Quentin Tarantino es un nene grande caprichoso y con cada película lo demuestra más y más. No es secreto alguno que el tío Quentin adora el spaghetti western, una de las grandes influencias en su filmografía, y con Django Unchained le da rienda suelta a sus fantasías del Oeste más salvajes en un film que rebosa hectolitros de sangre y carcajadas a partes iguales. En el marco de la época pre Guerra Civil, y por durante dos horas y media que uno no quiere que termine más, Tarantino narra una historia de eslavitud, venganza y redención utilizando como faro guía al Django de un excelente Jamie Foxx, acompañado de su nuevo mejor amigo y compañero de batallas, el estrambótico y correcto Dr. King Schultz (un doblete magnánimo de parte de Christoph Waltz) Como no podía ser de otra manera, la brutalidad, marca constante en todos los trabajos del director, se hace presente de una manera cruenta y despiadada, tan sólo desenfocándose cuando el espectador ya ha sufrido demasiado y necesita un descanso. Lo que no pasaba en anteriores aventuras del director es la condensación en una misma línea narrativa la comedia negra (negrísima, al gusto Quentin) y las escenas de suspenso rabiosas, de ésas que le ponen a uno los nudillos blancos de la tensión; por momentos estamos viendo escenas que lo hacen a uno arrancar a las carcajadas y por otros los ojos están fijos en la pantalla, atentos a cada movimiento y paso en falso de los protagonistas. Tenía mis reservas de si el elenco resultaba en ciertas partes desafortunado, pero Jamie Foxx tiene un viaje de emociones que para el final de la película lo dejan más que bien parado y con aires de ícono de culto en cualquier momento; quien quizás sale bien parado es Waltz repitiendo un papel peculiar y demasiado justo para él, provocando más de un déjá vu con su Hans Landa de Inglorious Basterds. Sorprende gratamente el ridículamente serio y lleno de aspavientos Monsieur Candie de un Leonardo Di Caprio, eclipsado solamente por el taimado sirviente Stephen de un agradablemente irreconocible Samuel L. Jackson a quien el papel le sienta de perlas. Los cameos y apariciones especiales se suceden en cada escena y cada tramo, y sin dudas la más genial y aplaudida será la participación del eterno Franco Nero, el Django original. Como el elenco, todo en Django Unchained está orquestado hasta el más minimo detalle, cortesía de un director meticuloso que no le teme a los acercamientos raudos a la cara de los protagonistas, un detalle casi caricaturesco que le da un regusto diferente a todas sus películas; la banda de sonido es un apartado que nunca decepciona, y acá las melodías de Ennio Morricone se entremezclan con las nuevas creaciones de Rick RossJohn Legend para provocar una combinación armónica fastuosa y fabulosa. Mientras su anterior film puede haber resultado violento en los últimos tramos, con esta nueva historia Quentin se da el lujo de hacer saltar la sangre hasta el techo, y también de pasar a la historia con un clímax tan audaz y sangriento que la pelea de Uma Thurman en Kill Bill es cosa de críos. Poco y nada se le puede criticar a Django Unchained, un brutal festín de sangre, violencia y risas como sólo Quentin Tarantino nos puede mimar, demostrando que, como los buenos vinos, mejora con cada año que pasa.
