Nicholas Sparks es la mente detrás de esas novelas románticas que luego se traducen a la pantalla grande en películas que tanto le gustan a tu novia, tu novio, hermana, prima o parecido. Los picos altos han sido la tremendamente romántica The Notebook y Message in a Bottle, siendo la última The Last Song, protagonizada por la joven proeza musical Miley Cyrus. Entonces, ¿cuál es el próximo paso a seguir? Traer a otra joven estrella para dar vida a un nuevo libro, en este caso el joven Zac Efron, al que le falta un golpe de horno actoral, así como también a la simplona historia que presenta The Lucky One. El protagonista masculino es un ex-combatiente quien regresa a casa con la foto de una joven desconocida, imagen que encontró en uno de sus viajes y, según él, le sirvió como amuleto para sobrevivir. Una vez vuelto, los embates psicológicos no le permiten reformar su vida normalmente, así que emprende un viaje para encontrar a la muchacha. Por supuesto, ella es hermosa, joven, con un hijo y un trabajo a cuestas, y la química no tardará en aflorar. Y he aquí el problema principal de la película: la trama es demasiado simple como para atraer al espectador medio, un argumento que hasta se vale de los clichés más utilizados en este tipo de propuestas, como el ex-marido celoso o la propia historia familiar de ella. De poco sirve el talento de una grande como Blythe Danner (Meet the Fockers) o la sonrisa radiante y la candidez de Taylor Schilling frente a un Zac Efron carente de afecto y emociones (para decirlo en criollo, actuando es de madera). La escasa química de la pareja poco y nada puede hacer frente a las embestidas de una historia que se ha visto demasiadas veces y, lo peor de todo, sin variación alguna en los obstáculos a superar por los personajes. Una desgracia que la sobria dirección de Scott Hicks (Hearts in Atlantis, No Reservations) haya encontrado un recipiente tan insulso como en esta película. Para los ávidos y los completistas de las adaptaciones de Nicholas Sparks, la película cumple escasamente con el objetivo. Para el resto, una tortura en forma de novelón.
Shame empieza con su protagonista, Brandon, desnudo, caminando solo por su departamento, comiendo el desayuno y orinando, todo esto mientras una mujer, hasta el momento desconocida, ruega al teléfono por escuchar su voz, saber de él, estar segura que ella significó algo. Brandon termina sus necesidades y procede a darse una ducha sin haber atendido sus mensajes. Su indiferencia hacia ella es fríamente evidente. Así es como el director Steve McQueen nos presenta a su protagonista, un hombre desconectado emocionalmente de los demás pero con impulsos sexuales inmensos. Impulsos que, cuando no puede expresarlos con alguna mujer, lo hará con sí mismo, ya sea valiéndose de pornografía en revistas, videochats, o simplemente, masturbándose en el baño. Pero todo ese sexo jamás es suficiente. Shame es una de esas películas que desnuda a sus personajes, en forma literal y metafórica. No hay tapujos, no hay tabúes, McQueen refleja el retrato de una sociedad guiada por la superficialidad y, al parecer, las consecuencias de ello. Así en pantalla enfrenta a los dos polos: por un lado a Brandon, el hombre desinteresado de cualquier cosa que involucre sentimentalismo y que sólo busca satisfacer sus deseos, mientras que del otro a su hermana Sissy, emocional y vulnerable, brillantemente interpretada por una Carey Mulligan que merecía estar sentada junto a las nominadas al Oscar esa noche del 26 de febrero pasado. El encanto de la película radica en las actuaciones de sus protagonistas: un ejemplo bastante curioso es la escena en el bar donde ella canta New York, New York de Frank Sinatra, canción que a pesar de tener una letra un tanto agradable, resulta incómoda de ver, pues sabemos que Sissy en realidad está cantándole a la indiferencia de su hermano. En materia de exposición, McQueen no se mide, hace de Shame una película que orgullosamente merece su clasificación extrema, hay escenas de sexo de calidad y en cantidad, pero cada desnudo, cada penetración, cada encuadre, está justificado y significa