Una chica de 14 ha crecido con un león blanco como mascota y debe salvarlo de ser vendido para liberarlo en África. Salvo por ciertos momentos un poco estirados, esta historia de una chica de 14 que ha crecido con un león blanco como mascota y que debe salvarlo de ser vendido para liberarlo en África es probablemente una historia muy vista. Pero todas lo son, y lo que vale es cómo se las muestra (incluso si se las muestra otra vez). No sólo se trata de un film realizado con enorme simpatía por los personajes y por los espectadores, sino que resulta siempre creíble. Una gran alternativa al cine familiar que nos suele castigar últimamente.
Reflexión con mucho de autobiográfico sobre lo que implica la maternidad. Escritora, actriz y dramaturga, aquí Romina Paula se prueba en el cine con buen pie. Reflexión con mucho de autobiográfico sobre lo que implica la maternidad. De nuevo muestra, además, las posibilidades de construcción de una ficción como prisma para comunicar algunas ideas e incluso algunas verdades a puro juego con la imagen. Paula entiende los problemas fundamentales del cine, y eso no es poco.
Un extraordinario Antonio Banderas en el mejor trabajo de su vida. Aunque uno se resista, a la larga se termina rindiendo ante al menos alguna película de Pedro Almodóvar, un tío que ha alcanzado la cima de su arte y que puede resolver cualquier problema técnico –o estético– que le presente el cine. Dicho de otro modo, puede hacer lo que quiera. Y desde hace un tiempo ha transformado sus películas en un álbum autobiográfico. “Dolor y gloria” está más cerca de la fallida “Los abrazos rotos” pero el grado de precisión emocional, la amabilidad con la que Almodóvar construye al protagonista (un extraordinario Antonio Banderas, en el mejor trabajo de toda su carrera aunque suene a lugar común) y la aparición de un humor con sordina, más alejado de la ironía que en, por ejemplo, el final de “La piel que habito” hacen del film eso que sólo un gran cineasta logra: un pedazo de vida.
Una joven se convierte inadvertidamente en el ser más poderoso del Universo y sufre la última tentación, la del poder absoluto. Las películas de los “X-Men”, esos personajes de Marvel que, por cuestiones comerciales, no estaban (hasta ahora…) entre las marcas que tiene Disney siempre fueron un poco aparte dentro del género “superhéroes”. Detrás de ellos siempre aparece la cuestión de que estos mutantes despiertan más desconfianza que adhesión entre el resto de los humanos, y además aparece el “qué hacer”: aprovechar el poder para dominar a los no poderosos, aprovecharlo para ayudar. Esas tensiones siempre le dieron a esta serie un peso mayor que, por ejemplo, Avengers, que es puro espectáculo sin demasiados problemas morales. En Dark Phoenix, que en más de un momento está mucho más cerca del cine de terror que del de aventuras (Jane, el personaje que ahora interpreta Sophie Turner, está más cerca de Carrie que de la Mujer Maravilla), estos problemas se llevan a un punto de quiebre, y la puesta en escena se hace cargo de lo complejo y terrible que es el tema: una joven se convierte inadvertidamente en el ser más poderoso del Universo y sufre la última tentación, la del poder absoluto. (Te puede interesar: Joe Hill, el heredero de Stephen King) Por supuesto que las secuencias de acción son muy buenas; también son bastante realistas. Pero lo más interesante es que lo verdaderamente realista, lo que genera conflicto, es lo que pasa dentro de los personajes, reflejado espectacularmente en sus poderes. Gran película, más rica en ideas de lo que parece.
La biografía de Elton John, una especie de fluir de la conciencia pop que narra la vida del cantante británico. Rompamos todo suspenso y sí, es mejor que “Bohemian Rhapsody”, y la filmó el tipo que hizo la segunda unidad de la biografía de Freddie Mercury. Si quería saber eso, ya está. Si quiere saber si vale la pena ver “Rocketman”, biografía de Elton John, le pregunta a la persona inadecuada: le voy a decir que cualquier película vale la pena incluso si no nos gusta. ¿Entonces? Entonces el lector se pregunta qué es. Y entonces le decimos que es una fantasía, una especie de fluir de la conciencia pop que narra la vida del cantante británico (que es mucho más que “un cantante británico”, amigos, es Elton John, nada menos) durante su salto a la fama de la única manera en que es posible: como un gran musical colorido y festivo incluso en sus momentos más o menos trágicos.
