extrañas píldoras para que ellas potencien su despertar sexual. En la tensión que hay entre las protagonistas, juegan los celos y la competencia en sus destrezas amatorias. Pero aunque, haya pasajes que emulen el más lacrimógeno melodrama, o incluso una pelea entre los hombres de estas féminas, que deriva en un sangriento festín gore; Kaplan no pierde nunca el aire de soltura y desenfreno que atraviesa a todo el film. Este atípico producto, que ha tenido un lanzamiento masivo, tanto a nivel publicitario como de cantidad de pantallas, le ha jugado una simpática trampa al espectador. Mientras Carolina Ardohain se pasea en varios programas de televisión promocionando a la película como una suerte de manifiesto del deseo femenino, Desearás al hombre de tu hermana se erige como la propuesta más fresca y desfachatada del cine argentino modelo 2017. Un producto que salió al ruedo arropado como si fuera un tanque comercial, cuando bajo sus calzoncillos y corpiños, es un auténtico sacudón a las adormecidas fórmulas del cine industrial argentino. Desearás al hombre de tu hermana / Argentina / 2017 / 90 minutos / Apta para mayores de 18 años / Dirección: Diego Kaplan / Con: Carolina Ardohain, Mónica Antonópulos, Juan Sorini, Guillherme Winter, Andrea Frigerio / Se exhibe en Village, Cinem
En los últimos años, ninguna película argentina generó el nivel de expectativa entre críticos y cinéfilos, como la que ha despertado el épico estreno de Zama. La flamante película, designada como precandidata para representar a la Argentina en la carrera por los premios Oscar y Goya, sale de las entrañas creativas de una cineasta incomparable: la salteña Lucrecia Martel. Desde ya, su entrada en la categoría "mejor película iberoamericana" en la noche de los galardones más reconocidos del cine español, está prácticamente garantizada. Con respecto al Oscar, y teniendo en cuenta la cantidad de países que aspiran a alcanzar una nominación a la codiciada estatuilla en el rubro "film de habla no inglesa", la cosa está más complicada. Los votantes de la Academia de Hollywood generalmente eligen películas extranjeras, basándose en la mirada que ellos tienen sobre la coyuntura de cada rincón del planeta, en una suerte de discutible cosmovisión que opera a puro lugar común. En el caso de Argentina, los premios a La historia oficial y El secreto de sus ojos corroboraron esa tendencia, lo mismo para la nominación que recibió Relatos salvajes. No vamos a discutir aquí los méritos cinematográficos de cada una de esas obras, sino el simple hecho de que su lugar en la entrega de los Oscar estuvo canalizado por las coordenadas anteriormente mencionadas. En este sentido, Zama no sólo es un ovni dentro del panorama del cine nacional, sino también a nivel mundial. El film de Martel levanta por lo alto la bandera de permanencia y resistencia de un cine ambicioso, que se propone ir más allá del umbral de la pantalla. Muchas veces el mote de "película ambiciosa" es malentendido con el de "película pretenciosa". Aquí estamos claramente frente a la primera categoría. Un film tan épico como intimista, que atravesó múltiples batallas para llegar a las salas de cine. Pasaron nueve años desde el último largometraje de la realizadora, La mujer sin cabeza, y en el medio también otro desafiante proyecto que quedó trunco, el de adaptar la legendaria historieta El Eternauta. La concreción de Zama requirió del esfuerzo de un auténtico batallón de productores privados (tan diversos como los hermanos Pedro y Agustín Almodóvar y el astro de Arma mortal, Danny Glover), sumando el aporte de múltiples instituciones mundiales, entre las que se incluye nuestra Universidad Nacional de Cuyo. Siempre se dijo que la novela cumbre del autor mendocino Antonio Di Benedetto, publicada en 1956, suponía una experiencia imposible de trasladar al cine. Aquí Lucrecia Martel no sólo demuestra lo contrario, sino que lo hace desde la perspectiva más lúcida. En términos generales, existen dos clases de adaptaciones de obras literarias a la pantalla grande, las que naufragan en el frío ejercicio del rigor académico, es decir aquellas que intentan respetar a rajatabla las páginas del material original; y las que son capaces de construir un universo propio a partir del ingreso en las entrañas del libro. Don Diego de Zama, interpretado magistralmente por el mexicano Daniel Giménez Cacho (La cordillera, La mala educación, Profundo carmesí), es un asesor letrado de la corona española, varado a fines del siglo XVIII durante más de un año en un paraje paraguayo (aquí recreado en locaciones formoseñas), a la espera de que el Gobernador haga la gestión pertinente para que el Rey disponga su retorno a su hogar, que hipotéticamente sería Mendoza. Su mujer y sus hijos lo esperan. El hombre, que está muy lejos de ser lo que se dice un buen tipo, también espera. Y en medio del eterno sinsentido que implica el concepto de espera, se mezclan pelucas, trajes y vestidos de una realeza polvorienta, ensambladas a la fuerza con los ritos ancestrales de los indios; en medio de una fauna en la que todo tipo de animal puede irrumpir en la reunión