L’amore con té es la nueva película del director de cine y guionista italiano Silvio Soldini, recordado principalmente por la realización de Pan y tulipanes, aunque también podemos citar otras cintas del cineasta milanés como Sonrisas y lágrimas o Cosa voglio di più. Como ha sucedido en otras ocasiones, Soldini contó con la ayuda de Doriana Leondeff para la realización del guión. L’amore con té trata sobre la historia de Teo (Adriano Giannini), un hombre de unos 40 años que trabaja como publicista y que no está conforme con la relación que mantiene con Greta (Anna Ferzetti), su actual pareja. Esto lo que lo lleva a tener a la par una amante, aunque la inconformidad en ese sentido está latente, teniendo Teo todos los rasgos clásicos de un mujeriego. Tampoco es buen ejemplo en lo que respecta al trato con su entorno familiar, manteniendo cierta distancia con su madre y los que serían sus hermanos, siempre con la excusa a mano para sostener esa brecha entre su familia de origen y Greta, y hasta pasando por alto la muerte de la actual pareja de su madre. En una actividad grupal realizada a oscuras conoce a Emma (Valeria Golino), una osteópata, que quedó ciega en la adolescencia, que captará inmediatamente su atención, y de quien progresivamente se irá acercando, sumido por el interés. Quizás la diferencia de personalidades sea lo que justamente refuerce el vínculo que se irá gestando entre ambos, y sea lo que Teo necesita para encarrilar su vida, que no parece tener una clara dirección. No podemos negar que la historia de L’amore con té presenta un interés genuino, y en su parte inicial plasma algunos de sus mejores momentos, cruzando fragmentos dotados de comicidad, con pasajes en donde el dramatismo está fuertemente presente, funcionando acordemente durante sus primera media hora y poco más. Pero tampoco podemos pasar por alto que Silvio Soldini va perdiendo el pulso, y llegando a la mitad del filme la historia por momentos entra en una meseta, presentando momentos carentes de relevancia, y que estiran más de lo debido el metraje. Quizás una de las fallas sea la falta de desarrollo de algunos personajes, que pese a ser secundarios merecían más profundidad en lo que respecta a sus vidas, o de narrar pasajes de cierto índole romántico entre Teo y Emma que resultan innecesarios y le hacen perder fuerza a la cinta, en lugar de otros que podrían nutrir en mayor medida todo la coyuntura que atraviesan los protagonistas. Las actuaciones tanto de Giannini como de Golino están en un punto considerable, siendo de los elementos mas firmes. El cineasta italiano presenta particularidades que quizás formen parte de un estilo marcado en el retrato de sus personajes, que hacen que esta producción, como otras anteriores sea ciertamente llevadera, pero lo que hace perder ciertamente parte del interés en L’amore con té es quizás no ahondar en las zonas más aconsejables.
Stefan Zweig: Adiós a Europa es el tercer largometraje de la directora, guionista y actriz alemana Maria Schrader, realizada originalmente en el año 2016. Schrader, quien previamente había dirigido las cintas Liebesleben y La Jirafa (esta última en conjunto a Dani Levy en el año 1998), tomó como referencia para construir esta historia, los años del exilio del famoso escritor. Stefan Zweig: Adiós a Europa cuenta los últimos años de vida del afamado escritor y activista social austriaco Stefan Zweig (interpretado por Josef Hader), que por aquel entonces gozaba de un enorme prestigio, además del éxito y reconocimiento mundial. Maria Schrader hace hincapié en la etapa donde pasó más alejado de su tierra natal, alternando sus estadías en Brasil, Argentina y los Estados Unidos, y dividiendo la película en cuatro capítulos. El motivo central de la realización de estos viajes y su natural alejamiento, era el peculiar momento que atravesaba Europa, con la sombra emergente del nazismo, la figura de Hitler, y posteriormente la Segunda Guerra Mundial. No obstante, en la realización de conferencias que le tocaba brindar, prefería evitar sus opiniones sobre la situación que vivía el viejo continente, un tanto con la excusa de la distancia. La directora también expone la preferencia que sentía Zweig por Brasil, lugar donde se sentía a gusto y que consideraba “La tierra del futuro”, tras ver y sufrir la endeble situación, tanto política como racial que padecía Europa en general, con el pasar de aquellos años. No faltarán momentos en dónde se toque el entorno familiar del escritor austriaco, con una familia dividida, con su primer mujer (interpretada por Barbara Sukowa), y sus hijas por un lado, y su actual pareja Lotte (Aenne Schwarz), quien sería la compañera en esa última etapa de su vida. De modo muy prolijo, la cineasta alemana se sirve de este filme para narrar las preocupaciones que aquejaban a Zweig, y sus pensamientos respecto al momento vivido, y lo que significaron esos últimos años alejado de su tierra de origen. La parte inicial de esta cinta es la más disfrutable, condensada de información, pero con un encanto que transmite, entrecruzando acertadamente ficción y documental. No obstante en el avance del metraje, esto decae notablemente. Si bien hay elementos típicos en los biopics que hace falta utilizar, por momentos el relato de Schrader se transforma en algo monótono y acartonado, y que progresivamente pierde su interés. Las actuaciones, principalmente la de Barbara Sukowa, una actriz que siempre da gusto ver, son más que correctas, perfectamente delineadas, así como todo el trabajo de escenario, fotografía y montaje es notable, pero esto no salva a la cinta de cierta densidad, y carencia de ritmo, elementos que terminan diluyendo un tanto la historia. Interesante, correcta y no mucho más.
