12 Years a Slave no es una película que se pueda olvidar fácilmente. Su temática, basada en la cruenta realidad norteamericana de la esclavitud, tiene una mirada para nada parcial sobre el asunto, y eso corre por cuenta del director británico Steve McQueen. En palabras del productor del film y actor secundario del mismo, Brad Pitt, se necesitó de un inglés para hacer la película definitiva sobre la esclavitud en Norteamérica y nunca el blondo actor estuvo más acertado. Los doce años del título se concentran en la odisea de Solomon Northup, un joven caballero felizmente casado, padre de dos hijos y orgulloso violinista, que de una situación aparentemente inofensiva se ve empujado a una pesadilla sin escape visible. Durante estos inmisericordes años es donde Solomon se cruzará con un sinfín de personajes que le demostrarán las mejores y las peores caras del ser humano. La gran virtud del film de McQueen es nunca tomar una posición, ni intentar aleccionar al espectador. Estos lamentables hechos de lesa humanidad ocurrieron y no hay un aumento gratuito de violencia para que las acciones se sientan aún más profundas y deplorables. Dentro de este marco de esclavos y dueños, el elenco se luce desde el protagonista hasta el último extra. Chiwetel Ejiofor es la cara misma de la congoja, un verdadero tour de force ya sea sufriendo en carne viva las vicisitudes de ser un esclavo, como al personificar la antorcha misma de la esperanza, un hombre que hará todo lo posible para sobrevivir y volver a casa con su familia. Su persona se contrasta con excelencia a la par de Michael Fassbender como el brutal Edwin Epps, un ser totalmente repelente que cree verdaderamente en la superioridad del blanco por sobre el negro, en una actuación desbordante y completamente atemorizante. La estrella, el vehículo de lucimiento además de Ejiofor, es la novata Lupita Nyong'o. Muchos se ven escépticos al ser este su primer gran papel en Hollywood y colmarla de premios, pero la Patsey de Lupita es simplemente descollante, una verdadera joyita entre tanta oscuridad. Es un papel pequeño, pero resonante por la afectividad que genera y por la brutalidad que debe enfrentar. Corporizar a seres detestables no debe ser una tarea fácil para un actor, pero las interpretaciones secundarias de Sarah Paulson, como la esposa de Fassbender, Paul Dano, como un capataz de la hacienda Epps, y Paul Giammati, como un vendedor de esclavos, se antojan tan reales y sin esfuerzo que asusta la naturalidad con la que este trío se entrega a sus papeles. El gran logro que eleva a 12 Years a Slave a alturas impensables no son los artilugios técnicos que representan la dirección avasalladora de McQueen, la fotografía sobria pero detallada de Sean Bobbit, el guión de John Ridley o la música del gran Hans Zimmer, sino una combinación de todas las partes mencionadas y la amalgama que generan. Al ver los durisimos 134 minutos del film, uno no puede dejar de pensar en la injusticia y la vergüenza que significan los hechos que desfilan en pantalla. El film de McQueen es tan poderoso y golpea tan fuerte que uno se pregunta si vale la pena ser un ser humano cuando estas atrocidades se han cometido, y probablemente se sigan cometiendo. ¿Realmente nos merecemos ser la especie reinante del planeta?
