"LOS HIPÓCRITAS” de Santiago Sgarlatta y Carlos Trioni, ganadora del premio Raymundo Gleyzer organizado por la ENERC y el INCAA, fue la excelente propuesta que eligió este año el 9º FICIC en Cosquín, para dar cierre a su festival. Es una excelente noticia que el cine proveniente de las provincias, pueda incorporarse de una manera más federal a la cartelera porteña y de esta forma el público pueda acceder a “LOS HIPÓCRITAS”, otro de los grandes exponentes del cine cordobés actual. En este caso, y si bien muchas de las realizaciones de este grupo de cineastas cordobeses suele tomar una mirada más observacional y experimental, la ópera prima de Sgarlatta y Trioni, pisa fuerte en el terreno del cuento más convencional, con una historia brillantemente desarrollada y una minuciosa y detallada construcción de personajes. El guion, que es justamente de los propios directores, delinea a sus criaturas a través de pequeños detalles, desde una aguda y crítica observación, más que desde lo discursivo o las explicaciones sobreabundantes que aparecen generalmente en estos relatos. Los realizadores han tenido la inteligencia de escapar a esos lugares comunes y a la sobreabundancia de datos para generar un tono narrativo fluido y espontáneo, con una historia que atrapa desde las primeras imágenes. Una fiesta de casamiento (o más precisamente un casamiento cuasi “arreglado”, podría precisarse) une a dos familias política y económicamente poderosas, y será la excusa perfecta para que los autores desplieguen una mirada ácida y plagada de humor corrosivo sobre una clase social que esconde mucho más de lo que ostenta, que indudablemente encuentra ese goce extra en moverse inescrupulosamente y sin ningún tipo de prejuicios. Es justamente esa impunidad de clases la que subleva a Nicolás (excelente protagónico de Santiago Zapata), el camarógrafo de la fiesta, quien intentará que, de una vez por todas, los ricos y poderosos “paguen” en algún momento, y justamente se le presentará la oportunidad de hacer que, de una vez por todas, dentro de la aristocracia, de esa falsa burguesía provinciana, finalmente alguien tenga su merecido castigo. Todo se precipita cuando se da cuenta que su cámara ha tomado accidentalmente (?) una escena familiar que esconde un secreto que expone, peligrosamente, a los personajes principales y que podría dar lugar a desbaratar toda esa prolija fachada que la familia pretende mostrar en su construcción exterior. Sgarlatta y Trioni disparan dardos sobre una clase que se maneja con absoluto desparpajo, con aires de grandeza que no pueden sostener desde su corrupción moral y personal y de esta forma, logran darle a la narración con ritmo de thriller, que va generando un in crescendo que los directores manejan a la perfección sin perder el agridulce sentido del humor que atraviesa la totalidad del filme. Otro punto muy interesante es el entramado que presentan los personajes secundarios que le permiten a “LOS HIPÓCRITAS” abordar periféricamente, otros temas relacionados con el eje central de la historia: los valores morales, la hipocresía, la ostentación pero por sobre todo la implacable soledad que los atraviesa a todos ellos. Lo valioso, entre tantas otras cosas, de esta Opera Prima filmada a “cuatro manos” es que desde el guion se permiten abordar esta multiplicidad de temas sin perder en ningún momento un preciso hilo conductor en la narración y la asertividad en la construcción coral que acompaña a la trama central. Así, bajo una aparente sencillez en la trama, los directores logran sobreponerse exitosamente a una puesta en escena compleja -tanto desde lo formal con travellings, encuadres y paneos, como con la edición de sonido o sus aspectos visuales con precisas elecciones cromáticas y de iluminación- que resuelven acertadamente aun enfrentando temas presupuestarios. En el elenco, brillan tanto actores consagrados como Ricardo Bertone o Eva Bianco (siempre excelente sumando un trabajo más a sus recientes interpretaciones en “Otra Madre” o “Margen de Error”) junto a Santiago Zapata, Ramiro Méndez Roy y Camila Murias en los protagónicos. Tanto Zapata como Méndez Roy construyen con gestos y miradas un atrapante juego de gato y ratón, casi exento de palabras, representado con una acertada coreografía donde se instala una tensión –que incluso en el inicio del filme genera cierta ambigüedad que favorece enormemente al relato- y que ambos actores logran sostener con impecables interpretaciones. En suma, no podría haber mejor representante para que el cine del interior desembarque en nuestra cartelera que “LOS HIPÓCRITAS” que no tiene ningún miedo de dejar al descubierto las partes más vulnerables de cada uno de los personajes, y porque no, de nosotros como espectadores donde a través de la figura de Nicolás, nos plantea abiertamente ese precio que todos parecemos tener, ese punto de quiebre donde comenzamos a perder nuestros ideales, ese momento de soledad donde uno decide donde pararse, sostener su ética y pagar el precio.
