Nos enfrentamos semana a semana a una cartelera en donde la producción nacional tiene una fuerte presencia, pero quizás por un tema netamente de costos y necesidades de producción, es frecuente encontrar que una importante cantidad de esos estrenos, son documentales. Inclusive, es siempre muy bienvenido dado que se lo piensa como uno de los géneros que experimenta mayores innovaciones y que trabaja sobre diferentes formas de abordaje. Se percibe en general, un gran avance en la búsqueda de nuevos lenguajes y de diferentes posibilidades de expresión, de puesta en escena y de concreción de los diversos proyectos. Dentro de esa multiplicidad de temas y de estilos, esta semana contamos con el estreno de la película de Andrea Krujoski, “A UNA LEGUA” basada principalmente en la obra de Camilo Carabajal, no sólo como miembro perteneciente a una familia ligada tradicionalmente a la música y más precisamente al folclore, sino como exploración de sus propias inquietudes, investigaciones y esa necesidad permanente de innovar en el terreno musical. Junto a su compañera, la Licenciada en Gestión Ambiental Ingrid Shönenberg, Camilo tiene un fuerte proyecto entre manos: construir un “ecobombo”, que amalgama e integra temas de la música, del medio ambiente y de la ciencia, que se conecta fundamentalmente con las raíces folclóricas que se encuentran en nuestro país pero que al mismo tiempo dialoga con un trabajo estético y científico desarrollado en pleno Siglo XXI. En el terreno de lo musical, el documental cuenta con la presencia de destacadas figuras como Mataco Lemos, la banda Metabombo, Egle Martin, Vitillo Ábalos y el propio Cuti Carabajal, que son quienes van ilustrando el recorrido que emprende Camilo a través de aquellos géneros musicales en los que se siente representado. Por medio de las conversaciones que entabla con cada uno de ellos, podremos ver cómo estos músicos sostienen una estrecha relación con la música en sí misma, con el sentido que tiene en la cultura y en la historia social y personal y sobre todo hablarán de su vínculo con los instrumentos y muchos de ellos tendrán, justamente, anécdotas vinculadas con el bombo. Por otro lado aparece el desarrollo de su proyecto ambientalista, que si bien se encuentra relacionado con la música, el guion no encuentra la forma de armonizar todas las partes, de forma tal que pueda generarse un cuerpo documental compacto. La música aparece por un lado, la investigación dentro de los laboratorios para poder concentrar el ADN de la música dentro de una bacteria por otro y también se da un lugar para desarrollar el tema de la elaboración del “ecobombo” a partir de plantaciones de ceibos que respeten el sesgo ecologista del proyecto, basado fuertemente en el reciclado de materiales –mediante el uso de bidones de agua reacondicionados-. Pero todo esto está narrado como si en cierto modo fuesen compartimentos estancos, fraccionados, separados, sin que desde el guion se logre un texto único que pueda amalgamar las diferentes ideas sobre las que trabaja la directora. Si bien, por separado, cada uno de los temas que aborda son interesantes, la falta de una estructura contenedora y una cohesión argumental que pueda marcar más claramente el hilo conductor, hacen que sea un documental que intenta apuntar en varias direcciones, sin poder resumir y organizar los temas que propone de una manera orgánica para el espectador. La idea de poder combinar la música, el cuidado del medio ambiente y las exploraciones en laboratorio relacionadas con la genética, es de por sí un muy buen material para trabajar: pero el problema no es precisamente que la idea carezca de atractivo sino que cinematográficamente muchas veces suele ser más importante la forma –el cómo se desarrolla y se expone esa idea frente al espectador-, que la potencia de la idea en sí misma. En ese registro “A UNA LEGUA” no encuentra el tono preciso sobre el cual poder desarrollar su “tesis”. Su propuesta luce algo desorganizada, por momentos caótica y muy aferrada a un tono más preocupado por explicar detalladamente que por mostrar, con un subrayado expositivo por sobre el peso de las imágenes. Aún con sus puntos de interés y la vasta trayectoria personal y familiar de Camilo dentro del mundo de la música folclórica, “A UN LEGUA” se queda a mitad de camino, con la idea de que piezas sueltas pueden por si solas, armar una estructura documental que sea clara y precisa para el espectador. Y lamentablemente no lo cumple.
La directora y guionista francesa Catherine Corsini adapta la novela homónima de Christine Angot –quien saltara a la popularidad por su primer trabajo dentro de la narrativa de ficción autobiográfica con “Incesto” en 1999- y capta completamente su universo, permitiendo que a medida que avanza la historia, pueda ir profundizando en la complejidad que habita en sus personajes. Corsini, de quien vimos oportunamente dos notables trabajos, pasionales y viscerales como “Partir” y “Tiempo de revelaciones” tiene un notable pulso para contar este tipo de historias intimistas en donde los personajes se sienten prisioneros de sus pasiones. En este caso, el centro de la escena –al menos en apariencia y en la primera parte del filme-, es la historia de amor entre Rachel, una chica de provincia, judía, tradicional y atrapada en los mandatos familiares y Phillipe un bon vivant parisino, arrogante y ombligocéntrico que se esfumará apenas se entere que Rachel ha quedado embarazada. El relato, narrado casi en forma cronológica –hay un par de pequeños saltos temporales en los recuerdos de la protagonista- se sostiene a través de la voz en off de la hija de esta pareja, Chantal, que rápidamente podremos identificar como el alter ego de la propia autora de la novela, quien juega siempre con los límites de su historia personal y de la ficción. Chantal (Jehnny Beth) será quien lleve adelante el pulso de la historia y mediante este recurso narrativo irá intercalando algunos pasajes de raíz claramente literaria, que facilitan, en cierto modo, la adaptación cinematográfica de la historia. Corsini maneja perfectamente el ritmo para ir desarrollando cada uno de los diferentes tramos por los que avanza la historia y de esta forma ir develando una a una, sus diferentes capas. En un principio, lo que parece ser el encuentro del príncipe azul para Rachel desemboca en una historia de abandono y de amor imposible con el que ella se sentirá particularmente atraída, aún a través de los años. Bajo la pátina de poder encontrar un padre que reconozca a su hija, ella seguirá intentando vincularse con ese hombre que volverá a aparecer en su vida en forma intermitente, e iremos recorriendo la historia de este vínculo que se va enfermando poco a poco, a medida que pase el tiempo. Chantal será un bebé, una niña, adolescente y ahora toda una mujer, y no solamente su madre sentirá la necesidad de ser reconocida, sino que será ella misma quien sienta esa necesidad de reconocimiento por parte de su padre. Intentará por todos los medios entablar un vínculo, sentir esa completud de saberse perteneciente a una familia a diferencia de sentir que están su madre y ella, solas en el mundo, sin ningún tipo de ayuda. La manipulación de Philippe por un lado y a vulnerabilidad de Rachel, por otro, pareciera ser el encastre perfecto para que no puedan separarse sino después de muchos años, para que Rachel siga insistiendo en un relación que reconoce destructiva, pero que no puede soltar. Las cartas que cruzan los protagonistas serán las que también nos ayuden a rearmar los vínculos entre ellos, el paso del tiempo y la