algo. McQueen hace del acto sexual una poesía de romanticismo, frustración y dolor, hace que signifique algo y no esté ahí sólo por la mera exposición. Ya es de conocimiento público que su punto fuerte es Michael Fassbender, cuya actuación recibió oleadas de aclamación de la crítica y el público. ¿Qué esperar de este estupendo actor?. En efecto, su trabajo es extraordinario, imperdible, valiente y conmovedor, Fassbender da una de las mejores interpretaciones de la década. Su actuación consiste en sutiles pero muy directos gestos, acciones y silencios para saber que por dentro su personaje sufre de una tormento terrible. No hace falta que grite, que rompa cosas y le reclame a Dios en medio de la lluvia el por qué de su existencia y sufrir. ¿Qué si el sexo no es suficiente? ¿Cómo puede ser el placer más grande del mundo resultar algo doloroso? ¿Por qué no se puede conectar con una persona emocionalmente y evitar tener relaciones a la mujer de en frente?. Shame se une a la fila de películas incómodas y profundas como The Last Tango In Paris de Bernardo Bertolucci, Crash de David Cronenberg e incluso, Eyes Wide Shut de Stanley Kubrick. A McQueen, al igual que los directores de las cintas mencionadas, no le interesa meterse en dilemas morales con sus personajes, decirnos qué está bien y qué está mal, sino simplemente ponerlos en pantalla y mostrarnos su cruel y solitario mundo. Shame es una cinta bellamente fotografiada que merece ser vista por aquel público valiente que no le tema a un retrato en el que pueda verse reflejado. No es una película que se disfrute por morbosidad, ya que ninguna de las escenas de sexo resulta erótica, sino poética, dramática, una película cuyo final puede resultar un golpe bajo al estómago sensible del espectador.
Tener a alguien en tu propia familia que sigue tus mismos pasos y sea exitoso en el campo en el que uno no lo fue debe ser difícil; para el reconocido profesor Eliezer Shkolnik debe ser aún peor que su hijo, sangre de su sangre, lo supere en algo que le ha llevado toda su vida académica construir. En Footnote, las raíces familiares se notan más profundas que nunca cuando un galardón nacional se interpone en la ya deteriorada dinámica entre padre e hijo, provocando un enfrentamiento de egos irresistible. Eliezer Shkolnik es el patriarca, el investigador devoto y férreo que maneja sus investigaciones con métodos de la vieja escuela; su hijo, el profesor Uriel Shkolnik se adaptó a los tiempos que corren. Sus investigaciones más cotidianas y mundanas le han valido el cálido reconocimiento de sus pares, mientras que el anticuado Eliezer ha caído en el ostracismo profesional y espera el día en el que su ardua labor sea reconocida. Esta relación es el eje principal de la película, un tire y afloje emocional contado con picardía y emoción por el director y guionista Joseph Cedar (Beaufort), quien firma una historia con varias vueltas en el camino, sorpresas varias y escenas magistrales, como la tensa reunión en el despacho o la investigación final de Eliezer. Si bien la historia está bien aderezada por momentos y conforma una narrativa plausible, hay detalles que se pasan por encima, como ser la relación de Uriel con su hijo mayor, quien no decide qué hacer con su vida, así como también la misteriosa mujer con la que se encuentra Eliezer a escondidas; ambas líneas argumentales parecen prometedoras al comienzo pero no contienen un peso mayor a la hora de finalizar la película. El elenco está muy bien conformado, comenzando con los centrales, el parco y amargado Eliezer de Shlomo Bar-Aba o el acongojado Uriel de Lior Ashkenazi, pasando por la matriarca Shkolnik, Alisa Rosen, la esposa de Uriel, interpretada por Alma Zack o el apático hijo mayor Josh (Daniel Markovich). Tampoco se puede olvidar al orgulloso profesor Yehuda Grossman de Micah Lewensohn, quien tiene una admirable escena junto a Ashkenazi. Footnote es una gran película, y se evidencia su estimación para los Premios de la Academia el pasado febrero. Dirigida y escrita con proeza por Joseph Cedar, su pequeña gran historia es conmovedora a la vez que hilarante e histriónica.