más protocolar. A pesar de que tristemente, la malas condiciones de las diferentes comunidades aborígenes de nuestro país se han perpetuado en el tiempo, Zama no pretende erigirse en film de denuncia, aunque más de una de sus escenas empate con la urgencia de dichas poblaciones en el presente. En términos formales, la película tiene todas sus cartas a favor. La voz en off, ese recurso que a veces resulta tan irritante, aquí encuentra un tono exacto, en un relato que pendula entre lo intimista y lo épico. Martel trabajó codo a codo con el talentoso director de fotografía portugués Rui Poças, y el diseñador de sonido Guido Berenblum, quien conquista un nivel de exquisitez único en el cine nacional de estos últimos años. Claramente, el film de la salteña es un ejercicio de prodigio y virtuosismo, que no tiene como misión ajustarse a una exacta reconstrucción de época. La realizadora despliega cada laboriosa herramienta de lenguaje cinematográfico, sin perder la impronta de una experiencia sensorial. Zama navega como un indescriptible trance hipnótico, por eso tal vez Lucrecia dijo hace días en una entrevista con María O'Donnell en Tarde para nada, por Radio Cut, que hay que "entregarse a su película como a un fernet". En esa misma nota, la directora remarcó que no hace films difíciles, a pesar de que durante tanto tiempo le hayan hecho esa fama. Algo milagroso flota en estos días en los cines mendocinos. Por un lado, el debut de Zama, con una entrada súper accesible a sólo $35, desde este domingo hasta el próximo miercoles, en Village y Cinemark, formando parte de la promoción de la Semana del Cine Argentino, lanzada por el INCAA y el Ministerio de Cultura. A su vez, también se ha producido el estreno de la nueva película de otra gran directora del cine nacional, estamos hablando de Alanis, realizada por la talentosa Anahí Berneri, que también tendrá funciones a $35 en Cine Universidad. Históricamente, no sólo aquí sino en el mundo entero, la producción cinematográfica ha estado dominada por varones. Siempre se habla del cine como una inmutable usina machista. Para contraponer ese concepto, si durante estos días ustedes se dan la chance de ver las obras de estas dos inspiradas mujeres, que desde hace rato vienen construyendo filmografías desde una premisa tan pasional como arriesgada, podrán llegar a la conclusión de que son dueñas de una fuerza, tanto desde lo cinematográfico como lo ideológico; más poderosa que la esgrimida por referentes como Santiago Mitre, Mariano Llinás, Pablo Trapero o Adrián Caetano. Sólo por mencionar algunos chicos, que están muy detrás del talento y la garra de estas féminas cuyas películas son una perfecta síntesis de batalla y belleza. Zama / Argentina, Brasil, España, Francia, Holanda, México, Portugal, Estados Unidos / 2017 / 115 minutos / Apta para mayores de 13 años / Guión y Dirección: Lucrecia Martel / Con: Daniel Giménez Cacho, Lola Dueñas, Matheus Nachtergaele, Juan Minujín, Rafael Spregelburd, Nahuel Cano, Mariana Nunes y Daniel Veronese
El cine argentino vivió este sábado una jornada histórica en el Festival de San Sebastián, cuando la película Alanis se llevó tres premios, incluyendo mejor dirección para Anahí Berneri - que se transformó en la primera mujer galardonada en ese rubro en 65 años de historia del certamen - y Sofía Gala Castiglione, elegida de manera unánime por el jurado como mejor actriz. La actriz se llevó el Premio Concha de Plata por su trabajo en la película "Alanis". La realizadora Anahí Berneri se llevó el galardón a mejor dirección. Desde el comienzo de su carrera, Anahí Berneri (Un año sin amor, Encarnación, Por tu culpa y Aire libre), ha concebido una filmografía de notable rigurosidad desde lo cinematográfico, y una jugada posición desde lo ideológico. Sus películas nunca se transforman en un ejercicio de regodeo virtuosista. Su cámara registra con una suerte de precisión quirúrgica específicamente lo que le interesa captar, y sus relatos están siempre exentos de subrayados, bajadas de línea y mensajes adoctrinantes. En un tiempo muy conciso - los films de Berneri jamás superan la hora y media de duración - la directora nos sumerge en historias de las que resulta imposible salir impávidos. Es una autora que interpela, sin dejar caer el peso de la sentencia o la victimización sobre los personajes que traza en la pantalla. Todas estas características están muy presentes en su flamante Alanis. La historia de una prostituta (visceral actuación de Sofía Gala Castiglione), que tiene un hijo de un año y medio (Dante Della Paolera, hijo de la actriz en la mismísima vida real); y que repentinamente queda sin techo, cuando el departamento en el que vive y trabaja queda clausurado por denuncias de los vecinos. Estamos aquí, frente a un claro ejemplo en el que realizadora y protagonista ensamblan fuerzas para dar a luz a un relato, que más allá de su cruda impronta realista, esquiva los lugares comunes de los films de explotación sobre temáticas vinculadas a la prostitución. La película tiene más que ver con las opciones que toma una mujer sobre su propio cuerpo, la automatización de un Estado