Disney ha lanzado una nueva “línea” dentro de la producción de su estudio que trata de llevar los grandes clásicos e inclusive, los clásicos más modernos, de la animación a la humanización del “live action” –películas con actores de carne y hueso-. Cuando vimos “Cenicienta” “El libro de la selva” y “La Bella y la Bestia” (aguardamos ansiosamente “Alladin” con Will Smith como el Genio y “El Rey León” con Beyonce, Alfre Woodard, Seth Rogen y James Earl Jones, entre otros) vimos como adaptaban casi en un calco al film de animación, respetando a rajatabla el guion, las canciones, las decisiones de estética y puesta en escena y fundamentalmente el espíritu y la esencia original de la obra. Es por eso que seguramente, lo primero que impacte en esta nueva “DUMBO” es que está apenas “libremente inspirada” en aquella película de 1941 sobre un elefante bebé, tremendamente ridiculizado en el ambiente del circo debido a sus enormes orejas. Demasiado libremente inspirada, para aquellos que son fanáticos de este querible personaje de Disney. Apartándose completamente de esta idea que lleva adelante la franquicia de “live action” de Disney, este “DUMBO”, deja de lado casi la totalidad del planteo y del eje central de la historia original de Joe Grant & Dick Huemer que logró convertirse en un súper clásico de todos los tiempos. Si la intención era alejarse del cuento clásico, al convocar a un director de la trayectoria y del personal estilo de Tim Burton para tomar a cargo esta nueva versión, era de suponer que esta nueva propuesta quedaría impregnada de todo el espíritu y marco conceptual que encierra el universo de Burton para sus queribles personajes “freaks”, ese mundo que él conoce como la palma de su mano. Burton supo mostrar en cada una de sus creaciones, en cada una de sus criaturas, su verdadera esencia, llegar a su alma, mostrar al diferente con su verdadero ser y ha hecho que sus personajes fuesen mundialmente aceptados, los ha hecho brillar, dejándolos crecer libres, sin ataduras, amándolos tal cual son. “DUMBO” versión 2019, en manos de Burton, se queda a mitad de camino en todo. Rara mezcla entre los personajes de “Big Fish – El gran Pez” y por momentos una troupe circense que parece salida del musical de Hugh Hackman “El Gran Showman” cuesta entrar en esta adaptación de la historia, a medida que avanza y se aleja cada vez más del cuento que todos esperábamos que nos cuente. Si vamos a ver “Bambi” sabemos que el bosque se va a incendiar y Bambi perderá irremediablemente a su madre y ahí comenzará su nueva vida. En “El Rey León” sabemos que con un espíritu que sobrevuela un Hamlet del Bardo de Avon versión Disney, Simba perderá a su padre frente a una alta traición familiar. Es así como sabemos que no solamente Dumbo tiene que lidiar con un bulling permanente dentro de la troupe circense por ser un fenómeno, una rareza dentro de su género, burlado y rechazado por las propias elefantas sino que además deberá enfrentar, como la mayor parte de los personajes clásicos de Disney, la pérdida de su madre en una de las despedidas más dulcemente angustiantes del cine de animación de todos los tiempos al son de “Baby Mine” y una canción de cuna tan hermosa como melancólicamente triste. Tranquilos: a pesar de que los que hemos pasado los cincuenta hemos sorteado sin ningún conflicto todas las crueldades a las que nos sometió Disney en nuestra infancia, a Ehren Kruger, guionista de la nueva “DUMBO” le pareció mucho mejor idea que la madre de Dumbo salga apenas de viaje por un tiempo. A partir de ahí, todo el dramatismo de la original, el lidiar con el abandono y la soledad y encontrar en el ratoncito Timothy a su gran aliado, queda desterrado. Pasada la primera hora de película, Dumbo queda solo como el nombre protagónico que se presenta funcional al ritmo de una historia coral con base en el circo de los hermanos Medici (en manos de su dueño encarnado por un genial Danny de Vito, por lejos, lo mejor de esta nueva versión), los delirios de un excéntrico millonario (Michael Keaton) que quiere llevar a toda esa troupe para que sea la gran atracción de un mundo de fantasía, un gran parque de diversiones en el que Disney pareciese autoreferenciarse y una historia