La secundaria. Ese gran semillero de personalidades y situaciones que nos marcan es el foco principal tanto del libro como de su adaptación cinematrográfica, ambos escritos de puño y letra por Steven Chbosky. Con mucha autobiografía de por medio, este se lanza al ruedo cinéfilo de una manera brutal y avasallante, al contar una historia conocida con muchos matices, personajes entrañables y una banda de sonido como pocas que hacen que el viaje de Perks of Being a Wallflower sea único. Esta gira alrededor de Charlie, un adolescente sumiso y callado que comienza la tan temida nueva etapa escolar. A todas luces es un bicho raro, es diferente al resto, y su profesor de Literatura lo identifica enseguida. Cual si fuera un imán, el joven se ve atraído irreversiblemente a socializar con el chico más extraño de la secundaria, y es así como comienza una amistad con Patrick y su hermosa hermanastra Sam, un vínculo que pasará las mil y una, pero que los hará crecer y aprender los unos de los otros mientras viven un año que los marcará para siempre. Hay que concederle que no es la trama más original del mundo, pero las problemáticas que explora Chbosky no sólo son cruentas y difíciles, sino que también excelentes, como la homosexualidad y la homofobia, la depresión, el suicidio, el abuso y el primer desamor, entre otras. Considerando el material a tratar, que se vuelve increíblemente oscuro mientras pasan los minutos, es para aplaudir que el director se haya mantenido íntegro a su propia creación literaria y su visión no se haya visto comprometida. Perks nunca deja de sorprender, y todas las vivencias y malfortunas de los personajes se ven a través de los ojos del trío protagónico, una elección magistral que demuestra el potencial que tienen estos jóvenes. Primero tenemos a Logan Lerman, el eterno cara bonita que sorprende con su madura interpretación del tímido Charlie, o también a la belleza hepburniana de Emma Watson, que egresó de Hogwarts con el mayor mérito y demuestra que el corte estilo pixie le queda de maravillas y el pedigree actoral que tiene es insuperable. Sin embargo, la revelación es Ezra Miller, quien se roba todas y cada una de las escenas con su extravagante y extrovertido Patrick; un personaje muy conflictuado que no tiene un pelo en la lengua. Si algo confirma el film, es que se consolida como una digna sucesora de las películas del inmortal John Hughes. Sabemos que la acción transcurre en lo que serían los '90, aunque la fecha nunca es esclarecida, dando a entender que la historia puede ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar: es una historia de crecimiento universal. Hay que sumar además una banda de sonido para el infarto -suenan desde David Bowie hasta The Smiths pasando por New Order y Sonic Youth- en lo que se conforma como un verdadero viaje noventoso. Fuerte tal cual es, Perks se guarda una sorpresa llegada al final, una bomba de relojería que estalla justo en el momento cúlmine y genera uno de los momentos más conmovedores de la película. Para cuando Heroes de Bowie comienza a sonar, uno sabe que el viaje está terminando, pero el ambiente se siente raro. Seas grande y el bicho de la nostalgia te haya picado o un adolescente viviendo todavía la secundaria, es imposible no sentirse identificado con alguna situación vivida por los personajes. Después de todo, ser adolescente marca.
