Tabú encuentra un nuevo y sorprendente modo de narrar en imágenes, muy distinto al de otros rescates de la estética del cine mudo. Con su prólogo y sus dos partes separadas por 50 años, el film cuenta desde un punto de vista emocional los resortes de la vida privada y de la historia del séptimo arte. Mientras tanto, habla de la relación entre dos vecinas primero y luego sobre un amor del pasado. De difícil clasificación, la película del portugués Miguel Gomes es una insólita y laberíntica obra que puede leerse de varias maneras: un ensayo sobre la melancolía post-colonial, una fábula de la conexión de las almas o incluso la crónica de una pasión prohibida. Todas esas lecturas son posibles a partir de un díptico que enfrenta, en respectivos formatos de blanco y negro de 32 y 16 mm., el relato actual de una anciana burguesa que sospecha de la brujería de su criada, y su pasado en una África que exuda pasión, sudor y ninguna restricción moral. En las interrelaciones entre ambas partes, entre el pasado y el presente, se fragua el misterio de una película en cuya narrativa única uno puede identificar el tiempo anterior —aquí un continente, un país innominado— como ese tesoro insensato y lleno de fantasmas amados que pactan con bestias milenarias. Tabú se destaca por la delicadeza a la hora de utilizar la magia del cine mudo y un acontecimiento histórico para ofrecer una sagaz visión con un trasfondo político y social interesante sobre la decadencia del colonialismo en África, aunque va más allá y también nos habla de la nostalgia y el amor hacia el período mudo, un recuerdo que perdura en la memoria de mucha gente. Una obra que trata sobre los diferentes puntos de vista y formatos para narrar historias, que consigue materializar con gran acierto la forma en que se producen las emociones, las vivencias y la memoria, para finalmente realzar lo adulterado de la narración como fiel exposición de la realidad. Gomes también nos propone cuestionar nuestra visión respecto al desfallecimiento del amor e indaga en la esperanza interior que todos tenemos de encontrar el edén en algún momento de nuestra existencia, aunque la moraleja final sea implacable: la vida, por mucho que nos duela, no es como en nuestros anhelados sueños. Tabú propone un elaborado ejercicio intelectual y un disfrute de la necesidad de relatar en su sentido más primitivo e inocente. No es para todos, ya que su formato, su esquematización, es arte y más arte, lo cual puede bloquear a más de uno que no abra la mente a una propuesta inigualable y profunda.
Sabiendo que es un puntal clave en el panorama sociopolítico de su país, el director colombiano Andrés Baiz reconstruye en Roa la historia detrás de Juan Roa Sierra, presunto autor material del asesinato del líder político Jorge Eliécer Gaitán, hombre destinado a cambiar la cara de un país en penumbras, destino que finalmente se cumple, pero no de la forma que él esperaba. Trama de pelos engominados, trajes y zapatos lustrados, transcurre dentro de un escenario reproducido en forma pulcra que muestra a una Bogotá reluciente a finales de la década del '40. El mencionado personaje principal es un hombre demasiado común pero con promesas de grandeza en su mente, fascinado por el Destino con mayúsculas: el hombre cree que su propósito en esta tierra es mayor, pero lo que le depara el futuro no es lo que él espera obtener. Durante muchos años el misterio de lo sucedido fue, es y seguirá siendo motivo de teorías conspirativas por parte de los historiadores, ya que no se sabe a ciencia cierta qué fue lo que sucedió el 9 de Abril de 1948, cuando un crimen llamó al pueblo colombiano a las calles para tomar justicia por mano propia contra el asesinato del líder en el cual confiaban. El guión de Baiz junto a Patricia Castañeda elige recrear un posible escenario y, bajo el lema "Los perdedores también escriben la historia", sigue a Juan en su camino por dejar huella en este mundo. Por desgracia, la mala fortuna del personaje principal y el pésimo tino del mismo a la hora de hacer sus elecciones no provocan que el espectador sienta lástima por él, sino furia al dejarse a sí