Lo que guarda el espejo Tim Russell (Brenton Thwaites) es un jóven que ha pasado algunos años en un neurosiquiátrico, luego del asesinato de sus padres. Ahora solo quiere alejarse de los recuerdos y tratar de recuperar su vida, pero su hermana Kailie (Karen Gillan) lo presiona para volver a la casa donde vivían, y analizar lo que sucedió para llegar a la verdad, ya que está convencida de que el culpable del crimen es un espejo que había en la casa. La tensión entre los hermanos que poseen teorías diferentes sobre lo sucedido es lo primero que nos atrapa de la historia, la hermana cree que fue algo sobrenatural, una fuerza ajena, y para demostrarlo ha realizado una minuciosa y obsesiva investigación. El hermano luego de años de terapia, tiene una hipótesis más racional, vinculada con traumas infantiles y discusiones familiares. En paralelo, vemos la historia de la familia once años atrás, cuando recién se mudaban a la casa donde luego sucedió la tragedia. Así, entre las imágenes del pasado y las teorías de los hermanos, se va armando el rompecabezas. De algún modo ambos tienen razón, hay elementos tanto trágicos como sobrenaturales en la historia, y los primeros son más interesantes que los segundos que parecen estar ahí para rellenar la historia con efectos y sustos y hacerla más entretenida, o más comercial. Las actuaciones son correctas, la fotografía también, y la casa como escenario principal de la historia crea un clima cerrado, entre el pasado y el futuro, cada vez más claustrofóbico en el que quedan atrapados los protagonistas, capaces de sufrir cualquier penuria con tal de saber qué pasé. Como viene sucendiendo ultimamente con las películas de terror, no hay nada demasiado nuevo, muchas fórmulas se repiten, y algunos productos son más interesantes que otros, pero no mucho. Este es uno de ellos.
Billy Elliot ahora canta, es gordo, y es un reality star Paul Potts saltó a la fama tras ganar la primer temporada de "Britain´s Got Talent", un reality show inglés, que le dio unas cuantas libras y mucha fama. El video de su audición tuvo millones de visitas en Youtube, y aunque lo neguemos todos nos hemos emocionado alguna vez con alguno de esos videos, en los que un tímido participante por el que nadie daría un peso termina rompiéndola y haciendo que el jurado se trague sus prejuicios. Esta película basada en su vida, interpretada por James Corden, comienza cuando es apenas un niño de escuela primaria en un pequeño pueblo de Gales, donde todos ven fútbol y terminan sus días trabajando en fundiciones. Potts ama la ópera y canta en el coro, por lo tanto es objeto de burlas, corridas y golpizas por parte de sus compañeros. Este trato continúa hasta sus años de juventud, cuando se gana la vida vendiendo celulares, y luego de realizar un curso de ópera en Venecia regresa a casa con sus sueños frustrados. Paul pasa sus días batallando entre sus enormes ganas de cantar, su miedo al fracaso, y sus grandes problemas de inseguridad. Es su esposa Julz (Alexandra Roach) quien actúa en su vida como una especie de hada madrina, estimulándolo a que siga sus sueños. Que ya conozcamos el final, hace que la película sea más llevadera, ya que por momentos parece una oda al bullying. El filme nos recuerda a Billy Elliot en más de una escena, esa especie de diamante en bruto, rodeado de pedazos de carbón, incomprendido por todos, y con posibilidades casi nulas de cambiar de vida, pero finalmente con un mensaje similar: que el talento y las ganas todo lo pueden, y que no importa lo que pase, siempre hay que volver a levantarse y seguir peleando. La pareja protagónica tiene una excelente química, y se transforman en una especie de dúo dinámico de gorditos, que superan una adversidad detrás de otra. Julie Walters y Colm Meaney, quienes interpretan a los padres de Potts, merecen un capitulo aparte, sus actuaciones son excelentes y le aportan una calidad actoral a la película que la distingue de otras pelis con la misma fórmula. Las historias de niños incomprendidos que luego triunfan al ser mayores siempre garpan, y esta es una de esas historias. La de un gordito con una voz increíble y menos autoestima que una ojota, pero que un buen productor de reality pudo convertirlo en estos tiempos en una gran estrella, al menos, hasta la próxima temporada del show.
