De no ser porque es dolorosamente cierta, la historia real de Louis Zamperini es demasiado fantástica como para ser verdad. El corredor olímpico devenido en soldado en la Segunda Guerra Mundial y prisionero de guerra en un campo japonés es el foco para el segundo largometraje como directora de Angelina Jolie, quien tiene tantos aciertos como desventajas en esta odisea humana. Para comenzar, vale decir que Jolie reunió a un equipo muy sólido de colaboradores, entre los que se encuentran los hermanos Ethan y Joel Coen trabajando en el guión junto a Richard LaGravenese y William Nicholson, el director de fotografía Roger Deakins y el compositor Alexandre Desplat entre otros, pedigree necesario para llevar adelante esta historia de vida tan particular. Como eje principal en lo narrativo, la elección de la joven estrella en alza Jack O'Connell valida mucho el corazón emotivo del film, donde él interpreta con mucho tino al muchacho italoamericano que se las vio negras desde su infancia pero supo salir adelante gracias a su espíritu "inquebrantable". La primera mitad de la extendida película -un poco más de dos horas de duración- es el tramo sólido del film de Jolie, donde se cuenta la historia de vida de Zamperini y se lo ve marchar a la guerra. Hay grandes momentos en esta primera parte, desde la impresionante secuencia aérea hasta la caída y posterior vida náufraga de Louis y sus compañeros, donde se ve muy claro de qué está hecho el muchacho, levantando la moral del grupo allí donde sólo había agua y más agua en el horizonte. Desde el guión, estas escenas comportan los momentos más placenteros de la propuesta, los más emotivos y sugerentes, donde la acción está bien milimetrada y hay un sentimiento in crescendo de los pesares de los náufragos. Una vez que la situación pasa de Guatemala a Guatepeor es donde Unbroken se torna repetitiva y recurre al golpe bajo que previamente se evitó con tanto esmero. Al entrar al campo de prisioneros y ser recibidos por un contenido pero déspota cabo Watanabe, el Pájaro, quien desde el primer momento toma al protagonista de punto, es donde el tono del film se pone solemne y por demás repetitivo. Louis tiene que soportar una vejación tras otra, una más pesada que la otra, y parece no librarse nunca de su mala suerte. Como Watanabe, la estrella pop japonesa Miyavi tiene una buena conexión con O'Connell, aunque como nunca se explica fehacientemente qué es lo que hace que el japones odie tanto al americano -¿será su valor y esperanza ante tanto desasosiego?- lo cierto es que el espectador la tiene fácil para odiarlo y nunca lo puede considerar un personaje tridimensional y fragmentado. El americano es bueno, el japonés es un malo malísimo. Unbroken es una película completamente inspiracional y se torna lentísima cuando quiere llegar al corazón del espectador a toda costa, arrojando en el camino del protagonista un obstáculo tras otro para salir de la carrera airoso y con la cabeza bien alta. El relato de supervivencia funciona de maravillas hasta el rescate de los náufragos, donde el ritmo decae bastante. Por fortuna, el talento estelar de Jack O'Connell brilla y realza lo que podría haber sido un caos fílmico total.