que cumple a rajatabla un protocolo sin tener en cuenta la libre elección de un oficio condenado a la eterna precarización, las crecientes diferencias/tensiones de clase; y por sobre todo, el velo de hipocresía humanista con que se ejecuta un dispositivo dentro de un marco legal e institucional. La dupla Berneri-Gala conciben una película cuestionadora, en la que hay una fuerte y elocuente carga ideológica, que sobrepasa airosamente los parámetros de la pancarta o el film de denuncia. Aún en los rincones más lúgubres de Once, Alanis respira, corre, transita la noche, sufre, elige; y le da la teta a un hijo al que siempre estará dispuesta a abrazar. Anahí Berneri ya había demostrado su enorme pericia en la difícil tarea de filmar con niños en Por tu culpa, y ahora, el hecho de que el pequeño Dante sea el verdadero hijo de Sofía Gala Castiglione; le agrega a esta historia un plus que va más allá del verosímil. Alanis es una película de resistencia y trinchera, en un mundo cada vez más cruel. Pero también es una pequeña joya, capaz de captar el amor y la audacia de seres que deciden las coordenadas de su propio andar. Alanis / Argentina / 2017 / 82 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Anahí Berneri / Con: Sofía Gala Castiglione, Dante Della Paolera, Dana Basso, Silvina Sabater.
Como toda adaptación de un éxito literario o remake de un film consagrado, lo más recomendable antes de ingresar a una sala, es olvidar todo material precedente. Incluso, neutralizar los recientes elogios del propio Stephen King, autor de la novela que da origen a la película que aquí nos convoca. Para quienes vimos en VHS la versión de It de 1990, que condensaba en poco más de 3 horas una miniserie destinada originalmente a la televisión, quedan algunos destellos de aquel payaso que marcó la adolescencia de una generación, interpretado por el genial Tim Curry (astro de otro hito de culto: The Rocky Horror Picture Show). En ese entonces, había que ajustarle el tracking a la cinta por la cantidad de veces que había sido alquilada, antes de darle PLAY en nuestro reproductor de video hogareño. Ingresando de lleno en el renovado abordaje de It, en rigor el primero realizado exclusivamente para cine, nos encontramos con un relato ambientado a fines de los '80, en lugar de los años '50 de la novela de King. Es decir, el realizador argentino Andy Muschietti vuelve al tiempo en que el mencionado VHS fue furor en los videoclubs de barrio, y a su vez aquella era en la que el director habrá gastado los cabezales de su videocasetera con películas como Los Goonies, E.T.; y claramente, Cuenta conmigo (entrañable film de Rob Reiner, también basado en una novela de King, con el que este éxito de taquilla mundial guarda más de un punto de contacto). La opción de ubicar la historia a fines de los '80, tiene entonces para Mushietti una fuerte carga de homenaje a la vibra del cine de aquellos años, pero esa elección también ayuda a potenciar la garra emocional del relato. Un preadolescente de hoy, de cara a los fenómenos que los protagonistas ven (o creen ver), tendería a grabar todo con su celular, y compartirlo automáticamente en el grupo de WhatsApp de sus amigos. En cambio, este puñado de queribles y pueblerinos "loosers" de 1989, transitan la experiencia palma a palma, tratando de escapar de las filosas fauces del temible payaso Pennywise (notable interpretación del actor sueco Bill Skarsgård ), quien se alimenta de los cuerpos y miedos de cuanto niño caiga en sus garras. Muchos han encontrado vínculos entre este ejercicio de nostalgia cinéfila con el de Stranger Things, pero aquí la atmósfera es mucho más revulsiva y tiene un contundente anclaje con el presente. De hecho, lo más fascinante de It, versión 2017, es que logra conectar la sensibilidad del cine de los '80 con la violencia más visceral que se haya visto en el cine de Hollywood del nuevo milenio. La película de Muschietti no se agota en el guiño ochentoso, ni en el abuso de alusiones. Puede sonar brevemente algún hit de New Kids on the Block, pero en la banda sonora también navegan canciones de bandas de culto como XTC, The Cure y The Cult. Desde la introducción, el cineasta argentino juega cartas fuertes y se despacha con un aperitivo ultra sangriento. Sin embargo, las escenas más poderosas de It, no siempre están vinculadas con la aparición del excéntrico y temible bufón. Los adolescentes que practican un brutal y sistemático bullying a los adorables teens que emprenden la búsqueda de la guarida de Pennywise, conectan con aquel cine ochentoso en el sentido de que son más grandulones que los pequeños perdedores; pero sus golpes tienen la más cruda ferocidad del presente. De hecho, el contexto de todos los protagonistas conecta desde el lugar más desesperado con los flagelos cada vez más frecuentes: una adolescente que es víctima del acoso sexual de su padre, un chico que vive empastillado por su propia madre, o el ejercicio más descarnado de la violencia de un integrante de la pandilla de villanos, como reflejo del autoritarismo de su padre policía; sólo por citar algunos casos. Andy Muschietti, quien