Séptimo tiene todas las fichas para ganarse el premio mayor. Desde una historia simple y sugerente hasta un elenco potable y consagrado, es ilógico pensar que le puede ir mal en taquilla o que la gente no se abalanzará en masa porque es la nueva película de Darín. Pero hay algo en el trabajo del español Patxi Amezcua que se siente forzado, insulso, demasiado aséptico y apuntado a la platea general, en un básico afán de generar dividendos con una historia poco inspirada y engañosa. Está claro que de no ser por el pilar fundamental que supone el nombre de Ricardo Darín hoy en día, estaríamos frente a un film directo a DVD, pero la astucia de los productores detrás del proyecto quiso que las piezas funcionen como una bomba de relojería, un cóctel cinéfilo demasiado bien armado. Esto se hizo hasta desde la campaña publicitaria, en la cual se puede apreciar las sienes sudadas que pretenden atraer al público con la sola imagen del actor argentino, como si el señor no pudiese hacer un paso en falso y todas sus películas se consideren obras imprescindibles en la cinematografía nativa. También importaron a Belén Rueda, una de las caras ibéricas más bonitas del momento, que viene descollando desde su aparición estelar en El Orfanato y representa un exponente a tener en cuenta por su carisma e innegable buen ver. ¿Qué puede salir mal entonces? La poca ambición del guión, firmado por el director y Alejo Flah, termina resultando el lastre para que la acción en pantalla nunca llegue a ahogar. La desaparición de los pequeños hijos del protagonista puede que tenga que ver con un caso mediático que su padre está conduciendo -es un abogado de alto calibre-, puede que hayan sido víctimas de la inseguridad del día a día porteño o puede que haya una conspiración más grande actuando desde las sombras. Sherlock Holmes aseguraba que una vez que se descarta lo imposible, lo que queda es la verdad por improbable que parezca, y ese parecería ser el precepto utilizado en este caso para resolver el misterio. Una vez que el protagonista haya gritado, empujado, prepoteado y suplicado a cada sospechoso que se haya cruzado en su camino, la única respuesta es la que resta. Tras muchas idas, venidas y suficientes migajas de pan para ir trazando el camino del rescate, la revelación final no sorprende pero tampoco decepciona, se queda a mitad de camino sin saber bien qué hacer con el peso dramático del momento. Darín vende como siempre ese personaje cotidiano, que se puede ver en las calles de Congreso todo el tiempo, y se acopla a la idea de un padre empujado por las circunstancias a hacer lo que sea para rescatar a sus retoños. La contraparte femenina de Rueda al menos está bien explicada desde el guión y no se siente que tiene acento español porque sí, como suele suceder en muchos casos. El resto del elenco nacional cumple papeles sobrios y convencionales, como el portero de Luis Ziembrowski o el comisario de Osvaldo Santoro, mientras que la dirección de Amezcua no amerita mayor exploración, ya que apunta a telefilm por todos lados, aunque los planos aéreos de Buenos Aires digan lo contrario. No hay manera de que Séptimo haga aguas en la taquilla argentina. No hay duda alguna de que el film pasará la barrera del millón de espectadores fácilmente y todo gracias a un estudio de mercado concienzudo que sabe lo que el público promedio espera al entrar a una sala. Pero una vez terminada la función, la sensación de haber visto algo anodino y poco provocativo seguirá latente durante unas horas, hasta desaparecer completamente del registro mental de cada uno.