La Opera Prima de Fernando Restelli, “CONSTRUCCIONES” vista en la Competencia Internacional del 9º FICIC en Cosquín y que ha intervenido recientemente en la selección del DocBuenosAires, es un trabajo que si bien tiene en su mayor parte, un formato eminentemente documental, abreva –como tantas otras películas del género dentro de la producción reciente- en el formato de docuficción, generando de esta forma un mayor atractivo para el espectador que un simple retrato observacional de los protagonistas. Restelli nos contará la historia de Pedro, un trabajador de la industria de la construcción e intentará representar en su figura, ese micromundo que se genera dentro de una obra, donde los obreros parecen quedar atrapados en un espacio alejado de la realidad. Casi como en un pequeño universo paralelo dentro de la ciudad que se acentúa más, aún en el caso de los serenos de las obras - como Pedro nuestro protagonista- que dado el horario y el espacio tan particular donde cumplen su jornada laboral, ven complejizados sus vínculos familiares y sus horarios de descanso y el tiempo para poder estar junto a su hijo. Este retrato de Pedro se emparenta fácilmente con la soledad, con esa “alienación” que vive como sereno en esas horas de encierro en donde la única realidad que se filtra del exterior es la voz de la radio, que Restelli inteligentemente usa para darle un contexto de encuadre temporo-espacial a la historia (diversos fragmentos periodísticos nos ayudan a situarnos en los momentos previos e iniciales del macrismo, en donde el planteo de todo un nuevo orden laboral y económico genera incertidumbre en el protagonista). Pero esta referencia inicial para “CONSTRUCCIONES” es justamente sólo eso. Restelli inicia su recorrido en esta construcción material para hablar de otra mucho más intangible pero más profunda e interesante. Es así como vemos este otro proceso de construcción tan fascinante y entrañable que es el vínculo que Pedro logra con su hijo, a quien cría como padre soltero y por lo tanto, la construcción más interesante que el director logra retratar es ésta de Pedro con su hijo Juampi, y lo hace con una cámara que adora a sus personajes y lo mira con una deliciosa y notable sensibilidad. El juego de ambos frente a la cámara es enteramente disfrutable –una cámara movediza que los sigue y los acompaña mediante la técnica de cámara en mano y con el uso mayoritariamente de primeros planos -, tanto por la espontaneidad de Pedro como la frescura, la picardía y la simpatía de Juampi y uno de los sobresalientes méritos de Restelli es poder borrar su presencia en cada escena y que nos parezca que la cámara no está ahí. Compartir esos momentos y charlas entre Pedro y Juampi es un verdadero deleite y Restelli sabe aprovecharlos al máximo, acompañándolos con otros pequeños personajes que completan el cotidiano de este obrero que representa a tantos otros: un retrato personal que sirve de descripción para contar algo mucho más universal. Así se van borrando las barreras de la realidad documentada y la ficción que implica cada mirada dentro del cine. Y la cámara amorosa de Restelli para con sus personajes, logra una profundidad, una intimidad y un nivel confesional que resulta sumamente acertado y atractivo, convirtiendo a “CONSTRUCCIONES” en uno de esos pequeños documentales que nos sorprenden positivamente y que nos dejan una cálida sensación de abrazo después de haberlos visto.
En plenos ´80, “Splash” “Cocoon” y “Todo en la familia” marcaban nuevos éxitos dentro de la comedia americana de la época. ¿Qué tienen en común? Su director Ron Howard, quien fue mostrando su creatividad atravesando diversidad de géneros durante toda su trayectoria. Es así como pasó por el cine de aventuras con “Willow, en la tierra del encanto” o la reciente “Han Solo”, suspenso con “El Código Da Vinci” “Ángeles y Demonios” o “El Rescate” y un cine más cercano al drama con “Llamarada” (otro de los grandes éxitos en los ´90), “Un horizonte lejano” o “Frost-Nixon”. También ha encarado proyectos biográficos entre los que podemos nombrar las reconocidas “Una mente brillante” y “El Luchador – Cinderella Man” junto a Rusell Crowe o “Rush”, títulos que se encuentran dentro de su faceta como director más ligados al cine documental, del que poco se conocía en nuestra cartelera. Luego de haber filmado “Made in America” con la figura del ícono del hip-hop Jay Z y “Eight days a Week” donde aborda material sobre los más de 250 conciertos que los Beatles habían hecho entre 1963 y 1966, llega a las carteleras el tercer proyecto documental para cine de Howard: “PAVAROTTI”, una aventura biográfica sobre el tenor más conocido y amado de la historia. Apelando a una estructura simple y por momentos esquemática, con lo más tradicional del género documental, Howard cuenta desde esa infancia en una casa humilde cerca de Módena –y la figura de su madre como impulsora fundamental dentro de su carrera-, hasta la adolescencia en donde por la situación económica de sus padres jamás tuvo la posibilidad de estudiar música ni asistir a ningún tipo de conservatorio, Luciano Pavarotti ha llegado a ser el tenor más famoso a nivel mundial con una historia en sus espaldas de lucha personal y talento innato. Gracias a una gran cantidad de archivos –en muchos casos doblemente atractivos por tratarse de archivos inéditos-, aún para quienes no pertenezcan al mundo de la ópera, Ron Howard se las ingenia para urdir un documental en el que la vida de Pavarotti se narra más como una biopic que como un documental en sí mismo. A través de los diversos testimonios (que van desde los testimonios de su vida más personal con anécdotas narradas por sus hijas hasta lo más profesional como las entrevistas con Plácido Domingo, José Carreras o Bono junto a tantos otros colegas y personalidades del mundo de la música-) y el material compilado, como espectadores, podemos seguir la historia de este tenor inolvidable aún sin ser grandes conocedores del tema. Disfrutar, no solamente de su música y de su incomparable talento a nivel vocal, llegando a notas que son completamente imposibles para otros intérpretes, sino que también el documental poner su mirada en el relato de una vida de lucha y la construcción de una figura carismática que ha sabido bregar para que la ópera, como arte, tuviese un lugar privilegiado en el mundo y con su excepcional generosidad ha apoyado a varias causas humanitarias que han sido sumamente valiosas. Tal como suele suceder en algunos retratos tanto documentales como ficcionales que se han filmado en este último tiempo sobre las estrellas de la canción en diversos géneros (quizás el que más se le aproxime a este trabajo de Howard sea “María Callas: en sus propias palabras” de Tom Wolf), la admiración y el respeto por el ídolo o por lo que ha significado su aporte en la historia de la música es tan grande, que muchas veces se pierde objetividad en la mirada. En cuanto a los trabajos de ficción eso suele ser más aceptado como cuando en el ámbito de la literatura se apela a la novela histórica echando mano a ciertas licencias, pero en cuanto al rubro documental, como espectadores a veces esperamos que la figura del artista pueda incluir también algunas de las aristas más controvertidas del personaje. Ron Howard, como director, se anima a plantear en el último tramo del trabajo, la faceta más controvertida de la vida pública del cantante, cuando en una sociedad profundamente religiosa, plantea un divorcio a su matrimonio de más de 30 años de matrimonio feliz, para comenzar una relación con Nicoletta, una mujer mucho menor que él (más de 30 años de diferencia de edad) con la que contrajo matrimonio en 2003. Su relación con Nicoletta atravesó todo el pequeño ataque mediático y la fractura que produjo en el seno familiar y superó muchísimos de los escollos que se le fueron presentando cuando apareció la enfermedad de Luciano y esperaban sus mellizos con un embarazo de alto riesgo para ella. Junto con Nicoletta comienza un costado sumamente popular en la carrera de Pavarotti en donde pareciera haber querido acercar a cierto público para el que parecía inaccesible un mundo tan amado para él como el de la ópera. Fue así que después del enorme éxito con “Los Tres Tenores” a pesar de las críticas recibidas por sus colegas o periodistas especializados, trató de llegar a todos los públicos con sus recitales como “Pavarotti and Friends” en donde logró convertirse en un éxito tan grande como el que sólo tenían las estrellas pop. Un retrato que mantiene el interés durante sus casi dos horas de duración y que refleja la admiración de un director y del público que ha seguido a Pavarotti durante su extensa trayectoria y en donde ha dado vida a canciones y arias de óperas que ha inmortalizado y popularizado de una manera única.
