El nuevo filme producido por The Mark Gordon Company y Walt Disney Pictures, y con guión de Ashleigh Powell, es una pretenciosa, estelar, pero poco creativa historia, con una inversión millonaria que no alcanza buenos resultados. La película nos presenta a Clara (Mackenzie Foy), una adolescente que tras la muerte de su madre debe encontrar una llave para abrir el objeto que “contiene todo lo que necesita”. En la gala de navidad, su padrino Drosselmelyer (Morgan Freeman), le abre las puertas a un mundo paralelo en el cual Clara deberá aventurarse para conseguir el tan preciado objeto. Es así como la protagonista se adentra en un universo de cuatro reinos, donde acompañada por Phillip (Jayden Fowora-Knight), luchará contra el mal y obtendrá lo que tanto busca. El argumento, con muy poco vuelo creativo, tiene un desarrollo y un desenlace previsible y con un guiño al poder de la familia y el amor por sobre todas las cosas: un elemento tierno, pero utilizado en demasía y que no aporta nada al genero fantástico de la factoría Disney (en este sentido el filme es similar a “Un viaje en el tiempo“, de Ava Duvernay: millones de dólares invertidos en un producto que no cumple con lo esperado). El elenco de primer nivel (Keira Knightley, Morgan Freeman, Helen Mirren, entre otros), se ve contrarrestado por lo poco interesante que resultan sus personajes: superficiales y con pocos matices. Claro que ver a estas figuras siempre es una buena opción y más con la producción de Disney atrás (vestuario, maquillaje, etc), pero, por supuesto, con eso no alcanza. Visualmente la película es potente: efectos visuales de gran calidad, vestuario, diseño de arte y rubros técnicos no tienen fisuras, en este sentido hay que destacar la música de James Newton Howard y la performance de Misty Copeland. Sobre el público al cual está dirigido la película, sin duda encontrará adeptas en las niñas fascinadas con el mundo vinculado a las princesas, los vestidos y los sueños por cumplir, aunque hoy en día, este tipo de películas quedan antiguas, ya que “El cascanueces y los cuatro reinos” no tiene nada nuevo que sumar, incluso en estas temáticas. Una opción infantil que nos deja con un sabor a poco frente a las expectativas que generaba semejante elenco y producción.
Rojo, tercer largometraje de Benjamín Naishtat, narra una historia que transcurre en alguna provincia argentina en 1975. El episodio central arranca con una simple discusión sobre los buenos modales y el orden establecido, pero ese intercambio desencadena un dominó de sucesos de violencia contenida con derivaciones imprevisibles, que desnuda la podredumbre oculta y la oscuridad a la que es capaz de descender alguien tan preocupado por ser correcto y guardar las formas como Claudio (Dario Grandinetti). Si bien se apoya en ese nudo argumental como eje narrativo, la maestría del director radica en no caer en el documentalismo ni tratar de pontificar; nos sugiere un collage con múltiples alusiones históricas (a los “rojos”, a los desaparecidos, a la represión), e imágenes que aportan a una historia coral con conflictos que se vislumbran alrededor de los personajes que rodean al protagonista: la familia del “doctor”, un abogado que tiene un lugar destacado en la sociedad, y el pueblo “fuenteovejunesco”, donde se murmura por lo bajo lo que todos saben que pasa pero nadie se anima a admitir. Naishtat le imprime a su obra un pulso agobiante y su sello propio para captar un ominoso clima de época, donde debajo de la superficie aparentemente normal y apacible de los respetables miembros de la comunidad de un pueblo sin nombre, se oculta un germen turbulento y sórdido que pugna por salir como si se tratara de un volcán a punto de entrar en erupción. El ritmo del relato se completa con un contrapunto visual: la intrigante secuencia inicial del frente de una casa de la que todos se llevan algo, un encuentro surrealista en el jardín de esa casa arrasada (casi a modo de epílogo de Casa Tomada, de Cortázar), un auto en los caminos del