Comparar la Carrie de Kimberly Peirce con la magnífica versión de 1976 de Brian De Palma es injusto, pero en cierto grado es imposible no ponerlas una al lado de la otra e ir pellizcando a la nueva versión por intentar superar lo insuperable. Se siente mezquino igualarla, pero no se puede no entrar en el juego y dejarse llevar. Es obvio que acusa su objetivo primordial de introducir a los desconocidos -los más jóvenes- a un personaje insoslayable en la bibliografía del autor Stephen King, pero allí donde fracasa estrepitosamente, hay lugares luminosos en donde se nota que no todo está perdido. La nueva versión -no la llamamos reimaginación porque de detalles reimaginados, poco y nada- con guión del escritor de teatro Roberto Aguirre-Sacasa y un pulido hecho por el autor de la original de 1976, Lawrence D. Cohen, intenta acercar el icónico personaje de Carrie White a la platea joven, que desconoce la historia de la "nerd" más imponente de la literatura y el cine juntos. ¿Quién no quiso alguna vez los poderes y la oportunidad de vengarse de sus compañeros de curso? Hasta la fecha, la iteración telekinética más fiel al libro se encuentra en el film para televisión escrito por Bryan Fuller y aún a esa producción le falta sustancia, la historia de King nunca se completa en forma fehaciente. Carrie se queda a media legua, entre película con novedades para contar, detalles interesantes y revisitados, una moraleja con profundidad y divertimento puro cuando la hora de la verdad llega en la fatídica noche de graduación. En la actualidad en la que vivimos, en donde el efecto del bullying estudiantil se ha cobrado mas vidas adolescentes que la misma Carrie, uno podría pensar que el guión podría profundizar y reflejar la vida estudiantil corriente y generar una consciencia colectiva. Lejos está el libreto de lograr eso y en las oportunidades que tiene de alcanzarlo, simplemente se apega al material fuente, sin matices nuevos, pero si con escenas más shockeantes para sacudir a las nuevas generaciones. Aunque se sienta como un encargo por parte de las grandes casas productoras, el trabajo de Peirce no se percibe disminuido, pero tampoco agrandado. Lejos está de ser una de sus mejores labores, pero su manera de encargarse de una tarea a priori imposible -dar una nueva faceta de una historia que ya tiene en su haber un film clásico y de culto- la hace merecedora de un opus fílmico nada desdeñable, aunque completamente innecesario. Su actualización cuenta con un elenco muy solvente y la realizadora saca lo mejor de sus protagonistas. La actitud en clave Patito Feo de Chloë Grace Moretz funciona y destaca mucho en sus escenas de interacción con la madre terriblemente religiosa y obstinada de Julianne Moore. Humillada por sus compañeros y hasta por un profesor durante su estadía en secundaria, el descubrimiento de Carrie de sus poderes ocurre tempranamente y con mayor fanfarria, con mayores repercusiones y un desenlace en la comentada Noche de Graduación, donde la directora se maneja entre un mar de efectos digitalizados para recrear un momento clave en la historia. Lastima bastante el hecho de que haya tanto efecto CGI, pero es escalofriante lo que Chloë puede lograr, con esa cara tan particular y sus movimientos de manos, cual directora de orquesta macabra. Como secundarios, las caras bonitas y los esbeltos cuerpos abundan. La lacónica Sue Snell de Gabriella Wilde peca de una escasez argumental importante, la profesora Desjardin de Judy Greer se encuentra muy correcta y fresca, y la villana Chris de Portia Doubleday genera una atracción malsana cada vez que aparece en pantalla. En conjunto, Peirce sacó a lucir al equipo femenino y la contraparte masculina se queda corta -Alex Russell genera candidez con su Tommy Ross y Ansel Elgort no tiene la pasta suficiente para Billy Nolan-. El veredicto final de Carrie será el tiempo: ¿Quién recordará esta versión? ¿Será relevante de aquí a unos años? Kimberly Peirce puede estar tranquila, porque dio lo mejor de si con una historia muy conocida, simplista en su génesis que, con franqueza, no pedía a gritos otra vuelta más. Mientras que resulta respetable el resultado, difícilmente sorprenda.