Mirá quién llegó Ismael tiene 8 años, y es tan inteligente e intrépido que se las ha arreglado para viajar solo desde Madrid hasta Barcelona. El objetivo de esa arriesgada aventura es conocer a su padre, de quien solo tiene una carta con una dirección. La primer persona con la que Ismael entra en contacto es su abuela Nora (Belén Rueda), una mujer fuerte e independiente que hasta el momento desconocía totalmente la existencia del niño, y será la encargada de acompañarlo en su aventura y presentarle a su padre Félix (Mario Casas), un joven que anda un tanto perdido y a quien la paternidad lo agarró por sorpresa. Durante la tarde en que Ismael y Félix se hablan por primera vez, se conocen y se disfrutan. La historia es simple pero al mismo tiempo compleja; parece un tanto novelesca, pero por otro lado las relaciones familiares pueden ser tan ricas y complejas como el modo en que el director y el guionista decidan encararlas. En este caso, no han sido tratadas con demasiada profundidad. Los personajes toman una actitud interesante ante un cambio abrupto en sus vidas, lo que los lleva a dejar a un lado el análisis del pasado y así encarar la vida con honestidad, y de la mejor manera posible. Algo que a simple vista podría resultar demasiado fácil, pero funciona muy bien dentro de la historia. Ismael llega en un momento complicado, su abuela y su papá nunca se han llevado bien y viven bastante alejados uno del otro; su madre lo crió lejos de él, con un pareja que para Ismael es el único padre conocido. Todos los personajes de esta historia tienen alguna herida abierta o alguna cuenta pendiente. Sin quererlo el pequeño revoluciona la vida de todos y los pone cara a cara con sus frustraciones, sus errores y su futuro. Con hermosos paisajes playeros de fondo, linda música, humor, y actores bonitos y con mucha onda, la película tiene una mirada muy positiva sobra las relaciones familiares que cada vez se alejan más de la familia tipo, con perro labrador incluído, pero se acercan más a lo que construimos, con aciertos y errores, pero con amor y buenas intenciones. Un aire un tanto meloso no arruina un sólido guión con muy buenos diálogos, y las actuaciones de Belén Rueda y Sergi López son razón más que suficiente para disfrutar de esta historia que, al final, a todos busca conformar.
El que todo lo ve Will Caster (Johnny Depp) y su esposa Evelyn (Rebecca Hall) son dos exitosos científicos que en su afán por comprender el mundo y su funcionamiento, tratan de ir siempre un paso más allá en sus investigaciones. Ambos trabajan en un proyecto cuyo fin es crear una computadora que combine no solo datos, sino también emociones y acciones que hasta el momento solo pueden ser realizadas por el cerebro humano. Su trabajo con la inteligencia artificial los ha hecho famosos y han ganado grandes admiradores, como así también el odio de un grupo fundamentalista antitecnología que como parte de su extremo accionar atenta contra la vida de Will, quien poco antes de morir decide junto con su esposa y su mejor amigo Max (Paul Bettany) -también científico- conectar su cerebro a la computadora en la que están trabajando. Lo primero que se plantea el trío de científicos es si la idea será posible de ser llevada a cabo, si va a funcionar, y luego en caso de que funcionara, si sería ético crear inteligencia artificial con acceso a internet; lo que significaría no solo una inagotable fuente de información, sino también el acceso a datos personales de millones de personas y una enorme influencia en sus vidas. Al ser una película de ciencia ficción por supuesto que ese proyecto improbable funciona, y a partir de ahí todo es posible; el poder de esta sensible e inteligente computadora parece inagotable, y se convierte en una especie de fuente de súper poderes. La historia comienza con un interesantísimo planteo sobre la tecnología, la capacidad de crear, y la necesidad de entender y conocer, pero a partir de la segunda mitad de la película, cuando el cerebro del protagonista y la computadora se convierten en una especie de Dios falsificado, toda reflexión queda de lado y la película se transforma en una explosión de efectos especiales y una galería de poderes que entretiene mucho, pero desecha toda posibilidad de ver un filme de ciencia ficción de las buenos, de esos que nos hacen pensar en qué nos plantea el futuro, y qué estamos haciendo en el presente. La película cuenta con un gran presupuesto, actores taquilleros, y es visualmente muy atractiva, por lo que el objetivo de los productores parece haberse cumplido y podemos reemplazar la reflexión por el pochoclo y -en todo caso- cuando lleguemos a casa, abrir un libro de Huxley o en todo caso googlearlo, a ver qué nos cuenta.
