Extraña y fallida comedia Campo cerezo (2010) se podría definir como una comedia de enredos sin grandes pretensiones argumentales. Se juega con la exageración y lo absurdo, pero falta un efectivo engranaje y actores más acordes. Esto produce que el espectador advierta sólo el artificio. Los recursos de humor están demodé y en ningún momento generan la comedia. Una condesa rusa, Ivana Malova (Marta Bianchi), y su mano derecha, un joven diseñador, llegan a la Argentina al pueblo de Laprida en la provincia de Bs. As. Su idea es comprar Campo Cerezo e invertir para criar chivos de Angora y reproducirlos. Allí llega también Nucha (Ana Yovino), quien luego de pasar cuatro años en la cárcel sale con libertad condicional y se reencuentra con su abuela, la dueña de la propiedad. Nucha sabe que su fallecido compañero le dejó las joyas de su último robo en algún lugar de Campo Cerezo y pretende recuperarlos. Sin embargo, la policía y otro de los ladrones del robo también lo saben y desean el tesoro. En el medio hay personajes varios que se suman al enredo: la ya mencionada condesa y su compañero, una especie de vidente, Bobby Maravilla; una amiga de Nucha y también ex ladrona, el veterinario del pueblo y otros más. La película de Patricia Martín García delata una factura poco profesional en lo que respecta a la edición. Por ejemplo, la finalización de algunas escenas es retardada y los personajes quedan “pagando”. También hay escenas o fragmentos que están claramente de relleno y su integración en la totalidad no resulta del todo convincente. Más allá de esto, el film busca un tono costumbrista y adopta una mirada jocosa respecto de ese pueblo y sus vicios. De ellos se sirve para los momentos de humor: la viveza criolla, los policías vagos e inservibles, la desafortunada realidad de que todos se conocen y todos saben de la vida ajena. Además, se pretende jugar con los gags físicos que están reforzados por sonidos externos de tipo circenses. Sin embargo, ningún personaje genera la necesaria comicidad que debería pues ninguno de ellos es un actor de comedia (excepto quizás Roly Serrano, a quien el personaje de policía estilo Jefe Górgory de Los Simpsons le sentó cómodo) por lo cual los chistes parecen mecánicos y quedan frustrados. El tono o intención (y sólo esto) de este film argentino se podría comparar con el que posee Los bañeros más locos del mundo (1987). En esta clase de películas se intenta hacer lucir a los comediantes y como de hecho lo son, y efectivos, la comedia surge más allá del lenguaje cinematográfico y todos los absurdos son bienvenidos. Si una posibilidad de Campo cerezo era tener un tono disparatado, como de hecho se da a entender con el final del film, entonces se hubiera redimido porque su registro bizarro y ochentoso (temática y técnicamente) no desentonaría en absoluto. Pero lamentablemente Campo cerezo se queda a mitad de camino y en esta falta de determinación se pierde tanto el disparate como la comedia.
Sensatez, sensatez y sentimientos Este film francés dirigido por Stéphane Brizé es una obra sobre lo no dicho: cada gesto, cada mirada y cada palabra tienen un peso significativo, a los que el espectador deberá dirigir su atención. La película, adaptación de una novela de Eric Holder, concreta con artística belleza la idea del romance. Jean (Vincent Lindon) es un devoto padre de familia que dedica sus días a trabajar como albañil y en su tiempo libre cuida y acompaña a su enfermo y longevo padre. Un día en que Jean debe recoger a su hijo a la escuela conoce a Véronique (Sandrine Kiberlain), la sosegada y tímida maestra de Jérémy (Arthur Le houérou), quien al día siguiente solicita a Jean si estaría dispuesto a dar una charla a los alumnos sobre su trabajo. La atracción de Véronique hacia Jean es inmediata y encuentra en una ventana rota de su departamento la excusa perfecta. Lo que hace el encuentro más intrigante es que ninguno de los dos protagonistas parecen el tipo de personas que se animarían a mantener una relación de amantes, característica que no se disipa en ningún momento del film. Es así que cada encuentro esta rodeado por un halo de respeto, vergüenza y pasión reprimida en el que cada uno se atendrá a los límites mentales que le impiden consumar su amor. El deseo de verse nuevamente hace que Jean encuentre en la música la excusa perfecta para continuar sus encuentros. Tras un fervoroso pedido de él, Véronique accede a tocar una pieza en violín y a partir de allí las melodías se convierten en el leit motiv de su relación. La conexión que hay entre ellos está mostrada de una forma muy sutil: con miradas, con caricias, con mensajes, con excusas absurdas. Y aquí reside el mérito del film. A medida que ellos se conocen se advierte en Jean un notorio cambio de humor y un naciente deseo por Véronique. Sin embargo, las obligaciones familiares están allí para marcar el límite y crear la culpa y el dolor, dejando en el miedo y la frustración de cualquier deseo hacia esta mujer. Por su lado, la tristeza que se vislumbra en el rostro de ella parece ahuyentarse estando con Jean. Su vida como maestra nómade imposibilitada de establecer lazos duraderos parecería estar llegando a su fin cuando aparece una leve esperanza en su relación con él. Ya promediando el film, parecería estar todo dicho: ninguno de los dos muestra algún indicio que marque un futuro para ambos. Y esta sensación se mantiene hasta el retardado clímax de la historia que marca la necesaria y esperada definición. Cuando muchas películas actuales imponen un modo de sentir, de seducir, de mirar, de conquistar o de amar, acercarse a un film como Une Affaire d’amour (2009) ayuda a desarticular la hegemonía de ciertas representaciones gastadas.