En 1977, Rocky fue nominada a 10 premios Oscar, incluidos Mejor Actor y Mejor Película, ganando este último galardón, mejor Director y Edición. En 1981, Raging Bull fue nominada a 8 premios de la Academia, haciéndose con dos preciadas estatuillas doradas a Mejor Actor y Mejor Edición. No es un detalle menor mencionar las proezas de las películas de boxeo de Sylvester Stallone y Robert De Niro, ya que treinta años después de su momento consagratorio en dicho deporte llega esta comedia que, de un plumazo, acaba con el recuerdo de estas dos grandes estrellas ficticias del pugilismo y las deja con un pie dentro del geriátrico. Grudge Match es una comedia que apunta directamente al corazón nostálgico y falla miserablemente al juntar en la misma película a dos grandes actores en el ocaso de su carrera, entregándoles un guión a medio cocinar, con una catarata de chistes que atrasan veinte años. Desde la premisa de una rivalidad -bien explicada en un pequeño recap al comienzo- entre dos leyendas del boxeo en Pittsburgh, todo va cuesta abajo. El guión de Tim Kelleher y Rodney Rothman tiene pequeñas bromas inofensivas, algunas de ellas funcionan pero se ven aplastadas por muchas otras más. La situación económica y social de Henry "Razor" Sharp y Billy "The Kid" McDonnen está bien apuntada a la inevitable pelea que ocurre en el tramo final del film, pero las dos horas de metraje resultan aplastantes, con poco carisma y apenas sobrellevadas por la dupla protagonista. Stallone y De Niro hacen lo que pueden para sostener esta película que debería servir para reírnos con ellos, pero en verdad es para reírnos de ellos. Sobrevivir a Grudge Match es lo mismo que ver a dos viejos reumáticos tirados en un lodazal, agarrándose el uno al otro y gritándose por viejas rencillas. Los secundarios apenas ayudan, como la benevolente presencia de Alan Arkin como un viejo quejoso que tiene buenos momentos, pero el resto está pintado al óleo, como la belleza mal utilizada de Kim Basinger o el obtuso estereotipo afroamericano de Kevin Hart, que se dedica a corporizar sus parlamentos con la mayor rapidez posible, llenando esa casilla del personaje negro que atrasa y mucho. Antes de sentarse a "disfrutar" de Grudge Match como vehículo a la nostalgia, es preferible hacer un evento back to back con Rocky y Raging Bull, así al menos el recuerdo de ambas estrellas sigue intacto y no se reduce a este fallido proyecto, que sería como mirar a través de la ventana de un geriátrico para ver una última disputa fugaz entre dos pilares del boxeo.
Casi una semana después de ver I, Frankestein en cines, todavía no puedo sacarme de la boca el gusto amargo en el paladar que me dejó una de las películas de ciencia ficción más estúpidas del año -y eso que recién vamos un mes-, quizás hasta de la última década. Es increíble que a esta altura del partido, proyectos como la película en cuestión consigan financiación, cuando es una clara copia a carbón de la festejada Underworld en 2003. La matemática de tal esperpento -y no hablo del antihéroe que le da nombre al film, sino de la película en sí- es cambiar una protagonista femenina fuerte y exhuberante como Kate Beckinsale por un fornido Aaron Eckhart -inexplicable su presencia en pantalla en esta asquerosidad-, cambiar la guerra de vampiros contra licántropos por una más celestial y religiosa como gárgolas versus demonios, y ya casi estamos listos. El esquema es repetir misma fotografía, oscura pero nada sustancial, un par de efectos especiales que luzcan bien en pantalla -spoiler alert: lucen horribles- y una trama tan fina como una telaraña e igualmente peligrosa. Peligrosa para el espectador mosca, que quede obnubilado por los efectos de ascención y descenso de gárgolas y demonios al morir, pero no para el espectador atento, que logrará discernir el tufo apestoso de la propuesta. Un tufo de algo que parece muerto hace años, rancio, cual muerto vivo. El guión de Kevin Grevioux y el director Stuart Beattie es miserablemente pobre, sacado del Manual del Guionista Básico, apenas sólido para sobrellevar una mísera hora y media sin aburrir en demasía. El elenco hace lo que puede de este bote fílmico en pleno descenso al fondo oceánico, con reconocidos actores que se verían apretados económicamente al firmar contrato para el bodrio. Miranda Otto apenas puede mantener una mirada solemne al verbalizar la frase "Soy la Reina Gárgola", Yvonne Strahovski es la damisela en peligro de siempre y hasta la habitual agradable presencia de Bill Nighy es un calco impresentable del mismo villano que supo interpretar en Underworld. I, Frankenstein pretende tomar al espectador por imbécil y que acuda a ver algo que ya vieron hace diez años en cines. Incluso si esa maniobra le hubiese funcionado, el resultado en pantalla es estrepitosamente malo, con efectos horribles y un uso del 3D abismal. Ver I, Frankenstein es un trámite, pero al menos su visionado viene y se va, tan rápido como sacarse una curita.