Aunque a nuestro país llega considerablemente tarde con respecto a su estreno en Estados Unidos, la remake de Red Dawn casi pudo haber sido considerada una de las películas perdidas del joven australiano Chris Hemsworth -la otra fue la excelente Cabin in the Woods, ambas filmadas allá lejos por 2009 antes de la crisis de la productora MGM-. Por desgracia, el carisma del joven sólo funcionó para bien en ésta última, ya que el film de acción bélico resulta un pastiche de a momentos adecuado y de a otros vergonzoso en su conducción, que no deja bien en claro para qué lado salen los tiros (ejem) aunque cuando está enfocada, resulta un mero entretenimiento pasable. El conocimiento del director debutante Dan Bradley -director de segunda unidad y, más importante, coordinador de dobles de riesgo- hacen de Amenaza Roja una película dual, un arma de doble filo, muy entretenida cuando hay escenas de acción -las suficientes, bien logradas-, insufrible cuando hay que soportar los tiempos muertos entre el grupo de protagonistas, la gran mayoría unidimensionales y rellenando el casillero correspondiente. Los hermanos que no se hablan, las novias, el vecino negro, los latinos... Llegado cierto punto es insultante el tratamiento narrativo de Carl Ellsworth y Jeremy Passmore pero ¿qué más se puede esperar si en la secuencia inicial vemos cómo se despliega en pleno cielo americano un sinfín de paracaidistas norcoreanos? Quizás es demasiado pedir que se rellenen los huecos argumentales -¿dónde está la ayuda militar de todo el país? ¿Qué está pasando de costa a costa? ¿Por qué es importante la ciudad de los protagonistas?- o que se le pida una digna actuación a Josh Peck, cuyas acciones y respuestas son paupérrimas y nada creíbles. La caballería llega en forma del solvente Hemsworth, ayudado un poco por la joven estrella Josh Hutcherson y en el tercer acto por un sorpresivo Jeffrey Dean Morgan, cuya aparición aviva el fuelle que iba perdiendo la trama. No niego que los norteamericanos tienen el pecho enchido de orgullo por su país, algo que no se puede decir de muchos ciudadanos de otros países -el nuestro, inclusive- pero el tono patriótico no está tan exacerbado como en otros films del estilo, si exceptuamos la bandera flameante en la toma final de la película. Red Dawn es entretenida, se pasa rápidamente, pero está tan apuntada a los jóvenes jugadores de videojuegos que da pena. Que no se la haya pensado mejor es una lástima y un desperdicio de talento joven, pero mínimamente cumple lo que promete y eso es una lucha de malos tontos y buenos ágiles de mente. Buscarle más vueltas es inútil.
No puedo ni llegar a imaginar lo que vivieron Valérie Donzelli y Jérémie Elkaïm en carne propia cuando su pequeño hijo fue diagnosticado con un tumor cerebral. Es un momento que les llegará más de cerca a aquellos espectadores que tengan descendencia, pero el golpe emotivo no le es arrebatado a ninguno que se apreste a disfrutar del increíble drama familiar minimalista que presenta La guerre est déclarée. Dirigiendo, escribiendo y protagonizando su propia odisea, quien mejor que Donzelli y Elkaïm para transmitir todo lo que sufrieron desde el momento que posaron sus miradas en una fiesta, hasta que construyeron su diminuta familia y llegó el brutal momento de la verdad, cuando comenzaron a notar que su Adán tenía pequeños problemas. El mismo día que se realizan las pruebas donde se le diagnostica un tumor, comienza la Guerra de Irak. Y ellos mismos declaran a su vez la batalla a la enfermedad de su hijo, una lucha larga y penosa que pondrá a prueba su amor, pero la afrontarán con resolución y optimismo. La guerre est déclarée tiene un ritmo bien condensado, práctico y honesto. No hay más villano que el temor a perder lo más importante de sus vidas y la pareja de jóvenes transita este angosto camino con la ayuda de sus familiares aunque, mayormente, con la del uno al otro. El sentido del humor manejado no resulta chocante, sino que es un método mutuo para relajar tensiones y para que el film no resulte aleccionador ni melodramático, sino una mera experiencia de vida que vale la pena contar. Los problemas de la relación a causa del desgaste del tratamiento puede que se vean desdibujados cuando llegue el tercer acto. No ayuda el hecho de que los escasos pero importantes pasajes donde los narradores se hacen cargo de la historia rellene espacios y el final tenga un peso tanto dulce como amargo. Pero la valía de las actuaciones de Valérie y Jérémie borran todo vestigio de duda, entregando interpretaciones que, ya sea cantándose el amor que se tienen o articulando juntos en la cama los peores escenarios del resultado de la operación de su hijo, se notan reales, de carne y hueso. La directora afortunadamente se percató de que el tono de su película debía ser diferente y fresco para no recaer en estos territorios y dotó a la trama con una edición apurada y entretejida con una banda de sonido aplastante y bulliciosa, que mezcla tonadas clásicas con avatares punk con la misma facilidad con la que combina drama y toques de comedia en la historia. La guerre est déclarée es interesante, por sobre todas las cosas creíble y contada de una manera original y efectiva. Todo un acierto francés. ¡A su salud, Adán!
