Treinta años después del icónico primer viaje de la familia Griswold hasta el parque de diversiones Walley World, las ruedas vuelven a girar en Vacation, una secuela que actúa como potencial reinicio de la franquicia y que no tiene miedo de irse de boca más de una vez con desopilantes situaciones que la familia debe atravesar. Hablo desde mi propia experiencia, pero a más de uno le habrá pasado el haber enganchado en la televisión vespertina de un fin de semana alguna de las entregas de las National Lampoon's Vacations. Originada allá lejos y hace tiempo por el gigante John Hughes y dirigida por un tanque de la comedia como Harold Ramis, el vehículo de lucimiento para Chevy Chase es parte fundamental de la infancia de uno, y hay escenas icónicas que han quedado en el inconsciente colectivo. Lo mismo debe haberles ocurrido a los directores y guionistas John Francis Daley y Jonathan M. Goldstein. Los jóvenes tomaron las riendas en esta oportunidad y construyeron un monumento nostálgico al pasado de la serie, mientras le agregan el estilo de la comedia americana de hoy en día: zafada, escatológica, burda y cruda cuando la situación lo requiere, pero con un toque de humanidad en sus personajes y una enseñanza bien, pero bien al fondo de todo. Desde los idénticos títulos iniciales con la inoxidable "Holiday Road" de Lindsey Buckingham -el himno de la saga- hasta los guiños con el aparatoso vehículo de viaje, la chica del Ferrari y la aparición de los viajeros originales, Clark y Ellen Griswold, Vacation puede parecer más una excusa para reiniciar y rememorar que para crear una historia nueva. Pero cuando decide escarbar en las emociones de los personajes y exponer qué los motiva, es cuando el panorama se ve diferente. Ahí cuando el patriarca original quería tener un lindo gesto para pasar más tiempo con su familia al viajar al parque de diversiones, el ahora crecido Rusty Griswold -un Ed Helms fantástico como siempre- necesita de este viaje en ruta para salvar a su familia, recomponer el matrimonio con su alicaída esposa y ganarse a sus dos hijos, desconectados totalmente por la tecnología y problemas de edad. Los conflictos no se hacen esperar, y si bien la nostalgia ayuda mucho a levantar el espíritu de esta entrega, el trabajo de Helms junto a la genial Christina Applegate crea un ambiente ameno, que no rivaliza el de Chevy Chase y Beverly D'Angelo sino que trabaja en vetas diferentes. El dúo de hijos, interpretados por Skyler Gisondo y Steele Stebbins, se roban varias escenas, sobre todo el menor de ellos, un psicópata indescriptible que no pierde tiempo en molestar a su hermano mayor, el sensible de la familia. Se puede objetar que en la original no se enfocaban los conflictos de cada Griswold sino en el conjunto en general y acá todo cambia, ya que los cuatro integrantes del clan tienen sus momentos. Es quizás una lástima que una gran actriz como Leslie Mann quede relegada a unas pequeñas escenas como Audrey Griswold y se enfoque todo en el lucimiento de Chris Hemsworth y su situación debajo de los pantalones. Hemsworth tiene pasta, pero su parte es totalmente repetitiva y no aporta casi nada a la trama, dejando a una gran comediante como Mann a la deriva y sin peso. Hay algún que otro cameo en el camino, pero es preferible no adelantarlo -tampoco es tan grande, pero tiene un desenlace más que divertido-. Vacation ocupa bastante de su tiempo rememorando en el pasado, y a veces tiene problemas encontrando una personalidad propia, pero cuando lo hace, toca las teclas apropiadas y lo que sigue a continuación son situaciones incómodas, pasadas de rosca y totalmente entretenidas. Teniendo en mente la original, el resultado es mucho más disfrutable.
