Aunque se perciba como una historia de amor atípica y totalmente extravagante, digna de un guión de Spike Jonze, Her es a la vez una aplastante crítica al aislamiento comunicacional que vivimos hoy en día. El quid de la cuestión -hombre se enamora de sistema operativo inteligente- tiene tantas lecturas, tantos matices trabajados al mismo tiempo que la cantidad de información barajada puede verse abrumadora, pero en manos de un director sensible como Jonze es imposible no sentirse inmerso en la aventura amorosa del protagonista, el afable Theodore Twombly. Situada en un futuro demasiado cercano, Her nos presenta a Theodore, un hombre demasiado solitario. Se sabe que estuvo casado alguna vez, pero esa relación no llegó a buen puerto, y los ecos silenciosos de esa ruptura se viven en pantalla en los recuerdos fugaces del escritor de cartas personalizadas. Incluso con su pareja de amigos o con colegas del trabajo, la distancia que genera para con otros seres se palpa al instante. Por eso, cuando escucha de un nuevo y revolucionario sistema operativo inteligente, no duda en obtener una versión para sí mismo. Samantha, la versión femenina de dicho sistema, llega a su vida y arremete con fuerza con una personalidad cálida y una voz sensual y juguetona, motivos por el cual Theodore caerá rendido desde el minuto uno con esa voz virtual que lo conoce de pies a cabeza y no duda en hablarle con total franqueza. La emotividad con la cual ambos se entregan a una relación es total e incluso cuando Samantha no cuenta con un cuerpo físico, las necesidades sentimentales de ambos se ven satisfechas -de momento, por supuesto. Quizás es la falta de madurez de Theodore o su incapacidad de mantener una relación física, pero el amor que se profesan el uno por el otro deja de lado todo prejuicio social que se presente. Y si bien está en las manos de Jonze llevar a buen puerto esta fábula de amor, también se agradece muchísimo escaparle a los clichés del género y producir conflictos bastante complejos que invitan a reflexionar una vez terminado el film sobre el lugar de la tecnología en la vida cotidiana del ser humano. ¿Realmente podemos llegar a depender tanto de algo que no es tangible, que no se puede tocar? Joaquin Phoenix nació para interpretar papeles de este tipo y su Theodore tiene una fuerza emocional tan profunda como quebrada, y en sus manos se nota la ruptura tanto interna como externa. Quizás por separado no se note tanto, pero en la interacción con la voz de Scarlett Johansson se genera una caracterización de parte de ambos actores alucinante, creíble y compañera. Todos hablaban de la interpretación de la joven y verdaderamente es alucinante lo que la neoyorquina puede lograr con el suave raspado de su voz. La interacción de Joaquin y Scarlett es el centro neurálgico de la película, pero los secundarios de una sencilla y sensible Amy Adams, sumados a los trabajos sobrios de Rooney Mara y Olivia Wilde denotan un gran ojo para la puesta en marcha de un elenco apropiado y la mano de un director que sabe como sacarle provecho a sus actores. Y la visión de Spike no sólo se delimita a dirigir y escribir un libreto con varios substextos -ganador del Oscar a mejor Guión Original, que no es dato menor- sino que su visión de una Los Ángeles medianamente futurista es uno de los escenarios más ricos en texturas y detalles que se han visto en años. Antes de irse por las ramas y lograr un futuro pomposo, simplemente se arrojaron pizcas futuristas en los escenarios, en la tecnología, en el vestuario, en la musicalización -la banda sonora de Arcade Fire es honesta y orgánica para con el film- que por separado no dicen nada pero en conjunto son alimento para el alma. Her es un triunfo visual, narrativo y romántico. Pocas veces se vive una película con emociones tan diversas en simultáneo, que genera amor, que divierte, que emociona y que acongoja, todo en un remolino imparable, que hasta el último minuto se siente verdadera. Un logro inmenso, gracias de nuevo Spike Jonze.
