La galaxia les quedó demasiado grande Guardianes de la Galaxia” (Guardians of the Galaxy, 2014) fue una sorpresa para sus realizadores, en todo sentido. En el universo cinemático de Marvel no era un filme que se esperaba o que tuviera mucha continuidad con las otras producciones. Además, hablamos de que hicieron un largometraje sobre un grupo de superhéroes de una “segunda línea”, en el sentido que no ostentaban tampoco tanta popularidad como los otros personajes, y tampoco eran tan conocidos para el espectador promedio. Pero fue un éxito rotundo. Tan es así que una semana de que se estrenara se anunció en la Comic-Con de San Diego que iba a haber una secuela y que se iba a estrenar el 28 de julio de este año (no es que le erraron a la fecha en ese momento, sólo que decidieron adelantar el estreno). “Guardianes de la Galaxia Vol. 2” (Guardians of the Galaxy Vol. 2) es el capítulo 3 de la Fase 3 del MCU, y si la primera trataba a groso modo de la formación de una familia muy particular, ésta ahonda en sus orígenes. Pasaron sólo algunos meses desde que los Guardianes se encontraron y decidieron trabajar juntos. Peter Quill (Chris Pratt), Gamora (Zoe Saldana), Drax el Destructor (Dave Bautista), Rocket Racoon (Bradley Cooper) y Baby Groot (Vin Diesel) se dedican a realizar “trabajos” para quienes los contraten, pero es en uno de ellos en que Rocket pone en peligro a todos sus amigos. Es así que escapando para que no los maten, son salvados por alguien llamado Ego (Kurt Russell) y su ayudante Mantis (Pom Klementieff). Este ser se presenta como el padre de Peter y capta automáticamente su atención. Mientras él, Gamora y Drax deciden visitar el planeta de su progenitor; Rocket, Baby Groot y Nébula (Karen Gillan), que es su prisionera, se quedan tratando de arreglar la nave. Este grupito será interceptado por Yondu (Michael Rooker), que viene reclamando su venganza por lo ocurrido en la primera parte. Lo cierto es que algo muy oscuro se cierne sobre estos héroes y, si no están atentos, podría llegar a ser no sólo su fin sino el de la existencia misma. Es tiempo de que vuelvan a salvar al universo. Alguna vez lo hemos dicho, y no nos cansamos de repetirlo: mucho más y a mayor escala no quiere decir que sea mejor. Esta secuela tiene demasiados problemas, pero uno de los más importantes es que a James Gunn, su director y guionista, la película se le va de las manos y pierde completamente el ritmo narrativo. Llega un momento en que el filme se convierte en un caos y se vuelve soporífero y anodino, y no hay efecto especial o chiste que lo salve. Pero además, está segunda parte comete el error fatal de exacerbar y redoblar la apuesta de todo recurso que haya funcionado en la primera. Por lo tanto se siente un refrito mal hecho, más de lo mismo, y eso hace que pierda encanto y frescura. Como toda obra de Marvel, se presentan en segundo plano personajes que van a tener más incidencia en futuros proyectos, hay perlitas para el fanático, y muchos chistes para todos. Se sabía que los Guardianes iban a aparecer en “Avengers: Infinity War” (2018) junto a los otros popes del universo superheroico, pero también se anunció hace poco (sí, como hicieron antes) que va a haber una tercera parte. Ah, si aguantan toda la película, sepan que hay cinco escenas más entre los títulos del final. Ninguna tan relevante o crucial como para que no abandonen la sala tranquilamente. Lamentablemente, “Guardianes de la Galaxia Vol. 2” no está a la altura de la original, es más larga, aburrida y descansa en la grandiosidad de sus efectos especiales. Pero, como pasa desde que el cine es cine, la historia es siempre lo que cuenta. Y acá la trama es lo que falla y bastante. Tal vez vaya siendo hora de que estos guardianes se busquen otro trabajo y optar por contratar seguridad privada.