Hace rato que la comicidad de Billy Crystal se ha diluido. Al menos desde una década atrás, después de Analyze Me, que no pega en la taquilla y en Parental Guidance hace un esfuerzo más que sobrehumano para volver a las grandes ligas, pero los intentos caen en vano con una película cuyo formato televisivo y previsible arruina toda intención de provocar divertimento. Esta cuenta entonces la historia de una familia americana promedio, con padres terriblemente atareados en sus trabajos y tres preciosos y cuidados hijos que crecen bajo un estricto régimen de crianza y enseñanza muy new age. Problemas van, problemas vienen, los abuelos maternos tienen que encargarse de cuidar a unos nietos que apenas si ven, ya que sus métodos caseros y anticuados de tratar a su propia sangre no encajan y avergüenzan a su hija. De más está decir que todos los estándares de la familia se verán puestos a prueba (de las maneras más previsibles y socarronas posibles) no dejando lugar a la imaginación y a la sorpresa. La historia pergeñada por Lisa Addario y Joe Syracuse atrasa unos cuantos años, cuando Home Alone era un hit familiar rotundo y los chistes escatológicos estaban en boga. Dentro de los parámetros de su propia filmografía, el director Andy Fickman (The Game Plan, You Again) no arriesga y juega sobre seguro, tocando todas las notas de la comedia familiar sin salirse de su zona de confort. La otrora grandeza de Crystal todavía tiene sus destellos de genialidad, pero en un envase que le queda un poco grande a la rutilante brillantez que alguna vez supo hacer destacar. Los momentos compartidos con una cálida Marisa Tomei son escasos pero creíbles, con una química notable, así como también la siempre cómica y sagaz Bette Midler, que se despacha con algún que otro numerito musical para el recuerdo. Los chicos se comportan como chicos, en especial los más pequeños, además de notar un crecimiento tangente en Bailee Madison. Los últimos momentos de Parental Guidance tienen un genuino gusto al drama familiar, y se sienten reales y emocionantes, pero no basta un elenco dócil y ciertos brillos de comedia para levantar a una propuesta de poco vuelo.
Digamos que Hansel & Gretel: Witch Hunters no llega en el mejor momento: ya hemos tenido a varias figuras históricas o de fábulas transportadas a escenarios más oscuros y de resultados dispares como Red Riding Hood, las dos versiones de Blancanieves y Abraham Lincoln: Vampire Hunter, entre otras. ¿Qué cambia entonces con esta propuesta? Nada, son los mismos elementos combinados de manera similar pero con una cuota de diversión sangrienta que no pide permiso para elevar la cota de humor negro por las nubes. El noruego Tommy Wirkola no es ajeno a las historias descabelladas. El director de Dead Snow, una brutal y tóxica película de zombies nazis en la nieve, pegó el gran salto a Hollywood con esta versión steampunk de los adorables hermanos pasados de azúcar que nada tienen de dulces. Convertidos en imparables asesinos a sueldo, se verán contra su mayor desafío al enfrentarse a un aquelarre entero de brujas que intenta frenarles el paso de una vez por todas. Hansel & Gretel: Witch Hunters no es una película exigente ni mucho menos; toma inspiración de varias otras con cazadores famosos y criaturas sanguinarias, pero nunca intenta ser otra cosa, ni disfrazar sus intenciones. Wirkola se nota que se divierte muchísimo filmando escenas de acción bien coreografiadas y no exentas de golpes y disparos a quemarropa tanto para los enemigos como los protagonistas, que más de una vez terminan gateando en el suelo. Acá la dupla protagónica de Jeremy Renner y Gemma Arterton, si bien no tienen mucha conexión entre sí como hermanos, cumplen con su papel de vigilantes armados a la perfección, ella quizás más que él, que sigue en plan serio pero no aporta mucho carisma a su personaje. Por el lado de los villanos, Famke Janssen se despacha con soltura a una bruja sexy y malévola sin perder el hilo de la propuesta, mientras que la línea secundaria del sheriff de Peter Stormare se siente apurada y sin sentido. Quizás el 3D se vea forzado y distraiga bastante en las escenas de acción, pero la simple historia que tiene un par de vueltas en el camino no se vuelve pesada en ningún momento y se hace bien ligera. El mismo guión de Wirkola no se presta a ser un relato serio, sino que es consciente del producto que es y así el film es un festival en su propia ley. Hansel & Gretel es una violento y sangriento film con toques de terror -muy pocos, a decir verdad- que compone una buena opción de entretenimiento salvaje y desconsiderado. Quizás llegue tarde, pero nunca está de más un producto divertido y con bastante mala leche.