mismo como un mero peón en la conspiración que se teje alrededor suyo para eliminar al político. ¿Podría haber hecho algo al respecto para cambiar su situación? Totalmente, pero no es la gracia de la película más que presentar a un personaje exasperante y sumamente minúsculo. La película comienza con una escena para luego situarnos unas semanas antes de la misma y así poder empezar a explicar el por qué del comportamiento extraño del protagonista. Durante todo este tramo es cuando Roa es una gran meseta narrativa que va armando poco y nada con sus personajes, hasta el último acto, donde el ambiente se caldea y da paso a un epílogo lleno de tensión, angustia y muerte, momento en el cual esta termina, dejándolo a uno con una sensación de desasosiego pasmoso, a la vez que unas fuertes ganas de saber cómo continúa la acción. La actuación de Mauricio Puentes como Roa destaca por su solidez en la forma de un hombre ignoto, con chispa en su mirada pero invisible para otros que no sea de su seno familiar, igual que la aceptable transformación de Santiago Rodriguez como Gaitán. El nombre de Catalina Sandino -nominada al Oscar hace unos años por Maria, llena eres de gracia- convoca la atención, pero se ve relegada al papel de la mujer del hombre central, donde aporta sencillamente nada. El peso y la potencia del avance lo tienen Puentes y Rodriguez, con un plus con la amable aparición del argentino Alberto Fernández de Rosa, no obstante ni ellos pueden subsanar una trama demasiado lineal, con un protagónico principal irritante.
Desde el gran salto que dio Gerard Butler por el lado de la acción con 300 que su carrera no ha sido la misma. Metido de lleno en el territorio de las comedias románticas, el galán escocés lamentablemente no hace pie en un medio en el que no se lo ve cómodo, pero que le sigue siendo atractivo según corren los años. Qué se puede decir entonces de Gabriele Muccino, quien desde la lacrimosa The Pursuit of Happiness no logra un éxito en suelo americano. Quizás este paso desde Italia hacia Estados Unidos haya hecho que Playing for Keeps sea una tediosa y vulgar comedia romántica -que poco tiene de humor y lo básico en historia del corazón- que atrasa en vez de innovar o al menos reciclar elementos comunes. No es que sea insoportablemente mala, sino que resulta demasiado lineal, sin un ápice de sapiencia o inteligencia, con un guión firmado por Robbie Fox, que con tan sólo ver que su último guión fue una comedia bizarra de 1994 ya dice todo. La historia es la de un jugador de fútbol caído en desgracia que llega a un pequeño pueblo buscando recuperar a su familia mientras sufre los embates de las soccer moms, esas madres futboleras en busca del soltero codiciado que interpretan sin carisma ni pasión Catherine Zeta-Jones y Uma Thurman -como las más experimentadas-, o Jessica Biel y Judy Greer -las jóvenes-, todas en conjunto con actuaciones acartonadas para el olvido. Butler, por muy simpático que resulte, empieza a mostrarse un poco lastimoso en la evolución de su filmografía, sin un rumbo fijo amén de la sanidad de su cuenta bancaria. Hace rato que no se veía de una manera tan clara un film en el cual todos los involucrados firmaron por el cheque, desde el director con su trabajo más que seguro, hasta el elenco. La película carece de una evolución de personajes coherente y en cambio repite una y otra vez los mismos esquemas hasta la edulcorada conclusión, que se hace obvia desde los primeros cinco minutos. Los pilares de la comedia de enredos entre las mujeres y el seductor irresistible, los problemas familiares, las emociones prefabricadas, la banda de sonido, todo es tan reiterativo que sobrevivir a este telefilm de sábado en la pantalla grande es tarea para los aficionados a este tipo de cine, en donde la tendencia misógina de un macho cabrío frente a los avances de amas de casa desesperadas prepondera sobre cualquier otra linea argumental. Más que jugar por amor, el lema de Playing for Keeps debería ser jugar por jugar, como lo hacen los involucrados en el proyecto, que mal que mal, se llevan su dinero bien ganado a sus casas. ¿Y el espectador? Bien, gracias.
