La dupla Berg-Wahlberg (el primero en la dirección, el segundo como protagonista) ha dado algunos de los mejores thrillers de los últimos tiempos. Aquí deciden narrar la historia de una unidad de élite ultrasecreta de la CIA. El lado bueno es que la acción es buena, tiene la fuerza suficiente como para conmover al espectador y sostiene en gran medida lo que vemos en la pantalla. El lado malo consiste en que la trama es bastante enrevesada, como si se hubiera querido contar algo diferente de lo que al final quedó en el metraje.
Sin la menor duda, el espíritu de la comedia y del musical clásicos sobrevive hoy en la animación, donde además hay un campo de libertad expresiva que el cine de acción en vivo ya no tiene (no vamos a teorizar aquí: trate de creernos). Pie Pequeño “invierte” la leyenda de Pie Grande o el Hombre de las Nieves: es un yeti que encuentra a un humano. Pero ese es solo el punto de partida. La película funciona como una comedia satírica con mucho humor y mucha (y muy buena) música, y hace que eñ diseño de imagen y de personajes acompañe el tema -que es, como puede pensarse, el de la discriminación y la adaptación o no del diferente a las reglas del mundo. Lo mejor del film, además de su perfecto uso de la animación, es que no carece de ironía y no busca ser “infantil” (en el sentido de “pueril”) sino de hablarle a todo público con una gran amabilidad. Película libre, no exenta de fallas pero cuyo efecto final es de una bienvenida felicidad.
Harry Dean Stanton fue uno de los grandes actores americanos. No era un tipo de alto perfil, pero sus trabajos se destacan siempre. Entre lo más conocido que hizo, figura el protagónico de la sublime París, Texas, de Win Wenders. Su última película fue, también, la opera prima de John Carroll Lynch, actor -de los que entienden la profesión- y veterano de la televisión tanto delante como detrás de la cámara. Esa película se llama Lucky y es la historia de un señor ya grande, ateo desde siempre, en busca de algo así como una iluminación en la última jornada interior de su vida. Pero es, también y sobre todo, un paseo amoroso y gracioso, sonriente y muy luminoso, por lo que fue el personaje Stanton. Hay mucho para ver y escuchar, sobre todo la performance de cada uno de los actores (la aparición de David Lynch, compinche de Stanton, es especialmente bella) y uno sonríe la mayor parte del tiempo. El tema de la película es ambicioso: el sentido de la vida más allá de lo material, el sentido del paso del tiempo, la necesidad de trascendencia. Pero como sucede con el mejor arte, las respuestas que encuentra el personaje aparecen en las pequelas cosas y los pequeños encuentros, y se comunican de modo inmediato al espectador, un amigo más de los que pueblan la película. Stanton se fue con una sonrisa y decidió contagiarla.
La película gira alrededor del regreso de quienes sobrevivieron a los campos de exterminio nazi después de la Segunda Guerra Mundial, transcurre en un pequeño pueblo húngaro y es un mosaico de personajes que logra presentar todas las aristas posibles del problema sin desdeñar el melodrama -en parte romántico- como vehículo para que salgan a la luz los prejuicios y los miedos de sus criaturas. Una buena muestra de una cinematografía poco frecuente en nuestras pantallas pero muy interesante.
Basada en el libro Amor y anarquía de Martín Caparrós, la historia -real- de Soledad Rosas, la chica que pasó de privilegiada argentina a squatter y anarquista en Italia y terminó suicidándose, tiene más de un mérito (el uso de los planos, la manera de reflejar el cambio de la protagonista a través de su aspecto), pero también algunos problemas, especialmente la romantización demasiado lineal de la relación entre lo político y lo emocional. Vera Spinetta está muy bien, de paso sea dicho.