Es difícil no caer rendido a los pies de una comedia ligeramente dramática como St. Vincent. El combo del viejo cascarrabias interpretado por Bill Murray y la jovencísima revelación de Jaeden Lieberher como el peculiar vecino de al lado son un gran motor para la película de Theodore Melfi, quien subsana muchos lugares comunes con una historia agradable y un elenco afín. He de confesar que nunca compré totalmente el estilo de comedia de Murray. Nunca sentí con cercanía su humor, nunca pude sentirme cómodo alrededor de su filmografía, pero en este caso mi visión cambia un poco. En el papel de un veterano de guerra bastante hastiado y enojado con la vida, convierte un personaje completamente detestable en alguien por el que el espectador espera con ansias su momento de redención. El ángulo de comedia buscado por Melfi desde el guión es más de situación que otra cosa, sin recurrir a momentos burdos. En pocas palabras, no sigue la línea de humor de, digamos, Tonto y Retonto, sino que prefiere el camino de la sagacidad encarnado por el pequeño pero inteligente Oliver, y las idas y venidas entre él y su vecino. No falta el giro en la trama que vuelve todo un drama, pero estos momentos son necesarios para crear un efecto catártico en la trama, que nunca se siente agresivo o sacado fuera de contexto. En ese aspecto, es destacable el intercambio de roles en los diferentes secundarios. Por un lado, Melissa McCarthy, una actriz a la que uno está acostumbrado a verla en irreverentes papeles cómicos, acá deja salir su lado más amable como la madre de Oliver, mientras que Naomi Watts, una excelente actriz dramática, se pasa hacia el lado de la comedia más absurda como la prostituta y bailarina exótica embarazada Daka, en un papel que debería resultar por demás grotesco pero encaja perfecto dentro del mundo suburbano del film. Gracias al pulso firme de Melfi, St. Vincent pasa de ser un cúmulo de situaciones trilladas a una entrañable comedia dramática que utiliza a un gran elenco a su favor para sacarle provecho al máximo. Murray bien vale la pena la entrada al cine.
No hay nada más decepcionante que arruinar una buena premisa. Si la fabulosa Taken nos presentó a un fantástico héroe en la piel de Liam Neeson, Taken 2 se encargó de enturbiar el ambiente con una -casi- innecesaria secuela. Fue entretenida, sí, pero más allá de una trama tirada de los pelos y un par de buenas escenas de acción, no aportó nada nuevo. Y acá llegamos al ¿final del camino? con Taken 3, donde nadie es secuestrado, el título original queda obsoleto, y la franquicia cae en un boquete estrepitoso del que dudo pueda escapar. Es casi irresponsable la idea que se les ocurrió a Luc Besson y a Robert Mark Kamen para traer de vuelta a Bryan Mills al ruedo. Normalmente, en una película de acción, lo que menos atención ocupa en el espectador es el guión, pero cuando la historia no tiene sentido alguno prácticamente es difícil engancharse en la trama y disfrutar de resto. Tras una muerte bastante cercana y un claro intento de culparlo por un crimen que no cometió, el experto militar retirado que interpreta Neeson debe emprender un escape a través de la ciudad de Los Ángeles para limpiar su nombre. El caso es que el disparador de la trama no es lo suficientemente excitante para creernos una nueva aventura de nuestro héroe veterano preferido, si hasta se nota el paso del tiempo en Neeson, que resopla con cada salto y corrida que tiene que hacer. El tiempo es tirano y da un poco de pena las acrobacias que Besson y Kamen lo obligan a interpretar. Menos excitante es el lado del villano de turno, quien se presenta en una escena antes de los títulos y no vuelve a aparecer hasta pasada la hora de metraje. Normalmente, uno puede perdonar la desinformación y la confusión si al menos la gran revelación fuese impresionante o al menos interesante, pero no, todo es tan rápido que ni siquiera el poderío en pantalla de Neeson logra subsanar un guión carente de emoción. Habrá algún que otro personaje agregado para volver las cosas más interesantes, como el detective de Forest Whitaker, pero por mucho actor de talento que se agregue a la historia eso no se transmite en un guión orgánico y cohesivo. Y si uno logra sobrevivir a la vacía trama, queda la dirección de Olivier Megaton, protegido particular de Besson, que entrega su trabajo menos inspirado hasta el momento. Taken 3 tiene sólidos momentos de acción y persecución a toda velocidad... en papel. Una vez transmitidos a la pantalla, la velocidad a la que sucede todo es tan acelerada que no se puede disfrutar ni un segundo de lo que ocurre en pantalla. Megaton confunde una edición acelerada por frenetismo, pero el tiro le sale por la culata y el trabajo parece hecho por un novato, sin transmitir adrenalina sino confusión en demasía. Hay que tenerle mucho amor a Liam para poder sobrevivir a Taken 3. Sencillamente la peor entrega de la saga, espero que éste sea el clavo final para un franquicia que ha pasado su fecha de vencimiento.
