El paso del tiempo nos afecta a todos. Tarde o temprano envejecemos y vamos dejando atrás una parte de lo que fuimos. No hay lección más dura que aprender y menos para los actores, que ven pasar los años pero han quedado inmortalizados para siempre en las películas que filmaron cuando eran jóvenes. La aceptación es uno de los tantos temas que toca Cloud of Sils Maria, el último film de Olivier Assayas que comparte ideas y lugares en común con una compañera de festival, ya que se presentó en Cannes 2014 junto a Maps to the Stars, de David Cronenberg. Mucho más filosófica y menos abrasiva que la del director canadiense, Sils Maria explora a través de la relación de dos mujeres muy diferentes entre sí pero más similares de lo que creen la no muy coherente idea de aferrarse al pasado y no soltarlo. Asiéndose de un metacomentario delicioso y malicioso a partes iguales, Assayas construye desde un guión propio a Maria Enders, una actriz cuarentona que sobrevive al cenit de su carrera aceptando papeles en proyectos pochocleros de alto vuelo -mención muy subrayada a la saga X-Men de por medio- lejos de sus inicios en el teatro y al cine de autor. Maria sigue muy en contacto con ese papel que la lanzó al estrellato y la noticia de una reimaginación de esa obra no tardará en llegar a sus oídos. Lo que sigue a continuación es una introspección a la carrera de la actriz, una oportunidad para volver al escenario e interpretar a la otra parte de un affaire femenino devastador, un giro en la vida de Maria que no puede y no quiere aceptar ni explorarlo. El tour de force de Juliette Binoche no es menos poderoso ni relevante, ya que la francesa logra captar cada momento y cada sentimiento de Maria con una potencia demoledora. Y si al lado de Binoche se encuentra Kristen Stewart como su contrapartida, el resultado es impresionante. Hay algo hipnótico y fascinante en la interpretación de Stewart, se mueve como un pez en el agua a través de los cuadros del film, con una soltura impresionante, diametralmente opuesta a vehículos suyos como Twilight. Kristen se asfixia con grandes producciones y los proyectos indies sacan lo mejor de ella. Sin ir más lejos, Assayas la exprime en cada escena, y esa energía escondida le valió a la americana un premio César -los Oscars franceses- como Mejor Actriz secundaria, la segunda vez que un actor estadounidense lo obtiene y la primera que una mujer americana es galardonada con el mismo. No es detalle menor sino todo lo contrario, es una demostración plena que cuando se quiere, se pueden romper barreras y prejuicios. La relación entre Maria y Valentine, su asistente encarnada por Kristen, poco a poco se va asemejando a la relación malsana y de aristas sexuales que tienen las protagonistas de la obra teatral La serpiente de Manoja, donde alguna vez Maria fue la joven Sigrid y ahora le toca interpretar a la adusta y correcta Helena. Quizás se note demasiado la mano de Assayas de querer difuminar la existencia de la obra con la realidad de Maria y Val cuando ensayan en los hermosos páramos silvestres de Suiza, pero no le quita fuerza ni verdad al poderío actoral que demuestran ambas actrices. A ellas se les une la inesperada Chloë Grace Moretz como la turbulenta Jo-Ann Ellis, una radiografía viviente de esas actrices jóvenes que tienen todo el potencial del mundo pero lo van ahogando poco a poco en alcohol, drogas y escándalos varios. El de Chloë es otro punto a favor del director, que saca a relucir lo mejor de ella desde la primera hasta la última escena. Assayas se despacha también con una escenografía impactante, donde el ambiente montañesco resulta muy inmersivo y un personaje más en el viaje de estas mujeres, todo filmado con un gran ojo clínico y una hermosura inconmensurable. Apoyar un soberbio estudio de personajes con semejante paisaje es uno de los motivos por el cual Clouds of Sils Maria sobrevuela por sobre cualquier minucia narrativa que se le puede objetar.