Invitación de boda (Wajib) es el tercer largometraje de la directora y guionista palestina Annemaria Jacir, filme que obtuvo un premio a mejor película en el Festival de Mar Del Plata realizado el año pasado, además de un galardón a mejor actor para Mohammad Bakri. Jacir previamente dirigió las cintas La sal de este mar, en 2008, y Al verte (Lamma shoftak), en el 2012. Invitación de boda trata sobre la historia de Abu Shadi (Mohammad Bakri), un hombre divorciado de unos 60 años que vive en el pueblo de Nazareth, y que como señala la tradición, es el encargado de repartir las invitaciones personalmente para el casamiento de su hija Amal (Maria Zreik). Para la realización de dicha tarea, contará con la colaboración de su hijo (Saleh Bakri), quien es su hijo también en la vida real. Él es un arquitecto que vive desde hace un tiempo en Roma, donde cuenta con un trabajo estable, una novia y una vida ya instaurado fuera de su ciudad natal. Para cumplir con la tarea en común con su padre, viajará de Roma a Nazareth con anticipación, pero una vez finalizada la boda, el joven planea volver de inmediato a Italia. Este será el motivo clave de enfrentamiento entre ambos, ya que Abu, a medida que recorran las distintas casas, intentará convencer e influir a su hijo para que regrese a Nazareth, y se establezca allí nuevamente, quitándole importancia a todo lo que él ha construido y logrado fuera de su país. Otro de los focos de conflicto en el filme es la duda constante de la presencia de la madre la novia, quien vive con su actual pareja en Estados Unidos y que por un problema de salud del mismo no termina de confirmar su asistencia. Annemarie Jacir se sirve de este recorrido, y poco más de hora y media de duración del filme, para plantear un choque de pensamientos y posturas entre padre e hijo, uno más aferrado a tradiciones, en fortalecer y sostener lazos familiares y el otro, naturalmente, más vinculado al mundo moderno, con la idea fija de permanecer fuera de tierra palestina. Las discusiones abordarán tanto el punto de vista ideológico de cada uno, como cuentas pendientes y hechos del pasado que siempre surgen a flote y generan cierto ruido. No faltarán algunos comentarios cargados de cierta acidez, pasajes de tonalidad humorística, que en algún sentido brindarán ciertos matices que hacen más llevadera a la película en cuestión, sin desviar el entramado dramático. Quizás la cinta por momentos peque de cierta simpleza, pero esto a la historia le cuadra a la perfección, y hasta habrá tiempo para circunstancias en donde se mencione la historia Palestina y su conflicto siempre latente con Israel. Invitación de boda por lo tanto, cumple con su deber, resultando ser un atractiva cruza de comedia con drama, que nos muestra al menos un poco del cine de Palestina, un cine al que no estamos acostumbrados y vale dedicarle su debido tiempo.