American Sniper no es esa gran película que todos alaban, ni mucho menos carne de premios. El nombre de Clint Eastwood claramente ayuda bastante a hacer efervescente el ambiente, pero lo cierto es que en el fondo, el nuevo film del veterano actor y director es un relato bastante conocido ya de las consecuencias que acarrea la guerra. El patriotismo cegador del texano Chris Kyle, a quien se la adjudican 160 muertes gracias a su infalible puntería, puede confundirse fácilmente con patriotismo americano, pero en manos de Eastwood la balanza no se inclina por el lado obvio. Detrás de una historia que no dice mucho por la repetición constante de la temática, hay grandes momentos de esos que erizan la piel por su crudeza, así como también los hay aburridos y demasiado trillados. American Sniper oscila entre notables escenas de tensión hasta la ahora infame secuencia del retoño plástico de Kyle, pero no se puede decir que aburra. Eastwood tiene una visión y un toque bastante particular, sin muchos aditivos ni tampoco grandes ínfulas. Simplemente agarró un personaje de la historia contemporánea americana y lo uso como vehículo para contar su historia. En ese aspecto, es esencial la presencia de Bradley Cooper, un sólido actor que ha cimentado su carrera a lo largo de los años y anteriorermente entregó papeles fenomenales y muy diferentes en Silver Linings Playbook y American Hustle. Chris Kyle es otro testimonio más de que Cooper es un excelente actor que eleva el material que tiene a su disposición, pero lejos está de otras brillantes actuaciones en su haber. Durante las dos horas de la vida de Kyle es a él a quien más vemos y seguimos en sus tours de combate y el regreso a su hogar, donde no puede sacarse de encima la sensación de peligro constante. Es en esos momentos en donde Cooper saca a relucir toda su actitud, con pasajes angustiantes y muy entendibles de lo que el deber para con el país puede significar en una persona, así como también aflora la crianza que tuvo el mismo Kyle, con un padre por demás adusto. Pasando la gran interpretación del protagonista -quien lejos está de otros grandes personajes dentro de la terna nominada al Oscar y de los que quedaron afuera- hay poco espacio para los personajes secundarios, con un gran rol de Sienna Miller como la adorable esposa del francotirador, o los compañeros de combate -Luke Grimes, Jake McDornan, etc- en tierras iraquíes. Sí, son aceptables papeles secundarios, pero no tienen la profundidad suficiente como para comportar un soporte fiable contra la gigantesca figura de Kyle. Son pilares para que la historia funcione y nunca tienen mayor relevancia que cuando interactúan con el protagonista. American Sniper es una dura película de acción con escenas de gran calibre emocional, lo cual sorprende por la avanzada edad Eastwood, mas no lo hace dentro del marco de su temática, aún con un gran trabajo de parte de Bradley Cooper.
En 2012, The Woman in Black incursionó en el terror victoriano con buenos resultados. Detrás había un gran director, James Watkins -si no vieron su Eden Lake, se las recomiendo fervientemente- y un gran elenco, encabezado por el entonces reciente egresado de Hogwarts Daniel Radcliffe. Había una brillante atmósfera clásica y el resultado general fue un exponente del género común pero solvente, que se dejaba disfrutar sin problemas. La historia concluía con un buen nudo, pero el vengativo espíritu de la antagonista que le da nombre a la saga quería volver con más, y su segundo objetivo son un grupo de inocentes niños refugiados a causa de la Segunda Guerra Mundial. De entrada, vale decir que The Woman in Black 2: Angel of Death es una pobre secuela, donde todo lo que funcionaba antes hace aguas por todas partes. Atrás quedó el gran elenco de figuras destacadas -además de Radcliffe, podíamos encontrar a Ciarán Hinds y a Janet McTeer como grandes secundarios- y ahora que se nota que hay menos presupuesto, el protagonismo recae en la enfermera interpretada por la prácticamente desconocida Phoebe Fox. Ella hace un gran trabajo generando la suficiente empatía por su atormentado pasado y tiene una buena conexión entre la adusta directora que marca Helen McCrory con muy buen gusto, y un poco de química con el anodino aviador de Jeremy Irvine. Esta segunda vuelta del fantasmagórico espíritu no impacta porque los sustos están telegrafiados desde el primer momento de la película, y no hay muchas sorpresas desde el guión para mantener la atención durante hora y media. Si sumamos a esos sustos de cartón una fotografía demasiado oscura, que aumenta el agobio del ambiente pero no permite distinguir absolutamente nada de lo que sucede en los momentos nocturnos del film, el resultado es bastante magro. Las ideas del director Tom Harper no terminan de innovar y no hay un sentimiento de que haya intentado siquiera darle una impronta propia, sino que cobró cheque para perpetuar la historia sin mucho aspaviento. El resultado final es una pena. La mitología de la saga, aunque no muy original, tenía mucho camino para sorprender de haber seguido por un camino de innovación. Caer en momentos trillados no le funciona para nada y la resolución final no deja un sentimiento de satisfacción, sino todo lo contrario; alivio por haber terminado con el hastío de esta nueva historia. Un salto más de 40 años y ya la saga habrá llegado a la actualidad, si es que continúa en algún momento.