Nadie daba un peso por estos zombies españoles, pero a fuerza de voluntad la saga [REC] ha llegado a su tercera entrega, perdiendo un director en el camino y dejándole el trono sólo a Paco Plaza, para que su amigo y codirector de las anteriores películas se haga cargo de la cuarta y última. Hay varios cambios radicales en Génesis (que de origen, poco y nada tiene) que la diferencian de sus predecesoras, pero mantiene el mismo hilo algo costumbrista y sangriento por el que se caracterizó la serie. Nuestra carnicería comienza con el casamiento de Clara y Koldo, con unos sólidos primeros veinte minutos en donde desde diferentes puntos de vista observamos la introducción de los personajes en plena celebración y, por supuesto, con cámara en mano. Un personaje no para de repetir 'cinema verité', característica popular de la saga, con la cruel ironía de que al final de este largo prólogo de veinte minutos, las cámaras no se usarán más y la película salte del formato cámara en mano hacia una convencional película filmada... 'como las del cine' diría dicho personaje. Este gran cambio le permite tomar un gran contraste y desarrollar la acción desde otro punto, algo que los espectadores seguidores de la saga verán con otros ojos, quizás con desconfianza, pero que a fin de cuentas le da otro sabor a una saga que estaba a punto de caer en la repetición constante. Por supuesto es raro ver que la película esté realizada de tal manera, así como que también haya uso de una banda sonora, detalle no presente en las previas aventuras, pero el salto de fe está dado y le sienta bien. Así como el formato de filmación cambia para no repetirse tanto, la historia y la narración viran también hacia un tono más de comedia negra, muy cerca de los primeros trabajos de directores como Peter Jackson y Sam Raimi. Dichos aspectos, entre lo grotesco y lo puramente sangriento encajan perfectamente con Génesis; no necesariamente provoca terror absoluto como las anteriores, pero es de agradecer el tono "mala leche" de la película, nunca llevado al extremo sino mantenido entre líneas, para que no sea una parodia absoluta. Por el lado del elenco, la película está bien interpretada por la pareja del casorio, unos sólidos Leticia Dolera y Diego Martín, que pasan la mayor parte del film separados y rodeados por secundarios hilarantes -los familiares de cada uno-. El conjunto de invitados tiene momentazos, como el gordo que filma todo, el amigo que se levanta a las solteras de turno, las tías y abuelas bizarras, etc. Hay un buen sentimiento de unidad en todo el elenco. Dolera quizás deba llenar los zapatos grandes que dejó la mítica Manuela Velasco con su Ángela en [REC] y [REC] 2, pero uno no puede evitar aplaudirla cuando ande motosierra en mano. Claramente desviada de sus congéneres por el nuevo rumbo tomado en esta pseudoprecuela, REC 3 es una entretenida comedia negra que amplía el espectro de esta saga que, espero, culmine a lo grande.