Nicolás Galvagno nos lleva en su ópera prima a un pueblo rural en los años ´60 con referencias temporales ligadas con el gobierno de Onganía que se va filtrando a través de la radio, ese momento en donde un ladrón imparte una especie de justicia social a lo “Robin Hood”, robándole a los ricos y siendo perseguidos por el poder policial pero apoyados por el propio pueblo. Allí, en medio de la aridez de ese pueblo (la película está filmada en la provincia de Mendoza, en la localidad de Lavalle), comenzará a contarse la historia de los hermanos Mendoza, Isidoro -Lautaro Delgado- y Claudio -Sergio “Maravilla” Martínez- que aparecen inspirados por dos bandidos rurales reales de la época -los hermanos Velázquez, pertenecientes a una banda de forajidos del Chaco- y jugarán a un peligroso juego de gato y ratón, en pugna permanente por el inspector de policía a cargo de Juan Palomino. El aire de Western permite a Galvagno dotar a su película y a sus propios personajes de muchísimas referencias a los clásicos que pueden ir tanto desde un spaghetti western hasta algunas realizaciones de Eastwood, hay quienes han visto algunas referencias al cine de Fabio con su “Juan Moreira”, pero que obviamente tiene notorias y directas referencias al cine de John Ford. El planteo interesante de “PISTOLERO” es lograr un equilibrio entre las escenas de violencia, persecuciones o disparos y las más calmas en donde Lautaro Delgado puede componer con una mayor precisión a un personaje profundamente melancólico y quebrado. Dejando atrás un pasado familiar no muy bien definido, se encontrará en su camino con una joven maestra rural (María Abadi) con quien tendrá una fuerte historia de amor e inclusive llegará a plantearse algún tipo de cambio de vida. Los puntos fuertes del debut en la pantalla grande de Galvagno son los rubros técnicos, con una excelente ambientación, fotografía y un muy buen trabajo de edición. Respecto de la historia, escrita por el propio director, acierta en el tono en que está contada además de no perder en ningún momento la tensión y la fluidez narrativa, aprovechando asimismo los paisajes y las locaciones para mostrar alguna belleza desconocida. Pero sin embargo, el elenco no marco un nivel homogéneo sino que, por el contrario, a algunas actuaciones y trabajos muy logrados se contraponen otros que no lograr encontrar el tono que la historia requería. Lautaro Delgado encuentra en Mendoza, una posibilidad perfecta de construir un gran personaje protagónico, con el registro preciso tanto en la dureza de su personaje como en la ternura que despierta en el vínculo con la maestra y en los momentos de mayor desesperación cuando se ve perseguido y acorralado por la policía. Sorprende positivamente, el trabajo de Sergio “Maravilla” Martinez, acompañando a Delgado y tomando en un perfil sumamente creíble, el papel del hermano, un personaje nada simple al que Martínez logra sacar un muy buen provecho. Juan Palomino le imprime a su Jefe de Policía el physique du rol necesario para ese papel y cuenta con muy buenos secundarios que lo acompañan. Pero lamentablemente no podemos decir lo mismo del trabajo de Diego Cremonesi que compone a un italiano que se expresa de una forma teatralmente subrayada y con una dicción propia de alguien que parece haber estudiado italiano en la profesora particular del barrio, sin convencer en absoluto con la forma en que encara la construcción de su personaje. Lo mismo sucede con la María Abadi quien tiene delicadeza y ángel para componer a esa maestra de pueblo pero no llega a presentar una química fuerte con el personaje principal. Galvagno acierta en la conducción de excelentes rubros técnicos, pero además, logra una exacta reconstrucción de época y un muy buen diseño de arte en general, con ciertos toques de homenaje al clásico western y en donde también se mezclan elementos de la historia real de los hermanos Velázquez, para una película diferente y por fuera de las propuestas que suele brindar el cine nacional.