Skipper, Kowalski, Rico y Cabo lucharon siempre por ser los ladrones de escenas en la saga Madagascar al lado de otro gran personaje secundario, el Rey Julien, que acaba de recibir su propia serie en Netflix. El miedo recurrente de que estos robaescenas expandan su acotada participación a un largometraje y zozobren al no poder mantener el nivel de entretenimiento durante hora y media es aceptable, pero lejos de cumplirse esa profecía, The Penguins of Madagascar es una agraciada aventura particular de estos adorables pingüinos. Comenzando con un pequeño prólogo para conocer al cuarteto antes de que lo fuese, y saltando diez años para situar la acción justo después del final de Madagascar 3: Europe's Most Wanted, la trama se enfoca en un aire muy bondiano: un villano aparece de la nada y amenaza con atacar a toda la raza de los personajes. En el medio se hace presente un comando especializado en la protección de diferentes especies animales. Juntos, los pingüinos y dicha fuerza, intentarán dejar sus diferencias de lado para salvar a todos los animales al final del día. Algo que me percaté mientras miraba la película es que casi nada tiene sentido en el mundo donde ocurre la acción y eso está perfecto. El particular sentido del humor que se maneja en el film es una cruza entre infantil y un par de matices adultos bien ocultos pero nunca los suficientes, lo que genera que la aventura entretenga mucho más a los menores de edad que al conjunto familiar adulto al completo. La escasez de humor de doble sentido es lo que separa a Los Pingüinos de Madagascar de ser una genial película a conformarse con ser una entretenida comedia animada. Los directores Eric Darnell -las tres Madagascar- y Simon J. Smith tienen en sus manos varias secuencias de persecución a toda velocidad llenas de colorido e inventiva, lo cual alivianan mucho el curso de la trama. Como suele suceder en estos casos, la pérdida de las voces originales en pos de un doblaje latino neutro es siempre motivo para lamentarse. Voces geniales como el talento británico de Benedict Cumberbatch y los geniales John Malkovich y Peter Stormare quedarán para saborear en la versión original cuando llegue al mercado del DVD, pero tampoco es la muerte de nadie el sólido trabajo latinoamericano, que incorpora voces de comediantes locales para sus personajes secundarios, como el inmortal Edgar Vivar o la celebridad argentina Jey Mammon entre los más destacados. Frenética a más no poder y con entrañables personajes como protagonistas, The Penguins of Madagascar sobrevive a la maldición de los spin-offs gracias a una actitud bonita y gordita.