Si bien el cine italiano de los últimos años dista bastante de tener el peso de los grandes clásicos, sabemos que en ocasiones puede darnos una alegría. Bajo esa perspectiva, Amigos por la vida, tercer largometraje del director oriundo de Roma Francesco Bruni (Sus películas anteriores son Scialla!, y Noi 4), se presenta como una propuesta amena, con el detalle nada menor de tener como protagonista al grandísimo Giuliano Montaldo, quien fuera realizador de una cinta emblemática del cine italiano y mundial como lo es Sacco e Vanzetti. En Amigos por la vida Montaldo interpreta en alguna forma a quien sería el personaje central de esta historia, hablamos de Giorgio, un hombre de 85 años de edad afectado por el Alzheimer, quien en su momento fue un poeta respetado, pero que en la actualidad está más próximo al olvido. Es un hombre aquejado por la soledad que necesita de una compañía. El otro personaje clave de este relato es Alessandro (Andrea Carpenzano), un joven de 22 años que pasa la mayor parte de su tiempo con amigos, sin un rumbo fijo, mientras anda a escondidas intentando seducir a la madre de uno de ellos. Será su padre, al verlo en una instancia poco productiva y que no le cae en gracia, quien le sugiere realizar la labor de acompañante del anciano, tarea a la cual se niega en un comienzo, pero que su padre insiste en que cumpla. Pese a los inconvenientes que surgirán en un comienzo, Alessandro forjará cierto vínculo con Giorgio, quien al margen de algunas mañas, y su problema de memoria, resulta ser un hombre agradable y que encierra ciertos misterios, que llevaran a Alessandro a interesarse más por su historia, y terminará cooperando en reforzar dicho vínculo. Bruni en Amigos por la vida nos presenta una comedia con algunos elementos tradicionales de género, pero a la vez dotada de cierta inteligencia, y una serie de pasajes que llevan a las risas naturales. Uno de los factores elementales a la hora de dar fuerza al filme será la actuación de Giuliano Montaldo, siendo ciertamente sobresaliente y encantadora, mientras que el joven Carpenzano, así como el resto del elenco, cumplen con los roles que les son otorgados. A medida que avance el filme, los elementos de drama se entrecruzarán con la comedia, y eso alimentará aún más el logro en sí de la película, que entre una escena y otra, se irá desviando hacia un entramado más típico del relato dramático, cargada de una emotividad palpable. No exenta de ciertas reminiscencias a Amigos Intocables, de la dupla Nakache–Toledano, y Mis Tardes con Margueritte, de Jean Becker, plasma determinadas virtudes que van más allá de las citadas, alejándose de ser una mera copia. No obstante, vale remarcar que es cierto que la historia lleva a ciertos lugares comunes, presentándose quizás sin muchas sorpresas, y que la originalidad no es el elemento fuerte de Amigos por la vida, pudiendo decir que respeta las estructuras de los géneros que aborda, pero esto no hace que el filme esté mal, ni sea desacertado, en absoluto, ya que goza de una realización muy efectiva, y funciona con todos sus cometidos.
Western es el tercer largometraje de la directora alemana Valeska Grisebach, gracias al cual el año pasado obtuvo premios destacados como Un Certain Regard en Cannes, el Premio Especial del Jurado en el Festival de Sevilla y el Premio a Mejor Director en el Festival de Mar del Plata. Grisebach además de dirigir dicha cinta, estuvo a cargo del guión. La historia de Western trata sobre un grupo de obreros alemanes que deciden ir a trabajar a una central hidráulica establecida en un pequeño pueblo de Bulgaria. El personaje perteneciente de esta cuadrilla en el que se enfoca Grisebach es Meihnard (interpretado por Meinhard Neumann), un hombre de unos 50 años, de apariencia tranquila y pocas palabras. Una vez establecidos en tierra búlgara, el choque contracultural con la gente del pueblo no tardará en manifestarse, siendo el eje de esto tanto la historia heredada entre ambos países, como la diferencia palpable de algunas costumbres. No obstante, mediante la aparición de un caballo perdido, Meinhard progresivamente se aproximará a los pueblerinos, y pese a las dificultades de comunicación a causa de la incomprensión entre idiomas, se intentará comunicar con ellos, logrando así una aproximación, y posteriormente cierto vínculo próximo a la amistad. Esto no caerá en gracia al supuesto jefe de la cuadrilla, que por el contrario chocará en reiteradas veces con la gente del pueblo, quienes tampoco tienen una buena imagen de él, sosteniendo de esta forma la brecha inicial. Sin duda la historia que nos trae Valeska Grisebach en Western tiene una clara validez, presentado otro relato más de choques culturales, confrontaciones, y la posibilidad de generar un vínculo amistoso frente a las múltiples barreras que pueden aparecer. Los escenarios y fotografía cooperan en poner en sintonía al espectador, con una fuerte carga de escenarios naturales y paisajes amenos, que por momentos rememoran a algunas cintas de Werner Herzog. Grisebach se toma su tiempo a la hora de narrar las diferentes situaciones y de presentar en su totalidad a los personajes que conforman su relato. Sin embargo, como claro contrapunto, la duración del filme termina siendo demasiado extensa e innecesaria, dando la sensación de que la película por momentos está dilatada, generando baches y tornándose densa en algunos pasajes. Hay escenas que carecen de sentido, que dan la idea de estar de relleno, ya que su presencia no coopera a reforzar el entramado de la historia, sino que por el contrario provocan aburrimiento y la natural dispersión del espectador. Esto acorta la posibilidad de sentir empatía tanto con la narración, como con los protagonistas, pese a que la actuación de Neumann está a tono, siendo de lo más rescatable de esta cinta, que a fin de cuentas solo queda en buenas intenciones. Una verdadera lástima.
