Casi, casi, pero no. La historia de Hitman es un tire y afloje tremendo que, me animo a decir, nunca podrá ser adaptado correctamente a la pantalla grande. El Agente 47 es simplemente un personaje demasiado oscuro, parco y carente de emoción como para resultar un héroe convincente, y eso que los esfuerzos de Hitman: Agent 47 por humanizarlo son varios, pero no hay caso. A estas alturas, es mejor pegarle un buen repaso a uno de los tantos videojuegos de la franquicia y el resultado será mucho más satisfactorio que sentarse a ver la reimaginada aventura del calvo asesino. Un progreso claro es que esta nueva versión es mucho más asequible que la terrible antecesora del 2008, un chiste por donde se la mire. Problemas de producción, re-filmaciones, un director despedido por el estudio y un protagonista que sólo accedió a hacer la película para costearse una nueva casa, quien pareciera reírse en todas las tomas porque sabe lo que está haciendo. Una locura, que dejaba el listón bastante bajo para ser superado. Agent 47 logra saltar el escollo pero tampoco toma un impulso tan alto. La dirección de Aleksander Bach tiene una vertiginosidad de videojuego y casi de encargo, pero funcional al producto entre manos. Después de todo, estamos frente a la adaptación de uno, así que la mayoría de los espectadores querrán ver acción a niveles imposibles y, en eso, la película cumple. Veo como un crimen que el mismo guionista de la anterior, Skip Woods, haya regresado a por más después del pobre trabajo que hizo anteriormente, pero la balanza se equilibra un poco porque comparte la tarea con Michael Finch y hay un intento de producir un film de acción más interesante. No muy profundo, pero con la suficiente historia para mantener al espectador atento durante hora y media. La previa del Agente 47, con todos los experimentos nazis y humanos mejorados de por medio, tiene más sentido, así como también el accionar del protagonista, un correcto Rupert Friend que se sale con la suya al interpretar a una fría máquina de matar que no se detiene ante nada. Lo acompaña la fémina de turno, una aguerrida Hannah Ware, que se suma al panteón de sobresalientes secundarias que no son damiselas en peligro, sino que se pueden defender muy bien por sí solas. No es un punto menor, y la química entre ambos -de compinches, mas no de intereses amorosos- resulta un motor fundamental para la película. A ellos se le suma un extraño Zachary Quinto, en un papel alejado de los que hace siempre, y el pobremente utilizado Ciarán Hinds en el secundario habitual: el doctor que sabe todo y está arrepentido de lo que hizo. Hitman: Agent 47 no es para volverse locos, tiene buenas escenas de acción, es entretenida, cortita y al pie, y deja una puerta abiertísima para una secuela que quizás no llegue nunca. Pero su protagonista es una hoja de papel tan en blanco que resulta transparente, una hoja cuyo prontuario no es lo suficientemente interesante como para llamar la atención por más de hora y media.
She's Funny That Way recupera dos pájaros de un tiro: por un lado, el regreso de la querida comedia de enredos a la pantalla grande, y por el otro, el retiro del laureado director Peter Bogdanovich, cuyo último proyecto a lo grande fue The Cat's Meow, con Kirsten Dunst en 2001. Gracias a la fuerza interpretativa de todo el elenco y a la rapidez de los diálogos -que remiten mucho al cine de Woody Allen- es que la película sobrevive a ser un mero homenaje a una época dorada de Hollywood que poco a poco se ha diluido. Como excusa para narrar los diversos enredos que ocurren en pantalla, una entrevista a una joven actriz ascendente de turno -una Imogen Poots en uno de sus mejores momentos, oro puro- es que una entrevistadora va llenando los huecos de la vida detrás de esta joven, quien en su pasado fue una acompañante y gracias a ese trabajo se le abrieron las puertas a la actuación, en teatro primero y en cine luego. Las historias cruzadas que se ven a continuación involucran a un puñado de personajes, todos relacionados de alguna manera los unos con los otros, mientras que de fondo lo que los une es la realización de una nueva puesta en escena de un director bastante mujeriego y poco redimible -Owen Wilson, correcto pero casi en piloto automático-. Las idas y venidas entre este elenco -la esposa de él, el galán de la obra, el guionista de la misma, su novia psicóloga, un juez obnubilado por la joven prostituta devenida en musa y demás- elevan el ritmo y las apuestas, ya que es un detalle muy interesante ir conectando cabos a medida que los personajes deambulan en escena, entre bambalinas de Broadway, habitaciones de hotel y consultas psiquiátricas. Entre situación y situación, entre un momento lúdico y otro, y de cameo en cameo es que transita su camino She's Funny That Way, sin sorpresas mayores pero rebosante de gags y un elenco disparando hacia todas las direcciones. No hace falta ver más allá de la ofuscada y harta psicóloga que interpreta con ingenio Jennifer Ansiston o la explosiva cónyuge de Wilson -una siempre bienvenida Kathryn Hahn- para entender el grado de histeria hilarante que maneja Bogdanovich, quien también firma el guión junto con su entonces esposa Louise Stratten -sí, el guión data de hace quince años, pero es igualmente disfrutable y no ha envejecido tanto-. She's Funny That Way no es un locurón de comedia, pero cumple su cometido de ser un loable homenaje a grandes comediantes del género y también como una exponente del género en su propia salsa, con un elenco conjunto que hace maravillas, como si se conociesen de toda la vida. Un resultado bastante agradable.