comunicación entre los personajes (la historia de “UN AMOR IMPOSIBLE” se narra por lo menos a través de 30 años) y poco a poco, veremos como el título no solamente refiere a la central sino también al conflictivo vínculo que cada uno de los protagonistas tiene con su hija. Secretos familiares y ocultamientos, se van entramando en base al dolor y a la humillación que aparece, reciclándose reiterativamente en los vínculos enfermos que sostienen los personajes. Corsini sabe manejar el ritmo de la historia, aunque podemos convenir en que los 135 minutos se tornan algo excesivos y existen algunas reiteraciones que podrían haberse evitado. Toma profundamente cada uno de los personajes y los va construyendo de modo tal que el espectador pueda llegar a la esencia de cada uno de ellos y no se queda en la mera narración superficial. La pareja central tiene la química que la historia necesita para que se sostenga su credibilidad y le da la oportunidad a Niels Schneider a demostrar el crecimiento que ha logrado desde que lo viésemos en “Los Amantes Imaginarios” de Xavier Dolan. Como Rachel, protagonista absoluta de la historia, Corsini pone en el centro de la escena y en forma casi excluyente a Virginie Efira. Efira es una de las actrices francesas con más pantalla, una estrella de la comedia romántica como la hemos visto en “Victoria y el sexo” “20 ans d’écart” o en la reciente “Nadando por un sueño” que ha intentado incursionar en otros terrenos pero que justamente con este rol, se prueba como actriz netamente dramática, en un registro completamente diferente a todo lo que hemos visto anteriormente. Si bien Efira sale airosa de este nuevo desafío, su figura no logra tener el impacto que el personaje de Rachel necesita sobre el tercer acto del filme. Su composición luce sensible, conectada y creíble pero aun así parece demasiado trabajada por sobre la superficie. El efecto del paso del tiempo a través de los treinta años en los que aproximadamente se narra la historia, tampoco parece hacer justicia en su personaje y por lo tanto, el último tramo, en donde está el mayor peso dramático de la historia, no tiene la profundidad que el Rachel requería. De todos modos Corsini logra una historia bien contada, con ribetes clásicos y que en donde pone un especial desempeño en no derrumbarse y caer fácilmente en el melodrama.
El afiche y el título de esta nueva producción de Eduardo Meneghelli, puede llegar a prestarse a confusiones ya que de ninguna manera “BLINDADO” es una típica película de robos, persecuciones y desventuras policiales como se podría intuir desde el marketing montado frente al estreno. Este tercer largometraje en el que Meneghelli y el protagonista Gabriel Peralta forman dupla cinematográfica (como había sucedido antes con “Román” y “Ruleta Rusa”), habla más de un blindaje interior por el que atraviesa el personaje central por un hecho traumático que lo ha quebrado recientemente, que de la referencia a la compañía de camiones de caudales para la cual trabaja. Si bien en un primer momento “BLINDADO” puede apelar a ese doble juego con las aepciones de la palabra, con el correr de las escenas dentro de la película, distinguiremos claramente que esta nueva propuesta de Meneghelli se aleja rápidamente del cine de acción más convencional para entrar en un terreno más cercano al drama dentro del género policial. Luna (Gabriel Peralta) trabaja para una empresa en la que maneja camiones de caudales. Actualmente se encuentra con una licencia psiquiátrica dado que hace poco tiempo, en un accidente automovilístico, ha perdido trágicamente a su esposa y a su hija y es un hecho del que todavía no se ha recuperado. Este accidente operó como un quiebre en su vida y la trama lo encuentra a Luna en sus intentos de poder recomponerse y retomar normalmente las actividades y su trabajo, lo antes posible. Intenta acercarse al grupo de compañeros de trabajo, aparece en los depósitos de la empresa, habla con sus compañeros (en especial con Vitali, quien parece ser su amigo más confidente, rol a cargo de Luciano Cáceres) e intentará volver a su puesto de trabajo y encontrar la forma de ir retomando sus tareas. En sus sueños se repite y lo abruma una y otra vez una escena feliz con su esposa y su hija en el coche, escena claramente previa al accidente que se superpone en el plano de sus ensoñaciones, con otra muy similar en donde Luna verá en el asiento de atrás del vehículo, allí donde debiesen estar su mujer y su hija, a una compañera de trabajo y su hijo, situación que lo perturba y lo inquieta fuertemente. Con este punto de partida, son varios los elementos que el guion de Leonel D’Agostino intenta poner en juego para construir el mundo interno de Luna. Así como aparece su historia traumática, también lo vemos en diversas escenas con su devoción religiosa –así como escucha incansablemente la radio evangelista- y cuando comienza a acercarse a Selva, su compañera de trabajo y protagonista de su sueño, surge en él, una imperiosa necesidad de protección. Luna, obsesionado con su sueño, comienza a entrometerse en la vida de Selva hasta que puede darse cuenta de que ella está sufriendo las consecuencias de sostener una relación abusiva con su marido de la que parece no poder salir y que visiblemente le trae consecuencias físicas, golpes y lastimaduras. Selva (Aline Jones) es brasileña y desea volver a su tierra pero por problemas económicos ese viaje es, en la práctica, completamente imposible. Justamente por ese deseo de redención que ella hace surgir en Luna, él tratará de comenzar a elaborar un plan para que ese proyecto se haga realidad. Si bien dentro de la filmografía de Meneghelli esta es su realización más acabada, con un guion que intenta profundizar en las pulsiones y la psicología de cada uno de los personajes, tanto el elenco como el tono de las actuaciones no lucen compactos y es uno de los problemas más fuertes con los que tiene que enfrentarse “BLINDADO”. A pesar de contar con un elenco secundario muy destacado, ninguno de estos personajes tiene relevancia dentro de la trama -a excepción del Vitali de Luciano Cáceres, al que el actor le imprime la energía y la potencia que el rol necesita-. Luis Ziembrowski, Lautaro Delgado, Esteban Menis y Gonzalo Urtizberea están correctos y cumplen holgadamente las expectativas de sus personajes, a los que el guion no les da un mínimo desarrollo sino que sencillamente se construyen como pequeños satélites funcionales a la trama central, a los que se suma la participación de Adriana Aizemberg y Sandra Smith dentro del elenco. Gabriel Peralta no logra en ningún momento encontrar el tono adecuado del personaje: su actuación es distante, no como una marcación intencional de la dirección sino como una imposibilidad de poder conectar con las diferentes emociones por las que atraviesa su Luna en ese momento tan particular de su vida. La química con Aline Jones es casi inexistente y se hace complicado sobrellevar el peso de la película con una pareja a la que no se le cree demasiado el vínculo que han entablado. A esto se suman evidentes problemas de dicción y una forma “recitada” y desapegada para sus líneas de diálogo, actuaciones que contrastan fuertemente con las del elenco secundario que tiene una probada trayectoria tanto en el cine, como en el teatro y la televisión. “BLINDADO” tiene buenas intenciones, pero generalmente estas buenas intenciones no suelen ser suficientes para que una película obtenga buenos resultados. Y no es ésta la excepción a la regla, donde los aciertos no logran opacar las fallas que siguen quedando muy en evidencia.