Muchas veces el abordar la reseña de una comedia puede ser una tarea muy difícil. El humor es muy subjetivo y le llega a cada espectador de diferentes maneras. Y mucho menos si hablamos de humor femenino, aquel en donde las mujeres son el foco de atención y no hay un Adam Sandler o Kevin James a la vista. Pero si algo ha quedado claro en los últimos años, es que Melissa McCarthy es una máquina imparable en lo que respecta al género. Una de las caras más reconocidas y lucrativas de la comedia americana, Melissa vuelve a la carga una vez más junto al director Paul Feig, una dupla que parece haber encontrado el código del éxito. Tras la apabullante Bridesmaids y la hilarante The Heat, el turno de Spy es el de insulflarle a una genial historia de espionaje y acción toda la artillería pesada que tienen la actriz y el guionista/director, una mezcla tan pura y deliciosa como los martinis que degusta el 007 en sus aventuras. Para no confundirse, Spy no es ni una burla ni una parodia a la saga Bond, sino que es una comedia pura y dura que involucra el costado más gracioso de las agencias secretas gubernamentales en persecución de malos bien malosos, buscando armas nucleares para diezmar al mundo moderno. La comedia no pasa por la estupidez al estilo La Pistola Desnuda, sino que va jugando sus propias cartas, construyendo personajes y viajando alrededor del mundo en busca de pistas y rastros de migas que van dejando los villanos de turno. En ese aspecto, el subtítulo con el que se conoce la película en territorios de habla hispana - Una espía despistada- no podría lastimar más al producto, ya que la protagonista lejos está de ser una agente despistada. Se podrá seguir recurriendo en menor medida al humor físico con respecto a la corpulencia de McCarthy, y en mayor medida a la cantidad de insultos por segundo que puede disparar la espía del título, pero su personaje lejos está de ser una cabeza hueca. Gracias al estupendo trabajo que hace Feig desde el guión, la dimensionalidad de la protagonista y de sus secundarios se demuestra a cada segundo, primero siendo Susan Cooper una ayudante remota de los agentes de campo, y luego arrojándose al mundo exterior para probar que no es sólo una "señora del almuerzo" como la llaman despectivamente sus colegas. Susan es un arma secreta, y el elevado nivel de entrenamiento y su escasa notoriedad la hacen una candidata ideal para una nueva misión, más allá de cómo luzca físicamente. El nivel de manejo de personajes del director es excepcional, y sabe equilibrar el humor con la acción en justas dosis para que no termine de abrumar ni el uno ni el otro. Con bastantes giros y revelaciones para resultar una prima de las Misión Imposible, Spy se vale de sus dos horas de metraje para desarrollar su historia, donde McCarthy comparte escenario con un grupo de talentosos secundarios, muchos de los cuales prueban aguas nuevas en sus carreras y salen airosos. Primero que nada, el ver a Jude Law como una copia casi calcada de James Bond es tremendamente gracioso, pero es su colega Jason Statham el que se lleva todos los aplausos como un agente que ha vivido situaciones adrenalínicas fuera de control y no está para nada de acuerdo que su rechoncha compañera le haya robado una asignación. Es más, el mote de despistado se lo lleva él, en una combinación entre aguerrido y estúpido que le calza perfecto al macho Alfa que siempre representa en sus películas. Y siguen las sorpresas: Rose Byrne viene pisando fuerte en la comedia, siempre en papeles serios que le dan permiso para ir destapando la olla poco a poco, y acá su villana le roba varias escenas a la protagonista con su carisma y su particular sentido del humor, mientras que la colega de escritorio de Susan, Nancy, le otorga inmunidad diplomática a Miranda Hart para ir elevando la apuesta con el correr de los minutos y volverse casi imprescindible en pantalla. Hay una solidez en el elenco que crea un conjunto magistral, incluso cuando las pequeñas partes también son ocupadas por caras conocidas del medio. La acción es el aspecto en el cual Spy puede encontrarse en problemas, pero el ritmo es tan frenético que se le pueden perdonar un abusivo uso de efectos digitales bastante pobres, que contrastan aún más el hecho de que varias persecuciones y peleas coreografiadas sean de un impacto bastante importante. Pero estamos frente a una comedia restringida y no una Skyfall, así que se le pueden dejar pasar ciertos deslices. McCarthy y Feig sacan lo mejor el uno del otro, y el resultado es un vehículo muy bien aceitado que resulta profana y progresiva a partes iguales, abriendo el camino para que más comedias se permitan usar mujeres en roles protagónicos que antes eran exclusivamente masculinos.