desierto y los colores del alba (como telón de fondo de la acción que transcurre fuera de cámara), o el eclipse rojo en la playa, metáforas de lo que se esconde, de lo que no se quiere ver. Los rubros técnicos, impecables, hacen posible este viaje en el tiempo que nos lleva a espiar escenas de la vida cotidiana en la década de 1970: desde la extraordinaria fotografía que parece recrear la gama de colores de las viejas películas caseras, la intromisión de un aviso publicitario de la época (con Antonio Grimau como joven galán publicitario), el humo de cigarrillo que invade cada escena, la música incidental con toques de cuerdas desafinadas que preludian el derrumbe y la decadencia (me recordó a la genial Zama, de Lucrecia Martel), hasta el maquillaje que abunda en bigotes, y el vestuario de gamulanes y pantalones de botamanga ancha (que para la generación de +50 remite directamente a los recuerdos de infancia). Las sólidas actuaciones, especialmente el austero y preciso trabajo de Darío Grandinetti, suman para que la película sea un espejo incómodo y perturbador de lo que somos como sociedad, como en un moderno Civilización y Barbarie donde no se sabe cuál es cuál. Rojo es un extraordinario y premiado filme, sin dudas entre lo mejor del año, que nos propone reflexionar sobre nuestra historia, nuestros conflictos y escarbar en nuestras raíces, aunque duela hacerse cargo. Calificación: Excelente. (Escribe Cecilia Della Croce para Ociopatas)
Aunque cueste salir conforme de una película de terror en estos tiempos, en donde el streaming saca provecho del cine con propuestas más que interesantes como lo es “La maldición de Hill House“, esta semana llegó a las carteleras un icono del género, una historia que mas allá de las entregas que tuvo a lo largo del tiempo, se instala como una opción ideal para los amantes del terror y los seguidores de la historia: Halloween. Esta película, escrita y dirigida por David Gordon Green, debe entenderse como una secuela de la original, dejando de lado todas aquellas que hayan salido en el lapso de tiempo entre la primera y esta última, algo más que interesante, pues no es necesario haber visto todas las anteriores para sumergirse con facilidad en la trama. Luego de haber sobrevivido a la masacre que tuvo lugar cuarenta años atrás, Laurie Strode (Jamie Lee Curtis), se refugió en su casa, y adoptó todas las medidas de seguridad que tuvo a su alcance para protegerse, y a la vez, estar preparada para el encuentro final con el hombre que marcó su vida: Michael Myers (James Jude Courtney – Nick Castle). El argumento es sencillo: Myers, quien estuvo encerrado en un hospital mental a cargo del Dr Sartain (Haluk Bilginer), logra escapar al momento de su traslado. Es así como Haddonfield vuelve a ser el escenario en donde atacará de nuevo. Laurie Strode deberá proteger a su familia (y a ella misma), de Myers, quien está dispuesto a derramar toda la sangre necesaria para saciar su inexplicable sed de matar. Si bien el filme recae en algunos aspectos obvios y predecibles, sobre todo en la primer parte del mismo, logra crear un climax de suspenso y tensión en la mitad y sobre el final, cuando acontece el “tan esperado reencuentro”. Durante el desarrollo de la historia, no faltarán muertes violentas, ni sangre por doquier, Gordon Green es explicito en su intención de mostrar a un Myers despiadado y sanguinario. Por otro lado, le aporta interés al hilo de la historia, la relación que se genera entre el personaje de Strode, su hija Karen (Judy Greer), y su nieta Allyson (Andy Matichak), las tres generaciones de mujeres se pararán fuerte ante Myers y darán batalla contra el asesino. Como toda mega producción de Hollywood, los rubros técnicos son excelentes, mientras que la actuación de Jamie Lee Curtis es hipnótica desde el comienzo. Con acertados planos que logran asustar al espectador, pero no abusando de ese recurso, “Halloween” es una simple pero efectiva propuesta cinefila que no defraudará a quienes decidan verla. Calificación: Buena.