Psycho Killer, Qu'est Que C'est Martin McDonagh es una criatura rara en Hollywood. Tras generar una excelente impresión con In Bruges, ahora se lanza en una odisea sangrienta y macabra con Seven Psychopaths, una comedia negrísima cuasi inclasificable, en donde los personajes lo son todo y la meta-realidad de las historias gangsteriles á lá Pulp Fiction juega un papel muy importante en la trama, pergeñada también con su propio trazo. En tan sólo dos minutos -su secuencia inicial irrisoria a la vez que sangrienta- nos marca el tono de este desquicio absoluto de dos horas que involucra muertes cruentas y sádicas, un desfile imparable de lunáticos y una historia que poco a poco va girando en un eje de comedia al cual McDonagh le imprime su sentido del humor, uno que de tan siniestro no es para todos los gustos. Seven Psychpaths es una deconstrucción rara del género: es una comedia negra de violencia y acción que se justifica a sí misma con los diálogos de los personajes y las situaciones en las que se ven involucrados; es un constante juego de guiños y referencias dentro del metraje que afortunadamente no confunden, sino que le da varias capas a una trama que parece simple pero no lo es. Gracias al papel del alcohólico escritor irlandés de Colin Farrell, intérprete fetiche del director que actúa como sobrio (ejem) hilo conductor que une el guión que necesita escribir acerca de sus trastornados con los siete psicópatas que pululan a su alrededor, es que McDonagh se despacha con un elenco de figuras que serán recordadas durante un tiempo, en particular la dupla de Sam Rockewell y Christopher Walken. Del primero me arriesgo a decir que tendría una nominación al Oscar por la representación del mejor amigo de Farrell, Billy, en un papel definitivo en su carrera, mientras que el otro tiene sus momentos de escalofriante bondad, mezcla entre patetismo y puro corazón, enfrentados a un Woody Harrelson que hace lo que mejor le sale: ser un verdadero hijo de perra. Curiosamente, los menos utilizados son los roles femeninos de las hermosas Abbie Cornish y Olga Kurylenko, pero el as bajo la manga del realizador nos revela que dichos papeles fueron insertados en la trama con un propósito solo, bien investigado dentro de la película. El director tiene un timing especial para llevar adelante su historia, jugando muy bien con los tiempos entre la comedia bien bizarra y los momentos emotivos, pero se enreda en su propia creación cuando el fuelle que impulsa a los personajes va perdiendo ritmo y llegando al final, el desenlace se hace desear, cubierto entre muchos falsos cierres que hacen decrecer un poco el producto en general. La escena entre créditos, sin embargo, termina de completar el juego de una manera rutilante. No hay que olvidar que Seven Psychopaths es una gran comedia. Oscura, sí, irreverente, también, desaforada, ¿por qué no?, pero es un film que rara vez llega a las carteleras. Uno que hace preguntar: ¿debería estar riendo de tal o cual situación que transcurre en pantalla? ¿Acaso estoy alabando a la violencia?. Como el personaje de Farrell bien lo indica, no puede haber paz en una película de gánsgters y matones, por lo que más de un espectador estará agradecido de ello.
Acercarse a una propuesta de cine nacional es una navaja de doble filo; podemos encontrar las películas que no llaman la atención pero que el boca a boca las hace funcionar y generan un movimiento importante de espectadores, pero también aquellas entre las que se cuenta Dulce de Leche, una clase de producciones con ínfimo presupuesto y de historia minimalista al extremo, que no produce absolutamente nada en quien la ve. Si nos fijamos con detenimiento en el argumento que presenta, no es muy diferente a la trágica historia de amor que se viene interpretando desde Romeo y Julieta: dos enamorados que luchan frente a las adversidades de la vida cotidiana. El director Mariano Galperin podrá ponerle un poco de chispa con diferentes escenas bien costumbristas, representativas de los pueblos del interior de Buenos Aires, pero ahí se termina el aspecto innovador de la misma. Los conflictos con los que se ve enfrentada la dulce pareja atrasan y se sienten vacíos, carentes de importancia; incluso hasta las facciones de amigos tanto de él como de ella no tienen un peso fluctuante en el desarrollo, al contrario, pasan mas tiempo como amigos que como enemigos de ellos. Lo que es más importante, Dulce de Leche aburre. Acusa 80 minutos de metraje, pero realmente pesa. Ni siquiera el carisma de los jóvenes puede subsanar los hoyos de una trama repetitiva y esquemática, que no sabe para adonde apuntar. Camilo Cuello Vitale le aporta sentimiento y picardía a su enamoradizo personaje, mientras que la hermosa sonrisa de Ailín Salas se queda en eso, una cara bonita que poco y nada de dinamismo tiene que ofrecer al dúo. El elenco secundario sostiene bastante a los protagonistas, con una Florencia Raggi amable e histriónica y un Luis Ziembrowski parco y en forma, pero no mucho más se puede sacar en concreto del elenco. Dulce de Leche es cine argentino que atrasa. En vez de arriesgarse con una propuesta interesante, Galperin y compañía juegan sobre terreno seguro y fallan miserablemente. Que sirva como lección para la próxima.