Queriendo emular el demoledor éxito que tuvieron tras el guión de The Hangover, sus escritores Jon Lucas y Scott Moore se lanzaron a dirigir su primer largometraje, el cual tiene como foco nuevamente un festejo que se les va de las manos a sus jóvenes protagonistas para terminar en varias situaciones hilarantes. Para más o menos darle forma al film en cuestión, imaginen una historia de corte hangoveriano a la que se suma un poco de frescura juvenil como en Project X, pero con menos gracia y sorpresa que las dos aquí mencionadas. La escena inicial, en la cual dos de los protagonistas aparecen casi como Dios los trajo al mundo, plantea que la mayor parte de la trama es un flashback a lo que debe haber sido una noche memorable. Esta comienza cuando los compañeros de secundaria se reúnen para el cumpleaños de Jeff Chang, el destacado amigo asiático que finalmente cumple la mayoría de edad en la víspera de una entrevista laboral que le puede abrir las puertas de un gran futuro. Con tal de darle una jornada única, ellos se proponen tomarse una cerveza, situación inocente que se torna en una debacle llena de problemas a solucionar y con la carga extra de un compañero de juerga pasado de vueltas que les funciona como lastre. La idea del guión de 21 & Over, a claras una situación divertida, se ve desmejorada por un agujero imposible en la trama que debe ser evitado a toda costa para entregarse al disfrute pleno por lo que esta verdaderamente es: un festín de descontrol adolescente en el cual se entremezclan una hermandad de chicas latinas imparable, ceremonias religiosas secretas, fogatas con búfalo suelto incluidas y hasta la divertidísima secuencia de la fraternidad por niveles, en la cual la dupla protagonista deberá sortear juegos varios para alcanzar la cima y encontrar una clave más para que la noche termine en los mejores términos posibles. El libreto de Lucas y Moore tropieza cuando entre medio de tanta locura nocturna intenta humanizar a los personajes y hasta sugerir temas más profundos y lacerantes para uno de ellos, cuando en realidad la pintada de tridimensionalidad se olvida con el pasar de los minutos y el intento de generar un interés serio se siente desperdiciado. Hay un buen manejo de cámaras para ser una primera vez detrás de ellas, la banda de sonido se olvida enseguida pero durante el momento funciona y el elenco, si bien no se destaca ferozmente, hace un buen trabajo. La química entre Skylar Astin y Sarah Wright es de buen ver y no se siente forzada, el demoledor Miller de Miles Teller resulta muy jocoso y el Jeff Chang de Justin Chon cumple aunque no sorprende. 21 & Over está básicamente varios escalones por debajo de Project X, ya que su sola existencia significa un intento inconsistente de lucrar con una noche de fiesta inolvidable para cualquier joven, pero al mismo tiempo tiene un espíritu jovial que compra y, lejos de ser una joyita, al menos para seguir al súbgenero es un ejemplo pasable, que no bueno.
Aunque dista de ser perfecta, Absentia captura con precisión el tenebroso enigma de una persona desaparecida y los devastadores efectos que se producen en aquellos parientes cercanos al ausente en cuestión. Su presupuesto ínfimo actúa como un arma de doble filo, pero la balanza empuja hacia por el lado positivo. Allá donde se requiere de efectos costosos que no pudo permitirse, el film elige sugerir, jugar con la mente del espectador y volver la pobreza monetaria en riqueza argumental, dejando que los destinos de varios personajes queden plasmados de diferentes maneras, tanto realistas como sobrenaturales. El flamante film que dio a conocer a Mike Flanagan al mundo está lejos de ser uno de horror per se, es más un thriller con toques sobrehumanos que en su recta final elige usar todas sus cartas bajo la manga para entrar en terreno cenagoso y asustar a la platea con recursos tan básicos como efectivos. Amén del quid de la cuestión -la declaración in absentia del marido de una de las protagonistas-, hay una historia de fraternidad frágil, de adiciones a las drogas, de religiosidad y hasta también de flirteo con un futuro promisorio para una de ellas. Estas tramas y subtramas están manejadas con frescura y animosidad por el realizador, quien se despacha el guión -y, como verdadero hombre orquesta, también su edición- que resulta