Los Oportunistas es la nueva película del director italiano Paolo Genovese, recordado por su más reciente y sumamente recomendable película Perfectos desconocidos, que adquirió cierta popularidad gracias tanto al éxito que obtuvo dicha cinta, como también por la remake que realizó Alex De Le Iglesia, y que hace poco estuvo en las salas argentinas. En esta ocasión fue Genovese quien optó por reversionar una serie estadounidense del año 2010, llamada The booth at the end, creada por Christopher Kubasik, y para la cual contó con la ayuda de Isabella Aguilar en el trabajo de guión. La historia de Los oportunistas transcurre en su totalidad en un bar llamado The Place, donde un curioso sujeto (Interpretado por Valerio Mastandrea), sentando en la misma mesa, recibe a diferentes personas que le preguntan por la posibilidad de la realización de determinados deseos, que van desde salvar la vida de un hijo, o recuperar la vista, hasta poder ser más hermosa. La función de este hombre es decirle a cada uno si estos deseos son factibles de llevarse a cabo, tras lo que les asigna una determinada tarea, guiándose por un cuaderno personal, en el cual anota constantemente datos, a medida que va dialogando con todos y cada uno de los interlocutores que asisten a su encuentro. Nunca se determina quién es este extraño sujeto, y naturalmente él no está dispuesto a dejarlo en claro, pero lo que siempre resalta, es que la realización de los pedidos que él encomienda no son para su propio beneficio, sino para la persona que acude en su ayuda. La dinámica que imprime Paolo Genovese en su nueva película es milimétrica, evitando baches y logrando sostener con diferentes recursos el relato, con la difícil labor que esto implica al utilizar un solo lugar en donde suceden los acontecimientos. Lo mismo para el sentido de las diversas historias de cada personaje, y los entrecruces que se producen, al estar situado en una especie de barrio. Además de la actuación de Valerio Mastandrea como su personaje central, se destacan algunas apariciones de ciertos actores que ya han colaborado con el cineasta italiano, como Marco Giallini o Alba Rohrwacher, ambos acertados en sus roles. Se percibe cierto mensaje sobre las ambiciones de cada persona, y cómo determinadas actitudes o la elección de un camino no aconsejable puede llevarte a la perdición. El punto más flojo es similar a lo que le pasó a De La Iglesia cuando justamente readaptó un filme de Genovese; cierta falta de riesgo y originalidad, ya que el citado no solo toma una base necesaria para poder construir las historias, sino que utiliza otros elementos que son propios de su versión original, y que podría haber evitado. Por lo demás, Los oportunistas cumple con su cometido, quizás sin lucirse, pero presentándose como una propuesta amena.