La gran noticia es, por supuesto, que V/H/S/2 mejora en casi todos los aspectos en los que la anterior fallaba. Las historias son más interesantes y se nota un genuino interés por encontrar una vuelta de tuerca al por qué de la filmación en cada uno de los episodios de la antología. Aunque la excusa siga siendo vaga y redundante, es de buen ver que cada director o grupo de realizadores haya podido darle un sentido propio a su segmento y de ahí lograr llevar su pequeña propuesta adelante. Lo segundo a destacar es que los creadores del fenómeno se dieron cuenta de lo que no había funcionado anteriormente, escucharon a los detractores y, para la nueva vuelta, apuntalaron los pilares de la colección, creando un sentido de consistencia mucho más sólido con resultados a la vista. Con una menor duración -de 112 minutos en la primera a 96 en esta-, el recorte de cinco partes más un arco unificador a cuatro partes más consistentes entre sí y un ritmo acelerado mucho mejor trabajado, V/H/S/2 logra lo que su predecesora a duras penas pudo: entretener. Durante la hora y media de metraje, las diferentes desventuras de los protagonistas son un festín adrenalínico de sangre, vísceras y locuras varias, siendo la más floja el hilo conductor con dos investigadores privados buscando a un adolescente extraviado, y la mejor, un grupo de periodistas infiltrados en las entrañas de un culto en donde nada, repito NADA, es lo que parece. Desmenuzando un poco más las diferentes propuestas, el primer corto lidia con fantasmas y apariciones. Sustos imprevistos y la idea de un ojo biónico -muy a la asiática como en The Eye- ponen al espectador en ritmo para lo que se viene. El segundo llega de la mano de los queridos zombies y la idea de presenciar un apocalipsis desde otro punto de vista. Eduardo Sanchez y Gregg Hale, los responsables detrás del fenómeno The Blair Witch Project, tienen una divertida idea que podría haber sido llevada un poco más lejos, pero se queda en un lugar seguro y arremete desde allí. El golpe de estado lo pegan Timo Tjahjanto y Gareth Huw Evans con su macabro cuento sobre una entrevista al líder de un culto espiritual en la que el ambiente comienza a enrarecerse con cada minuto que pasa y cuando todo sale mal, la locura se presta como un camino de ida. Evans se tomó un pequeño descanso entre su gloriosa The Raid: Redemption y la secuela, y nos regala esta pieza que puede considerarse lo mejor del año en materia de horror. La antología se cierra con un cuento de aliens y pequeños, combinación infalible que se cuece Jason Eisener y tiene un aire a crónica marciana de los años '90 que logra asustar y divertir a partes iguales. V/H/S/2 reivindica a las antologías de terror y no recae en el pesado estigma de las found footage, que no la están pasando bien en los últimos meses. Muchos no le darán una oportunidad ya que se vieron decepcionados en el pasado, pero el equipo detrás de la secuela supo escuchar y aprender, y creó una pequeña joyita muy disfrutable en cines.