Gangster Squad es una cáscara brillante, pero vacía. Llama la atención de inmediato por su interesante elenco y la meticulosa reproducción de una Los Ángeles de fines de los '40, no obstante, detrás de su opulencia fílmica, se encuentra una historia ensamblada que se nutre de varios éxitos pasados del género. La misma quiere ser una reimaginación de aquellas historias de pandillas, pero poco y nada tiene que aportar a dicha subtrama criminal, exceptuando ser un producto de calidad y entretenimiento asegurado. En una cruenta y pasmosa escena inicial es que conocemos al villano de turno, el matón Mickey Cohen, un sujeto con complejo de superioridad que aspira a comerse el mundo y, para eso, empieza a tomar el control de una Los Ángeles corrupta y llena de vicios por doquier. En una ciudad en la que nada ni nadie está seguro, él se cree un dios, pero un astuto y obstinado agente de la Ley piensa lo contrario: el sargento O'Mara está cansado de que el lugar que eligió para criar a su hijo sea un desperdicio y se dispone a limpiarlo con sus propias manos. Tendrá un incentivo, claro, cuando un superior le proponga armar un escuadrón para hacerle frente al criminal jugando con la misma moneda. ¿El resultado? Casi dos horas de enfrentamientos a quemarropa en el que ambas facciones luchan por el control. Antes que nada el aplauso se lo merece Ruben Fleischer por lograr que una de gangsters luzca impecable. El director tiene un pulso bastante peculiar para filmar que ya había mostrado en la brutal Zombieland y que vuelve acá más estilizado que nunca. Muchas tomas cobran vida propia y resultan en una inmersión en la trama, aparte de que la recreación se antoja vistosa y asfixiante de color al mismo tiempo. Técnicamente, Gangster Squad se pasa, pero a la hora de vendernos una historia creíble y aceptable, el guión de Will Beall toca tantos lugares comunes que es inevitable darse cuenta de que es la misma de siempre. Un malo malísimo, un bueno que es un pan de Dios, pérdida de vidas inocentes, trampas, amoríos... Básicamente uno puede prever cada paso y cada vuelta del argumento, lo cual hace el paseo violento menos entretenido y disfrutable de lo que podría haberlo sido con una historia más pulida y no tan simplista. Afortunadamente, lo que podía ser un bodrio de película sale a flote con un elenco soberbio y sobrio en todos sus aspectos. Por sobre todas las cosas, las idas y vueltas que tienen Josh Brolin y Sean Penn son fantásticas: el uno que nació para ser un justiciero -y para brillar en Hollywood, sin dudas- y el otro que encontró que el traje de villano le sienta de perlas. La lista sigue y nos encontramos con Ryan Gosling y su seductor emperdenido Wooters -cuya aterciopelada voz resulta extrañamente atractiva-, que le sigue rompiendo el corazón a una despampanante Emma Stone -recordemos la natural química de estos dos en Crazy, Stupid, Love- y conforman uno de los dos polos de amor, el otro siendo el del personaje de Brolin y una convincente Mireille Enos, a la cual nos tendremos que ir acostumbrando en el medio porque viene pisando fuerte. El equipo se conforma con el comodín, Giovanni Ribisi, la resurrección de Robert Patrick y dos caras nuevas que se están colando poco a poco en la Meca: Anthony Mackie -cuya posición consolidada crece más y más, y Michael Peña, el as latino por excelencia en estos últimos años. Mención especial le vale a un Nick Nolte irreconocible. Hay tiros, lío, y cosha golda en Gangster Squad, lo suficiente como para que el reloj se pase volando, pero la falta de interés suscitada luego del final es alarmante, y no creo que una película se jacte de eso. Se esperaba mucho más de ella pero no, no estamos frente a The Untouchables del siglo XXI, ni mucho menos.