Cada nueva película de Pedro Almodóvar es como un evento cinéfilo, una fiesta para la cinematografía internacional y para sus fans y admiradores, que supo cosechar a lo largo de una vasta y singular carrera. En este caso, su último opus, “DOLOR Y GLORIA” cuenta la historia de Salvador Mallo, un prestigioso y reconocido director de cine que hace ya cuatro años que no filma. Está completamente bloqueado desde que ha muerto su madre, momento en el que el dolor parece haberse apoderado de él: un dolor que ataca no solamente su cuerpo, sino también su alma. Con un tono completamente confesional e intimista, Mallo (claro alter ego de Pedro Almodóvar desde las primeras escenas) sentirá la presencia del pasado, de su niñez, de los amores que han dejado heridas aún abiertas y se sucederán los diferentes recuerdos que se van presentando con un fuerte impacto en su presente. Estos viejos “fantasmas” lo invitan a Salvador a realizar un permanente balance de su vida, ocasión que Almodóvar aprovechará como vehículo perfecto para plantear también una especie de balance / resumen / retrospectiva de su carrera, dentro de la misma película y no deja lugar a dudas en el tono completamente autoreferencial de su relato. Evoca a un tiempo como el de su niñez, donde todo parecía estar en calma y donde se respiraba un cierto aire de felicidad y es entonces como “DOLOR Y GLORIA” no sólo se construye como una revisión del pasado mirado desde el presente –el famoso aquí y ahora- sino que se convierte en una (implícita?) evocación a la infancia, a la figura de su madre y al descubrimiento de sus grandes pasiones. La soledad en la que Salvador está inmerso, sus problemas psíquicos –una absoluta depresión e insatisfacción permanente- y sus problemas físicos, no le permiten volver a rodar y participar activamente de un set de filmación. Pero comienza a (re)conectarse nuevamente con el mundo del cine cuando recibe una invitación de la cinemateca para asistir a una muestra en donde se presentará su película “Sabor” ícono del cine de fines de los ´80, en copia restaurada y será el principal disparador para ese viaje “revisionista” con su pasado. Desde aquel 1986, momento en que había dirigido esa película, jamás volvió a verse ni a hablar con su protagonista con el que habían tenido un estrecho vínculo. Reafirmando esta necesidad de retomar los lazos de otros tiempos, de otras vidas dentro de esa misma vida, Salvador va a la búsqueda de Alberto Crespo (un muy buen trabajo de Asier Exteandía, un actor de una importante carrera en la televisión española, quien tiene a su cargo uno de los monólogos más potentes de la película) y a partir de este reencuentro, el diálogo entre el pasado y el presente fluirá continuamente y será el eje central de este nuevo trabajo de construcción de un universo almodovariano dentro de la filmografía del propio Almodóvar. A pocos minutos de película aparece en una breve intervención Cecilia Roth (chica Almodóvar ícono de sus primeras realizaciones y protagonista de una de sus realizaciones más reconocidas y más maduras como “Todo sobre mi madre”) con lo que comienza un guiño cómplice a la platea. Y para los amantes de los elencos soñados, Pedro deslumbra con las pequeñas apariciones dentro del relato para lo que ha convocado a grandes figuras como Susi Sánchez (la excelente actriz que cumple el rol de la madre en “La enfermedad del Domingo”), Raúl Arévalo (a quien vimos en “Mi Obra maestra” “La isla desierta” el thriller “Cien años de perdón” y que había participado del film de Almodóvar “Los amantes pasajeros”), Pedro Casablanc (de las recientes “Viaje al cuarto de una madre” y “Superlópez”) y César Vicente –Eduardo, el albañil- que es la síntesis perfecta de lo que podría ser un chico Almodóvar de hoy en día, remixando a aquellos personajes ochentosos, homoeróticos, que exudaban testoterona en “La ley del deseo”. Siguiendo con los guiños, elige para contar la historia a un elenco que remite casi instintivamente a toda su filmografía y llama poderosamente la atención el increíble parecido que logra Nora Navas (“La adopción” “El ciudadano ilustre” y “Felices 140” de Gracia Querejeta, entre otras) como la secretaria personal de Salvador, con la Carmen Maura que acompañó a Almodóvar en su época de mayor expansión. Allí están encarnando a su madre, por un lado, en la época de su niñez, una preciosa y potente Penélope Cruz a la que la cámara del manchego la adora de una forma tal, que logra unas interpretaciones memorables, y luego, Julieta Serrano (eterna colaboradora desde “Mujeres al borde de un ataque de nervios”) en la otra punta del relato, de la que el tendrá que aprender a despedirse; esa madre que tiene claro hasta la ropa y la forma en que quiere que sea su funeral. Leonardo Sbaraglia tiene una breve intervención pero en un papel importante dentro de la historia, pero “DOLOR Y GLORIA” no sería la misma película sin Antonio Banderas en un rol protagónico excluyente. Uno de sus actores fetiches, desde “Matador” pasando por “Atame” y de excelente lucimiento en “La piel que habito”, no hay otra posible elección para este relato con tintes autobiográficos, esta biografía ficcionalizada en la que Pedro elige desnudarse y que Banderas plasma en pantalla impecablemente. Le pone el cuerpo a un personaje complejo, jugando permanentemente al filo y al que logra encontrarle la esencia desde la primera escena. Además de rodearse de un elenco de lujo, los rubros técnicos construyen con enorme cantidad de detalles los escenarios perfectos para la historia, con una destreza técnica particularmente destacable con una especial mención para los climas que logra generar un exquisito diseño de arte -sobre todo en los pasajes en donde referencia a su niñez-, y particularmente aquellas filmadas en las cuevas de Paterna, una localidad muy cercana a Valencia, influenciada por el arte morisco que da lugar a las escenas más luminosas y bellas de “DOLOR Y GLORIA”. Para quienes hemos seguido la filmografía de Almodóvar desde sus primeras películas nos será fácil hacer ese recorrido íntimo y personal que oficia de compendio de su obra y descubrir ecos de “La mala educación” en lo relativo a la niñez, la Iglesia y la sexualidad escondida, “Los abrazos rotos” en ese juego del alter ego del director, de la pasión por el cine y de la recomposición