A traves de los ojos de un cinéfilo Paul (Bogdan Dumitrache) es un obsesivo y detallista director de cine, que en pleno rodaje mantiene una relación con Alina (Diana Avramut), una de las actrices secundarias del filme. Paul decide hacer unos cambios en la escena que ambos deben filmar al día siguiente, no es una escena demasiado importante, pero el director parece algo preocupado con esos minutos de película, por lo que la pareja dedica casi todo su tiempo a analizar la escena, a repetirla una y otra vez, a contar los minutos de cada acción, y a examinar minuciosamente su significado. Paul es un analista compulsivo de todo, no puede separar su profesión de su vida, como si cada imagen real fuera algo que debe analizarse como una construcción cinematográfica, que posee un metamensaje. Así la película son largos diálogos con su pareja, en los que además de analizar la escena que deben filmar, Paul analiza cada una de las palabras de Alina, sus anécdotas, su vida, y hasta la comida china del restorán es una excusa para analizar las culturas orientales comparadas con las occidentales. El arte imita su vida, y su vida imita su arte, Paul siente su filme hasta en su propio cuerpo, convencido de que tiene una úlcera, y varios otros malestares a causa de no poder cerrar una escena. Estéticamente la película es tan realista como austera, y son los diálogos los verdaderos protagonistas, no hay música ni factores externos que profundicen emociones. Son tan solo un par de días en la vida de un director, que reflejan brillantemente sus obsesiones, sus deseos, sus manías y sobre todo su forma de ver y entender la vida, como si siempre estuviera detrás de una cámara.
Música, madurez y tentaciones Keith Reinolds (Guy Pearce) es un hombre de poco más de cuarenta años, casado, con una hija adolescente, una linda casa, y mucha estabilidad, tal vez demasiada. Keith es músico y los buenos tiempos parecen haber quedado atrás, la gloria no llegó, y ahora es profesor de música en una escuela secundaria, hace suplencias en una orquesta sinfónica, y espera con ansias una audición para un puesto como chelista, y así terminar con las suplencias y las clases. Por idea de su esposa, llega de Inglaterra una estudiante de intercambio, Sophie (Felicity Jones), a quedarse con ellos durante un semestre y asistirá a la escuela con su hija. Las jóvenes son muy diferentes, Lauren (Mackenzie Davis), la hija del matrimonio, es una típica adolescente norteamericana, practica natación y solo le interesa salir con sus amigos; en tanto Sophie parece tener otros intereses, toca el piano, sabe de arte y es bastante más madura y sofisticada que Lauren. Sophie, deambula por la casa observando a todos, y parece ser la única que puede notar que ese equilibrio de familia feliz está tambaleando. Sin buscarlo Keith y Sophie se atraen, hablan, se miran, y sin quererlo Sophie es quien despierta todo lo que en Keith estaba dormido, se enamoran, y comienzan una relación, que traerá complicadas consecuencias en la familia. No es la primera vez que se hace una película sobre este tema, acerca de una joven que llega a despertar a un hombre maduro y aburrido de su letargo, pero esta historia está lejos de lugares comunes y de escenas eróticas; es una historia de amor, con un contexto adverso, por lo que esta más cerca del drama familiar que del romance. Filmada de forma muy intimista, cercana, vemos cómo surge esta relación, cómo crece, cómo se buscan, se desean, se necesitan. Cómo un hombre maduro se encuentra de un día para el otro debatiéndose entre lo que quiere y lo que debe; cómo, literalmente, la tentación entró en su casa. La excelente fotografía y música crean un clima casi onírico, que acerca la historia de los protagonistas a un plano más emocional que físico. Las actuaciones no son deslumbrantes, pero están a la altura de un sólido guión y una narración densa, lenta, pero efectiva.