La idea detrás de Saving Mr. Banks roza la blasfemia. Contar el detrás de bambalinas de uno de los productos más adorables y recordados de la factoría Disney era, como mínimo, peligroso, ya que cualquier paso en falso afectaría directamente al buen sabor de boca que le deja a uno ver Mary Poppins, entonando una vez más canciones como Supercalifragilísticoespialidoso o cualquiera que sea la favorita del espectador. El director detrás de tamaña osadía no es otro que John Lee Hancock, quien hace años recibió un impensado empujón en los Oscars con su lacrimógena - y, por demás, taquillera - The Blind Side. Los problemáticos arreglos que se llevaron a cabo entre Walt Disney y P.L. Travers, la creadora del personaje, fue un tire y afloje épico, en el cual la autora adoptó una postura férrea y casi desmorona el proyecto al completo. En esta versión ficcionalizada, el factor emotivo juega un papel casi tan importante como el nostálgico, donde ambas facetas se entrecruzan para dar paso a un film de factura impecable y con excelentes actores al frente. Debo confesar un pecado: nunca vi Mary Poppins apropiadamente. He captado grandes fragmentos aquí y allá, pero su naturaleza musical me generaba siempre un rechazo bastante grande - como casi cualquier musical, dicho sea de paso - que no me permite todavía darle el vistazo que se merece. La exploración, el making of del icónico personaje de Disney no se me antojaba nostálgico. Aunque el efecto esta ahí, presente, y si al menos no se tiene la suficiente edad para apreciarlo, el endulzamiento de la historia de Travers - motivo por el cual Hancock debe estar rebosante de felicidad - funciona casi a la perfección. Si algo no está roto, ¿para que arreglarlo,no? P.L. Travers era una persona triste y muy cínica para con la vida. Saving Mr. Banks nos da un vistazo a lo que fue de la vida de la autora de pequeña, con un padre al que idolatraba pero que poco a poco se fue sumiendo en el alcohol, arrastrando a la familia a una vida de miseria. La historia de Mary Poppins no es más que un reflejo solapado de esa infancia, en donde la imaginación era una vía de escape de una vida tortuosa y atolondrada y, sobre todo, una manera de P.L. de recordar a su padre, su razón de vivir. Por eso, cuando el magnate Walt Disney le acerca la idea de adaptar su creación a la pantalla grande, el rechazo es una y otra vez la misma respuesta. Mary Poppins no es un cuento colorido y alegre, no es una máquina de flores y pingüinos bailarines. La institutriz no vino para enseñarles a los niños de la casa a ser ordenados, sino que su misión es otra. Y P.L. Travers no puede aceptar algo así. Una coraza muy fuerte y acética envuelve a la escritora, y dentro de esa coraza es que nos encontramos a Emma Thompson, una excelente actriz, consagradísima, que tiene la oportunidad de dar una clase maestra de actuación al encontrarse con las conflictivas emociones de su personaje, que va exteriorizando sus demonios internos a medida que trascurre la trama. No se esperaba nada menos de Emma, pero la bravura de su interpretación es la columna vertebral de Saving Mr. Banks. Su contraparte ácida y melancólica la genera Tom Hanks, más afable que nunca en su personificación del señor Disney, la persona que hizo felices a millones de chicos a lo largo del planeta. La dulzura de Disney en manos de Hanks es desarmadora, y el contraste entre su personaje y el de Thompson es brillante, como mínimo. El guión de Kelly Marcel y Sue Smith se arrima demasiado a la tragedia y al golpe ocasional al estómago con ciertas secuencias, quizás aumentadas en dramatismo para un efecto aún mayor. Esas escenas, bastante oscuras por cierto, son tomadas con una pincelada bastante grande de optimismo, bastante chocante por cierto. Dichas escenas no cuadran completamente con el tono de la historia, pero si de verdad ocurrieron, merecen estar presentes para darle más dimensionalidad a las emociones de la protagonista, aunque no terminen de funcionar en el encuadre general. Imposible olvidarse de Colin Farrell en dichos flashbacks o remembranzas como el padre de la pequeña, en una de sus intervenciones más recordadas de su reciente carrera. Saving Mr. Banks funciona perfectamente para aquellos que quieren revivir una vez más a Mary Poppins desde otra óptica, y también para aquellos que busquen pura emoción y un sentimiento de felicidad al terminar la película. Encuentro a este neuvo trabajo de John Lee Hancock bastante gratificante, y no tan obvio como otras feel good movies del momento, amén de un par de pasos adelante de su anterior festival lacrimógeno. Thompson y Hanks, los motivos por los cuales entrar corriendo a la sala de cine.