El género fantástico derivado de la literatura juvenil es como la hidra, la mitológica criatura que aparece en tantos cantos griegos. Se le corta una cabeza, y surgen dos, y así sucesivamente. Con la muerte cinemática de Twilight, mes a mes, año a año, vemos como renacen más y más subproductos que apuntan a agarrar la dudosa corona de laureles que dejó la saga vampírica. City of Bones es el último intento de la estirpe, y posiblemente logre su cometido, pero al costo de ser algo nada especial y aburrido. Hay una extensa lista de problemas con la película en sí. Alejémonos del material original, que como toda saga de aventuras juvenil que se precie, ya acumula seis libros y algunas precuelas más. Durante los pesados 130 minutos que dura la propuesta se tiene que conocer a la protagonista y a su interés romántico y secundarios acordes. Esto sucede de la peor manera, y ya no se sabe si es culpa de la escritora Cassandra Clare o de la paupérrima guionista Jessica Postigo Paquette - en su más que cuestionable primera salida al mundo de Hollywood -, pero ningún personaje se destaca más allá de la opacidad de los clichés que conforman. El misterioso salvador, el mejor amigo enamorado perdidamente de ella, el villano más malo que el Diablo, etc. La joven Lily Collins hace lo que puede con el escaso material que tiene a su disposición y logra un atisbo a una heroína liberada, especial, la Elegida digamos, pero todo se va diluyendo con el correr de los minutos. Incluso actores del calibre de Jared Harris o Lena Headey son insertados en el film para agregar un poco de star quality, pero no sirve de mucho. Y si muchos esperaban ver a un nuevo galán corporizado en la piel de Jamie Campbell Bower, sigan esperando, pues el muchacho fue a la misma escuela que Robert Pattinson y su carisma brilla por su ausencia. No es coincidencia el pequeño papel en la saga Twilight del señor, sino una futura ironía de la vida. En el mundo de la fantasía, todo está inventado, y la verdadera estrategia a seguir es contarnos una vez más la misma historia pero con un manejo diferente, como para que no parezca que estamos presenciando un hurto a otras películas de mejor calidad, o mejor entretenimiento si vamos al caso. City of Bones no solo no logra eso, sino que su acumulación de criaturas mágicas - brujas, magos, hombres lobo, vampiros - genera un exceso demasiado obvio, un pastiche del que no se recupera nunca. Imagino que los seguidores de la historia en papel y tinta serán lo que tengan la última palabra al respecto, pero el consumidor pasajero poco y nada tiene a lo cual asirse, porque las vibras fundamentales que tanto se le criticaron a Twilight siguen latentes y parece que su influencia nunca se terminará. No puedo decir que la mitología presente en la trama no sea interesante. Tiene su puntito de inquietud, una pizca de mitología, e incluso se anima a jugar en un film del estilo, con algo de incesto. Leyeron bien, incesto. Pero todo esta construcción se aplasta con un antagonista de cartón, con motivos oscurecidos por su propia estupidez, y una acumulación de vueltas de tuerca y sorpresas que se sienten y se ven inverosímiles y traicioneras. Es una pena que el director Harald Zwart se haya librado de las pesadas acusaciones de su reimaginación The Karate Kid y haya caído directamente en las fauces de lo netamente comercial, sin posibilidad alguna de mostrarse como un realizador particular. No es una gran producción, ni nada del otro mundo, se asemeja bastante a algo de gran calibre que podría hacer el canal SyFy, e incluso así es tediosa y poco trabajada. Se nota que los productores le tienen mucha fe al lo que tienen entre manos. Sin ser un proyecto millonario como se acostumbra en estos casos, City of Bones todavía no llega a estrenarse y el próximo mes de Septiembre comienza la producción de la secuela, City of Ashes. Si funciona como ellos quieren, hay Clary Fray para rato. Queda en ustedes decir si es una bendición o una maldición.
Atrápame si puedes The Company You Keep es un film con tintes políticos, muy bien pensada, pero algo espesa en su desarrollo por determinados momentos. La sensación es que se desenvuelve en forma dinámica, pero peca de cargas intensivas demasiado trituradas y lentas. Es una combinación que ha funcionado antes en el cine -el thriller político- pero que por alguna extraña razón no termina de encajar, teniendo en cuenta el nivel actoral y directorial presente. Armado con un elenco de grandes actores y previos ganadores del Oscar, la nueva película de Robert Redford sigue la línea de sus anteriores producciones de generar consciencia social, en este caso hacia ciertos eventos ocurridos en Estados Unidos cuando varios grupos radicales de protestantes se alzaron en contra de la Guerra de Vietnam. Si de algo estoy seguro, es que esta propuesta sería algo completamente olvidable si no estuviese presente la explosiva reunión de intérpretes que se hizo en torno al proyecto. Como favor personal o mero acercamiento al sinónimo de prestigio que genera el director, no es coincidencia ver los nombres de Julie Christie, Susan Sarandon, Nick Nolte, Chris Cooper, Stanley Tucci, Terrence Howard, Richard Jenkins, Brendan Gleeson y Sam Elliot, entre otros. Ya sea en calidad de secundarios más o menos visibles dentro de la historia, con mayor o menor importancia, que cada cinco minutos aparezca una cara reconocida y laureada impulsa el plano guión de Lem Dobbs hacia territorios más soportables. Pero algo no termina de cerrar. La técnica está utilizada con solvencia y Redford siempre se deja ver como un director más que correcto y, sobre todo, buen narrador; lo que falla es el guión poco explicativo y en parte confuso. Con notables errores de verosimilitud, hay algunas cuestiones discutibles más, como el papel de fugitivo que se adosa a sí mismo Redford burlando a la Ley durante toda la película. Acusando 76 años, su hombre en pleno escape tiene un tono muy realista, pero por momentos hay unas pinceladas de vergüenza ajena al verlo correr y correr, con el alma en las manos. No se puede decir que el veterano actor no está en forma, pero en ciertas ocasiones es irrisorio su personaje, quien claramente no es un agente secreto al estilo James Bond. Haberse agendado el protagónico en vez de dárselo a alguien quince o veinte años menor lastima al propósito de la trama, y se nota. Sin su elenco estelar, otro sería el cantar. Llevada por un guión poco provocativo, carente de impacto y/o sentido de urgencia para con la trama, The Company You Keep será apreciada mejor por los espectadores conscientes del aspecto histórico, ya que es una película madura, no pensada para todo público.