de amor central entre un viudo con dos hijos que vuelve de la guerra y la hermosa trapecista del circo, con su charme y aroma francés. En una relectura forzosa y por momentos incómodamente caprichosa “DUMBO” redime a la figura materna. Ya no hay un ratón compinche sino que su gran compañera será la hija del viudo (gran personaje que tiene el physique du rol exacto para una criatura Burton de pura cepa, en manos de la hermosa Nico Parker como Milly Farrier) y los niños ya no será tan huérfanos porque la trapecista Colette, con su alma maternal, no sólo se enamora del viudo sino que intentará cubrir esa ausencia de madre para que nadie sufra ninguna pérdida. ¿Está mal dotar a los personajes de una figura materna y evitar ese sufrimiento que atravesaba todo el cuento original? Por supuesto que no Pero… ¿Que quedó del conflicto principal de la vieja “DUMBO”? Poco y nada. Muchos pensaran que la original era innecesariamente cruel, hasta manipuladora de las emociones del público infantil. Muchos verán con mejores ojos que la figura materna que al viejo Walt le encantaba borrar de un plumazo (esos Edipos no resueltos…!) acá gane presencia y sea omnipresente a lo largo de toda la historia. Pero se extraña la emoción, la magia que el original transmitía, que contaba además con una delirante escena de elefantes psicodélicos que era toda una apuesta de vanguardia para la época. Si Disney no quería “calcar” esa vieja Dumbo, por momentos esta nueva versión parece oler a “estafa”. Esperando ver aquella historia, lo que se propone ahora es conceptualmente diferente y abordando ese mensaje de superación –que era claro y conciso en la primera versión- en un contexto confuso entre la parafernalia argumental y los efectos especiales, desplegándose en el tercer acto un ritmo de película de aventuras, en donde todo el espíritu de la original quedó, hace rato, sepultado. Burton, sabemos, no está en su mejor momento. Y evidentemente encorsetado en un producto familiar de la factoría Disney, no puede desplegar sus alas y crear uno de esos universos oscuros, sombríos y complejos donde suelen habitar sus criaturas y que tan bien le hubiese sentado a la triste historia de Dumbo. Rodeado de una excelente dirección de arte, meticulosa, cuidando hasta el último detalle y generando que ese mundo del circo sea querible, gran artesano de personajes, gran director de actores, no logra sin embargo que “DUMBO” tenga su marca de autor en el orillo. Sólo en algunos momentos podríamos decir que esas criaturas son indiscutiblemente burtonianas. Solo en algunas secuencias pareciera expresarse con su verdadero talento y su histrionismo habitual. Lamentable, sólo en algunos pocos fragmentos. Una vez más Burton insiste con Eva Green para un protagónico, que sigue luciendo gélida y con un rictus de villana, para una Colette que necesitaba más corazón y más empatía con esos niños que ansía proteger. La química con Colin Farrell es escasa –por no decir casi inexistente- y la historia de amor se torna poco creíble. Todo está al servicio de generar un producto de calidad, con lo que superada la decepción inicial de que ese espíritu de DUMBO que estábamos esperando jamás aparecerá, el film de Burton –aun con situaciones que resuenan muy poco con el universo del director- tiene algunos momentos de disfrute y escenas bellamente filmadas. Aunque tal como Colette, todo es distante, fríamente calculado, visualmente impactante pero con muy poco de contacto con el alma, con esa escena o esa imagen que nos conmueva profundamente.
Santi Amoedo es el director de esta coproducción argentino-española que si bien para nosotros es el primer trabajo que se estrena comercialmente, este director ya cuenta con algunas comedias en su haber y que, además, suele ser el guionista de sus propias películas. En el caso particular de “YO, MI MUJER Y MI MUJER MUERTA”, obviamente el fin último está puesto en armar un producto comercialmente digno y que sirva de entretenimiento, con lo cual con un director correcto y con alguna trayectoria como Amoedo, el objetivo se cumple y ya es suficiente. Pero el problema con el que debe lidiar el propio director, es con su guión (en este caso co-escrito con Rafael Cobos quien