Los vampiros están muertos. O al menos de momento. Una de las oleadas de seres fantásticos más icónica de los últimos años finalmente ha llegado a la temida etapa del cansancio y cada nueva película que se lanza al mercado es una estaca al corazón del espectador que alguna vez supo apoyar con fervor a los seres sensibles a la luz. Al ver el trailer de Vampire Academy, fueron los nombres de Mark Waters y su hermano Daniel Waters los que llamaron la atención al instante. El primero, director de la archireconocida Mean Girls, y su hermano, el guionista de la comedia negra Heathers a quien -gran sorpresa- se le atribuye la historia de Batman Returns. Con semejante currículum y tras ver la oleada de pop chicloso visto en el avance, tenía bastantes esperanzas de que al menos resultara una iteración vampírica decente. Por desgracia, el resultado final es un film que oscila entre lo mediocre y lo ingenioso, con un tono que no termina de consolidarse y que se apoya bastante en la camada importante de fanáticos de la saga de libros de la autora Richelle Mead, a los que claramente está dirigida esta propuesta. Desde la escena inicial ya se nota que algo va mal. La cantidad de información expositoria que debe presentar el guión a los neófitos de la saga es casi abrumadora. Sí, quizás haber dejado varios detalles a interpretación del espectador hubiese sido mejor, pero nunca hay que olvidar que es una película masticada y sobreexplicada para una platea joven y de carne fresca, por lo que la ingesta visual de nuevos datos se vuelve una catarata importante para otro sector demográfico más entrado en años. Una vez que el carro de la exposición haya partido, lo que queda es un refrito poco vistoso de alguna de las tramas que supieron fascinar en la saga Harry Potter -peligro en la escuela, donde el enemigo está operando desde muy cerca-. Varios personajes son sospechosos y las dos protagonistas deben surfear una marea de viejos conocidos para intentar esclarecer quién o quiénes les quieren hacer daño. En medio de la tibieza narrativa, de idas y vueltas amorosas y escaramuzas estudiantiles, surgen la historia de amor para nuestras féminas -una con un musculoso y adusto instructor/guardaespaldas de la academia, la otra con un misterioso y herido compañero de clase- y escuetas escenas de acción, donde la mano del director claramente demuestra que no está a la altura de las circunstancias. Los efectos por computadora tampoco ayudan a crear un ambiente sugerente y tiran abajo la atmósfera de la que, mayormente, se vale el film. No todo está perdido, ya que el hallazgo que resulta ser Zoey Deutch -la hija de Lea Thompson, la eterna mamá de Marty McFly- se carga la película al hombro con su rapidez para captar el diálogo lleno de bromas y referencias culturales escrito por Waters, y entregarlo en la pantalla grande en un flirteo constante con la cámara y con los secundarios que la rodean. Me gustaría decir que el resto del elenco le juega a la par, pero su compañera Lucy Fry es una cara bonita y no mucho más, Sarah Hyland de Modern Family juega muy bien su papel de nerd casi insufrible y el ceñudo Danila Kozlovsky cubre con creces el papel de galán escandinavo. Los adultos vinieron por el cheque y el catering, ya que al ver al alguna vez glorioso Gabriel Byrne y a la belleza de Olga Kurylenko actuar, dejan en claro lo incómodos que están en este mundo ficticio. De haberse adaptado inmediatamente cuando el primer libro de la saga vio la luz del día -el año 2007, antes de la locura Twilight- Vampire Academy quizás hubiera podido tener una chance de captar una audiencia mucho más amplia. Lamentablemente, estamos en 2014, y ya con un esfuerzo básico no es suficiente cuando el subgénero está tan vapuleado por sucesivas oleadas de seres pálidos con colmillos. Mitad entretenida, mitad soporífera, no es extremadamente mala pero tampoco es lo genial que prometía su interesante avance.
