Debe ser difícil ser un escritor dentro de una familia de escritores. Sino, vayan y pregúntenle a algunos de los miembros del núcleo familiar de Stephen King qué se siente vivir bajo la alargada sombra del talentoso autor de terror. Más allá del hilo conductor que puede resultar una familia de hombres de letras -tópico llevado varias veces a la pantalla grande y con resultados dispares- lo que motiva a la familia Borgens, además de la literatura, es el amor. Ya sean realistas o puramente románticos, sus integrantes tienen diferentes visiones sobre lo que significa enamorarse, y también son esas visiones del amor lo que los separan entre sí. Josh Boone se despacha en Stuck in Love con una comedia romántica ligera, de su propia autoría, que narra las vicisitudes del amor verdadero al mismo tiempo que, con sutileza y no sin cierta franqueza e ironía, presenta una radiografía moderna de las relaciones actuales, con foco en una familia un poco atípica. En la piel de Willam Borgens, Greg Kinnear vuelve a repetir ese papel que tan bien le queda, el de hombre de familia sensible y amistoso, que debe sostenerse en sus hijos adolescentes luego de que su esposa se case con un hombre más joven y apuesto que él. Habiendo pasado dos años desde ese momento, el bloqueo de escritor se encuentra en efecto y la ruptura lo dejó tan marcado que muchas noches se pasea por la casa de su ex-mujer para espiar qué tal la pasa su media naranja perdida. Kinnear es uno de los ejes narrativos del film, pero los otros dos tienen más potencia que el suyo. Sus hijos, también escritores en ciernes, están protagonizados por Lily Collins y el joven y fresco Nat Wolff, ambos sin dudas las revelaciones de la historia. No sólo tienen que explorar el mundo por sí mismos, sino que tienen el peso de experimentar la vida por insistencia de su padre, experiencia que los ayudará a convertirse en los autores en potencia que son. Ella, por un lado, irradia anarquismo social y se acuesta con chicos al azar para que las estúpidas reglas para relacionarse y encontrar pareja no la afecten, mientras que su joven hermano cae bajo el encanto de una compañera de clase con malas compañías y peores hábitos. Collins, que viene del asfixiamiento de protagonizar una saga juvenil como The Mortal Instruments, se nota a gusto con su papel libertino y genera una buena química tanto con Kinnear y Wolff como con su interés amoroso encarnado por Logan Lerman, otra estrella en ascenso al que le queda la etiqueta indie -recordemos que protagonizó la excelente The Perks of Being a Wallflower-. A pesar de que su papel es el detonante de toda la trama, la presencia de Jennifer Connelly no tiene el peso que a uno le gustaría -la cámara la adora, eso es algo obvio- y no se siente como que su personaje haya sido muy desarrollado, en pos de profundizar a los otros miembros de la familia. El resto del elenco femenino secundario resta en los hombros de Kristen Bell, que aparece en algunas escenas en un rol bastante diferente para lo que nos tiene acostumbrados pero con su misma chispa habitual, mientras que Liana Liberato es la enamorada del joven Rusty, esa belleza que se sienta a unos cuantos asientos detrás de él y que le da un nuevo giro a la típica adolescente americana. Boone es un ávido fanático de Stephen King y se nota desde las primeras escenas que es su escritor favorito, haciendo que el integrante menor de la familia sea un seguidor insistente, hasta el punto de recibir un inesperado cameo del afamado señor del terror. Y si esto no era aval suficiente de que la bibliografía de King inspira de alguna manera al realizador, su próxima película después de The Fault in Our Stars lo termina de confirmar: será el encargado de dirigir Lisey's Story, una de esas historias del autor que se aleja del horror y se apoya mucho en los lineamientos de los lazos familiares y el amor, claro, temas que en este primer proyecto del director abundan. A pesar de que la película no cuenta con una cantidad aplastante de sucesos importantes que agreguen problemáticas a la trama, el trabajo de Boone es para seguir de cerca, siendo esta su primera incursión en el cine. Quizás no pase a la posteridad por su mensaje o su potencial fílmico, pero Stuck in Love ofrece una cálida y tierna visión sobre conflictos que toda persona tiene en su vida.
