El trabajo de Penn y Gibson es suficiente para que esta historia rara que demuestra que un hombre es mucho más que una sola cosa se convierta en un cuento agradable. Esta es la historia de dos hombres igualmente locos, aunque uno es un loco evidente y el otro, no. Tiene como núcleo la necesidad de crear un diccionario y de cómo se solventaron las dificultades de tal enorme tarea en el siglo XIX. Especialmente, de qué manera quien dirige la obra se encuentra con su mayor contribuyente, un hombre que ha enviado 10.000 definiciones, todas perfectas, todas correctas. Ese hombre es un tipo condenado por asesinato, y también un genio. El trabajo de Penn y Gibson (es cierto que el primero, como siempre, está dos puntos de intensidad por encima de lo que corresponde, pero aquí más o menos se puede disolver ese exceso en la propia historia) es suficiente para que esta historia rara que demuestra que un hombre es mucho más que una sola cosa se convierta en un cuento agradable de los que se sale con una sonrisa.
Historia de un artista plástico no demasiado estable que, a los cincuenta, está a punto de ser padre, pero comienza a desconfiar del comportamiento obsesivo y raro de su esposa. El género en el cine es algo así como un lenguaje universal hecho solo de imágenes y modos, lo que permite su perfecta traducción a cualquier cultura. El de terror y suspenso es especialmente traducible porque todos los humanos tememos lo mismo, todos sufrimos la tenue o exacerbada paranoia de que cualquier felicidad nos será arrebatada. Tal es el núcleo de “El hijo”, historia de un artista plástico no demasiado estable que, a los cincuenta, está a punto de ser padre, pero comienza a desconfiar del comportamiento obsesivo y raro de su esposa, una mujer de otra cultura. De allí en más, lo extraño se cuela en el relato y lo fantástico puede o no ser parte de la realidad que vemos desde el punto de vista del protagonista. (Leer también: Joaquín Furriel: “No tengo miedo de tener miedo”) El film funciona, especialmente porque sabe cómo utilizar de modo plástico la imaginación perturbada del protagonista y volverla visible. También, en general, por sus actores, aunque quizás hay un exceso de caracterización para que “se note”, justamente que estamos en una película de género. Pero el resultado es interesante y en más de una secuencia logra dar de lleno donde busca: el terror inconsciente del espectador. El rostro de Joaquín Furriel (un actor que ha aprendido cómo actuar para el cine, a quien aún le falta un gran papel) es ideal para transmitir la ambigüedad de la trama y sostenerla hasta el desenlace. Un film que es argentino de origen pero, por su fidelidad al espectáculo de género, se vuelve universal.
Un mundo que funciona en espejo muchas veces cómico y amable de los deseos y miedos de una generación. Premiada en el último festival de Berlín, esta comedia con premisa triste –un par de hermanos debe ir a una localidad de la costa a arrojar los restos de su madre fallecida, restos que se reducen a una mano ortopédica– elude los lugares comunes de un asunto trillado para crear un universo propio de sus personajes. Un mundo que funciona en espejo muchas veces cómico y amable de los deseos y miedos de una generación.
Cómo fue la experiencia judía en América no sólo en los últimos siglos sino también mucho antes, cuando había que huir de la Inquisición. Este documental narra, a través de vestigios y de preguntarse cosas pertinentes, cómo fue la experiencia judía en América no sólo en los últimos siglos sino también mucho antes, cuando había que huir de la Inquisición. Los parajes, las ruinas, los vestigios y los relatos se tejen concisa mente para dar a conocer, a la manera de un gran cuento, una historia muy poco
En el centenario del genocidio armenio, un taller de cine en un colegio de esa colectividad es la excusa para ver cómo se conserva la historia y se la reconstruye. Es probable que el lector no conozca a Hernán Khourián, un más que interesante (es bueno además, aquí no usamos “interesante” para tirar la pelota afuera) realizador argentino volcado a lo experimental y lo documental. Aquí, además, toca sus raíces: en el centenario del genocidio armenio, un taller de cine en un colegio de esa colectividad es la excusa para ver cómo se conserva la historia y se reconstruye o construye la historia.