Curioso y más curioso, como diría Alicia: otra película que toma tópicos más o menos terroríficos y los retrata desde un punto de vista infantil. Aquí en realidad el material de base es una novela juvenil, y el ambiente recuerda films como las primeras Harry Potter o Escalofríos (con la que comparte además la presencia de Jack Black). Hay un par de magos, una casa embrujada con cierta peculiaridad, hechizos y una invasión de muertos vivos. Pero hay, sobre todo, un chico que trata de reencontrar a un amigo de infancia, y que atraviesa el mundo de la maravilla para aprender cómo. Aunque parece extraño que el realizador sea Eli Roth -especialista en terror sangriento y ultraviolencia-, es necesario aclarar que esas películas como Hostel o Cabin Fever -o sus colaboraciones con Tarantino- son parte de un juego con la fantasía que aquí solo cambia de tono o nivel, pero que abrevan en el mismo humor sobrenatural y un poco sardónico. No falta ternura y la dupla Black-Blanchett realmente entiende lo que está haciendo y lo disfruta.
Entre las mejores fiestas que nos ofrece el cine actual, figuran las películas de Shane Black. Black es un ironista y un espíritu juguetón antes que nada: no solo inventó la película de pareja despareja (las Arma Mortal y El último boy-scout salen de su pluma; de paso dirigió las geniales Kiss Kiss-Bang Bang, Iron Man 3 y Dos tipos peligrosos), sino que tiene una rara conexión con la infancia: siempre un nene que complementa el mundo adulto es el punto de vista que torna el peligro en maravilla. El humor de Black es, bueno, “black”, negro, pero no carece de ternura. Dicho esto, su “reboot” de Depredador, personaje lanzado por John McTiernan (con quien Black colaboró más de una vez) es una película de aventuras con mucho humor negro, mucha acción y cero sentimentalismo tonto. Es decir, una película inteligente porque confía que el espectador va a llegar, a través del movimiento y la elección de cada personaje, al fondo del asunto. La película desconfía de la fuerza bruta tanto como del conocimiento libresco: es la audacia del “chanta” combinada con la inocencia infantil de no medir el peligro lo que conjura la amenaza. En el fondo, este paseo del extraterrestre feroz por suburbios americanos no es más que una gran ironía que, como todo en el cine de este autor un poco secreto, recuerda el tono del gran Elmore Leonard. Black filma la acción con una precisión poco frecuente, y lo que manda es el movimiento transformado en arma intelectual. Se puede sumar a la fiesta sin miedo.
Sátira sobre los intelectuales y la política, sátira sobre familias, parejas, infidelidades y sexualidades (aunque todo el mundo anda todo el tiempo vestido), subrayado todo con un blanco y negro que parece totalmente decorativo. Más cercano al teatro -a cierto teatro burgués culposo, digamos- que al cine, tiene la ventaja de un gran elenco (Scott Thomas es extraordinaria) que nos hace pasar un buen rato aunque el trago sea bastante soso.
Astor Piazzolla es un nombre mayor de la cultura argentina. No solo del tango, no solo de la música. Este film, con material inédito gracias a la colaboración de la familia del músico, logra ser mucho más que la ilustración respecto del personaje para convertirse en algo así como una novela biográfica. Es el propio Piazzolla interpretando su vida y es su música como algo indisoluble de su persona. Existe aquí una búsqueda de sentido, la del artista y la del cine como medio para revelar algo que, sin las imágenes, permanecería inaccesible. Una belleza.
Una chica tiene un ex novio y una gran amiga. El ex novio es un espía internacional y ambas señoritas se ven envueltas en persecuciones, tiros y mambos, digamos. Pero en realidad esta película es otras dos películas que se integran en la trama principal. Una, la idea de declinar en femenino un tipo de comedia de acción donde los muchachos suelen jugar de locales. La otra, cómo capitalizar la performance cómica de una gran, gigantesca comediante. No, no Mila Kunis, que es una buena actriz de comedia, sino Kate McKinnon. McKinnon, discípula de esa cantera del humor que es Saturday Night Live y la sorpresa de la fallida pero bella Cazafantasmas, es aquí una fuerza cómica que le añade todas las especias necesarias a sus escenas, que en otras manos habrían resultado pura rutina. Que pueda ser al mismo tiempo ridícula y sexy y valiente y una bomba contra los estereotipos es casi una hazaña. El resto de la película está un poco por debajo de las protagonistas, pero se mira con placer.