Una muerte, demasiadas explicaciones En el año 2010 se publicó el libro de ficción que se convertiría en el más vendido de las últimas tres décadas en nuestro país: “Los padecientes”. Escrito por el psicoanalista Gabriel Rolón, viejo conocido nuestro por haber trabajado más de una década en el emblemático programa de radio “La venganza será terrible”, de Alejandro Dolina, esta obra quiso en más de una oportunidad ser llevada a la pantalla grande. Por una u otra cosa, su autor declinó las ofertas. Hasta ahora. Junto al director Nicolás Tuozzo y su habitual colaborador, el guionista Marcos Negri, Rolón se encargó de adaptar a la pantalla grande su novela, e incluso se guardó para sí la chance de actuar en un papel. En el filme, Pablo Rouviot (Benjamín Vicuña) es un reconocido psicoanalista, autor de un par de libros, que no está pasando un buen momento en su vida personal. Acaba de separarse de la mujer que amaba y sus días son una sucesión de sinsentidos, hasta que algo despierta su interés. Una mujer muy hermosa llamada Paula Vanussi (Eugenia Suárez) llega a verlo a su consultorio por recomendación de su amigo y también psicoanalista, El Gitano (Pablo Rago). Lo que quiere es su ayuda para actuar como perito de parte y que visite a su hermano Javier (Nicolás Francella), acusado de asesinar a su padre, y que firme que es inimputable aunque sea el autor del hecho. El psicoanalista acepta este extraño pedido y visita al joven en la clínica psiquiátrica en donde lo tienen internado, pero poco a poco se dará cuenta que hay algo extraño y que Javier, con todos los trastornos psicológicos que acarrea hace años, es imposible que haya matado a su padre. Rouviot comienza a adentrarse más y más en la historia de una familia en la que el patriarca, Roberto Vanussi (Luis Machín), era un poderoso empresario metido en negocios bastante turbios y con gente demasiado importante y pesada. Así, comienza a recomponer la trama siniestra de una historia familiar cargada de violencia y zonas oscuras. Nada es lo que parece entre médicos, policías, abogados y amantes. Pablo se jugará todo obsesionado en revelar la verdad sobre quién es el culpable del asesinato y porqué. Cueste lo que cueste. Lo primero que se puede decir de “Los padecientes” es que es un filme quebrado. Claramente se puede dividir en dos partes: por un lado la presentación de los personajes y por el otro la cuestión detectivesca. Esto, por lo general, se desarrolla de forma continua y fluida, pero en este largometraje resalta demasiado esa división. Hay una sobre explicación de lo que le sucede a esta gente, lo que hizo, lo que hará, sus conversaciones, sus debates, que resultan un tanto frías y que alejan un poco bastante al espectador de la trama principal. La segunda –por suerte mejora– nos va llevando de una manera interesante a la resolución del conflicto y la búsqueda de esa tan ansiada verdad. Con el tema de las interpretaciones no hay mucho para decir, salvo destacar –y bastante– el trabajo de Luis Machín, un actor que siempre demuestra que con pocos minutos en pantalla destaca; el siempre correcto y efectivo Pablo Rago; y Ángela Torres, que interpreta a la tercera hermana de este clan y que tenía un trabajo bastante pesado entre manos y lo supo resolver muy bien. El problema de “Los padecientes” es que tiene algunas torpezas de guión, de narrativa, que de haberlas pulido y trabajado un poco más podrían haber convertido al filme en mucho más. No está mal, pero no es esa joyita que podría haber sido. Una lástima.
“La morgue”: el enigma del cuarto cadáver En un suburbio de Virginia, la policía descubre una escalofriante escena en donde han ocurrido unos asesinatos. En una casa de familia, se ha desarrollado un triple homicidio. No hay pistas, no hay datos, no hay antecedentes previos de problemas entre las personas muertas encontradas allí. Todo el asunto es un enigma. Pero en el sótano ocurre lo más extraño: hallan un cuarto cuerpo, un cadáver femenino no identificado, al que temporalmente llaman Jane Doe (Olwen Catherine Kelly). En la morgue y crematorio Tilden, el veterano médico forense Tommy Tilden (Brian Cox) está trabajando con su hijo, Austin (Emile Hirsch), un técnico médico. Austin está a punto de salir con su novia Emma (Ophelia Lovibond) cuando el sheriff Burke (Michael McElhatton) llega con Jane Doe. Debido al creciente interés de los medios y para darles alguna explicación por lo ocurrido, solicita que la autopsia se realice esa misma noche, y para la molestia de Emma, Austin se queda a ayudar a su padre. Tommy y Austin comienzan el procedimiento. El cadáver tiene las muñecas y tobillos rotos; la lengua cortada; le falta un molar derecho. Además, descubren cosas sorprendentes: los pulmones están ennegrecidos, los órganos cicatrizados y la piel cubierta de lesiones. En su estómago hay un pedazo de tela, cubierto de extrañas marcas, que contiene su diente perdido. Poco a poco, padre e hijo comenzarán a ser víctimas de sucesos extraños y afrentarse a cosas que van más allá de este mundo. Esto es lo que nos ofrece “La Morgue” (The Autopsy of Jane Doe, 2016), la primera incursión en el género de terror –y muy buena– del director noruego André Øvredal, que hace unos años atrás llamó la tensión de todos con el filme “Trollhunter” (Trolljegeren, 2010). Lo que tiene de atractivo este largometraje es que se sostiene a los largo de sus casi 90 minutos con muy pocos personajes en escena, no más de tres si contamos a la pobre Jane Doe que lo único que hace es estar acostada mientras la examinan. Y no es fácil tener al espectador atento con tan pocos actores, ya que eso sólo se logra con una gran y atractiva historia, muy bien contada y con mucho talento actoral. Ahí es donde puso todas sus energías el realizador y la apuesta le resultó brillante. Primero y principal, Cox y Hirsch son sólidos como padre e hijo, y por demás creíbles. Sus personajes están pasando por un momento difícil, y ese sentimiento fluye a través de la pantalla. Segundo punto a favor: cómo con pequeños detalles y sutilezas, luces, planos de cámara y sonidos, un cadáver pueda infundirle miedo al espectador aunque jamás se mueva un milímetro en todo el filme. Tercero y último: la ambientación fría, la poca luminosidad, lo angustiante del trabajo que hacen y lo claustrofóbico de la morgue hacen que el combo cierre perfecto. Øvredal mezcla todo en su medida justa y hace un cóctel terrorífico, prescindiendo de efectos especiales elaborados o los típicos trucos del género vistos miles de veces. El espectador siente todo el tiempo que hay algo malo en la habitación y que nada bueno puede sucederle a estos hombres. El gran Stephen King dijo que “La Morgue” tenía un “terror tan visceral que rivaliza con “Alien, el Octavo Pasajero” (Alien, 1979) y la obra de (David) Cronenberg de los primeros años”. Y sentenció: “Véanla, pero no solos”. Si el Maestro del Terror opinó eso, no hay mucho más que decir. Si quieren experimentar un buen susto, “La Morgue” los estará esperando. Pasen tranquilos que el examen será rápido y efectivo.
Los hermanitos sean unidos... ¡contra Puppy Co.! Tim (Miles Christopher Bakshi) es un niño de siete años que lleva una vida perfecta con sus padres. Recibe todo su cariño y amor, juegan con él y es el centro de atención del hogar. El pequeño también tiene una vívida imaginación que le permite convertir a todo su entorno en una gran aventura que ocurre en el espacio, la selva o el mar. Tim la pasa muy bien. Claro que todo eso está por acabarse con la llegada de su nuevo hermanito bebé (Alec Baldwin). De repente Tim pierde todos sus privilegios, atención y cuidados de la casa, provocándole unos celos tremendos. El pequeño cree que hay algo extraño con ese ser que vino a invadir la calma y tranquilidad que tenían los tres, y no puede entender cómo sus padres estén tan embobados que no puedan ver que no es normal que el bebé use un traje. El niño confirma sus sospechas cuando descubre que el chiquito puede hablar y que trabaja para Baby Co., en donde se encuentran los bebés más inteligentes que hayan nacido. Su propósito es descubrir el maquiavélico plan del director general de Puppy Co. (Steve Buscemi), una corporación que pretende robar el amor de los adultos por los niños y que lo tengan ahora totalmente por las mascotas. Los dos hermanos tendrán que unirse entonces como una verdadera familia para restablecer el orden del mundo y demostrar que el amor es una fuerza indestructible. De esto se trata “Un jefe en pañales” (The Boss Baby, 2017), la nueva y refrescante propuesta de DreamWorks Animation que lo tiene a Tom McGrath detrás de cámaras. El director cosechó bastante experiencia con la saga de “Madagascar”, y también es conocido por ponerle la voz a Skipper, uno de los pingüinos. El filme está inspirado en el best seller homónimo de 2010 escrito e ilustrado por Mala Frazee. Si bien el largometraje tiene esta cosa de “espías” y aventuras, el tema de fondo es las relaciones familiares. Está muy inteligentemente retratado cómo cambia la vida de todos con la llegada de un nuevo integrante de la familia, tanto en los padres como en los hermanitos. Aquellos que tengan hijos van a sentirse identificados, y quienes tengan hermanos –adultos o no– lo que vive el pobre Tim les va a resultar totalmente familiar. Y puse “adultos o no” porque en la función de prensa en donde vi la película estaba repleto de chicos que asentían con la cabeza y se reían con lo que le pasaba al personaje. Detalle no menor. El largometraje tiene una estética vintage, que apela y toma los recursos de esos viejos dibujos animados que mirábamos de chicos y que le dan un toque distintivo. El guiño para los adultos también está en referencias a música y series de televisión que van a sacar una sonrisa a más de uno. Todo chiste o gag que se pueda hacer con bebés y su formas y manera existe en esta película, lo que demuestra cómo estudiaron a los chicos. Además que hay que reconocerle que tiene un gran sentido del humor y mantiene al espectador todo el tiempo entretenido. Una perlita chiquita: Tim tiene un despertador de Gandalf. El actor que le pone la voz al pequeño es Miles Christopher Bakshi, nieto de Ralph Bakshi, el director de la versión animada de “El señor de los anillos” (The Lord of the Rings, 1978). “Un jefe en pañales” es de esas obras que llegan “calladitas” y sin generar mucha atención y que de repente son una joya encubierta. En este fin de semana largo es una gran apuesta para ir al cine en familia sin lugar a dudas. La van a pasar muy bien.