Las actuaciones son todas muy buenas, aunque el humor sólo funciona cuando los intérpretes conocen de comedia. Cuatro estrellas. No porque no tenga fallas: las tiene (hay una hora de las tres que podría reducirse a la mitad o menos). Pero cuando funciona, funciona bien. El mayor defecto de la película es su dependencia emocional –no la trama: si no vio las 21 películas Marvel-Disney anteriores la historia se entiende bien, incluso hay un chiste que refiere a “Volver al Futuro II” para que se comprenda la parte “viajes en el tiempo”– del resto de lo filmado en este “universo”. Es difícil emocionarse con lo que le pasa a X si uno no tiene en cuenta que a X le pasó Y hace un par de películas. Y es cierto, eso es algo que no puede solucionarse. Dicho esto, aquellos momentos donde va creciendo la esperanza de vencer al Mal (así, con mayúsculas) y la resolución final del conflicto están a la altura de lo que se puede esperar para un blockbuster de gran presupuesto. Las actuaciones son todas muy buenas, aunque el humor sólo funciona cuando los intérpretes conocen de comedia (Paul Rudd, mejor que Mark Ruffalo, por poner un ejemplo). El problema es que el cómic siempre tiene algo de satírico, de ligero. (Leer también: Capitana Marvel) Y aquí eso solo aparece en cuentagotas, aunque quizás es el aire de la época –tan de discursos definitivos, tan de sentir que se vive al filo de la extinción, tan relativa– la que explique tanta melancolía un poco artificial.
Tenso thriller danés, que tiene en su centro a un hombre que puede salvar una vida para salvarse a sí mismo. Lo más difícil para alguien que desea redimirse es convencer. De que no está cometiendo nuevamente un error, de que es confiable, de que efectivamente puede redimirse. Esa premisa es la columna vertebral de este correcto y a veces muy tenso thriller danés, que tiene en su centro a un hombre que puede salvar una vida para salvarse a sí mismo. Los personajes parecen seres humanos reales y el suspenso se articula con notable pericia técnica, lo que permite un timing perfecto de las acciones y reacciones.
El dolor de la Primera Guerra Mundial y una de las grandes experiencias cinematográficas del año. Lejos –muy lejos–, una de las grandes experiencias cinematográficas del año. Material en muchos casos inéditos de la Primera Guerra Mundial es reprocesado con las modernas técnicas de efectos especiales y restaurado para recuperar el movimiento real de las personas en los fotogramas, sonorizado y colorizado. E El resultado es asombroso: por primera vez podemos ver a esos pibes que sufrieron una de las tragedias más grandes de la historia humana y que, eclipsada por la Segunda Guerra Mundial y su propia iconografía –difundida, además, por Hollywood– casi no tenemos presente. Hace cien años, el mundo terminó esta locura que se llevó puesta a gran parte de la población europea, creó crisis en todas partes y fue protagonizada por chicos. Estas imágenes muestran a esos niños sonriendo, tratando de pasarla lo mejor posible, en medio de un caos absoluto que, por primera vez, descubrimos en toda su extensión. (Leer también: Cine: cuáles son las películas imprescindibles que hay que ver) La película, por supuesto, es también una reflexión sobre el sentido y las posibilidades del cine, e ilustra la paradoja de que cuanto más queremos conservar o reproducir la realidad, mayor es el gasto tecnológico, la manipulación y el tratamiento del material para que llegue a nosotros con toda su fuerza. En este caso, esa fuerza, esa memoria, más las voces de sobrevivientes que nos llegan también del pasado, permiten además ver el cambio de la guerra “poetizada” del pasado a la tragedia en masa de la guerra moderna. ¿Consejo? Ver esta película y leer luego Tempestades de acero, de Ernst Jünger, para comprender totalmente esta tragedia.
Cómo el trabajo es mucho más que el medio de subsistencia para ser también parte de lo que nos define como personas completas. Una fábrica primero rebaja los sueldos de sus trabajadores, que aceptan para mantener la fuente de trabajo. De repente, cierra la planta y empieza la lucha. La mayor parte de los roles están cubiertos por personas que vivieron ese desastre cuando sucedió en la realidad, más el actor Vincent Lindon, habitual colaborador de Brizé. El director narra, observa, multiplica la exposición de los problemas que el asunto presenta. No sólo el enfrentamiento entre obreros y patrones sino cómo se desenvuelve la lucha, cómo se pasa del entusiasmo al desánimo. Cómo el trabajo es mucho más que el medio de subsistencia para ser también parte de lo que nos define como personas completas. (Leer también: Jamás llegarán a viejos) El film es duro y sostiene nuestra curiosidad durante todo el metraje es el que permite que no sólo queramos ser parte sino también comprendamos. Lo que pasa en la pantalla y lo que pasa cuando salimos del cine.
Una especie de metáfora/alegoría sobre terrorismo, violencia, política, y todo lo que aquello sobre lo que dice el manual que hay que oponerse hoy. A veces una película despareja como esta, que tiene demasiadas cosas para decir, es más estimulante que una “parejita” y prolija. “Vox Lux” es el retrato de una artista pop –interpretada en estado de tensión constante por Natalie Portman, y está muy bien– pero también una especie de metáfora/alegoría sobre terrorismo, violencia, política, y todo lo que aquello sobre lo que dice el manual que hay que oponerse hoy. Pero justamente su desprolijidad –que deriva en grandes momentos, de paso– es lo que le otorga su capacidad de mantenernos con ganas de mirar.