El fútbol en Argentina trasciende ya el popular dicho pasión de multitudes y se encuentra enraizado en todos los hogares del país, en cada conversación y en cada ámbito social. La nueva película de Juan Taratuto - No sos vos, soy yo y la genial Un novio para mi mujer - toma basamento en la novela de Eduardo Sacheri para explorar en Papeles en el viento la profunda pasión que despierta el fútbol y los límites insospechados de la amistad y la camaradería. Tras la muerte de El Mono - Diego Torres, su hermano y amigos cercanos descubren que el fanatismo ferviente de su amigo lo llevó a depositar una ingente cantidad de dinero para patrocinar a un jugador de fútbol, dejando el futuro de su pequeña hija en ciernes y cerrando el trato con un moño agridulce frente a su inesperada partida. Criados todos juntos bajo el ala y los colores del club Independiente, toda su vida asistieron a partidos, pero saben poco y nada de los tejes y manejes internos del deporte. Fernando - Diego Peretti - es un profesor de secundaria, Mauricio - Pablo Echarri es un abogado que lleva una vida exitosa, y El Ruso - Pablo Rago es el dueño de un lavadero de autos de poca monta, que se pasa el tiempo libre jugando con sus empleados. Los tres tienen sus mañas, pero deberán aunar fuerzas para lograr recuperar ese dinero que su amigo invirtió y forjarle un camino a su primorosa sobrina. Para un espectador que no tiene muchos nexos para con el fútbol, Papeles en el viento representa una historia emotiva que vadea con firmeza lugares que pueden resultar poco comunes. En cambio, ser un fanático de dicho deporte puede comportar una espada de doble filo, al representar fehacientemente la mística religiosa que lleva a ciertas personas a cometer con raciocinio lo que otros pensarían como locura, pero que también se toma ciertas licencias para llevar a buen puerto la tremenda hazaña que se proponen los amigos con tal de recuperar el dinero peligrosamente invertido por su amigo. Compartiendo un poco de la picardía criolla presente en Nueve Reinas, Taratuto va bordando las (des)aventuras y cruces del trío de amigos. Cada uno tiene su propia cruz en la espalda - uno tiene problemas con su esposa, el otro problemas con la esposa y el trabajo - pero por un motivo u otro ciertas situaciones no terminan de explotar, ni tampoco ciertos personajes secundarios terminan de caracterizarse del todo. Peretti, Echarri y Rago interpretan al trío de amigos con bastante química entre sí, incluso cuando ciertos pasajes se notan muy forzados cuando los actores se atienen al guión y sus cruces verbales suenan empolvados y nada orgánicos a la trama. El trabajo del cantante Diego Torres destaca a partir de los flashbacks, en los cuales se cuenta su historia y la progresión de su enfermedad, donde su voz quebrada genera mucha emoción y empatía con su situación y la pasión que le profesa la fútbol. Papeles en el viento que se apoya mucho en la pasión por el fútbol, donde encontará un sector demográfico más que aceptable, siendo que el país respira prácticamente por el deporte. Para el resto, es una comedia dramática ligera que hará llorar a más de uno con su sentimentalismo.