Entre tanto superhéroe y zombies por doquier, el 2015 se caracterizará también por ser el año del espionaje. Comenzando en febrero con Kingsman: the Secret Service y finalizando en noviembre con Spectre, en el camino también pasaron la fantástica Mission: Impossible - Rogue Nation y la aventura que nos compete, The Man from U.N.C.L.E, adaptación de la serie televisiva de los años '60 que llega de la mano de Guy Ritchie. Es difícil crear empatía por un show que se emitió hace cincuenta años, así que el propósito al que apuntan Ritchie y su co-guionista Lionel Wigram es crear de cero a estos personajes, con posibilidad de darles una franquicia propia. Y por un momento, sin conocer absolutamente nada de la trama general de la serie, U.N.C.L.E se termina convirtiendo en una grata sorpresa. Embebida completamente en la sugerente ambientación de los años post-Segunda Guerra Mundial, la trama sigue al reacio ladrón convertido a la fuerza en agente de la CIA Napoleon Solo, quien debe unir fuerzas con el imparable agente de la KGB Illya Kuryakin para impedir que unos malos malosos se hagan con un arsenal nuclear propio. Esa es, lisa y llanamente, la historia que maneja U.N.C.L.E. Ya que su gran fuerte no es una narrativa sólida -el guión parece salido directamente de la década de los '60, sin actualizaciones ni aggiornamientos a las nuevas generaciones-, U.N.C.L.E se destaca por sus diseño de producción, su vestuario y su abrazo potente a los clichés de siempre en el ámbito de la carrera de espías. Es refrescante entonces que la simple trama se apoye en un descomunal despliegue de producción, que vibra en cada pieza de vestuario y en cada escenario elegido para ser populado por los protagonistas, pero una cosa es tener una narrativa en la que proliferan los giros imprevistos -como se vio el mes pasado en Rogue Nation- y otra cosa es que la historia sea tan formulaica que no haya tantas sorpresas para que el espectador devele. No es nada malo apelar a giros comunes, pero entre tanto regodeo con la era sesentosa y con un producto tan prolijo, duele un poco que en definitiva el resultado sea un vistoso y sabroso caramelo que una vez degustado y digerido sea olvidado. En una época en donde el tercer acto de una película de acción es sumamente explosivo y debe sentar precedentes para otras compañeras de género, U.N.C.L.E recurre a persecuciones y momentos de acción bastante convencionales. Es su estilo y así elige perpetuarlo, pero parece que le faltó un golpe más de horno para diferenciarse de otras películas parecidas, sobre todo porque estilo tiene de sobra. Por otro lado, Henry Cavill y Armie Hammer se la pasan de diez en personajes arquetípicos con muy buenos diálogos y mucha química fraternal. Ambos son moles que apenas entran en sus ajustados trajes de diseño, y hasta Ritchie & Wigram se saldan con un par de salidas homoeróticas, pero se nota que el dúo se divirtió mucho alejándose un poco de los papeles que siempre hacen y les permite ironizarse un poco. El combo se completa con dos féminas de temer en la piel de la maravillosa Alicia Vikander como la damisela en peligro, que llama la atención desde el momento cero de la película y magnetiza la atención del público con su actuación, y luego tenemos a la villana Victoria Vinciguerra de Elizabeth Debicki, quien sigue abriéndose camino en films de época -la habrán visto en The Great Gatbsy de Baz Luhrmann-. Debicki se come cada escena en la que aparece, con una soltura y un aire aristocrático fabuloso que un poco más y pide a gritos un spin-off para ella sola. El cuarteto es bastante sólido para cargarse a los hombros la historia, llevándola a buen puerto. The Man from U.N.C.L.E no es una excelente pieza de acción y de espías, pero sobresale por su alto grado de estilización y por sus personajes, por los cuales el elenco entrega todo de sí. Quizás con un par de actualizaciones el resultado hubiese sido diferente, pero es otro genial paso en la carrera de Guy Ritchie, mucho menos estrambótico que su adaptación de Sherlock Holmes. Entretiene y cumple, que es suficiente.