Trouble with the Curve representa la primera vez en 19 años que Clint Eastwood actúa en una película que no está bajo su total dirección. Si bien la produce a través de su empresa Malpaso, él se pone bajo las órdenes de uno de sus protegidos, Robert Lorenz, quien ha sido su asistente y productor durante años pero acá se lanza a las tareas directoriales con un film de corte más ligero y sentimental que no es usual en las películas de esta leyenda de Hollywood. Transcurriendo plenamente en el ámbito americano de este deporte pero en una base más cotidiana que la hipertécnica de Moneyball, nos cuenta la historia de Gus Lobel, eterno cascarrabias al que finalmente la edad lo está alcanzando. En la escena inicial -tras el extraño galope de un caballo negro en la oscuridad que tendrá su significado eventualmente- vemos cómo lucha por orinar en un momento melodramático que marcará el tono de esta propuesta. Ese no será su único problema, ya que su inigualable visión de águila para encontrar jóvenes promesas del deporte ya no es lo que era y su decisión es crucial para contratar a los nuevos talentos de la temporada. El contraste entre el gruñón y orgulloso Gus se encuentra en su hija Mickey, una no tan cándida abogada que está a pasos de llegar a su sueño y elige no obstante ayudar a su padre y reconstruir la turbulenta situación que los une. De yapa, tenemos a Justin Timberlake, quien completa una trifecta actoral que se las trae. Y aquí viene el principal problema con la curva -ejem- de la película: no hay sorpresa alguna de cómo terminará, ni siquiera un giro a mitad de camino que haga reconsiderar al espectador cierto aspecto de tal o cual personaje. Para aquel avezado que sepa identificar las enormes pistas que deja el guión de otro novato, Randy Brown, se sabrá entonces que durante el primer cuarto de hora las fichas están preparadas para ese final que todos esperamos. Sabemos que Eastwood está imponente y, como los buenos vinos, añeja con soberbia al paso de los años, y la química que comparte con la hermosa y talentosa Amy Adams es para los libros, pero dichos puntos fuertes son los que salvan a la película de caer en el olvido absoluto con tantos clichés de relación conflictiva padre-hija, la familia versus el trabajo o lo viejo contra lo nuevo. Al final, Trouble with the Curve es bastante predecible y difícilmente el tipo de película que a uno le produzca una revelación en la sala del cine, pero su manera de entretener -en una forma agradable y humilde- es ciertamente de buen ver, incluso para los fanáticos de Clint.
Luego de cuatro películas de fluctuante calidad, una de las sagas adolescentes más populares de los últimos años llega a su fin, y en Breaking Dawn: Part II la historia de Bella y Edward ofrece una conclusión vergonzante y carente de afecto, tan fría como los propios vampiros de la saga. Cada minuto de las agonizantes dos horas que dura la película se encargan de dinamitar todo lo logrado por los anteriores directores con mayor o menor pericia. Este desenlace carece de enfoque y casi todos los puntos negativos son imposibles de soslayar. Siendo la entrega con mayor presupuesto de todas, es la que peor luce técnicamente, no hablemos ya de vampiros brillantes u hombres lobo de cartón, sino de la cantidad apabullante de malos efectos especiales que se suceden, los más concentrados en la progenie de la parejita del momento, un horror insubsanable que se ve y se siente atroz. Realmente en el único punto que podría marcar una diferencia considerable, hicieron agua brutalmente. Ya lejos quedaron las épocas en las que se discutían las habilidades de interpretación de Kristen Stewart, Robert Pattinson y Taylor Lautner: todos son paupérrimos y juegan una carrera a ver quién dice más parlamentos de la manera más vacua y gélida. No hay calidez en sus papeles y todo lo que sale de sus bocas