Cinco minutos dentro de la hermosa narrativa que tiene Life of Pi y ya uno puede predecir el futuro que tendrá la película en las sucesivas entregas de premios; y es que Hollywood ama lo bollywoodense, y esta encaja perfectamente en todos y cada uno de los requerimientos de este tipo de historias. Ya lo hizo una vez un director tan ecléctico como Danny Boyle con su Slumdog Millionaire, así que ¿por qué no podría salirle lo mismo al loado Ang Lee? Ciertamente la fabulosa vida de Pi Patel, basada en la novela de Yann Martel, tiene mucho más sentido y coherencia que la retratada por el británico, y una moraleja mucho más profunda y asible, aunque eventualmente caiga en los mismos lugares comunes del género melodramático. Mal que mal, Ang Lee y su guionista David Magee (Finding Neverland) logran mantener al espectador cautivado con una historia realmente fascinante de dos horas. En ella podemos conocer al protagonista, un personaje con todas las letras, cuya hoja de vida particular inspiró a un escritor a creer en la existencia de Dios luego de un brutal naufragio que dejó al joven sin familia y con la sola compañía de un arisco y de poco fiar tigre de Bengala a bordo de una balsa. Lo que hace grande a Life of Pi también termina por delimitarla. No hay dudas que la pelea por sobrevivir de Pi tiene un atenuante pesadísimo con el tigre Richard Parker -sí, con nombre y apellido viene el asunto-, pero eventualmente el film decae en su ritmo y todo se reduce a ver al ingresante Suraj Sharma ingeniárselas para lograr una actuación impresionante, ya que gran parte de la película lo tiene como foco a él y a los animales -sobre todo al felino-, creados casi completamente en digital. La aleccionadora historia sobre la religión nunca termina de consolidarse y parece un panfleto bíblico, pero no afecta el todo porque Ang Lee prefiere maravillar con una película que va más allá de lo técnico y resulta en un festín deslumbrante de colores, desde esos créditos iniciales llenos de un 3D con profundidad pasmosa, que marcan la calidad que tendrá en su totalidad. Por mucho que la historia o los efectos arrasen con la mente del espectador, es imposible dejar de ver a Life of Pi como una mezcla entre Cast Away, por la temática obvia, y Forrest Gump, por la construcción del personaje de Pi (todo a partir del extraño nombre completo). No deja de ser un film visualmente impresionante que marca un antes y un después técnica y visualmente, pero sencillamente no es una historia de vida trascendental como parece serlo.
Tardó cinco años en volver a dirigir, pero el español Juan Antonio Bayona está de regreso luego de su escalofriante ópera prima -El Orfanato- con otra historia que hiela la sangre aún más, ya que se basa en la realidad que vivió una familia durante uno de los eventos naturales mas catastróficos de los que alguien tenga recuerdos. Con pulso sereno y confiado es que Bayona nos presenta al grupo en cuestión, liderado por los talentosos Ewan McGregor y Naomi Watts, junto a sus tres pequeños hijos, de los cuales destacaremos fervientemente al mayor, Tom Holland. Entre los dos actores con pedigree y el joven novato es que se mueve el encuadre narrativo de la película: durante la mayor parte -la más significativa y provocadora- vemos como el más que realista y palpable tsunami arrasa con todo y deja desamparados a María y su primogénito a la intemperie, mientras que Henry ha puesto a salvo a los retoños menores y busca a su esposa e hijo implacablemente. Momentos después de la ola de muerte es cuando Bayona y su guionista Sergio G. Sanchez eligen ensañarse con sus protagonistas de una manera tan realista y a la vez tan cruda que asombra. La cantidad de obstáculos a superar por María y su hijo son innumerables y sus gravísimas heridas no ayudan para nada, sino que empeoran minuto a minuto mientras Lucas (el mayor) encuentra el coraje para seguir adelante y salvarse. De ser la historia verídica de la familia tal cual la vemos en pantalla, estamos ante una historia de supervivencia impredecible y milagrosa, aunque imagino eligieron dramatizar un poco ciertas situaciones que, con la musicalización correcta, golpean bien fuerte pero sin dar golpes bajos. No sólo el elenco está estupendo (Watts se eleva más y más a medida que transcurre el metraje y el estado de salud de su personaje deteriora, McGregor cumple y tiene un estallido maravilloso durante una tensa llamada por teléfono y Holland se roba los aplausos como el muchacho -amén del cameo de la eterna Geraldine Chaplin-) sino que los valores de producción son altísimos y la destrucción mostrada en pantalla luce como si hubiesen filmado durante el incidente. Es como para quedarse pasmado con las imágenes que se suceden fotograma a fotograma. Como bien reza su frase promocional, nada es más fuerte que el espíritu humano, lo cual se convierte en la columna vertebral de Lo Imposible. No es una película para todos, ciertas secuencias duelen y traen recuerdos dolorosos, pero es un gran homenaje a todas las familias afectadas por la fuerza impredecible de la madre naturaleza, con un elenco de lujo y un director que merece ser reconocido de inmediato.