Comedias románticas. Otro género que, como el horror, vive repitiéndose una y otra vez. Podrán cambiar las piezas, pero el corazón siempre es el mismo: chico conoce a chica, se enamoran, tienen muchos obstáculos en el camino, pero al final el amor prevalece. Es algo que podrán encontrar en Playing It Cool, pero lo único que tiene que hacer la película de Justin Reardon es saber aceptar los clichés y atenerse a ellos, sabiendo lo que hace y juzgando en la medida exacta para no ser una completa parodia. Y es así como tenemos a nuestro protagonista, el escritor sin nombre que protagoniza con mucho carisma y talento Chris Evans. Un hombre que no cree en el amor y, curiosamente, se le asigna la escritura de un guión romántico. Sin saber qué hacer -su experiencia en el ramo es pobrísima- se reduce a escuchar historias de la gente alrededor suyo, en particular su extravagante grupo de amigos escritores, hasta que una noche conoce a su musa inspiradora. Ella, en la piel de Michelle Monaghan, desarma con su sonrisa y pronto transforma al escéptico en firme creyente. Repito, no es una historia para volverse locos y creer en el amor de nuevo, pero el guión de Chris Shafer y Paul Vicknair se adapta y amolda lo suficiente para aprovechar la química de Evans y Monaghan y rodearlos de situaciones agradables, personajes secundarios que lo son aún mas y conflictos atractivos a la trama, sin desviarse mucho de su tema final. Hay referencias cinéfilas, bibliográficas y hasta cameos pequeños pero satisfactorios, todo un combo que termina por equilibrar la balanza en forma positiva. En el camino, hay hasta una escena bastante emotiva que puede agarrarlo a uno desprevenido -la explicación del bote, un momento sublime- así que van avisados. ¿Es predecible? Claro. ¿Es disfrutable? Bastante. Una cosa no quita la otra y Playing It Cool sabe cuáles son sus fuertes y sus desventajas. Una pequeña sorpresa, que muestra otro costado del héroe de acción que es por estos días Chris Capitán América Evans.
A caballo entre ese capítulo de la serie Escalofríos donde una máscara de Halloween no podía ser removida y una de las tantas historias de terror de Stephen King -descontando a It, por supuesto-, Clown puede parecer un relato más de payasos malditos, pero no lo es. Hay una oscura y cínica historia por detrás, y una mitología suficientemente atrapante y digna como para agradar hasta el más acérrimo fanático del género. Lo que comienza con una cortesía de un padre para el cumpleaños de su hijo se torna una cruenta y desagradable lucha de un hombre por sacarse de encima una maldición que viene acompañada del traje de payaso que decidió vestir para la ocasión. Al director y guionista Jon Watts y Christopher D. Ford les basta con tener de protagonista a un padre de familia, un sujeto común que podría ser cualquiera de nosotros, y lo arrojan a una carrera contra el tiempo, a medida que el atuendo se vuelve más ajustado y el hambre por carne de niño más insostenible. Si bien un tanto pausada en su ritmo, Watts elige bien cómo filmar cada momento y entrega más de una escena interesante, adentrándose de a poco en la historia pasada del traje y en los cambios corporales que trae aparejado consigo. El diseño del payaso es espeluznante y su transformación final es simplemente materia de pesadillas, más aún para aquellos que siempre le hayan tenido fobia a estas extrañas criaturas. Y si a todo esto le sumamos grandes protagónicos de Andy Powers como el avasallado Kent y la de su esposa Meg -Laura Allen- el combo es casi perfecto. Clown no es particularmente terrorífica ni tampoco tan graciosa como alguno de sus chistes parece insinuar, pero la suma de sus partes intriga lo suficiente para darle el visto bueno. A todo esto, sumémosle que su director será el encargado de traer los orígenes de Spider-Man una vez más a la pantalla grande bajo el estandarte de Marvel Studios, así que es una buena oportunidad para descubrir la visión que tiene el peculiar director.