Narra la historia de una escritora de ficción quien, después de su divorcio, regresa a su hogar en un pequeño pueblo de Minnesota, buscando reavivar un romance con un ex enamorado que está casado y con hijos. El dúo Jason Reitman y Diablo Cody regresa con una historia brutalmente cínica. En un mundo en el que los personajes no tienen sola una dimensión y hasta sus actitudes más detestables tienen un poco de ternura, uno termina queriendo a estos seres tan extraños como entrañables. En Young Adult vemos cómo una escritora alcohólica de novelas para adolescentes regresa a su pueblo natal para reclamar lo que ella piensa que le pertenece, su amor de la secundaria. Más allá de que está felizmente casado y con una hija recién nacida, Mavis cree que es un rehén de una vida aburrida y hará cualquier cosa para liberarlo. Así es como entramos al mundo del personaje creado por la guionista de Juno, quien ya viene hace rato planteando las relaciones entre jóvenes y gente ya crecida. En este caso en particular, esos papeles recaen sobre un mismo rol, interpretado con perfección y detallismo por Charlize Theron, esta diosa sudafricana que le da un nuevo significado al término "perra". La historia de Cody es irreverentemente graciosa, con Mavis siempre yendo contra la corriente, enredándose en situaciones dignas de sentir vergüenza ajena. Lo que se perfila como un viaje de redención para ella no es sino uno de autodestrucción y descubrimiento, en el que no todo brilla para los personajes, con sus miserias saliendo a la luz, todos sus trapitos al sol. Young Adult es un verdadero estudio sobre el carácter, una película que va más allá de ver a Mavis insultando y llevándose al mundo por delante; si bien son momentos extremadamente graciosos, constituyen la cubierta de algo más grande, la punta del iceberg. Por debajo de la superficie se encuentran las brillantes actuaciones del elenco completo, encabezado por una Theron inspiradísima, convirtiéndose en aquello que interpreta, en el que cada detalle insuflado por la dupla Reitman/Cody funciona para darle vida a un personaje que va a ser difícil de olvidar. Como contrapeso se encuentra Patton Oswalt, quien acá es Matt, el nerd que detestaba la secundaria e incluso fue objeto de un crimen de odio, como bien lo remarca sonriendo Mavis cuando ve la muleta que usa. Juntos tienen las mejores escenas, las más relevantes y ácidas: son personas totalmente opuestas que a la vez se necesitan, en una bella relación simbiótica. El director tiene una visión muy personal en sus películas. Por lo que se puede observar en su último trabajo, hay un seguimiento casi invasivo para con su protagonista, desde los momentos más cotidianos y banales, hasta sus hábitos diurnos o sus ratos de escritura para la longeva saga Waverley High. Todo está cronometrado con un aplomo especial, incluso la recreación de un pequeño pueblo como Mercury, que parece atrapado en el tiempo. Realmente quedé fascinado con Mavis Gary, un personaje al que uno se aproxima sólo para ver cómo se relaciona con sus alrededores. La gracia está en realmente llegar al fondo de esta profunda y singular mujer que ha creado Diablo Cody e inmortalizado Jason Reitman. El momento final, imperdible.
Amanda Seyfried es una joven que se está consolidando en Hollywood por todas las razones correctas excepto una: buenas películas. Si bien tiene rachas con cierta aceptación y proyectos interesantes (Chloe, In Time) son más las veces que se utiliza su cara bonita para atraer a la audiencia que por la calidad intrínseca de los mismos (Red Riding Hood, Dear John, Jennifer's Body). En Gone esta variable se vuelve bastante polarizante, con su trama digna de cualquier capítulo de una serie policial á lá CSI pero que curiosamente tiene el detalle de un protagónico por parte de la actriz lo suficientemente atrapante como para cumplir su cometido. Jill es una joven moza de una cafetería que vive con su hermana universitaria; por razones que más temprano que tarde conoceremos, es una chica muy paranoica. Hace dos años alguien la raptó y la dejó en un pozo en el medio de un parque nacional inmenso, aunque es la única víctima mujer que logró escapar de sus garras. Cuando su hermana desaparece, Jill está convencida de que es el mismo asesino que ha regresado por ella. ¿La vuelta de tuerca? La policía no le cree nada, debido a que no encontraron ninguna evidencia de su rapto y por ello fue encerrada en un instituto mental. Con las fuerzas policíacas en su contra y sin nadie que le crea, es tarea de Jill encontrar a su hermana antes de que se le acabe el tiempo. Gone goza de una producción estupenda: una dirección impecable, cortesía de Heitor Dhalia, brasileño que debuta en el cine angloparlante, una cinematografía hermosa que muestra a los bosques de Oregon en todo su esplendor, un elenco suficientemente aceitado relleno de actores mayormente secundarios pero solventes y una banda de sonido agradable. El aspecto que no le permite sobresalir es el guión, firmado por Allison Burnett, alguna vez escritora de la romántica Autumn in New York y que en su reciente haber tiene Untraceable, Fame y Underworld: Awakening. El mismo es sencillo, casi de manual, siguiendo un camino de evidencias cual sendero de migas hasta el conflicto final, con un desarrollo en donde no faltan las pistas falsas ni las miradas sospechosas. El pegamento que mantiene unido a todos estos elementos es la magnética actuación de Amanda Seyfried quien, incluso con una historia carente de escenas creíbles de suspenso, se carga la película al hombro y se pasea durante todo el metraje mintiendo y amenazando para descubrir el paradero de su hermana menor. Bajando las expectativas al mínimo quizás uno pueda disfrutar de Gone, ya que es lo suficientemente competente como para mantener al espectador interesado por lo que ocurre en la pantalla. Aquellos que busquen una película de suspenso con una trama más revuelta saldrán decepcionados.