Probablemente el británico Andrew Haigh sea uno de los cineastas independientes con mayor sensibilidad a la hora de narrar dos polos opuestos como la vejez y la adolescencia. “Greek Pete” y “45 años” ya mostraban sus cualidades detrás de cámara, y con su nueva cinta, “Apóyate en mi” (“Lean on Pete”) reafirma toda su capacidad. El joven Charlie Plummer, de solo 19 años, protagoniza casi al completo esta película dramática que tiene como secundario a Steve Buscemi, actor que está atravesando un gran momento luego de meter doblete con “Nancy”, cinta dirigida por Christina Choe. En “Apóyate en mi”, Charlie Plummer encarna a un chico que queda solo al morir su padre. Con la sola compañía de su caballo preferido –Lean on Pete-, decide escapar en busca de su tía a la cual hace muchos años no ve. De vuelta Andrew Haigh nos regala una película notable en sus búsquedas y en su humanidad. “Apóyate en mi” es una pieza dura, pero lo es no por el hecho de caer en el golpe bajo fácil, al contrario, el enfoque del cineasta evita esa caída, aún cuando la historia está todo el tiempo en el límite. Haigh logra trabajar la búsqueda, el desarraigo, la vida rural, y la exploración de un chico de 15 años que se ve obligado a madurar de golpe. El protagonista inicia su travesía junto al caballo, y dentro de ese viaje interno-externo va conociendo a una serie de personajes que muestran la decadencia rural, el machismo, y un paulatino descenso a los infiernos. Otro aspecto que claramente está presente en la obra es el pasaje del campo a la ciudad, la diferencia social que esto implica. Haigh consigue muy bien esa traslación entre espacios, que además esta brillantemente fotografiada por el danés Magnus Nordenhof. La actuación de Charlie Plummer es extraordinaria. Gracias a este papel ganó en Venecia como mejor actor joven revelación, y no es para menos, son impresionante los matices dramáticos que consigue. No es sencillo tener todo el peso de la trama encima de un actor, y Plummer lo sabe llevar muy bien. Toda una sorpresa que nadie se debería perder en el breve tiempo que estará en cines. Escribe Fabio Albornoz para Ociopatas.
Estas son el tipo de historias que a Hollywood le encanta contar una y otra vez. Tramas de superación, gloria, estrellato y decadencia en el mundo de la industria musical y cinematográfica. No por ello es casualidad que “Nace una estrella” sea la quinta versión de un argumento que se inició en los años 30′, y que ha tenido remakes en los 50′ y hasta en los 70′. La fórmula nunca falla, solo hace faltar actualizar los personajes, el contexto y la música. Grandes duplas han pasado, desde Judy Garland y James Mason, pasando por Barbra Streisand y Kris Kristofferson. Por eso, esta versión 2018 tenía un gran desafio por delante, presentar un duo que estuviese a la altura de las circunstancias. La ópera prima de Bradley Cooper como director, lo tiene también como co-protagonista junto a la cantante norteamericana Lady Gaga. El guion fue elaborado entre el especialista de films románticos, Will Fetters (“Lo mejor de mi”),el propio Cooper, y Eric Roth (“Forrest Gump”, “El curioso caso de Benjamin Button”). -Jackson Maine es una estrella consagrada de la música que se encuentra sumido en la adicción a las drogas y el alcohol. Tras un intenso concierto, conoce de casualidad a Ally, una cantante que lucha por salir adelante. Justo cuando Ally está a punto de abandonar su sueño de convertirse en artista, Jack decide ayudarla en su carrera hacia la fama. Pero el camino al estrellato no sera nada sencillo. La cinta de Bradley Cooper deja a un lado el mundo del cine (presente en las versiones anteriores), para enfocarse plenamente en el de la música, y eso la acerca mucho más en intenciones al film de 1976. Acá seguimos la vida de dos cantantes que van en sentidos opuestos, uno en decadencia, y la otra al estrellato total, chocando también tipos de música opuestos: por un lado en country/rock, y por otro el pop. “Nace una estrella” quiere criticar el ritmo de vida de los músicos, las adicciones, pero también la superficialidad de las canciones modernas, la hipocresia de la industria