El incombustible clásico de Antoine de Saint-Exupéry regresa gracias a la mano de Mark Osborne (Kung Fu Panda) para crear mediante una combinación de animación y stop motion una delicada y primorosa fábula que palidece en comparación directa con el libro, pero que por sí sola es un agradable espectáculo. Los que esperaban descubrir una adaptación fiel y respetuosa del texto original o simplemente una película capaz de crear consciencia moral estarán un poco decepcionados. Esta versión aún más edulcorada que el clásico infantil puede ser considerada una estafa de marketing, ya que no es un recuento directo de la prosa del autor francés, sino una historia dentro de otra historia. El texto original no es muy largo, así que tiene sentido que los realizadores hayan elegido contar la vida de una pequeña cuya diligente madre le tiene toda la vida planeada por delante. Escapando de las controladoras garras de su progenitora, la pequeña se hace amiga de un vecino anciano, El Aviador del cuento original. Al justificar la trama de esta manera, se agrega bastante metraje para que la adaptación fidedigna no dure poco, pero a su vez se mastica demasiado el mensaje original del libro, dejando nada al azar para la interpretación y subrayando todos y cada uno de los mensajes del autor. La nueva narrativa fagocita casi enteramente a la historia clásica y aquellos que vayan a ver la emotiva historia del Principito, la Rosa y el Zorro se verán decepcionados por ver tan poco de ellos en pantalla. Pero juzgar a El Principito por lo que no es en vez de lo que es puede parecer injusto. Dentro de su argumento convencional y dirigido especialmente a los más pequeños de la familia, la animación digital resulta grandiosa y muy bien trabajada, con humanos creados a un punto casi caricaturezco -ojos y cabeza bien grandes y expresivos- pero que contrasta con el stop motion que toma lugar cuando el relato original es contado. Estos momentos, breves pero satisfactorios, son el centro neurálgico del film y definitivamente garantizan el precio de la entrada. El oportunismo retractará a muchos de entrar a la sala de cine a ver El Principito, pero entrando sin esperar nada a prori, el resultado develará una sorpresa agradable.
Aunque The Humbling parte de una premisa muy similar a la oscarizada Birdman -el ocaso actoral de una gran figura-, el resultado es completamente diferente. Pero mientras que el film de Iñárritu toma esa línea de juego para saldarse con una mordaz crítica al mundo del espectáculo, la última película de Barry Levinson ahonda en la parte más humana del conflicto, con un protagonista en pleno estado demencial al que el telón se le está bajando poco a poco frente a sus narices. A medio camino entre el drama y la comedia, el tono tragicómico de The Humbling refleja el interior de la mente del avejentado Simon Axler, con todos sus recovecos internos, sus pensamientos, sus logros y demás. El espectador es los ojos de este potente actor interpretado con eficacia por Al Pacino, siguiendo sus pasos y enfrentando a una maraña de personajes secundarios, todos con su pasado a cuestas. Hay un interés agridulce por ellos, por delinearlos y ponerlos en contraste para con Simon, pero si bien hay potencial en cada historia, la fuerza de la trama va diluyendo a todos y cada uno de ellos. La lesbiana lanzada de Greta Gerwig, la poco utilizada profesora universitaria de Kyra Sedgwick, la pasivo-agresiva paciente de Nina Arianda, todos son personajes con inusuales historias de vida, pero poco y nada tienen que hacer cuando el hilo narrativo es tan confuso y trunco como la mente del protagonista. Pacino, como Robert De Niro, ha ido eligiendo proyectos que no le hacían justicia al talento actoral que posee, pero en The Humbling constituye la principal razón para ver dicha película. Es un gusto poder encontrarlo nuevamente frente a un desafío como éste -y hasta podría decirse con una pizca de autobiografía también- y solo sostiene un armatoste que por sí mismo se caería a pedazos. Un film hecho para Pacino donde demuestra que no se ha olvidado de lo grande que ha sido. Curiosa e interesante de a ratos, pero no apta para un gran público