Si nos atenemos estrictamente a las carreras fílmicas de las dos moles del cine de acción, no es que Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenneger nunca hayan protagonizado films donde las tramas brillen por su profundidad. Lamentablemente, esta es nula en el caso de Escape Plan, donde la historia pergeñada por Miles Chapman y Jason Keller está muy tirada de los pelos y se puede tomar básicamente en dos tramos: la primera parte, donde hay un poco de veracidad en su narrativa, y la segunda, donde el terreno de la parodia y la clase B se hacen presentes desde el guión y se ve reflejado en la divertida y desopilante aventura que viven los personajes. El libreto a su vez provoca ciertas desigualdades en el rimo narrativo. Toda la introducción de quien interpreta Stallone y la presentación del conflicto que lo lleva a conocer al mafioso de Schwarzenegger tienen un ritmo apurado pero aburre e induce al bostezo. No obstante, cuando los protagónicos se desplegan en pantalla, el festín está servido y generan una disposición muy atrayente para el público, asimilando las meras ambiciones de un equipo técnico dispuesto para el lucimiento de estos dos grandes. De igual modo, cuando la adrenalina deja entrever una comedia de acción, las cartas ya están servidas y el disfrute es una recompensa muy grande. Pero una vez que se analiza la trama, se encuentra una rebosante en huecos narrativos, conflictos sin resolución y ganchos argumentales anulados en detrimento de una balacera infernal en el tercer acto. Sly apenas si puede hablar, pero a la hora de los bifes cumple y apoyados espalda a espalda con el Governator, se llevan a la película por delante, en especial Arnold, quien se compra totalmente su papel y nos vende un antihéroe alemán que se la pasa haciendo chistes, gritando descabelladamente en su idioma nativo y haciendo gestos a las cámaras muy cómplices, que sacarán mas de una carcajada a la platea fiel. Hace rato que no se veía a Arnie en una película así, tan ligero y pasándola bien, que se le perdonan varias cosas de por medio. La dupla es la baza fundamental dentro del elenco, ya que el villano de Jim Caviezel es un desacierto absoluto -alguien mayor, de la generación de los otros dos, hubiese dado mejores resultados- y el desaprovechamiento de un actor de talla como Sam Neill sólo se lo puede calificar de accionar criminal. Escape Plan tenía dos grandes nombres para vender explosiones y acción a por docenas, en una vuelta a las raíces de los identikits celuloides de los dos nombres más grandes del género, pero lamentablemente tiene una calidad fílmica demasiado impar, rozando la clase B en más de una oportunidad. Es un vehículo de lucimiento forzoso, bien armado y con varios momentos divertidos, pero el molde le queda chico a la dupla Stallone/Schwarzenneger. Mientras tanto, a esperar el verdadero banquete: The Expendables 3.