El espíritu de La Desolación de Smaug lleva a que El Hobbit finalmente se sienta mucho más cercano a la trilogía original, ya dejando de lado la aventura picaresca y subiéndole el calor poco a poco al caldo problemático en el que se ve envuelvo la cofradía de la Tierra Media. El territorio family friendly se va esfumando a medida que los ataques orcos y de otras naturalezas se van sucediendo y lo que antes se podía sentir como una precuela parca cobra un sentido de urgencia y euforia que sorprende, sobre todo dado el amable nivel de entretenimiento que presentó la anterior. Esta segunda entrega cuenta con la ventaja de no necesitar presentar a los personajes, lo que le permite largarse directamente a una carrera desbocada en la cual el grupo de aventureros enfrentan un peligro tras otro, sin apaciguar el pulso narrativo durante las bien balanceadas dos horas y 40 minutos. Aún sin verla con el detalle de los 48 FPS en todo su esplendor, la avasallante cantidad de efectos computarizados que colmaban el metraje de Un Viaje Inesperado se ven reducidos, o al menos pulidos, en la secuela. El nivel de detalle de Peter Jackson es para aplaudir y la capacidad de poder sacarse de la galera una nueva película que le compita cabeza a cabeza en epicidad a su anterior viaje a la Tierra Media es indiscutible. El director hasta se permite un cameo en los primeros minutos -parpadeen y se lo pierden- e incursiona también en un par de planos experimentales dentro de la escena más grandiosa filmada para esta ocasión: el escape en barriles gigantes, lejos la parte que todos recordarán del film, momento que se ubica dentro de los mejores de la saga al completo. Es hasta ahora que me sigue resonando en la cabeza esa batalla épica entre orcos, elfos y enanos en donde hasta la música instrumental se detiene -al mismo tiempo que la respiración del espectador- para dejar paso a todo el asombro que se sucede en pantalla. Fuera de la ecuación queda Gandalf, quien por arte del guión apenas aparece dentro del marco narrativo y le da la excusa para llenar la pantalla a la dupla de improbables héroes que son Martin Freeman y Richard Armitage, el primero aumentando la dimensionalidad de su Bilbo con la adquisición de su nuevo trofeo y el segundo con la odisea de Thorin por recuperar su reinado de las garras del tirano dragón Smaug, una delicia técnica por donde se la vea, amén de la adusta y profunda voz que le otorga Benedict Cumberbatch -en serio, ¿alguna vez descansa este británico?-. Entre las novedades del elenco, se encuentra el regreso del talentoso arquero elfo Legolas en la piel del claramente avejentado Orlando Bloom, que no ha perdido ninguna de sus mañas a la hora de realizar todo tipo de tareas acrobáticas para el alucine de la platea, mientras que la incorporación de la elfa Tauriel de Evangeline Lilly -personaje inexistente en la prosa de Tolkien- le aporta al film un costado femenino aguerrido necesario para alivianar la carga de testosterona que abunda en la saga. Mientras tanto, el rol del Rey elfo Thranduil se expande y le da la oportunidad a Lee Pace de sacarle jugo a un papel interesante, y el Kili de Aidan Turner destaca con un inesperado giro romántico en la trama que le aporta un gusto diferente a su historia, una variación que se deja ver. No queda claro, sin embargo, el heroísmo del Bardo de Luke Evans, con claro porte masculino pero sin llenar los zapatos del otrora salvaje Aragorn. Su fuerza actoral no es lo suficiente como para generar un interés genuino en su historia y quedará ver qué puede ofrecer en la tercera y última parte de esta inesperada y extendida trilogía. Lejos de acabarse en buena ley, el acto final que conlleva un épico tire y afloje verbal entre Smaug y Bilbo explota literalmente en pantalla para dar paso a un final que comparte con la reciente secuela de Los Juegos del Hambre el mismo sentimiento: el desasosiego infernal que supone esperar para ver qué sucede a continuación. Mientras que la primera parte era más familiar y tranquila, larga y pesada por partes, es inevitable incluso para los acérrimos a la obra de Tolkien ver que delante de ellos se encuentra una aventura que cobra la intensidad y el poder vistos en El Señor de los Anillos, que combina las historias de una manera satisfactoria. Éste es el verdadero viaje inesperado.