James Wan le cambió la cara al género del horror. Aquí encontramos a un director que cada vez se asienta mejor en el terreno del miedo. Su cine evoluciona, aunque no deja de ser fácilmente reconocible. La música, la fotografía, la apariencia de sus personajes, la forma de actuar, es bastante recurrente a lo largo de su filmografía. Es un director que disfruta haciendo guiños a sus fans y cuida mucho su estética. En las propias palabras del director, nadie se queja cuando Argo porta la frase "Basada en hechos reales", pero cuando una película de terror lo hace, nadie la toma en serio. Wan quiso alejarse de ese concepto tan diluido de lo verídico como pura venta de marketing y conformar un film que llevase con honor la carga de basarse en un episodio histórico realista. Creo que lo ha logrado y con creces. Tomando como influencia principal la vida y obra de los exploradores paranormales Ed y Lorraine Warren, The Conjuring se aleja del caso más famoso de la pareja -lo que se conoce mundialmente como The Amityville Horror- para enfocarse en uno de menor repercusión, pero que aún así llama violentamente la atención. La trama es de sobra conocida, familia se muda a casa embrujada, pero a partir de ahí es lo que ya has visto pero mejor. El alto ritmo se mantiene constante y aunque el guión de Chad y Carey Hayes sufre de pequeños momentos comerciales en la recta final -se sabe que una secuela está en camino gracias al éxito de ésta misma-, es bastante sólida en todo lo demás. Lo que se logra en el film es algo que no muchas películas de horror tienen en estos últimos tiempos y eso es desarrollo de personajes. Normalmente, los protagonistas son meros arquetipos y no podrían preocuparnos menos sus destinos dentro de la trama, pero en The Conjuring eso cambia. A lo largo de las dos horas de duración se puede apreciar los diferentes tonos y pinceladas que se le otorgan a los principales protagonistas, en este caso, Patrick Wilson y Vera Farmiga por el lado de la pareja Warren, y a la talentosa Lili Taylor por el lado de los Perron, la familia abrumada por una entidad maligna. Los elementos utilizados en la trama para hacer saltar al espectador en la butaca son simples y efectivos, alejados del efectismo que se ve tan seguido en el género. Un juego infantil que desde el primer momento produce desconfianza, una prometedora caja de música antigua con el payaso y la espiral incluidas, una dulce muñeca que de dulce poco y nada tiene, muebles antiguos... cosas que generalmente no producen reacción alguna, pero en manos de Wan se convierten en semillas del terror. No hay frescura en el guión, pero sí en la dirección. Se podrán ver muchos lugares comunes, momentos que no se pueden evitar porque han quedado inmortalizados en gemas del horror, pero es tarea del realizador aderezar con su toque mágico un film que de otra manera sería una copia burda. Como no se le puede escapar a los típicos jump scares, se juega mucho con ellos, se estira el momentum y el nivel de tensión se lleva a cotas elevadas. Poco a poco, el grado de actividad paranormal se va elevando hasta el caótico desenlace, un elaborado exorcismo funesto. The Conjuring es una película sin trampas, realizada con manos de artesano por una mente que sabe lo que quiere el público, con los sustos justos, necesarios y con escenas escalofriantes, es un punto alto en el subgénero de las casas encantadas y las posesiones demoníacas. Sencillamente es un legado al horror de la vieja escuela, del cual el director es fanático, un homenaje alucinante, fresco y entretenido, compuesto con inteligencia y apuntado a generar un buen mal momento en la sala de cine.