El prejuicio de decir "es una película de Madonna" escapa instantáneamente al momento de mencionar W.E., el flamante segundo opus directorial de la cantante pero el primero de sus largometrajes. Quizás sin el hecho de destacar que dicha película es de la propia autoría de la estadounidense, la oportunidad de ver este drama romántico y totalmente almibarado sea bastante prudencial. Incluso si dicho detalle hubiese pasado desapercibido a la hora de presentar la película, la opinión de muchos no se hubiese sentido tan parcial, pero si hay que mencionar un detalle es el ojo especial que ella tiene para filmar un producto más que decente, al que le falta más de una pulida para convertirse en algo especial y fuera de lo común. Claramente W.E. es una gran pancarta de amor de la propia directora hacia la controversial figura de Wallis Simpson, una norteamericana que logró robarle el corazón al futuro monarca inglés Eduardo VIII y todos los problemas que le trajo aparejado a la pareja al verse inmersos en un escándalo de proporciones mundiales. La visión de la historia entonces es contada en dos líneas temporales: la de Wallis y Eduardo en 1936 y en 1998 por la joven Wally y el guardia de seguridad Evgeni. Como punto de equiparación, la subasta de objetos de los Duques de Windsor actúa como catalizador de que las líneas se entremezclen y se apoyen una a la otra para llegar a la tediosa meta final de las dos horas de metraje. Claramente a W.E. le sobra bastante celuloide y la capacidad narrativa de Madonna solo es efectiva en una dosis más pequeña, más asequible. La película tiene romance, mucho romance; es la historia de una mujer que fue contra la corriente y le costó absolutamente todo, y sólo el amor profesado por su amado la ayudó a salir adelante. Por su parte, en el presente, Wally es una joven que anhela ser amada con todas sus fuerzas y su marido es una figura ausente, y he aquí el porqué se sustenta tanto con el "romance del siglo" para lograr finalmente que el amor entre en su vida. Para ser un film que busca reivindicar totalmente a la figura de Wallis Simpson, Madonna jugó mucho con la credibilidad de la historia y en ciertos pasajes es demasiado evidente la fuerza en la que se hace el hincapié para que Wallis agrade y se sienta empatía por ella. Durante gran parte este funciona por medio del carisma y gracia de Andrea Riseborough, apoyada soberbiamente por la joven Abbie Cornish, dando momentos muy atractivos entre las dos cuando sus historias se cruzan en un cuestionable pero interesante recurso fílmico. Los caballeros que las acompañan funcionan también, pero el Eduardo VIII de James D'Arcy no tiene tanta química con Riseborough como sí la tiene Oscar Isaac con Cornish en la historia que transcurre en la actualidad. W.E. es hermosa, tiene una reconstrucción histórica impecable y un buen elenco, pero su larga duración y su falta de foco narrativo pueden ser letales para el espectador, aunque si se tiene en cuenta que Madonna es nueva en todo esto, se le puede perdonar que todavía no haya logrado controlar su ojo para el cine. Aún así, es un esfuerzo más que loable de su parte; será cuestión de ver como evoluciona su lado cinéfilo.