Ocho apellidos vascos no comienza bien, pero termina dando gusto. Lo que empieza con un juego de opuestos, casi una Romeo y Julieta con sabor español que juega al plan básico, va desarrollando una personalidad agradable y atractiva, para terminar conquistando al espectador a base de sencillez y costumbrismo. Poco a poco, la película de Emilio Martínez-Lázaro va ganando terreno y confianza en sí misma, apuntalando los lugares comunes de su guión para lograr una complicidad especial que levanta los ánimos de cualquiera. No hace falta tener mucho conocimiento del enfrentamiento entre vascos y sevillanos, ya que tampoco la letra de Borja Cobeaga y Diego San José hacen demasiado para ahondar en el tema. Las pinceladas que diferencian a unos de otros son hechas con brocha gorda, burdas, previsibles y que cansan al minuto de haberlas mencionado y subrayado por los personajes, pero el regusto amargo se va enseguida de la boca una vez que la comedia de enredos va tomando forma corpórea. Éxito absoluto en su tierra natal, donde cosechó tantas críticas negativas como positivas, el ver una película costumbrista desde otra óptica le sienta de maravillas a un producto que en cualquier país podría ser fácilmente adaptado. Diferencias en tradiciones las hay en todos lugares, y Martínez-Lázaro sabe como sacarles jugo. Gran parte del carisma del film son su pareja protagónica y el dúo maduro que los rodea. Dani Rovira es toda una revelación como el joven andaluz que cae prendado de la peleona Amaia de Clara Lago, joven dejada recientemente antes de su boda que tiene demasiado veneno encima. Dos personalidades muy diferentes, que se irán sacando chispas por el camino con sus idas y vueltas, pero terminarán cayendo el uno por el otro, en una espiral de (divertidas) mentiras. Los jóvenes tienen química para rato, y junto a ellos están Karra Elejalde como el recio padre de ella, vasco hasta la médula, y Carmen Machi, una sevillana que cae graciosamente enredada en el engaño de la pareja. Entre los cuatro, los momentos cómicos están garantizados y elevan un guión ya de por sí gracioso a otro nivel. Ocho apellidos vascos no revoluciona, no es espléndida ni reveladora, pero la simpleza de su planteo y el carisma de su elenco principal funcionan bastante bien para salir adelante de manera efectiva. Y si para el final quedaron prendados con los personajes, a no desesperar, que Nueve apellidos vascos se encuentra en plena producción.
Que un estudio grande como Warner Bros. se interese por la distribución de una película de terror de bajísimo presupuesto, era una señal que llamaba bastante la atención. Que la compañía le diese una fecha de estreno tan llamativa como lo es el comienzo del mes de julio, donde tantos tanques se roban el centro de atención, hacía pensar que quizás, y sólo quizás, estuviésemos ante la The Conjuring de este año. La realidad es un golpe duro y certero que ataca en las zonas más blandas del espectador, y la desilusión no podía ser mayor: The Gallows es una decepción mayúscula, cuyo interrogante principal es cómo los productores vieron una buena idea dentro de este cúmulo desproporcional de sandeces de género. El subgénero del metraje encontrado no pasa por su mejor momento, y eso lo indica la frustración de la platea ni bien comienza la película y se presenta una placa que advierte que lo que estamos a punto de ver es material clasificado de un departamento de policía. Parte de la magia de dicho subgénero es comprar la idea y seguirla hasta el final, y The Gallows comienza con una interesante idea, una obra de teatro que sale horriblemente mal y que agita al espectador con una simple y efectiva escena. Por desgracia, es lo mejor que tienen para ofrecer Travis Cluff y Chris Lofing, los directores y guionistas del esperpento, quienes parece nunca han visto una película de terror en sus vidas. Todas y cada una de las situaciones presentes en cámara están plagadas de las decisiones estúpidas de personajes estúpidos, un conjunto de adolescentes que no sabrían ni sumar dos más dos, guiados por