Kon-Tiki es un triunfo de la cinematografía noruega, de la europea en general si vamos al caso, ya que pocas veces se puede ver una producción extranjera tan bien lograda, arriesgada y visualmente poderosa. No hace mucho, Hollywood vio el caso de un náufrago en circunstancias extraordinarias con Life of Pi, que personalmente fracasó en lograr una conexión humana con su protagonista. En cambio, la aventura presentada por Joachim Rønning y Espen Sandberg es, como reza el título, un viaje fantástico no de aventuras, si de aventureros. La temida monotonía que aparentemente conlleva este tipo de películas, la suple con escenas maravillosas de naturaleza salvaje bastante sobrecogedoras. Entre los méritos de la película resalta la fidelidad a los hechos históricos. Si bien esto aporta poco a los que esperaban un film lleno de intriga o un drama psicológico entre quienes cruzaron en una reducida balsa el portentoso Océano Pacífico, el film hace hincapié en subrayar la aventura magnífica de lo que significa estar en medio de un océano al margen de cualquier civilización y de lo que significó para los hombres de hace 1500 años realizar un viaje en balsa hacia lo desconocido, cuando aún no existían mapas prestablecidos, cuando el encuentro con las islas de la Polinesia no era más que una reducida posibilidad y cuando la navegación era un paso a lo inexplorado. La premisa principal trata de la superación de uno mismo, la lucha de Thor Heyerdahl -un magnífico Pål Sverre Hagen- por cumplir sus sueños y demostrar su teoría. Aunque le cueste la vida, aunque le haga separarse de su mujer y sus hijos, él vive para su sueño. Es una de esas obras inspiradoras, creadas para que al terminarla inunden las ganas de realizar todo lo que no se ha hecho en la vida. Puede que luche por encontrar un nicho para un público correcto -intenta ser una aventura mágica con momentos de animales submarinos de forma preciosa para luego ver escenas bastante gore, con lo cual puede resultar infantil para adultos y para niños lenta y sangrienta- pero suple la carencia de tono con una buena dirección y sustancia, lo que hace que la próxima película de la dupla noruega, la quinta entrega de la saga Piratas del Caribe, sea un espectáculo digno de ver en el futuro. Kon-Tiki es un film muy bien construido y relatado, las escenas en alta mar son magistrales, algunas hermosas y otras poéticas, algunas calmas y otras agresivas entre el sinfín de odiseas que estas personas tuvieron en su viaje. Algunos momentos de tensión están muy bien manejados, pero sobre todo es una historia que trata de mostrar ésta travesía de la forma más realista posible.
Robert Luketic no tiene suerte. Su primera película, allá lejos y hace tiempo, fue la comedia que todos ya conocemos Legally Blonde y resultó en un inesperado éxito, al que le siguió el regreso de Jane Fonda a la pantalla grande luego de un hiato de quince años en Monster-in-Law, otro éxito de público en Estados Unidos. Una tercera sorpresa vino de parte de 21 con un cierto viraje hacia un tono más sombrío y personal, que exploraba tópicos como la ambición, la codicia y el reconocimiento, temas compartidos con el estreno de esta semana, Paranoia. ¿Qué sucedió entremedio, con una carrera tan promisoria? Malas elecciones. Sus siguientes proyectos, The Ugly Truth y Killers encontraron indiferencia en el público y las hicieron un objetivo fácil para la crítica americana, que las destrozó sin piedad. ¿Habrá sido la maldición de haber sido protagonizadas por Katherine Heigl? Nunca lo sabremos, pero tres años después de esa fallida comedia de acción con la actriz de televisión llega un nuevo intento de parte de Luketic de recuperar a esa audiencia que lo acompañó en sus inicios, con un protagonista joven y de buen ver para atraer al público juvenil, y una trama alejada de la comedia, y metida más en el territorio del thriller. Desafortunadamente, el australiano olvidó que para volver a lo grande hacen falta más que dos luminarias clase A de Hollywood y su regreso se convierte rápidamente en un aburrido y extenso catálogo de situaciones revisitadas previamente en la historia del cine. De buenas a primeras, el trabajo de Luketic nunca fue para tirar manteca al techo o lanzarle flores por su construcción novedosa y dimensional de personajes, sino que su veta fue siempre lo comercial de fácil absorción y, aunque quiera jugar a ser más, evidentemente no puede lograrlo a menos que se replantee bastante sus metas. Es inentendible entonces el ensañamiento que se le tuvo al film en su país de origen, sabiendo desde el comienzo qué tipo de blanco comercial significa Paranoia, si ya desde el póster uno puede ver sus pretensiones: grandes estrellas arriba, para llamar la atención del público adulto, y promesas abajo, para que las fanáticas de Liam Hemsworth corran a las salas a ver a su ídolo adolescente favorito. La mayoría de las situaciones construidas desde el guión por Jason Dean Hall y Barry L. Levy parecen salidas del libro "Espionaje Cibernético para Tontos", ya que por poco y no insultan la inteligencia del espectador con los motivos de los personajes, el uso de tecnología avanzada para robar secretos corporativos y las traiciones solapadas, de esas tan bien cubiertas que más de un segundo de cámara delatan sin mucha exigencia. En menos de veinte minutos de duración y casi en tres escenas sucesivas, se lo puede ver a Hemsworth saliendo de la cama de su conquista de la noche anterior, para luego darse un chapuzón en una piscina y posteriormente una ducha, todo en estado semidesnudo, claro. Si alguien se pregunta si el director lo convocó por sus talentos actorales, que se repregunte porqué se sentó a ver esta película. Lo de Amber Heard es el mismo caso, una bomba sensual que tiene un poco de talento pero se encasilla fácilmente en el secundario del interés romántico del protagonista. Con una química inexistente, la coyuntura del film radica en ver a Gary Oldman y su perfecto acento británico ser el alguna vez amigo ahora vuelvo enemigo mortal de la figura casi stevejobsiana de Harrison Ford, quienes comparten poco tiempo juntos en pantalla pero el que tienen lo aprovechan para una pelea de gatas verbal que vale el precio de la entrada. De aquel majestuoso encuentro de potencias en Air Force One en 1997, apenas chispas quedan. Quien se lleva la peor parte es Richard Dreyfuss, quien interpreta al padre del protagonista y su carisma queda totalmente desperdiciado al no tener relevancia en la trama. Paranoia es una de esas películas de suspenso bien ligeras, donde la recompensa del espectador es ser más inteligente que los guionistas y adivinar lo que sucederá a continuación con facilidad. Es un ejercicio para la mente, funciona, pero se siente como uno de esos platos en un restaurante caro: de buena presentación, con un acabado impecable, pero que a la hora de valor proteínico, deja el estómago vacío y con ganas de más.