300: Rise of an Empire se estrena la misma semana que Vampire Academy en Argentina y, aunque no lo parezca, las dos tienen algo en común: ambas llegan un poco tarde. En el caso de 300, los ocho años que separan a la primera entrega de la segunda actúan como un peso extra, ya que el efecto avasallador de la iconicidad popular que generó el film protagonizado por Gerard Butler podría haber servido para capturar la atención del público por un período más largo. Con los tiempos que corren, hacer una secuela de un espectáculo visual ocho años después es casi criminal, donde los grandes estudios tienen acostumbradas a las masas a una secuela de una franquicia cada dos o tres años, máximo. Con basamentos en la aún no publicada obra gráfica de Frank Miller, una secuela de 300 empezó a gestarse dos años después del revuelo de torsos desnudos y batallas sangrientas. No había un claro camino a seguir, excepto explorar el glorificado personaje de Rodrigo Santoro, el rey-dios persa Xerxes. En el camino, el guión final del productor Zack Snyder -que delega la dirección a Noam Murro- y Kurt Johnstad traza unas pinceladas de profundidad al gigante persa, además de presentar a los nuevos personajes protagónicos, es decir, el héroe de guerra ateniense Temístocles y la explosiva capitana Artemisia. Los tres, junto con la reina espartana Gorgo -recientemente viuda- serán los ejes fundamentales de esta nueva batalla por la gloria. Rise of an Empire es todo lo que se podía esperar de una secuela de 300. No hay escasez de sangre y apéndices corporales desprendidos a diestra y siniestra, flechazos, quemaduras, decapitaciones, todo tipo de violencia y vejaciones que ya había establecido Snyder en su visión de la épica batalla griega. Entre combate y combate, uno más espectacular que el otro, el nexo conector son las historias de los personajes de Temístocles, Artemisia y Xerxes, en donde la narración en off va sumergiendo al espectador en las vidas cruzadas de estos seres históricos, y cómo su pasado representa las ansias de victoria en el presente, donde los persas y los griegos se enfrentan a muerte. Visualmente, Rise of an Empire es tan impresionante somo su predecesora y las escenas de acción le juegan -a veces- cuerpo a cuerpo con la odisea original de los trecientos espartanos, aunque el cambio radical del terreno firme al marítimo le agrega un plus de emoción inesperada. El nuevo Leónidas, el Temístocles de Sullivan Stapleton, es un coherente héroe de batalla, digno, que le hace frente a una despiadada y casi enloquecida Artemisia, una verdadera mujer de armas tomar encarnada por una Eva Green que la pasó de perlas filmando, en un papel que le encaja perfectamente, además de ser la única opción de los productores para protagonizar. Santoro vuelve a lucir una lograda transformación en el egomaníaco mandatario persa y el regreso de Lena Headey en uno de sus papeles más recordados -y de bastante relevancia, a pesar de su escasez en pantalla- sostiene muy bien el apartado del elenco, ya que no se puede decir lo mismo del director. Murro, cuyo único film previo es la comedia Smart People, es básicamente un director artificial, cuya visión personal no se nota demasiado al calcar literalmente todos los pasos seguidos por Snyder en 2006. No quiero decir con esto que no sea un realizador competente, seguir lineamientos establecidos debe ser bastante difícil, pero la originalidad, el punto de vista fresco de un cineasta, se pierde entre tanta parafernalia bélica y sólo queda un encomiable trabajo a pedido de un estudio. Amén de un forzoso trabajo 3D que ennegrece aún más la ya de por sí oscura fotografía del film, hay pocas cosas que reprocharle a 300: Rise of an Empire, con la sola excepción de su tardía aparición. El espectador fanático de la primera entrega volverá a territorio familiar, con caras que ya conocen y otras nuevas por conocer, y a ese frenesí sangriento que hizo tan característica a la historia de los nobles espartanos. Y, por si les quedaba alguna duda, quizás en un futuro cercano veamos una tercera batalla en slow motion. Solamente espero que no sea de acá a seis u ocho años.