La Segunda Guerra Mundial es un hecho histórico que nadie debería olvidar, nunca, por los atroces crímenes humanitarios que se cometieron. Pero, al igual que la Dictadura sufrida en nuestro país, parece que los productores del primer mundo parecen tan carentes de ideas que revuelven la herida a duras penas cicatrizadas una y otra vez, en pos de tocar las fibras más íntimas del espectador y generar un efecto lacrimógeno severo que apunte, sin lugar a dudas, a la temporada de premios. En el cine, es imposible intentar siquiera superar el clásico La Lista de Schindler, y en literatura, no hay escuela secundaria en donde no se haga leer a los jóvenes El Diario de Anna Frank. Entremedio, muchas obras fílmicas y literarias han regurgitado una y otra vez la misma historia, con resultados dispares pero, oh casualidad, siempre volvemos a lo mismo. Es como el cuento de la buena pipa, la historia de nunca acabar. Ladrona de libros llega tarde, tardísimo, al tren de las historias nazis. Basada en el best-seller de Markus Zusak, la adaptación cinematográfica es una agradable historia, con una trama trillada y llena de clichés a rabiar, pero con un elenco que te hace olvidar que todo lo visto en pantalla es un completo déjá vu. Siguiendo el formato de la novela, Ladrona de libros comienza con la voz en off de la mismísima Muerte, quien a lo largo del film irá llenando los huecos narrativos correspondientes, en un recurso extraño y que nunca termina de funcionar, ya que sus apariciones son esporádicas cuando- presumo - en el libro es el narrador omnisciente. La Muerte - en la voz del inglés Roger Allam - nos introduce a la vida de la pequeña Liesel a principios del 1938, en una incipiente Alemania nazi. Abandonada a su suerte por su madre luego de la muerte de su hermano pequeño, Liesel será acobijada en la casa de dos nobles trabajadores. Las restantes dos horas siguen a la pequeña huérfana en un intento por continuar con una vida normal, mientras a su alrededor el mundo cambia radicalmente. Cuando un film de época está bien construído, que su duración no se siente mientras que el trayecto sea entretenido. Por eso, la capacidad de síntesis del director Brian Percival queda en evidente escasez en una historia donde la cotideaneidad de vivir en una Alemania en pie de guerra se torna aburrida cuando, a esta altura, debería contar con un giro narrativo fresco para que la propuesta no sea una más. La película tiene buenos momentos, cálidos algunos, interesantes otros, aburridos unos cuantos, como si todas las pequeñas tramas de las novelas fuesen condensadas y puestas en pantalla, para que nada se pierda, pero lo que se pierde poco a poco es la paciencia del espectador. Por supuesto, el efecto lacrimógeno se siente en cada fotograma, y el golpe emotivo se va construyendo poco a poco. No estamos frente al saco de lágrimas que fue El niño con el pijama a rayas, sus intenciones no son tan obvias, pero que están ahí, solapadas, no hay duda alguna. La construcción del adulto Hans de Jeoffrey Rush tiene notas similares al enorme papel de Roberto Benigni en La vida es bella - ¿ven? Otra película con temática nacista - pero se agradece tener un talentoso actor apuntalando una trama que parece se va a desbarrancar en cualquier segundo. Rush y la estimada ayuda de Emily Watson como la matriarca Rosa, de exterior agresivo pero corazón de oro, solidifican el trabajo de Sophie Nélisse, quien ya robó suspiros de amor en la excelente Monsieur Lazhar. Ellos tres sacan adelante un film destinado al fracaso, y lo convierten en algo moderadamente soportable. El balance una vez finalizada Ladrona de libros es mínimamente positivo. Sus intenciones son evidentes, pero su historia es más que agradable y se deja ver, siempre y cuando no se espere una obra maestra. Su protagonista, además, puede sostener una película por otras 2 horas más y tiene visos de convertirse en una gran estrella en un futuro cercano.