El cine de Sofia Coppola no es para todos. Los temas que exploran sus películas siempre giran en torno a la frivolidad y a la fama desde diversas ópticas y muchas veces se la ha acusado de pecar de insulsa o de poco profunda, más que nada con el caso que nos compete. Basada en hechos demasiado reales y muy recientes, el quinto largometraje de la joven directora se ocupa de reflejar una sociedad juvenil a la que poco y nada le importa el progreso, mientras sea una vía fácil al estrellato, a los papparazzis, las noches de cócteles en clubes de moda y un reality en el canal E!. The Bling Ring es un film curioso. Apuntado directamente a una demografía joven específica desde la distribuidora latinoamericana bajo el nombre de Adoro la Fama, la temática puede resultarle muy atractiva a alguien de la misma edad de los protagonistas, pero difícilmente haya quien pueda elegir estar en sus zapatos. Sin juzgarlos pero sin justificarlos tampoco, Sofía expone una radiografía a la vida de estos chicos ricos con mucho tiempo disponible y muchas ansias de darle una probada a la fama a como de lugar. Lejos del estilo de una película de robos como Ocean's Eleven, la crónica puede parecer ligera e inverosímil, pero nunca nada más cercano a la verdad. El quinteto necesitó de una buena conexión a Internet y una mínima pizca de sentido común para vulnerar los hogares de estrellas de Hollywood como Paris Hilton, Orlando Bloom y Lindsay Lohan de la manera más estúpida posible, para luego regodearse en el éxito y la fama de segunda mano que obtuvieron tan gratuitamente. El estar usando ropa y joyería de sus ídolos les sirvió como adrenalina para seguir cometiendo hurtos y, cual droga, se dejaron llevar y acabaron en las primeras planas. Detrás del collage musical y la sucesión de marcas de ropa y accesorios, las autofotografías y las noches en clubes nocturnos se esconden un grupo de chicos muy frágiles, criados en piloto automático: padres ausentes, madres new age y todo lo que el dinero les puede comprar, pero ellos necesitaban más y lo consiguieron. Tras un grupo de caras mayormente desconocidas y frescas se esconden grandes interpretaciones, ideales para encarnar a cada personaje. Katie Chang es la etérea belleza asiática que deslumbra la pantalla como la mente maestra detrás de los robos, mientras que el Mark de Israel Broussard es su opuesto masculino, un chico con problemas de sociabilidad y autoestima en busca de una identidad. La revelación viene de la mano de Emma Watson, haciendo un giro de 360 grados en su carrera con la vacua y hermosa Nikki, un epítome de estupidez y vanidad al que le es imposible despegar los ojos de encima de tal magnitud que tiene su papel. Si muchas de las líneas de los jóvenes rayan en la comedia y la parodia, es porque lamentablemente salieron de la boca de los perpetradores y Coppola, apoyada en el artículo para Vanity Fair de Nancy Jo Sales, extrae los mejores/peores ejemplos. Filmada casi como un documental, The Bling Ring tiene un ritmo bastante calmo pero a la vez acelerado, saltando de una escena a la otra sin un tempo definido, pero dejando llevar la narrativa en manos de los protagonistas. Nunca llega a ponerse pesada y se toma su tiempo justo -90 minutos de duración- para contar todo lo que tiene que contar. Difícilmente sea lo mejor de Sofia Coppola, pero su manejo de historias no puede dejar de sorprender, incluso luego de terminada la película. Hay algo dentro de The Bling Ring que magnetiza. No se puede especificar si es la incredulidad frente a los estrafalarios modelos a seguir que idolatran los Ladrones de la Fama o la sensación escalofriante de ver una juventud perdida, pero Coppola logra desarrollar un drama ligero que resulta demoledor para entender a una generación obsesionada por saber si Lindsay Lohan entró o salió de rehabilitación, o cuándo será la próxima fiesta de Paris Hilton.
El nombre de Scott Stewart no resuena bien en los oídos del género del terror y la ciencia ficción. Y es que el director americano tuvo dos tropiezos bastante grandes con sus más que irregulares Legion y Priest, ambas empujadas por la fuerza del actor protagónico Paul Bettanny. Su ambición hace que sus proyectos tengan una escala demasiado grande que se desmerece en proporción a su talento. Pero con Dark Skies finalmente se le dio la chance de darse a conocer un poco mejor, con un enfoque más ajustado y un presupuesto acotado que también hizo de gran salvavidas. En este drama de terror sobrenatural, el eje familiar tiene mucho significado y es algo que la productora Blumhouse tiene en cuenta en sus historias, como en Paranormal Activity, Insidious y Sinister, entre otras. La acuciante situación económica de una familia americana típica se acopla a los problemas que parecen no tener respuesta plausible y las sospechas comienzan a crecer y minar las relaciones interpersonales, a la vez que los fenómenos comienzan a subir de nivel. La clave para pasar un buen mal rato está en meterse de lleno en la historia y vivir junto a la familia, compuesta con buen tino por Keri Russell y Josh Hamilton, momentos que pueden llegar a erizar la piel. Sin embargo, no todos están bien orquestados y algunos oscilan entre lo escalofriante y lo cómico, lo cual lastima un poco la experiencia que se venía generando dentro de un ambiente sombrío, gracias a la ayuda también de la puntillosa banda sonora de Joseph Bishara. Un ritmo pausado y envolvente ayuda a que los préstamos que se concede Stewart no pesen tanto, aunque los ecos a clásicos del género son insoslayables. Quizás la resolución del conflicto en el tercer acto se vuelve apresurada y sin mayor respuesta además del secundario explicativo del somero especialista en la piel del siempre genial J.K. Simmons, pero es de agradecer que el film tenga un cierre adecuado, sin la promesa infundada de una secuela, algo que es una costumbre del director. Mientras que uno no espere una revolución del horror y mantenga sus expectativas al tanto, Dark Skies cumple lo que promete: una buena historia, algunos sustos bien logrados, buena química en su elenco y no muchas pretensiones.