correcto, potable, sin aires de grandeza ni superioridad en él, sino uno que le sirve para contar un argumento con integridad. El mismo escrito que solidifica la relación de las hermanas Tricia y Callie tiene varias sorpresas en su haber, aunque la mejor de todas se la guarda para ese cierre tan aplastante como sorpresivo. La vuelta de tuerca causa estupor, con un sentimiento muy fuerte y denso de pesar, todo sin grandes necesidades de mostrar sino bajo el claro perfil de sugerir hasta el momento de los créditos. Gran parte de que Absentia funcione recae también en la fuerza gravitatoria de sus actrices principales, en la apatía simpática de la Tricia de Courtney Bell o la dualidad entre frágil y feroz de la hermana menor Callie de Katie Parker. La relación orgánica entre ellas dos es la columna vertebral del film, ya que la acción se enfoca mayormente en ellas y en el sufrimiento de ambas atravesando una situación con una decisión definitiva que es demasiado difícil de tomar para una de las dos. Si agregamos el cameo del camaleón Doug Jones -un señor que provoca escalofríos de solo verlo y es raro encontrarlo fuera de un disfraz de látex para grandes producciones- el combo está servido. Dentro de las cantidades de propuestas de horror que llegan todos los años, Absentia es la más radical y minimalista de todas. Un film que demuestra que con muy poco se puede lograr mucho y que un par de elementos bien posicionados lo son todo frente a alternativas que eligen la sangre y el shock value como premisas generales.
Lo que debería haber sido un día rutinario en la escuela se torna rápidamente en una pesadilla cuando un alumno, encargado de repartir el cartón de leche matutino en el salón, encuentra a su maestra colgada del techo. Este trágico suceso reverbera a través del colegio, mientras los estudiantes de toda la institución, particularmente los discípulos de la difunta, tratan de comprender su primer y prematuro acercamiento con la Muerte. El alivio llega en la forma de Bashir Lazhar, un inmigrante de Algeria que ocupa su lugar. Con un melancólico pasado a sus espaldas, él ayudará a sus alumnos a sobrevivir este evento y a su vez la clase lo ayudará a él a cerrar su pasado que promete alcanzarlo. Aunque suene bastante melodramático, Monsieur Lazhar es una pequeña gran historia que poco a poco va comprándose el visto bueno del espectador con una fábula sobre la muerte, la culpa y cómo seguir adelante en tiempos oscuros. El film no pretende hacernos pasar un mal trago ni mucho menos, sino que con una naturalidad inusitada por parte del canadiense Philippe Falardeau, la narración gira alrededor del profesor Lazhar y la interacción que tiene con su clase -con un estilo que recuerda a la francesa Entre Les Murs por la manera realista de tratar a un grado, con una mirada bastante creíble. Cada chico es un mundo, todos identificados con nombre y apellido, y todos se manejan como cualquier niño de diez años lo haría, con un especial foco en la relación entre el maestro y los estudiantes Simón y Alice. Normalmente el desempeño de actores jóvenes puede funcionar como no, pero en esta ocasión los pequeños están sublimes, más incluso que los adultos: en cierta momento, hay una tensa y terrible escena en el aula en donde Sophie Nélisse y Émilien Néron se sacan chispas de talento, componiendo el punto más memorable del film, junto con el inicio y el brutal final. Al terminar la película hay preguntas sin resolver, pero las respuestas están dentro de la misma, desperdigadas sutilmente. No todo tiene por qué ser contestado y a veces un gesto vale más que mil palabras, como bien lo expresa la escena del cierre, un momento totalmente inductorio a las lágrimas. El hecho de que la película dure hora y media no quiere decir que sea corta, sino que en ese tiempo le alcanza y sobra para abrir un mundo de posibilidades en el que los personajes se entrecruzan. Incluso le da tiempo al protagonista para encontrar el amor nuevamente, en una cálida interpretación por parte de Mohamed Fellag que es una pinturita. Marcada por una sutil y amena dirección, actuaciones excepcionales y una historia simple y desgarradora, Monsieur Lazhar es la dosis exacta de candidez, penuria, sufrimiento, culpa y superación que cada tanto llega a las salas y sorprende de la mejor manera. A no perdérsela.