Bastardo sin Gloria Un hombre solitario (Solitary Man, 2009) está sostenido principalmente por la caracterización que realiza Michael Douglas de este sujeto particular que no acepta el paso del tiempo. La clave, entonces, es enfocarse en su protagonista. Sus dos directores, Brian Koppelman y David Levien, conciben así un film de cierto intimismo tragicómico con sólo algunos toques de producto hollywoodense, y con participaciones de calidad como la de Susan Sarandon y Dany DeVito en roles secundarios pero no menores. Ignorar y negar. Esa es la actitud compulsiva de Ben, el personaje de Michael Douglas. Al comenzar el film, su médico le vaticina una enfermedad cardíaca, pero él prefiere no pisar nunca más un consultorio a realizarse los estudios correspondientes. Seis años después, su vida es la de un hombre cincuentón que se niega a aceptar el paso del tiempo, pidiendo a su nieto que lo llame papá y no abuelo, seduciendo a mujeres menores de 20 años y minimizando los consejos de su ex esposa sobre su dieta alimenticia. Inescrupuloso tanto en los negocios como en la vida, en vez de generar una relación paternal con la hija de su novia, la seduce y se acuesta con ella. Pero como no siempre las cosas salen bien, aquello que Ben también ignora es que todo lo que hace o le hace a los demás tiene sus consecuencias y que todo, en algún momento, vuelve. Su vida comienza entonces, a partir de allí, un duro y, por supuesto, solitario descenso. Existe un recurso en el grotesco, género teatral popularizado por Armando Discépolo, llamado caída de la máscara. Es el momento en el cual el personaje toma conciencia de lo que es. Esto suele ser su ridiculez y su patetismo; algo que todos a su alrededor ya reconocían con anterioridad. Ben percibe su propio tiempo, en el cual continúa siendo el galán universitario, el empresario exitoso que alguna vez fue tapa de la revista Forbes, el treintañero cuya salud no representa un obstáculo para continuar con su adolescente estilo de vida. Su hija, su yerno, su ex mujer y hasta las mismas mujeres que conquista intentan devolverle otra imagen, muy distinta a la que él percibe de sí mismo, pero él permanece inmune a cualquier mensaje. Es innegable que su comportamiento frente a la vida despierta cierta tristeza (tanto a sus familiares y amigos como a los espectadores) pero con ciertas dudas al respecto también. El verdadero motor del film es el camino de debe recorrer Ben para reencontrarse con su presente y con su verdad, que dada su facilidad para evadirlos, será más bien un fuerte golpe que un encuentro. Son contadas las veces que Holywood se atreve a dejar de lado el suspenso, la acción, los efectos especiales, o el sexo para darle espacio a historias que buscan apelar al espectador desde otro lugar. Sin grandes pretensiones, Un hombre solitario muestra un film con aspiraciones comerciales pero sin grandes concesiones argumentales.