El invierno profundo se acerca en Pennsylvannia y los Dover y los Birch se aprestan a pasar el día de Acción de Gracias juntos. Lo que no saben es que la celebración pronto se verá trunca con la desaparición de las integrantes más pequeñas de ambas familias, lo que desencadenará un thriller oscuro y moralmente sinuoso. Un verdadero artista del celuloide, Denis Villeneuve da el gran salto desde su Canadá natal y se agenda un elenco de estrellas de primer nivel, dignas de estudio, para plasmar en pantalla uno de los miedos más recurrentes en la vida de un padre con hijos. Durante muchos momentos de la historia, la sensación de dejá vú puede hacerse presente en las actitudes que toman los personajes, pero el guión de Aaron Guzikowski siempre se encuentra un paso por delante del espectador, dejando cabos sueltos desde principio a fin, que luego van encontrando su forma de encadenarse con el todo de la trama. Es increíble lo que se puede llegar a lograr con material reutilizado de muchas películas del género y sin embargo, que el resultado final sea tan fresco y ominoso como lo es el caso de Prisoners. Villeneuve juega un juego peligroso, siguiendo un camino intrincado cual laberinto -detalle simbólico que cobra peso durante la mitad del film- que conduce a un cada vez más inesperado desenlace, haciendo honor al genero que pertenece, llevando a la platea a sospechar de todos y cada uno de sus personajes. Lo que hace de ésta una película tan visceral -además de su fuerte contenido de violencia- es el detalle solapado del realismo. Todo el elenco se conduce con naturalidad y las decisiones que toman, aunque cuestionables, se sienten honestas y verdaderas. El padre interpretado con una expresividad que asusta por parte de Hugh Jackman -en una nueva demostración de todo su talento, papel que clama a gritos una nueva nominación al Oscar- está dispuesto a todo por defender a su familia, aunque tenga que entrar a la espiral descendente que significa voltear la mirada a un lado de la Ley. Por el otro lado, el parco y recio detective Loki de Jake Gyllenhaal nunca ha tenido en toda su carrera un caso sin resolver y la posibilidad de que la desaparición de las chicas y su destino queden en el misterio lo empujan por el camino de la desesperanza y la frustración. No hay grandes diálogos, ni reflexiones extravagantes, así como tampoco interpretaciones proliferas en registros elevados. La solidez con la cual artistas de la talla de Maria Bello, Viola Davis y Terrence Howard juegan a ser los padres en pena y los avasallantes roles de un oscurísimo Paul Dano y una desensibilizada Melissa Leo son detalles que no se pueden dejar pasar a la hora de sopesar el resultado final de Prisoners. La congelada fotografía de Roger Deakins es una protagonista insoslayable, en especial esa magnífica escena en donde la lluvia no cesa de caer y se convierte en nieve, ambos fenómenos meteorológicos ocurriendo al mismo tiempo, transmitiendo aún más la angustiosa situación en la cual se encuentran los protagonistas. Algo similar a lo visto en Winter's Bone, aquella película con Jennifer Lawrence, en donde el clima aportaba mucho a la trama. Si a eso le sumamos la pesadillesca banda sonora de Jóhann Jóhannsson, la historia de un secuestro dentro del paisaje pesimista funciona como un puño gélido que estruja el corazón hasta de los más duros, en un thriller que durante dos horas y media paraliza en la butaca y no deja despegarse de ella hasta el turbio clímax final. El director canadiense ofrece así una de las cintas más estremecedoras del año, donde la reflexión recae sobre las miserias más profundas del ser humano gracias a una historia más cercana de lo que a uno le gustaría reconocer. Prisoners es la definición de diccionario de lo que es un thriller con todas las letras. Imperdible.