Muy pocas veces uno puede decir que un libro se adapta fielmente en su transición a la pantalla grande. Siempre hay líneas secundarias que se cortan para favorecer una historia más dinámica, eventos que se cambian para darle un sabor diferente al film, siempre hay pequeñas cosas que, a la larga, ponen a la adaptación un escalón, o varios, por debajo de su gemelo de tinta y papel. Sorpresa mayor me llevo al ver que The Hunger Games resultó ser una de las historias mejor transpuestas de los últimos años, una experiencia que poco tiene que envidiarle a la novela de Suzanne Collins: no por algo la misma escritora estuvo en el génesis del guión, en coautoría con el director de la misma, Gary Ross. El trío que estos dos componen junto a Billy Ray (Hart's War, Flightplan) trae a la vida esta aventura en un mundo distópico cruel y desgarrador, en donde el valor de un personaje femenino extremadamente fuerte hará la diferencia para mejorarlo. Es el conocido buenos muy buenos contra malos muy malos, el eterno Bien vs. Mal, pero con matices diferentes como para que no se note (tanto). En el epicentro de este duro vivir se encuentra Katniss Everdeen, la heroína de turno, a quien una perfecta Jennifer Lawrence evoca con toda esa versatilidad que la caracteriza, dura cuando lo requiere, y tan sencilla, frágil y palpable que parece mentira que tenga tan sólo veinte años y sea capaz de transmitir tanto con tan poco. Es indescriptible lo acertado que estuvieron al acercarla al papel. Rodeando a Lawrence hay un gran elenco que sostiene una línea bien alta en cuanto a secundarios se refiere: el joven Josh Hutcherson sigue en ascenso, en este caso como el apoyo masculino de Katniss en la arena de batalla (curiosamente, él es el que termina siendo defendido y no al revés, como suele suceder en cualquier película de acción/ciencia ficción), el hermano de Thor, Liam Hemsworth, quien tiene un papel pequeño pero, a futuro, relevante, Woody Harrelson genial como el borracho Haymitch (tomando un poco de inspiración de su último rol tragicómico en Zombieland), Elizabeth Banks la pega con su odiosa y superficial Effie Trinket, Lenny Kravitz sorprende gratamente con su estilista Cinna, y la lista sigue. Stanley Tucci es un presentador fervoroso, Wes Bentley es el carismático director de los actuales Juegos, Donald Sutherland es el poco agresivo Presidente (el libro lo pinta mucho más cruel) y después están los Tributos de los otros Distritos, entre los que se destacan la adorable Rue de Amandla Stemberg, y los letales Cato y Clove de Alexander Ludwig e Isabelle Fuhrman, entre otros. Mi mayor miedo como lector empedernido de la saga es que cortaran momentos para hacer más asequible la experiencia cinematográfica, pero con placer descubrí que la película dura sus buenas dos horas en las que se explica todo con detalles y no falta ningún evento clave o relevante: la historia presenta a los personajes principales, los sigue durante su período de entrenamiento antes de los Juegos y finalmente, la recta final, con el evento propiamente dicho. Todos los caminos conducen a la matanza sangrienta de estos jovencitos, pero el camino es bastante particular y explora muy bien a todos los personajes, los nuevos escenarios y la mitología de este universo, antes de darle al espectador en bandeja lo que vino a ver. Mas allá del elenco absolutamente concentrado, la dirección de Gary Ross es sublime para alguien que nunca filmó una película de acción en toda su carrera. Puede que a muchos les ofusque su peculiar óptica para filmar los Juegos con una cámara movida todo el tiempo, pero es ése detalle que le aporta realismo y veracidad a la angustiosa situación dentro del campo de batalla. Ni Cloverfield había tenido tanto movimiento de cámara, y eso que era una película de metraje encontrado, dos términos que van de la mano, por lo que el experimento le salió muy bien. The Hunger Games es una gran saga a seguir para aquellos que quedaron vacíos tras la ida de Harry Potter, y para lo que están cansados ya de los vampiros relucientes y chicas indecisas. Tiene fuerza, una historia atractiva y personajes sólidos, todo el combo necesario para atraer tanto a los jóvenes como a los adultos. Y para los fanáticos, no hace falta que les diga más nada, acá tienen una adaptación muy pero muy fiel.