tiene por el momento una filmografía breve, pero que incluye al contundente cortometraje Mamá, luego transformado en exitoso largo que amasó una buena taquilla; da en en la tecla con algo fundamental para todo film de horror: conjuga con maestría timing y desarrollo de personajes. Quitando honrosas excepciones, el cine de terror actual tiende más al festín efectista, que al ingreso en profundidad en los conflictos de sus criaturas. El director elude también la solemnidad de los traumas que aquejan a los protagonistas, a motor de buen pulso como cineasta y de una desbordante pasión cinéfila. Si bien la penúltima secuencia puede estar pasada de vueltas en cuanto a pirotecnia de artificio, el film jamás pierde garra y sensibilidad. Visualmente, hay un par de escenas que quedarán en la antología del cine cosecha 2017. Una es la del lavatorio que expulsa sangre a borbotones, en una suerte de demencial momento de película de Dario Argento. Ese catártico pasaje, tan estético como espeluznante, se ubica entre los escasos picos de éxtasis conquistados por el cine de horror de los últimos años. Otro instante aterrador se da cuando los púberes ven una secuencia de diapositivas, en una síntesis de perfecto ensamble formal entre lo artesanal y la truca digital ultra moderna. Más allá de su atmósfera perturbadora y de la contundente historia que cuenta, lo que hace de It una gran película, es la glorificación del genuino vínculo de la amistad. Ese refugio que no conoce barreras ni intereses, ese abrazo incondicional que se eleva más allá de cualquier disidencia. Pero It también es una película de resistencia. En un presente tan dinamitado por el egoísmo y la virtualidad, un grupo de adolescentes se une para dar batalla colectiva a sus infiernos personales. Muschietti deja la expectativa muy encendida para el capítulo 2, que ya está anunciado y retomará a los mismos personajes transformados en adultos. El realizador argentino se enfrenta al reto de levantar la vara que él mismo ha puesto bien por lo alto. Ahí estaremos, abrazados a la promesa de un cine de terror que siga tan vivo como inquietante. It / Estados Unidos / 2017 / 135 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Andy Muschietti / Con: Jaeden Lieberher, Sophia Lillis, Jeremy Ray Taylor, Finn Wolfhard, Chosen Jacobs, Jack Dylan Grazer, Wyatt Oleff, Bill Skarsgard, Nicholas Hamilton y Jackson Robert Scott.
Precedida de una gran expectativa, tanto a nivel de crítica como de potencial fenómeno de taquilla, llega a los cines la nueva película del talentoso guionista, productor y director Santiago Mitre; tras dos joyas en su haber como El estudiante y superlativa remake de La patota. En esta oportunidad, Mitre vuelve a confiar en la ocurrente y filosa pluma de Mariano Llinás, para a a cuatro manos concebir el guión de un film, que paulatinamente va introduciéndose en las convenciones del cine de suspenso; con una arriesgada apuesta que propone combinar las intrigas del thriller político, con los inquietantes recovecos del thriller psicológico. Hernán Blanco (un perfecto y distante Ricardo Darín) interpreta al presidente argentino, un hombre llegado de la política del interior del país, con un pasado como intendente, y una campaña promocional que lo posicionó como "hombre común", mientras que en el mapa del poder a nivel global; es más bien una suerte de "hombre invisible". Blanco junto a su comitiva, asisten a una cumbre de presidentes latinoamericanos en un lujoso hotel emplazado del lado chileno de la cordillera. Allí se debatirá sobre la negociación internacional del petróleo, un mundo de transacciones, alianzas, especulaciones y tensiones. El guión logra construir un relato inteligente alrededor de un evento, en el que de antemano, todos podemos intuir el despliegue de artimañas de los líderes de cada región, en pos de sacar la mejor tajada para los países que representan; y obviamente para sus nutridas arcas personales. El escurridizo desplazamiento de ese cuasi anónimo presidente argentino, es una de las cartas mejor jugadas por Santiago Mitre. Muchos espectadores podrán entretenerse trazando analogías entre los miembros del gabinete de Blanco con los funcionarios de nuestro gobierno nacional, tanto del previo como del actual. Los aportes de Gerardo Romano y Erica Rivas son fundamentales, y la participación especial de Christian Slater como un enviado norteamericano; logran sobrepasar altamente el simple juego de las referencias. Pero como es sabido, todo thriller político necesita no sólo de la escena pública, sino de algo mucho más intenso y perturbador, en este caso la trastienda de la vida privada del presidente. Aquí es donde La cordillera se enfrenta a una gran disyuntiva, en la que si bien logra combinar con cierta destreza las tensiones entre ambas fuerzas, las del thriller político y psicológico, se asoma a un territorio sumamente inquietante; para luego concentrar demasiado la atención en la negociación de la mencionada cumbre. La irrupción de Marina Blanco (descollante y arrasadora Dolores Fonzi), sacude para bien el eje del relato. Separada recientemente, ella ha atravesado