Nuevos códigos en el mundo animal ¿Quién dijo que perros y gatos no podían ser amigos? Al menos esto es lo que propone la secuela del film Como perros y gatos (Cats & dogs, 2001). En esta oportunidad ambas especies deciden unir sus fuerzas para cooperar en una nueva misión: salvar al mundo de las malvadas garras de Kitty. Con una propuesta aparentemente infantil, el film presenta pequeños guiños y disgresiones que pretenden captar también a un público adulto. Kitty, una temible gata sin pelos, intentará hacer sonar desde un satélite un sonido que volverá locos a los perros. Se vengará así de la raza canina responsable de su desgracia estética; y de los humanos, por haberla echado de su hogar al verla convertida en ese horroroso animal sin pelos. Para detener a Kitty estará el equipo de Butch, el ya conocido labrador blanco de la primera parte, quien esta vez reclutará a Diggs, un perro policía aislado de la fuerza por mala conducta. Completan el equipo una paloma mensajera y por último la agente Catherine, una gata gris de la organización MIAU, de la que Kitty desea vengarse también. Se podría afirmar a simple vista que esta comedia apela a conquistar a un público infantil. Los animales hablan, realizan travesuras y copian el mundo humano. Pero a pesar de eso la película apela también a un espectador adulto o, para ser más específicos, a un espectador capaz de entender y responder a los chistes que las ingeniosas parodias a otros films producen. Kitty Galore resulta desde esta lectura una versión felina del Guasón, quien tras ser amenazada por un perro cae en una olla similar a un ácido fluorescente llena de cera depilatoria. El collar de Butch es una versión del cinturón al que Batman acude ante sus diversas misiones. Y para coronar estas alusiones está el Sr. Tinkles (el gato blanco de la parte uno de la secuela) encerrado en una cárcel de máxima seguridad al estilo de Antony Hopkins en El silencio de los inocentes (The silence of the Lambs, 1991). Los guiños de este tipo están presentes a lo largo de todo el film y son un ingrediente que explícitamente busca la participación de un público adulto para la segunda lectura que los niños tendrán que dejar para más adelante. Con una mezcla de acción en vivo y animación por computadora en 3D, la película se maneja con los códigos del género de acción y suspenso para jugar con ellos y parodiarlos a la vez que resultan eficaces a la hora de mantener al espectador atrapado por la trama. Sin dejar de lado por supuesto un cierto toque sentimental que permite lograr el necesario final feliz. Como ya se dijo, la amistad entre las dos especies es una temática reiterada a lo largo del film y será la gran revolución que, como el final evidencia, continuará en una tercera misión.
La práctica hace la perfección El realizador Frederick Wiseman expone el funcionamiento del Ballet de la Ópera de París. Lo que vemos en la pantalla son bailarines, coreógrafos, músicos; todos ellos uniendo sus saberes y esfuerzos para construir y dar forma a las obras clásicas y contemporáneas del ballet. La danse, el Ballet de la Ópera de París (2009) podrá verse exclusivamente en la Sala Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530). El documental intenta que nos adentremos en el ritmo vertiginoso y disciplinario que tienen las clases y ensayos. Casi no hay momentos de distensión, al contrario, la exigencia parece demasiada para concederle tiempo al ocio. Los aspectos administrativos de la institución, guiados por su directora artística, y finalmente el resultado final del todo, es decir, las funciones, completan el panorama de este peculiar submundo. Palpitar un poco la trastienda del universo del ballet implica posicionarse en el mismísimo proceso de “producción”, por decirlo de algún modo. La elegancia, lo etéreo, la liviandad, la docilidad de los cuerpos que el público ve en escena al contemplar un ballet son el producto de una serie de mecanismos, reglas, aprendizajes, y sacrificios. Donde un espectador cualquiera aprecia un bailarían girando sobre su eje con una magnífica soltura, elegancia y armonía, la otra cara nos devuelve una realidad distinta: una suma de músculos contraídos, de esfuerzos y trabajos sistemáticos de un grupo de personas dedicadas y apasionadas por la danza. Ahora bien, este documental no deja de ser una obra cinematográfica. El director junto con su cámara se convierten en objetos invisibles dentro de cada lugar donde se posicionan. Y eso es más que notorio pues nunca nadie alude a su presencia ni parece perturbar en absoluto la continuidad de las actividades. Esta habilidad le permite sentir al espectador que él está allí sin mediación de la cámara lo cual ayuda a interiorizarse con este mundo. Sin embargo, la sensación general es que por momentos todo se torna muy repetitivo, y tal vez un uso más diverso del montaje podría haber revertido dicha sensación generando una dinámica visual que ciertamente falta. Es cierto también que los films de Wiseman (quien ya tiene amplia trayectoria introduciéndose como observador de distintas instituciones) suelen tener este estilo más allegado al cinema verité y por eso se torna difícil criticar su obra como si fuera cualquier otro documental, por lo cual se deben considerar las limitaciones que este estilo propone. Las dos horas y media de duración sumada a su monotonía temática y visual pueden resultar tediosas para aquel que no tenga al ballet dentro de su círculo de intereses artísticos. Pero si el acercamiento posee una mirada curiosa y deseosa de conocer más sobre el mundo de la danza este es el film indicado.