Carlos Ameglio, director de la serie “Psiconautas” encara con su particular estilo humorístico, una historia centrada en el corazón de Montevideo a mediados de los ´80 en la que habla, entre otras cosas, de la pasión por el cine, de los proyectos quijotescos y de un género que concita las fantasías más ocultas: el porno. Todo comienza en el confesionario de una iglesia y mediante un gran flashback, en el que prácticamente se va desarrollando toda la película, aparece en el centro de la historia Víctor, ese eterno adolescente tardío que parece destinado a negarse a crecer –personaje arquetípico que Martín Piroyansky una vez más acierta, en este rol que le calza como un guante-. Un artista, un bohemio, un amante del arte, Víctor ha filmado una serie de cortometrajes con su novia y actriz fetiche, pero obviamente con su casamiento, parece haberle llegado la hora de “sentar cabeza” y el cine no le permite la posibilidad de sostenerse económicamente y lograr que sea su medio de vida, con el que pueda generarse suficientes ingresos. Absolutamente desalentado, Víctor decide por fin vender su cámara de video con el objetivo de hacer frente a algunas obligaciones dado su inminente casamiento, contando así con algo de dinero disponible. Cuando toda la suerte parece estar echada y Víctor ya se encuentra dispuesto a cumplir su nuevo rol de oficinista en el Banco/Financiera que lidera su futuro suegro, su amigo Aníbal (una excelente dupla para Piroyanski a cargo de Nicolás Furtado en un rol diametralmente opuesto a su trabajo en “El Marginal”) aparece con una propuesta que modificará por completo todo lo planeado. Aníbal atiende el video club del barrio –espacio donde justamente el guion encuentra permanente guiños cinéfilos y referencias de una época dorada en donde comenzábamos a degustar el cine en casa-, y en el intento de encontrar un potencial comprador, terminará presentándole a Boris (Daniel Aráoz), quien además de tener interés en la cámara, necesita con urgencia los servicios de Víctor, para que justamente con su cámara, oficie de director y finalice un proyecto en curso, que deberá terminar en tiempo récord. Tentado por la suma que Boris está dispuesto a pagar por el trabajo, que le dará la posibilidad de aportar ese dinero para su casamiento, Víctor aceptará sin poner demasiadas condiciones ni hacer demasiadas preguntas. Finalmente se develará el proyecto: una película porno de acotadísimo presupuesto, contando con Ashley, una estrella que ya ha tenido sus cinco minutos de fama y ahora se encuentra en un dudoso momento de desarrollo de su carrera. Aquí será justamente donde surgen los mejores disparadores y ese sentido del humor auto-referencial que recorre la historia, donde jamás se pierde de vista que el porno es un género considerado completamente menor, bastardeado y sobre todo asociado a un espectador que lo consume sin mayores exigencias ni pretensiones. Víctor, con su trayectoria como director de sus cortometrajes vanguardistas y disruptivos, deberá desempeñarse dentro de esta producción en donde tratará de imponer su criterio estético y sus ideas, lidiando con un género en donde el público no necesita ningún argumento ni ninguna razón de ser, más que la de ver a los actores destinados a filmar récords y proezas sexuales y hacer gala de ciertos atributos propios de todo un código que marca la industria. La buena noticia es que la estrella porno se encuentra absolutamente dispuesta y entregada al “proceso creativo” y aportará todo su talento y nuevas ideas para intentar recomponerse de esta de prematuro ocaso que cubre a su carrera. La mala: como en toda buena comedia de enredos, nada sale de acuerdo con lo planificado y un rodaje que parecía simple comienza a complicarse no solamente por los detalles propios de la filmación (maximizados por la inexperiencia de Víctor) sino también por la atracción que Víctor siente por Ashley que complica sobremanera su situación personal. El guion del propio Ameglio, acompañado por Daniel D’Agostino, Bruno Cancio y Nicolás Allegro, gana sobre todo en la primera mitad de la película en donde aparece con una idea más desestructurada, mayor desparpajo, donde se asume cierto riesgo y juega con la idea de la industria del porno en manos de amateurs desorientados. Pero a medida que la idea de Víctor se vaya poniendo en práctica –filmando una película donde el rol protagónico está a cargo del Dr. Pornostein, un científico que dará vida a su criatura cuando tenga sexo con ella-, la propuesta pierde espontaneidad y pasada esa primera mitad comienza a navegar por andariveles más previsibles y no se permite sostener la locura que la idea inicial generaba. Si bien Piroyanski logra darle cuerpo a ese personaje que parece haberse escapado de una comedia de Woody Allen y entabla buenos vínculos con los personajes de Aníbal y de Ashley (una notable composición de la actriz brasileña Carolina Mânica, que aporta mucha sensualidad y sex appeal a su personaje) el tono general de “PORNO PARA PRINCIPIANTES” se va desinflando a medida que avanza la trama. Pareciera que el director y sobre todo desde la propuesta del guion, no se animaron a jugarse a una comedia más desbordada, con más delirio y con lo que implicaba una propuesta de apelar al porno amateur, quedando por momentos la sensación de que autocensuraron algunas de las ideas que podrían haber potenciado muchísimo más una buena idea.
Ante la enorme escasez de ideas en Hollywood aparecen y proliferan remakes, precuelas, secuelas, relecturas, re-inicio de las nuevas franquicias. Todo eso tiene olor a refrito, a tratar de generar un nuevo negocio con lo ya hecho, lo ya escrito, lo ya visto. Es por eso que hay múltiples motivos para celebrar una película como “JOKER” que seguramente será recordada en mucho tiempo no solamente como el gran volantazo en la carrera de Todd Phillips (que venía del mundo de la comedia alocada como “¿Qué paso ayer…?” “Road Trip” “Todo un parto - Due Date” y que ya se había destacado creando una de las mejores películas basadas en series televisivas como “Starsky & Hutch”) sino un gran viraje en el cine de superhéroes. Lo más curioso de la película de Phillips, con un guion escrito por el propio Phillips y Soctt Silver (de “The Fighter” con Mark Wahlberg y Christian Bale y “Patrulla Juvenil”, entre otras) es que escapa rápidamente del mundo de los superhéroes y del comic, para adentrarse en lecturas mucho más subyacentes, mucho más complejas, más profundas y más interesantes. Obviamente “JOKER” atrae en un primer momento porque para los fans del género, narrar el nacimiento de un gran villano y su implicancia con la familia Wayne claramente ya es un atractivo en sí mismo, sobre todo cuando el origen de este personaje nunca había sido tan claro ni con una presencia tan excluyente. Pero Phillips podría haberse detenido sólo en esa idea, en ese puntapié inicial y construir su película prácticamente con una única lectura. Es por eso que ante tanto reciclado de ideas sin ninguna nueva mirada, este “JOKER” marca completamente la diferencia. Phillips apuesta a más y ya desde esta narración que abre la posibilidad de encontrarse con múltiples lecturas, construye una película inquietante y movilizadora. Ciudad Gótica puede ser una ciudad surgida de un comic, alguna ciudad de Estados Unidos, un barrio de Nueva York o podría ser cualquier otra ciudad de mundo en completa crisis, hasta podría ser nuestro conurbano bonaerense, nuestra propia Buenos Aires. Atravesada no solamente una crisis económica, sino por una crisis de valores, Ciudad Gótica es