una trama que no tiene sentido alguno, de principio a fin. La pandilla de desconocidos actores puede resultar un soplo de aire si lo que se pretende es llegar a una frescura interpretativa, de creerles la situación a los pobres adolescentes en peligro. Pero The Gallows flaquea terriblemente en ese aspecto y el cuarteto entrega una calidad deplorable, donde apenas alguno consigue ciertas notas más creibles que otras. El tonto atleta que se mete al club del drama para ganarse el corazón de una chica pareciera no haber tomado una clase de actuación en su vida, su adorada parece haber tomado bastantes y sobreactúa demasiado, y el amigo que filma subsiste a fuerza de caer bien de lo idiota que es. Su novia, la rubia porrista que irradia calidez con su sonrisa, es la mejor del grupo, y aún ella es terrible. No hay una manera sencilla de masacrar una película de terror, pero The Gallows lo logra, y todo en menos de 80 minutos. Cada susto está planteado a partir de un sonido agudo y ni siquiera en escenas inspiradas. Los detalles de una escuela inmensa apenas están aprovechados -todo para que la película salga centavos y se recauden millones- y el ritmo tambalea bastante, hasta que las revelaciones del tramo final se hacen presentes y dinamitan toda credibilidad posible que se haya planteado hasta ahora. Si pensaban que The Devil Inside del 2012 tenía un final atroz, esperen a ver el que está acá... bueno, quizás no es tan aberrante como poner el link a una página de Internet, pero se siente igualmente de insultante. Soy bastante permisivo con el horror, es un punto débil, pero hay que trabajar muy en serio para crear una abominación como la que es The Gallows. Al no tener ni idea de lo que tienen entre manos -excepto una aplastante campaña de marketing que prometía demasiado- y ni siquiera tener un villano que prometa iconicidad instantánea, el destino del film es el olvido absoluto.
he Boy Next Door no es una buena película. No es pésima tampoco, pero coquetea lo suficiente con el lado más patético del cine de suspenso clase B para que se la tome como una broma más que como un thriller hecho y derecho. En la era donde Fifty Shades of Grey todo lo domina en lo que respecta a erotismo reciclado, la historia de Barbara Curry es una gran pieza de fan-fiction, donde la fantasía del alumno y la profesora llega a sus aristas más oscuras... o al menos al nivel de oscuridad que se le ocurre junto al director Rob Cohen. Para entrar al juego de la película, hay que creerse varias cosas. Primero, que Jennifer Lopez es una convincente profesora de literatura, una mujer madura con un cuerpo despampanante, todo una MILF de ensueño. Segundo, que el crecidito Ryan Guzman interprete a un joven todavía en secundaria, y que pierda su fachada de chico cálido en villano sádico y calculador. Y tercero, cuarto y quinto, que cada momento en la trama sea tomado livianamente, porque no tiene sentido alguno. Lejos quedó la tensión sexual de los thrillers de los años ochenta. Todo está masticado para el consumo rápido, sin matices, sin suavidades. Lopez hace lo que puede -aparte de lucir hermosa a sus 45 años- pero las estupideces y los recovecos a los que recurre el guión no son lo suficientes para subsanar un proyecto horrendo. No hay tampoco un intento por generar empatía con la protagonista. Las decisiones que toma son totalmente pésimas, que enojan bastante y no ayudan a compadecer la "sexy" situación en la que se encuentra. Tampoco la escalada de ferocidad en el acoso que sufre Lopez grita a viva voz que el muchacho es una amenaza latente. Sí, el suspenso se va acrecentando poco a poco hasta estallar en un previsible pero igualmente violento choque final en un granero en llamas, pero ya es demasiado tarde para ganar la atención de un espectador al cual la película se le rio varias veces en la cara. The Boy Next Door es un triste y burdo intento de refritar una vez más una fórmula que años antes habría funcionado, pero sin ningún aderezo o giro interesante, es más de lo mismo, y encima pobremente estructurada. Next!