El placer que me provocó ver En Llamas en pantalla grande me hizo volver el tiempo atrás, a cuando ir a un preestreno de Harry Potter lo significaba todo para un adolescente. La saga de Katniss Everdeen heredó con justicia el fandom del joven mago y no tuvo que caer en el melodrama mormón que supuso ser la saga Twilight para poder subsistir. Si hay una heredera digna de la saga mágica, esa es la distopía asombrosa creada por Suzanne Collins, ahora convertida en una franquicia que se encuentra presente allí para donde uno voltee la mirada. El Capitolio de Panem, gobierno cruel y dictatorial si los hay, ya demostró lo sádico que puede llegar a ser al organizar los Juegos del Hambre anuales, en donde 24 chicos de diferentes distritos combaten a muerte para el divertimento de las clases sociales más altas. Si bien una pincelada bastante grande de la injusticia social se vivió en la primera entrega, es tras finalizar con la victoria de Katniss y su compañero Peeta que las cosas se ponen realmente interesantes en la saga. En la secuela, nuestra heroína se enfrenta a una realidad en donde el estrés post-traumático de haber combatido en la arena acecha en cada esquina, donde todos sus movimientos están siendo controlados por el presidente, convencido de que las acciones de Katniss han provocado una chispa de esperanza en el pueblo oprimido, donde un evento especial la empujará nuevamente al escenario que más teme enfrentarse. Una razón por la cual En Llamas se siente muy diferente a su precursora es por el solidificado guión de Simon Beaufoy -Slumdog Millionaire, 127 Hours- y Michael Arndt -Toy Story 3, Brave-, quienes adaptan con una fidelidad pasmosa el libro homónimo. Odio caer en comparaciones, pero ni Harry Potter pudo trasladarse a la pantalla grande sin perder la riqueza de la prosa de Rowling, y esta nueva The Hunger Games es un testimonio absoluto de que no sólo se puede lograr ser lo más fiel posible, sino entretener durante casi dos horas y media sin resultar aburrida en ningún momento. Entre el contraste de la opulenta vida de los ricos en el Capitolio -cuyo epítome se ve reflejado en la extravagancia de Effie Trinkey, una siempre sólida Elizabeth Banks- y la pobreza total de los distritos adyacentes al Capitolio se encuentra la Chica en Llamas, en una verdadera explosión actoral de parte de Jennifer Lawrence. Fresca luego de su reciente Oscar, ella demuestra toda su gama de emociones en un personaje conflictuado, que le permite dar en el clavo con un registro que la lleva por diferentes estadíos durante toda la película. Es muy fácil exagerar un protagónico del estilo y lo es aún más caer en lugares comunes, pero la joven actriz utiliza todo su encanto y magnetismo personal para lograr que su Katniss interese, a la vez que se sufra en carne propia el tortuoso camino que le tocó transitar. Es una pena que sus acompañantes masculinos no le sigan el paso en nivel, ya que la ternura del Peeta de Josh Hutcherson se queda en eso, mera ternura, y Liam Hemsworth es apenas una cara bonita -su personaje se irá desarrollando con las siguientes películas/libro-. El elenco secundario brilla también por los nombres que desfilan en pantalla, desde las usuales interpretaciones de calidad de parte de Woody Harrelson, Stanley Tucci, Lenny Kravitz y el gélido Donald Sutherland hasta las nuevas incorporaciones, como Phillip Seymor Hoffman y los Tributos, la letal Johanna Mason de Jena Malone y la beldad rubia Finnick Odair de Sam Claflin. El cambio de dirección también le vino muy bien a Catching Fire. A partir de ahora, la saga será completamente dirigida por Francis Lawrence y si lo que se vio en esta secuela es indicativo de algo, es que el final de la misma será explosivo. El presupuesto subió exponencialmente y ahora el universo donde transcurre la historia se nota gigante y totalmente expansivo, algo que también se evidencia en los efectos digitales -la arena de combate de estos Juegos del Hambre es de proporciones gargantuescas-. La dirección casi experimental de Gary Ross le vino bien a la primera parte, pero la velocidad aumentada le permite a Lawrence -quien tiene bajo su cinturón hits como Constantine e I Am Legend- divertirse explorando varios peligros dentro del último acto del film, mientras que el trasfondo político y social abundan en los anteriores, creando una sensación de desasosiego in crescendo hasta el fatídico evento del Vasallaje de los Veinticinco. En Llamas redobla la apuesta y resulta una película de fantasía muy sugerente, con ingredientes interesantes y una calidad aplanadora como para sostenerse como una de las más recordadas sagas juveniles. Si la coherencia se mantiene durante el desenlace de la historia de Katniss Everdeen, se puede decir que estamos frente a algo que podrá sostenerse en el tiempo, una revolución que vale la pena esperar.