Hace falta demasiado para que el sudafricano Neill Blomkamp logre ganarse al público y a la crítica por igual como cuando presentó al mundo su preciada District 9. Esa combinación mortífera entre comentario social y ciencia ficción fue tan alabada que cuatro años después, el segundo opus del director, Elysium, fue golpeado brutalmente al no alcanzar el nivel de excelencia que todos esperaban. Pero Blomkamp no se durmió en los laureles ni tampoco dejó que un poco de crítica tirase abajo sus ganas de seguir contando historias con una importante bajada de línea social y política, así que dos años después de aquella batalla entre pobres y ricos regresa con Chappie, un interesante film de acción cibernética que sale adelante pese a sus partes prestadas. La genialidad comienza y termina con la figura de Chappie, un robot maltrecho al que el héroe de turno le carga una consciencia artificial, pese a que su jefa le indique todo lo contrario. Es una intersección de caminos entre la Skynet de Terminator -sin la malicia ni ansias de destrucción global- , aquel tierno robot en Cortocircuito y una pizca de la nueva RoboCop, con toda la parafernalia policial y el tema de la seguridad en las calles, un buen combo que funciona gracias al pulmón que le ofrece Sharlto Copley con los movimientos de captura y voces del adorable robot. Claramente Copley es el fetiche de Blomkamp, habiendo aparecido en todas sus películas, y si bien en Elysium se pasó al lado oscuro, en esta ocasión vuelve a darle alma a Chappie con un increíble trabajo que le haría saltar una lágrima al colosal Andy Serkis, amo y señor de este campo. Las motivaciones y descubrimientos de Chappie generan una empatía increíble, incluso mucho más que la de los humanos que lo rodean, y es el único aspecto en el cual esta compra al espectador desde el minuto uno. Gracias al camino que recorre el robot es que la película no se hace más tediosa de lo que podría ser, ya que el viaje de Chappie es mucho más interesante que los villanos que presenta el guión de Blomkamp y su colaboradora Terri Tatchell. Tanto el maniático Hippo como el ex-soldado Vincent de Hugh Jackman no tienen motivos suficientemente sólidos para generar un conflicto de peso para los protagonistas, y el film gana mucho más dinámica cuando está presente el aprendizaje de Chappie con su extraña familia adoptiva, con madre y padre siendo interpretados con mucha soltura y personalidad por Ninja y Yo-Landi Visser, creadores de la banda Die Antwoord. No es la primera ni será la última vez que músicos den su paso por la pantalla grande, y en este caso la dupla resulta muy orgánica como un par de delincuentes de poca monta pero de gran corazón que serán muy importantes para el crecimiento acelerado de su hijo de titanio. Se agradece también que le hayan dado la oportunidad a Jackman de hacer un villano por una vez en su filmografía heróica, pero no le sirve de mucho ya que su antagonista no tiene el suficiente carisma para hacerle frente a Chappie, incluso con ese horrible peinado que parece salido de una mala película de Nicolas Cage. Y ya que estamos, otra vez más se desperdicia a una grande como Sigourney Weaver -hace no mucho pasó lo mismo en Exodus de Ridley Scott-, que se la pasa sentada detrás de un escritorio durante todo el metraje. El regreso de Blomkamp a su tierra natal dota a Chappie de un sabor internacional que no muchos blockbusters se permiten, y da la pauta de que Neill no se acopló al sistema de los grandes estudios, sino que la situación es la inversa. Claramente el sudafricano sigue respetando a rajatabla sus ideas, por más que a veces no cuajen a través del guión, y es en el apartado técnico donde no ha perdido peso alguno. Eso, y que cualquier película que se ayude de la banda de sonido de Hans Zimmer logra subir unos cuantos puntos de adrenalina y emoción ni bien sus aplastantes sonidos comienzan a invadir la pantalla. Es muy difícil que Chappie le resulte original a cualquier espectador, porque es una historia ya contada varias veces, pero vale la pena presenciar como Blomkamp sigue consolidándose como una voz por fuera de lo comercial, donde sus películas tienen una chispa particular que mezcla lo mejor de los mundos: es agradable de ver, sus escenas de acción son pasmosas y tiene alma. A este ritmo, la próxima Alien que dirigirá será algo interesante de ver.