Más de uno verá el anuncio de Fenómenos Paranormales 2 en las carteleras y se preguntará: ¿Cómo es que nunca vi la primera en cines? ¿Cómo puede llegar algo que pude o puedo ver en un DVD en casa? La respuesta yace en ese depósito de malas ideas que significa la programación nacional, que acerca a las salas la secuela de un film en primera instancia de dudosa calidad, que se estrenó limitadamente en su país de origen hace casi un año atrás y que, contra todo pronóstico, resulta aún peor que su predecesora. Si algo tengo que resaltar en The Vicious Brothers, las mentes detrás de la primera y guionistas de esta segunda, es que realmente tienen mucho amor propio. Valiéndose del punto de vista metareferencial, se ríen de las críticas y pretenden jugar a ser maestros del horror, como Wes Craven o John Carpenter, revolucionando al género que aman dándole una vuelta de tuerca tras otra a lo que fue una película de corte B en sus mejores momentos, pero que con toda sinceridad ni ellos mismos recordarán en unos cuantos años. Toda la construcción alrededor del mito de su propio Frankenstein -sin ignorar los eventos ocurridos anteriormente, vistos por el mundo gracias a la mano de un villanesco productor de poca monta Hollywoodense- podría funcionar si los muchachos parasen un momento de hacerse cosquillas a sus egos y construir un castillo de naipes en el aire. Como uno de sus jóvenes personajes, los guionistas se deben haber pasado el rato en un cuarto, fumando e ideando posibles ideas para armar una secuela y cimentar sus nombres en el firmamento del horror -soñar no cuesta nada, chicos- y no hay momento en los larguísimos 95 minutos de duración que no rebalsen de estupidez y sinsentidos. No me malentiendan, a veces en el género el sinsentido puede funcionar de maravillas, cuando está bien llevado, y ni el novato director John Poliquin sabe qué hacer ante la parva de estupideces que se requiere orquestar desde el guión. Tranquilamente se podría haber recurrido a un poco más de ayuda de marketing y vender Fenómenos Paranormales 2 como una nueva parte en la saga Scary Movie, que de seguro vendía más entradas. Quizás para acercarse a una audiencia más adecuada, el film cuenta esta vez con un grupo de jóvenes estudiantes de cine como protagonistas de esta historia ficticia pero vendida como real. La fijación de uno de ellos, Alex, hace que por situaciones totalmente fortuitas del guión -uy, se imprimieron instrucciones en mi computadora de casualidad- se vea empujado a ir con su compañero de cuarto, casi-novia y colegas de trabajo al manicomio donde se grabaron las "escalofriantes" escenas de la película. Aunque la cámara ame la sensibilidad de Leanne Lapp y Richard Harmon intente cargarse al hombro el peso de la trama, es imposible conectarse de manera precisa con alguno de estos chicos, que por poco y no tienen los números del orden de muerte tatuados en la frente. El regreso de Sean Rogerson se agradece tanto por la coherencia que se le quiere inducir a las tramas de ambas películas como por la cuota de extravagancia que le aporta a su personaje, pero hasta ahí llega mi amor. Fenómenos Paranormales 2 es tan abismalmente estúpida que Stephen Hawking pediría la eutanasia si tuviese que verla. Vacía, con ínfulas de superioridad, mancha el nombre de lo que conocemos como horror y su estreno mancilla el buen regusto que tenemos desde el estreno de The Conjuring. Háganse un favor y no la vean. Y pido encarecidamente que, aquel que sea religioso, vaya prendiendo un par de velas al santo patrono de su devoción, que Grave Encounters 3 estaría fuertemente en discusión para ser una (terrorífica) realidad.