diversos desórdenes psiquiátricos; y su ex pareja amenaza con denunciar un hecho de corrupción del presidente argentino, es decir, el mismísimo padre de Marina. El film alcanza el clímax visual y emocional máximo durante una sesión de hipnosis a la que es sometida la bellísima y conflictuada mujer. Obviamente, no vamos a anticipar el motivo de tal práctica, pero a partir de allí el film coquetea con una atmósfera sobrenatural cercana a la de algunas películas de Roman Polanski. La dupla de guionistas Mitre/Llinás sube la apuesta, y las pocas escenas que los protagonistas centrales comparten en pantalla alcanzan unos niveles de precisión y tensión, escasamente vistos en el cine industrial nacional de estos últimos años. Lamentablemente, La cordillera desaprovecha la excepcional química entre Darín y Fonzi; y continúa su recorrido sobre los hombros del presidente. En algún momento, se presagia un aire a gran oportunidad perdida, cierto desconcierto por aquello que pudo ser una joya absoluta; pero que a mitad de camino opta por un rumbo más ortodoxo. Así y todo, el film jamás pierde interés ni vigor narrativo. El relato se aferra a rajatabla al linaje de todo buen thriller: personajes con dobleces, dosificación de la intriga, banda sonora climática; y una puesta tan elegante como irreprochable. Sin embargo, a último momento, La cordillera rompe el pacto labrado con el espectador a lo largo de su metraje, y tras un andar sostenido y adrenalínico; desemboca en una resolución distante y carente de todo clímax. Obviamente, sería una traición spoilear aquí detalles del final. Pero lo que sí se puede decir, es que no se trata de un cierre abierto, ni tampoco de un desenlace torpe plagado de explicaciones y subrayados. Lo que llama poderosamente la atención, es que todo director que haya jugado con astucia las cartas del thriller, desde Alfred Hitchcock hasta Brian De Palma, sabe que el The End de un film de suspenso es como la cereza de la torta, una experiencia que puede ir de la explosión catártica a la introversión más incómoda. En este caso en cambio, queda flotando un desabrido sabor a capricho autoral. La cordillera / Argentina / 2017 / Argentina-Francia-España / 114 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Santiago Mitre / Con: Ricardo Darín, Dolores Fonzi, Erica Rivas, Christian Slater, Elena Anaya, Paulina García, Daniel Giménez Cacho, Gerardo Romano, Alfredo Castro y Rafael Alfaro.
El año pasado, Adrián Suar junto a Valeria Bertuccelli, protagonizaron el éxito de taquilla más grande del cine nacional cosecha 2016. La película en cuestión fue Me casé con un boludo, una comedia que tenía como punto de partida un título nada sutil, pero que al menos durante su primer tramo ostentaba cierta sobriedad, y sobre el final, más allá de desbarrancar en una catarata de gags pasados de rosca; se las ingeniaba para resguardar un mínimo de sensibilidad cinematográfica. La química entre Suar y Bertuccelli funcionaba, y detrás de cámara había un cineasta como Juan Taratuto, que tenía como antecedentes propuestas atractivas y diversas, que van de Un novio para mi mujer a La reconstrucción. En cambio, los gestores de El fútbol o yo son dos gerentes. Un par de cerebros que piensan cada película con una planilla de cálculo de cantidad de espectadores, y que abusan tanto de la receta de probada eficacia, que terminan lanzando embutidos fáciles de deglutir; pero con poco sabor a cine genuino. Adrián Suar y Marcos Carnevale son los autores del guión de esta fallida comedia romántica, que viene de atravesar una denuncia mediática por plagio, a cargo del periodista y escritor Daniel Frescó; por las similitudes entre el film y su novela Enfermos de fútbol. Tanto Suar como Carnevale se encargaron de aclarar que ellos compraron los derechos de una producción belga, y que finalmente sólo tomaron cerca del 20% de los acontecimientos de la película original. Dar con ese material, podría ser un buen ejercicio, para ver hasta qué punto la dupla de productores se encargaron de destrozarlo. La premisa argumental de El fútbol o yo toca una de las fibras emocionales más grandes del argentino, pero para no quedar reducida al exclusivo interés de todo amante de las canchas; se arropa con algunas convenciones de comedia romántica. Pedro (Adrián Suar) es un apasionado seguidor de innumerables partidos, tanto de su equipo, como prácticamente de cualquiera que exista en el planeta. Su adicción por el fútbol lo lleva a perder su trabajo y a entrar en crisis con Verónica (Julieta Díaz), la abnegada mujer que ve cómo su matrimonio se derrumba frente la voraz competencia de una pelota de fútbol. Esto es lo que muestra el trailer de la película, y su visionado completo no ofrece mucho más. Es más, El fútbol o yo pelea por el insólito récord de ser el fim con mayor carga de auto spoiler en la historia del cine. El espectador podrá anticipar con total certeza qué pasará después de la escena que acaba de terminar, y pasados unos pocos minutos, hasta podrá predecir qué sucederá en la mismísima escena que está viendo. Otra extraña e involuntaria particularidad de la película