Al encontrarme con Jessabelle, mis ánimos venían bien predispuestos. Su director es Kevin Greutert, notable editor de la saga Saw y director de una de sus mejores secuelas, Saw VI, así como también de la deplorable Saw: The Final Chapter, que dirigió bajo contrato de hierro para que no escapase hacia la competencia y filmara Paranormal Activity 2. En retrospectiva, el salto hubiese ayudado a ambas sagas... Otro aliciente era la presencia de Sarah Snook, que brilla en Predestination, aunque su estreno comercial es posterior al thriller sobrenatural que nos compete. El ambiente y los temas que toca la película eran lo suficientemente atractivos para llamar la atención, dígase un escenario exhuberante y misterioso como los pantanos de Louisiana, el agregado del vudú y una agradable falta de sustos de cartón en pos de una atmósfera angustiante y opresiva. Lamentablemente, una vez que el misterio se deja entrever, el peso de la trama aplasta todo lo que con gran ahínco se había construído desde el comienzo. Jesabelle no pierde tiempo en presentar a su personaje principal y su conflicto. Ahorra todos y cada uno de los noventa minutos de duración y poco a poco el guión de Robert Ben Garant va dejando un camino de migas para que la protagonista reúna y así descifre el misterio que encierra su hogar. Postrada en silla de ruedas, Jessie irá encastrando las piezas del rompecabezas en forma de videos caseros en VHS que le dejó su madre, muerta poco después de su nacimiento por un cáncer fulminante. Su padre, un alcohólico funcional, le prohibe terminantemente que los vea, motivo de peso para que la joven haga todo lo contrario. Gracias a una gran edición y una soberbia fotografía que acentúa la lugubridad de la casa de noche y el brillo del sol durante el día, Greutert maneja los hilos de la historia con buen pulso y sin grandes aspavientos, sugiriendo más que mostrando, todo lo contrario a las explícitas secuelas de Saw. Es un gran paso para el director, pero desafortunadamente los caminos ya recorridos del horror no permiten que la película se disfrute mucho más cuando el gran giro del guión se haya revelado al espectador. Su tramo final hace recordar mucho al desenlace de The Skeleton Key, otra de terror con vudú con Kate Hudson al frente, sobre todo por la copia carbón que significa el final. Tal detalle decepciona muchísimo porque no se esforzaron en buscar algo más innovador, como si quisieran terminar la película y ya, y eso es algo que los espectadores y acérrimos del género no pasarán por alto. No importa que la australiana Snook ilumine la pantalla con su sonrisa y sus ojos que transmiten toda emoción, lo que importa es mantener un nivel constante, y durante una gran porción de su duración, Jessabelle lo logra. Es una pena mayor que suelte el timón en su acto final y el resultado sea un film más de terror del montón. Hermosamente rodado, pero nada nuevo bajo el sol.
Cada vez más se está haciendo habitual ver que actores consagrados se pasan hacia el otro lado de las cámaras para dirigir, y en ciertos casos hasta hacer la doble tarea de realizador y protagonista. Teniendo en su haber un par de cortos, el australiano Rusell Crowe le da el disparo de salida a su nueva carrera con The Water Diviner, un drama histórico que tiene su cuota de fallos y aciertos pero que en definitiva es una enriquecedora aventura digna de ver. Si algo no le falta al debut de Crowe, es dramatismo. Abriendo con una catarata de información un tanto masticada para que el espectador se ubique en tiempo y forma en la historia, The Water Diviner comienza como muchos otros dramas históricos. Frente a la dura situación de perder a casi toda si familia por un golpe de destino furioso, el adivinador de agua del título -llamados así a los hombres que tienen un don especial para encontrar agua allí donde no hay rastro alguno de ella- emprende una travesía para localizar los restos de sus hijos, muertos en combate a una edad muy prematura. Con un presupuesto relativamente pequeño -$22 millones- y una historia clásica, Crowe dota a su hijo fílmico con una dimensión muy expansiva, una fotografía bellísima de los ambientes de Turquía y un par de encuentros armados que utilizan una buena coreografía y un poco de ayuda de efectos computarizados. La historia es ambiciosa como pocas y se pierde un poco dentro del patriotismo al que el actor y director se entrega completamente, pintando a héroes y villanos bajo colores muy primarios, sin pinceladas sutiles ni dobles lecturas. Definitivamente Crowe no entrega a su papel de macho alfa niveles de histrionismo y drama al que nos acostumbró desde aquella eximia Gladiator, y hasta se lo puede ver cansado en muchas escenas, incluso en las más trágicas, pero todavía demuestra que sigue siendo un pilar fundamental del cine. No llegó a la lista suprema de actores de Hollywood por una cara bonita. Incluso la química al lado de la belleza de Olga Kurylenko no debería funcionar pero lo hace, aunque los separe una importante brecha de edad. Hay alguien, sin embargo, que les roba el protagonismo a Crowe y Kurylenko, y es el turco Yilmaz Erdogan personificando a un Mayor que contra todo pronóstico ayuda al padre en la dolorosa búsqueda de lo que queda de sus hijos, en una interpretación sólida y sentida. Obviando un poco la ingenuidad histórica que propone The Water Diviner, es una interesante película con la justa medida de drama, acción y lección que propone ver a Russell Crowe bajo una nueva luz. Todavía le falta un largo trecho por recorrer, pero éste épico viaje no decepciona en absoluto.