sí tiene en su haber interesantes trabajos como “La isla mínima” o “El hombre de las mil caras”) que luce desprolijo, deshilvanado, con ciertas incoherencias, decisiones y saltos narrativos desacertados que se complementan con bruscos cambios de clima en la trama y personajes que no tienen demasiada explicación ni son funcionales a la historia. Oscar Martinez es Bernardo quien queda viudo y se niega persistentemente a convertir en cenizas a su mujer, por más que su hija (una vez más Malena Solda está muy bien en su papel) insiste en cumplir los últimos deseos de su madre. Bernardo cree saber a ciencia cierta lo que su mujer quería y recién luego de unos extraños sucesos tendrá que cambiar de parecer y finalmente accederá a la cremación y se dispondrá a arrojar las cenizas en la Costa del Sol española. Allí deberá dejar de lado toda su rigidez y su vanidad de estricto profesor universitario –que queda claro desde la primera escena-, ya que el viaje le propone, casi sin quererlo, bucear en una faceta completamente desconocida de la vida de la que ha sido su mujer por tantos años. Profundizar en las cosas que ella había atravesado en esas playas, año tras año cuando vacacionaba visitando a su hermana. Un dato tras otro, se van encadenando, para que comience a develarse el misterio del porqué de la elección de ese lugar en particular, enfrentando a Bernardo a una serie de noticias absolutamente inesperadas. En los momentos en que “YO, MI MUJER Y MI MUJER MUERTA” intenta despegarse de la mera comedia “de enredos” para profundizar en lo difícil de atravesar un proceso de duelo –sobre todo cuando los datos de la realidad parecen apuntar a redefinir y reconstruir toda la historia de amor que tuvo con su mujer- es donde parece que Oscar Martinez se siente más cómodo. Su terreno natural no parece ser la comedia y obviamente, con todas las herramientas que tiene como actor, logra salir indemne de este tipo de desafíos pero sólo para nombrar otro ejemplo reciente, lo mismo sucedía en la versión española de “TOC TOC” donde parecen ser roles en los que no se siente completamente cómodo y se evidencia un dejo de artificialidad. En este viaje que emprende, intentando llegar a este lugar de veraneo, Bernardo se cruzará con un agente inmobiliario desesperado por salir de una quiebra en su negocio (Carlos Areces, el brillante azafato de “Los Amantes Pasajeros” de Almodóvar, colaborador permanente de Alex de la Iglesia como sus trabajos en “Balada Triste de trompeta” o “Las brujas de Zagarramurdi”, sólo por mencionar algunos de sus trabajos) que lo usará de excusa para hacer creer que un nuevo emprendimiento inmobiliario podría florecer y, de esta manera, sacarlo del colapso económico en el que se encuentra hundido. Para seguir sumando subtramas con personajes secundarios sin ningún avance, aparece una enigmática mujer –de la que tampoco se dan demasiados datos y si no hubiese aparecido en el filme, creemos que nada hubiera cambiado demasiado-, a cargo de Ingrid Garcia Jonsson, una actriz en franco ascenso a quien pudimos ver en “Hermosa Juventud” de Jaime Rosales y con participaciones en “Gernika” “Toro” y “Embarazados”. Aquí parece ser que por esos azares de la coproducción “obligaron” a incluirla en este papel absolutamente carente de sentido y que no aporta absolutamente nada a la trama. Jonsson hace muy bien su trabajo –la podremos ver dentro de poco en un verdadero tour de force en “Ana de Día” y en “Taxi a Gilbraltar” lo que deja en claro que es una actriz atravesando un excelente momento en el cine-y su figura embellece la pantalla pero suma poco a la alicaída trama y no logra en ningún momento establecer la química necesaria con el Bernardo de Oscar Martinez. Después de algunos giros y revelaciones que van sosteniendo la trama principal, el guion retoma en las escenas finales una situación accidental que tiene el personaje de Bernardo al inicio del filme, cerrando el relato con un tinte más tradicional, apartado del ritmo de comedia y es allí donde Martinez puede, de algún modo, redondear mejor la propuesta. “YO, MI MUJER Y MI MUJER MUERTA” no puede levantar ni con un buen trío de actores, una historia que no logra cohesión y que queriendo jugar con el absurdo, confunde mucho más que lo que se permite en su intento.