Noche y día Utilizando un minimalismo absoluto, producto del crowfunding con el que se logró financiar la película, el director Rodrigo Sorogoyen marca en Stockholm un proyecto de dos caras, tan marcadas como diferentes. Es un ejercicio fílmico que tiene potencial, pero nunca es explorado a todo vapor, sino que se queda en el borde y no llega a mayores. Sorogoyen se suma a las huestes que amaron Before Sunrise de Richard Linklater y la primera mitad de su película es la típica situación chico conoce a chica, los siguientes descarados intentos de él por conquistarla a toda costa y la reticencia de ella a caer por sus trucos. Hay unos 45 minutos que pueden resultar tediosos por el ida y vuelta de la pareja, la indecisión y frialdad de ella, pero con cada conversación se va develando un poco más lo que esconde cada uno detrás de sus fachadas. Cuando la noche deja paso al día, cada uno debe afrontar las consecuencias de sus actos en una segunda mitad más interesante, que cambia de registro y se torna más oscura, incluso cuando la escenografía destaque por el blanco inmaculado del departamento de él. El azul y negro boca de lobo de la ciudad, esas calles que son protagonistas de este romance dan paso al blanco pristino que esconde la conducta secreta de él y ella. Da la sensación de que Sorogoyen estaba realmente más interesado en contar la otra cara que crear una relación verosímil, y por eso la primera mitad resulta tan tediosa. Pero, si vamos al caso, la construcción, aunque endeble, funciona para justificar el giro de los acontecimientos que toma la película. No quiero develar mucho porque de ese giro depende el recorrido final de la trama, pero ya por el título se puede ir vislumbrando para donde va el final. Javier Pereira y Aura Garrido son los encargados de llevar adelante esta historia minimalista, donde él seduce con una personalidad alegre y totalmente positiva, mientras ella es reducida al papel de víctima, esa chica que resiste cualquier embate amoroso pero que al final cede. Para la segunda mitad, las personalidades irán oscureciéndose lentamente, dando paso a otros aspectos de la pareja. No estoy muy seguro de si Sorogoyen quiso darle mucho peso a este cuento cauteloso sobre los romances de una sola noche, pero cuando parece que toda la situación está por estallar, no lo hace y se desinfla, dando paso a una escena final que es mucho ruido y pocas nueces. No se si hay una gran moraleja detrás de Stockholm, pero el pequeño juego del gato y el ratón que se marca Sorogoyen es suficientemente entretenido de ver para dejar un par de interrogantes una vez terminada. Se le perdona su austeridad en pos de un relato convincente y sin muchos artificios, pero le faltó un subidón de intensidad para elevar la propuesta hacia otros destinos.
Teniendo en su haber tan sólo tres novelas de suspenso, Gillian Flynn se ha convertido en un bien valioso para Hollywood. En 2014 pudimos ver la gloria de película que fue Gone Girl, que ella misma se encargó de adaptar al guión desde su novela, y ahora mismo su ópera prima Sharp Objects está siendo serializada para la televisión. Entre medio se encuentra Dark Places, una historia de misterio, horror y muerte que le hace honor a la mente retorcida de Flynn y permite al espectador un viaje hacia la vida de una de las familias con mayor mala suerte del mundo, o al menos que se hayan visto en pantalla grande en unos cuantos años. Tras la atroz masacre de su familia, Libby Day ha quedado destrozada para siempre. Una mujer que perdió la brújula de su vida, vive a costa de la caridad de otras personas, ya que nunca se vio a si misma teniendo un futuro próspero. Libby es dejada, sucia, malhablada, muy desconfiada, es cleptómana y acumuladora. En definitiva, es un despojo de humanidad completo. Ese doloroso capítulo de su vida nunca pudo ser cerrado del todo, y ahora que un club de fanáticos de crímenes reales le da la oportunidad de ir a ese lugar oscuro que puebla su mente, Libby acepta a regañadientes porque necesita el dinero, no porque quiera resolver la incógnita más grande de su vida. Todos los libros de Flynn están contados desde puntos de vista en primera persona, así que el transporte del libro a la pantalla grande se puede hacer dificultoso. Ella misma logró lo imposible con la brillante adaptación de Gone Girl, pero el director francés Gilles Paquet-Brenner no es precisamente Flynn, y se nota bastante en la adaptación que él mismo hizo del libro Dark Places. Excepto algunos toques técnicos y un par de decisiones estéticas, el film no tiene grandes momentos destacables por sí mismo, mas allá de seguir a rajatabla los giros y momentos del libro y cambiar quizás algún detalle u otro, aquí y allá. Es casi un trabajo por encargo, que vive a través de la prosa de la escritora y que no apunta a destacar y tener personalidad propia, como sí lo hizo la película de David Fincher. Es una comparación bastante odiosa, y lejos está de decir que el film de Paquet-Brenner es una mala película, sólo que no se destaca lo suficiente, y eso que material tenía de sobra. La racha de Charlize Theron luego de su explosiva Furiosa en Mad Max: Fury Road ayuda bastante a Dark Places. Charlize no tiene miedo en tornarse en una persona con actitudes feas para interpretar a Libby, y el núcleo de Dark Places se favorece con su presencia. Hay un gran elenco a su alrededor que le da peso a cada pequeño papel, como la dulce y atribulada matriarca Day de Christina Hendricks o el simple pero inquisidor Lyle de Nicholas Hoult. Quizás la más damnificada sea Chloë Grace Moretz, a quien le sobra actitud para con su indomable Diondra, pero como personaje no tiene mucho sentido tal cual la describe la película. Dark Places es un pequeño gran thriller, con una historia simple pero con varios giros de guión y vueltas de tuerca para satisfacer a la platea ansiosa de resolver un crimen antigüo. Nuevamente, el poder de la prosa de Gillian Flynn y la animosidad de Charlize Theron logran una combinación bastante oscura y atractiva.