Ni bien termina una película, la situación que normalmente se presenta en una sala de cine es darse vuelta y comentar en una palabra lo que se acaba de ver al compañero de turno. Cuando la última escena de The Counselor llega a su fin y los títulos comienzan, esa palabra, ese "excelente" o el "malísima" tarda en salir, si es que alguna vez saldrá. Virtualmente inclasificable, el nuevo film de Ridley Scott es un grotesco de situaciones y personajes inexplicables que significa un salto al vacío -para bien o para mal- dentro de la filmografía actual mainstream de Hollywood. Si hay algo que no se ve seguido, eso es una película experimental con un elenco y guionista de lujo, algo que al final del día representa The Counselor. En su primer guión cinematográfico, el escritor Cormac McCarthy demuestra que todavía tiene esa chispa que lo hizo tan reconocido, con una historia sobre el crimen organizado y las causas y consecuencias de la avaricia, que no escasea en diálogos profundos en algunas oportunidades y hasta estrafalarios en otras. Nada es lo que parece en el mundo McCarthiano, no todo es lineal ni todo está dicho u hecho, y debe ser por eso que la trama a veces resulta difícil de seguir, amén de la calidad de un guión que, como la misma película, tiene momentos que pueden ser considerados piezas invaluables e inolvidables dentro de la memoria cinéfila o meramente flashes de provocación por el simple hecho de provocar. El abogado del crimen no es una película de fácil digestión. No es soporífera, pero tampoco es un blockbuster veraniego. No es una producción de la saga Saw, pero contiene escenas de violencia explícita, detalle que nadie se imaginaría en un film con los nombres del tamaño de Michael Fassbender, Cameron Diaz o Brad Pitt. No es Shame, pero las conversaciones de índole sexual y las escenas de sexo extremadamente sugerentes tienen lugar durante la mayor parte de la trama. El problema no radica en el argumento, sino en cómo se comportan sus personajes. Los diálogos construidos por McCarthy son antinaturales, netamente expresivos y poco creíbles, rellenos de alegorías y metáforas, y eso se traduce en pantalla, en las personificaciones del elenco. Dejando de lado las correctas caracterizaciones de Penélope Cruz y Brad Pitt, sorprenden el costado seguro de Javier Bardem -recordemos que ganó un Oscar por el espeluznante villano en No Country for Old Men, basada en la novela de McCarthy- y la apabullante belleza exótica que compone Diaz con su desalmada y calculadora Malkina que, si bien nunca se clarifica, en el guión original era de nacionalidad argentina. Malkina es el personaje mas caricaturesco y explosivo de la película y genera un contraste interesante entre el declive moral y físico que presenta el Abogado de Fassbender. Ambos cargan la película de diferente manera, Diaz con su conducta pasivo-agresiva, dejándose llevar incluso en las escenas más ridículamente increíbles -la del auto, para los anales del cine- y Fassbender con su convincente aplomo y expresividad. Es extraño ver cómo la calidad de Scott y su director de fotografía Dariusz Wolski logran sacarle jugo a las diferentes locaciones internacionales en las que se desarrolla el juego criminal, y cómo esa calidad fílmica se ve enredada por una colección de muchas buenas ideas que no terminan de conectar del todo. Sin lugar a dudas, su calidad fluctuante le permite volar alto y desplomarse completamente, le permiten ser algo que cuando es bueno, es genial, y cuando es malo, un fracaso absoluto, pero es imposible quedarse a medio camino. La sensación que deja al bajarse la cortina es muy palpable, un final frío y manipulador, tan gélido como el personaje de Malkina. The Counselor es la película más extraña de la temporada. Buena suerte con ella.