Después de 6 años de silencio cinematográfico, tras su filme de 2012 Días de pesca, regresa a nuestras salas el prestigioso cineasta argentino Carlos Sorín, realizador de películas como Historias mínimas, La película del Rey, El gato desaparece y El perro, por mencionar las que quizás sean las más relevantes. No hay duda alguna de que cuando hablamos de Carlos Sorín, estamos refiriéndonos a uno de los directores claves del cine argentino, y esta nueva producción suya será un claro ejemplo de ello. Joel trata sobre la historia de Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile), una pareja que no puede tener hijos y decide adoptar. Tras un tiempo corto de espera, reciben una llamada para una posible adopción, con una contrariedad inicial; el niño tiene 9 años, cuando la edad aproximada que habían requerido la pareja para tal caso, sea de 4 o 5. No obstante deciden dar un paso adelante y optan por ir a conocer y posteriormente aceptar la llegada de Joel (Joel Noguera), del cual tampoco saben mucho de su pasado, exceptuando una madre desaparecida, una abuela fallecida hace un tiempo y un tío que está en prisión. Ya embarcados en la decisión, se percibirá desde el comienzo las diferencias claramente palpables, entre el mundo del cual proviene Joel, más de tinte marginal, y el de la joven pareja, que tratará de tomar con total naturalidad lo que el devenir les ofrece, intentando brindar amor y confort al nuevo integrante. Será ya cuando el chico comience a ir al colegio del barrio, donde progresivamente irán surgiendo inconvenientes más complicados de sobrellevar, quedando a flote elementos como la discriminación, la hipocresía y el egoísmo. Parece que valió la pena esperar tanto, porque después de seis años Carlos Sorín se despacha con una de las mejores películas de su nada despreciable filmografía. La sensibilidad está al caer, con elementos más bien tradicionales, que evocan a su concepción misma de hacer cine, logra una historia perfectamente delineada, con todo en su lugar, y que inevitablemente nos toca, porque la discriminación es un elemento visible de nuestra sociedad, así como el querer tapar situaciones que nos atraviesan, y que más de una vez se evaden, sin buscarle una solución real a los problemas. Sin duda Sorín hace foco sobre elementos de índole social que siempre están presentes, pero a la vez con un tacto sobre la actualidad misma que vivimos, dejando en claro un férreo trabajo desde el armado del guión. Vale aclarar que la intención del director no trata en contar una historia de buenos y malos, de víctimas y victimarios, sino de reflejar los problemas que transitan cada una de las familias, como grupos sociales y sus temores varios; el duro escenario que presenta el colegio de trasfondo, las limitaciones del mismo sistema, y desde ya, la exclusión. Otro punto a resaltar, es la idea de reflejar una pareja que toma una decisión que representa un bien general, más aún que personal, porque la duda latente de adoptar a un niño que dobla la edad estipulada se percibe desde el comienzo tanto en la madre, como el padre, termina siendo desfavorable, ante la presión de los padres de los chicos que asisten al colegio. Quizás la palabra no sea denuncia, pero Sorín resalta de esta manera otra realidad, ya que generalmente los chicos que tienen edades avanzadas, no son tomados en adopción, dejándolos a la deriva, con un futuro poco prometedor. Las actuaciones sin duda refuerzan a la historia, no solo Victoria Almeida y Diego Gentile, y en los momentos que aparece Ana Katz, sino también Joel Noguera, cumpliendo con creces cada uno con sus roles, también dejando en claro una notable construcción de los personajes. En cuanto a lo demás, referido a fotografía, trabajo de cámara, tiempos narrativos y demás elementos, todo está donde tiene que estar, dejando en evidencia un trabajo sin asperezas, que vale la pena en sus poco más de 95 minutos de duración.