Es verdaderamente una pena que American Hustle llegue a las salas luego de la explosiva El Lobo de Wolf Street, ya que ambas tienen como basamento principal la codicia humana y la ambición por cumplir el mentado sueño americano. La nueva película del asombroso David O. Russell, uno de los directores más aclamados por la crítica en estos últimos, no tiene la potencia furiosa del film de Scorsese sino mas bien juega dentro de las líneas sutiles de la comedia y la estafa, en una habilidosa narración que no es inventiva pero se refuerza con un elenco totalmente avasallante. La historia de American Hustle quizás es lo que menos haga ruido en las semanas venideras, basada ligeramente en un hecho real en donde el FBI se unió a un estafador de relativamente poca monta para atrapar a políticos fraudulentos aceptando sobornos. Dentro de este marco, el protagonista es Irving Rosenfeld - un genial Christian Bale luciendo nuevamente su compromiso físico para con el personaje - quien a través de una vida dura irá aprendiendo el oficio de engañar para sobrevivir. En su camino se cruza Sydney, una mujer que le cambia por completo y lo llevará hacia límites insospechados. Como apuntaba antes, el estilo de comedia buscado por Russell es mas puntilloso y titilante que el de Scorsese en su orgía por Wall Street. A través de personajes narrando las acciones o de situaciones incómodas hilarantes, American Hustle va tejiendo su cuento moral en una comedia inteligente, quizás demasiado para su propio bien. Para estar prevenidos, si quieren entrar a ver una nueva Wolf, saldrán decepcionados, pero más allá de la trama, lo que pesan aquí es el elenco. En un nivel entre lo realista, lo grotesco y lo paródico, las actuaciones desbocadas de Christian Bale y el coqueto y ambicioso agente del FBI Richie DiMaso de Bradley Cooper - con dejos todavía de su papel en Silver Linings Playbook - son puntos álgidos y muy refrescantes, tienen buena química, y ambos buscan superarse el uno al otro. Más que los hombres, son las mujeres las que se llevan la gloria actoral. Amy Adams se encuentra fantástica interpretando a Sydney, la compañera de Bale que comparte sus ansias de sobrevivir a cualquier precio. Ya sea con un exquisito acento inglés o sin él, Amy nunca tuvo un papel más lleno de aristas y dimensiones, ni tampoco estuvo tan inspirada en un papel que además le permite lucir atuendos imponentes y lujuriosos, con escotes desorbitantes que le hacen honor a su exhuberante cuerpo. La no tan inesperada sorpresa es el papel secundario que recae en Jennifer Lawrence, la nueva chica mimada por la crítica y el público, quien le cierra la boca a más de un escéptico con su arrolladora Rosalyn. Como la esposa trofeo insegura y volátil, Jennifer demuestra todo el potencial actoral que a su corta edad ya la ha llenado de premios, en escenas que simplemente quitan el aliento, ya que Lawrence encierra en su actuación dos caras: puede ser terriblemente aterradora como terriblemente sexy. El elenco, en líneas generales, es estupendo, y un prodigio que le vale al director un gran aplauso por dirigir a sus personajes con mano fuerte. La placa al inicio explica que algunas de estas cosas pasaron de verdad, lo que le permite a Russell tomar los personajes escritos por Eric Warren Singer y revertirlos hasta un punto de no retorno, donde están a sus anchas en los alocados años '70 y sus acciones más que razonables se antojan extremas y hasta grotescas. No por nada hay escenas excelentes como el momento en la disco, o una Jennifer cantando a viva voz Live and Let Die, filmadas con intrusión por un director que sabe como conducir una historia a buen puerto. Y si bien el film es considerado una comedia, hay escenas dramáticas muy interesantes que descubren el interior de los personajes, además de una escena específica - una reunión mafiosa - captada con gran suspenso. American Hustle es, difícilmente, una comedia para cualquier público. Su trama es interesante, pero nunca llega a cautivar, no así sus personajes, fabulosos por donde se los vea. Quizás su empuje apuntado hacia los premios quede en evidencia en muchas secuencias, pero el talento de David O. Russell no se puede desestimar, aunque su ambición sea equiparable con la de sus maravillosos y heridos protagonistas.