Pitch Perfect fue la respuesta milenial a ese ya clásico placer culpable que es Bring It On. Cambiando los componentes pero cuidando de cerca la fórmula, se reemplazó un grupo de porristas por uno de canto a cappella y el resto es historia. Tras tomar por sorpresa al mundo, la secuela no se hizo esperar, y acá estamos. Pitch Perfect 2 vuelve el foco a las Bellas de Barden, tres años después de lograr lo imposible y conquistar un título tras otro. Luego de quedar en ridículo frente a toda la nación y perder el prestigio que consiguieron de la noche a la mañana, el plan para recuperar el favor del publico es simple: ganar el campeonato internacional de a cappella. Su viaje no será fácil, ya que como enemigo tienen al infalible grupo alemán Das Sound Machine, una máquina imparable como bien lo anuncia su nombre. Las apuestas suenan mucho más grandes que las de la primera parte, pero lo más sorprendente es que la secuela la juega de grandiosa, pero tiene el mismo corazón que ya había demostrado antes. Es más una continuación orgánica, una Parte Dos, que una secuela hecha y derecha. No hace falta mucho para recapturar la atención de lo que hizo a la primera una experiencia tan emocionante y adrenalínica. Las chicas vuelven todas, con más canciones y artilugios vocales para deleite de la platea, aunque un poco cambiadas también. Hay un costado bastante humano en ellas, sobre todo en el mirar hacia el futuro y decidir que harán de sus vidas fuera de la universidad. Hay un pequeño conflicto alrededor de estas decisiones, pero poco a poco se van solucionando, a la vez que la novata Emily de Hailee Steinfeld es introducida al grupo, un poco como elemento nuevo y otro poco para pasar la antorcha a una nueva generación, ya que ni Anna Kendrick ni Britanny Snow se podrán quedar para siempre de una manera fluída desde la trama. Rebel Wilson vuelve a hacer de las suyas con su Fat Amy, la silenciosa Lilly de Hana Mae Lee vuelve con energías recargadas y mas letal que nunca con sus callados comentarios, y la dupla de enemigos de Birgitte Hjort Sørensen y Flula Borg tienen suficiente pasta para enfrentarse a nuestras tan queridas Bellas. Elizabeth Banks debuta como directora de largometrajes y su futuro no podría ser más auspicioso, con una dirección dinámica y sin frenos, que hace que las casi dos horas de película fluyan constantemente. Junto con la guionista Kay Cannon incluso se dan el lujo de darle un codazo chiquito a una industria que se empeña en copiar sin hacer nada original, y hasta antagoniza a todo aquel que quiera hacer algo original, Dios lo prohíba. Ese comentario es un arma de doble filo, ya que estamos frente a una segunda parte que, debido a su éxito rotundo, tendrá una tercera entrega en 2017. No todo es color de rosas igualmente, ya que hay subtramas que hacen aguas -el romance de Fat Amy y Bumper no va a ningún lado interesante, los chistes recurrentes pueden volverse cansinos, etc.- pero en general el aire lúdico se mantiene a toda costa. Con algunos altibajos pero con mucha energía, Pitch Perfect 2 es una maravillosa secuela que no decepciona, y que impone su visionado junto con la primera parte.