Tras la contundentemente cálida recepción tanto de la crítica como del publico de la comedia femenina Bridesmaids, no faltó mucho para ver la inspiración de ésta misma en varias producciones del género. Casualmente la obra teatral de Leslye Headland se prestaba mucho a ese campo, y la autora no tuvo la mejor idea que traspasar su invención a la pantalla grande, en calidad de directora y guionista a la vez. ¿El resultado? Bachelorette, una más que agradable comedia que gira alrededor de un evento nupcial pero que tiene más alma picante y exagerada como otra comedia con mujeres al frente como es la rutilante The Sweetest Thing. El primer punto importante en el que se tiene que destacar una película del estilo es su reparto. Sea el guión bueno o malo, incisivo o no, las aptitudes actorales del elenco son las que llevan adelante cualquier realización, y en este caso no es la excepción: el trío de amigas representadas por Kirsten Dunst, Lizzy Caplan e Isla Fisher tiene una dinámica increíble y cada una de ellas se roba el momento en el que le toque lucir su lado más animal. Kirsten es la más recatada del grupo, pero su amargura para con todo el evento y todos los comentarios sarcásticos hacen que éste papel en particular le siente de perlas; por otro lado las secuaces no se quedan atrás, con una Lizzy Caplan totalmente desatada a la que finalmente le llegó la hora de lucirse en las grandes ligas como una comediante de peso y, para no quedarse atrás, se aferra muchísimo al humor de la disparatada Isla Fisher, ese bombón sexual colorado cuyas gesticulaciones y estallidos de alegría se roban la película. Rebel Wilson, la rubia rellenita de Bridesmaids, cumple en su papel de la gordita del grupo que coincidentemente ha logrado encauzar su vida y está a punto de lograr lo que ninguna pudo: casarse con el hombre de sus sueños. El resto del elenco cumple, en particular los varones del grupo, como ser el siempre destacable Adam Scott, el carilindo James Marsden o el simpaticón Kyle Bornheimer. Si pensaban que Bridesmaids era zarpada, es porque no vieron nada todavía. Headland no se dejó ningún cartucho sin usar para su película y hace atravesar a sus protagonistas por situaciones totalmente explosivas y desagradables, todo esto con más de unas cuantas pizcas de cocaína encima que hacen surgir más de una eventualidad grotesca y rayana en lo vulgar. Para muchos serán momentos impresentables, pero para los que adoran ver a mujeres que también pueden salir de fiesta descontroladamente como los muchachos de The Hangover, están de parabienes. Emergencias de última hora con el vestido de novia, antiguos rencores y secretos, sobredosis y fluidos varios intervienen en la trama para sacarle jugo a esta comedia que si bien no se extiende en duración, su hora y media le bastan para crear conflictos suficientes para entretener. Quizás el film se hubiese beneficiado más cuando elige -como todas las películas del género- enfocarse en los problemas personales de cada individuo, y la fuerza que se venía gestando desde el comienzo va perdiendo más y más vapor, hasta que cada personaje enfila un poco el camino y ahí es cuando vuelve la locura de los preparativos a último momento y la incertidumbre de saber si todo resultará bien. En resumidas cuentas, Bachelorette cumple con lo que promete: una nueva comedia picante que se une al panteón de ejercicios fílmicos con mujeres que saben cómo hacerte reír y también saben cómo salir de fiesta con clase... y sin ella.
La semana pasada con Dulce de Leche caí bajo el filo del cine nacional mas soporífero que existe; en esta oportunidad era hora de conocer el otro lado de la producción argentina, aquella que si o si necesita del boca a boca para funcionar, que es gratificante de ver en selectas pantallas pero que apena que se le de un tratamiento tan independiente, porque estamos frente a una de las joyitas escondidas en la filmografía del país que tiene todos los condimentos para convertirse en una obra de culto. Lo que comienza como un día típico en la vida del ex-boxeador Marcos Wainsberg se convierte rápidamente en el hijo no reconocido de un trabajo de Guy Ritchie y Quentin Tarantino: unos 80 minutos estilizados a la manera argenta, con personajes típicos de la selva de concreto, haraganes, machistas, malhablados, ventajeros, la más baja calaña que se pueda ver cotidianamente en los noticieros, quienes están presentes en la ópera prima de Nicanor Loreti. La mala leche porteña se vive a través de cada sujeto que entra en escena, desde un impresionantemente dejado Juan Palomino, que sorprende con las capas que le aporta a su Inca del Sinaí, hasta el temeroso primo Hugo (un aplaudible Sergio Boris) e incluso el verborrágico Café con Leche de Luis Aranosky; para los más nostálgicos, Hugo Quiril, el eterno Kato, el Ninja Blanco, hace una aparición especial cuando la película toca su lado más rutilante promediado el final. Diablo tiene una calidad enorme y eso se le debe a la mano de Loreti y al mismo guión en co-autoría con Nicolás Galvagno. La historia es simple pero poco a poco, a medida que las "visitas" llegan a la casa del boxeador, la trama comienza a girar desquiciadamente, convirtiéndose en un verdadero festín de clase B que no para de generar situaciones fuera de proporción y carcajadas en la platea debido a su alto contenido de humor negro. Usualmente uno espera una calidad dispar en productos nacionales y más en algo creado independientemente, pero Diablo tiene una definición alucinante que la hace merecedora casi obligada de una gira por las salas. El cine nacional como este es la clase que hay que apoyar; con una historia simple y muy autóctona, personajes identificables, odiosos y egoístas, un sinfín de situaciones cómicas y con el humor más negro que se pueda apreciar en cartelera. Por motivos como estos es que se debe apreciar lo nuestro: una muestra de que cuando se quiere crear algo novedoso y original sin perder las raíces, se puede. Bravo por Diablo entonces.