suena superficial e irrelevante. Del resto, no hablemos, o mejor si: grandes talentos como Dakota Fanning y Michael Sheen están absolutamente desperdiciados, siendo ella la gran perdedora con una sola línea en todo el film, y él empujado a una especie de Sombrerero Loco pálido. Entré a la sala esperando un final predecible, almibarado y cliché. Durante más de hora y media de metraje, mis expectativas iban en línea con ese final que tenía en mente, pero por alguna de esas casualidades de la vida la guionista Melissa Rosemberg y el director por segunda vez en la saga Bill Condon intentaron innovar y mejorar el aburrido y nada explosivo final del libro con una escena totalmente inventada. En cierto momento creí que lo lograrían, realmente tuve genuina emoción al pensar que, después de todo, se habían superado y alcanzado lo que nunca supuse que lograrían. Incluso la palabra redención se me pasó por la mente. Cinco minutos después un baldazo de agua fría fue lo que sentí. El insulto final, la última carcajada al espectador que pensaba que la saga podría despedirse de la mejor manera posible, teniendo en cuenta el viaje. Breaking Dawn: Part 2 va a reventar taquillas y las seguidoras morirán de emoción con la última aventura de sus personajes favoritos, pero más allá del fanatismo exacerbado, no hay ningún atisbo de esperanza que redima a la saga. Ninguno. Twilight ha muerto, para siempre. Dios existe, tal parece.
En un cruel giro del destino, en el lapso de dos semanas tenemos tres películas que tienen como protagonista a una de las grandes mentiras de los últimos años: Robert Pattinson. El enclenque actor aparece en las salas argentinas en Cosmópolis, en la película que nos compete y cierra el circuito la semana que sigue en el producto que lo hizo saltar a la fama, el final de la saga Twilight. Es entonces que en Bel Ami, Pattinson le da vida al personaje de la novela de Guy De Maupassant, un joven cuyos talentos son una belleza incomparable y una despiadada astucia, talentos que pondrá en cruel práctica al intentar seducir a cualquier mujer influyente en la vida parisina para trepar en la escala social y pasar de la miseria absoluta hacia lo mejor de la sociedad de París. El joven actor realmente encaja físicamente en el papel, pero su versatilidad termina ahí; claro que es un referente, un epítome de la belleza actual, pero al frente de una historia con moraleja como lo es el cuento de Maupassant, sus herramientas actorales hacen agua terriblemente. Por suerte, un equipo de féminas experimentadas lo respalda sobriamente: ya sea la frigidez característica de Kristin Scott Thomas, el aire picaresco del personaje de Chrsitina Ricci o la hermosura y sensualidad de Uma Thurman, todas estas veteranas ayudan al subir el nivel de la propuesta. Pero no todo es color de rosas y definitivamente un elenco con trayectoria no subsana el hecho de que el guión de Rachel Bennette es bastante escaso y poco pretencioso, y el diálogo minimalista del protagonista tiende a empujarlo hacia el territorio de las constantes miradas petulantes para remediar el problema de lo escrito. Poco ayuda también el hecho de que los directores Declan Donellan y Nick Ormerod consigan con Bel Ami su opera prima, por lo cual juegan en un territorio seguro y no innovan en su dirección, lo que hace que se sienta aburrida y repetitiva, por más que los detalles y la fotografía a cargo de Stefano Falivene luzcan increíbles. La historia de Maupassant, aunque no se crea, es interesantemente moderna -sobre todo por el hecho de que hoy en día se puede alcanzar una gran fama sin ningún talento discernible-, pero la producción en general, con un gran elenco, tiene poco que ofrecer más que contar un cuento y ya. Bel Ami tiene poco corazón y, como su personaje, puede parecer atractiva en la superficie, pero por dentro está completamente vacía.