Si uno se dedica a mirar lo que dejó la pasada temporada veraniega en Estados Unidos, se dará cuenta de que no hay ninguna película que haya sido estelarizada por una mujer o grupo de ellas. Ninguna exceptuando a The Heat, una inesperada comedia que en su momento de estreno comercial le hizo frente a tanques como Iron Man 3, Pacific Rim o Despicable Me 2 y salió airosa, siendo festejada por la crítica y por el público. ¿Cuál fue el secreto del éxito? Bullock y McCarthy, por supuesto. El director Paul Feig no es ningún novato en el territorio de la comedia netamente femenina, teniendo bajo el brazo varios capítulos de la serie Nurse Jackie y la explosiva Bridesmaids, que marcó un antes y un después para todo lo que implique un elenco predominantemente de aquel género en cine. Él sabe sacarle el jugo a dos talentos naturales como lo son las protagonistas, y si uno pensaba que estaba por ver Miss Simpatía 3 o un spin-off de todo lo que involucre a McCarthy, está muy equivocado. La trama es el papel que envuelve el dulce néctar de la comedia disparatada y guarra. Como si fuese una versión estrogenada e igual de violenta que una Arma Mortal, el hilo narrativo nos conduce sin trampas ni artilugios extraños sobre cómo dos agentes de la Ley tan distintas logran unir fuerzas a base de redadas, sospechosos y situaciones variopintas que las irán acercando cada vez más. No hay golpes bajos ni sentimentalismos absurdos, sino dos mujeres que no son lo que aparentan al principio, cada una con una capa más espesa que la otra. Y, por sobre todo, hay un timing milagroso entre Sandra y Melissa. El humor cáustico y violento de la una contra la correción y la sentatez de la otra colisionan durante 117 minutos, que podrían resultar aplastantes pero se aligeran mucho cuando uno se acostumbra al sinfín de barbaridades que salen de la boca de estas mujeres, cortesía del aceitado y funcional guión de Kate Dippold, a la que se le fue encomendada una secuela debido al rotundo éxito del film. Sin lugar a dudas un salto en calidad desde la aburrida Identity Thief, The Heat trae a la comediante nata que es Sandra Bullock y la une a la fuerza de la Naturaleza que representa Melissa McCarthy, logrando en el camino un combo superior, un dúo que vale la pena seguir de cerca.
Año 2022. Durante una noche el gobierno norteamericano permite a sus ciudadanos cometer cualquier delito punible para que el pueblo desahogue sus ansias homicidas. Doce horas sin ley. Detrás de la atractiva máscara que presenta The Purge se esconde ni más ni menos que el desperdicio más grande que el género ha tenido en años, en donde un concepto de alto vuelo se ve aplicado a los confines de un barrio cerrado estilo country club, en donde una familia adinerada deberá enfrentarse en carne propia a unos de los males más nocivos generados por su patria renacida. Las fallas del segundo film del director y guionista James DeMonaco no parecen notarse al comienzo. Presentando a los personajes, el marco situacional que transita el país y los ánimos casi festivos que se viven en las vísperas de La Purga, la narrativa se nota tensa y la crítica social se palpa en el aire. Los ricos que se pueden permitir un sistema de seguridad costoso sobreviven, mientras que los pobres ahí se las arreglan, siendo las principales víctimas de la masacre popular. ¿Cuál es el fin entonces? Desde el inicio de esta cuestionable y violenta táctica la tasa criminal ha disminuido y la economía comienza a aflorar. "Funciona", dice el personaje de Ethan Hawke, pero para algunos más que para otros. Y cuando suena esa alarma escalofriante, dando el pistoletazo de largada a unas doce horas interminables, es cuando la película se le escapa de las manos al director y el cúmulo de situaciones apiladas una encima de la otra sin mucho tino y con cierto tufo a moralina se nota, y mucho. Si ochenta minutos de metraje se hacen pesados, poco se puede hacer para remontar vuelo. DeMonaco confunde mucho el suspenso lento, el slow burn con intriga y desesperación, llevando escenas a caminos muertos, aderezándolo con un poco de tiros, golpes y malas decisiones. La otra razón de que The Purge pese tanto son los personajes, quienes deciden comportarse como completos idiotas y deambular por toda la casa a oscuras y sin objetivo