El final del viaje de Peter Jackson ha llegado, y con la tremenda escena final de La Desolación de Smaug, las ganas de ver el desenlace eran muchas. Tercera película, de relleno si se quiere, La Batalla de los Cinco Ejércitos promete acción a raudales, y lo cumple, pero para el final, tanta es la carga de acción y poco sustento que el cuento del Mediano Bilbo se despide con un tímido saludo más que con un avasallante final. La culpa no es de Jackson, que quiso expandir un poco más el mundo de Tolkien, sino del estudio detrás, que le exprimió una secuela más que estira el chicle y puede llegar a frustrar bastante. El destino de Smaug es bastante climático y valió la pena esperarlo un año, pero dura tan poco, que en un parpadeo ya tenemos los títulos de inicio y a otra cosa mariposa. La trama de La Batalla... se encarga entonces de construir ese mentado choque entre facciones, cada uno con objetivos e intereses propios que no son todos los mismos. Todos los personajes vuelven a encontrarse, por algún motivo u otro, a las puertas del reino de Erebor bajo la Montaña Solitaria, y la tensión crece poco a poco. La secuela tenía difícil el territorio de crear tensión, cuando mas o menos uno sabe que no es el final definitivo, y teniendo la vasta sombra de El Retorno del Rey detrás, Jackson tiene que inventarse una batalla que le pueda pelear codo a codo a otros combates de la saga como el Abismo de Helm. El comentado acto final, el enfrentamiento de 45 minutos llega, y no colma las emociones del espectador como uno esperaría. Llena de criaturas mitológicas y rebosante en efectos computarizados, hay un sentimiento de overkill en algunos tramos. Cuando el derribamiento del olifante por parte de Legolas era para aplaudir por el nivel de ridícula insanía, el combate del elfo con un orco en un puente derrumbandose se pasa de la raya y peca por su abundancia. Y así sucesivamente, la acción de La Batalla... puede llegar a frustrar por su extensión. Debería generar el efecto contrario si dejaron toda la acción para el final, pero es tanto lo que hay que asimilar que cansa, incluso cuando varias escaramuzas están muy bien coreografiadas y destacan por su verosimilitud. Donde se le escapa la mano a Jackson es en el CGI. En la primera, faltaba una pulida, cosa que se logró con creces en la segunda. Acá sigue el mismo nivel de pulimiento pero se cometen excesos. Hay un personaje nuevo que no se conoce de antes, encarnado por Bill Connolly, que tiene tanto CGI en su cara que prácticamente es irreconocible, y fastidia. ¿Cúal fue el motivo de tal decisión? El elenco emerge del mar de efectos entregando un sólido frente de combate. Desde el giro oscuro del Thorin de Richard Armitage que logra hacer que lo odies, la pasividad y bondad del Bilbo de Martin Freeman, el clásico Gandalf de Ian McKellen hasta las divas absolutas robaescenas que son los elfos de Lee Pace y Cate Blanchett, todos sacan su costado más aguerrido en esta secuela. Sigue faltando ese héroe en el Bardo de Luke Evans, que ya nunca será Aragorn, pero no molesta demasiado en el conjunto final. No creo poder expandirme más con La Batalla de los Cinco Ejércitos. Es un cierre amable, con bastante corazón, imposible decir mínimo por la calidad de blockbuster que comporta, pero que se queda corta en historia. Es un gran espectáculo, pero uno que apenas cierra esta trilogía precuelística, e hila con trazos finos el puente hacia la trilogía original. ¡Adios, Bilbo! ¡Te vamos a extrañar!
Se que dije que el 2015 iba a traer buenos augurios para el horror, pero lamentablemente, un resabio del género de 2014 se coló en los estrenos de Enero. Ouija fue estrenada con éxito comercial más no de crítica en Estados Unidos en Octubre. Lo único que resalta del film de Stiles White es que tuvo una mínima polémica al refilmar la mitad del film porque a los productores no les gustaba el producto a medio terminar. El producto terminado demuestra que las escenas extra no sirvieron de nada, ya que no hay estreno más blando y libre de sustos que el que es Ouija. Como dice el titulo de crédito, la pelicula está basada en el juego de mesa de Hasbro - a esta altura, hubiese preferido un basado en hechos realesTransformers, otro producto de Hasbro. La trama del film es terriblemente anodina y cliché, con sustos de cartón y música alta para asustar. No sé que más le hubiese pedido a los productores de Michael Bay, pero desde ya esperaba algo más del director y su co-guionista Juliet Snowden,quienes en el pasado han firmado films interesantes. Stiles, como director, tiene buen pulso y por lo menos lo atroz del resultado final se deja ver y no tiene grandes sacudones de cámara. Es un poco bastante antiséptica, no es nada sucia como otras colegas del género, pero White le saca un poco de jugo a sus hermosas pero sosas protagonistas. Olivia Cooke se carga la película al hombro y es creíble y convincente, así como también esa gran secundaria que es Lin Shaye que siempre trae su gravitas actoral a la mes y levanta hasta este muerto espiritual. Sé a ciencia cierta que hay gente que se verá atraída por la oferta de Ouija, pero el resto de los fanáticos acérrimos del género sabrán quedarse fuera del engendro que pretende asustar.