Fury no va a entrar tan facilmente en el panteón de grandes películas bélicas, pero que hace sus buenos méritos para lograrlo es innegable. Sin duda alguna el proyecto más ambicioso y expansivo en la filmografía de David Ayer -su próximo gran desafío será la esperada Suicide Squad-, el regreso al escenario de la Segunda Guerra Mundial subraya una vez más la virulencia de uno de los combates más recordados en la historia, así como también ahonda en la humanidad menguante de cada uno de los involucrados. En el centro de la acción se encuentra el sargento apodado Wardaddy -Brad Pitt-, un hombre parco y de pocas pero sabias palabras, que prometió a su escuadrón terminar la guerra con ellos en pie, pero le cuesta mucho esfuerzo cumplir tal promesa. Basta con ver los restos del último compañero que perdieron, desperdigado sin misericordia dentro del tanque que ellos llaman su hogar, para darse una idea de lo cruenta que está la situación en el frente de batalla. El punto de entrada a la acción de parte del espectador lo comporta el novato Ellison -un inesperadamente emotivo Logan Lerman- quien se une a la familia del tanque Fury y deberá ganarse su apodo con el resto de su compañía. Sobreviviendo a los personajes clichés del fanático de la Biblia -Shia LaBeouf-, el mexicano -Michael Peña, actor ¿fetiche? de Ayer- y el rudo palurdo americano -Jon Bernthal- Fury transita el camino del heroísmo americano sin resultar terriblemente empalagosa en su discurso, pero tampoco sin sobre-demonizar las acciones de los soldados en tierras arias. Hay ciertos momentos bastante incómodos -esa comida en un departamento augura un desenlace muy oscuro- y, en líneas generales, los azares usuales de la guerra, bajas poco honrosas y lecciones de vida forzosas, pero a partir de un guión sólidamente construido, Ayer cumple su cometido de retratar uno de los períodos más oscuros de la Humanidad con el suficiente respeto, pero sin escasez de munición. Fury no pretende partirnos al medio de la emoción como si fuese una Schindler's List moderna, sino que juega sus ases bajo la manga apropiadamente. David Ayer es un director que se hizo un nombre propio en el campo de la acción, y con acción a raudales es que se gana al espectador más reacio. Sacándole partido a su calificación R, los combates entre americanos y nazis tienen la crudeza que The Expendables 3 no se animó a mostrar, y con un nivel técnico increíblemente realista, tan realista que por poco y no estamos viendo un documental. Sangre, disparos, incendios, bombardeos, decapitaciones, cuerpos aplastados por tanques, el film lo tiene todo y a montones. Para poder comprar toda esta carnicería es necesario creerles a los personajes, y si bien el material escrito por Ayer no es para arrojarle rosas a sus pies, cumple el objetivo de llegar a generar empatía con ellos y con la angustiante situación en la que están inmersos. Pitt, como siempre, comanda la pantalla con su rudeza y su sólida presencia, aunque Lerman le roba varios momentos en esa relación estilo padre-hijo que se genera entre ellos. Otra sorpresa la genera el tristemente célebre LaBeouf, que demuestra que es un gran actor siempre y cuando esté bien dirigido y deje de lado su enojosa vida personal detrás de cámaras. Junto con un excelente equipo de producción y una gran banda de sonido de parte del galardonado Steven Price -la música remite bastante a Gravity-, Fury sale adelante como un gran relato bélico que consolida a David Ayer una vez más como un gran director de acción, que no tiene miedo a empujar sus límites hacia zonas inexploradas y regresar con un peliculón como esta.