Antes que nada, una nota de descargo: ¿realmente esperan una película sesuda de la mezcla entre una catástrofe natural y Dwayne 'La Roca' Johnson en la misma pantalla? ¿Hace falta que una reseña los convenza de comprar la entrada, si no lo han hecho desde el momento que vieron el primer avance? La verdad es que no, pero San Andreas se merece un voto de confianza para todo aquel que no tenga en cuenta verla en una sala de cine a rebosar de espectadores, curiosos por ver cómo los norteamericanos una vez más destruyen todo a su paso de manera espectacular. El concepto catastrófico que presenta el film de Brad Peyton -con el cual Johnson ya trabajó en Journey 2 y volverá a trabajar en su secuela- no es nada novedoso y es mucho menos solemne que las destrucciones masivas que presenta cada tanto Roland Emmerich. Su hermano Toby acá actúa como productor ejecutivo, pero no pasa de ahí el asunto. Lo que distingue a San Andreas es que sabe qué tipo de propuesta es, y si bien mantiene un nivel de dignidad ridícula -con diálogos pomposos y ejecución acorde- el regusto que deja luego de terminada es más distendido y agradable que otras compañeras de género. Johnson es, obviamente, el héroe cuyo nido familiar ya fracturado por una tragedia pasada vuelve a encontrarse vulnerado, y es su misión volver a unirlos. En el camino hay un par de personajes secundarios, algunos odiosos, otros agradables y otros diseñados específicamente para exponer el costado científico del vibrante asunto que azota a California. Todos los tópicos son tocados, pero con ligeros cambios en el guión que demuestran que la fórmula puede que no esté del todo agotada. Firmada por Carlton Cuse -Lost, Bates Motel- la historia de San Andreas es una constante situación de peligro tras otra, que Johnson y compañía van sorteando poco a poco. Como si fuese un videojuego, cada nivel es más caótico que el anterior y las escenas de destrucción masiva aumentan la apuesta conforme pasan los minutos. Lo interesante es ver cómo ciertos estereotipos se ven modificados y los personajes no quedan como si fuesen de cartón corrugado, unidimensionales. El pilar que ejerce la presencia de un hombre rudo y servicial se transmite por ósmosis a las mujeres de la familia, y tanto la madre interpretada por Carla Gugino como la hija adolescente de Alexandra Daddario no se limitan a ser damiselas en peligro sino que tienen recursos, ases bajo la manga que han aprendido del oficio de su ex-marido y su padre respectivamente. Sí, desde el guión hay momentos en los que requieren ayuda externa, pero se valen mayormente de sí mismas para salir de situaciones peliagudas o ayudar, y eso es un punto extra que se lleva la película. Hay un gran elenco de por medio y todos hacen un estupendo trabajo creyéndose que la situación es realmente verídica. Paul Giamatti es el científico al que nadie le cree hasta que desgraciadamente todo resulta cierto, y es encargado de soltar las líneas más bruscas y llenas de humor sarcástico. Ioan Grufudd es deliciosamente siniestro como el hombre que se toma muy en serio lo de sobrevivir a toda costa, y hasta Kylie Minogue se da el lujo de aparecer en un puñado de escenas antes de hacer su salida dramática. El otro protagonista excluyente son los efectos especiales, que incluso con el agregado del 3D no dejan de ser impresionantes. Ellos son el aliciente perfecto luego de The Rock para entrar a la sala, y no decepcionan en ningún momento. Temblores, edificios desmoronándose, incendios, transatlánticos y barcos cargueros bamboleándose de un lado a otro, olas gigantes, todo está absolutamente bien pensado para ser un espectáculo. Díganme si no hay nada mejor en este mundo que ese efecto en donde la tierra ondula cual hoja de papel y procede a irse al garete en cuestión de segundos. El cine catástrofe es así, cuando te da, te da con fuerza. San Andreas no modifica para nada el panorama del género, pero es una nueva y lúdica adición al sinfín de propuestas pochocleras que sobran en este 2015 cargado de adrenalina. La Roca versus el terremoto, ¿se puede pedir algo más?