Luc Besson tenía un magnifico escenario como lo es Normandía, maravillosos actores y un ojo dotado para la acción, como ya acostumbra el francés a entregar en algunas de sus numerosas películas, como El Quinto Elemento ó El Perfecto Asesino, que se acerca mucho más a la temática tratada aquí. Pero, ¿qué sucedió? Familia Peligrosa se convierte de película de acción a una película paródica delirantemente sosa y sin una sola risa sostenida en toda su duración. La ligereza del libreto se compensa sin embargo con un elenco comprometido con la trama, en donde sobresalen los talentos maduros de Robert De Niro y la siempre jovial Michelle Pfeiffer como el matrimonio mafioso. Lo más interesante de la historia es ver como los Blake lidian con los problemas cotidianos de cualquier familia, pero con un giro a la italiana: golpes, golpes y más golpes. Ver como la familia se asienta en la nueva localidad, bajo una identidad completamente falsificada, importa los mejores momentos del film. La osadía de un plomero ventajero, un grupo de chicos de colegio aprovechadores y hasta el desdén de un empleado de supermercado son las pequeñas chispas que hacen que cualquier integrante de la familia Blake desate su ira contenida. El humor de estas escenas es sutil - si se puede llamar sutil a una golpiza de una estudiante en un baño, u otras situaciones afines -, tanto que muchas escenas graciosas pasan desapercibidas debido al poco peso de comedia insuflado al metraje. Éste es el problema de Besson y su guionista Michael Caleo es la falta preocupante de una sombra de humor más marcada, muy importante ya que Familia Peligrosa está construída y manejada sobre las bases de una comedia negra. El tono de la película entonces oscila por un montón de emociones y subtramas que poco y nada aportan al nudo principal, que es la venganza de un capo de la mafia preso contra la familia Blake. Las historias personales de los Blake - la hija adolescente enamorada de un profesor, la madre que ocupa su tiempo en una iglesia, el hijo que se convierte del día a la noche en un maestro mafioso estudiantil, el padre que intenta solucionar un problema con el suministro de agua que al menos resulta extraño en el proceder de dicha línea argumental - se vuelven demasiado ambigüas, se mueven entre lo lúdico, lo oscuro, lo violento pero no hay énfasis o ahondamiento suficiente en ninguna. La falta de definición le juega en contra a cada momento y descoloca constantemente con cada giro del guión. La falta de prolijidad de Besson es demasiado importante y determinante para una película de este tipo como para dejar pasarla. Sólo queda concluir que Familia Peligrosa se realizó a las apuradas, de lo contrario es imposible que nadie notara lo extraviada que está en su dirección y objetivos promediando la hora de metraje. Por fortuna, el elenco ayuda a sobrevivir a estas dos horas de acción hogareña mafiosa, y el clímax bien vale la entrada al cine.