El amor mata La directora y también guionista, Catherine Corsini, desarrolla en Partir (2009) una historia atrapante. La habilidad en el uso de los recursos fílmicos distingue al film y evita que este caiga en los lugares comunes que los dramas románticos suelen tener. Partir tiene un comienzo impactante. En la primer escena del film vemos a Suzane (Kristin Scott Thomas) salir de la cama de su cuarto y a su esposo durmiendo. La cámara acompaña a la protagonista hasta que sale de cuadro. La siguiente imagen muestra el exterior de la casa en plano general con la noche de fondo y ahí se escucha el claro disparo de un arma. La continuidad de esta escena queda inconclusa y el film se transforma en un largo flashback que nos remonta a seis meses antes de ese momento. Suzane es una fisiotereapeuta que tras retirarse de la profesión 15 años decide construir una clínica propia en su casa. Su apariencia es la de una mujer feliz, con un matrimonio armónico y dos hijos adolescentes que completan el retrato de la típica familia burguesa. Este retrato comienza a desdibujarse cuando Suzane decide tener un romance con Iván (Sergi López), el albañil catalán que trabaja en su clínica y para ello decide enfrentar a su esposo Samuel (Yvan Attal). La relación se transforma en algo más que un affaire y la posibilidad de consumar dicho amor es el punto de inflexión que pondrá en crisis los valores y prioridades de la vida de Suzane. No suele ser lo ideal enmarcar las películas en una tipología pero, si se hace, lo interesante es destacar su unicidad (si es que existe). Partir pertenece a la clase de films que interpelan al espectador, que pueden llegar a incomodar pues generan una cierta complicidad o empatía con el/los protagonistas frente a las elecciones que les tocan vivir. Este planteo se manifiesta en diferentes modos pero quizás la crisis de pareja y la posibilidad de un futuro mejor con otra persona sea una de las más explotadas cinematográficamente. Partir incursiona en esta idea pero no se detiene en la mera pregunta “¿y si…?” y esto es quizás lo que el film tiene de distinto y de audaz, y lo que convierte a Suzane en algo más que una psique femenina standard. El camino que decide emprender comienza a delinear cierta imagen de heroicidad que la enaltece pero que abre también el camino del sacrificio arriesgando también la identidad. Antes se habló del impactante comienzo del film. Ahora se debe acotar astuto y preciso. La directora logra con una pertinente alteración de la estructura temporal crear y mantener hasta el final el suspenso que ese disparo del principio despierta. La idea de retomar el comienzo al concluir el film no es ciertamente novedosa pero si esta no es utilizada apropiadamente nunca resultará eficaz. En este sentido, el título del film también colabora a abrir la ambigüedad y generar la incertidumbre en el espectador. Este inteligente giro hitchckoniano sumado a la audacia argumental convierten a Partir en una película interesante, lograda y desafiante.