No quiero volver a casa Al morir su madre, las hermanas Nichole (Agnes Bruckner) y Annie (Caity Lotz) deben volver a la casa donde pasaron su infancia a poner las cosas en orden para su venta. Nichole pasa allí la primera noche, y Annie es más reticente a volver, ya que aquella casa solo le trae malos recuerdos. Pero Nichole desaparece luego de pasar la noche allí, y Annie se ve obligada a volver para encontrar a su hermana, a quien parece habérsela tragado la tierra. A medida que pasa el tiempo, las explicaciones lógicas sobre la desaparición de Nichole se van agotando, y las teorías sobre su desaparición se tornan más sobrenaturales. Luces que se apagan, objetos que se mueven, y alguien que desde el otro lado parece querer enviarle un mensaje, se suceden sin explicación alguna. Con la casa como protagonista principal, esta historia tiene todos los elementos clásicos del terror sobrenatural: una casa donde han pasado cosas terribles, y un espíritu encaprichado en no dejar tranquilos a sus moradores hasta que lo ayuden a arreglar cuentas pendientes que ha dejado en el mundo de los vivos. La historia sería demasiado común si no tuviera una vuelta de tuerca, un giro inesperado que sorprende al espectador, y quien crea saber el final habrá perdido la apuesta. El clima de terror, si bien está construido con elementos clásicos, logra su cometido, y las actuaciones son las esperadas para este tipo de películas. Con un guión sólido, buena fotografía, y un giro interesante para el final, esta película de terror no es ninguna obra maestra, pero es efectiva y asusta; que es lo importante.
En busca de un jugador JB Bernstein (Jon Hamm) es un representante deportivo que junto con su socio atraviesa problemas económicos debido a la falta de clientes. Tratando de salir del pozo idea un reality para buscar una nueva estrella deportiva. La particularidad del reality es que se desarrolla en la India, ya que el deporte más popular del lugar es el cricket, y por eso creen que allí podrán encontrar un buen lanzador de baseball. El choque cultural es el motor de esta historia con mucho de comedia, y las dificultades que el protagonista atraviesa en la India durante la búsqueda de jugadores no son nada comparadas con lo complicada que es la adaptación de los ganadores del reality cuando deben ir a Estados Unidos a realizar su entrenamiento. Para los jugadores indios -Rinku (Surak Sharma) y Dinesh (Madhur Mittal)- todo es nuevo, no tienen la menor idea de donde están parados, y como si eso fuera poco tampoco entienden el juego que deben aprender a jugar profesionalmente en menos de seis meses, el tiempo que dura el reality. Berstein es un hombre bastante egoísta y de mal carácter que solo los ve como una inversión, por eso no puede ayudarlos ni darles la contención necesaria para que se adapten a su nueva vida. Y aquí es cuando la historia pasa de comedia a drama romántico y meloso, cuando una mujer aparece en su vida, y le enseña la importancia de la amistad, los sentimientos, y todas esas cosas. La historia es muy entretenida, llena de humor, con buenas actuaciones y una mirada muy interesante sobre India, pero el guión desbarranca al marcar un cambio demasiado abrupto en la personalidad del protagonista, quien resulta más interesante cuando es un soberbio egocéntrico, que cuando se transforma en una especie de padre adoptivo de indios desvalidos. Es una comedia comercial con todo lo esperable de Disney, mucho humor, actores lindos, y una enseñanza que no sirve para nada, pero que seguramente llene muchas butacas.