El título original “María by Callas” remite a los dos personajes que ella misma confiesa que habitan en forma permanente dentro de sí: María la persona y “la” Callas como personaje. Dos figuras que se entremezclan y se confunden, intentando ganar protagonismo una por sobre el otra, en una incansable pulseada interior. Tom Volf, en su ópera prima, trata de volcar su devota obsesión por el personaje de “la” Callas que lo llevó -apenas surgió la idea de este film hace seis años- a buscar incansablemente durante los últimos tres años, material de archivo inédito que se constituye en el indudablemente corazón y el centro de este documental. La base sobre la que se estructura “MARIA CALLAS: en sus propias palabras” es la entrevista televisiva que el periodista David Frost le hizo a la diva en el ’70, que la mayoría de los conocedores del tema, la daban por desaparecida. Volf, de esta forma, arma un perfecto collage a partir de los dichos de la propia Callas. Ella es quien va narrando la historia por sí misma y se conjugan junto a esta valiosísima entrevista de archivo, fragmentos de noticieros de la época, otras entrevistas y reportajes, fotografías, cartas personales y por sobre todo, aquellos registros de sus actuaciones que no son los que comúnmente circulan y que son de fácil acceso. Ese material prácticamente inédito es la base que toma Volf para lanzarse a mostrar diferentes facetas de la vida de “la divina”. Para quienes son sus incondicionales seguidores, podrán encontrar en este trabajo, fragmentos y arias completas que son de puro deleite para los amantes de la ópera y en particular, para todos los fans de Callas. Pero cinematográficamente el planteo de Volf privilegia la forma sobre el fondo, respetando la frialdad y la rigurosidad de los documentos, sin intentar poner en duda, ninguno de los aportes que encuentra en el material de archivo, dejando que Callas se describa con sus propias palabras y validando cada una de sus expresiones sin contraponer ninguna otra idea fuerza. Se sabe que Callas ha sido una artista excelente, de una perfección única y de una rigurosa técnica y un sentido del trabajo y la disciplina pocas veces logrados. Pero también es de público conocimiento que su vida sentimental, su vínculo con los hombres de su vida –el complejo vínculo que rozaba casi la explotación, con su marido y manager Giovanni B. Meneghini, juntos por doce años- y más en particular la relación con su gran amor y amante Aristóteles Onassis, ha generado turbulencias. Volf evita ingresar en esos terrenos personales más espinosos y tampoco quiere ni asomarse a su endeble salud física y psíquica que ha llegado, inclusive, a envolver a su muerte en un halo de misterio, con rumores de suicidio debido al indiscriminado uso de somníferos producto de su grave depresión y melancolía y el hecho de que su cuerpo haya sido incinerado casi inmediatamente después de su muerte, que no ha permitido ningún tipo de investigaciones. Por lo tanto “MARIA CALLAS: en sus propias palabras” funciona orgánicamente mayormente en su primera parte en donde podemos conocer datos de su infancia, su vida como adolescente y su ingreso al Conservatorio Nacional de Atenas en donde encuentra a su gran maestra, la soprano española Elvira Hidalgo. Pero cuando comienzan a aparecer en escena los momentos de su vida más complejos y controvertidos, el tono de Volf es completamente autoindulgente, dejando que la voz cantante de Callas saque a la luz solamente lo que ella decide expresar en los reportajes, sabiendo que esconde denodadamente gran parte de la información. Algo similar a lo que sucede, salvando las distancias, con las biopics recientemente estrenadas como “Rapsodia Bohemia” o los trabajos de Lorena Muñoz a nivel de cine nacional con “Gilda” y “El Potro” en donde el común denominador es tratar de evitar todos los aspectos más oscuros de los ídolos o tratándolos tangencialmente y en forma muy liviana, sobrevolándolos como para que queden apenas mencionados sin darles ningún tipo de profundidad. La figura de Callas convoca, por si misma, a ser narrada por una pluralidad de voces donde, en alguna de ellas, se pueda