un espacio en donde las reglas no parecen ser claras: ya desde un planteo de una huelga de recolectores de basura, el paisaje y la geografía se muestran como un gran basural donde todo tipo de roedores y alimañas tanto literalmente como simbólicamente, han logrado cooptar cada espacio de la ciudad. Es así como se nos presenta una ciudad en completa decadencia, en una constante descomposición, un ámbito que pareciera facilitar y cobijar naturalmente ese descenso a los infiernos del personaje protagónico, abriendo de esta manera, otra de las tantas lecturas que puede tener el filme. Lo más interesante es que “JOKER” funciona en múltiples planos, independientemente de la historia a la que supuestamente remite y que el público pretende encontrar. Obviamente está presente Wayne / Ciudad Gótica / Guasón pero en cualquier lectura, aún la más liviana y apresurada, el filme de Phillips propone mucho más. Por un lado es interesantísima la alegoría del poder, los movimientos políticos, la meritocracia y la inoperancia del poder político, la corrupción y la insensibilidad de ciertas clases sociales frente a las crisis. Wayne es poderoso y su perfil empresarial y de figura política lo hace ver tan similar a ciertas figuras poderosas que aparecen en cualquier tapa de diario de nuestro cotidiano, que es casi imposible pensar que sólo estamos hablando de un mundo de superhéroes. Por otra parte, Phillips se toma el tiempo de mostrar al Guasón en la piel de Arthur Fleck: un personaje que tiene un vínculo complejo con su madre, con su identidad, con su historia familiar en donde el límite de la sanidad mental aparece difuso en forma permanente y donde se borrar el registro realidad/fabulación. Fleck-Guasón lidia con sus propios problemas psiquiátricos, al borde de la locura, un personaje sin anclaje, sin un lugar de pertenencia, objeto de múltiples burlas y descalificaciones, en donde va anidando un germen de violencia, emparentando más a “JOKER” con los trabajos de Gus Van Sant como “Elephant” o “Paranoid Park”, o la negrura del desequilibrio de “Tenemos que hablar de Kevin” más que con un cine de superhéroes. La construcción detallada que hace el guion sobre estas aristas, hace que el personaje de Arthur Fleck tenga diversos puntos de atracción, mucho más allá de la historia más convencional de contar la génesis de un villano. Si bien estas múltiples lecturas, en capas superpuestas que dialogan entre sí es uno de los principales atractivos de volver sobre una historia ya contada y es justamente donde una nueva lectura a través de un nuevo filme se hace valiosa, nada de esto tendría sentido si la presencia omnipresente de Joaquín Phoenix no estuviese en pantalla. Seguramente Phoenix obtendrá un gran reconocimiento en la temporada de premios, por más que ya todos sabemos que es un gran actor que ha entregado trabajos de todo tipo con los mejores directores del cine contemporáneo. Vale recordarlo en su emblemático personaje en “Gladiador” de Ridley Scott, imposible olvidarlo en “Her” de Spike Jonze, “The Master” de Paul Thomas Anderson, “Hombre Irracional” de Woody Allen o “No te preocupes, no irá lejos” del mencionado Van Sant. Su trabajo es absolutamente magnético, arrollador, de esos que parecen diseñados para quedar en la historia del cine, e inclusive habiendo tenido otros grandes actores que han dado vida a este mismo personaje, Phoenix supera ampliamente los trabajos anteriores porque no sólo logra darle vida desde lo exterior, lo gestual, lo más expresivo sino encontrarle el tono exacto a un alma oprimida, oscura, enferma. No hay demasiadas palabras para describir la precisión que Phoenix logra en escenas complejas y aun trabajando en un filo peligroso y completamente plausible para el desborde, logra contener y estallar en el momento preciso. Varias escenas sorprenden, shockean, tienen una resolución inesperada o violentamente sorpresiva: otro de los grandes méritos de una historia que pretende escapar a todas las convenciones, dejar guiños y señales para que se vayan abriendo diversas interpretaciones y después de dos horas de un ritmo irrefrenable, sabemos que “JOKER” además de ser una de las películas más esperadas del año, se ha convertido en uno de esos tanques comerciales que logran que sigamos pensando que un entretenimiento masivo no tiene porqué renegar de la calidad, rozando absolutamente la perfección.
Luciano Arruga desaparece el 31 de Enero de 2009. Así comienza el vía crucis de toda una familia, lucha encabezada por su hermana Vanesa, para dar con el paradero de Luciano. La desaparición involucra a la policía local con quien Luciano, menor de edad y que había sido detenido en otras oportunidades, tenía cierta vinculación –tal como deja entrever su madre durante su testimonio en el Juicio oral en donde dice que él prefería cartonear decentemente antes que aceptar las propuestas que le había hecho la misma policía con las que hubiese ganado mucho más dinero-. En ese contexto, bajo las amenazas del poder policial, manipulaciones de la Justicia y la completa indiferencia de todo el aparato político, toda una familia fue movilizada en busca de justicia y pidiendo por el esclarecimiento de la desaparición forzada de Luciano. Luego de un duro, desgastante e intenso proceso de lucha, finalmente el 17 de Octubre de 2014, más de cinco años después y mediante estudios genéticos a partir del ADN, el cuerpo de Luciano aparece enterrado como un NN en el Cementerio de la Chacarita. Las pericias e informes forenses coincidieron en que su muerte fue provocada por un accidente automovilístico en plena General Paz, cuyas circunstancias se encuentran llenas de incertidumbres y cuestionamientos, con interrogantes que no han podido resolverse por completo. ¿QUIÉN MATO A MI HERMANO? es el documental donde Ana Fraile y Lucas Scavino relatan la desaparición en plena democracia de Luciano Arruga y muestran cómo los mecanismos de la Justicia operan de forma tal que los más carenciados y los que más la necesitan, sean justamente las voces más silenciadas y que no encuentran un eco para poder sentirse contenidas en un mecanismo perverso donde la connivencia de los diferentes poderes, no sólo no logra ayudar a los damnificados sino que los victimiza doblemente, los señala, los juzga y los deja completamente relegados al desamparo. La construcción propuesta por Fraile y Scavino desde el guion y desde la dirección apela al registro documental con un formato periodístico, siguiendo el proceso encarado por la familia de Luciano, principalmente por su hermana Vanesa Orieta y por Verónica Alegre –su madre- sin utilizar mayores elementos que los registrados por las filmaciones que se fueron suscitando a través de todo el proceso. De esta forma, vemos como Vanesa intenta por todos los medios encontrar un eco en su voz de protesta y de pedido de justicia pero encuentra muchas más trabas y distractores que verdaderas ayudas dentro del sistema judicial argentino. La elección de la narrativa casi excluyentemente desde el punto de vista de Vanesa hace que llegado un punto, el documental comience a ser reiterativo y se resienta por una narración unidireccional que no plantea un mayor conflicto que la de una voz que clama justicia y no es escuchada. Por supuesto que el caso merece ser documentado y plasmar, de esta forma, la falta de justicia en nuestro país y la impunidad con la que puede moverse cierto círculo policial, pero a nivel cinematográfico –no debemos olvidar que el documental como género no es lo mismo que un informe periodístico producido para un noticiero-, el