Recuerdo que cuando vi The Evil Dead, la original de Sam Raimi de hace treinta años, reí. Sencillamente no podía tomarme en serio lo que estaba viendo, porque era un caso evidente de esas películas malas que divierten. Con los años, esta cobró un lugar imprescindible como film de culto, además de sentar precedentes para muchas producciones que tomarían como escenario una cabaña en el bosque, cinco amigos y cualquier horror que acechara, tanto humano como sobrenatural. Dando un salto hasta el presente, la decisión del propio Raimi de reimaginar su joya más preciada provocó un malestar general inmediato. Es imposible rehacer una obra maestra, es lo que pensaban muchos. Pero el ahora productor, logró lo impensado: le cerró la boca a todos los detractores con Evil Dead, una brutal vuelta a los bosques oscuros plagados de demonios y peligros de una manera tan siniestra, sangrienta y visceral que no deja a lugar a dudas. Ahorrémonos la disyuntiva de discutir que son otros los tiempos y el presupuesto de cada film es diferente. Es más que obvio que una película se hizo a pulmón y la otra tuvo una producción de calibre por detrás, pero el principal apartado en el que se destaca Evil Dead es por dejar de lado el humor absurdo de la trilogía original y encaminar su historia por derroteros más serios y convencionales. En esta ocasión, los cinco jóvenes que se encuentran en la cabaña tienen una misión más orgánica y cruda que atender, además de un rápido retiro para emborracharse y tener sexo: Mia, la protagonista, tiene una grave adicción a la heroína, y para comenzar un proceso de desintoxicación, sus amigos, junto a su hermano David y su flamante nueva novia, acudirán al rescate. Tras un prólogo bastante escueto y escalofriante se nos presenta la naturaleza de libro maldito en cuestión, que desencadenará la posesión infernal del título en castellano. Dicha vuelta de tuerca del guión le permite a la película jugar un poco con la ilusión y las visiones de un personaje dependiente de las drogas. ¿Realmente está teniendo visiones de ultratumba o los efectos de la sustancia la están consumiendo lentamente? Por muy poco que se explote esta línea de la trama, es un punto interesante que atrapa al espectador hasta que la realidad sobrenatural entra en escena y el ambiente hostil se tensa de forma exagerada. Para cuando este grupo comience a transformarse de maneras horripilantes y a atacarse entre ellos, la experiencia aterradora que prometían los pósters y los avances comienza a dejarse ver, y todos los trucos y artimañas del novato director Fede Alvarez y su co-guionista Rodo Sayagues aparecen en pantalla de forma gloriosa. El uruguayo imita pero no copia, homenajea mucho a su mentor con tomas aéreas y vueltas de cámara imposibles que recrean el espíritu de la original, pero reencarnado. No estamos ante una precuela o una secuela, es una reimaginación hecha y derecha que no sorprende con nada nuevo, pero que resulta terriblemente efectiva, un enunciado enarbolado en el hecho de que no hay efectos computarizados en todo el film, aunque ciertas escenas hagan dudar mucho de eso. Además de los magníficos efectos prácticos, los hectolitros de sangre y protésis varias que usaron Alvarez y compañía, Evil Dead sube un escalón más con la apabullante banda de sonido de Roque Baños, quien evoca diferentes sonidos y el abrumador toque de una sirena que manda más de un escalofrío por la espalda. Heridas cortantes bien profundas, quemaduras, miembros cercenados, clavos y mutilaciones varias recorren el segundo y tercer acto del film, culminando en una escena final carmesí y violenta en todo sentido imaginable. El acotado elenco brilla cada uno por separado, aunque el peso final de todo el conjunto recae en la explosiva Jane Levy, quien sufre las peores vejaciones de toda la película y así y todo tiene que interpretar dos caras de la moneda: es la villana y la heroína al mismo tiempo. La joven es expresiva por demás, sus ojos transmiten todas las emociones que recorren su cuerpo y verla sufrir es duro. A su alrededor se encuentran unos convincentes Shiloh Fernandez como el hermano abnegado de Mia y Lou Taylor Pucci como el curioso del grupo que desata un infierno sobre él y sus compañeros. Los personajes de Jessica Lucas -avocada al género desde hace rato- y la desconocida Elizabeth Blackmore completan el equipo de los que la pasarán negras en el bosque húmedo. Ninguno saldrá indemne, todos tienen su cuota de golpes y cortes varios, así que es para aplaudir la dedicación de los cinco. Evil Dead representa el vivo hecho de que una película puede tener partes usadas, pero si se las ensambla de una manera creativa y fresca, todo puede funcionar. No sé hasta qué punto los fanáticos de la original disfrutarán de esta nueva entrega que pierde el humor negro en pos de una realidad más oscura, pero sí puedo decir que los seguidores del horror se encontrarán con un plato muy fuerte en una obligada visita a la sala más próxima, porque Evil Dead se disfruta mucho mejor como experiencia cinematográfica en una espacio lóbrego y amplio.