Hay que admitir que uno espera más de un film independiente ya que no hay que preocuparse de los productores tergiversando la visión del director sobre el tema. Mientras que el director y guionista Gilles Bourdos hace un equipo fabuloso con el cinematógrafo Ping Bin Lee para retratar con personalidad y encanto visual la belleza de las pinturas del personaje homónimo del título, desde otro punto no ofrece mucho más. El veterano actor francés Michel Bouquet captura la esencia de un viejo y meditabundo Pierre-Auguste Renoir de 74 años, maestro indiscutido del Impresionismo. En el marco temporal del film, Renoir está en los últimos años de su vida, en constante dolor, pero aún así continúa creando arte desde la paz y naturaleza de la Riviera francesa. En el interior de su finca ocurre la magia detrás de muchas de sus pinturas y es allí donde se introduce el personaje de Andrée Heuschling, la nueva modelo de cuerpo del pintor que lo inspirará a algo más, así como también al joven hijo del artista, Jean, que se encuentra recuperándose de sus heridas producto de la Primera Guerra Mundial. Renoir carece, desafortunadamente, de drama. Tanto padre como hijo objetivizan a la hermosa y animosa Andrée, ninguno capaz de establecer una relación adulta y personal con ella. La frustración que lleva encima la película radica en la incapacidad de ofrecer algo más que observaciones sobre sus personajes. Deambula a través de horas y días, con ninguna percepción u propósito tangibles, a pesar de contar la historia de uno de los artistas más grandes de todos los tiempos y su hijo, quien se convirtió en un talentosísimo director de cine. La trama, si es que hay una, cae plana viéndose rodeada de exhuberantes colores y texturas. Hay cierto grado de tensión en el trío protagonista, que se completa con un apropiado Vincent Rottiers como Jean Renoir, y la razón de su pasión, una desenvuelta y natural Christa Theret que se pasa muchas escenas como Dios la trajo al mundo sin inconvenientes. La película bien podría ser un cuadro impresionista: pequeños toques aquí y allá, pero nunca un análisis detallado. No hay que esperar un gran drama, ni profundidades narrativas, ya que los cuadros de Renoir tampoco los tenían, ni los necesitaban. Solo hace falta reclinarse, disfrutar de las bellas imágenes en pantalla y de la puntillosa y melodiosa música de Alexandre Desplat, y nada más.
Ladrón que roba a ladrón... En los últimos años, Ariel Winograd ha ido consolidando su voz dentro del cine argentino. Desde Cara de queso y la reciente Mi primera boda, demuestra que no es un director ampuloso, ni lleno de pretensiones. Cumple su cometido de contar una buena historia y, lo mejor de todo, ninguna de sus películas se sienten como si estuviese robando a mano armada con el subsidio gubernamental a la profusión de nuevo cine. Que su film se llame Vino para robar y transcurra mayormente en las inmediaciones de Mendoza -capital nacional del vino- es uno de los primeros pequeños pero grandes aciertos de la trama. Casi bordeando la comedia screwball, Vino para robar es un formato de cine que pocas veces se ve en salas del país. Apunta a sacarle provecho a las falencias de la comedia norteamericana de enredos y a apropiarse el espíritu en tierras nativas, con personajes netamente argentinos y situaciones locales. Daniel Hendler y Valeria Bertuccelli, la pareja protagónica, son dignos representantes de la picardía argenta, siendo los dos ladrones de guante blanco cuyas vidas se solapan al poner sus ojos sobre el mismo objetivo. Quizás Hendler y Bertuccelli no tengan la química amorosa más creíble del mundo, pero se encargan de llevar a buen puerto una relación estrictamente profesional por un camino aderezado de contratiempos, vueltas de tuerca y secundarios hilarantes. Ambos provienen de estilos cinematográficos diferentes, él del palo del indie nacional, ella es más comercial, pero a fuerza de guión y una buena dirección por detrás se convierten en aliados para el crimen. Daniel tiene una veta más tranquila de actuación, sin llegar a extremos, más calmada, y