Los abuelos quieren rock... y un poco de justicia n 1979 se estrenaba en Estados Unidos la comedia “Going in Style”, dirigida por Martin Brest, el mismo de “Un Detective Suelto en Hollywood” (1984) y “Perfume de Mujer” (1992), entre otras cosas. El filme, que sólo se pudo ver años más tarde en canales de cable en nuestro país, seguía a tres ancianos personificados por George Burns, Art Carney y Lee Strasberg. Este trío de abuelitos, aburridos de su monótona existencia en la ciudad de Nueva York, decidían ponerle un poco de pimienta a su vida y planificaban un asalto a un banco. Además de tener en los actores protagónicos un talento inconmensurable, a la película le fue bastante bien y hasta se llevó algún que otro premio en el Festival de Venecia de 1980. Casi 40 años después nos llega la remake de este largometraje titulado “Un Golpe con Estilo” (Going in Style, 2017). Joe (Michael Caine) es un anciano que concurre a su banco tras recibir una notificación en la que le advierten que podría perder su casa –en la que vive con su hija y su nieta– si no salda una deuda, generada por culpa de una mala transacción bancaria recomendada por la misma entidad. Mientras se encuentra allí, presencia cómo un grupo de ladrones asalta el lugar y huye con éxito. Esto deja pensando al bueno de Joe, y le da bastantes vueltas en la cabeza. Cuando recibe la noticia de que van a rematar su casa dentro de un mes; y que su mismo banco es el que les congela las pensiones a él y a sus amigos, se le ocurre la idea de robar el lugar con la ayuda de sus compañeros de toda la vida. Ellos son los octogenarios Willie (Morgan Freeman), un hombre que tiene un grave problema de salud y lo que más desea es poder ver a su familia de nuevo antes de morir; y Albert (Alan Arkin), un hombre que vive quejándose de todo y de todos, esparciendo amargura por doquier. Así, sin nada que perder, este trío de amigos tratará de lograr lo imposible y al mismo tiempo llevar un poco de justicia poética a todo el asunto. Esta nueva versión del largometraje de la década del setenta viene un poco bastante más edulcorada que su antecesora. La original es más dramática –un poco nada más– y la trama es un tanto diferente. En esta también juegan con el hecho de cómo se trata a los ancianos, o que se los considera casi inútiles y descartables. Y por elevación tocan el tema del perverso sistema financiero de ese país en que los bancos dejaron (y lo siguen haciendo) un tendal de personas arruinadas. Más allá de esto, los chistes funcionan porque los protagonistas tienen tanto, o más, talento que el trío original. Manejan la comedia y las situaciones a su antojo y estilo. Aunque, vale decirlo, las mejores risas las logra el personaje secundario del gran Christopher Lloyd, que hace de un viejo totalmente senil y fuera de toda realidad. Por supuesto que la trama es totalmente inverosímil y no vale ni la pena reflexionar sobre lo que ocurre porque encontraríamos miles de errores, falencias y cosas que no cierran. Está bien filmada, cortesía del actor-director Zach Braff, todo lo que tiene que ver con el golpe y cómo lo planifican también, y se rescata ver nuevamente en la pantalla grande a Ann-Margret, la cantante y actriz que fue una sex symbol de la década del sesenta. Y no mucho más que eso. Un Golpe con Estilo es una comedia livianita para pasar el rato en una tarde de domingo lluviosa y si –sólo si– no tienen nada mejor que hacer (ojo que un mazo de cartas asegura mucha más diversión, eh).