Por cada The Heat y Spy, siempre habrá una Hot Pursuit, es casi una máxima de Hollywood. Es increíble, pero lo que Paul Feig ha venido logrando con el rol femenino en estos años es aplastado casi por la tarea de Anne Fletcher en un refrito absurdo que se vale de los clichés de siempre y ni siquiera atina a agitar un poco las aguas. Hot Pursuit nunca llega a ser tremendamente graciosa o excitante en sus cortos noventa minutos de duración, sino que es tan ruidosa como la caricatura de personaje que representa la latina de Sofia Vergara o la policía pueblerina de Reese Witherspoon. Ambas hacen lo que pueden con el pobre guión de David Feeney y John Quaintance, quienes las describen como una oficial de policía que añora salir de la sala de evidencias y seguir casos policiales grandes, mientras que la otra es la latina bocona que se ve perseguida por las huestes de un traficante de drogas antes de que testifique contra él. Una es hermosa y glamorosa, la otra es desaliñada y muy pacata. Y eso se supone que es comedia por estos días. Witherspoon y Vergara mastican sus líneas con corrección, aportándoles a sus personajes bastante carisma, que se desprende de las personalidades radiantes de las actrices. Juntas hacen un buen combo, se relacionan bien, hay buena química de por medio y la pobreza de la trama se aliviana con su trabajo. Hay una gran intención por seguir metiendo mujeres en territorio exclusivamente masculino y hay buenos resultados -la reciente filmografía de Feig, si vamos al caso- pero cuando los gags recurrentes son la ropa interior de abuela y bromas sobre el lesbianismo, no hay carisma que alcance de parte del dúo protagónico para sobrellevar este avión en picada. Hay algún que otro momento interesante cuando la trama no se reduce a ser totalmente transparente, y la risa puede brotar fácil y rápida, pero mayormente es gracias a la fuerza interpretativa de Reese y Sofía, no gracias al guión o la dirección carente de energía de Fletcher. Hot Pursuit se miente a sí misma, pensando que con dos de las actrices del momento están salvados y que no importa mucho si el guión es pobre y la dirección deja bastante que desear. Pero que esto sirva de lección, hay proyectos que ni todo el carisma del mundo pueden sobrellevar. Éste es uno de ellos. Procedan con precaución.