Relatos del pasado Anna (Agata Trzebuchowska) es una joven novicia que se encuentra a pocos días de tomar los hábitos cuando en el convento le informan que antes de hacerlo debe contactarse con el único familiar que tiene, una tía que nunca fue a visitarla y a la que no conoce, pero a quien debe ir a ver como condición para poder tomar los votos. Su tía Wanda (Agata Kuleszka) es una jueza a la que le gustan mucho el alcohol y los hombres, una mujer dura e independiente, que al principio es reticente ante la visita; trata a Anna con frialdad y apenas le informa un par de datos sobre su vida; pero luego, esa fría mujer comienza a abrirse y a contarle la historia de su familia. Así Anna descubre que es judía, y que sus padres fueron asesinados durante la ocupación nazi en Polonia, pero ninguna de las dos mujeres sabe ahora más que eso. Por lo que deciden ir al pueblo donde vivía la familia para saber un poco más, dónde están enterrados sus padres y cómo llego Anna al convento. Ambas mujeres deben enfrentarse con su pasado, la más joven por una necesidad de conocer su identidad y la mayor para enfrentarse con el dolor que encapsuló durante años y así tratar de cerrar heridas. Durante la búsqueda de su identidad Anna se encuentra también con un afuera que le es totalmente desconocido, criada en orfanatos y conventos Anna debe descubrir quien es fuera de allí, y todas las circunstancias que ahora la rodean ponen a prueba su fe. El viaje de ambas mujeres para conocer el pasado, muestra también la realidad de Polonia luego de la segunda guerra, el hermetismo del régimen, las heridas aun no cerradas, esa necesidad impuesta de continuar y no mirar hacia atrás, y el dolor que siempre encontrara la manera de filtrarse para salir a la superficie. La fotografía en blanco y negro es sublime, por momentos casi pictórica y completa esta obra dándole desde la estética el clima de pesadumbre, de dolor, de melancolía, sin necesidad de palabras. Ida es una historia compleja y dolorosa, sobre la necesidad de conocer el pasado para tomar decisiones sobre el futuro.
Eso no es cosa de nenas La directora Haifaa Al-Mansour se basó en la historia de una de sus sobrinas para crear esta película. La niña se llama Wadjda (Waad Mohammed), tiene diez años, y quiere comprarse una bicicleta; pero donde ella vive las nenas no pueden andar en bici. Esta trama, aparentemente tan simple, sirve para mostrar de forma íntima cómo es la vida de las mujeres saudíes. Con detalles que van mas allá de un velo o de la obediencia al marido, muestra como ve la vida una nena inteligente, creativa y graciosa que va a utilizar todo su ingenio y sus pocos recursos para lograr su objetivo. Hay muchos puntos en común entre la pequeña protagonista y la directora quien también tuvo que utilizar su ingenio: por ejemplo, para dirigir a los técnicos en zonas donde hombres y mujeres no pueden trabajar juntos, y entonces lo hizo desde adentro de una camioneta. Ambas mujeres pertenecientes a la misma cultura y con la misma educación opresiva no se han victimizado, y fueron capaces de cumplir su objetivo y de ganar pequeñas batallas. Wadjda quiere una bici para ganarle una carrera a su amigo, y para eso venderá pulseras, cobrará por llevar mensajes a sus compañeras de colegio, y hasta tratará de ganar un concurso sobre el Corán. A pesar de sus esfuerzos por conseguir dinero, Wadjda no es una niña pobre, su familia tiene una hermosa casa y muchas comodidades, pero es su cultura y especialmente las mujeres que la rodean las que le impiden lograr su deseo, tanto su mamá como sus maestras le dicen que es indigno para una nena andar en bicicleta. Son las mismas mujeres que no pueden tener la libertad de conducir hasta su trabajo, o usar el transporte publico, las que le impiden cumplir su propósito. Mientras ella hace todo lo posible por conseguir su anhelada bici, su mama (Reem Abdullah) hace todo lo posible para retener a su esposo, que ante su incapacidad por concebir un varón decide tomar una segunda esposa, aconsejado por su madre. La película no denuncia, solo muestra la realidad de las mujeres de ese país, desde los ojos de una niña poco común. La naturalidad y la gracia de la protagonista, combinan con la simpleza y dinamismo con que esta realizado el filme, logrando una hermosa historia, con una mirada realista, crítica, sin melodramas ni lugares comunes.