¿Ser o no ser?: el robot que hay en mí En mayo de 1989 se publicaba en la revista “Young Magazine” el manga “Ghost in the Shell”, de Masamune Shirow (nombre artístico de Masanori Ota). La trama se desarrollaba en el año 2029, en donde el ser humano ha sido capaz de implantar tecnología en su cuerpo aumentando así sus capacidades. Es difícil diferenciar a los humanos de los robots, pero todos se conectan a través de sus “ghost” –su alma– a un espacio cibernético donde se encuentran todos los datos creados por la sociedad. La protagonista es la mayor Motoko Kusanagi, que posee todo un cuerpo artificial y trabaja para la Sección 9, organismo que se dedica a resolver los crímenes y delitos que tienen que ver con esta nueva tendencia. Su función es evitar los continuos atentados de criminales cibernéticos y terroristas tecnológicos. La Mayor se ve envuelta en la investigación del ghost de un hacker que se hace llamar Puppeteer que la llevará a indagar más sobre su propio pasado. Durante ocho entregas, hasta noviembre de 1991, esta obra se dedicó a profundizar y poner el punto en las consecuencias éticas y filosóficas de la unión entre el hombre y la máquina, la identidad, la inteligencia artificial, la tecnología, la existencia del ser humano. Esta obra fue tan interesante que dio lugar a una segunda parte (1992-1995), una continuación del primer manga (1991-1997). Dos temporadas de una serie de animación más una OVA (Original Video Animation), y dos películas –la más conocida en nuestro país es la de 1995-. Tardó pero ahora nos llega la versión “hollywoodense” de esta magnífica obra japonesa. Mira Killian (Scarlett Johansson), también conocida como la Mayor, es un híbrido cyborg-humano femenino único en su especie, que lidera la Sección 9, un grupo de trabajo que se dedica a detener a los extremistas y criminales más peligrosos. Cuando se enfrente a un hacker llamado Kuze (Michael Pitt), cuyo único objetivo es acabar con los avances de la empresa Hanka Robotic’s en la tecnología cibernética (que la “creó” a ella), se verá inmersa en una intriga que la hará dudar de absolutamente todo. Incluso de su existencia. Lo primero que hay que decir de “La Vigilante del Futuro” es que es visualmente hermosa, y que sus efectos especiales los van a dejar con la boca abierta. Sí, no existe aparentemente nada que esta gente no pueda crear para una película. Pero todo lo demás, todo lo interesante que tenía la historia de donde se nutre el filme, está lavado, rebajado, casi aguado, diríamos. Es que el largometraje sí indaga en la pregunta existencialista de la fusión hombre-máquina, explora lo de la supervivencia del alma por sobre la tecnología, o la ética de los avances y hasta dónde se puede llegar en pos de la modernidad. Pero hasta ahí. Porque después quiere darle acción, llamar al espectador a que no se aburra en sus butacas, entonces deja de lado eso para centrarse en tiros, peleas, explosiones (que tampoco es tanto, apenas un par de escenas). El tema es que resulta una especie de híbrido –al igual que la protagonista– que se queda a medio camino entre el filme de acción o el existencial. Hermoso el ambiente cyberpunk –siempre es efectivo mezclar el futuro pero con lo oriental, como en este caso– y las referencias a todas esas películas como Blade Runner (1982), Matrix (The Matrix, 1999), y podríamos seguir. Si se preguntan por Scarlett, bueno, hace lo que puede con lo que tiene. La Vigilante del Futuro plantea un tema mucho más que interesante, pero no con la profundidad o interés de, como por ejemplo, lo hizo Westworld (2016- ). En definitiva, a esta obra le falta el “alma” de la que tanto pregona.