musical, entre otras cosas. Y el resultado es siempre muy convincente, aún incluso cuando quiere emular la fórmula de la exitosa “LA LA Land”. Los primeros minutos del film ya dejan en claro el estilo de película que Cooper intentará plasmar en pantalla. Hay una cámara movediza que se envuelve entre los movimientos que hace el músico Jackson Maine arriba del escenario, los flashes de las luces que entorpecen la visión y una adrenalina propia de los conciertos. Este continuo movimiento de planos (que no se detiene nunca, o lo hace pocas veces) plantea ya de entrada un problema complejo: ¿Cómo se puede mantener el foco de la imágen en un film lleno de velocidad? A veces la película sufre esto, porque el foquista no llega a tiempo, y ese es un conflicto que se lo genera el propio director desde su decisión de rodar la película a puro teleobjetivo, y con una cámara en mano que muchas veces no ocupa un valor estratégico dentro de la puesta en escena. De todas maneras, uno supone que al tratarse de una ópera prima, todos estos detalles se irán puliendo en futuras experiencias como cineasta. “Nace una estrella” tiene números musicales vibrantes, dignos de ser escuchados y vistos en pantalla grande. Todo eso es cierto, pero nada sería igual si no estuviesen en pantalla Bradley Cooper y Lady Gaga, que muestran una química extraordinaria y despliegan unas interpretaciones notables. Hace rato que Cooper viene teniendo buenos papeles, sin embargo, la revelación es Gaga, quién luce 100% natural en buena parte del largometraje, y se aleja del divismo que uno podría esperar de este tipo de artistas. Centrando toda la fuerza en el dúo principal, es cierto que los personajes secundarios quedan un tanto relegados y poco desarrollados (incluso algunos no aportan absolutamente nada a la trama), y es en esos momentos donde la película pierde un poco de precisión. Tras una primera mitad muy buena, aparece una segunda (no tan redonda) que intenta forzar la lágrima fácil y llegar a los puntos mas comúnes de los films románticos, algo que curiosamente estaba esquivando bastante bien Cooper como director. Ya entrando a la recta final del año, se empiezan a dilucidar algunas de las producciones que dirán presente en los próximos Oscar, y esta nueva “Nace una estrella” tiene todos los boletos para estar ahí. Una película clásica, con Hollywood en las venas. Pura fórmula bien ejecutada que rescata la nobleza de los musicales antiguos, y lo mixtura con un poco de los aciertos que ya presentaba “LA LA Land”. Excelente música, interpretaciones, lo cual la hacen merecedora de ser vista en pantalla grande. Altamente disfrutable. Calificación: MUY BUENA (Escribe Fabio Albornoz, para Ociopatas)
Intentando parodiar a los films de espionaje, sobretodo los de James Bond, “Johnny English” se inició en el 2003 y constituyó un nuevo personaje para el británico Rowan Atkinson, conocido mundialmente por la serie televisiva “Mr. Bean” (1990-1995), que luego hasta tuvo dos largometrajes. El buen éxito de “Johnny English” derivó en una tardía secuela estrenada en 2011 que cerró temporalmente las aventuras del torpe espía inglés. Pero como se sabe, en la industria cinematográfica ningún adiós es para siempre, y es por ello que regresa este año la franquicia con “Johnny English 3.0”. David Kerr, es el director en esta oportunidad, y el único que se repite (además de Atkinson), es el guionista Robert Wade, que había escrito las dos anteriores películas de la saga, y hasta fue el responsable de cuatro entregas dentro de la longeva franquicia de James Bond. -Esta tercera parte inicia con un ciberataque que revela la identidad de todos los agentes secretos del Reino Unido. Ante esta situación, English se transforma en la única esperanza que tiene el país para rastrear al hacker responsable de la filtración. No hay chances de que la película decepcione porque es lo que es, y jamás miente intentando hacerse pasar por otra cosa. Esta claro que “Johnny English 3.0” no es una comedia con un humor sofisticado, elaborado, ni mucho menos inteligente, todo lo contrario, busca mantenerse por el mismo sendero de la saga e intenta