¡El regreso de Keanu Reeves! Tras olvidar raudamente que existe ese esperpento llamado 47 Ronin, no puede ser más satisfactorio la inyección de adrenalina que se siente al ver John Wick, un film de acción hecho por gente que entiende del género, y que toma una propuesta bien simple y la eleva hacia límites insospechados. Los directores Chad Stahelski y David Leitch - ambos provenientes del campo de los dobles de riesgo - fueron convocados por el mismo Reeves para hacerse cargo de esta historia donde un asesino a sueldo retirado lo pierde todo en un abrir y cerrar de ojos. No hay mucho para revelar en materia de trama, pero mejor si se reservan ese pequeño y amoroso disparador de eventos que pone al personaje del título original en camino a una rápida y cruenta venganza. El catalizador puede ser vergonzosamente sencillo, pero el tratamiento de los directores y la emoción que le extraen a Reeves hacen que uno se sienta empatizando con él casi de inmediato. No mucho tiempo después comienzan los balazos a diestra y siniestra, y no se detienen hasta el final. Lo que separa a John Wick de otros vehículos de acción de estrellas al estilo de Steven Seagal es la estilización de la acción. A mitad de camino entre la coreografía armada - gun fu - y el arte de la acción, Stahelski y Leitch le sacan provecho a los diferentes escenarios donde tienen lugar los intercambios de balas. Ya sea un suntuoso club nocturno con un sótano convertido en spa, o un hotel donde pasan a descansar diferentes asesinos a sueldo, el film se sostiene en dichas escenas de acción, que van creciendo en intensidad conforme John Wick se vaya acercando a su objetivo final. Y no sólo de la venganza vive el film. A medida que se siguen agregando jugadores a la caza de John, un mundo subterráneo va saliendo a la luz. La mitología de este mundo encuentra su pináculo en el hotel Continental, donde la estadía se paga con unas extravagantes monedas de oro que varios personajes tienen en su poder. Hay una cofradía de asesinos con su código de conducta, y a la vez que John busca su venganza, el espectador va uniendo piezas sobre este mundo culto rebosante de gente asesina. No me extrañaría que volvamos a ver dicho ambiente en una secuela. Volvamos a la acción. Rauda, violenta a más no poder, donde cada tiro y cada golpe de puño duelen. Y en el centro, un inspirado Reeves, a quien el papel le viene como anillo al dedo para hacer un regreso a pura fuerza. Quizás su héroe con más corazón y calidez desde el agrio Elegido de The Matrix, el actor libanés está perfectamente acompañado por un elenco que incluye al villano ruso de Michael Nyqvist, la deliciosa Adrienne Palicki como una asesina que se cruza en el camino de Wick, y la soltura de Willem Dafoe como un francotirador amienemigo de John. Por supuesto, el villano de Alfie Allen es detestable y da placer verlo correr por su vida mientras las balas lo rozan. No se esperaba much de John Wick, pero lo que se obtiene a cambio es una extraordinaria película de acción que humilla a otras compañeras del género. Cruzamos los dedos para que una secuela se materialice en el futuro próximo.
Pasando las excelentes actuaciones de Steve Carrell, Channing Tatum y Mark Ruffalo, es difícil recomendar fehacientemente Foxcatcher, la nueva película de Bennett Miller. Su estilo de cine - visto en Capote y Moneyball no es para todos, y en esta ocasión se embarca en un oscuro viaje para retratar una triste pero verídica historia basada en hechos reales. No hace falta mucho para ver que el deporte despierta pasiones insospechadas en la gente. En el caso de Mark Schultz - Tatum - su apego por la lucha libre es tal que es capaz de causarse daño por haber perdido, o por no llegar a los estándares que él mismo se establece, para estar al nivel de su hermano Dave - Ruffalo-. En el caso del excéntrico millonario John Du Pont - un irreconocible y escalofriante Carrell - ganar significa un mérito más para conquistar el reconocimiento de su anciana madre - Vanessa Redgrave-. La vida de estos tres personajes se cruzará y sus pesares llevarán a un encuentro irreconciliable entre ellos. El film de Bennet es pesimista de principio a fin. Desde la charla en la escuela secundaria donde le pagan céntimos hasta el lugar donde Mark vive, pasando por la austera y deprimente fotografía de Greig Fraser, Foxcatcher destila tristeza por cada uno de sus poros. Y si de tristeza hablamos, los epítomes son Mark y John, el uno falto de figura paterna y a la sombra de los logros de su hermano, el otro