aparente. Hawke y Lena Headey intentan mantener el barco a flote, aportando diferentes opciones para dar dimensión a quienes interpretan, mientras que los retoños familiares -encarnados por Max Burkholder y Adelaide Kane- son los responsables de que uno se agarre la cabeza, agite sus puños a la pantalla y busque traspasar la pared de celuloide para hacer un poco de justicia por mano propia. Para igualar la balanza, por fuera del cerrado grupo tenemos al macabramente correcto Rhys Wakefield como el jefe de la banda que toma prestadas por un rato las máscaras de otro tipo de invasión hogareña, The Strangers, y al refugiado indigente de Edwin Hodge, quien también se somete a jugar a las escondidas en la casa a oscuras. Rascando las puertas de otra gran crítica social contra la violencia y la muerte sin sentido -la brutal Funny Games de Michael Haneke- The Purge nunca vive a la expectativa que provoca leer su sinopsis. ¿Qué pasa en el mundo exterior? ¿Qué tan caótica es la situación? Por cuestiones de presupuesto no lo sabemos, pero con la recaudación excesiva que se consiguió y el anuncio de una secuela, esperemos que se puedan corregir algunos errores de esta fallida propuesta.
Todavía recuerdo, por el verano de 2010, que me dispuse a ver la adaptación fílmica de la primera entrega de la saga fantástica de Rick Riordan con bastante entusiasmo. Habiendo leído el material fuente, la novela tenía una personalidad propia, extravagante, que mezclaba el mito de los Dioses griegos con la modernidad del día a día americano, en un combo entretenido y pasatista. Siempre adhiero al plan de separar las diferencias entre el libro y la película, pero con Percy Jackson y el ladrón del rayo simplemente no pude, tal era el cambio abismal en la trama, que sólo se sostenía por un par de hilos argumentales. Este detalle no sé si habrá afectado a la taquilla, que aún así fue amable bordeando el caos, pero estoy seguro de que la base fanática de la saga -son cinco libros- se vio tocada de cerca por los estrafalarios cambios desde el guión. Tres años después, y con Chris Columbus como mentor de turno -fue el director de la primera, pero se queda en tareas productoras de momento- finalmente ha llegado la secuela, Percy Jackson y el Mar de los Monstruos. Para muchos, una sorpresa teniendo en cuenta que la anterior fue una pequeña piedra causando pequeñas olas en la laguna que es el género de la aventura fantástica. Para otros, es esa secuela que llega de la nada y no sorprende, pero sigue la línea de entretenimiento amable que cumplió su predecesora. Atrás quedaron las grandes figuras en el elenco como Pierce Brosnan, Sean Bean, Uma Thurman, Catherine Keener, Steve Coogan y un largo etcétera. Aunque el presupuesto apenas haya sido acotado, el star system ha desaparecido y dejado como caras visibles a los jóvenes protagonistas, apoyados en las apariciones de Stanley Tucci y un cameo básicamente de Nathan Fillion. Profecía mística de por medio, la aventura de Percy esta vez lo llevará a salvar a su hogar de un destino terrible, gracias a la intervención de un grupo de semidioses rebeldes que pretenden resucitar un poderoso ser arcaico, que desde hace siglos espera su venganza. El libreto de Marc Guggenheim puede decirse que le hace honor a la segunda novela de Riordan, con pequeños cambios aquí y allá pero con situaciones muy marcadas y un gran aire a videojuego en su introducción, nudo y desenlace, justo lo que se busca en una propuesta del estilo para adolescentes. El libro contaba con interesantes temas familiares, como superar la aparición abrupta de un medio hermano -para Percy, es el caso de un hermano cíclope-, temas que se tratan con liviandad en pos de una escena de acción frenética tras otra, aumentando el número de criaturas mágicas en pantalla para llenar la cuota de fantasía en pantalla. Quizás esto no interese a los jóvenes, pero los adultos acompañantes no tendrán asidero de una historia que olvidarán ni bien salgan de la sala. Más allá de unos efectos decentes y un 3D que uno olvida al poco tiempo de estar en la sala, Percy Jackson y el Mar de los Monstruos se presta a ser digerida con bastante mejor sabor de boca de lo esperado, ofreciendo 106 minutos lo suficientemente entretenidos como para no arrepentirse de haber comprado la entrada.