aprovechar al máximo la figura del eléctrico Rowan Atkinson. La cinta aporta más bien poco, los gags son los mismos de siempre, y hay apenas algún chiste sobre el paso del tiempo y las nuevas tecnologías que puede llegar a funcionar, pero en general, David Kerr dirige un paquete añejo y desfasado de época. Son pocos los momentos salientes de la cinta, pero probablemente el de la realidad virtual sea uno de los pasajes más lúcidos y simpáticos que tiene esta producción con mucho aroma a mercado doméstico. Rowan Atkinson es English, pero también Mr. Bean. Wade incluso le planta algunas escenas que carecen de absoluto diálogo, confiando en su humor silencioso y físico que divertirá a los más pequeños. Las sorpresas para el público adulto estarán en encontrar las parodias a “El hombre que sabía demasiado”, “Diabolik”, las películas de Bond, etc. Por lo demás, hay poco que ver acá. Quienes gusten de este tipo de comedias disfrutaran el último capítulo de la saga. Hay Atkinson en estado máximo, y un banquete de chistes torpes que esperan ser consumidos. Fabio Albornoz Ociopatas
Casi como una carta de despedida o un homenaje en vida, “Lucky” se transformó en la última película del extraordinario actor Harry Dean Stanton, quien falleció a los 91 años (en Septiembre del 2017), poco tiempo después de que la película se estrenara. Lo curioso de todo esto, es que Stanton se dio el lujo de cumplir en vida uno de sus anhelos: compartir pantalla con su amigo personal, el cineasta David Lynch. Hubo una apuesta dando vueltas entre ellos durante mucho tiempo. Stanton actuaba en casi todas las películas de Lynch, así que una vez le pidió que fuese actor junto a él en algún filme. Esa oportunidad se pudo dar recién con “Lucky”, donde comparten pantalla en algunas escenas memorables. En otro curioso juego de inversión de roles, el actor John Carroll Lynch ejerció de director por primera vez, y la historia se repite en el rubro de guionistas, donde están Drago Sumonja y Logan Sparks, dos intérpretes explorando el terreno del guion cinematográfico. El relato presenta al anciano Lucky, afrontando sus últimos años en soledad, haciendo una vida rutinaria, con ciertos recelos para con el mundo exterior. Pero su modo de ver la vida irá poniéndose en jaque cuando entre en una etapa autorreflexiva y de descubrimiento. Es arduo filmar una película que permita al espectador reflexionar acerca de la vida, la guerra, la muerte, la vejez y los lazos humanos. Se necesita de una gran sensibilidad a la hora de dirigir y escribir todas esas intenciones y emociones que se quieren obtener. “Lucky” logra alcanzar todo eso sin alardear, sin subrayar y sin ser exageradamente pretenciosa, así, la parte más difícil, está superada. John Carroll Lynch abre su obra con una serie de planos generales imponentes que nos sitúan en un pueblo, en un paisaje desértico como fondo, y un encuadre ancho como el de los western, por donde vemos cruzar con lentitud a una tortuga, la pequeña excusa de la que el film más tarde hablará solo para derivar en otros temas. “Lucky” es una película noble, íntima y sencilla. El guión de Sumonja y Sparks es sensacional por su simpleza y profundidad. La cinta va narrando la rutina del personaje día a día, y dentro de esos bloques encuentra cosas mínimas en su camino que le permiten plantear potenciales charlas o escenas reflexivas.El drama y el humor se entrelazan también de manera brillante a la hora de construir el personaje de Lucky, un anciano que pese a su testarudez, da ternura en su soledad y tristeza interna. “Lucky” se siente como lo que terminó siendo: la despedida. Harry Dean Stanton es el alma de una película realizada casi íntegramente en función de él. Se mueve por los espacios con su cuerpo delgado, su sombrero y la vestimenta de un cowboy agotado, viejo, pero lleno de experiencias de vida. Es extraordinario lo que transmite en pantalla con sus miradas, y los secundarios son solo eso, un grupo de amigos congregados en un bar, charlando de la vida y mirando con admiración a una verdadera leyenda que deja su última gran muestra interpretativa. El noble y auspicioso debut de John Carroll Lynch es un film bello, emotivo sin ser forzoso, y un regalo para dar conclusión al cierre de una carrera que supo ser magistral. Escribe Fabio Albornoz para Ociopatas