Hay algo de sustancia más allá del erróneo trailer para El Misterio de la Felicidad, que ofrece una mirada a la comedia argentina como algo vacuo, con chistes sobre la homosexualidad que atrasan, envejecen al género. Lo cierto es que la nueva película de Daniel Burman no es la película que el marketing hace ver, sino una exploración personal interna en la cual dos personajes disímiles dejan de lado sus aparentes diferencias para ayudarse el uno al otro cuando la persona más importante de sus vidas desaparece misteriosamente. El misterio a resolver, además del título del film, es la imprevista ausencia de Eugenio - Fabián Arenillas - quien de un día para el otro abandona su vida rutinaria en pos de su sueño, un detalle que durante los primeros minutos del film se puede ir intuyendo, armando la idea. Este acto de precisión casi mágica y milimétrica desestabiliza a su mejor amigo y colega de toda la vida, Santiago, encarnado por Guillermo Franchella. Franchella trabaja siempre sobre la misma línea actoral, un personaje enclavado en el imaginario colectivo nacional, que apenas con unos mañierismos y un par de quejidos logra vender esa fachada de sujeto que uno conoce de toda la vida. Antes de repetirse completamente, le otorga a su Santiago una melancolía bien trasmitida, que se siente propia, al ser abandonado por su amigo de toda la vida sin previo aviso. La entrada a escena como coprotagonista de Laura, encarnada con genialidad por una curtida y madura Inés Estevez, genera un contrapunto interesante con el socio de su desaparecido marido. Maníaca al ciento por ciento, Laura aparece presentada como neurótica y adicta a las pastillas, una mujer infernal insoportable que con un minuto de charla con ella se entiende porqué su marido de más de veinte años la abandonaría. Pero detrás de esta primera impresión se esconde un personaje herido, cuyos sueños nunca se cumplieron y cuya vida marital aplastó toda posibilidad de progresar. Juntos, Santiago y Laura, irán descifrando cual detectives todas las pistas que su marido y mejor amigo dejó, ayudados por un hilarante detective retirado - un gran Alejandro Awada. En esta aventura detectivesca, ambos personajes irán descubriendo detalles de la vida de cada uno, y en esos detalles, y en la vida compartida con el desaparecido, los límites que los separaban irán desapareciendo, acercándolos cada vez más, pero nunca de una manera romántica obvia. El guión de Burman y Sergio Sergio Dubcovsky juega muchas veces con esa unión, pero no es el romance el conflicto primordial, el quid de la cuestión. Uno recuerdo de la juventud y un viaje inesperado cierran con un lazo fuerte y emotivo la filosofía que presenta el Daniel Burman en El Misterio de la Felicidad, un inesperadamente grande exponente del buen cine nacional.
Nadie podría esperar gran cosa de Dos pavos en apuros luego de las aberrantes calificaciones que recibió en Estados Unidos, su país de origen. Quizás con las expectativas al límite es la manera de esperar al film animado de Jimmy Hayward - conocido por Horton y el mundo de los Quién y la fallida Jonah Hex - una alocada aventura que tiene como objeto experimental un par de pavos que le hacen honor a su especie y llenan la pantalla con hora y media de idioteces varias que, curiosamente, disfrutarán más los adultos acompañantes que los pequeños de la familia. ¿Qué puede surgir de la combinación de un grupo de pavos y viajes en el tiempo? La respuesta está en la divertida e inesperada trama tejida durante hora y media a golpes de humor y personajes carismáticos e inquietos. Las sombras de Pollitos en Fuga - compañera de categoría de buena animación y mejor historia - se dejan ver durante varias instancias de Dos pavos en apuros, pero el potencial de la película corre por parte del desenfadado guión de Hayward y compañía, repleto de guiños a los viajes en el tiempo y chistes alguna que otra vez subidos de tono, pero enmarcarados de forma convincente para que los infantes no queden traumados de por vida con algunas bromas que rayan el humor negro. De no se porque las voces nos llegan dobladas al castellano neutro, hubiésemos disfrutado a raudales de personalidades como las de Owen Wilson como Reggie, el protagonista, o la suavidad del Jake de Woody Harrelson, y hasta el interés romántico en la Jenny de Amy Poehler, quienes de seguro quedan mejor una vez que la imagen mental se arma en la cabeza de uno al saber este dato. La proficiencia técnica de Dos pavos en apuros funciona, es colorida y detallada, aunque su 3D apenas se sienta. La historia comienza con una potencia increíble, pero poco a poco va perdiendo fuelle y, en el final, termina resultando una interesante aventura para chicos bien pasatista.