Mundo Marino Océanos (Oceans, 2010) es una suerte de continuación de su antecesor La tierra (Earth, 2009), en el cual los recorridos de las cámaras por los diferentes espacios geográficos rebelaba un mundo animal con sus propias reglas, limitaciones y posibilidades. En esta oportunidad, los directores Jaques Perrin y Jacques Cluzaud, sumergirán las cámaras en la inmensidad de los océanos. Y como si esto no diera suficiente muestra de la conciencia ambientalista de Disney, las imágenes también tomarán partido sobre los peligros que corren las especies marinas, señalando al hombre como principal culpable de dichos daños. La voz en off que guía el film es la de un abuelo que responde a su nieto la pregunta que despierta su interés y por supuesto la del film: ¿qué es el océano? Por tanto la película se abre con la mirada del niño puesta en esta gran incógnita y desde allí el film nos sumerge literalmente en las aguas marinas. El espectador no podrá más que admirar y sorprenderse con cada una de las escenas. Las ballenas, las focas, los delfines y demás animales son captados en su hábitat natural; y su conducta (que cinematográficamente se convierte en significativos gestos, movimientos y miradas), parece por momentos una puesta en escena de un film de ficción más que de un documental. Esta idea ya aparecía en La tierra y sigue logrando la misma eficacia que en aquella película. No deja de despertar ternura cuando se lo propone o bien rechazo hacia las conductas salvajes que en el mundo humano son condenables: la conocida ley de la selva. A medida que avanza el recorrido por el mundo oceánico también se avanza en rareza de especies. Algunos peces parecen verdaderos engendros marinos y otros despliegan una belleza de colores y formas digna de ser admirada. El acercamiento extremo con cámaras al mundo animal nos conduce irremediablemente a establecer comparaciones con los documentales del Discovery Chanel o Animal Planet que la mayoría de nosotros ya conocemos. Sin embargo, en Océanos hay una rigurosidad y un planteo cinematográfico que no tienen aquellos y que por tanto la alejan del registro televisivo. Por otra parte, en su afán por promover al film a este lugar diferente surge esta intención moralizante respecto del hombre y su maltrato a los animales. Esta idea se concreta con el recorrido del abuelo y el niño por un museo de especies extinguidas y por otro lado, se muestran los buques pesqueros en plena matanza de los grandes peces que minutos antes nadaban libres por el mar. Sería engañoso no mencionar al posible espectador de este film que la hora y media de duración puede resultar un poco larga y por momentos soporífera, a lo cual el color azul predominante colabora bastante. Teniendo en cuenta dicha mención este documental merece considerarse porque su realización resulta tan majestuosa como aquello que se desea mostrar y esto le aporta un interés extra.
¿El fin de los superhéroes? En Kick Ass (2009) el director Matthew Vaughn lleva a la pantalla grande un cómic estadounidense. La estética de la película y su tono paródico general son elementos que la acercan a la comedia pero ciertas escenas y líneas argumentales oscurecen la propuesta del film y así su intención inicial se revierte generando un dramatismo que no parece armonizar con la totalidad. El film nos introduce en el mundo de tres muchachos adolescentes cuyas cualidades los hacen encajar con los típicos “perdedores” del secundario. Entre unas de sus cotidianas charlas Dave (Aaron Johnson), un estudiante aficionado del cómic, pregunta sorprendido a sus amigos por qué nunca nadie quiso convertirse en un superhéroe. A lo cual estos responden que obviamente se debe a que nadie posee superpoderes, lo cual negaría toda posibilidad para que ello suceda. Su cobardía y torpeza no impiden sin embargo que Dave de rienda suelta a su ocurrencia y con un ridículo disfraz comience a crear a este anti superhéroe llamado Kick-Ass que en muy poco tiempo se hará popular a través de los medios y llevará a cabo sus misiones a través de pedidos en la cuenta de My Space. Con cierta reminiscencia al film Supercool (2007), el comienzo de la película tiene algo prometedor en cuanto a las pequeñas conversaciones y vivencias adolescentes permitiendo un tono de comedia que después no se logra mantener. La voz en off del protagonista comentando al espectador sus pensamientos alcanza una complicidad interesante que divierte, así como también lo hace su apariencia torpe y poco masculina. Sin embargo, la historia vinculada a la mafia tiene un lado demasiado oscuro y cruel y no posee el aire lúdico que el film adopta en un comienzo. Donde la torpeza e inverosimilitud del protagonista lo conducen al ridículo, los villanos están más cerca de ser los mafiosos despiadados de un film de gangsters. Esto no implica tampoco que deban ser objeto de risa pero el bien y el mal parecen aquí dimensiones opuestas no articulables en una misma película. Lógicamente, si el espectador conoce el código del cómic puede entrar en este mundo y disfrutar de una película que entretiene y cuya estética realza su valor. Y para el que se quede con ganas de más, el final ya sugiere una posible continuación.