Una de las figuras políticas más importante de Latinoamérica es, sin dudas, José ‘Pepe’ Mujica, quien fue uno de los tantos que sufrió en carne propia los horrores de la dictadura militar uruguaya, y que luego se convertiría a la edad de 75 años en presidente de su país. El bajo perfil y la humildad, caracterizaron y conformaron la figura pública de Mujica, ampliamente valorada y respetada en el resto del mundo. Pero este año parece ser aún más especial, ya que en el Festival de Venecia estuvieron presentes dos films sobre su vida. El legendario realizador serbio, Emir Kusturica, filmó el documental “El Pepe, una vida suprema”, y por otro lado, el uruguayo Álvaro Brechner rodó “La noche de 12 años”, cinta que retrata el lapso de tiempo en el que Mujica estuvo en cautiverio durante la dictadura. La película es una coproducción entre Uruguay, Argentina y España, lo que hace levantar -en principio- ciertas sospechas sobre la conformación del elenco, dado que esto fuerza a que el film tenga intérpretes de dichos países. Del trío principal de la película, el Mujica cinematográfico lo interpreta Antonio de la Torre (España), luego está el Chino Darín (Argentina), y Alfonso Tort (Uruguay). Es decir, hay como disparador todo un desafío: ¿De qué manera puede ingeniarse la película para camuflar los acentos? “La noche…” no es una cinta biográfica del todo convencional. Hay una decisión de Álvaro Brechner por acercar el film a lo que sería una experiencia casi en primera persona, un ensayo claustrofóbico y agobiante sobre el encierro y la locura que ello desata. El acontecimiento que sufrió José Mujica (y sus otros dos compañeros) le sirve a Brechner para trabajar con un sonido excepcional que acentúa ruidos pequeños hasta hacerlos incómodos, una fotografía por momentos onírica, el fuera de foco, y demás recursos estilísticos funcionales a la narración. El relato -que no tiene grandes cargas de diálogo-, debe arreglárselas para llevar adelante casi dos horas de duración con tres personajes aislados entre sí. A razón de darle un poco más de respiro a la historia, Brechner incluye pasajes humorísticos (que se agradecen), y unos flashbacks que permiten reconstruir un poco del pasado de los personajes. Quizás en esos flashbacks se pierda un poco la fuerza de la película, cayendo en un mayor convencionalismo y una cierta estética publicitaria que le juega en contra, pero hay en su mayor parte un riesgo que es de agradecer: Se retratan 12 años de encierro con un muy buen empleo del montaje. Irene Blecua esconde el tiempo (más allá de los carteles que anticipan el cambio de año) bajo la perspectiva de los tres prisioneros sumidos en la locura. “Un condenado a muerte se ha escapado”, de Robert Bresson, es claramente la primera influencia que tiene el film, sobre todo al momento de intentar comprender las psiquis de los prisioneros. La película pocas veces se vuelca a mostrar en exceso la violencia física, si no más bien la psicológica, y es ahí donde Brechner vuelve a marcar la diferencia con la decisión que tomaría otro film. El reparto no tiene fisuras: “La noche de 12 años” sale airosa en ese desafío de las tonalidades, y Antonio de la Torre se muestra comprometido en su rol. El Chino Darín no se queda atrás, en otro papel de riesgo que le permite salirse del mote de galán para mostrar sus cualidades interpretativas. La que si está totalmente desaprovechada es Soledad Villamil, que encarna un personaje sin vuelo. La película es una muy agradable sorpresa, realizada con un talento visual y auditivo impresionante. La mejor parte radica cuando se acerca al cine más experimental. Álvaro Brechner encontró interesantes herramientas para construir un ensayo sobre la locura, y en ese sentido, la película permite vivir la experiencia casi en primera persona. Es de agradecer encontrar filmes que se arriesgan a ir por más. Calificación: Muy buena Escribe Fabio Albornoz, para Ociopatas Fabio Albornoz (@FabioAlbornoz, en twitter).