Atrapada en desarrollo infernal desde hace dos décadas y media, la adaptación cinematográfica de la intensa novela de ciencia ficción de Orson Scott Card tuvo muchos escollos que superar antes de verse concretada, tanto desde la producción como desde el exterior, con comentarios homofóbicos del autor que armaron un revuelo irrelevante a la calidad del film. Ante semejante alboroto, que el director sea el sudafricano Gavin Hood, el mismo que aburrió con la entrega mutante X-Men Origins: Wolverine, no auguraba buenos presagios. Quizás estas bajas expectativas hayan funcionado en sentido contrario, ya que el resultado final en El Juego de Ender es una fidedigna adaptación, inteligente y diferente a cualquier saga juvenil actual. Dentro del film, veremos a Ender, un joven talentoso reclutado para ser el próximo Comandante en al lucha contra una raza alienígena que ya visitó al planeta Tierra una vez, y que está a punto de volver a hacerlo. Poca gloria tiene el ejército mundial al reclutar a menores de edad, pero su temeridad a la hora de tomar decisiones de vida o muerte los califica como grandes sorpresas a la hora de enfrentar al enemigo. Estos novatos se verán entonces expuestos a la crueldad militar que ya todos conocemos, al engaño, a la soberbia y demás bajezas humanas, todo con tal de crear futuros líderes para defender al planeta. El libro de Scott Card es mucho más cruento e intenso para con el trato a los novatos, pero Hollywood todavía no está preparado para un despliegue de tal calibre, y es por eso que la sombra de la calificación PG-13 se cierne durante toda la película. Mirando hacia atrás una vez terminadas las dos horas que dura El Juego de Ender, puede que no se note completamente la dureza de la historia del escritor, pero las bases se encuentran presentes en pantalla. Es difícil integrarse completamente a la trama del film si haber leído la novela previamente, ya que muchas cuestiones narrativas están mejor explicadas a través de los diálogos internos del protagonista. Esta poca familiaridad resulta contraproducente, ya que el espectador casual notará una frialdad en la historia inadecuada. Por supuesto, los fanáticos de la novela y la saga están de parabienes: verán respetada la filosofía de la novela a rajatabla, un punto a favor del director, que esta vez crea una aventura comedida, pero no por eso menos espectacular. Comprar la propuesta recae en las tareas actorales de Ender, un lucido Asa Butterfield quien tiene el peso de llevar consigo el destino del próximo Comandante, y convertirse en un héroe para la Tierra, aunque tenga sentimientos encontrados y sus superiores lo traten como si fuese una herramienta, la clave para la batalla final, más que un chico de trece años. Butterfield es pura emoción, con un registro emotivo remarcable y modismos para acompañar. No está solo, ya que un equipo de actores de renombre están con él, ya sea un adusto coronel en la piel de Harrison Ford, la preocupada Mayor Anderson de una siempre bienvenida Viola Davis el misterioso Mazen Rackham del estimado Ben Kinsgley ó las jóvenes - nominadas al Oscar, nada menos - Abigail Breslin y Hailee Steinfeld, una la hermana protectora en la Tierra y la otra, una compañera en la estación espacial con la que comparte una relación de camaradería muy cercana. El Juego de Ender no es un film de ciencia ficción accesible. No estamos frente a una Los Juegos del Hambre, sino algo en otro nivel, mucho más reflexivo y filosófico. Estamos frente a la anti-saga, un estreno de aventuras espaciales que ningún gran estudio quiso producir, pero que se agradece por haberse hecho realidad, para ver finalmente algo diferente y no tan comercial. En la industria actual, tomar un riesgo de tal calibre es para encomendar.