Burton nunca nos abandona. Puede amagar, con el tonto intento de seguir justificando a Johnny Depp en todas y cada una de sus películas como sucedió este mismo año en la torpe Dark Shadows, pero nunca cesa en su empeño de seguir entregando historias con su sello personal. En esta ocasión, regresa en el tiempo y convierte a su adorado corto Frankenweenie en una verdadera aventura en stop-motion que se debía a sí mismo y a los espectadores, ansiosos por ver en pantalla grande esa chispa burtoniana que tanto cautiva. Mientas que Frankeenweenie es un poco más convencional -menos extraña, digamos- que dos de sus obras más elogiadas (A Nightmare Before Christmas y Corpse Bride), el alma que destila tiene mucho más carisma y gracia que sus últimas incursiones en el live-action, como ser la ya mencionada Sombras Tenebrosas o la decepcionante Alice in Wonderland. Fijado a los parámetros que se vino imponiendo durante toda su carrera, Burton vuelve a los suburbios, a los vecinos extravagantes, a los personajes que son tildados de raros en la vida corriente pero que en la filmografía del director tienen un lugar especial en su corazón. A fin de cuentas, Frankenweenie bien podría ser una autobiografía, un poco esquizofrénica, de la entonces corta vida del autor. Tildado como un chico raro y solitario por sus pares -lo cual es irónico, ya que la mayoría de los compañeros de clase del muchacho adolecen de varios caramelos menos en el tarro-, Victor se la pasa construyendo sets de filmación en su ático con la inseparable compañía de su perro Sparky. En lo que es una ligera y conmovedora alegoría al primer contacto con la muerte cuando somos chicos, Sparky sufre un accidente y muere, lo que provoca que Victor busque resucitarlo con un empujón de su extraño nuevo profesor de ciencias. Lo que sigue a continuación es una de las historias más amables y queribles que se han visto en el cine de animación en los últimos años. No es que sea una revolución, claro que no, pero la sencillez del guión de John August (colaborador incansable de Burton) y la cantidad de referencias al cine de monstruos de todos los tiempos hace que Frankenweenie termine siendo una interesante película para chicos pero que los más grandes disfrutarán más, al adivinar todos y cada uno de los guiños cinéfilos desperdigados por toda la historia. Más allá de la calidad insuperable y la belleza del blanco y negro de la película -por que no todo tiene que tener colores rutilantes en pantalla-, se trata de un festival nostálgico para todo aquel seguidor de Burton que se precie de serlo: las voces incluyen nombres como el de la talentosa Catherine O'Hara o la chica rara por excelencia, Winona Ryder, o incluso la voz del brutal Martin Landau como el hilarante Sr. Rzykruski. No puede faltar el eterno guiño a Christopher Lee, del cual pensé que iba a tener un rol más activo en esta propuesta. Frankenweenie entonces marca un esperado regreso en forma a la vasta y prolífica filmografía de un genio cono Burton, que se debía hace rato un homenaje propio volviendo a sus raíces y poniéndole todo el empeño a un proyecto soñado hace muchos años atrás. Quizás sea un tanto seguro en comparación con otros films del director, pero es justo lo que necesitaban, tanto el director como sus seguidores.