La nueva película de Eli Roth (Hostel), basada en la novela de John Bellairs, relata la historia del pequeño Lewis Bernavelt (Owen Vaccaro), que tras haber perdido a sus padres en un accidente, debe irse a vivir con su solitario y extravagante tío Jonathan (Jack Black). Sorprendido por el estilo de vida que lleva su tío, Lewis descubrirá un universo totalmente nuevo para él: relojes por doquier, una nueva escuela y compañeros, y la formación de un vinculo muy particular con su tío, y su inseparable amiga Florence (Cate Blanchett). El nudo y desenlace de la película se encuentran ligados al descubrimiento de un secreto que se mantenía oculto, y con la vuelta a la vida de Isaac Izard (Kyle McLachlan), quien está dispuesto a todo para poner en funcionamiento el reloj que tiene la fuerza de terminar el mundo. El personaje de Lewis aporta ternura, y la dupla Black – Blanchett funciona muy bien, con escenas y diálogos divertidos, sin embargo, si bien la película cuenta con elementos técnicos de gran calidad, sobre todo aquellos ligados a los efectos especiales y el diseño de arte, la historia no logra conmover ni atrapar durante su desarrollo, que por momentos se vuelve demasiado extenso. Eli Roth, conocido por ser un director de películas de terror como Hostel y Cabin Fever, entre otras, quiso indagar en el género fantástico, y su labor resultó demasiado pretenciosa: la fusión de lo fantástico, con escenas cómicas, y un trasfondo de “terror” que incluye a un malvado en busca de venganza, termina siendo confusa y forzada. Si bien por momentos entretiene, no alcanza el resultado que se hubiera esperado de la producción y el elenco con los que cuenta “La casa con un reloj en sus paredes“.
La nueva película de Lola Arias, directora también de “Campo Minado”, que se presenta en el Teatro San Martín a partir de este sábado, narra el encuentro de seis veteranos de la Guerra de Malvinas/Falklands para hacer una película. Así, tres ingleses y tres argentinos, se reúnen para reconstruir sus recuerdos sobre el conflicto. Como retazos de la memoria, los veteranos / actores charlarán, discutirán y recordarán aquellas experiencias vividas durante el conflicto: las posiciones que ocupaban, los camaradas fallecidos, las estrategias pensadas, pero sobre todo, la disposición a dar la propia vida para salvar a la patria. La película, que atraviesa momentos emotivos y profundos, también le permite al espectador algunas escenas divertidas y relajadas que complementan este experimento “ficción – realidad”. En cuanto al contenido, la discusión sobre la soberanía de las islas se enuncia en la historia, y resulta conmovedor ver como mas allá de las diferencias culturales de los diferentes “personajes”, todos coinciden en la fuerza de la juventud y los sentimientos que se encontraban atravesados durante la guerra: el miedo a no volver, pero también la determinación de cumplir con una misión. Jóvenes algunos, jefes otros, 35 años después coinciden, en este trabajo de Lola Arias, en un mismo lugar y hablando de los mismos temas. Es muy valioso el trabajo de entrega y compromiso de Lou Armour, David Jackson, Rubén Otero, Sukrim Rai, Gabriel Sagastume, Marcelo Vallejo, quienes mas allá de interpretar un papel, ahondan en su recuerdo para transmitir así, sincera emoción. Durante el desarrollo de la película, los protagonistas conocerán a niños en una escuela, y a jóvenes actores dispuestos a representarlos a ellos mismos 35 años antes, basándose en sus personalidades y en el relato que cada uno de ellos relata. Un guiño sobre como a pesar del tiempo transcurrido, y de como las generaciones fueron cambiando, el tema “Malvinas” continúa siendo de interés para niños y adolescentes. Con elementos técnicos de gran calidad, y un montaje que hace recordar a la obra de teatro Campo minado, esta película es ejecutada de forma inteligente y con mucha originalidad, pues en ningún momento “Teatro de Guerra” en la monotonía o lo predecible. Una opción cinefila para disfrutar y reflexionar.