Si alguien me hubiese dicho que la cuarta entrega de una saga que tuvo su última película hace treinta años se iba a convertir en uno de los gloriosos placeres cinematográficos del año, no le hubiese creído en absoluto. Tras haberme sumergido en el mundo postapocalíptico que propuso George Miller en su trilogía original durante un fin de semana completo, tuve muchos detalles de Mad Max: Fury Road frescos en la mente al entrar de lleno en el nuevo milenio con maquinaria pesada. Lo que me queda en claro es que el alma adrenalínica que muchos le pedimos que tuviese a Age of Ultron, Fury Road la tiene con creces y en varios niveles de octanaje. No hace falta saber mucho de la historia inicial de Max Rockatansky, el Guerrero de la Carretera, más que lo que cuenta un breve pero esclarecedor prólogo, donde se deja en claro que el mundo se fue al carajo hace unos cuantos años y los humanos sobrevivientes se han convertido en salvajes sedientos de sangre y ansiosos por sobrevivir a toda costa. Cada aventura de Max -tanto en la segunda como tercera entrega- son momentos autoconclusivos, historias que comienzan y terminan en dicha película. Son como pequeños capítulos en la vida del guerrero errante, así que la trama es una mera excusa para el despliegue visual que proponen Miller y compañía. La semilla de la locura ya se veía anteriormente en la saga, donde el director se dedicaba a seguir unos diminutos lineamientos narrativos y dejaba que la acción hablara por sí sola. No hay grandes cambios en ese aspecto, pero con un aumento exponencial de presupuesto es que finalmente el director australiano puede desbocarse al completo y dar rienda suelta a cada locura que se le pase por la cabeza, y ya que tiene una cámara entre sus manos, filmarlo todo. De haberse concretado hace unos cuantos años, Mel Gibson hubiese vuelto a personificar a Max, pero los tiempos corren y en este caso el papel cae en los hombros de Tom Hardy, un hombre en el cual Warner Bros. confía plenamente y con mucha razón. Hardy retoma esa mala leche que tiene el personaje y le hace honor a la locura de su apodo, pero una locura comedida, opacada por el nivel de arrojo y desbocamiento que tienen sus enemigos. El diseño de personajes es embriagadoramente nauseabundo, refleja un mundo caótico por donde se lo mire y con una potencia de ataque abrumadora. Los enemigos no se andan con vueltas y sí, como prometían todos los avances, el 2015 le pertenece a los locos. Entre tanta insanidad, la cordura viene de la mano de la segunda protagonista, la extraordinaria Emperatriz Furiosa de Charlize Theron, que no le teme un segundo a irse a la manos con Hardy o con cualquiera que se le cruce en su camino. Pelada, con un brazo amputado y con más mala leche que Mad Max, Theron le insufla a su personaje la valentía y un evidente costado emotivo que la convierte instantáneamente en una heroína de acción al nivel de la Ripley de Sigourney Weaver. La mención no es moco de pavo y no se toma tan a la ligera: Theron entrega cuerpo y alma a Furiosa, y su presencia es tan magnética que si la saga le pasase la antorcha a ella, nadie podría enojarse. Así de buena es la interpretación y el personaje. Entre tantos comentarios actuales del feminismo en el cine de acción moderno, es refrescante ver que la trama ideada por Miller y sus colegas Brendan McCarthy y Nick Lathouris le otorga un lugar muy importante en el desencadenamiento de la acción a la mujer. Básicamente, es una mujer que lidera a un obstinado grupo de mujeres usadas como objetos en una carrera en modo contrarreloj para escapar de un tirano abusador, para encontrarse en el camino con un grupo de aguerridas mujeres que se defienden por sí solas. A todo esto, cada integrante del grupo tiene una personalidad y una dimensionalidad aceptable para transmitir algo más que belleza -porque sí, todas son esbeltas y hermosas mujeres-. De todas maneras, el gran fuerte de