trabajo de Fraile y Scavino parece quedarse en el panfleto de protesta de Vanesa más que en una investigación en donde puedan escucharse pluralidad de voces. Un espacio donde puedan mostrarse a través de los distintos actores, la violencia a la que es sometida la familia de Vanesa y Verónica, como sucede día a día con tantas otras familias sumergidas en la total vulnerabilidad frente a la justicia que parece mirar para otro lado y que por lo tanto, pueda direccionarse de lo particular a lo general, mostrando un tema que no es un caso aislado e individual solamente. El marcado discurso activista de Vanesa se agota en las primeras escenas y luego no hace más que subrayar y remarcar lo que ya se ha mostrado y lo que ya sabemos que lamentablemente ocurre en nuestro país. Deja sin trabajar la subtrama de las implicancias y vínculos policiales con Luciano previo a su desaparición forzada, que pareciese un eje interesante para profundizar la corrupción policial. En muchos otros documentales, aun cuando lo que ha sucedido es contundente y claro, las otras voces que pueden ser escuchadas, permiten ver hasta qué punto los propios ejecutantes de hechos como éste, justifican sus acciones y estructuran sus coartadas. Poco de esto sucede en “¿QUIÉN MATO A MI HERMANO?” donde los directores eligen como voz casi excluyente a la de Vanesa dando muy poca participación a otras que podrían haber reverberado de forma tal de poder armar una mirada más coral y menos hegemónica, sobre todo tratándose de una protagonista que, de su implicancia en la militancia, termina transformando algunas secuencias en un panfleto marcadamente politizado que perjudica el registro documental. La secuencia más potente, entre tantas, es aquella cuando Vanesa se entrevista en Ginebra tratando de hacer eco en un Organismo Internacional sobre el caso de desaparición forzada de su hermano. Allí podemos ver como no solamente la justicia en nuestro país, sino los diversos mecanismos de la burocracia, que debiesen tener como principal objetivo la escucha y contención de estas voces acalladas, no hacen más que seguir sometiendo a las victimas al silencio y al olvido. “¿QUIÉN MATO A MI HERMANO?” aporta su mirada al entramado de complicidad institucional, a la desprotección judicial de los sectores más vulnerables y deja al descubierto la violación a los derechos de toda una clase absolutamente maltratada.
El cine de Federcio Veiroj ha logrado instalarse con continuidad dentro de la cinematografía uruguaya, una industria que cuenta con muy pocas producciones anualmente. Desde su ópera prima “Acné” (2008), que participó en el Festival de Cannes, Veiroj ha logrado mantener una trayectoria con su cine, que ha sabido conquistar a un cierto sector del público y que también ha tenido una amplia recepción en el circuito de festivales internacionales. Así, entonces, “La vida útil” fue premiada en diversos festivales incluyendo el de La Habana, “El Apóstata” fue premiada en el Festival de San Sebastián en 2015 y su último trabajo “Belmonte” ganó el premio al mejor guion en el Festival Internacional de Mar del Plata. Su nuevo trabajo, “ASI HABLÓ EL CAMBISTA” no solamente implica una sustancial diferencia en la narrativa de su cine –con una historia, que si bien está centrada en un protagonista masculino, da lugar a la interacción con una mayor cantidad de personajes que tienen peso específico en la trama-, sino que además implica una fuerte apuesta en un nivel de producción completamente diferente a su filmografía anterior. Otra gran diferencia es que para este trabajo ha adaptado la novela homónima de Juan Enrique Gruber, la oscura historia de un financista que se mueve en el mercado financiero de la Montevideo de fines de principios de los ’70 en plenos movimientos políticos de una Latinoamérica bajo la sombra de las dictaduras. Si bien el personaje central de la película (Humberto Brause), empatiza perfectamente con los personajes grises que protagonizan las películas anteriores de Veiroj, en este último trabajo hay una sustancial diferencia en cuanto a la producción con la que cuenta el filme, pasando del cine independiente a presentar un elenco y un presupuesto que se acerca más a un cine industrial: esto será lo que marque, para bien y para mal, la diferencia con el resto de su filmografía. En este caso, Brause –papel a cargo de Daniel Hendler- es alguien que se ha iniciado en el mercado de la especulación financiera a la sombra de un asesor de gran influencia, que intentará tejer su propio camino, de forma tal de independizarse y empezar a construir su propio negocio. Así vemos como Brause, en apariencia un hombre gris y sencillo, no dudará en arbitrar todos los medios necesarios para que cada uno de los peldaños para llegar a su objetivo final, se vayan cumpliendo, sorteando todo tipo de obstáculos y enarbolando su lema que pareciera ser: “el fin justifica los medios”. “ASI HABLÓ EL CAMBISTA” se construye con algunos de los principales elementos de un film noir, intentando mezclar en su trama, elementos vinculados con la política, la realidad social de la época, sin abandonar la impronta rioplatense y ajustándose al tono de thriller con el que presenta al personaje central. Veiroj en este caso, sigue demasiado al pie de la letra el típico descenso a los infiernos como si estuviese cumpliendo con un manual de procedimientos ya conocido, tanto para la presentación, los giros de la trama y el desenlace. Un hombre que en un principio se muestra gris, indiferente, débil va develándose en el proceso de su arco dramático, como mezquino, amoral, ambicioso, oportunista y con una exclusiva fidelidad a sí mismo, capaz de traicionar a cualquiera de los personajes de su entorno. Los principales logros de “ASI HABLÓ EL CAMBISTA” se ven en el diseño de arte, absolutamente detallista y preciso en la reconstrucción de una época, en donde se vislumbra que el hecho de haber contado con un mayor presupuesto, ha permitido un lucimiento en los rubros técnicos y una perfecta recreación de la Montevideo de aquel momento. Pero Veiroj no logra apoderarse de la historia de la manera en que su cine suele apoderarse de sus personajes. En el elenco, Dolores Fonzi como su esposa Gudrum –discreta, manipuladora, sagaz- y su suegro Luis Machí, logran destacarse componiendo a dos personalidades fuertes que acompañan, directa o indirectamente, a Brause en su camino personal. Sin embargo, Daniel Hendler no parece encontrar el tono exacto de su antihéroe y si bien lleva en sus hombros el peso de la trama y de la película en sí misma, no logra ser una figura magnética y con un alma corrupta tal como plantea la historia. Además, la forma en que el guion elige presentar a su personaje, hace que una reiterativa voz en off, no logre aportar mayores elementos a la trama de lo que ya se está mostrando en pantalla. El recurso entonces no permite dar otros elementos para la construcción de su personaje, sino que subraya y refuerza el tono eminentemente literario del relato, restándole peso cinematográfico. pesar de algunos cambios físicos que se aporta desde el maquillaje, Hendler no parece sentirse a gusto y totalmente cómodo con la criatura que debe componer y eso parece trasuntar la pantalla y transmitirse al espectador que percibe esa confusión de la frialdad de sus movimientos, con la frialdad de su alma. Con una gran reconstrucción de época y una fotografía impecable, la historia no termina de convencer y “ASI HABLÓ EL CAMBISTA” resulta ser la película más sosa de Veiroj, como una zigzagueante incertidumbre dentro de su filmografía.