A la hora de repetir esquemas, la productora Blumhouse es la campeona en su territorio. Habiendo encontrado un perfecto nicho de películas de bajo presupuesto pero alta rentabilidad en taquilla, Jason Blum y compañía siguen abusando poco a poco a su gallina dorada. En esta ocasión optan por el mismo camino que ya hicieron con la franquicia Paranormal Activity y le estampan el número 3 a una entrega que en realidad sucede antes de los hechos de las dos anteriores. La diferencia entre una saga y la que nos ocupa es que Insidious no responde a ningún interrogante oculto, sino que es una necesidad básica de seguir exprimiendo el renombre de la saga, pero al menos se encargaron de que uno de sus creadores le otorgue un sentido alguno para no terminar siendo una más del montón. Es entonces Leigh Whannell quien se calza los zapatos de hombre orquesta en Insidious: Chapter 3 y dirige, escribe y actúa en ella. Originador también de la icónica Saw junto a su colega James Wan -que ahora está en las ligas mayores luego de Furious 7 pero que se toma un tiempo para un pequeño cameo acá-, Whannell logra crear una coherencia para con los personajes que ya conocemos, esos que han estado en cada una de las películas. Ya no están Patrick Wilson ni Rose Byrne como pilares familiares, así que el foco dramático ahora lo tiene Lin Shaye para ella sola. Es un gran testamento a la capacidad actoral de esta veterana actriz, ya que su Elise siempre fue un punto interesante de explorar más allá de su destino en el marco de la saga, y acá el director le da esa oportunidad, que Shaye agarra y no la suelta hasta agotarla. No es una historia de orígenes, porque cuando la conocemos ella ya está retirada del medio espiritual, pero sí podemos ver los inicios de la dupla de Specs y Tucker, interpretados siempre por Whannell y su amigo Angus Sampson, quienes siempre traen a escena un apropiado sentido del humor que aligera la carga horrorífica presente. El foco de terror es como una aventura aparte de la saga, un caso en especial para los investigadores paranormales que tiene atrapada a la joven Quinn -Stephanie Scott- y a su atormentado padre Sean -Dermot Mulroney-, quienes todavía sufren la pérdida de su madre y mujer respectivamente, pero que se convierte en el menor de los males cuando una entidad comience a acosarla con el solo propósito de robarle la vida. Quiero decir que en muchos casos los sustos se remiten a saltos de música furiosos y apariciones raudas, pero no es nada que no haya hecho la serie antes, y el villano de turno es lo suficientemente escalofriante como para temer cada aparición suya. Las dos primeras, por ejemplo, se basan en un gesto aparentemente cordial, pero dan paso a una brutal escena en donde un accidente los hará razonar para que crucen la calle como buenos peatones. Depende de como quieran tomar el final, la historia puede seguir o simplemente es una conclusión interesante y efectista. Si vamos al caso, Insidious: Chapter 3 es una película que nadie pidió, pero que al haber costado $10 millones y recaudado ya $65, las cuentas cierran para que se abra otra página en El Más Allá. Afortunadamente, Whannell se encargó de hacer una entrega sobria y con los elementos característicos de la saga para que el barco siga a flote.
El club de los cinco En 2014, Pixar se tomó unas pequeñas vacaciones y no estrenó ninguna película. El descanso fue bien merecido, porque este año no vuelven con uno, sino dos proyectos: Inside Out ahora, y The Good Dinosaur en noviembre. Apoyados mayormente en secuelizar sus productos con la excelente Toy Story 3, Cars 2 y la precuela Monsters University, la última película de Pete Docter en colaboración con Ronaldo Del Carmen regresa a las pasturas creativas del gigante de la animación, con una historia novedosa, única y muy fresca, rebosante de humor y el drama edulcorado al que nos tienen acostumbrados. Desde el momento de la incepción de Riley, la niña a la que acompañamos en su viaje, la presencia de sus emociones es vital para su desarrollo emocional. Cada persona es un mundo, como dice el refrán, y nunca mejor dicho que en este caso. Dentro de la mente de Riley, y la de todos alrededor de ella, conviven cinco emociones encargadas de un Cuartel General, donde todo está milimétricamente planeado. Cada subnivel y detalle están planificados y creados con una calidad impresionante, una idea que refleja