Daniel Espinosa es un sueco (sí, con ese nombre, por parte de madre pero con padre chileno) que está a punto de estallar en la escena internacional, primero gracias a la adaptación de la trilogía negra de Jens Lapidus (ya dirigió Snabba Cash) y ahora con su intento serio de pegar el salto al mercado mundial. Esta oportunidad se presenta auspiciosa con el estreno de Safe House, un film de acción con una premisa más bien simple pero que funciona gracias a una gran labor de parte del realizador en cómo mantener el suspenso constante. Ryan Reynolds, sobreviviendo al tibio recibimiento como superhéroe en Green Lantern, demuestra de qué esta hecho realmente (muchos lo habrán visto en su mejor momento en la claustrofóbica Buried) al interpretar al cuidador de una "casa segura" de la CIA en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Allí es llevado el Tobin Frost interpretado por Denzel Washington, un vendepatria que es apresado luego de un intento de asesinato por una facción desconocida. Juntos, Reynolds y Washington, deberán confiarse el uno al otro para sobrevivir en el medio de esta pesadilla rellena de balas, sangre y explosiones. El guión del novato David Guggenheim juega por sobre las orillas de todas las películas de acción gubernamental en un libreto simple y sin muchas complicaciones: cumple, pero le faltan un par de vueltas para salir de esa sencillez que presenta la trama. Para compensar este revés hay dos variables que por poco y te hacen olvidar la historia conocida. La primera es la química fraternal entre ambos protagonistas, la nueva y la vieja escuela del cine de acción, una dupla con carisma innegable tanto para las escenas enérgicas como para los momentos de puro intercambio verbal. Cierto es que tienen a unos secundarios excelentes como Vera Farmiga o Brendan Gleeson, pero ellos destacan y brillan tanto en solitario como acompañados. Por el otro lado, la dirección de Daniel Espinosa es vertiginosa, casi al borde del éxtasis adrenalínico - si la experiencia se potencia en una sala con buen equipamiento de audio, el combo es perfecto. Él así demostró que es un eximio director dentro del género (una comparación positiva sería con la dirección temeraria de Justin Lin en la logradísima Fast Five) y que ya está preparado para jugar en las grandes ligas de Hollywood. Quienes gusten de un film de acción bien construído encontrarán en Safe House un peliculón que se olvida pronto, pero que se disfruta completamente gracias a sus estupendas actuaciones y una dirección para chuparse los dedos.