Dentro de la vasta producción de documentales que semana a semana aparecen en la cartelera –la gran mayoría de ellos exhibidos en el cine Gaumont-, parecieran reiterarse algunas fórmulas, algunos arquetipos en donde, por ejemplo, aquellas tramas con secretos familiares, la reconstrucción del pasado de un árbol genealógico con ciertas implicancias en historias desconocidas y sobre todo, el abordaje de la historia personal con una fuerte marca autoreferencial, parece ser la moneda corriente. Otro subgénero dentro del documental, si pudiésemos llamarlo de alguna manera, son aquellos que apelan a lo urgente, al documental de denuncia, al marco político, aquel que se compromete socialmente para mostrar los sucesos de una realidad que nos golpean fuertemente. Alejándose de cualquier temática ya abordada y conocida, “EL PANELISTA” sorprende gratamente por adentrarse en un tema poco conocido, un concepto innovador, retratando en profundidad, un universo laboral para aquellos con capacidades diferentes. Dentro de ese microcosmos, el INTI (Instituto Nacional de Tecnología industrial) propone dentro de su Laboratorio de Análisis Sensorial, una novedosa experiencia laboral para personas no videntes que sirve además de capacitación y desarrollo profesional. Juan Manuel Repetto, aborda en su segundo trabajo documental, las particularidades que presenta este trabajo: no sólo desde el plano de una oportunidad laboral que puede ser concedida hoy en día a un discapacitado sino desde la dura dificultad de poder insertarse con regularidad, en un ámbito laboral y poder contar con un ingreso estable. Pero no es que solamente Repetto se detenga en un planteo de entramado laboral con aires del cine de Cantet en “Recursos Humanos”, sino que apuesta a mucho más. Marca la diferencia cuando pone su mirada descriptiva en un universo sensorial diferente a todo lo conocido, su cámara nos va guiando, nos va adentrando en la rutina diaria del grupo –son ocho los panelistas que forman parte del grupo de cata de muestras alimentarias-. Así formamos parte de su rutina de trabajo, su capacitación, su especialización, sus especificidades y vamos viendo el entramado de las relaciones entre pares y también el vínculo con los capacitadores que le van brindando una formación profesional. Para completar aún más el panorama de los personajes, nos vamos introduciendo poco a poco en la vida personal de algunos de los trabajadores, con anécdotas y recuerdos que van nutriendo el relato. Conoceremos, en algunos casos, como era su vida antes de perder la vista, cómo la ceguera ha modificado sustancialmente sus vidas y muchos marcarán ese antes/después de la pérdida de la visión. Si bien por momentos intenta mostrar a este grupo como una historia coral, el encargado de llevar la voz cantante de la narración es Carlos Bianchi, quien por un accidente junto con sus compañeros de colegio, a los 8 años edad, ha quedado ciego y hoy se desempeña dirigiendo a este grupo de catadores. No solamente vamos conociendo algunos datos y anécdotas vinculadas con su vida privada sino que además lo acompañamos en su rutina de trabajo y sobre todo, junto con él, podremos vivenciar cómo esta rutina se ve alterada ante la llegada de nuevos compañeros que van modificando la consolidada estructura grupal, situación que a Carlos le genera muchísima incertidumbre. A través de una narración muy sencilla, directa, intimista Repetto vuelve a poner en juego su particular sensibilidad para incursionar y acercarse a una zona donde pocos directores quieren entrar. Ya lo había demostrado con su ópera prima “Fausto también” sobre el derrotero de un joven con autismo dentro de los vericuetos de la Universidad Pública, un verdadero desafío a la comunidad educativa y ahora vuelve sobre una temática que lo preocupa generando un estado de conciencia en el espectador sobre este mundo para nosotros tan “diferente”. Con los mismos cánones y los mismos parámetros que en su trabajo anterior, su cine se interna en un universo de personajes excluidos, con un mercado laboral que suele serles esquivo –muchos de ellos jamás habían tenido un trabajo estable o han vivido situaciones de completa precarización laboral- y pone el foco y otorga luz para que pueda visibilizarse esta temática, como la mejor manera de poder ir logrando una verdadera inclusión. Repetto pone el acento, con su mirada contenedora, en todos los talentos y conocimientos que pueden aportar a cualquier equipo de trabajo y en este caso particular, es la propia discapacidad la que potencia las percepciones y los sentidos y les permite desarrollar talentos diferenciales con los que otros trabajadores no contarían. De esta forma, más allá de mostrar el potencial de las personas discapacitadas para desempeñar profesionalmente sus tareas, “EL PANELISTA” apunta a un verdadero concepto inclusivo en donde generar este tipo de fuentes de trabajo no sea meramente para cumplir algún cupo que a nivel de Estado, una norma impone en donde debe generarse empleo a un cierto porcentaje de trabajadores discapacitados. Y el planteo no se queda en la superficie, no sólo acompañamos a Carlos en sus momentos de trabajo, en las inseguridades que le generan los movimientos dentro del grupo sino que también Repetto les da a sus protagonistas otra dimensión, nos humaniza como espectadores cuando comparte con nosotros, parte de sus vidas personales. Carlos no sólo es el empleado del INTI sino que es padre, es esposo, es amigo y en esos roles el documental va ganando en precisión y sobre todo en emoción y aumentar nuestras percepción y llamar la atención a otros de nuestros sentidos.