Miller no es el guión y, aunque se marca una gran historia en esta ocasión, es el show que construye desde la acción el motivo de peso por el cual Fury Road destaca por sobre todas las películas del género que vimos y veremos en el año. Lejos de la catarata de efectos computarizados a la que el espectador se ve sometido usualmente, el director australiano sigue eligiendo el método de la vieja escuela, una opción que le sirvió en el pasado y que genera un soplo de aire refrescante. En el pasado Miller había demostrado un ojo clínico para filmar escenas de acción y a los 70 años no ha perdido ni un poco de esa cualidad. La película comienza a toda velocidad y así sigue durante aproximadamente una hora, inyectando adrenalina pura en las retinas del espectador con una persecución tras otra, mientras la atronadora música compuesta por Junkie XL hace de lo suyo con una cacofonía de sonidos que adereza con ahínco la destrucción en pantalla. En otras palabras, Fury Road es un festín puro y duro. Cada dólar de los $150 millones de presupuesto están más que justificados, con un diseño de producción muy detallado, que está hasta en el más mínimo retoque e insignia de cada personaje y en cada vehículo en la carrera a través del desierto. Y si encima de todo esto le contamos que hay muy poco trabajo computarizado hecho, el resultado es aún más pasmoso. Es muy posible que el paso del tiempo no haga más que mejorar las cualidades que presenta Mad Max: Fury Road. Lo cierto es que cada onza de genialidad que prometía el primer avance se cumple con creces y estamos ante la primera gran ganadora de la temporada de peliculones de acción que se nos vienen encima. Fury Road tardó treinta años en producirse, pero valió la pena la dura espera. Un ídolo perdido del cine de acción revive y es difícil que se vuelva a pegar una siesta tan larga. Bienvenido nuevamente, Max.
Es casi imposible no pensar a Trash como una hija bastarda entre Slumdog Millionaire y la excelente Cidade de Deus de Fernando Meirelles, otro director que como Stephen Daldry perdió el rumbo con la insoportable historia coral 360. En ese sentido, Trash tiene lo mejor y peor de ambos exponentes en una combinación que se deja ver. Trash no funciona del todo porque nunca encuentra un tono al cual adecuarse. Lo que comienza como un drama con cara social termina mezcándose con una aventura juvenil, sin terminar de apoyarse en un costado u en otro. Dentro del guión de Richard Curtis -que sorprendió en 2013 con la brillante About Time- hay golpes bajísimos y un ánimo de denuncia muy superficial, demasiado fácil y amable, que parece sentida pero no lo es. Es comida rápida para la platea que se emociona hasta las lágrimas con la injusticia y la esperanza de los protagonistas. Asimismo, los personajes secundarios, esos actores de renombre que carga el poster de la película, están pintados al óleo. Martin Sheen y Rooney Mara son nombres que atraen y enmarcan la trama, pero que son prácticamente inoperantes al lado del trío protagonista, que se lleva todas las miradas. Estos chicos mugrosos, andrajosos y esmirriados transmiten un realismo atroz y es facilísimo conectar con ellos por las maravillosas interpretaciones que insuflan a la trama con corazón y alma. Daldry sabe como dirigir a la juventud -hay que remitirse nomás a Billy Elliot y ya- y les saca todo el jugo, amén de una dirección bastante correcta y una fotografía vistosa, que destaca el inframundo del basurero y las favelas de Brasil, y la gran vida de los ricos de la ciudad, en un contraste pasmoso pero necesario. Lamento mucho que haya decisiones que afecten a la fluidez de la trama, como esos cortes a un video confesional que le quita un poco de suspenso a la historia, y que el último tramo sea tan asquerosamente optimista y el espectador deba someterse al abandono total de la credulidad para poder disfrutar completamente del desenlace que propone el film.