¡Que gran manera de despedir el año que es Cheap Thrills! Una comedia negrísima que deja mucho para comentar una vez terminada, y que intenta responder de la manera más cruenta imaginable hasta dónde estamos dispuestos a ir -mejor dicho, a descender- cuando estamos desesperados. El escenario que presenta la película de E.L. Katz es intrigante, al menos: una pareja de desconocidos te invita a un juego de apuestas por cierta cantidad de plata. Estas situaciones parecen graciosas al comienzo, pero el costado oscuro poco a poco comienza a aflorar, y estas emociones baratas que promete el título original comienzan a escarbar profundo en la psiquis de los involucrados. El encuentro de dos compañeros de secundaria es el disparador para la pareja de ricos que quieren un poco de diversión por el cumpleaños de ella, y diversión es lo que tendrán. Quizás no tengan mucha relevancia, pero el cuarteto interpretado por los ex-compañeros Pat Healy y Ethan Embry, y la pareja acaudalada de David Koechner y Sara Paxton funciona como un dínamo para la acción perversa que transcurrirá durante la noche. Acercándose poco a poco hacia un costado sádico y por demás perverso, el guión de David Chirchirillo y Trent Haaga propone escenarios no aptos para impresionables, donde los juegos comienzan como típicas bromas para ir dejando paso a la humillación, la mutilación y el masoquismo puro. No hay manera de conectarse con la película a menos que se entre en el mismo juego que los protagonistas, y para el final, es cuestión de mirarse al espejo y ver si uno se ha divertido con lo que ha visto. Lo que comienza como una noche de juerga lleva a situaciones dolorosas, y la acción del espectador es casi la de un voyeur, presenciando actos privados que no deberían haber sido vistos. La abstracción de la realidad es un punto a favor que se lleva Katz, con un film mínimo pero espeluznante, una historia que bien podría haber escrito el mismísimo Stephen King, de esas que tienen mucha mala leche y concilian al ser humano como un pozo lleno de oscuridad, si se le permite llegar hasta ella. Healy se lleva las palmas como el padre de familia que podría perderlo todo cuando termine la noche y la desesperación característica de su personaje deja ver a un gran actor que poco a poco está teniendo su merecido reconocimiento. Cheap Thrills es violenta, cómica, nauseabunda, todo a la vez, en un combo de comedia negra y thriller de suspenso que golpea fuerte y no tiene una salida fácil. Están avisados.
El comienzo del 2014 presentó un demoledor efecto boca a boca con la presentación en la televisión local de la serie colombiana Escobar, El Patrón del Mal. El evento, un furor entre el público, narró el alzamiento y la caída del narcotraficante Pablo Escobar que fue seguido por los televidentes con una constancia casi religiosa. La distribuidora Alfa Films se anota un punto a su favor al terminar su año con la presentación de Escobar: Paradise Lost, ayudando a mantener el mito del icónico personaje colombiano en el debut como director del actor italiano Andrea Di Stefano. Con una historia de su propia autoría, Di Stefano presenta al inescrupuloso y calculador narcotraficante desde el punto de vista de un joven surfista canadiense, en la piel de la estrella Josh Hutcherson. Como si de una pura novela latina se tratase, el joven caerá rendido a los pies de la hermosa y sencilla María, que no es ni nada más ni nada menos que la sobrina de Escobar. Una cosa llevará a la otra y pronto, el idealista joven, se verá metido en el turbio mundo de la droga, donde llegar vivo al final del día es mas fácil de decir que hacer. Gracias a la potente interpretación de Benicio Del Toro es que Escobar... permite hacer la vista gorda a ciertos problemas que conlleva el film. De un momento a otro, Nick pasa a ser un hombre de confianza para Pablo, en una transición tan rauda que poco tiempo queda para digerir dicha relación entre primer y tercer mundo. Hay una mirada muy naif sobre la imagen del pobre chico canadiense -y no americano, como se encarga de repetir mil y una vez el personaje- que la película quiere subrayar como una locura lo que le está sucediendo, y no una situación a la que su propia ignorancia inducida lo condujo. Pasando del excepcional Del Toro como Escobar, y el superado por la situación Nick de Hutcherson, el resto del elenco tiene muy poca dimensionalidad, y tanto María como Dylan, el hermano de Nick -desperdiciado Brady Corbet- no ayudan demasiado a la trama. El choque entre Nick y Pablo es inverosímil, pero Di Stefano lo disfraza diestramente con grandes escenas de tensión y suspenso, aún cuando ciertas escenas son visibles mucho tiempo antes y el final esté telegrafiado desde el comienzo del film. No es que tampoco se explore mucho en la figura de Escobar y sus luchas internas sobre el Bien y el Mal. Aquí simplemente es un villano hecho y derecho, un ser detestable que pone su propia seguridad por encima de todos y todo. Haciendo la vista gorda para con la romántica idea que funciona como núcleo del film, y el aire a telenovela que transporta durante todo su metraje, Escobar: Paradise Lost sale airosa por su contenido cargado en tensión, y un destacable rol de Del Toro como el protagonista.