En plena tarea con las secuelas de Saw, el dúo de amigos Marcus Dunstan y Patrick Melton idearon una precuela para la exitosa saga de horror que nunca se llevó a cabo. Ni lerdos ni perezosos, los muchachos arreglaron un par de detalles y estrenaron The Collector, un sangriento refrito de pornotortura que claramente se sentía como un robo más, y si bien nunca se esperaba una secuela, acá tenemos The Collection, que básicamente es la misma temática pero con el ángulo Alien/Aliens: más, mejor, más fuerte, sin tapujos. Quizás no sea el villano más interesante que haya surgido en los últimos años, pero si algo tiene El Coleccionsista es que es implacable: le gusta matar, y para ello se vale de trampas imposibles de pensar para disfrutar de la carnicería que se viene. Conectando un poco donde quedó la anterior entrega, el antihéroe Arkin se ve inmerso en la acción cuando un millonario lo fuerza a unirse a un grupo de mercenarios para rescatar a su hija Elena de la guarida del asesino: el conveniente hotel en ruinas Argento (por el director italiano Dario Argento, guiño, guiño). De ahí en más, sangre, sangre y más sangre. Dunstan y Melton son conocidos por la gratuidad de las propuestas que escriben. Antes de la saga Saw, firmaron la trilogía Feast y luego la paupérrima secuela Piranha 3DD, cuatro películas que derrapan en lo más absurdo de la serie B del terror y no piden disculpas por ello. Con ese prospecto, se teme lo peor en esta secuela, pero la dupla logra balancear lo gratuito a la vez que repara varios errores anteriores, logrando mayor cohesión en una historia que tiene como valor principal entretener a través de lo sangriento. No tiene sentido criticar las imposibles trampas del villano si tampoco le criticábamos a Jigsaw por lo mismo; en este laberinto macabro que se plantea como escenario principal no faltarán la sangre, los huesos rotos ni los aparatos mortíferos. De hecho, si uno ajusta sus expectativas a lo que realmente el producto tiene que ofrecer, se llevará una grata sorpresa -como quien les escribe, que no esperaba nada de la misma y salió satisfecho-. Gran parte de que The Collection funcione también se debe a la dupla en escena que forman Josh Stewart, repitiendo su apático Arkin, y la inserción de la scream queen de Emma Fitzpatrick. Él sigue parco como siempre, pero hay algo que hace click dentro del personaje y son esas ganas de sobrevivir a como de lugar lo que empuja la película hacia otro sitio; por otra parte, Fitzpatrick logra algo impensado y que siempre es razón para aplaudir: que su damisela en peligro sea bastante proactiva y no solo esté para gritar, correr y lucir bien, sino que sea un personaje clave que sepa que se tiene que mover si quiere mantenerse con vida. Si la primera película recurría mucho al juego del gato y el ratón entre Arkin y El Coleccionista en una mansión, acá el efecto de la persecución se pierde en pos de una cacería humana, en donde todo es frenético y la muerte está a la vuelta de cada esquina. Por supuesto, uno pensaría que la duología cierra acá, pero no: en una intrigante vuelta de tuerca final podemos apreciar que no todo termina y fácil podemos tener una trilogía o, si el personaje cala más hondo en su público, una heredera de Saw en cuanto a vísceras se refiere. Por si no lo habían notado tampoco, casi todo el equipo técnico de las producciones de Jigsaw hace una gran reunión acá, con los guionistas, el compositor Charlie Clouser y hasta el editor Kevin Greutert, así que no es sorpresa que la película luzca visualmente como una secuela más de aquella saga. Dunstan y Melton han creado con The Collection una segunda parte inesperada que expande un poco la visión retorcida y maquiavélica que tienen estos muchachos para con el horror. No es para todos, obviamente, pero el fanático del horror puede descansar sabiendo que va a encontrar un film que destila sangre por cada uno de sus poros de celuloide.