The Monuments Men es simpática, correcta, pero también fallida. Me arriesgo a decir que no habrá gente -excepto los involucrados en su producción- que en un futuro cercano la tengan como una película favorita y es por la misma razón por la que no genera ni odio ni amor: es demasiado tibia. No es lo suficientemente candorosa como para adorarla, ni tampoco porta motivos para odiarla terriblemente. La indiferencia para con la película es el peor escenario posible, una mitad de camino evidente, y una verdadera pena porque con un elenco como el presente no había manera de que no funcionase. ¿Alguien recuerda ese capítulo de Los Simpsons en donde el abuelo y el señor Burns tienen una historia que data de la Segunda Guerra Mundial? Sí, el de los Peces del Infierno, ese mismo. Bueno, ésa es la época que se encarga de retratar lo nuevo de George Clooney, en su primer traspié como director. Dicho capítulo, uno de los más memorables de la historia de la serie animada, hace palidecer en comparación a la comedia basada en hechos reales que trae en pantalla el director de Good Night, and Good Luck, con pizcas aquí y allá de gracia, un poco de drama a medio cocinar para generar empatía y una trama bastante derivativa y carente de emoción como para realmente importar. Basada en una historia verídica, la odisea de estos hombres cultos por proteger íconos de la cultura de las garras nazis de Hitler suena muy interesante, pero una vez hecho el traspaso del papel a la pantalla, las lagunas narrativas provocan pereza y poco interés. En cierta porción del film, los grupos aleatorios que se forman para contar diferentes aspectos de la historia no terminan de cuajar nunca y el talento de los protagonistas apenas alcanza para llegar desde el costado simpático. Comediantes natos como Bill Murray o John Goodman deberían provocar estallidos de carcajadas, pero se quedan sin vapor enseguida. La pareja al azar de Matt Damon y Cate Blanchett tiene poca chispa entre sí y los personajes más vistosos como el aviador Clermont de Jean Dujardin o el soldado alcohólico de Hugh Bonneville son los que tienen un peso dramático y un par de pinceladas más de personalidad, pero en comparación con el resto del elenco tienen poco espacio en pantalla para que uno realmente genere una relación de cariño entre ellos. A falta de mejor comparación, The Monuments Men sufre del efecto Game of Thrones: entre tantos personajes, sólo algunos se llevan la mayor parte del metraje y capítulo a capítulo uno va descubriendo quienes son sus favoritos. Desafortunadamente, Clooney y compañía sólo cuentan con dos horas para generar ese tipo de empatía y el resultado es, de nuevo, tibio. El tono del film en general, entonces, se ve gravemente afectado por el factor episódico y por la poca importancia que se genera para con los miembros del escuadrón. Llegando casi a las dos horas de duración, el peso del limitado ritmo se deja sentir con fuerza y los escasos incidentes narrativos están demasiado separados el uno del otro como para generar una coherencia que dure de comienzo a fin. Una verdadera lástima porque The Monuments Men tenía varios matices interesantes y la reunión de un elenco semejante auguraba otro tipo de propuesta. ¡Mejor suerte para la próxima, George!
Liam Neeson está a una sola película de cansar con el mismo papel de agente vengativo de siempre, pero mientras tanto, divierte. La clave para disfrutar de Non-Stop entonces recae en la fuerza de empuje actoral que posee el británico, quien presenta un protagónico ya visto un par de veces, pero interpretado de manera tan convincente que verlo en acción ya es motivo suficiente para asegurar la entrada de cine. A Neeson se lo nota a gusto bajo la dirección del español Jaume Collet-Serra. Desde su desembarco en tierras hollywoodenses con las interesantes House of Wax y The Orphan, este se consolida como un realizador de género a seguir, y en su quinto largometraje elige trabajar junto al otro por segunda vez -la primera fue Unknown- y la dupla promete no separarse porque tienen planeado Run All Night, que llegará a las salas exactamente en un año. Si la fórmula funciona para qué arreglarla, se deben preguntar los productores. Neeson, inesperada estrella madura de acción desde 2008 con Taken, sigue estrujando este nuevo momento en su carrera, esta vez metiéndose en la piel de un policía aéreo con un problema abordo de su vuelo. A medio camino entre un misterio salido de las páginas de Agatha Christie, una pizca de Hitchcock y un más que leve préstamo al thriller aéreo Flight Plan con Jodie Foster, Non-Stop no se ve totalmente innovadora en papel, pero la pericia del director y la fuerza de su protagonista suplen con creces las carencias de un guión un tanto forzado. Ya no importan los pequeños huecos -aeroventilas, ejem- de la trama que podrían hacer caer al avión comercial en lo que canta un gallo, Collet-Serra se encarga de ir desviando la atención del espectador hacia otro territorio, forzándolo a generar empatía con una situación que va escalando en peligrosidad con cada mensaje que aparece en pantalla, gigante y con tono entre socarrón y agresivo. Poco a poco, la mano del catalán se va sintiendo a medida que el suspenso se acrecienta, donde cada cara del estelar elenco tiene su momento de mirada misteriosa a cámara para indicar que ocultan algo. Nada que no hayamos visto antes, por