La idea es que la razón puede dominar al monstruo, pecado intelectual expandido durante el siglo XX en todas partes. Quizás sea un comentario demasiado detallista, pero una de las virtudes de esta película es que las peleas entre monstruos gigantescos se entiendan. Mover tales masas digitales e integrarlos con los actores es una hazaña tecnológica que sacude el tedio de la trama. Pero lo molesto del asunto es que tenga una idea importante que se disuelve con la historia de la familia que sana sus heridas a través de la locura primero y del sacrificio, después. La idea es que la razón puede dominar al monstruo, pecado intelectual expandido durante el siglo XX en todas partes. (Te puede interesar: Rocketman: un gran musical colorido y festivo) Se verá al final de este film que la cosa es bastante relativa y que ese “dominio” implica volverse sus mascotas. Ese tema, que podría darle un peso grande a la película, se pierde en pos del puro movimiento y de algunas imágenes casi alegóricas. Módica gigantomaquia llena de ruido y furia que no significa gran cosa (pero se ve bien).
Un viaje hacia el sur argentino con una misión: llevar consigo a una criatura extraterrestre perdida en nuestro planeta. Tres personajes que tienen poco en común –pero descubrirán que tienen mucho en común– parten en un viaje hacia el sur argentino con una misión: llevar consigo a una criatura extraterrestre perdida en nuestro planeta. Con esta historia, Santiago Loza hace una película fresca, humana y realmente de aventuras (aunque suene raro adjudicarle tal género a un film argentino) que muestra en el movimiento exterior el recorrido exterior de los personajes. Algo poco frecuente en el cine nacional, cuyo valor es menos la novedad que la calidad de la puesta.
Una historia de adolescentes que quieren portarse un poquito mal y terminan encontrando alguien que se porta realmente peor. Gracias a que Octavia Spencer entiende el juego y se parodia a sí misma en gran parte del metraje, esta historia de adolescentes que quieren portarse un poquito mal y terminan encontrando alguien que se porta realmente peor resulta una de las más entretenidas parábolas de terror recientes . No hay demasiada originalidad en que el personaje es psicópata, por cierto, pero ese abuso de información es bienvenido: multiplica el suspenso y nos abre la pregunta sobre cuándo “Ma” se mostrará tal cual es. Mérito de Spencer, por cierto.
La nueva versión con ambientación farolera y cámaras que se mueven “porque se puede” es, figura humana mediante, lo contrario de lo que fue la original En cada época aparecen directores de cine a los que podemos definir con la frase “mirá, mamá, filmo sin manos”. Son los exhibicionistas de movimientos raros, de imágenes decorativas o “simbólicas” en el sentido más torpe posible. En tal estante, sobresale en el mundo anglosajón Guy Ritchie, que tiene al menos el tino de buscar la diversión y, por eso y ocasionalmente, hacer películas que se pueden ver con alguna sonrisa (El agente de CIPOL, la primera Sherlock Holmes). Paralelamente, Disney ha decidido que el dibujo animado es una cosa horrible y descartable, y por eso “rehace” sus clásicos –y no tanto– animados con actores. Esta versión de Aladdin es por momentos divertida. Pero es necesario compararlo todo porque la nueva versión políticamente correcta con ambientación farolera y cámaras que se mueven “porque se puede” es, figura humana mediante, lo contrario de lo que fue la original. La original era un cartoon, la creación de comicidad a partir del absurdo y el movimiento, de las ganas de jugar de Robin Williams, de no tomarse nada en serio. (Te puede interesar: Cine: cuáles son las películas imprescindibles que hay que ver) Aquí Guy Ritchie se toma a Disney y a “la vieja” Aladdin en serio y eso vuelve todo un poco más solemne, un poco más redundante, un poco más pesado (de menos de 90′ a más de dos horas de una versión a la otra, ejemplo de inflación que lastra todos estos artefactos “aggiornados”) que el original (que no era “genial”, no, tampoco). En fin: Guy Ritchie filma sin manos. Así le sale.
Una película de acción, entendida como una manera de crear emociones sólo a partir del movimiento. John Wick es como un milagrito en Hollywood: una saga que apareció de la nada, con una premisa absurda al principio pero que generó un auténtico culto (en este momento, la tercera entrega destrona de la taquilla americana a “Avengers-Endgame”). Aquí la comunidad de asesinos va detrás del atribulado John, la máquina de matar perfecta. La sorpresa por el universo fantástico y lleno de excentricidades bellas de la primera película ya no está, el mundo subterráneo que plantea es toda una sociedad y Wick se ha vuelto un poco más complejo. Nada de eso conforma el atractivo de la película sino transformar las escenas de acción en obras plásticas realizadas con una combinación de ojo estético y precisión tecnológica que es muy difícil de encontrar. Cine de acción entendido como una manera de crear emociones sólo a partir del movimiento, lo que no está lejos del cine más experimental.