Seguro que durante los últimos años de secundaria, uno pensó que esa época era el tiempo de gloria para salir de fiesta, emborracharse y pasar las mejores noches de sus vidas. Ni lerdo ni perezoso, Todd Phillips, director de películas descontroladas como Old School, Due Date y las Hangover, vio una oportunidad de llevar el desenfreno de las despedidas de solteros de sus últimas películas hacia un territorio más juvenil. El resultado es Project X, una comedia que separa las aguas, en el sentido que está dirigida a un sector demográfico específico que de seguro disfrutará con fervor este alocado festejo, aunque el resto no encontrará quorum al verla. Al comenzar la historia, un trío de perdedores (típicos arquetipos de este tipo de productos) planea una noche fuera de serie para ganarse un nombre por sí mismos y terminar el colegio con un sacudón de popularidad. No hay nada más raro en ella, sino que sigue los mismos patrones de las nuevas comedias de adolescentes como Superbad y demás: los eternos derrotados terminan conquistando la noche, convirtiéndose en leyendas y superando todo obstáculo imaginable. Donde cambia el enfoque es en el guión de la misma y por cómo encara su narración. El escritor devenido en guionista Michael Bacall, quien firmó la extremadamente recomendable Scott Pilgrim vs. The World, junto con el novato Matt Drake, rellenan la trama con personajes básicos pero con diálogos frescos cargados de mala leche. Este clásico comportamiento de adolescentes se produce en el marco de muchas situaciones que devienen en una espiral fuera de control, las cuales culminan en el caos máximo. El director debutante Nima Nourizadeh opta por tomar el interesante punto de vista "cámara en mano" para contar esta desopilante historia bien de cerca. Mediante un chico más que filma toda la odisea y a través de los teléfonos que tienen varios protagonistas, se crean varias perspectivas que realmente hacen sentir que uno está dentro de esta celebración del mal comportamiento. El trío de desconocidos protagonistas hacen un buen trabajo con una química palpable entre ellos, aunque el amigo gordo, Jonathan Daniel Brown, sirva de punching ball verbal y apenas sobresalga como personaje, y el agregado de Martin Klebba este completamente de más como el enano desquiciado. Alcohol, drogas, sexo, no falta nada en este combo de entretenimiento asegurado que presenta Project X. Mayores de 35, abstenerse, esta no es su clase de fiesta...
Y de pronto, un día volvió Kate Hudson, esa Kate desentendida y ligera que tanto se ocultó con comedias bodrio durante estos años, desluciéndose poco a poco. Lejos han quedado aquellos soberbios recuerdos de una groupie empedernida en Almost Famous pero, aunque bajo la dirección de Nicole Kassell no sobrepase sus límites antes conquistados, se trata de una gran vuelta en forma con una historia bastante agridulce para contar, narrada con gran pericia. Siguiendo una trama parecida pero diferente a la recientemente estrenada 50/50, A Little Bit of Heaven gira en torno a Marley, una treintañera que vive su vida despreocupada, siempre que tenga a sus amigos alrededor, un buen trabajo y visitas amorosas constantes. Esto hasta que su salud empiece a decaer y se entere que padece de cáncer de colon, enfermedad para la que si no comienza un tratamiento inmediato, morirá. Al contario de muchos pacientes, Marley se toma con gracia y ligereza su enfermedad, y ésta es la clave para transitar la película, y el mensaje subyacente en ella: no hay que tenerle miedo a la muerte si nos vamos de esta vida sin arrepentirnos de nada, rodeados de la gente que nos quiere. Mensaje duro si los hay, alejado totalmente del típico "El tratamiento fue un éxito, estas curada", pero que funciona por el sólo hecho de ver algo diferente en esta dramedia romántica. Digo dramedia romántica porque lo que comienza como una comedia simpática va virando hacia el drama, nunca perdiendo el toque picaresco, y con el hilo conductor de la pareja formada por Hudson y un correcto Gael García Bernal, al cual todavía lo ponen a decir ciertas palabras en su castellano mexicano, como si causara gracia. Juntos hacen una bonita pareja, con química, pero Hudson se lleva las palmas por sobre todo el elenco con un personaje fresco, carismático y con verdadero alma. Junto a ella está la incombustible Kathy Bates, haciendo un trabajo rotundo como siempre, y Lucy Punch, aquella colorada que sorprendió en Bad Teacher, cosa que vuelve a hacer aquí con el papel de mejor amiga. Un elenco sólido, atípico, incluido el cameo del reciente premiado Peter Dinklage en un papel lleno de ternura que arrancará las risas de la platea. Algo que me picó fue la aparición de Whoopi Goldberg como Dios, un claro guiño (o burda copia) al memorable Dios negro de Morgan Freeman en Bruce Almighty. No le hagan caso a la desconcertante campaña de publicidad, entren con la cabeza fresca y la película los sorprenderá, tal cual lo hizo conmigo.