Cuando uno escucha el nombre de Nicolas Cage sólo se puede imaginar una sola cosa: clase B. El otrora gran actor, un referente que supo consolidar su estrella en el cine de acción con títulos como Con Air y Face/Off no puede encontrar un nicho que lo solidifique nuevamente y todas sus opciones terminan decantando en films que pasan totalmente desapercibidos en las salas comerciales. Stolen es uno de estos estrenos, que sorprenden por el mero hecho de llegar a la pantalla grande cuando su destino final es la comodidad del living del hogar, un domingo lluvioso. La colaboración de Cage y el director Simon West -trabajaron juntos en Con Air- los encuentra a ambos en momentos muy diferentes de sus carreras: tras un tiempo apartado de la gran pantalla, el realizador se ha convertido en uno de los nombres más competentes del cine de acción rápido y letal (como bien lo demuestra en The Expendables 2), mientras que el actor es una figura de culto para todo interesado en la serie B contemporánea. Ambientada en el ahora recurrente escenario de una Nueva Orleans post Katrina, Stolen no tiene una historia que resulte intrigante, porque se ha visto ya varias veces. Esto resulta raro porque el anterior guión de David Guggenheim, la superior Safe House, supo armar con elementos básicos una historia correcta, no obstante aquí se queda corto con la proeza de un padre ex-ladrón que quiere recuperar a su hija, secuestrada por un compañero de crímenes que, piensa, tiene una suma millonaria escondida en algún lugar oscuro. Aún con los nombres de West y Cage en la marquesina, no hay absolutamente nada que amerite una temporada en los cines para esta nueva producción: su acción es esporádica y de bajo presupuesto, su historia ha sido producida un millón de veces -y mejor en muchos casos- y la abrumante cantidad de alivios cómicos hace que la escasa veracidad de la trama se vea puesta en evidencia. En menor medida, Stolen juega sus cartas con cierta habilidad y, si bien muestra a un Cage extrañamente contenido, deja que el Vincent de Josh Lucas ponga el punto excéntrico en un secundario que supera en histrionismo a cualquier personaje que el otro haya encarnado en sus últimas películas. Pero un elenco competente y una dirección correcta no alcanzan para subsanar un trabajo que no va hacia ningún lado, que encarna la mismísima acepción de diccionario de la palabra pasatista.