Superar a la dupla de películas de Tim Story del 2005 y 2007 no era tarea muy difícil. En la era de la lucha colosal entre Marvel y DC, el costado amable del grupo de superhéroes se volvió obsoleto con el tiempo, aún más que sus pobres efectos por computadora. Pero el resultado final del reboot, sorpresivamente, está demasiado lejos de ser un paso adelante en la saga, y hasta se queda corta en resultar un espectáculo pochoclero digno de sostenerse por sí solo. La tarea de Josh Trank venía avalada por su estupendo debut con Chronicle en el 2012, y todo el secretismo detrás del proyecto auguraba dos posibles resultados: confianza plena en el producto o un temor severo a lo que tenía entre manos el estudio Fox. Lamentablemente, y a medida que pasamos el tiempo conociendo a los nuevos personajes, hay algo que va encajando poco a poco y es que Fantastic Four no tiene alma. Es una película tan fría y calculada, afanosa en crear un mundo en el cual el cuarteto se pueda mover, que termina siendo muy funcional, "un patrón", como bien dice Sue Storm en un momento. Culpa de este patrón y de un rígido guión por parte de Trank, el novato Jeremy Slater y el curtido Simon Kinberg -ha escrito las X-Men desde la tercera entrega- es que los protagonistas lucen acartonados, cada uno cumpliendo una función básica. Por más carisma que Milles Teller, Kate Mara, Michael B. Jordan y Jamie Bell hayan demostrado por separado en su carrera, juntos no terminan de generar la química necesaria para funcionar como una unidad bien engrasada. No hay fraternidad entre Sue y Johnny, cuando su nexo conector -uno hijo biológico, la otra adoptada- prometía un costado humano interesante, no hay romance suficiente entre Reed y Sue, y la camaradería entre Reed y su amigo de toda la vida Ben Grimm hace aguas cuando éste último es forzado por cuestiones del guión a ser partícipe del todopoderoso experimento que sale -como siempre- mal. Decir que Bell está desaprovechad es poco. Y qué decir del Victor Von Doom de Toby Kebbell, que interpretó vía animación al excelente ¿villano? de Dawn of the Planet of the Apes el año pasado y acá se despacha con un antagonista carente de emoción y peligro, con un diseño barato que parece una copia burda y masculina de la omnisciente S.H.O.D.A.N del videojuego System Shock 2. Es una referencia algo opaca, pero quienes sepan de lo que hablo, verán las comparaciones isntantáneamente. No está mal que se le quiera dar un costado más serio y centrado a la historia de los Cuatro Fantásticos, pero cuando la fórmula se nota a la legua y toda la información está masticada y servida en bandeja al espectador, hay algo que no salió bien. Si a eso le sumamos la carencia de escenas de acción -se deja el plato fuerte para el final y aún así no es suficiente- pero se cuenta con un más que decente diseño de producción y efectos CGI, el híbrido no termina de dinamitar la saga pero tampoco genera la emoción necesaria para querer seguir viendo más aventuras del grupo. De hacer los ajustes necesarios para un futuro, la inminente secuela prevista para el 2017 podría resultar un avance abismal con respecto a esta pobre reimaginación. Lo que le falta a Fantastic Four es soltarse un poco el pelo, como dice el dicho, y relajarse. Solo así puede volverse mas relevante, porque potencial tiene, y mucho.
Por cada Chris Evans o Chris Pratt que surgen cada cinco años y cobran relevancia en el medio de la noche a la mañana, siempre cabe recordar que Tom Cruise estuvo ahí antes y su actividad en el cine de acción parece no mermar. Todo lo contrario, con cada película que lo tiene como protagonista, el nivel de osadía del norteamericano escala una posición más, y la emoción de Cruise por sus proyectos se contagia a la gente que lo rodea. Mission: Impossible - Rogue Nation así lo demuestra, constituyendo una fantástica quinta entrega de una saga que se rehúsa a quedar obsoleta frente a otras grandes franquicias. Es imposible no caer en las garras del ritmo que plantea Rogue Nation, siendo que comienza con la reconocida música de la serie y que en la primera secuencia antes de los créditos se puede ver ya la tan publicitada escena del avión, con el agente Ethan Hunt colgando de un costado del mismo. Es un momento único que confirma varias cosas al mismo tiempo: que Cruise está loco de remate por filmar sin doble de riesgo, que el actor todo lo hace por su público y que mostrar uno de los aces bajo la manga del