Como ya pasó hace poco con The Conjuring, hay diversas maneras de encarar un film de terror. Está la básica, la fácil, el rejunte de ideas con un propósito meramente comercial, o la pensada sutilmente, la que busca el homenaje a través de piezas bien encastradas, con originalidad en su narrativa, sin darle mayor peso a las partes de las que se compone. You're Next recae, por supuesto, en la última categoría. Pero hay algo que cautiva, que sorprende, que divierte. La dupla de amigos cineastas de Adam Wingard y Simon Barrett viene construyéndose un nombre propio dentro del género, y la culminación de este trabajo llega en la forma de esta invasión hogareña que poco tiene que decir y mucho para mostrar. Tras haber visto la luz del día dos años después de su presentación oficial en un puñado de festivales en Estados Unidos, cuesta entender cómo se tardó en que una distribuidora compre los derechos para esta pequeña joya. Hace meses que se vienen escuchando las maravillas que provoca la película en la audiencia y finalmente ha llegado la hora de juzgarla por experiencia personal. You're Next no es ni más ni menos que una sólida película que busca sacarle una sonrisa al público. Con su historia familiar, que se presenta en una ominosa e incómoda escena inicial, es un ataque constante y sin miramientos por parte de los asesinos enmascarados -muy en boga últimamente desde The Strangers y la reciente The Purge- hacia el festejo de aniversario de los Davison. Entre cruces personales de los hermanos y comentarios acerca de la nueva y muy joven novia del frustrado profesor Crispian, la jubilosa familia se verá en aprietos rápidamente, cuando un flechazo a través de la ventana acabe con las festividades pertinentes. Los pocos minutos que transcurren entre la escena inicial y el incidente les bastan a Wingard y compañía para establecer un poco de personalidad a los protagonistas, para jugar con las convenciones de la celosía familiar y la fraternidad fragmentada de cada uno de los cuatro hermanos del clan. El resto del metraje es el ataque y posterior defensa de aquellos que hayan logrado resistir los angustiosos embates del enemigo. El espectador avezado intentará anticipar cada movimiento tanto de los sobrevivientes como de los asaltantes, pero no todo es tan simple como parece. El guión de Simon Barrett juega con todas las cláusulas del género y las revierte a su antojo, trabajando en un registro metareferencial como ya lo hiciera en su momento la fabulosa Scream. Lo que uno espera no siempre se cumplirá y las sorpresas que se suscitan de un momento a otro son la clave para disfrutar de la propuesta. No sólo You're Next es un tenso trabajo de horror -que peca demasiado a veces de una cámara agitada para provocar una sensación de caos que no necesita- sino que poco a poco deja entrever un sentido del humor negro y bastante seco que amerita complicidad con el público. Claramente los creadores saben lo que quieren transmitir y la conciencia de todo lo que sucede se nota, llegando a los extremos pero nunca cayendo en la parodia. Con una banda de sonido muy evocativa a los films de horror de los años '70 y '80, sumado a la intromisiva repetición de Looking For The Magic de The Dwight Twilley Band, los cuerpos se irán apilando y el verdadero propósito de los enmascarados se develará en medio de un baño de sangre que involucra todo tipo de utensilios caseros. La sorpresa final viene de la mano de la explosiva Erin de Sharni Wilson, quien se hace cargo de la situación jugándoles un paso adelante a los asesinos a medida que exploramos su impresionante pasado, en una de las revelaciones más interesantes que nos dio el género en años. Su eclipsante acento australiano hace que se la quiera desde el minuto uno y, con hacha en mano, ya está todo dicho. Si querían crear un icono femenino mala leche, lo han logrado, caballeros. El resto del elenco orbita alrededor de la potencia magnética de Sharni; todos son amigos que han trabajado aquí y allá juntos en otras producciones, han crecido en el ambiente y su reunión familiar se logra entrever a través de la pantalla grande. La mención especial se la llevan Joe Swanberg como Drake, el más quejoso de todos, y AJ Bowen como Crispian, el novio de Erin, ambos con una química de hermanos que se siente y mucho. You're Next no reinventa la rueda, no es original, pero su brutal fuerza anímica y la acidez de su comedia, combinados con el acotado coste de producción al mínimo y explorado al máximo, hacen de ella un espectáculo del cual el género del horror podría estar orgulloso.