supuesto, pero manejado con cierto tino, con un amor para con la historia que termina conquistando minuto a minuto y envuelve al espectador en la trama, haciéndolo partícipe. Este tipo de historias siempre tiene problemas con la resolución del conflicto y la revelación de las mentes criminales detrás del atraco, y Non-Stop no es la excepción. El momento de la verdad no es lo que uno podría llegar a imaginar, pero no daña para nada todo el recorrido de tensión que se fue creando hasta entonces, y si uno no comienza a darle vueltas en la cabeza instantáneamente buscándole un sentido inmediato y se deja llevar por la trama, saldrá ganando con creces. Liam Neeson no se encuentra solo y lo rodea un elenco importante, entre los que se destacan una Julianne Moore muy juguetona que se permite a sí misma divertirse y soltarse un poco, alivianando el aire tenso del film, mientras que Michelle Dockery deja de lado los trajes de época de Downton Abbey y se une a la tripulación del vuelo como una azafata querible que ayuda en todo lo que puede, y que tiene como compañera a una Lupita Nyong'o esporádica, muy alejada de su papel en 12 Years a Slave por el que ya casi puede saborear la estatuilla dorada. Los nombres siguen, con actores como Corey Stoll, Linus Roache y Scoot McNairy entre otros, caras conocidas que hacen más amena la estadía en el vuelo. Non-Stop es un thriller honesto a su concepto, que dura lo justo y necesario como para llegar a construir suspenso casi asfixiante y dejarlo a uno con una sensación casi escalofriante al abandonar la sala. Todo esto, claro, si uno como espectador se permite sumergirse de lleno en otra aventura del héroe más inesperado y rudo que se haya visto en el cine últimamente.
En Nebraska veremos la historia de Woody Grant, un anciano mecánico deslizándose rápidamente hacia la senilidad de sus últimos años. Su escape es aferrarse fuertemente a la idea de que ha ganado un millón de dólares e irá a cobrar su premio cueste lo que cueste, con o sin el apoyo de su familia. Lo tragicómico de la situación es que el pueblo donde Woody se crió lo recibe como a un héroe y todos lo ven, en menor o mayor medida, como una celebridad. Explorando nuevamente un trasfondo familiar como ya lo hizo en su anterior The Descendants, Alexander Payne vuelve a jugar las mismas cartas, con resultados aún mayores y mas ricos en variedad que en el film protagonizado por George Clooney. Ya no estamos hablando de la muerte dentro del grupo y el culto de tradiciones funerarias alrededor del mismo, sino que la trama familiar pasa por la desidia y la codicia de un clan numeroso que se reúne como excusa para festejar al pariente -aparentemente- y de paso sacar una tajada utilizando sucios ardides cuando la cortesía ya no surte el efecto deseado. El factor comédico de ver interactuar a la familia Grant en su totalidad contrasta con la tristeza que cargan en sus espaldas los protagonistas, y la maestría de Payne se deja en clara evidencia al poder mechar los momentos de comedia con el drama más puro, sin que ningún género opaque al otro. A primera vista, parecería que los académicos le dieron más peso a la edad y la carrera de un avejentado Bruce Dern por sobre la jovialidad de Will Forte. Finalmente el primero consiguió una nominación por sobre la brillante demostración de apatía por parte de Forte, quien deja bien claro que su arte en la comedia es una cosa y que si se lo propone puede trabajar con un registro extremadamente dramático y ganar por goleada. Pero a medida que pasan los minutos, el naturalismo y la intermitencia que refleja Dern en su cansado y abatido Woody demuestra la excelencia de un actor en la cima de su carrera. La profundidad de su caracterización es tan inmersiva que de a momentos el espectador realmente siente que está en presencia más de un documental sobre la tercera edad que un drama de ficción. Siento que lo digo demasiadas veces en la temporada de Oscars, pero realmente es una clase maestra de actuación. Dejando de lado a Dern y Forte, y sin olvidar mencionar al excelente trabajo de casting que se hizo para el film -los habitantes del pueblo de Hawthorne son fascinantes en su vacua existencia- ciertos momentos le pertenecen completamente a June Squibb, esta veterana escondida bajo las rocas hollywodenses que llega pisando fuerte y con una candidez envidiable se roba casi todas las escenas en las que está presente. Como Kate, la esposa de Woody, Squibb es un personaje inestimable al que no le preocupa decir todo lo que se le pasa por la mente, una de esas personas tan cotidianas en la vida de cualquiera que genera tanto odio como amor absoluto, una persona que incluso dormida no quita esa cara a medio camino entre la ternura y el enojo eterno. La protagonista que nadie se imagina es la gran fotografía a blanco y negro de Phedon Papamichael, un gran recurso estilístico que le otorga otro color -ejem- al film de Payne, donde la escala de grises contrasta perfectamente con la animosidad de los personajes y los subsiguientes secundarios en el camino de la familia Grant. Alexander Payne se marca con Nebraska otro puntito más y se consolida como uno de los directores americanos con más sustancia del medio actual. Nuevamente queda demostrado que con una historia pequeña y grandes actores se puede tener como resultado una película emotiva y totalmente gratificante.