¿Creer? Mejor reventar. Si tuvieron la chance de ver este año la excelente serie de HBO The Leftovers habrán apreciado lo que implica ese evento bíblico llamado el Rapto, un singular momento donde millones de personas desaparecen de la nada, vaya a saber uno a donde terminan. La serie exploraba muchas tangentes y el misterio de la desaparición era el menor de los interrogantes. El dolor y la desesperación de los restantes era lo que llevaba la serie adelante, adentrandose en la mente de cada uno de los personajes. Ahora bien, en el otro lado del espectro tenemos a Left Behind, una remake de un telefilm del año 2000 basado en una larga saga de libros de corte apocalíptico religioso, que en vez de realzar la crisis de la situación, prefiere señalar a aquellos infieles que no son creyentes y que quedan rezagados en el horrible purgatorio que se desata en la Tierra. Es increíble lo que ha logrado el director Vic Armstrong: hacer un apocalipsis aburrido. Y no sólo porque la trama está plagada absolutamente con decenas de clichés religiosos, sino porque las situaciones -tanto en el aire como en tierra firme- se repiten una tras otra durante las casi dos horas de metraje. El esposo cuasi adúltero, el musulmán sospechoso, los saqueadores oportunistas, la drogadicta, todos los paganos que no creyeron en Dios quedan varados, culpándose entre ellos por la situación. Ni siquiera teniendo a Nicholas Cage, que es capaz de levantar una película en su espalda y volverla de tan mala buena, logra insuflarle su natural insanía en roles de este tipo. Se nota que firmó por el mero hecho de necesitar el vil metal y siquiera se molestó en darle un giro interesante a su piloto de avión. Y si no se aburrieron con el drama en el aire, Chloe -la hija de Cage, interpretada por Cassi Thomson- se dedica a transitar de un lado a otro buscando respuestas, peleando con su madre, una ferviente creyente -Lea Thompson, ¿qué has hecho?-. No molesta que una película con claros dejos cristianos se haga, si total el espectador promedio será un religioso que vea sus valores representados en pantalla, pero que dicha película sea aburrida para algún espectador incauto? Nunca. Cuesta creer que un film así haya llegado a las carteleras. De no ser por la poca chispa que le queda a Cage, la hubiésemos visto en el canal Space hace meses.
The Pact fue una refrescante propuesta de horror de 2012, que combinó con gracia y estilo un misterio policial con asesino en serie de por medio con elementos sobrenaturales. Lo encomiable de la película era su sentimiento de temor atmosférico, que iba en crecimiento con el correr de los minutos y culminaba con un trayecto final espeluznante. Saltando al 2014 y con algún que otro interrogante dejado en el aire para explorar llega The Pact II, un tibio calco de la original que no intenta demasiado por innovar, o al menos entretener. En la secuela, el protagonismo recae en June, una joven cuyo curioso trabajo -hace limpieza de escenas del crimen- la acerca cotidianamente con la muerte. De naturaleza apática y conviviendo con un novio policía mientras dibuja sus propios cómics, June tiene también una truncada relación con una madre que entra y sale de rehabilitación por consumo de drogas. El poco equilibrio en la vida de June se pierde cuando comienza a experimentar terribles pesadillas, que la empujan a investigar los crueles crímenes del asesino Judas. ¿Verdaderamente está muerto? ¿O hay algo más siniestro ocurriendo? La dupla de Dallas Richard Hallam y Patrick Horvath, quienes dirigen y escriben al mismo tiempo, toman las riendas que dejó vacante Nicholas McCarthy con estrepitosos resultados. Hay unas ganas enormes de estar a la altura de su predecesora, encajando su trama lo mejor posible con la historia anterior, pero el esfuerzo es en vano cuando los resultados son tan mediocres. El personaje de Camilla Luddington es muy interesante y no parece la típica heroína de horror, pero se desdibuja demasiado a medida que las revelaciones del guión se van sucediendo. La reentrada de Annie -la anterior protagonista personificada en Caity Lotz- es una bienvenida agridulce, ya que el fan service está a la orden del día, pero no aporta absolutamente nada a la trama excepto el hecho de generar algo en el espectador con el comentario "¡Miren a quien trajimos de vuelta!". Y Annie no es la única, con la intervención de la médium ciega Stevie, o las ¿alucinaciones? del Judas de Mark Steger. A favor de los directores se puede decir que replican el sentimiento de ahogo de la original, aunque el peso del ambiente termina aplastando la resolución de la trama, un cliché que se vuelve casi insoportable por su simpleza y su poca relevancia para con el encuadre general de la saga, si se la puede llamar de alguna manera. The Pact II llega a las carteleras para cerrar un 2014 bastante pobre para el género. No sirve de nada ensañarse con dicha secuela sólo por el hecho de que es un film regular y estos meses no ayudaron demasiado al terror, pero es una manera bastante agria de despedirse del año.