la novedad de la propuesta. Es como volver a ser un infante y entrar a una colorida juguetería por primera vez, y lo mejor de todo es conforme pasa el tiempo, más detalles se siguen agregando a la mesa. Pero sumar más elementos y obstáculos en el camino no es un tema menor para los directores y sus guionistas, sino todo lo contrario: el nivel intrincado de malabarismo con el humor y el costado dramático está tan bien balanceado que el resultado no es ni tan infantil ni tan adulto, sino que juega con los tópicos con una maestría absoluta. Cuando necesita ser graciosa, Inside Out es hilarante, y cuando necesita golpear duro con el drama, Inside Out es gloriosa. Docter y Del Carmen se tomaron casi cinco años en construir poco a poco el universo de Riley, y no dejaron absolutamente nada al azar. No tienen miedo a ir exponiendo argumentos difíciles de una manera simple para que los menores entiendan y sean parte de la trama, ni tampoco de ir creando a su paso un mundo vasto y rico en detalles. Por supuesto, no podría ser una película de Pixar sin tener un gran lujo técnico, que se nota a través del colorido interior de la mente de Riley, así como también en la atención al detalle de la creación de los humanos, y la impresionante textura de las emociones, con una Alegría luminosa que parece formada por partículas en vez de tener una solidez visible. El elenco de voces originales no podría haber sido elegido de una mejor manera. Cada voz es representativa de la emoción que le toca expresar, y los actores tienen la talla suficiente para enfrentar tal desafío. Amy Poehler es una campeona del optimismo y Alegría brilla e irradia luz en consecuencia. De seguro los productores han visto la energía de la actriz junto a su colega Tina Fey, y también en su destacada labor como Leslie Knope en la monumental serie Parks and Recreations, así que aplaudo la decisión de haberle eligido a ella y a sus compañeros por su talento y no por su relevancia social. Para mi total sorpresa, la contrapartida de Alegría es la Tristeza de Phyllis Smith, esa estupenda secundaria que llamó la atención en The Office y al lado de Cameron Diaz en Bad Teacher. Poehler y Smith son las encargadas de llevar a buen puerto la aventura, y tal como pasase con Woody y Buzz en Toy Story, deben dejar de lado las diferencias que las separan y trabajar juntas para lograr su objetivo. El resto de las emociones de Riley están interpretadas con mucha gracia por Bill Hader -Temor- Mindy Kaling -Desagrado- y Lewis Black -Ira- haciendo un gran quinteto entre todos. Mucho más no se puede decir de Inside Out aparte de que es una nueva demostración de que en animación e historias memorables, nadie le gana a Pixar. Si nada se le cruza en el camino, estamos viendo a una próxima ganadora de un Oscar a Mejor Película de Animación, y los méritos están a la vista. Tierna, madura, graciosa, emotiva, Inside Out lo tiene todo.
Es muy difícil separar al crítico objetivo del chico que creció con el cassette VHS color rosa de la Jurassic Park original. Aquel chico que creció sabiéndose todos los diálogos y escenas, sufrió cuando The Lost World no estuvo a la altura de las circunstancias y Jurassic Park III tan sólo fue un mero divertimento, alejada de lo que hizo tan icónica a la primera, la mejor de todas. Pero por algún lado se empieza, y el detalle es saber poner cada cosa en su lugar: Jurassic Park fue, es y será una excelente pieza de aventuras y ciencia ficción, que se ha ganado con el tiempo su lugar en el corazón de todos y cada uno de sus fanáticos. Es técnicamente improbable -e imposible ya- que algo supere la maestría de Steven Spielberg, pero las buenas intenciones y el apoyo coyuntural en la nostalgia hacen que Colin Trevorrow llegue más lejos con Jurassic World que lo que el mismo Spielberg intentó lograr al continuar la saga jurásica. Y eso es más que suficiente para evitar los baches en el camino de una entretenidísima continuación que finalmente nos muestra lo que tanto deseamos desde pequeños: un parque completamente funcional. A diferencia de la corrida adrenalínica del 2000 con el Dr. Grant y su aventura por la Isla Sorna, Jurassic World se toma su buen tiempo para introducir a los personajes y al ambiente en el que se moverán. Es virtualmente imposible no lagrimear con la conocida fanfarria al sobrevolar la isla Nublar totalmente remasterizada, ni tampoco sentirse