La historia verídica de Philomena Lee, en la que se basa Philomena, es tan increíble que parece salida de una telenovela, pero la realidad, una vez más, es más poderosa que la ficción. El personaje, quien le guardó a su familia un secreto durante cincuenta años, es una persona llena de contradicciones, entre lo que siente y lo que debe hacer según sus firmes creencias católicas. Este tire y afloje interno genera un interesante conflicto que lleva a varios choques entre su ferviente religión y el ateísmo del Martin de Steve Coogan. El drama de localizar a un hijo dado en adopción hace tantos años atrás tiene su debida cuota de dramatismo, pero también sus momentos de picardía y sutil comedia, además de unas cuantas vueltas de tuerca inesperadas que parecen manufacturadas por el guión, pero no, sucedieron de verdad. Si bien la historia es dura, fuerte y tiene varios embates melancólicos, se agradece al director que nunca se convierta en un festival de lágrimas y le aporte ligereza y liviandad a la trama con toques de humor ácido y una relación sana y entrañable. Más allá de todo tópico polémico, Philomena también es un choque entre dos personas de diferentes estratos sociales, un periodista que considera a esta enfermera retirada un tanto bobalicona y superficial, pero que con el correr del tiempo logran concertar en un terreno igualado sus diferencias y entender un poco la vida del uno y el otro. Philomena es más sobre el mensaje que el oficio. Stephen Frears narra una sucinta historia de abandono, culpa y redención que dispara duro y parejo contra el catolicismo. No es una película que sea recordada por escenas francamente alucinantes ni momentos sobrecogedores, sino que es más bien una amena adaptación del libro de Martin Sixsmith con muchos dejos a telefilm. Con esto no quiero decir que la película sea mediocre, pero es un proyecto menor, aumentado en todo caso por las excelentes interpretaciones de la Dama Judy Dench y su compañero de viaje, el agradable Coogan, también co-guionista aquí. Philomena es una poderosa y emotiva historia contada en pequeña escala, íntima. Ante las grandes obras nominadas este año a los premios de la Academia, su aura intimista la termina favoreciendo. Un crowd-pleaser inteligente y entretenido, con un protagónico excepcional de parte de Judy Dench.