En un año crucial como lo es el 2012 en materia política, la vieja y la nueva escuela del humor hollywoodense se unen bajo la dirección de Jay Roach para crear The Campaign, una sátira irreverente al mundo de la competencía política que apunta, dispara y acierta más veces de las que falla, aunque en general resulte una comedia más sumada a la filmografía de todos los presentes. La película tiene varias fichas para resultar una clara ganadora, pero de una forma u otra termina decepcionando. Tiene un enfrentamiento de talentos humorísticos como lo son el incombustible Will Ferrell (en franca caída, digamoslo así) versus la novedad del momento que representa Zach Galifianakis (todavía no entiendo el humor de este señor, de verdad no puedo...) en el que ambos personifican a candidatos que dan lo peor de sí en una pelea en la que no escasean golpes bajos ni faltan las risas ante cada situación presentada. Tiene una escueta longitud de 85 minutos, transcurre mansamente de un gag al siguiente, algunos con mayor repercusión o impacto que otros -la escena del bebé, aunque graciosa y totalmente desvergonzada, está llevada de una manera muy 'computarizada' como para agradar del todo-, pero finalmente lo que falla es el intento desesperanzado de crear una sátira coherente y cohesiva ante los grandes ganadores de que una parte o la otra cumpla su cometido: las grandes corporaciones que mueven al mundo. El acto final se desenvuelve, cuando todas las perversiones, todos los affairs, todas las idas de olla de los personajes han sido sometidas a escrutinio, ese cambio de tono desde lo totalmente vergonzoso y degradante hacia aguas mas beneficiosas, en donde el happy ending sobrevuela el final para dejarnos un mensaje, cuando claramente toda la línea de la película apuntaba hacia otro lado. Entre corrupciones e inmoralidades en ambos bandos, Will Ferrell se desenvuelve perfectamente haciendo el ganso como le es habitual en su trayectoria. El tipo autoencumbrado al margen de la percepción que de él tienen los demás, dejando el peso emocional de la historia Galifianakis, muy comedido en su composición de un personaje peculiarmente flexible en su desarrollo, el vulnerable que poco a poco se va fortaleciendo. Como aderezo, The Campaign se adorna con las participaciones de Jason Sudeikis, Brian Cox, Jack McBrayer, Dylan McDermott, John Lithgow y Dan Aykroyd, entregados todos a reflejar la degradación generalizada que provocan a todos los niveles quienes se supone tienen que representarnos. Una comedia bizarra, que se suma a la filmografía de Farrell y Galifianakis sin pena ni gloria, tal cual como son los personajes que interpretan.
Parece que el 2012 no se rinde y se guarda las últimas cartas de terror para el final. Luego de un año magro -por ser benévolo-, el género da un interesante manotazo de ahogado con Sinister, una más del montón en la que una pesada e inquietante atmósfera sobrelleva una historia francamente agotada pero que se rehúsa a desaparecer. El director Scott Derrickson encausa su carrera que comenzó promisoria con la escalofriantemente realista The Exorcism of Emily Rose y sucumbió bajo el peso de la aburrida remake The Day the Earth Stood Still con un film co-escrito con el novato C. Robert Cargill que en papel debería haberse visto terriblemente efectivo pero que en su traslado a la pantalla grande genera una gran desconfianza para con la trama. Y es que la historia de un escritor en franca decadencia esperando un regreso a sus quince minutos de fama se ha visto varias veces, y también todos los elementos secundarios que rodean a dicho argumento: una mujer que lo apoya casi ciegamente, hijos disconformes, oficiales de policía que desconfían de su criterio y demás. Una vez que este escritor comience a investigar más sobre los antiguos habitantes de la casa a la que acaban de mudarse -cuya muerte se puede apreciar en la angustiante escena inicial-, más detalles escabrosos saldrán a la luz y un espectro del pasado se hará presente en la peor de las maneras. Lo que nos lleva al quid de la cuestión: ¿Es realmente Sinister una joya del horror perdida entre tanto estreno inútil? No, no lo es, pero se lleva un premio al esfuerzo por intentarlo. Tras su ridícula historia llena de boquetes -¿por qué los personajes no salen corriendo sin cerrar las puertas en el minuto que cosas extrañas comienzan a pasar? ¿Tanto le importa a Ellison un nuevo hit, más que el bienestar de su familia?-, Derrickson se las ingenia para crear escenas que serán difíciles de sacar del imaginario colectivo por un largo rato. Para todos aquellos que la pasaron mal con ciertos pasajes de Paranormal Activity y los recordaron a la hora de ir a dormir, con Sinister y sus oscuros videos caseros estilo Super 8 les provocarán una serie de pesadillas espantosas. A las claras son el aspecto más destacado de la película, y su aire a hecho en casa, sumado a una banda de sonido desconcertante, serán el vivo recuerdo de los espectadores. Esta sensación de malestar va en incremento cuando aparece en pantalla el ser sobrenatural, el Bughuul, quien poco a poco va cobrando mayor presencia en la vida del protagonista y presagia lo peor para todos. Para ser una película que costó alrededor de $3 millones, esta luce muy pero muy bien: sus ambientes modestos son aprovechados con tacto por el director para crear un elemento realista, por más que la historia diste bastante de serlo. Tal credibilidad se sostiene convincentemente de la mano de Ethan Hawke, un actor que uno no pensaría que estuviese ligado al horror, pero que es un detalle que suma y mucho con una actuación interesante y honesta, más en los momentos duros de la película, cuando poco a poco la verdad se va haciendo evidente. Este film dejará sentimientos encontrados: engaña con su interesante dirección, con su elenco, con su aire a siniestro y ese malestar generado que todos quieren sentir cuando ven una película de horror, pero su trama produce mucha desconfianza cuando sus agujeros comienzan a hacerse notar, y eso le resta. Aún así, es una de las mejores opciones de terror en el año y esta experiencia debe vivirse en una sala de cine, en medio de la oscuridad.