como un nene pequeño con todas las nuevas atracciones disponibles. Es ver el sueño del Señor Hammond cumplido, con todas las familias disfrutando de todos y cada uno de los detalles. Pero ya han pasado 22 años desde el incidente del Parque Jurásico y el factor sorpresa se ha ido perdiendo. Asiéndose firmemente de un metacomentario muy interesante que refleja el espacio de atención del espectador promedio, el afán de los nuevos creadores de idear un espectáculo más vistoso tiene sus terribles dividendos con la mutación genética y su insignia, el Indominus Rex. No pasa mucho tiempo hasta que todo se sale de control y la teoría del caos que alguna vez profesó el Doctor Malcolm se pone nuevamente en manifiesto. Y ahí es donde la verdadera fiesta comienza, pero no sin antes encontrarse con algunos problemas. Habiendo padecido un desarrollo infernal hasta que vio la luz, Jurassic World se ve aquejada por una multitud de ideas que surgen de la combinación de varios guiones. La amalgama de ideas de Rick Jaffa y Amanda Silver, sumadas al nuevo libreto del director junto a su colega y colaborador Derek Connolly, logran que la historia sea un pastiche que no termina de convencer por el lado de los personajes, aquellos que vamos a ver sufrir en pantalla, ni por el lado de la trama, con un trasfondo militarizado para los dinosaurios que están siendo amaestrados, y los temas subyacentes de los valores familiares y el contraste entre personajes relajados y otros adustos y muy correctos. Trevorrow puede haber recibido el visto bueno de parte de Spielberg, pero definitivamente no es él, y se nota a la hora de producir un espectáculo de fuegos artificiales en donde los personajes deberían importar más. Una película de la serie no es nada sin un protagonista masculino, una femenina y un par de jóvenes sueltos. Es una receta infalible de la saga y acá se cumple con el ex-militar devenido en domador de velocirraptores Owen de Chris Pratt, la jefa de operaciones Claire de Bryce Dallas Howard y sus sobrinos, los hermanos Zach y Gray de Nick Robinson y Ty Simpkins. Se agradece mucho que Pratt pueda medir su nivel histriónico y no repita lo hecho en Guardians of the Galaxy, y que Dallas Howard pueda ir despegando su personaje poco a poco de la corrección con la que comienza. En un verano boreal donde la Furiosa de Charlize Theron ha dominado el protagonismo femenino, es buena señal que el resto de las féminas pueda tener algo que hacer y no parecer damiselas en peligro. Los muchachos tienen la rivalidad fraternal perfecta, pero la historia de su fracturada familia poco y nada influye frente al frenesí reptiliano que les espera en el parque. El cuarteto es el centro neurálgico de la secuela, teniendo como figura antagonista a un convincente Vincent D'Onofrio que boga por un uso militar de los dinos, el alivio cómico de Jake Johnson como un operador técnico del parque que añora los días pasados, y el regreso del Doctor Wu de B.D. Wong, única cara conocida de la saga que tiene un papel agridulce en el marco general de la película. Pero nada puede frenar el embate que surge de ver a los dinosaurios acechar poco a poco a los incautos visitantes del parque. La acción y la aventura depende del efecto dominó que se logra con las pobres decisiones surgidas de la desesperación de los personajes, ajenos a la idea de que la misma tragedia pueda volver a ocurrir. Eso, y que la amenaza del Indominus sea letal e imparable, producto de la modificación genética que sufrió al momento de su creación. Conforme cada revelación respecto de su naturaleza vaya teniendo lugar en la trama, más y más peligrosa se vuelve su existencia, y hará falta mucho para poder frenarlo, si es que eso sucede. A Jurassic World le faltan escenas tensas e icónicas como el ataque en la cocina de la primera parte o el trailer y el acantilado de la segunda, pero en general una vez que la acción toma su merecido lugar en pantalla, el desfile de efectos es abrumador, y cumple con creces lo que uno espera de la saga. Tardó en llegar, pero el resultado está a la vista: Jurassic World es una fiesta nostálgica que reposiciona a la franquicia como una comodidad por fuera de los superhéroes que pueblan las pantallas hoy en día. Superando toda expectativa, es la mejor secuela hasta el momento y disfrutable al por mayor, siempre y cuando no se espere que alcance lo inalcanzable de la primera parte.