La dupla Phil Lord y Chris Miller sigue haciendo desmanes en la comedia. Primero fue en 2009 con la excelente película de animación Lluvia de Hamburguesas, una inesperada y cálida propuesta para toda la familia, aunque los que más la disfrutaban eran los adultos, que captaban todos los chistes y guiños cinéfilos. No contentos con haber pateado el tablero de las producciones infantiles, en 2012 arremetieron con la remake de 21 Jump Street, un suceso de crítica y público que catapultó a la estratósfera a otra pareja de cuidado, Jonah Hill y Channing Tatum. Personalmente estaba excitado de ver qué harían con la secuela de su primer hit, pero los muchachos eligieron un proyecto fresco y no repetirse a sí mismos, y así es como surge La gran aventura LEGO un festín animado arrollador que promete convertirse en un clásico de culto de acá a unos años. Bajo el comando de la historia general de Lord y Miller, y el guión altamente azucarado de Dan y Kevin Hagelman, la trama de esta comedia nos lleva a conocer a Emmet, un constructor nada especial, un ciudadano lleno de energía que un buen día se ve inmerso en una carrera por salvar su mundo y otros parecidos de las garras de un villano llamado Señor Negocios, un empresario con dos caras, como no podría ser de otra manera. No sólo el argumento tiene dejos y toques claros a Matrix y otras símiles de elegidos, sino que toda la historia es un gran homenaje a muchas películas, un combo explosivo que a pesar de tomar influencias de varias fuentes aun así logra tener una fuerte identidad propia. Y si hablamos de identidad propia, no se puede dejar de mencionar la combinación entre animación stop motion y CGI en la creación de los diferentes subniveles de coloridos y frenéticos mundos LEGO, donde todo está absolutamente hecho de ladrillos de plástico y hasta el agua, el fuego o los disparos son diminutos bloques encastrables. La gran aventura LEGO no le teme a dejar en evidencia que es una gran propaganda de marketing de la marca danesa, ni tampoco satirizar a un mundo consumista donde el personaje principal tiene como una de sus aficiones principales beber café de elevado precio. El guión es filoso y totalmente inesperado, lleno de cameos y pequeñas apariciones que son una delicia, todo condensado en una hora y media que se pasa rapídisimo y tiene tantas bromas por segundo que recuperar el aire entre una y otra se torna tarea casi imposible. Es una pena que no llegue al menos una versión subtitulada con las más que apropiadas voces de Chris Pratt, Elizabeth Banks, Morgan Freeman, Liam Neeson y muchos otros más, pero el doblaje neutro es simplemente adorable y se predispone a muchos de las bromas originales. La gran aventura LEGO es una colosal demostración que todavía se puede innovar en el campo de la animación y que también se puede hacer comedia indefensa y apta para todo público sin tener que recurrir a humor subido de tono o maldiciones. Diversión para toda la familia y una firme contendiente a llevarse el Oscar a Mejor Film Animado en 2015.
Si uno ve el trailer de La Leyenda de Hércules -cosa que quien les escribe no lo hizo- ya sabe con qué se va a encontrar si elige entrar a la sala. La cuestión es la siguiente: cuando las expectativas son tan bajas, ¿qué queda esperar de un film que parecería ser que se hizo con el sólo propósito de lavar dinero? No confiaba mucho en la nueva aventura histórica de Renny Harlin, solo lo suficiente. Después de todo, el finlandés ha entregado disfrutables películas en los '90 como la secuela Duro de Matar 2, Cliffhanger con Sly Stallone y otras. El resultado fue aún peor de lo que me imaginaba... Tengo que imaginar que Harlin está impedido mentalmente o que le secuestraron a la familia hasta que no terminase este mamotreto que se hace llamar película, porque no se explica de otra manera que un director caiga tan bajo para ponerle la firma a un producto tan insípido como insalvable. Una rápida visita me dice que los costes de producción fueron de $70 millones de dólares y lo que vi en pantalla me dice lo contrario. Fue una bendición de los dioses no haberla visto en un lamentable 3D -ciertas escenas delatan el pobre uso de la tecnología que ya grita basta a viva voz- pero el 2D digital no deja lugar para las medias verdades: la calidad del film apesta y no vale ese coste anunciado. Digna heredera de los sábados de superacción de cualquier canal de aire, La Leyenda de Hércules podría inaugurar la categoría de "quemadora de retinas", por la cantidad de atrocidades cometidas en sus agonizantes 99 minutos de duración. Desde un Hércules con bronceado en spray carente de emoción pero con el cuerpo envidiable -solo el cuerpo- de Kellan Lutz hasta el tufo maloliente del guión de Sean Hood -vamos, que tiene en su currículum asquerosidades como Halloween: Resurrection y Conan, el Bárbaro- todo en pantalla da vergüenza ajena. La trama es tan tópica que uno se puede dormir quince minutos en la sala, despertar y no haberse perdido de nada. A sabiendas de que con los costes de producción tranquilamente se podría tornar la trama hacia un costado más autoparódico para salvarse a si misma, es tan solemne que se termina perjudicando. Imagino que podría seguir enumerando los increíbles errores y desafortunadas elecciones de esta producción que no se gana siquiera el calificativo de fallida. No es gracioso seguirle pegando a un caballo que está muerto desde el pistoletazo de largada, pero es necesario, para que estos engendros no vuelvan a producirse nunca. Quizás con The Rock y su próxima Hercules: The Thracian Wars nos podremos quitar finalmente el mal gusto de boca que ha dejado esta miserable reimaginación del héroe de la mitología. Están avisados.