“Life - Vida Inteligente”: extraterrestre peligroso acerca el miedo No es sencillo encontrar en los últimos años buenos exponentes de terror, y menos que sucedan en el espacio. Parecería que los realizadores no se tomaran el tiempo suficiente para desarrollar las historias o tramas de las películas y confiaran plenamente en que los efectos especiales o los gastados “golpes de efecto” sean suficientes para lograr el cometido de asustar al público. Pero, de vez en cuando, muy de vez en cuando, nos llegan obras que vienen silbando bajito y se convierten en algo fresco y entretenido para ver. Y ese es el caso de esta gran sorpresa llamada “Life - Vida Inteligente” (Life, 2017). Roy (Ryan Reynolds), Miranda (Rebecca Ferguson), David (Jake Gyllenhaal), Kat (Olga Dihovichnaya), Hugh (Ariyon Bakare) y Sho (Hiroyuki Sanada) conforman el equipo de científicos que se encuentra a bordo de la Estación Espacial Internacional. Su misión consiste en comprobar si las muestras recogidas en el planeta Marte presentan indicios de vida inteligente. Hugh, que es el principal responsable del estudio, encuentra una célula microscópica a la que, después de darle el ambiente adecuado, logra revivirla de su estado de hibernación. Finalmente, la humanidad se encuentra por primera vez ante la prueba irrefutable de la existencia de vida extraterrestre. La gran novedad pronto es compartida con todos los habitantes del mundo y hasta bautizan con el nombre de “Calvin” al ser alienígena. Con el pasar del tiempo, Calvin comienza a crecer y a mostrar signos de poder adaptarse a su medio ambiente y tener inteligencia. Pero un hecho fortuito hará que, desgraciadamente, el grupo de astronautas descubra demasiado tarde que esta forma de vida es más inteligente de lo que esperaban, hasta tal punto de que sus vidas podrían estar en grave peligro. ¿Cuál es exactamente la amenaza a la que se enfrentan? ¿Cómo le harán frente? Si están pensando que este largometraje tiene cierto tufillo a “Alien, el Octavo Pasajero” (1979), están en lo cierto. “Life...” está inspirada en la película de Riddley Scott y hasta posee dos o tres escenas que trasladan al espectador automáticamente a ese clásico. Pero lo cierto es que la historia de los guionistas Rhett Reese y Paul Wernick –los mismos de “Deadpool” (2016)– va por otro lado y juega con otra clase de terror intrínseco. Recordemos que el xenomorfo baboso aparece recién a la hora de película y sólo se lo ve en pantalla 4 minutos en total. Calvin no tarda demasiado tiempo en presentarse como un peligro para la pobre tripulación y su apariencia es tan frágil y delicada que despierta hasta cierto escozor. La trama expone el peligro de que la Estación Espacial Internacional orbita cerca del planeta, y lo peor que podría pasar es que, de alguna manera, Calvin no pueda ser contenido y llegue a la Tierra. El director sueco Daniel Espinosa (sí, nació en Estocolmo) tiene también la pericia suficiente para diferenciarse de “Alien” y llevar el foco de atención por otro lado. El realizador es el mismo de “Protegiendo al enemigo” (2012) y “Crímenes ocultos” ( 2015) y hay que remarcar que, con el correr de los filmes, va creciendo en su trabajo. Otra cosa para destacar es la construcción de los personajes, ya que la audiencia llega a conocerlos y logra cierta empatía. Eso hace que cualquier cosa que les pase repercuta en mayor medida. Definitivamente, “Life - Vida inteligente” es un gran largometraje que confía en lo que tiene para contar, lo hace de manera entretenida y además tiene un final increíble. Bienvenido Calvin al panteón de los extraterrestres peligrosos.
“Casi leyendas”: tiempo de revancha y amistad Axel (Santiago Segura) es un hombre bastante particular. Vive en España, no tiene amigos, es solitario, lo social no se le da y lo único que tiene es a su anciano padre en un asilo. Pero hay algo que lo apasiona y es la música. Cuando se entera que en la Argentina están haciendo un revival de viejas bandas, se le ocurre que es la oportunidad de volver a tocar con sus antiguos amigos. Es que hace más de 20 años, ellos conformaban Auto Reverse, un grupo que estaba a punto de alcanzar el estrellato si tocaban en un recital pero, por alguna extraña razón, no se presentaron. Es así entonces que Axel se toma un avión hasta Buenos Aires en busca de sus ex compañeros. Primero dará con Javier (Diego Peretti), quien ahora es profesor de secundaria. Su vida es totalmente calamitosa: está deprimido porque no puede superar la muerte de su esposa, no encuentra la manera de conectar con su hijo adolescente, y lo más triste es que se le acabaron las razones para seguir en esta vida. Después seguirá Lucas (Diego Torres), el último integrante que no tenía tan buena relación con Javier. Lucas es abogado, está atravesando su divorcio, y para colmo acaban de echarlo porque es factible que se haya quedado con dinero de forma ilegítima. Por distintos motivos, los tres accederán a juntarse para tocar de nuevo: Javier para encontrarle un sentido a su vida, Lucas para tratar de zafar de una condena y mostrar esto como si fuera un acto benéfico, como una probation; y Axel porque quiere demostrar que ellos podrían haber alcanzado la gloria. Los espera un doble desafío: ser la banda que siempre soñaron y como si fuese poco solucionar sus problemáticas vidas. De esto trata “Casi leyendas” (2017), película escrita y dirigida por Gabriel Nesci, aquel que nos sorprendiera gratamente