film tan pronto no significa que no quede nada para después. La relación de Cruise con el guionista y director Christopher McQuarrie -trabajaron de alguna manera u otra en Valkyrie, Jack Reacher y Edge of Tomorrow- es muy provechosa, de esas duplas que saben que trabajan magníficamente juntas y no decepcionan. La historia nuevamente tiene los mismos ingredientes, pero agitados de diferente manera. El Sindicato -una megalómana organización que trabaja desde las sombras- es el omnipotente villano, la FMI está en aprietos y a punto de ser disuelta, y el agente Hunt está desautorizado, solo en el mundo y con ansias de destruir a un enemigo que se le escapa en todas las oportunidades. La chance de lograr su cometido es mediante la aparición de un rostro conectado al Sindicato, un hombre rubio, silencioso y letal, y por otro lado la de una misteriosa mujer que no se queda atrás cuando de repartir golpes se trata. De ahí en más, la trama saltará de un continente a otro, de una secuencia de acción a la siguiente y de un giro de guión al próximo, probando en forma fehaciente que estamos frente a una Misión Imposible después de todo. Sucediendo a J.J. Abrams y a Brad Bird, McQuarrie prueba que está dentro de las grandes ligas con alucinentes escenas de acción bien coreografiadas, que laten de emoción y suspenso, y hasta tienen algo de sensual -la gala de ópera en Viena así lo prueba-. Siendo un año aplastante en secuelas de alto impacto, Rogue Nation comparte mucho con otra sorpresa del año: Mad Max: Fury Road. Ambas toman una saga que se remonta a varias décadas y le insuflan nuevos aires, sin tanto manejo computarizado sino arte de la vieja escuela. Pero mientras que Fury Road es un desquicio de principio a fin, Rogue Nation es un thriller de espías, bien pensado y hasta podría decirse hitchcockiano en algunos pasajes. McQuarrie ha hecho su tarea y el resultado está a la vista. Puede que haya un espacio pronunciado entre una persecución u escena de acción en particular que termina pesando un poco en los 130 minutos de duración, pero se pueden obviar ya que ayudan a fortalecer la narrativa del director. Como no podía ser de otra manera, Cruise se roba el show con todas sus acrobacias, piruetas y momentos, ya sea colgando de un avión, filmando una escena bajo el agua conteniendo el aire por seis minutos en una toma continuada o luchando mano a mano semidesnudo y sin perder el aliento. Es una proeza que vale la pena pagar para ver una y otra vez. La sorpresa viene por el lado también de la compañía femenina de turno, en la piel de la prácticamente desconocida Rebecca Ferguson. En una época donde el papel de la fémina en peligro se puso seriamente bajo la lupa con la aguerrida Imperator Furiosa de Charlize Theron, la agente Ilsa Faust de Ferguson vuelve a confirmar que la mujer puede tanto o más que un hombre en el terreno de juego. Ilsa es un gran personaje, muy similar a Ethan Hunt ya que están en igualdad de condiciones, y si bien nunca se la toma como un interés amoroso, la química que comparten Ferguson y Cruise es palpable a cada segundo. Hay un gran futuro en el cine de acción para ella y no vendría mal tenerla en cuenta para próximas misiones imposibles. El resto del equipo está bastante dejado de lado, aunque ayudan remotamente. El alivio cómico de Simon Pegg sigue creciendo minuto a minuto y ahora su Benji está en pleno trabajo de campo y resulta de mucha más ayuda que el Luther de Ving Rhames o el Brandt de Jeremy Renner, totalmente desaprovechado y dejado de lado para lidiar con el sector burocrático junto a otro malgastado Alec Baldwin. Y otra vez más, el villano es uno de los puntos más débiles de las nuevas entregas. Si Ghost Protocol tenía un antagonista de poco peso, el villano de Sean Harris en esta ocasión es un poco más oscuro y en línea con la mitología en general de la saga, pero que a fin de cuentas no le es competencia al equipo de Hunt, por más vueltas y recovecos que tenga la trama para hacer que la balanza está equilibrada. Mission: Impossible - Rogue Nation es una bomba pochoclera de precisión, que estalla cuando tiene que hacerlo y se lleva consigo el aliento del espectador durante dos horas. Es momento de reivindicar a Tom Cruise por el excelente actor de cine de acción que es, y si dejamos de lado un poco la parafernalia Marvel, el resultado es un cóctel de espionaje ultramoderno que continúa resultando refrescante y se reinventa con cada entrega.