No hay manera más certera que describir a The Butler como una bomba lacrimógena, armada con astucia por el director Lee Daniels y su compañero del crimen, el guionista Danny Strong. La comparación puede resultar odiosa hasta cierto punto, pero el film es un burdo intento de crear un estandarte como lo fue en su momento la inolvidable Forrest Gump pero con un personaje negro a la cabeza, a la vez de crear conciencia de las injusticias raciales que siempre se suscitaron y también, claro, llevarse unos cuantos premios Oscar a sus casas, como si todo se tratase de una tarea sencilla. En la carrera por lograr todo lo antes mencionado, The Butler termina convirtiéndose en una película fría y calculadora, nada memorable y, por sobre todas las cosas, aleccionadoramente incorrecta. Desde la primera escena ya se puede demostrar ante qué tipo de producción nos encontramos. Trabajo esclavo, violaciones y muerte, son los condimentos con los que Daniels cree que va a cautivar la atención del espectador, aunque se huele a kilómetros sus ínfulas. "Una voz callada puede iniciar una revolución", reza el póster de la misma. Las maravillas de la publicidad pueden hacer parecer que el personaje de Cecil Gaines tuvo algún que otro dicho en los puntos más álgidos de la historia de Estados Unidos, pero nada más alejado de la realidad. Durante sus 34 años de servicio en la Casa Blanca, Gaines tan sólo fue una cara -más que amable, eso es irreprochable- entre las tantas personas que revolotearon alrededor de los cuantiosos presidentes americanos. La presencia del mayordomo sirve así para hacer uso del extenso elenco y el desfile de caras de renombre, que si tienen más de dos minutos de pantalla se pueden considerar agradecidos. Aún con la potente firmeza que caracteriza a un actor formidable como Forrest Whitaker, su historia y su crecimiento personal no tiene punto de apoyo si se tiene en cuenta que la narrativa paralela del hijo mayor de Gaines, un activista por los derechos del ciudadano negro, es diez veces más interesante y genera puntos de conflictos genuinos, amén de las mejores escenas del film. El cachetazo final viene en forma del endorsamiento al primer presidente afroamericano en la historia del país, que es un hecho para destacar pero da vergüenza en la forma en la que está guionada y dirigida, en un claro intento de sonsacarle un comentario real del dirigente actual. Hay que admitir que lo lograron, ya que Barack Obama reconoce haber llorado viendo la película, pero a coste de un cúmulo irresponsable de agentes edulcorantes rayanos en lo insufrible. No hay que desmerecer, sin embargo, que los 132 minutos de duración están cargados de buen ritmo y, si bien no se pasan volando, la historia es ágil y atrapa en donde tiene que atrapar -las (des)aventuras de David Oyelowo- y aburre donde están las fallas más visibles -la vida servicial de Gaines no funciona nada más que para ver a todos los presidentes en su lugar de trabajo-. The Butler es una película fallida, que deja ver sus costuras todo el tiempo y ya desde el primer avance uno puede ver su finalidad: premios, premios, premios. Una verdadera pena, porque todo el talento actoral se ve mayormente desperdiciado en una historia que apenas flota y no por su tronco principal, sino por los fragmentos interesantes esparcidos aquí y allá. La otra cara de la moneda la podremos ver en 12 Years a Slave, con la misma temática pero de ejecución en apariencia mucho más precisa, por eso es una clara favorita a llevarse todos los galardones en 2014. Las chances de The Butler, por otro lado, se ven negras... (sic)
De no ser por la brillante y temeraria actuación de Michael Shannon, The Iceman sería una biografía criminal que pasaría de largo en muchos casos. El film del irsaelí Ariel Vromen es una mirada muy artesanal y casi íntima sobre las andanzas del notorio asesino Richard Kuklinski, apodado por la prensa "El Hombre de Hielo" por la frialdad con la que, en su carrera laboral, se despachó a más de cien personas. Sin engañar a nadie, el guión de Vromen junto con Morgan Land es algo que se ha visto y escuchado muchas veces tanto en cines como en series, pero que les sirve como lineamiento general para desarrollar a la figura del asesino con una familia que no sabe que el patriarca mata gente para mantener su rutinario coste de vida. El digno trabajador de doblaje pornográfico que se ve metido en una mafia -a la cabeza de un interesante Ray Liotta- para ir escalando de posición, hundiéndose más y más en la vorágine de la adrenalina que conlleva quitarle la vida a otro. Shannon es el amo y señor de la película en todo momento, demostrando que es uno de esos actores camaleónicos que tanto hacen falta en las pantallas. Implacable e imparable, su reputación como un artista en el asesinato crece con cada golpe dado, empujándolo hacia un inevitable final. Dentro de la trama, hay varias escenas que destacan por la inquietud que generan o por el simple hecho de estar bien filmadas, como la muerte de un joven cineasta porno o el crimen en la pista de baile al ritmo de Heart of Glass de Blondie. Vromen utiliza una muy fría e intensa fotografía de Bobby Bukowski para transportar al espectador a los años '60, '70 y '80 en donde transcurre la acción, y también para generar un sobrio contraste con el ambiente en donde se maneja su protagonista, el gélido Sr. Kuklinski, y sus socios en el crimen. Aparte de Shannon y Liotta, podemos encontrar más sorpresas en la adición de un -en principio- irreconocible Chris Evans, dejando a un lado el traje de Capitán América y convirtiéndose en un heladero que le agrega una pizca de humor -negro, obviamente- a la acción, y que resulta un soplo de aire fresco en la carrera del joven actor. También podemos ver el costado dramático de David Schwimmer como el protegido de un jefe mafioso o el convincente retorno de Winona Ryder como la abnegada y sencilla esposa del asesino. The Iceman no aburre en ningún momento y no pretende pasar a la historia con su retrato completo de la psiquis de un asesino y el movimiento criminal mafioso de Nueva York, pero trabaja con el material a disposición de una manera correcta y entretenida, exprimiendo al máximo a su laureado elenco.