Años después de su polémica 2012, el director Roland Emmerich vuelve al ruedo cataclísmico con una película que lo encuentra en el medio de una controversia de temáticas similares. Olympus Has Fallen, de Antoine Fuqua, se produjo al mismo tiempo que la presente White House Down pero, por cuestiones de la vida, la primera llegó antes a los cines y la susodicha la alcanzó meses después, con la consiguiente baja en las taquillas dado que mucha gente no iba a repetir el mismo esquema dos veces. Admito acá que no vi todavía el film de Fuqua, pero difícilmente pueda superar al festival de estupidez patriota que promete Emmerich, una sucesión de clichés, explosiones e imágenes icónicas, fiel a su estilo de infante destructor. Desde el mismo comienzo de la trama sabemos que estamos ante algo francamente imposible de que suceda en la vida real. Ni remotamente se puede tomar la Casa Blanca con una cantidad mínima de personal y, si se compra el boleto de atracción de feria que ofrecen Emmerich y el guión de James Vanderbilt -responsable de Zodiac, la pequeña joya de David Fincher-, el entretenimiento está asegurado. La clave para disfrutar de esta propuesta de acción es encontrarle la vuelta, tal como lo hizo el realizador. Roland decidió hacer un espectáculo relleno de fuegos artificiales y sacarle una sonrisa al espectador a base de perder el sentido común y la seriedad de anteriores experiencias catastróficas, como la antes mencionada 2012 y The Day After Tomorrow. Volviendo un poco a las raíces de lo que fue el éxito de Independence Day y agregándole un poco de la chispa de las Die Hard, el cóctel explosivo -aunque un poco extenso, una marca personal del alemán- no se toma nunca más en serio de lo que se debería. Gracias a esto, la pareja que conforman el policía de Channing Tatum y el presidente americano de Jamie Foxx logran una química a base del ridículo y de sus situaciones improvisadas, arrojándose bromas el uno al otro, mientras que el resto del elenco flota entre el registro grave y los arranques de histeria colectiva, siempre en un tono ameno y agradable de ver. Tatum no será Bruce Willis, pero la fuerza y el carisma le están llegando poco a poco, mientras que Foxx sigue ganando más y más territorio, esta vez con un mandatario cool y progresista. Tengo que mencionar si o si el gran empuje que le están dando en Hollywood a esa pequeña actriz que es Joey King (The Dark Knight Rises, Oz the Great and Powerful, The Conjuring), que se está haciendo un nombre entre tantos gigantes y acá es la extravagante hija del personaje de Tatum, una adicta a la política que resulta más que convincente. De haberse estrenado antes, White House Down hubiese generado un poco más de ruido en la taquilla mundial, pero al mostrar ideas parecidas pero con tonos diferentes -léase Mirror Mirror y Snow White and the Huntsman- es entendible el resultado. Aún así, Emmerich ha logrado nuevamente su cometido: destruir iconos americanos, diezmar civiles inocentes y, en el camino, entretener a su platea, algo más que suficiente para un servidor. Para verla y flamear una bandera enfrente de la Casa Blanca.