Animal es la segunda película del cineasta argentino Armando Bo II, director de la recordada El último Elvis, y guionista de Biutiful y Birdman, ambas dirigidas por el mexicano Alejandro González Iñárritu. Al igual que en los tres casos mencionados, Armando Bo II (hijo del actor Víctor Bo y nieto del también director de cine Armando Bo) cuenta en el armado de guión con la colaboración de Nicolás Giacobone. No obstante, el foco de interés de este estreno recae naturalmente en su protagonista: Guillermo Francella. Animal inicia mostrándonos mediante un plano secuencia la apacible y calculada vida que lleva Antonio (Francella), con su mujer (interpretada por Carla Peterson) y sus hijos. Se muestra como un hombre de costumbres, de actitud conservadora, apegado a hacer lo establecido, y al que le gusta mantener sus cosas en un orden absoluto. Una situación inesperada, que toca nada menos que su propia salud, logrará desestabilizar su mundo y su tranquilidad. La necesidad de un riñón, y la larga espera de dos años, irá transformando progresivamente el carácter de Antonio, que como epílogo de tal instancia, tendrá la posibilidad de que su propio hijo le done uno de sus riñones, pero a último momento sea atacado por el pánico y abandone la idea. Este suceso efectivamente golpeará al protagonista, que acogido por la injusticias que sufre por un sistema médico que lo deja en una espera que parece interminable, escoge una opción por fuera de lo legal, algo que a lo largo de su vida jamás había hecho. La determinación en cuestión lo llevará a acercarse a Elías (Federico Salles) y Luly (Mercedes De Santis), dos personajes algo desalíneados, que a medida que avance la historia, estarán más próximos a terminar por enloquecer al ya amedrentado Antonio, que a darle realmente una mano, complicando inclusive aún más su tan pacífico entorno familiar. Desde sus minutos iniciales, Animal nos invita a adentrarnos en la historia, con una puesta en escena de altura, una fotografía y trabajo de cámara precisa, y una musicalización certera. El trabajo de guión, y las actuaciones, colaborarán en esta idea de introducirnos en el relato, porque de alguna manera algo de todo lo expuesto llega, y hace tomar partida a uno de lo sucesos que van aconteciendo. Si bien en algún momento la película carece de cierto ritmo, no podemos negar que el foco de tensión siempre está presente, logrando Armando Bo II un crecimiento progresivo, y que cada personaje se vaya transformando´o mostrando su verdadera naturaleza, a medida que avanza la cinta. El mensaje también es claro, respecto de que valor tiene seguir las reglas, cuando mucho de lo que uno prevé o intenta calcular, puede desbordarse inmediatamente por un golpe inesperado del destino. Al margen de que Animal está enfocado en el personaje interpretado por Guillermo Francella, el elenco que lo rodea cumple con creces, tanto Carla Peterson, como Salles y De Santis, así como en los momentos que aparece Gloria Carrá. Podemos citar algunas referencias previas, como Horas de terror (Funny Games) de Michael Haneke, la versión de Cabo de miedo de Martin Scorsese, o la más reciente El sacrificio del ciervo sagrado de Yorgos Lanthimos, pero más que nada por momentos puntuales, que por una cuestión de ideal global. Por ende, Animal se presenta como una opción válida, que retrata al menos un poco el momento actual del cine argentino, que en algunas producciones muestra un trabajo en su conjunto hecho con precisión y buenas labores generales.
Estrenada en las salas argentinas con una pequeña demora, Lady Macbeth es la cinta debut del cineasta británico William Oldroyd, filmada en 2016, y basada en la novela corta del escritor ruso Nikolai Leskov. La misma ya cuenta con una versión anterior magistral, realizada en la vieja Yugoslavia y dirigida por el maestro polaco Andrzej Wajda en 1961, llamada Lady Macbeth en Siberia, con Olivera Markovic en el rol principal. Para establecer diferencias, Oldroyd traslada la historia de Lady Macbeth a la Inglaterra de 1865, y nos cuenta la instancia por la que pasa la joven Katherine (Florence Pugh), quien es obligada a casarse con un hombre que poco tiene que ver con ella, y que es mucho mayor en cuanto a edad. Se percibe una marcada crítica al sistema patriarcal, concepto que tanto se repite en nuestros días. Ella es esclava en algún sentido del sistema, de la forma de vida que otros eligieron por ella, y le toca esperar, mientras tolera las ocurrencias y aventuras de su marido, que se demuestra más interesado en otros asuntos. No tardará mucho en desviar su atención en Sebastian (Cosmo Jarvis), un joven que trabaja en la finca de su esposo, y que tras un enfrentamiento inicial, termina encendiendo un fuego que Katherine tenía reprimido en su interior. Conllevar una relación amorosa con un empleado a escondidas, mientras su esposo está ausente, será motivo suficiente para generar una serie de conflictos que la joven Katherine parece dispuesta a resolver de la manera que sea, dejando en claro que posee un carácter fuerte, y que no se asusta a la hora de asumir uno o varios riesgos. Lady Macbeth se nos presenta en un comienzo como un drama de época, dotado de todos los elementos característicos de dicho género, con una ambientación y puesta de escena a la altura, y una fotografía atractiva. No obstante, el realizador británico coquetea con otros géneros, logrando entremezclar pequeñas dosis humorísticas, y conforme avance la película, y la trama vaya variando su perspectiva inicial, se va impregnando de dosis más vinculadas al cine de suspenso, logrando articular certeramente las variaciones genéricas. La actuación de Florence Pugh es más que acertada, y logra darle las matices pertinentes al personaje, cargándolo de una sentida doble personalidad, más pasional por un lado, mientras que en otros momentos muta a una tonalidad más fría y especuladora. Como suele pasar con muchas producciones de actualidad, se percibe algún que otro exceso en el desenlace, pero por suerte, no llega a manchar una cinta netamente recomendable. También es un punto a favor la capacidad de resumen, pudiendo Oldroyrd realizar en poco menos de media hora de película una obra redonda, que logra dejar una huella y un mensaje en el imaginario del espectador.