gestada por Suar-Carnevale, es que dentro de la seguidilla de gags puestos en modo piloto automático, ninguno de los más suculentos son protagonizados por la dupla central del relato; sino por los personajes secundarios. Alfredo Casero y Miriam Odorico se ponen al hombro los momentos más histriónicos, mientras que Federico D'Elía y Peto Menahem (compinches del personaje de Suar en su pasión futbolera), están bastante desaprovechados. Marcos Carnevale, responsable de títulos infumables como Inseparables y El espejo de los otros, vuelve a mostrar una impronta más televisiva que cinematográfica, con todos los típicos tics de Pol-Ka; que nunca variaron demasiado desde los '90 hasta aquí. Dentro de su apartado genérico, El fútbol y yo es una comedia romántica con gags desgastados, momentos seudo emotivos con pianito de fondo; y una pareja central sin química alguna. El conflicto de estos cuarentones está abordado como si se tratara de un par de tortolitos veinteañeros, sus hijas adolescentes no pinchan ni cortan dentro de la trama, y a la película no se le cae una idea ni por casualidad. Afortunadamente, hasta el momento la producción más vista del cine argentino en lo que va del año es Mamá se fue de viaje, una comedia de Ariel Winograd, realizador de exponentes frescos y desenfadados como Permitidos y Sin hijos. Sin tener pretensiones de genialidad absoluta, la seductora película va acercándose al millón y medio de espectadores. Por lo tanto, si tu plan para el fin de semana pasa por una comedia ligera sin olor a naftalina, indudablemente la podrás pasar muy bien con Mamá se fue de viaje. El fútbol y yo seguramente aparecerá dentro de un par de años en algún matiné de fin de semana por El Siete, y para ese entonces probablemente Suar siga protagonizando propuestas tan flojas como esta. Aunque ojo, Ariel Winograd ha dicho que le gustaría hacer una película con Adrián. Nos guste o no, al "Chueco" oficio como comediante no le falta, sólo es cuestión de dar con un buen aliado. Lo que resta es poner un par de fichas, para que en una próxima oportunidad le diga un enorme y feliz sí a Winograd. El fútbol o yo / Argentina / 2017 / 105 minutos / Apta para todo público / Dirección: Marcos Carnevale / Guión: Marcos Carnevale, Adrián Suar / Con: Adrián Suar, Julieta Díaz, Rafael Spregelburd, Alfredo Casero, Federico D'Elía, Peto Menahem.
A lo largo de más de 20 años, el cine de Alex de la Iglesia ha combinado momentos cumbre (El día de la bestia, La comunidad, Mi gran noche), con otros francamente fallidos (Perdita Durango, Los crímenes de Oxford, Balada triste de trompeta). Sin embargo, si hay algo que el vasco no ha resignado con el paso del tiempo, es la intensidad. Para bien o para mal, su cine ha estado siempre montado en una suerte de vertiginoso espiral ascendente; y es uno de los pocos cineastas que ha construido desde la más absoluta desmesura, una mordaz radiografía de las miserias de unos personajes que luchan por su subsistencia, aún a costa de fagocitarse entre sí. Al igual que La comunidad o Mi gran noche, la historia que cuenta El bar transcurre en un ámbito cerrado que va adquiriendo características cada vez más siniestras. En ese reducto en el centro madrileño, quedan atrapados ocho personajes bajo una inesperada situación. Cuando uno de los clientes abandona el local después de tomar un café, es fusilado con un disparo en la cabeza. Luego otro sale en su ayuda, y también queda tendido en la vereda por un balazo. En cuestión de segundos, las calles quedan desiertas, sin señal alguna del lugar de procedencia de los disparos, y dentro del bar estalla la paranoia. Amparo (Terele Pávez) es la hosca propietaria del local. Sátur (Secun de la Rosa) es el eterno camarero del lugar. Trini (Carmen Machi) es una clienta habitué, obsesionada con dar el batacazo en una de esas máquinas tragamonedas que son un artefacto típico de tantos cafés españoles. Elena (Blanca Suárez) es una bellísima joven, traumatizada por sus fracasos amorosos y adepta a las citas vía web. Nacho (Mario Casas) es un publicista de look hispter, con más ínfulas que talento. Andrés (Joaquín Climent) es un cliente que intentará llevar las riendas del conflicto sin demasiada fortuna. Sergio (Alejandro Awada en modo español) es un hombre de negocios cuyo maletín podría esconder una sorpresa. Finalmente, Israel (Jaime Ordóñez) es un mendigo lunático con aires de predicador bíblico. Con semejante combo de criaturas, al que se añade el descubrimiento de un gordinflón que ha muerto en el baño tras inyectarse una sustancia desconocida; se desata una imparable cadena de sucesos desesperados. Se sabe que el cine de Alex de la Iglesia actúa por acumulación, y en este caso la película baraja conjeturas que van del ataque terrorista a la invasión alienígena; pasando por la propagación de un virus mortal. A diferencia de La comunidad o Mi gran noche, el clima aquí es más tenso y claustrofóbico. A medida que pasan los minutos, el director abandona sus habituales gags de humor negro para zambullirse de lleno en un relato pesadillesco, que desciende al sótano del bar primero, y después a las