con “Días de vinilo” (2012), otro filme sobre la amistad y la música. Porque de eso, y de segundas oportunidades, es de lo que trata esta película. ¿Somos capaces de rehacer nuestras vidas? ¿Tenemos el coraje de volver a retomar los sueños que alguna vez tuvimos? ¿Está escrito nuestro futuro o sólo no somos capaces de ver otros caminos que se nos presentan a nuestro alrededor? Una de las claves para que este proyecto funcionara era tener a un trío protagónico que nos transmitiera que había una relación, un conocimiento previo, algo que los relacionara a todos ellos. Y eso funciona con creces. Santiago Segura destaca un poco más de sus compañeros porque su personaje -una mezcla de Forrest Gump con el Raymond Babbitt de Dustin Hoffman en “Rain Man” (1988)- no tiene filtro, dice lo que siente y piensa y, además, tiene unas líneas de diálogo que son muy, pero muy graciosas. Hay que destacar que las canciones del grupo son originales y muchas –sino todas– están escritas por Nesci, así que en cualquier momento salen los discos para comprar (suenan muy bien, en serio). Hay participaciones especiales como las de Julieta Cardinali, Rafael Spregelburd, Bebe Sanzo, Arturo Bonín y CAE (aplausos porque sabe cómo reírse de sí mismo). Así como también los secundarios de Claudia Fontán, que hace de una ex groupie de Auto Reverse; y Florencia Bertotti, hermana de ella y la fanática número uno del grupo cuando era chiquita. “Casi leyendas” es una “comedia blanca”, es decir que no hay muchas vueltas, es todo demasiado previsible y media hora antes se sabe cómo va a finalizar. Tal vez eso sea lo único reprochable, pero no quita que sea muy divertida, con algunas escenas hilarantes y algunos diálogos que son para hacer remeras. Una linda película, con música buena, para disfrutar en el cine. ¿Qué más pueden pedir?
La Guerra de Vietnam acaba de terminar. Es 1973 y el mundo está convulsionado por los cambios que se avecinan. Bill Randa (John Goodman) y Houston Brooks (Corey Hawkins) son dos hombres que trabajan para una misteriosa organización llamada Monarch que se dedica a investigar todos los fenómenos extraños que se suceden en el planeta. Su nuevo objetivo ahora es tratar de convencer al gobierno para que los financie en un viaje de investigación a la inexplorada Isla Calavera, un lugar aislado del Pacífico lleno de mitos y leyendas. Es así como logran juntar a un grupo de viajeros, exploradores y soldados que los acompañen en esta travesía. Entre ellos están el capitán James Conrad (Tom Hiddleston), experto rastreador y ex militar inglés convertido en mercenario; Mase Weaver (Brie Larson), una fotoperiodista antiguerra; el teniente coronel Preston Packard (Samuel L. Jackson) y los hombres a su cargo; y un grupo de científicos preparados para investigar el extraño ecosistema de la isla. Pero al adentrarse en esta bella y también traicionera isla, los exploradores encontrarán algo sorprendente. Sin saberlo, estarán invadiendo los dominios del mítico Kong, el gigante gorila rey de esta isla. Será Marlow (John C. Reilly), un ex piloto de la Segunda Guerra Mundial que se estrelló allí y nunca más pudo salir, quien les enseñe los secretos del lugar, además del resto de seres monstruosos que la habitan... Lo primero que hay que decir es que esta es la segunda entrega de algo que se llama MonsterVerse, que comenzó con “Godzilla” (2014). Esto es algo así como un universo compartido por varios monstruos gigantes en el que la idea es que terminen enfrentándose, algo que hizo el estudio japonés Toho durante décadas hace más de 50 años. La organización Monarch también estaba presente en el filme del reptil, de ahí la conexión. En este largometraje la idea fue ir directamente a los bifes, y nuestro gorila gigante –con 31.6 metros el segundo más grande de todas las películas hechas sobre él hasta ahora– aparece desde el arranque como para que no tengamos dudas que esta obra está para mostrarnos a la criatura en toda su dimensión. Y tanto es así que, salvo por un par de excepciones (Packard y Marlow) los personajes humanos no tiene desarrollo, o conflictos y están desprovistos de cualquier rasgo de interés para el espectador. “Señores, este es un filme sobre monstruos gigantes que se dan murra, lleno de efectos especiales y con el único objetivo de mostrar eso. ¿Qué más quieren?”, dirían los productores. Por eso, hay que felicitar al filme porque es honesto y no pretende más que eso. Pero también hay que decir que no logra lo que lograban los primeros largometrajes que exploraron el tema, porque al menos ellos contaban con la espectacularidad, sorpresa y originalidad de esas luchas titánicas que se desarrollaban en cualquier escenario, preferentemente ciudades. Hoy, con todos los avances, es quedarse a medio camino centrarse sólo en la lucha y nada más. Además, claro, de desperdiciar tanto talento actoral. Dicho sea de paso, un casting mal hecho porque Hiddleston o Larson no son la elección correcta para los roles. El director Jordan Vogt-Roberts no tiene experiencia y se nota: tiene grandes problemas narrativos, algunas escenas son demasiado torpes y sin sentido, y abusa mucho de los claros homenajes a “King Kong” (1933) y “Apocalipsis Now” ( 1979). Lo más interesante está en la escena poscréditos, en la que si cumplen con la mitad de lo que prometen, tal vez podrían hacernos olvidar de este mediocre intento de darle vida a Kong. Este señor se merece más respeto.