frente al dolor y esa fuerte figura maternal como aparece en “Volver” –efecto que se multiplica al estar Penélope Cruz, casi espejándose en su propia creación-. Alejado completamente del ritmo de comedia de “Los amantes pasajeros”, “Mujeres al borde de un ataque de nervios” o “Laberinto de Pasiones” pero también despegado por completo del esquema del melodrama que encuentra siempre presente en sus mejores creaciones para este particular momento de su carrera elige innovar. E intencionalmente dejar que el peso del relato recaiga en manos de un personaje masculino –después de haberse sumergido como pocos directores lo hacen, en el mundo femenino y contar con mujeres protagonistas potentes como en “Julieta” “Todo sobre mi madre” “Hable con ella” o “La flor de mi secreto”- y acierta tanto en su fuerza como en la elección de Banderas para este nuevo filme. Aunque haya algunos momentos donde la sobreabundancia de diálogos pueden hacer algo moroso el desarrollo del relato, cualquier pequeña imperfección dentro de “DOLOR Y GLORIA” será perdonada cuando una última escena nos emocione por completo y nos vuelva a dar el verdadero sentido de los relatos, de los cuentos que los directores nos cuentan en cada fotograma… y sabemos que Almodóvar tiene un talento particular para abrazarnos en cada una de sus historias.
“Le grand bain” que aquí se estrena con el título de “NADANDO POR UN SUEÑO” viene con el precedente de haber despedazado la taquilla francesa batiendo todo tipo de récords, vendiendo más de un millón de entradas en los primeros cinco días posteriores a su estreno. Gilles Lellouche de gran trayectoria como actor, se pone en esta ocasión sólo detrás de las cámaras (como lo había hecho en un film anterior desconocido en nuestro país y en un capítulo del filme coral “Los infieles”) para contar la historia de un grupo de cuarentones que se reúnen a entrenar en la pileta de un club, formando uno de los equipos de nado sincronizado masculino para competir internacionalmente en un deporte que pareciese estar emparentado más con la condición femenina. De este modo, muchos de los gags que plantea Lellouche giran en torno a la “guerra de los sexos” o un humor surcado, enfocado y apuntado a la problemática de género. Es así como “NADANDO POR UN SUEÑO” se convierte en una agradable mezcla entre “The Full Monty” y “Un gran equipo” –otra exitosa comedia francesa- donde el espíritu deportivo y la camaradería son el elemento principal. Si bien la historia es, de por sí, atractiva y genera empatía inmediata, el gran punto a favor con el que cuenta la película de Lellouche es el gran elenco con el que tuvo oportunidad de trabajar. Una especie de seleccionado de actores de lo mejor del cine francés actual, que dan vida a los diferentes personajes que componen la propuesta coral presentada en el filme. Los protagonistas son Mathieu Amalric (actor y director de una vasta trayectoria, ganador como director en Un Certain Regard en Cannes por “Barbara” y recordado por sus trabajos en “La habitación azul” “Tournée” o “El gran hotel Budapest”), Guillaume Canet (“Jeux d’enfants” con Marion Cotillard y “Juntos, nada más” con Audrey Tautou entre tantos otros personajes), Jean- Hugues Anglade (de la inolvidable “Betty Blue, 37.2º), Benôit Poelvoorde (gran comediante protagonista de “El nuevo testamento” “Mi peor pesadilla” junto a Isabelle Huppert o “3 Corazones”) y las sorpresas de Philippe Katerine y Jonathan Zaccaï, acompañados por un destacado elenco femenino. Así como “Full Monty” apuntaba más a una temática enmarcada en la crisis social y el desempleo por el que el Reino Unido atravesaba en aquel momento, en este caso, Lellouche pinta a este grupo de hombres que se reúne para entrenar para un campeonato mundial en Noruega con el objetivo de combatir a la soledad, la depresión y algunos problemas personales. Es por eso que si bien la historia parte del personaje de Bertrand (Amalric), que enfrenta una seria depresión por la falta de trabajo y por estar en un espacio familiar que no logra recomponer a pesar de contar con una esposa que lo ama y no sabe cómo ayudarlo, rápidamente el relato gira y da paso a lo coral, dejando que cada uno de los personajes tenga su momento de lucimiento. Comparada con la versión inglesa (“Swimming with men”), “NADANDO POR UN SUEÑO” le da mucha mayor preponderancia a los personajes femeninos secundarios y por sobre todo al co-protagónico de Delphine, la entrenadora del grupo, a cargo de Virginie Efira, logrando una composición completamente diferente a la de las típicas comedias románticas a las que nos tiene acostumbrados (“Victoria y el sexo” “Caprice”). El guion del propio Lellouche junto a Ahmed Amidi y Julien Lambroschini (de “Respire” y “Plonger”, ambos filmes dirigidos por Mélanie Laurent), se destaca por los diálogos con ritmo de sitcom, veloces y disparando respuestas cortas y contundentes, al mismo tiempo que se permite la descripción de cada una de las historias, conformando pequeños retratos que logran un mejor ensamble. Es por esto que la versión francesa, logra meterse de lleno en esos fragmentos de sus vidas privadas en donde se develan historias personales de profunda soledad, de frustraciones, de angustias: retratos de un mundo masculino que el director muestra en detalle sin perder el sentido del humor ni de la comedia, que es la columna vertebral del filme. Combina en forma efectiva estos pasos de comedia con los momentos de drama, en una agradable mezcla agridulce que permitirá descubrir cuáles son las motivaciones por las que cada personaje pretende formar parte de este equipo y ganar ese sentido de pertenencia con un fuerte espíritu de grupo. De acuerdo a lo volcados en las entrevistas de prensa del filme, el elenco ha tenido una intensa preparación, con cuatro meses de entrenamiento, durante un mínimo de dos jornadas intensivas semanales para poder lograr las coreografías que están planteadas para los momentos de nado sincronizado, por lo que el trabajo actoral es doblemente meritorio. Cabe destacar una vez más la potencia que le imprime Efira a su rol de entrenadora, que se vuelve un engranaje fundamental para que “NADANDO POR UN SUEÑO” verdaderamente funcione y se explique el fenómeno que ha logrado en Francia y, que en parte, ha permitido que llegue a las pantallas de cine en nuestro país.