con una madre que desaprueba fervientemente su incursión en un deporte que considera menor - ella es una fanática ecuestre-. Éstas dos almas solitarias unirán su camino, apoyándose la una en la otra y dándose ese afecto del que ambos carecen. Es una relación que con el tiempo se transforma en enfermiza e hiriente, y es el motor más sólido que tiene el film. El cambio estético de Carrell - excelente, por cierto - es lo que llama la atención a primera vista, pero es los engranajes internos lo que terminan por culminar una actuación extraordinaria. Todos saben que el actor tiene un gran trasfondo de comedia, pero las afectaciones con las que dota a su personaje, esa mirada tan cansada y oscura al mismo tiempo, esa fealdad interna y externa pero que a su vez tiene mucho de vulnerabilidad, todo es avasallante y genera un estupor creciente. No se puede decir menos de Tatum, un gran actor joven que ya pasó de ser sólo una cara bonita y acá entrega su papel más dimensionalizado y duro, con varias escenas que dejan ver el gran crecimiento actoral que ha tenido. La fuerza que genera Tatum no podría ser posible tampoco si no fuese con la contraparte fraternal de Ruffalo, que desde las primeras escenas - esa práctica en el gimnasio - crea un lazo afectivo muy grande con su hermano menor, y termina siendo el tercero en discordia. Aún con un trío de excelentes actores, siento que la historia escrita por E. Max Frye y Dan Futterman no termina de hacerle justicia a la trama estilo true crime en la que se basa. Es pura decisión artística del director encarar la trama a partir de las miserias y esperanzas de los personajes, pero la pasividad de la historia puede llegar a pesar durante las más de dos horas de metraje. Si sumamos eso al hecho de que los dañados personajes no generan mucha empatía por ellos, sino lástima, el combo puede resultar letal para ciertos espectadores. Foxcatcher es un film que es básicamente carnada para los Óscar, pero más allá de el excelente elenco presente y la escalofriante presencia de Steve Carrell totalmente irreconocible, es difícil recomendar una película de éste corte abiertamente.
Una Noche en el Museo 3 actúa como cierre de una trilogía, una a la que uno nunca le prestó mucha atención pero que siempre aparecía ahí cuando menos se la esperaba. El gran éxito que comenzó en 2006 y continuó en 2009 llega a su fin en un último viaje, esta vez hacia tierras londinenses, donde los personajes de siempre y nuevas adiciones viven su cruzada final. Si algo tengo que destacar y sacarme el sombrero ante el director Shawn Levy y su elenco, es que incluso con la barrera del idioma - la película fue presentada la función de prensa en su versión doblada al castellano - la película es tremendamente disfrutable porque las bromas transcienden del inglés al castellano. Pensé que Ben Stiller había caído en un sopor interminable, pero todavía puede exprimirle jugo a su cuidador Larry, e incluso se da el lujo de interpretar a un doble cavernícola que sacará la mayor parte de las risas de la platea. El resto del elenco ya viene aceitado desde hace dos entregas y no ofrece nada nuevo bajo el sol, aunque es triste ver por última vez al gran Robin Williams como el presidente Roosevelt. Dentro de las nuevas adquisiciones a la plantilla, Rebel Wilson sigue robándose escenas como la disparatada guardia del Museo Británico, mientras que la revelación viene en forma del Lancelot de Dan Stevens. Stevens ya probó las mieles de la comedia en la interesante mazcla entre comedia de acción y terror The Guest, y acá destaca mucho como el Caballero de la Mesa Redonda que entrecocha bastante con el grupo americano, e incluso da lugar a un cameo bastante guardado que resulta uno de los puntos álgidos del film. Por otro lado, la historia secundaria de padre e hijo entre Larry y su hijo Nick - Skyler Gisondo - acerca de tomarse un año libre entre los estudios secundarios y los universitarios no encaja mucho con el encuadre general de la película, y sólo genera distracción de las escenas de persecución y aventuras dentro - y fuera - de los museos. La cantidad de nuevos artilugios y obras de arte que cobran vida ayudan mucho a distraer la mente de dicha historia, pero cada vez que la trama vuelve a ese tema, la trama pierde fuelle. La saga no habrá tenido mucha trascendencia ni pasará a los anales del cine, pero Una Noche en el Museo 3 concluye un viaje mágico con gracia y soltura, robando unas últimas sonrisas a la platea antes de cerrar las puertas del museo ¿para siempre?