Atrapados sin salida Regreso a la mansión Brideshead (Brideshead revisited, 2008) nos introduce en una trama cautivante. En este film de época (período de entreguerras), la historia nos permite acceder a un mundo donde la libertad es una ilusión y donde todos quedarán encerrados en una realidad artificial en decadencia pero que se perfila como única e invencible. El film comienza con la voz en off del protagonista, Charles Ryder (Matthew Good), quien en un breve prólogo nos hace partícipes de sus sentimientos sobre la historia a desarrollarse. Enseguida se da inicio a un largo flashback que nos sitúa 10 años atrás. En este tiempo, Charles conoce en el campus de la Universidad de Oxford a Sebastian (Ben Whishaw), un joven aristócrata con quien inicia una relación de amistad que rondará la ambigüedad por la inclinación homosexual de este último. El lugar que gana protagonismo dramático en el film es Brideshead, la mansión de la familia de Sebastian, que con su magnificencia cautivará a Charles tanto como lo hará su hermana Julia (Hayley Atwell). Más allá del triángulo que construyen estos tres personajes, se encuentra Lady Marchmain (Emma Thompson), la madre de los hermanos. Es ella quien le otorga el verdadero sentido dramático a Brideshead. Una señora de la clase aristocrática, que moldea su vida y la de su familia de acuerdo a los cánones de la fe católica. Su mirada a Charles es pues de desconfianza: su ateismo y no pertenencia a la alta sociedad no lo hacen digno de la amistad de Sebastian y mucho menos del amor de su hija. Su omnipresencia en la vida de sus hijos marcará un fuerte determinismo en el destino de estos. Lo cierto es que Regreso a la mansión Brideshead nos sitúa antes que nada en un contexto. El período de entreguerras en una Londres signada por los prejuicios de clase y religión, pero que también es un universo ya en crisis. En este escenario se debatirán los personajes del film, cual marionetas guiadas por una sociedad que no acepta conductas fuera de los límites que impone la religión católica. La infelicidad a la que son conducidos los protagonistas los deja en una posición de vulnerabilidad en la cual la presencia de Charles marca un contraste y una posible salida. Este personaje parece ser la opción de Sebastian y Julia para salvarse del destino de culpa al cual los induce la sociedad y la propia familia. Pero la película se encarga de mostrar que esto no parece viable. Desde la puesta en escena la película construye la idea de lo laberíntico para el personaje de Charles. Atraviesa largos pasillos, puertas y arcadas que refuerzan esa idea. La sensación de que no hay escapatoria termina por encerrar a Charles en el mismo espacio “brideshoniano”. Como se dijo anteriormente, la historia logra cautivar al espectador. Pero la sugestiva puesta en escena consigue consagrar doblemente el mérito del film.
Embarazosa Comedia Realizar una comedia romántica actualmente es un verdadero desafío, si es que sus realizadores pretenden inyectarle una dosis de originalidad a un género que Holywood mantiene como uno de sus preferidos. En El plan B (The Back-up Plan, 2010), dirigida por Alan Poul, parece existir esa idea, sobre todo al principio, pero sólo se mantiene en intención. Zoe (Jennifer López) tiene un deseo impostergable de tener familia a los treinta y tantos siendo mujer soltera, que la conduce a la inseminación artificial o, como bien lo dice el título, al famoso plan b o back up plan. La soltería de Zoe dura poco tiempo, pues apenas comenzado el film surge un más que obvio deslumbramiento entre Zoe y Stan (Alex O’ Loughlin) que por accidente se encuentran tomando el mismo taxi. Este personaje, tanto como el de Mona, la amiga y confesora de Zoe, condimentan el film con cierto humor menos naif. Sus pensamientos y consejos sobre lo que significa ser padres se alejan de un tono alentador. “Es lo peor que te puede pasar” le dice Mona a Zoe sobre la idea de tener hijos. “Horrible, horrible, horrible” repite el nuevo amigo de Stan respecto del sentimiento que despiertan los niños. El embarazo y todo lo que este trae consigo es un tema ya explotado en otras películas como Nueve meses (Nine Months,1995)y Junior (1994) y, en general, con cierto humor. Las embarazadas atraviesan un cambio corporal, hormonal y emocional que las convierte en un blanco fácil para transformarse en personajes de comedia. Sin embargo, esto no funciona en El plan B. Todas las pequeñas destrezas que hace Jennifer López en el film con su panza a flor de piel son esperables. Vestirse con un ajustadísimo vestido y no poder entrar al taxi; o que luego en la fiesta se le rompa al agacharse son gags que ya no nos sorprenden. Al no sorprender por ser ya conocidos, tampoco generan risa y la intención de la escena se pierde. La mayoría de los chistes son obvios. Los gags resultan exagerados y son predecibles. En realidad, todo el film lo es. Si de nuevas formas de maternidad se trata, este ítem queda relegado a un segundo o más bien cuarto plano. El film se introduce en el mundo de las madres solteras, pero la banalización del tema resulta insoportable. La parte de comedia deja mucho que desear y en cuanto a las escenas románticas del film, hay demasiados y conocidos clichés, por lo cual El plan B no logra destacarse de los demás ejemplares del género.