Verano del '79 es una película de descubrimiento, de iniciación, con mucho sol y mucha luz, hecha de los recuerdos y sentimientos de una inspirada Julie Delpy. En su cuarta incursión como directora elige el camino de la nostalgia para contar una historia mínima pero entrañable, fácil de olvidar -hemos visto bastantes reuniones familiares en el cine como para que esta película pase desapercibida- pero que mientras trascurre su metraje, es imposible no sentirse identificado con algún que otro personaje de los tantos que pululan en pantalla. Con su extravagante título original -Le Skylab, en alusión a la creciente amenaza del satélite estrellado- Delpy usa la metáfora del peligro inminente de la caída de dicho artefacto como contraste al estado de ebullición en el que se encuentra la gran familia de Albertine, esa curiosa niña de once años que resulta el lente por el cual observaremos el comportamiento de una reunión en la campiña francesa. Contada a modo de flashback en una cálida remembranza por parte de una Albertine adulta, la acción transcurre cuando el lado materno de la protagonista se reúne para el cumpleaños de la abuela. Cada núcleo familiar tiene una historia y un trasfondo social que contar, los padres de la protagonista son artistas teatrales que rozan lo hippie, mientras que otra rama tiene deslices fascistas que, obviamente, no tardarán en colisionar y hacer estragos, tal cual lo promete el anuncio del incipiente satélite en desgracia. El principal problema del film de Delpy radica en las diversas situaciones dramáticas que pretenden crear oscuridad donde solo se permite que haya luz: cuando se limita a ser comedia, acierta, pero al momento en que aspira a más, fracasa. Las cicatrices de guerra de uno de los familiares o el intento de suicidio de otro visto por la mirada infantil no se equiparan correctamente con la bondad de la trama en su totalidad, y de haber seguido el mismo tono juguetón e inocuo de la comedia, otro hubiera sido el resultado. La actriz, guionista y directora se reserva el papel de la madre de la protagonista, en clara alusión a la inspiración maternal que tuvo para narrar la historia, y es convincente junto a Eric Elmosnino al formar esta pareja de padres new age que festejan cada logro de su hija, una luminosa Lou Alvarez. A casi dos años de su estreno comercial en Francia, Verano del '79 es una película amable y tierna -lo que no quiere decir que sea empalagosa y blanda-, bien interpretada por adultos y jóvenes, con habilidad para captar la tonalidad de una época, agradable de ver y de sentir. Un sensible recordatorio de una actriz a la que siempre es interesante volver a apreciar.
Bryan Singer no tiene suerte. El otrora gran director que supo cautivar a la audiencia con The Usual Suspects y luego con su brutal tándem X-Men/X2 parece no poder con presupuestos abultados. Tras la pobre recepción de su Superman Returns y el descanso con la minimalista Valkyrie, se puso a la carga una vez más con una superproducción, en esta oportunidad con las manos en una nueva versión del ya clásico cuento de las habichuelas mágicas. En Jack the Giant Slayer tenemos entonces una épica que durante su metraje no sabe bien donde pararse, siendo una aventura familiar de ligeros toques oscuros que termina por crear un confuso episodio que se debate entre animación computarizada y una historia demasiado clásica como para impresionar. No sé si será por el hecho de que, de un tiempo a esta parte, se han visto tantas adaptaciones libres de cuentos que el público se ha cansado, pero lo que tiene Jack es que nunca alcanza cotas de oscuridad elevadas y tampoco se arrastra hacia territorios familiares pueriles y sabidos. Singer se salda con una de sus películas más impersonales a la fecha, en donde la opulencia del CGI eclipsa un argumento con personajes arquetípicos (el huérfano pobre, la princesa aventurera y el villano sediento de poder, entre otros) que no van hacia ningún lado y que tampoco ofrecen sorpresa alguna. Conocido por la gran vuelta de tuerca pergeñada junto al guionista Christopher McQuarrie, en esta ocasión la dupla no consigue elevar la trama hacia terrenos fértiles, eligiendo jugar a lo seguro sin darle al elenco una pincelada distintiva. Ni los buenos ni los malos consiguen atraer la atención, de ahí que sus aventuras se paseen con cierta indiferencia por delante de nuestros ojos. Destacan por suerte en el elenco el joven Nicholas Hoult como el distraído y valiente héroe, Eleanor Tomlinson es la correcta damisela en apuros y el camaleónico Stanley Tucci el colorido villano. Es interesante ver a Ewan McGregor relegado a un papel secundario, ya que nunca está de más aportar una cara conocida a un producto de tales magnitudes. Sin casi tiempos muertos, exaltada por una estruendosa banda sonora y una dirección artística que más bien parece prestada de otras producciones más potentes, esta historia de destinos encontrados agrada de a ratos pero disgusta si se engloban todos sus aspectos. Jack the Giant Slayer es grande, pero como dice el dicho, 'El que mucho abarca, poco aprieta', y Bryan Singer se queda corto con una narrativa plana, acción demoledora y personajes de cartón. A no desesperar, porque Singer promete una reunión nostálgica con X-Men: Days of Future Past.