Philippe Falardeau ya había demostrado una sensibilidad particular para contar historias dramáticas con Monsieur Lazhar y en The Good Lie no escatima emociones, en una historia basada en hechos reales de alto impacto sentimental. Durante una cruenta primera media hora es que la trama se enfoca en Mamere y sus hermanos, tanto de sangre como espirituales, mientras emprenden un largo camino para escapar de la guerra que se saldó con la vida de sus padres y los dejó huérfanos y sin hogar alguno al cual regresar. La dura batalla que le presentaron a la muerte no está disfrazada de ninguna manera, y así como los cuerpos comienzan a apilarse y las balas de los soldados resuenan con total potencia e impunidad sobre sus cabezas, el grupo de chicos finalmente llega a un oasis, un campamento de refugio. Pasará un largo tiempo hasta que sean relocalizados en Estados Unidos, y no todos quedarán juntos. Las intenciones de The Good Lie no se quedan solamente en mostrar las vicisitudes de la guerra, sino en enfocarse en el pequeño nodo familiar de Mamere y sus hermanos en un ambiente diferente al suyo, que no los enfrenta con la hostilidad de la guerra pero que saca a relucir los recovecos más oscuros de personas que lo dieron todo para seguir viviendo. Hay una ligera sombra de comedia en el enfrentamiento cotidiano de los sudaneses con la vida diaria, y tanto en estos momentos como en los más dramáticos, Arnold Oceng, Emmanuel Jal y Ger Duany salen bien parados, incluso cuando su currículum actoral no rebose de otros papeles. Reese Witherspoon es la cara visible en el póster, y su aparición recién cobra peso una vez que los refugiados lleguen a suelo americano. La candidez de la actriz, interpretando a una particular asistente social que remite con su aire independiente a Erin Brockovich, es el perfecto folio para el desarrollo de los personajes, ayudada por un solvente Corey Stoll y una simpática Sarah Baker. Desde el guión, Margaret Nagle le escapa a suficientes convenciones del género y no puede evitar caer en otras, pero cuando la película lo requiere, acompaña a la sensibilidad del director con creces. En algún que otro momento se escapará algún diálogo que resuma corrección política, pero en líneas generales el argumento es lo bastante sólido y realista para enganchar durante las casi dos horas de metraje. The Good Lie es una feel good movie que es básicamente una caricia al alma. Sensible y conmovedora, es una gran opción para todos aquellos que disfruten de darle al pañuelito descartable al mismo tiempo que presencian una buena historia.