Hay ecos, similitudes y aparece omnipresente en este documental, ese espíritu de Carlos Saura filmando al gran Antonio Gades y a Cristina Hoyos. Ellos interpretaban bajo el influjo de un baile flamenco el texto de Federico García Lorca, que, tal como lo es toda su obra, se ha convertido en un clásico moderno indiscutible. Fue tal el impacto que produjo su “Bodas de Sangre” que ha sido el único texto teatral que, debido al enorme éxito, fue publicado como libro en vida del autor. A partir de su aparición, desde 1933, muchas han sido las puestas teatrales y las múltiples versiones de este texto, abordadas por artistas de diversas extracciones como la reciente adaptación para el cine con “La Novia”, el filme de Paula Ortiz, con un estupendo trabajo protagónico de Inma Cuesta. Todo este espíritu lorquiano sobrevuela el documental dirigido por Eloísa Tarruella y Gato Martinez Cantó y en “BAILAR LA SANGRE”, los directores se dedicarán a registrar el proceso de montaje de la obra de Lorca, en una nueva versión flamenca contemporánea, expresando los versos del poeta de Granada a través de la danza. Lo que en principio podría ser una nueva mirada, una relectura más al trabajo que ya había realizado Saura oportunamente, en manos de Tarruella y Martinez Cantó se convierte en un entramado de disciplinas, un juego de espejos en donde la obra lorquiana se conjuga por un lado con una puesta teatral, un montaje flamenco, pero al mismo tiempo dialoga con el mundo del cine que será el encargado de registrar este proceso y, a su vez, se va construyendo el documental con entrevistas y reflexiones acerca de la obra general de Lorca, que exceden solamente este texto. Es por eso que inteligentemente los directores van hilvanando estas diferentes facetas artísticas para que el documental sirva de caja de resonancia para que puedan vincularse la danza, el teatro, el cine, la poesía: todo el arte desplegado en un mismo ámbito. El planteo de cine dentro del cine, teatro dentro del cine, danza dentro del teatro invita a un juego seductor de ver cómo se van imbricando las piezas de un trabajo deliciosamente enhebrado. La cámara irá registrando todo el proceso de puesta en escena de la obra, comenzando por el casting y la selección de los actores/bailarines, hasta mostrar cómo la directora del espectáculo va logrando armar su puesta en escena, tanto desde el texto, como desde la danza y sus actores –van sintiendo una necesidad de sumergirse más profundamente en la dramaturgia de Federico, sus poemas y su obra, algo que se subraya por sobre todo en la actriz principal-. Algo de este gran clásico que es “Bodas de Sangre”, sigue teniendo plena vigencia hoy en día. Lorca se ha involucrado en sus textos con temas tan controvertidos, universales y atemporales como la traición, el amor, los vínculos filiales y la tragedia y Eloísa Tarruella y Gato Martinez Cantó –también en sus manos está la responsabilidad del guion- vuelven a darle una nueva lectura. Un gran aporte, alejados del mero diario del montaje teatral y de la técnica del flamenco, son los fragmentos en donde dos brillantes actrices como Mimi Ardú (quien también interpreta a la madre dentro de la puesta) y Cristina Banegas son entrevistadas y hablan sobre sus sentimientos acerca de la obra de Lorca. Allí expresan la forma en que han vibrado con sus textos, de la revolución en sus palabras y del impacto que ha significado Lorca en sus trayectorias (Banegas refiere a una obra como “Los caminos de Federico” que oportunamente había sido interpretada por Alfredo Alcón con enorme éxito y que casi treinta años después ella retoma y hace propios esos textos). Por otra parte, Jorge Dubatti, crítico, historiador y docente teatral, aportará anécdotas sobre el vínculo de Lorca y Lola Membrives, en el marco de una Buenos Aires que sentía fascinación por Federico y ese sentimiento era completamente recíproco. Aquí la colectividad española lo recibía como un ídolo absoluto de la época, el público le demostraba el total apasionamiento que sentía por su obra y él pudo vivenciarlo tan profundamente, que siempre se sintió inmensamente querido por un público porteño tan fiel y admirador a la función política y social de su teatro. Y dentro de una fábrica recuperada por sus trabajadores, volverá a reverberar este texto de Lorca en cuatro cuadros, fusión de teatro y de musical que sigue explorando el inagotable universo del único, de Federico, expresado a través del cuerpo de tres bailarines. Jonathan Acosta será el novio, Gastón Stazzone será Leonardo y el papel de la novia queda a cargo de Brenda Bianchimano quien además ejercitará ese espíritu de investigación que va nutriendo al documental, para alejarse del mero registro de una mera puesta teatral, para intentar indagar sobre la compleja figura alrededor de Lorca y su teatro. “BAILAR LA SANGRE” se convierte de esta forma en un documental diferente, de múltiples disciplinas, que homenajea a Lorca, a su dramaturgia, al flamenco, a la danza y a la poesía en una propuesta -que aún con sus reminiscencias a otros trabajos cinematográficos anteriores sobre este mismo tema-, logra imponer un estilo propio con su abordaje al universo del gran Federico.