Bajo una terrorífica profecía satánica es que nacen 6 riñas el sexto día de un sexto mes. ¿Suena familiar? Mucho. Y es que la trama de Where The Devil Hides comienza con un cliché enorme y no levanta mucho vuelo a partir de ese momento. El icónico Wes Craven hizo algo parecido hace unos años con My Soul to Take y le salió un pastiche que por momentos se dejaba ver y por otros era infumable. Y eso que era Wes, un gran nombre dentro del género de terror, y acá tenemos a Christian E. Christiansen, que en 2011 nos entregó la anodina The Roommate, copia insufrible de Single White Female, película de culto si las hay. Tampoco mucho se puede esperar de una película que desde su génesis fue cambiando de nombre cada mes y medio, y finalmente vio la luz en su territorio de origen directo a video. Y eso que material había para sacar un producto decente. Que dicha profecía tenga lugar en la actualidad, en las mediaciones de una comunidad Amish, deja un terreno de juego en el cual moverse, donde la religión y el conservadurismo casi fanático hace mella en este grupo de niñas ahora devenidas en jóvenes de 17 años, a punto de cumplir 18 y desatar la ira del Diablo. Entre el Bien y el Mal, también está el descubrimiento de su propia femineidad, del sexo opuesto y del mundo exterior, pero la trama y el guión prefieren ocupar su tiempo en una fallida investigación policial y en muertes poco inspiradas, poco y nada ayudadas por una edición espantosa. El grupo de chicas es bastante servicial a la trama y actúan como si su vida dependiese de dar una actuación decente, así que no se las puede culpar. Y aunque haya un elenco de adultos decentes de por medio -Rufus Sewell, Jennifer Carpenter y hasta el lascivo padre que interpreta Colm Meaney- nada parece ayudar a que se genere un mínimo de tensión que haga partícipe al espectador de lo que sucede en pantalla. Aburrida, carente de sustos y simplona a más no poder, era mejor que Where The Devil Hides se quede escondida y nunca haya salido a jugar.
Al saber de la existencia de The Second Best Exotic Marigold Hotel, uno tiene sentimientos encontrados. La primera parte fue un soplo de aire fresco, ya que el elenco de consagrados actores y las exhuberantes locaciones daban lugar a una agradable historia que tenía como moraleja que la vida no se acaba después de los 60 años. Al finalizar la película uno se encariñaba tanto con los personajes que los quería volver a ver una vez más a toda costa, pero el peligro que se corría era que no hubiese buenas historias para continuar el viaje del sexagenario grupo. Y acá estamos, tres años después, básicamente en el mismo lugar donde nos dejó la anterior entrega, con las mismas esperanzas y temores. No es imprescindible haber visto la primera parte para entender cómo viene la mano en esta ocasión, pero no está de más saber quiénes son los personajes, cómo llegaron hasta este precioso hotel y qué les depara la vida en esta segunda reunión. Feel-good movie por donde se la vea, no es muy difícil adivinar como terminará, pero en este caso es el viaje lo que importa y no el destino. El director John Madden y su guionista Ol Parker parecen haberse quedado un poco somnolientos en los laureles y están prácticamente en modo automático, sabiendo que estos titanes del cine sacarán adelante cualquier historia que se les pare por delante. Bill Nighy y Judy Dench siguen en su idilio amoroso, Maggie Smith sigue firme en la búsqueda de expandir la experiencia del primer hotel junto al hiperquinético y un poco insoportable Sonny de Dev Patel, la Madge de Celia Imrie no se decide entre dos pretendientes, Norman y Carol tienen un pequeño inconveniente en su relación, y un nuevo y atractivo visitante llega a agitar un poco las aguas femeninas. Todo lo que antes funcionaba, sigue funcionando, pero con una subida de nivel. Si antes el personaje de Patel bordeaba las líneas entre lo divertido y lo fastidioso, acá está un par de voltios más arriba, junto a uno de los momentos que más gustan en el cine bollywoodense: una boda india, con todos los clichés que ella conlleva. Las líneas cortantes del personaje de Maggie Smith están más afiladas que nunca y en general todo el elenco sale airoso, aunque algunas decisiones sean bastante extrañas -¿hacía falta la presencia de Gere acá?-. Es una lástima que no hayan podido dejar la primera entrega tal cual como estaba, pero en el caso de The Second Best Exotic Marigold Hotel estamos frente a uno de esos casos donde una secuela no lastima el resultado original ni tampoco lo mejora, sino que aparece como un Lado B, un pequeño rejunte de grandes éxitos que vuelve a poner en foco al virtuoso elenco y las fascinantes locaciones indias, que actúan como un adorable folleto turístico. ¿Veremos una tercera apertura de un Hotel Marigold? Sólo el tiempo lo dirá.