Hasta el día de la fecha, About Time es la única película que he visto completa del guionista y ocasional director Richard Curtis. Fragmentos de Love Actually, Nothing Hill y Bridget Jones pululan en mi memoria, pero no tengo la idea sólida de haberlas disfrutado en su totalidad. No soy muy conocido por mi romanticismo, todo lo contrario, pero es que hay algo de tópico y regular que no me llama la atención de una comedia romántica, algo en el género nunca termina de cerrar. Pero desde los primeros minutos, con la introducción de Tim y su peculiarmente normal familia, me sentí atrapado. Disfrazada con un manto de ciencia ficción, el siempre presente hilo 'chico-conoce-chica' funciona a tantos niveles distintos que parece como si ésta fuese la primera vez que se ve en pantalla una historia de este tipo, tal es la frescura que el director le impone a su deliciosa y entrañable pequeña producción. Trabajar en la pantalla grande con el artificio narrativo de los viajes en el tiempo no siempre funciona como una máquina bien aceitada. Las reglas paradójicas crean agujeros en el tiempo-espacio y sólo muy pocas realizaciones en el pasado han logrado tener una coherencia total de principio a fin. ¿Que puede saber un guionista de comedias románticas sobre viajes en el tiempo? Ésa era mi mayor preocupación a la hora de ver About Time y desde ya que desapareció de un soplo cuando las sencillas reglas del viaje temporal aparecen en juego y se arriman tímidas a la vida cotidiana del protagonista, un desgarbado joven que apenas tiene idea de la vida, mucho menos respecto a las mujeres. El balance entre comedia y romance nunca se desbarajusta y así el timing cómico del Tim de Domhnall Gleeson lo es todo: sus morisquetas, sus caras de impresión, su porte entre tonto y cariñoso hacen que su encuentro y posterior conquista de la tímida e insegura Mary, de la nunca más adorable Rachel McAdams, sea mucho más romántico y gratificante de lo que es. La química entre McAdams y Gleeson es perfecta: una pareja joven en la cúspide de sus vidas sin problemas existenciales, que se aman y se respetan, que nunca generan peleas por el simple hecho de pelear o tener situaciones de telenovela. Su relación es orgánica y el guión no recurre a lugares comunes. Nunca es predecible lo que va a suceder a continuación y la sorpresa lleva un puntito de gratitud para con Curtis, por no caer en lo obvio y por tener tan en mente la reacción del espectador y encaminarlo por la senda indicada. No hay golpes bajos en general y cuando el costado dramático llega, no abruma sino que transita el camino sinuoso y lagrimal con mucha sutileza. Las moralejas están ahí, imbuidas en cada conversación entre Gleeson y su padre, el genial Bill Nighy, quien con su habitual aplomo se come enteras las escenas en las que aparece. Mucho menos hay que desmerecer al elenco secundario, con buenas interpretaciones cómicas de parte de Tom Hollander como un odioso escritor de obras de teatro o Joshua McGuire como el inquieto compañero de trabajo del protagonista. Se nota que el realizador es un perfeccionista y está hasta el último detalle en cuanto a los personajes, las escenas, la edición y el siempre efectivo toque musical, banda sonora que pide a gritos correr a comprarla una vez terminada la película. No siempre la combinación final resulta tan bien como se esperaba, pero la película toca cada una de las fibras emocionales en el tiempo y lugar precisos, una bomba de relojería romántica para aplaudir. Puedo decir ahora que he perdido mi virginidad en el cine de Richard Curtis y estoy muy contento de que la responsable haya sido About Time, una gema preciosa dentro del género a la que simplemente no se le puede reprochar nada, excepto disfrutarla, apretar los puños, volver en el tiempo y revivirla con la misma intensidad.