Santiago Loza, director de “Cuatro mujeres descalzas” “Los labios” “Extraño” o “La Paz” y con una importante y extensa trayectoria como dramaturgo teatral, un estudioso en cada una de sus realizaciones del universo femenino, cambia completamente de registro –sin abandonar en absoluto su fascinación por los personajes femeninos contundentes- para construir en “BREVE HISTORIA DEL PLANETA VERDE” una fábula con mucho humor en el que se mezclan elementos de comedia delirante y ciencia ficción que no habían aparecido previamente en su cine, o al menos, no de esta manera. Ya desde la primera escena, el antifaz con el que duerme Tania –un personaje trans que invade toda la pantalla por su desenfado y su atractiva personalidad- revela, en cierto modo, el recorrido que pretende recorrer Loza en esta nueva creación. Cuando Tania recibe la noticia de la muerte de su abuela, irá junto con sus amigos Daniela y Pedro a la casa donde ella vivía y allí se encontrarán con un legado, una última voluntad de su abuela absolutamente sorprendente e inesperada: deberán regresar a un alien que se encontraba albergado en el sótano de su casa, a aquel lugar de donde ella lo había recogido. Para esta “aventura”, los tres personajes contarán solamente con un plano muy precario, impreciso, hecho a mano; sus mochilas y una valija en la que transportarán al nuevo integrante del equipo –un extraterrestre violeta, contundentemente pop- con varias cubeteras de hielo para mantenerlo refrescado, en estado óptimo. Loza junto a sus tres protagonistas centrales, no temen lanzarse a una aventura que está empapada de un espíritu completamente bizarro y que sabe sostener un humor tan delirante como naïf pero que tiene fundamentalmente la gran virtud de no perder de vista, en ningún momento, el sentido de lo que quiere contar. Loza una vez más construye con Tania un personaje femenino sumamente atractivo, tal como nos tiene acostumbrados y maneja a la perfección el elemento trans del personaje que va convirtiendo a “BREVE HISTORIA DEL PLANETA VERDE” en una fábula sobre los diferentes, los que tienen que encontrar su propio lugar en el planeta. Será un viaje revelador y de fuerte introspección para cada uno de ellos pero el acento está fuertemente puesto en Tania dado que este viaje, indudablemente se emparenta con la libertad interior, con el descubrimiento de una liberación, ese proceso de aceptación que debe atravesar cada uno, aun con sus diferencias y sus matices. Romina Escobar construye una criatura querible, fuerte y quebradiza, potente y frágil a la vez con una Tania inolvidable y se pone la historia al hombro y logra un trabajo absolutamente destacable. Paula Grinszpan (una actriz con gran trayectoria teatral con “Para Partir actualmente en cartel y con exitos como “La Pilarcita” o “Eléctrica” en su haber) es Daniela, quien emprende el viaje con una profunda melancolía por estar elaborando el duelo de la ruptura con su pareja. Y completa este particular terceto Luis Sodá como Pedro, una típica criatura de la noche que conforma este trio de amigos que se conocen desde la infancia. Claramente conforman un trio de “outsiders” que está emparentado con la ajenidad de ese alien frente a un mundo que lo expulsa como lo hace con todo lo que es diferente por lo que quizás sea que este terceto logra una conexión casi instantánea. Todos parecen saber de qué se trata esta aventura del volver al lugar de origen y reconocerse y encontrar el verdadero sentido de la pertenencia. En un breve papel, Elvira Onetto demuestra una vez más que puede brillar aún con una pequeña intervención que es una de las escenas más logradas y divertidas del filme, en donde cuenta el vínculo que unía a la abuela de Tania con este Alien con un pequeño clip que es indudablemente lo más simpático, creativo y desopilante de la película. Loza trabaja con lo fantástico y los elementos imaginarios de forma tal que resultan completamente funcionales dentro de la trama, investiga una nueva forma de expresión en lo cinematográfico en un terreno que no le es habitual, pero que sin embargo a poco de recorrido, se lo siente como completamente orgánico y se celebra que un director de su trayectoria, se anime a tomar riesgos y salir de la comodidad, para sorprender con una obra diferente a todo su cine y su dramaturgia. Ganadora del premio Teddy en el 69º Festival Internacional de Berlín –un premio que reconoce a la mejor película de temática LGBTIQ- “BREVE HISTORIA DEL PLANETA VERDE” intenta hablar dentro de su estructura de fábula moderna, en palabras del propio director, del poder de los débiles, la forma de transitar los duelos y dar revancha, para instalarse entre lo banal y lo profundo, lo cotidiano y lo sublime. Y sin perder el humor, brillando con un cosmética ochentosamente pop, Loza lo logra durante todo este magnífico recorrido.