“Logan”: un final digno para Wolverine Es el 2029. Ya no existen mutantes, o al menos están a punto de extinguirse, ya que en los últimos años no se ha registrado ningún nacimiento de algún bebé con el gen diferencial. Un solitario y desesperanzado Logan (Hugh Jackman) está viendo pasar sus días bajo los influjos del alcohol en un escondite que se encuentra en un tramo remoto de la frontera mexicana, ganando unos cuantos dólares como chofer por encargo. Su objetivo, o lo que intenta hacer, es juntar la cantidad necesaria de dinero para comprar un bote y escapar de ese horrendo lugar en el que se encuentra junto a sus compañeros de exilio: el marginado Caliban (Stephen Merchant) y un enfermizo Charles Xavier (Patrick Stewart), cuya singular mente está deteriorara y se ve plagada con convulsiones cada vez peores que pueden hacer que destruya todo lo que está a su alrededor. Pero los intentos de Logan por esconderse del mundo y ocultar su legado se ven interrumpidos de manera abrupta cuando una mujer misteriosa aparece con una petición urgente: que Logan guíe a una niña extraordinaria hasta su seguridad. Primero se resiste, pero cuando le ofrecen una gran cantidad de dinero con el que podría alcanzar su ansiado objetivo, acepta. Claro que ahora deberá lidiar contra fuerzas siniestras y un villano de su propio pasado en lo que se vuelve una misión de vida o muerte; una que pondrá a este guerrero deteriorado por el tiempo en un camino que lo llevará a consumar su destino. No es ninguna novedad que el actor Hugh Jackman declaró que esta es la última vez que personifica a Wolverine, personaje que lo llevó rápidamente a la fama mundial cuando lo interpretó por primera vez en el 2000. Nueve veces –cameos incluidos– Jackman se calzó las garras, pero declaró que su edad y el cáncer de piel que padece eran razones suficientes para abandonarlo. Y, por más que nos saque un lagrimón a todos, se despide de la mejor manera con una película épica en todo sentido. Por un lado repite con el director James Mangold tras !Wolverine: Inmortal” (The Wolverine, 2013), y en este caso el realizador logra meternos en una atmósfera cruda, salvaje, opresiva, contrarrestada con los pocos momentos de “tranquilidad” y “humanidad” que hay en el filme. La dirección es impecable; tiene en algunas escenas unos planos deliciosos, hay momentos de acción que te dejan con la boca abierta y, lo más importante, le hace justicia al personaje a lo largo de todo el filme. Para aquellos que son muy comiqueros, la historia toma cosas de “Old Man Logan”, “Mutant Massacre” y “X-23”. El gran acierto de la narración es que nunca se nos explica porqué Logan está viejo, o le cuesta sanar de sus heridas o porqué el Profesor X está en un estado deplorable y empastillado todo el tiempo. Se nos sugiere que algo malo ocurrió en lo que muchos mutantes murieron pero nada más (¿tal vez hay planes de una precuela?). El tema es: vemos superhéroes otrora magnánimos en la decadencia total y eso pega fuerte en el fanático y en el espectador. Por otra parte, Laura (Dafne Keen), la nena que se ve en los avances y a la cual debe proteger Logan, conocida como X-23, su clon; es un personaje maravilloso que va a asombrar a más de uno. Logan nunca deja de ser Logan, ese ser hosco, malhumorado, que no sonríe y que está en estado salvaje permanente, pero que alberga un corazón y una nobleza enormes. Este largometraje no es apto para chicos –hay mucha sangre y violencia–, y para todos los que vimos crecer al personaje en la pantalla es una más que digna película que sirve para despedirlo. No te decimos hasta siempre, Wolverine, sino hasta luego. Ojalá volvamos a encontrarnos.