Siempre es sorprendente aprender cómo la ciencia médica se ha desarrollado a lo largo de muchas décadas con nuevos descubrimientos, tratamientos y curas. En pleno siglo XIX, la histeria femenina era tratada con lo que se conoce como masaje pélvico. Claramente estamos hablando de la masturbación, siendo un médico el realizador de dicha tarea, no como un acto sexual sino como medio para aliviar a estas mujeres de los síntomas que padecían. Escrita por Stephen y Jonah Lisa Dyer, Hysteria juega con la historia libremente inspirada en la creación del famoso consolador. De hecho, la mirada de la directora Tanya Wexler se enfoca en un aspecto más hilarante detrás del surgimiento del aparatejo, con los métodos manuales y los humildes orígenes de una idea impensable para la época. Tanto el doctor Mortimer Granville como el respetado Robert Dalrymple practican este nuevo método en su consulta privada, que acarrea más de un problema -y más de una situación cómica de por medio- y requiere una solución inmediata. En el medio se encuentran las hijas del veterano doctor, entre las cuales generarán un cuasi triángulo amoroso con el joven aprendiz. Hysteria concentra muchos tópicos en su narrativa, desde temas candentes como la división de clases hasta el romance de Mortimer entre las dos hermanas, hijas de su colega: la una de una naturaleza pura e impecable, la otra de una candidez e inteligencia intachables, entregada hacia los más necesitados y sin miedo a defender sus convicciones. Sumado a eso, una proposición a Mortimer para poner sus habilidades en practica suena demasiado bien como para ser verdad, a la vez que se genera una lucha interna por sobresalir y hacer aquello en lo que uno cree. Aunque puede resultar chocante al comienzo, dado que toca un tema picante y hasta tabú en algunos círculos sociales, la inteligencia de la directora a la hora de abordar la trama se agradece, así como también la elección de un elenco sobrio y comprometido. Hugh Dancy puede que no sea un gran nombre en Hollywood, pero se merece un par de aplausos por su encarnación amable del doctor Granville. Maggie Gyllenhaal no tiene un papel que haga destacar más su apabullante filmografía, pero su personaje se convierte en el catalizador de varios de los puntos claves de la película, mencionando ideas que en la época eran aborrecibles pero que hoy en día son más costumbre que otra cosa. Jonathan Price juega con aplomo al sobreprotector patriarca familiar, mientras que Rupert Everett encarna a un excéntrico magnate quien posibilita al joven protagonista la oportunidad de usar un artefacto de su creación para su propio provecho en un extravagante papel. Hay mucho para disfrutar en Hysteria, incluso si uno ya sabe el origen y la evolución de dicho aparato del placer. Con un delicado y sutil sentido del humor como solo los británicos saben ofrecer, aderezado con bastante detalle de la época y relleno de cálidos momentos encantadores. Es atrapante y bastante liviana durante todo su recorrido, e incluso si no lo deja a uno extasiado, sus infecciosas ínfulas positivas ofrecen bastante placer (sic) durante hora y media.