Cuando se estrenó "Godzilla" en 2014, el éxito comercial fue casi inmediato; de 160 millones de dólares de producción llegó a recaudar más de 500 alrededor del mundo. Con lo cual, era imposible que un estudio importante como Warner no intentase aprovechar rápidamente la ocasión para dar inicio a una nueva zaga que homenajea y al mismo tiempo reedita y actualiza las aventuras que tienen al monstruo japonés, completamente icónico, como protagonista. De hecho, la versión del 2014 ha sido el puntapié para que la compañía comenzase a crear un nuevo Universo Cinemático de Monstruos, llamado MonsterVerse... y la franquicia Godzilla ya se ha echado a rodar y el año próximo se espera el estreno de “Godzilla vs. Kong” en donde se seguirá multiplicando la presencia de estos míticos personajes en la pantalla grande (e incluso la pantalla gigante, dado que esta segunda entrega de esta nueva saga, se estrena también en la versión en IMAX). “GODZILLA: EL REY DE LOS MONSTRUOS” tiene a Michael Dougherty detrás de la cámara. Como suele pasar con estos súper tanques, sólo es necesario que el director asignado se preste a cocinar la receta preestablecida con el desempeño más correcto que le sea posible y sin demasiado aporte de su propia creatividad. Es así como no hay ningún tipo de rastros de la personalidad del director: la propuesta del film se apoya fuertemente en la acción, los efectos especiales y el impacto que produzcan los monstruos en la pantalla, por lo tanto, la construcción de la puesta en escena que pueda hacer Dougherty sólo importa en tanto y en cuanto siga la fórmula que se espera para productos que tienen este prototipo y este estilo. Un cine de aventuras, con aroma a los viejos Sábados de Súper Acción, encuentra su primer y principal desacierto en la estructura del guión –que escribe el propio Dougherty junto Zach Shields- donde se pretende en reiteradas ocasiones explicar lo inexplicable, a base de largos párrafos en donde los protagonistas intentan dar sobreabundantes razonamientos de lo que van a hacer o del próximo paso a seguir. Es así como en la mayoría de las situaciones la palabra se antepone y le gana a la acción, y en el momento en que la acción se hace presente (que por cierto hay muchísimas más escenas de lucha que en la primer entrega) las tomas lucen confusas, como si a pesar de todo el presupuesto disponible se hubiese optado por la forma más desprolija y apresurada que podía tener la puesta en escena. Experimentos genéticos, manipulación de información confidencial, conflictos éticos y de poder, se entremezclan con un presunto mensaje ecologista que se agolpan y generan una superposición de temas sin un sentido dentro de una línea argumental que termina siendo un gran híbrido que transforma a “GODZILLA 2: EL REY DE LOS MONSTRUOS” en un pastiche de duración interminable, que sólo puede llegar a captar la atención de algunos de sus fanáticos por la aparición de diferentes criaturas que son lo más logrado de la película. Aparecen en esta ocasión Rodan, Mothra -la polilla gigante- y el archienemigo de Godzilla, Ghidorah, un dragón de tres cabezas con el que tendrá las luchas más aguerridas del filme, que permiten desplegar una parafernalia de efectos especiales y ediciones de sonido que, por momentos, son demasiado abrumadoras. La organización Monarch ha perdido el rumbo (al igual que la película en si misma) y Godzilla termina convirtiéndose en algo así como la última esperanza de la humanidad y por lo tanto, todo el grupo de los científicos deberán unirse en su “ayuda” para que vuelva a recuperar su lugar de rey entre las criaturas. En el grupo de los científicos, el reparto con el que cuenta el filme es realmente destacado aunque lamentablemente, por los mismos problemas apuntados en el guion, una talentosa actriz como Vera Farmiga luce completamente desprotegida y desamparada en un personaje al que no se le terminan de entender sus decisiones en ningún momento. Como si esto fuese poco, la película se da el lujo de desperdiciar en secundarios sin el más mínimo peso específico a Sally Hawkins, David Strathairn y Ziyi Zhang (de “Memorias de una geisha” y “El tigre y el dragón” entre otras). Corren con un poco más de suerte Ken Watanabe como el Dr. Serizawa (“Transformers” “El último Samurai” y la primer entrega de este nuevo “Godzilla”), Charles Dance como el más malo de todos –para lo que tiene un physique du rol idea- y el debut en la pantalla grande de la estrella juvenil de “Stranger Things”, Millie Bobby Brown, muchos de los cuales ya se enrolaron para seguir facturando en “Godzilla Vs. Kong”, la próxima entrega. Esperemos que se les caiga una idea…
Algunos espectadores más memoriosos quizás recuerden aquel 2001 en el cual irrumpió, en medio de la ola del nuevo cine argentino, la Ópera Prima de Rodrigo Moscoso, “Modelo 73” que fue presentada en ese mismo año en el BAFICI. Unos cuantos años después – 18, para ser más exactos-, Moscoso vuelve detrás de las cámaras y como si fuese una elipsis perfecta, también regresa a filmar en su Salta natal y el BAFICI también le da la bienvenida a su nueva película que participó en la competencia oficial argentina, como si todo, después de casi veinte años, volviese a su lugar. En este caso “BADUR HOGAR” guarda y comparte con su película anterior, ese espíritu de pueblo, la transparencia que presentan los personajes y su particular sentido del humor, la simpleza en la presentación de la historia y fundamentalmente, ese “perfume” de regreso a casa, de volver a los orígenes, que maneja tan bien el director. En este caso, Moscoso quiso contar la historia de Juan (un rol que le calza perfecto a Javier Flores, protagonista indiscutible de la película y que según palabras del director, escribió pensando justamente en él), un hombre que en el final de sus treinta y pico y casi pisando los cuarenta, no está pasando por su mejor momento. No tiene pareja, vive con sus padres y se gana unos pesos limpiando las piletas de las casa-quintas de la zona junto con un amigo. Su refugio es el viejo negocio familiar, justamente el “BADUR HOGAR” del título, que en otro momento ha sido una importante casa de artículos para el hogar y allí convive, tras los diarios puestos en las vidrieras, con los fantasmas de un tiempo mejor, lleno de prosperidad y esplendor, en donde las cosas eran positivas y todo sonaba diferente. Esta especie de crisis existencial –por nombrarla de alguna manera aunque a ojos de los guionistas jamás logra tener un tono dramático sino que siempre aflora desde Juan, el mejor sentido del humor- se agudiza más aún cuando se encuentra con un compañero de la secundaria, supuestamente exitoso y siente la necesidad de empezar a mentir, a rearmarse una vida que no tiene en realidad. Al entrar como “colado” a una fiesta de casamiento comparte un momento junto con una porteña prototípicamente audaz como Luciana (a cargo de Bárbara Lombardo, a quien aún muchos recuerdan por su impactante debut en “Cautiva” y de participación en ciclos televisivos como “Mujeres Asesinas” “El puntero” o “Mi hermano es un clon”) y bajos los efectos de un cigarrillo de marihuana compartido, ella se hará pasar por la mujer de Juan hasta que el romance iniciado más en broma que en serio, empiece a tomar color y ambos se vean involucrados en un amor inesperado. “BADUR HOGAR” responde, básicamente, a la típica estructura de una comedia romántica –aún con algunos pequeños rasgos atípicos- y juega, por momentos a la comedia de enredos, con esos toques costumbristas que van adornando la historia. Mezclando un poco algunos estilos clásicos, por momentos parece una comedia familiar de los ochenta y por momentos se torna algo televisiva tanto en la forma de presentar a los personajes como de resolver las situaciones que plantea, pero jamás pierde el espíritu de esas comedias que se ven con una sonrisa. Como también sucedía en “Modelo 73” los personajes parecen, en cierto modo, estar atrapados por algunos lazos con su pasado. En este caso, el objetivo de Juan será, entre tantas otras cosas, poder salir de esa melancolía que lo tiene atrapado y entregarse a ese nuevo amor, aún sin proponérselo de manera consciente. Armando una especie de receta en la que no debe faltar ninguno de los ingredientes, por supuesto que “BADUR HOGAR” también tiene su momento “serio” con una línea dramática que esporádicamente aparece y desaparece en la historia. Ese pequeño problema que Juan esconde –otro de los puntos referenciales de la película es la construcción de los vínculos a partir de las mentiras y las omisiones de los personajes- y que quedará en algún momento en evidencia, porque la moraleja de que las mentiras tienen patas cortas, también se hará presente. El tono simpático con el que está contada la historia favorece a que uno como espectador pueda seguir a los personajes con esa liviandad que atraviesa todo el cuento que Moscoso pretende contar, sin ponernos demasiado exigentes a la hora de ciertas resoluciones que son bastante obvias y básicas desde el planteo del guion. Así y todo, gracias a la química y frescura de Lombardo y Flores en pantalla, “BADUR HOGAR” propone un buen momento, con un esquema clásico, sin demasiadas sorpresas y con un aire salteño que cautiva.