Desde la primera línea presente en Calvary se nota qué tipo de propuesta estamos presenciando. Esa extravagante frase, dentro de la primera y reveladora escena, marca el ritmo y el tono del segundo film del inglés John Michael McDonagh, que vuelve a tener como protagonista al excelente Brendan Gleeson luego de la laureada The Guard. Con un sentido del humor muy puntilloso, Calvary claramente no es una película para todo tipo de público, ya que los trascendentales temas que toca con su abanico de personajes puede verse aplastados por un sentido dramático exacerbado. Siempre se supo que el humor inglés es demasiado particular, en las antípodas por ejemplo de la nueva comedia americana, pero en esta ocasión, la combinación de humor negro y drama pueden ser un cóctel que le juegue en contra a la película. No estamos frente a una comedia hecha y derecha, y aunque las situaciones y conversaciones dramáticas se apilen unas tras otras, tampoco es un drama existencialista del todo. Es un claro híbrido, potenciado por sobresalientes actuaciones de parte de un elenco fogueado con los años, en donde cada uno ejerce su rol con las mejores intenciones. Con una pesada carga y un severo ultimátum a cuestas, el padre James de Gleeson excede las expectativas con su defectuoso personaje, refugiado en la iglesia luego de la muerte de su esposa y dejando la vida de su hija Fiona -Kelly Reilly- en ciernes. Alcohólico en recuperación, James es un párroco bonachón, que debe soportar el calvario del grupo de habitantes locales. Uno más irreverente que el otro, escuchando las confesiones y anécdotas de personas detestables, seres que están perdidos en sus propias miserias y que, al final, será uno de ellos el que atente contra la vida del padre. Las caras conocidas abundan, desde el cínico médico ateo de Aidan "Meñique" Gillen, el carnicero del pueblo interpretado por Chris O'Dowd y el millonario perverso de Dylan Moran, todos aumentando poco a poco esa sensación de perdición en la locación tan remota como hermosa que presenta McDonagh. Con el correr de los minutos, la amenaza latente va estirándose, y si bien diferentes charlas exploran los conflictos de la fe -o la falta de la misma- y el siempre presente estigma de los abusos sexuales en la iglesia, el objetivo final parece deslucido, el golpe final carente de efecto. Gracias al gran empuje de Gleeson en un protagónico excepcional es que Calvary no termina por agobiar al espectador.
Para ser la primera comedia apta para mayores del director Shawn Levy, This Is Where I Leave You es una apuesta a lo seguro, en un terreno donde no hay mucho espacio ya para explorar. Hace menos de mes y medio que The Judge, el vehículo de lucimiento para Robert Downey Jr., desfiló con un argumento parecido en las salas y ahora es el turno de este elenco de primer nivel, para una comedia dramática que trabaja con lo que tiene a su disposición pero que no trasciende la cotidianidad de su trama. Tras la tópica muerte del patriarca de la familia, los hermanos Altman deben reunirse en su hogar para celebrar durante una semana la ceremonia religiosa judía del Shiva. Cada uno trae sus disfunciones propias bajo un mismo techo, desde el frustrado protagonista de Jason Bateman hasta el insoportable hermano menor de Adam Driver, pasando por los poco desarrollados hermanos restantes, interpretados por Tina Fey y Corey Stoll. Como es de esperar, más de un trapito saldrá al sol y los hermanos deberán soportar más de una situación incómoda, todo mientras lloran a su difunto padre. Comedias dramáticas como ésta llueven cada año, ya sea un producto independiente o uno de un gran estudio como el presente. Familias sin hijos, familias con hijos, problemas maritales, amores adolescentes no correspondidos, no hay tema que no quede sin revolver ni explorar. El problema de This Is Where I Leave You no es el material de donde proviene, el libro de Jonathan Tropper, quien firma el guión. El problema es que la trama remite a problemas cotidianos que han sido explorados en el pasado -y con mayor éxito- dejando la dura tarea de subsanar una historia trillada a un elenco que no tiene mucho que hacer contra los estereotipos. Bateman vende a su compungido Judd con su usual apatía, Jane Fonda la descose como la sensual y desenfadada matriarca, y Rose Byrne ilumina la pantalla con su candidez y ligereza. Todos funcionan muy bien juntos y salen bien parados de escenas cómicas, pero por separado sus historias propias hacen aguas. Fey está muy desaprovechada como una madre infeliz con su matrimonio y que todavía tiene sentimientos por su vecino -Timothy Olyphant- mientras que Stoll debe ponerse los pantalones para con el negocio familiar, a la vez que se los saca para intentar dejar embarazada a su ansiosa esposa. Driver, por lo pronto, vuelve a repetir esquemas con su hiperactivo adulto joven que ya muy bien hizo en la serie Girls, pero que poco a poco va agotando la paciencia con sus salidas histriónicas. Hay tantos personajes en pantalla y todos tienen algo para contar, que al final ese peso estelar termina tirando abajo el justo equilibrio entre comedia y drama. Si hasta ese rabino joven termina agotando con su repetitivo chiste vulgar. This Is Where I Leave You es un interesante paso hacia pasturas más maduras del director, pero repite esquemas a diestra y siniestra. Ideal para un día lluvioso.