Valeria es reconocida por sus estruendosos papeles tanto en la televisión como en el cine. La mano mágica de Winograd logra nivelarlos, logra sosegar a la bestia iracunda dentro de la actriz y focalizarla en el guión, en retener sus mañierismos pero sin opacar la chispa que la hace característica. No hace falta tener a un personaje maldiciendo durante toda la película. El director lo entiende y por eso su narrativa destaca aún más. La historia construida por Adrián Garelik -en su debut cinematográfico- no engaña. Tiene giros argumentales, otros momentos hilarantes y muy costumbristas, y el peso narrativo recae en sus protagónicos. La estrella de Martín Piroyansky sigue en ascenso y, como el acompañante, el Robin de Hendler, genera simpatía y se guarda a la audiencia en el bolsillo. No es así el caso del villano interpretado con buen tino por Juan Leyrado, quien es necesario para empujar la trama hacia adelante pero no aporta mucho, o el detective encarnado por Pablo Rago, que no termina de encajar del todo en el marco del cuento. Vino para robar no es una propuesta que atrae desde su extraño título. Las expectativas alrededor suyo eran pocas, pero con el correr de los minutos, el viaje de los personaje se va volviendo más hilarante y divertido. En el final, cumple su cometido con creces y fomenta la mejor clase de cine nacional: el que se deja ver sin inconveniente y con fácil acceso. Levanto mi copa en su honor, señor Winograd. Bien hecho.
El crecimiento exponencial que tuvo durante estos años Melissa McCarthy es impresionante. El salto lo dio con Bridesmaids, claro, y hasta le valió una nominación al Oscar por su papel en dicha película, pero hace años viene haciendo pequeños roles en muchas comedias americanas, así que no debería sorprender tanto su merecido reconocimiento. Pero ¿qué pasa cuando una actriz destaca muchísimo como secundaria pero hace aguas como protagonista? Identity Thief pasa. El anterior proyecto del director Seth Gordon fue la explosiva Horrible Bosses, que supo sacar provecho de todo su elenco y de una premisa muy divertida. Quizás se debió al guión, que era bastante inteligente, y en esta ocasión el mismo está a cargo de Craig Mazin, que tiene en su haber desde Scary Movie 3 y 4 hasta The Hangover Part II y III. Con ese prospecto uno sabe por donde vienen los tiros en esta ocasión. Lo cierto es que la trama descabellada no apunta hacia ningún lado y se sostiene por el solo talento actoral que produce la pareja que conforman McCarthy y el parco pero gracioso Jason Bateman. La regla del secundario apenas afecta a Bateman, que tiene una veta de humor muy particular, que no es para todos los gustos. Menos que menos cuando en el camino la comedia se transforma en una road movie con criminales de por medio y toques de drama densos para generar empatía con la protagonista, una vividora a la cual no le importa nada más que su pellejo. No digo que una comedia no deba tener moral, pero cuando ésta misma intenta encajarse a la fuerza al espectador se nota, y mucho. Como ya le sucedía a Bridesmaids, cuando una comedia roza las dos horas de duración, es difícil mantener un nivel de hilaridad constante. Al film de Paul Feig le costaba retener las situaciones excéntricas durante mucho tiempo, pero las compensaba con el drama interno de la protagonista, gracias al guión de la también actriz Kristen Wiig.Identity Thief resulta entonces muy larga y no cuenta con escenas rebosantes en comedia ni tampoco ahonda mucho en el drama, sino que funciona más como un dedo en la llaga. El poco humor que logra rescatarse se ve ahogado por escenas de corridas, escapes a alta velocidad, choques, tiros y secuaces varios, que hunden momentos como las enormes mentiras de la protagonista femenina, que se suceden una y otra vez pero con matices diferentes. Identity Thief se beneficia del talento de Bateman y McCarthy, pero le falta alma y le sobra metraje. El que mucho abarca, poco aprieta, y bajo ese sencillo refrán es que la película se desploma. Una pena, por lo que esperamos algo mejor para Melissa en la próxima The Heat.