El amante doble es la nueva película del singular cineasta francés Francois Ozon, recordado por la realización de películas como Bajo la arena, La piscina (ambas con la actuación de Charlotte Rampling), 8 mujeres, En la casa, y la más reciente Frantz. Basándose en la novela Vidas gemelas de la escritora Joyce Carol Oates, Ozon contó con la colaboración de Philippe Piazzo para la adaptación del guión, con quien trabajó justamente en la citada Frantz. El amante doble comienza con la historia de Chloe (Marine Vacth), una joven de 25 años que siente fuertes dolores en el vientre. Tras la realización de los estudios pertinentes, le recomiendan que inicie terapia, que quizás mediante la misma encuentre el foco de su problema, y quizás pueda ayudarla a poder solventar su tan extraña situación, y poder seguir adelante. Será en ese momento en que conocerá a Paul Meyer (Jeremie Renier), su terapeuta. Tras varias sesiones, en donde Chloe expone parte de sus problemáticas, sensaciones y temores, se terminan sintiendo atraídos el uno al otro, y posteriormente se van a vivir juntos, dando por cerrado el ciclo de la terapia. Una vez instalados, comienzan los problemas, o mejor dicho, se reanudan. Tras descubrir un secreto de su nueva pareja, en torno a su apellido original, la joven empieza a sospechar, y termina topándose con un hermano de Paul, del cual este jamás le había hablado. La curiosidad, y las ansias de llegar al origen de todo este misterio, representará un sinfín de situaciones traumáticas, y un viaje interno que en todo momento jugará con la estabilidad emocional de Chloe, quien continúa en constante conflicto con los fantasmas del pasado, mientras afronta como puede la realidad en que le toca vivir. La nueva película de Francois Ozon demuestra un poco la capacidad del cineasta francés de oscilar entre géneros, iniciando su nueva propuesta como una cinta de índole dramático, con destellos de género romántico, para luego ir desviando el foco en una historia de suspenso, con fuertes toques psicológicos y hasta de tinte erótico. Esta marcada convergencia, nos traerá a la mente el clásico de David Cronenberg Dead Ringers, con cierta cruza del cine de Alfred Hitchcock, El Inquilino de Roman Polanski y elementos sueltos de otras películas de género. Todo esto no significa que Ozon no sea original, si bien termina siendo una historia con componentes en algún sentido bastante reiterados en los últimos años (lo cual es uno de los puntos débiles), el realizador francés logra dotarla de cierta originalidad, intentando esquivar determinados lugares en la historia, tratando de darle un destello personal, y jugando con una serie de enfoques y tomas sumamente sugerentes, reflejo de un trabajo enorme de montaje y fotografía. Quizás haya que hacer alguna aclaración en lo referido a la importancia de la interpretación de los sueños, ya que representan una parte considerable en la conformación del significado de la historia, del problema a resolver de Chloe, quien por momentos se ve presa de ellos y sus simbolismos. La interpretación de la joven Marine Vacth es destacada, al igual que la actuación de Jeremie Renier, un actor que suele cumplir con creces sus roles, conocido por ser el actor fetiche de los hermanos Dardenne. Probablemente la mayor crítica que se le puede hacer el film, es cierto exceso y abuso en algunos puntos, donde a Ozon un poco se le va la mano, ya que algunos elementos presentes no eran del todo necesarios, más teniendo en cuenta que el objetivo de brindarle cierto trasfondo lúgubre, siniestro, y retorcido a la historia está claramente logrado.