¿Quién fue Andrés Bazán Frías? No hace falta saberlo, por supuesto, porque la película se encargará de aportarnos todos los datos necesarios sobre su historia, pero quizás pueda tener sentido tener alguna información relativa al personaje, para cuando uno selecciona, de la cartelera, qué es lo que tiene ganas de ver. “BAZAN FRIAS, Elogio del crimen” intenta contar, en principio, la historia de este gaucho tucumano, quien a principios del siglo XX, fue duramente perseguido por la policía local. Como lo irán definiendo a través de las pequeñas entrevistas, algunos de los personajes del pueblo que participan del documental, la figura de Bazán Frías se construyó mucho más cercana a un estilo de Robin Hood pueblerino - robando comida para repartir entre la gente de su barrio-, que como la de un verdadero delincuente. Luego de cometer un asesinado fue finalmente condenado a prisión y se sabe que allí fue brutalmente castigado por la policía y por lo tanto él aguarda, incansablemente, durante estos meses en la cárcel, la oportunidad de ejecutar su escape. Cuando logra exitosamente su objetivo, esta figura de la fuga favorece más aún a esta construcción colectiva y alrededor suyo, de una figura de héroe, esos actos que lo van convirtiendo en una leyenda tucumana. Cuando encuentra la muerte con tan sólo 28 años, asesinado por la policía en un intento de escape en el Cementerio del Oeste -que era justamente el lugar que había elegido como refugio y para vivir-, vemos como todas estas situaciones, siguen armando y reforzando más todavía la construcción de una figura mítica, que se ha convertido con el paso del tiempo en una especie de santo popular. Es así como vemos que su tumba es visitada por muchos de sus “creyentes” que acuden, ya sea para pedirle algunos de sus “milagros”, como en agradecimiento por los favores que ya fueron recibidos al haber pedido en su nombre. Los directores Lucas García y Juan Mascaró podrían haber construido con este material un documental con una estructura más clásica, más cercana a lo enciclopédico y a la mera información que pudiese ilustrar una historia atrapante y hasta poder incluir algunas escenas ficcionales para realizar alguna reconstrucción de los hechos. Pero su apuesta para “BAZAN FRIAS, Elogio del crimen”, es inteligentemente, muchísimo mayor. Así es como instalados en el Penal de Villa Urquiza en Tucumán –una cárcel en donde de acuerdo con las estadísticas, el 70% de los presos tiene menos de 25 años y superando ese porcentaje se encuentran los detenidos con causas relacionadas con el consumo de estupefacientes (paco)- relatan, cien años después, y a través de este personaje ya icónico, la situación actual de la vida carcelaria. Casi sin preguntas obvias ni explícitamente formuladas, trazan un paralelo de aquella cárcel de la que Bazán Frías quiso escapar por el maltrato con esta de hoy que, por momentos, parece no estar tan distante. Los presos aceptan la propuesta de representar ellos mismos la historia de Bazán Frías, formando parte de un taller de actuación, procesos de casting y ejercicios actorales a los que se van sumando y en ese intercambio de experiencias, surgirán, por supuesto, sus historias de vida personales que golpean por la honestidad y la simpleza con la que son relatadas, la transparencia con la que hablan de su vida privada detrás de los muros, ese pequeño mundo que se construye en esa convivencia carcelaria día tras día. Allí cuando el documental se escapa de la figura central de nuestro “héroe”, va creciendo en todos los sentidos e incluso, cuando avanzan los fragmentos ficcionales del film –de los que se muestra el making off, con lo cual estamos también en presencia de una historia de cárcel dentro de la cárcel y de una filmación de cine dentro del cine- es interesante el registro de la interacción que se produce con el trabajo de la actriz que es convocada para componer al amor de Bazán Frías. La presencia de un personaje femenino, tan ajeno a ese entorno, genera –así como también sucede con el resto del equipo de trabajo que viene “del exterior”-un enorme respeto, y así se abordarán las diferentes escenas de la ficción que se plantea en el film, que se enriquecen en el diálogo que se produce entre esta ficción-no ficción que corre los límites en forma casi permanente y genera una caja de resonancia perfecta. En ese juego de espejos, presos representan a presos, presos representan a la policía, presos que representan a su “héroe” y borrando la línea de ficción y documental, García y Mascaró ponen el ojo en la marginalidad, en los bordes, en cada detalle que ayude a definir, tanto ayer como hoy, a este sistema donde la clase más vulnerable sigue padeciendo la violencia social, policial y penal, donde cuesta encontrar la reinserción luego del encierro. Doloroso, real, vigente, por sobre todo un trabajo sumamente valioso, los directores construyen ese retrato de Bazán Frías que es, a la vez, el de cualquiera de sus otros protagonistas en el aquí y ahora.