August: Osage County es nuevamente un ejercicio fílmico que no termina de cuajar. Teniendo sus raíces en la laureada obra de teatro de Tracy Letts, es una pieza netamente teatral que siempre satisface a los académicos y termina con varias nominaciones en las ternas actorales, pero en el marco general, uno se va olvidando de la propuesta poco a poco con el correr del tiempo. Es carne de Oscar, lo sabemos, y todos los participantes lo saben, pero no por eso deja de ser una propuesta interesante sobre las internas de una familia a la que la palabra disfuncional le queda chica. Con la desaparición del patriarca, el poeta Beverly Weston, la excusa de reunir a la familia desperdigada por todo Estados Unidos denota una fricción más que importante desde el comienzo. Quizás ante pesos pesados en la carrera como 12 Years a Slave o Blue Jasmine, la trama de August se vea afectada por su convencionalidad, pero el cándido cruce de las mujeres de la familia es un festín de cuervos con excepcionales actuaciones de por medio, en el que ningún papel -hasta los secundarios- está desperdiciado. El sacar trapitos al sol y pasarse facturas por sucesos ocurridos en el pasado no es una temática para nada nueva, hasta se puede decir que cansina en los tiempos que corren, pero no se puede decir que si el conjunto está bien conducido, no genere buenos resultados, entretenidos en los casos más agudos. Hablemos entonces de las interpretaciones, pilar fundamental de August. El traspaso de la escena teatral al cine deja un hueco enorme, palpitante, que se rellena con toques álgidos que rayan lo grotesco. En el epicentro está Violet, la violenta y muy verbal matriarca interpretada por Meryl Streep. Muchas veces me repito que a la Academia le encanta nominarla, que una terna de Mejor Actriz no está completa sin Meryl, pero después uno ve la clase actoral en pantalla y la dama no hace más que cerrarnos la boca. La escena del almuerzo familiar es simplemente su demostración más fehaciente de que todavía tiene la capacidad para cerrarnos el pico y mirarla interactuar con cada miembro del grupo con total impunidad, paga el precio de la entrada. El contrapeso dramático más inmediato lo genera Julia Roberts como la endurecida Barbara, quien no recuerda con buenos ojos a su madre y atraviesa también conflictos en su propio seno familiar, incluidos un marido del cual está separada y una hija adolescente en plena pubertad. Como decía antes, ningún secundario está desperdiciado y verlos reunidos bajo el mismo techo -en dicha escena de la comilona familiar- es donde se que ve que cada uno va tomando la posta del otro. Julianne Nicholson, Margo Martindale, Benedict Cumberbatch, Chris Cooper, todos tienen su pequeño gran momento y aderezan con tino esta producción. Se podría esperar que la dirección de John Wells sea más caótica y menos precisa a la hora de retratar al clan Weston, pero la película tiene una veta fílmica muy casual, tensa pero nada sobresaliente. Esto se nota más con algunas escenas que se sienten forzadas, creadas específicamente para la versión cinematográfica, que agregan más contenido personal a algunos personajes pero que en definitiva le suman una carga pesada al metraje, que va perdiendo fuelle poco a poco. Las dos horas, entonces, se sienten sobrecargadas de información y eso es algo malo cuando se están hablando de temas tan picantes como el incesto, el desapego y la miseria familiar. August: Osage County es una feroz interna familiar, una película que vale la pena disfrutar por las interpretaciones y por el caos rayano en lo grotesco que es esta reunión penosa. No es increíblemente memorable, pero Meryl da una nueva clase de actuación para alquilar balcones.