alcantarillas de la ciudad. De la Iglesia nunca se ha caracterizado por andar con metáforas. Sus películas podrán tener momentos excesivamente elocuentes o declamatorios -y esta no es la excepción- pero la ferocidad y desparpajo con los que aborda la decadencia moral; jamás se ha montado sobre el criterio del dedo aleccionador. Lo suyo es más bien un permanente festín de la barbarie, que si bien acusa algunos ingredientes ya repetidos; siempre apuesta al riesgo de que el banquete deje un sabor inesperado. Más allá de las peripecias de sus personajes, El bar es una película que no juega a trazar vínculos de empatía con el espectador; sino más bien a agitar sarcásticamente los traumas y ansiedades de una sociedad dinamitada por el miedo. El pánico está encriptado en la médula del film. Un pavor que se incrementa en la marea del sinsentido que avanza sobre la existencia. Y mientras transitamos algo atolondrados por la vida, sin tener ya demasiado claro a qué o a quién temer, Alex de la Iglesia nos lleva de paseo por un mundo tenebroso; ese que transitamos día a día tan inmunes como invisibles. Cualquier atrocidad puede pasar a metros de nuestros cuerpos, y sin embargo ahí seguiremos, naturalizando el horror con tal de subsistir. Disfrazando con algún gesto de humanidad, el espíritu de un tiempo que se agazapa listo para la rapiña. El bar / España-Argentina / 2017 / 102 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Alex de la Iglesia / Con: Mario Casas, Blanca Suárez, Carmen Machi, Terele Pávez, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez y Alejandro Awada.
"Quien ríe último, ríe mejor"; dice ese eterno refrán que perfectamente podría aplicarse a la situación que atravesó el director Olivier Assayas en la edición 2016 del Festival de Cannes. Allí, su película Personal Shopper recibió un estruendoso abucheo durante una función de prensa. Días después, el francés levantó el premio a Mejor Director en el prestigioso festival internacional. El film marca la segunda colaboración consecutiva entre el realizador de Irma Vep y Las horas del verano, con la actriz Kristen Stewart (ya muy por encima del mote de ser "la chica de Crepúsculo"). En en el eslabón anterior, El otro lado del éxito, Stewart interpretaba a la asistente de una estrella (Juliette Binoche); ahora vuelve a estar bajo las órdenes de una celebridad frívola y demandante, a quien apenas veremos en escuetos momentos de la película. Toda la atención y toda la tensión del relato giran alrededor de Maureen Cartwright, la asistente de compras encargada de buscar las joyas y los vestidos más exclusivos en tiendas y talleres de diseñadores de diversas ciudades. Maureen (Kristen Stewart) detesta su trabajo y transita como alma en pena por aeropuertos, trenes y calles. Su única motivación es establecer contacto con Lewis, su gemelo recientemente fallecido. Ella padece la misma afección cardíaca que marcó el final de la vida de su hermano, pero lo que más la inquieta no es la chance de estar en el umbral de la muerte, sino la angustia frente a la ausencia de una señal de Lewis que no termina de llegar. Los dos compartieron sesiones como médiums, y pactaron que quien partiera primero le enviaría un signo al otro. Tras la inquietante primera secuencia en el caserón vacío que Maureen intenta vender (el lugar donde falleció su gemelo), unos sonidos amagan con desatar una furia fantasmagórica. Pero no. Assayas no cae en la catarata efectista de los films sobre fenómenos sobrenaturales, ni tampoco en un formateado registro de thriller cuando la protagonista empieza a recibir múltiples mensajes de texto, con un tono que se desplaza de la complicidad al hostigamiento. ¿Es el hermano de Maureen el autor de esos SMS? A medida que avanza el relato, el director va poniendo en relevancia que la médula de su película pasa más por lo incierto, que por la dinámica de conjeturas y evidencias. Aún cuando la resolución del relato pareciera saldar las intrigas que la película ha tejido laboriosamente durante su metraje, Personal Shopper prevalece como una propuesta arriesgada dentro de los cánones de un cine tan adormecido, como el que actualmente se proyecta en las pantallas festivaleras. Assayas juega a su manera las cartas del cine de género, con un film que va más allá de lo fáctico, para hincar el diente sobre temas como el desdoblamiento, el vacío y el abismo que implica enfrentarse la idea de dejar ir. En tiempos de tantas propuestas unidimensionales, Personal Shopper propone un trance incierto que se abre a múltiples planteos; algunos de ellos exquisitamente incómodos. Unos golpes sobre el suelo, un par de vasos que caen, una figura blanquecina que asecha y se desvanece en el aire; pueden ser perturbadoras señales espectrales. Sin embargo, la verdadera naturaleza del horror no está en su manifestación, sino en aquello más tenebroso que se repliega en el intangible revés de los fantasmas. Personal Shopper / Francia-Alemania / 2016 / 105 minutos / Apta para mayores de 13 años / Guión y Dirección: Olivier Assayas / Con: Kristen Stewart, Lars Eidinger, Sigrid Bouaziz, Anders Danielsen y Ty Olwin.