En marzo 2019 nos enteramos de la triste noticia del fallecimiento de Agnès Varda, una de las cineastas más reconocidas de la historia del cine, que significó un gran dolor para el mundo cinéfilo. Cuando pensábamos entonces que ya no disfrutaríamos de otra de sus películas, como una as en la manga, como legado y una despedida tanto de su vida como de su obra, nos regala “VARDA POR AGNES”, este último documental donde la propia Varda repasa gran parte de su cine y se detiene puntualmente en una gran cantidad de sus realizaciones, desgranando anécdotas de rodaje, sus vivencias, el rol de sus películas en el mercado y su evolución como cineasta. Esta gran lección cinematográfica de dos horas, está inevitablemente teñida por la melancolía y la tristeza de su pérdida, pero al mismo tiempo la muestra con la entereza y la fortaleza que ha tenido para filmar y vivir día a día en el mundo del cine: una cineasta con una vitalidad que la ha acompañado detrás de la cámara, hasta momentos antes de su muerte. “VARDA POR AGNÈS” se estructura como el diálogo entre ella y su público, entre ella y sus estudiantes, entre ella y sus mentores, en definitiva, entre ella y su propio cine, su vasta filmografía y el inmortal testimonio a través de su obra. Sólo por poner un punto de inicio en este recorrido, cabe destacar que Varda ha formado parte de uno de los movimientos más revolucionarios y paradigmáticos del cine, como ha sido la Nouvelle Vague, surgida a fines de la década del ’50 en la que supo pertenecer a un grupo de cineastas de la talla de Eric Rohmer, Claude Chabrol, Jacques Rivette, Jean-Luc Godard y François Truffaut, entre otros. En un mundo que parecía destinado casi exclusivamente a los directores, ella supo encontrar su espacio dentro de ese movimiento vanguardista, imponiendo una mirada de género cuando casi nadie hablaba de un cine dirigido por mujeres. Ya desde aquel momento, comienza a tener un estilo propio y bien definido, que ha sabido sostener a los largo de más de seis década de impecable trayectoria, desde su Opera Prima, “La pointe courte”, en 1955. Si bien “VARGA POR AGNÈS” hace un repaso de casi toda su filmografía, el filme podría dividirse en dos mitades. En la primera se plantea un recorrido de sus momentos más clásicos con los que comenzó a ser reconocida a nivel internacional como fueron “Clèo de 5 a 7” “Sin techo ni ley” o “La felicidad” y al mismo tiempo devela algunas claves de su proceso creativo, las intenciones de su cine, la construcción de su puesta en escena y las diversas técnicas que utilizó para poder expresarse y ganarse ese tan preciado espacio en el cine de autor: el tratamiento del color, la elección de sus temáticas, la búsqueda de otros mercados –como sus films americanos a fines del ‘70-, sus cortometrajes y su técnica en la dirección de actores. Fundamentalmente hay un punto de inflexión que si bien no se subraya, se cita en detalle y es en el momento en el que filma “Una canta, la otra no”, cuando en pleno 1977, Varda habla de temas que recién hoy, cuarenta años después, están en plena agenda y discusión en nuestro país. Precursora, vanguardista, sin pelos en la lengua, ya en aquel momento Varda hacia un planteo sobre el cuerpo femenino, sobre las decisiones personales de cada una de las protagonistas, hablando sin tapujos de temas como el aborto y la contracepción, marcando en su obra un territorio activamente feminista, pero sin ningún tipo de planfletos ni oportunismos. Si hay algo que se resalta en la obra de Varda es lo consecuente que ha sido con su moral, sus propios ideales y la participación que ha tenido en su cine el componente político, interpretado como reflejo social, con esa empatía que ella tenía para encontrar en sus personajes, tanto de ficción como documentales, problemáticas y temas anticipados a su época. Basta ver “Los espigadores y la espigadora” del año 2000, donde ya trataba temas que se dispararon a nivel mundial mucho tiempo después: yendo desde los espigadores y recolectores del campo hasta llegar a los recolectores urbanos, retrató y dio voz a la gente que buscaba su alimento en la basura ya sea por necesidad o por filosofía de vida. El reciclado, la ecología, la recolección, el mundo de los residuos, es abordado por Varda anticipándose a todos los movimientos mundiales que posteriormente trataron estas temáticas, logrando una de sus obras más emotivas y creativas que ha dado lugar, posteriormente, a muchas de sus magistrales video-instalaciones. Pasando por sus grandes creaciones, su amor por Jacques Demy, su familia, sus hijos, el reconocimiento internacional y sus exploraciones más excéntricas como “Daguerrotypes” o “Mur Murs” sobre la calle Daguerre en donde ha vivido y el arte urbano plasmado en los muros de las grandes ciudades, “VARDA POR AGNÈS” es una enorme celebración autorreferencial sobre su obra, aun cuando para los conocedores de su cine, no aporte demasiado más que una hermosa compilación de todos sus trabajos, narrados por ella misma y presentados con la sencillez de una gran artista. Cerca de la despedida, volvemos a ver uno de sus trabajos más sobresalientes, su emotiva “Las playas de Agnès” y el excéntrico binomio creativo con el artista plástico y fotógrafo JR en “Visages, Villages” que supo acariciar una nominación al Oscar. Para cuando nos retiremos de la sala, habremos recorrido en dos horas, sesenta años de historia del mejor cine, de la mano de una cineasta que supo ser feminista cuando nadie lo era, que no transó ni se arrodilló ante ningún productor y que se supo ganar un lugar en el mercado, en los círculos más exigentes y en la historia del cine, a pura sensibilidad, talento y una coherencia interna en su obra, que muy pocos otros artistas han podido lograr. “VARDA POR AGNÈS” es la mejor despedida que uno pueda imaginarse para guardar en el recuerdo a la enorme figura de la pequeña Varda, la abuela revolucionaria del cine francés.