En términos generales, el cine no se ha caracterizado por ser generoso a la hora de darle a actrices mayores de 60 años, la posibilidad de interpretar personajes autónomos. Generalmente, el rol que se les reserva a las mujeres que transitan su madurez en la pantalla es el de madre, tía, abuela o esposa; con escasas posibilidades de ser las determinantes de los principales giros y motores del relato. Sin embargo, en lo que va del año, podemos celebrar el estreno de tres excelentes películas, protagonizadas por señoras que impulsadas por sus convicciones, toman decisiones con plena determinación. Una de esas joyitas es la brasileña Aquarius, con una Sonia Braga tan vital como aguerrida. La segunda y la tercera están protagonizadas por la misma actriz: Isabelle Huppert. La francesa acostumbra a poner el cuerpo a féminas de fuerte temperamento, pero esta vez logra conquistar dos cumbres al hilo con Elle y El porvenir. En el film de Mia Hansen-Løve (El padre de mis hijos, Edén), que se está proyectando por tercera semana en Cine Universidad, Huppert interpreta a Nathalie Chazeaux, una profesora de filosofía que enfrenta una crisis integral. En poco tiempo, todo su sistema de referencias se desmorona: su marido la deja, su madre ingresa en un deterioro irreversible y la editorial que publica sus libros la deja fuera de catálogo. ¿Qué puede seguir a todo esto? De tratarse de una película concebida a pura fórmula, se impondría el consabido calvario de la depresión, seguido de un edulcorado camino hacia la reconstrucción. Pero la lógica de El porvenir no funciona de esa manera. Primero porque a Hansen-Løve jamás le ha interesado hacer un cine aleccionador plagado de subrayados, y segundo porque lo que se privilegia es una mirada detallada y respetuosa de ese proceso de dolor. El film no se regodea en los momentos en que la protagonista llora, ni la traiciona llevándola a obrar con una lógica que sea ajena a su esencia. El porvenir no sigue el manual de los films sobre segundas oportunidades, aunque tenga a su personaje central frente a esa disyuntiva. Tampoco se plantea como una experiencia hermética y formal. A pesar de que Nathalie se defina como una "mujer intelectualmente satisfecha", las citas autorales y filosóficas se deslizan en la historia con una textura más orgánica que académica. Pero no sólo de conocimiento se nutre la existencia. La película aborda con sutileza el refugio de los afectos. Si bien Nathalie Chazeaux ya no es tan idealista como en otros tiempos, conserva la convicción de inculcar en sus alumnos la elaboración de un pensamiento propio. Los reencuentros con Fabien (Roman Kolinka), un ex alumno devenido en amigo, se debaten entre la interpelación y la confidencia. Al doble duelo familiar que está enfrentando la profesora, se suma el del quiebre de la admiración monolítica que le profesaba su discípulo predilecto. Del universo tangible de las referencias, también subsiste una enorme gata negra heredada de su madre; que por momentos adquiere una inesperada y catártica significación afectiva. Sin allanarle al espectador una resolución única, El porvenir esboza la idea de que la libertad sólo es posible cuando se conquista el despojo de todo aquello que ha perdurado en la inercia. Saltar fuera de una estructura devenida en espejismo de un vínculo, no es tarea fácil. Implica quedar de cara a lo incierto, pendiendo en el borde del tan temido abismo de la soledad. Nathalie no sólo cuenta con la fortaleza intelectual que laboriosamente construyó durante años, sino con la chance de abrazar todo aquello que esté por llegar. L'avenir / Francia-Alemania / 2016 / 102 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Mia Hansen-Løve / Con: Isabelle Huppert, André Marcon, Roman Kolinka y Edith Scob.