encontrar ese alimento que busca el cine de narrar una historia donde el nudo pueda ser la controversia y el confrontamiento. Sólo por citar algunos ejemplos dentro del género documental de otros enormes exponentes de la música en “Piazzolla: los años del tiburón” mediante la voz del hijo de Astor Piazzolla o en “Chavela” el film de Catherine Gund y Daresha Kyi, con el relato de la abogada Alicia Pérez Duarte, pareja de Chavela durante los años que la cantante desapareció de los medios; se despliegan otras miradas que retratan las zonas más oscuras, más íntimas y más desconocidas de los públicos personajes. Ese registro más profundo se extraña en el trabajo de Volf. Técnicamente impecable y con un material de archivo sumamente interesante, plantea un relato que cinematográficamente aparece como carente de alma y la propuesta queda reducida a una excelente recopilación de fragmentos y archivos que obviamente, dado que se centran en la magnética figura de María Callas, despiertan un gran interés pero no se anima a ir mucho más allá, sólo parece navegar en la superficie de lo que “la” Callas quiere mostrar. Ese riesgo, que diferenciaría un trabajo correcto de una potencial pequeña obra de arte, lamentablemente no aparece en “MARIA CALLAS: en sus propias palabras”.
Después de “Terapias Alternativas” “Cuando yo te vuelva a ver” o “El Karma de Carmen”, Rodolfo Durán toma en sus manos el desafío del cine de género y su séptimo largometraje, “LOBOS” relata una historia puramente enmarcada dentro del cine policial. Si bien la historia va presentando a los personajes lentamente y descubriendo no tan rápidamente algunos velos y entramados familiares, podemos apreciar, ya desde las primeras escenas que la familia Nieto, con Daniel Fanego como ese pater familia a la cabeza, se dedica a ganarse la vida no tan honradamente. Pero Nieto, al borde del retiro, intenta por un lado a su hija Natalia (Anahí Gadda) a montarse su propia peluquería pero por el otro sigue padeciendo a su manera la decisión que ha tomado su hijo Marcelo (Luciano Cáceres), de “desmarcase” de los negocios de su padre, y ganarse la vida con su trabajo en una garita como guardia de seguridad privada por las noches -habiendo decidido en su momento dejar la banda y tomar otro rumbo en su vida-. Nieto básicamente realiza ciertos “trabajos” por encargo. Allí aparece el comisario Molina (otro gran trabajo de César Bordón) quien comanda desde afuera la pequeña organización dedicada a delitos menores: aprietes, robos, pequeños secuestros express, asaltos, en los que Nieto participa junto con su yerno (Alberto Ajaka) y al que se suma un novato que apodan “el potrillo” (Ezequiel Baquero). Respetando uno de los esquemas más frecuentes en el formato del policial, Durán trabaja en el guion de María Meira con la sensación de tironeo y dualidad que vive el protagonista entre aceptar o no ese “último trabajo”, y la posibilidad de poder retirarse de la forma en que sueña hace tiempo: irse a su pequeña casita frente a la laguna de Lobos –aquella donde han pasado momentos de pesca y camaradería con su hijo Marcelo-, después de haber realizado esta última misión que generará esa solvencia económica que quiere dejarle a su familia y que le permita retirarse tranquilo. La tensión permanente, el halo de tragedia que comienza a teñir a los personajes y la negrura propia que impone el relato policial, está perfectamente manejada por Durán quien logra sostener a lo largo de toda la película, una cadencia que atrapa, aun cuando la historia con sus propias convenciones no presenta demasiadas sorpresas y hay un presentimiento de que las cosas irremediablemente tomarán un rumbo poco feliz. Por eso es que, sin desapegarse de los cánones del género, Meira construye una historia que respeta la estructura del relato policial –y en particular esta especie de subgénero del último trabajo previo al retiro- y encuentra, de todos modos, la manera de plantear giros y vueltas de tuerca interesantes, dobleces de los personajes y situaciones que permitan seguir el relato con sumo interés. “LOBOS” gana cuerpo cuando se introduce en el núcleo del drama familiar y plantea los conflictos de pertenencia y lealtad que deberán guardar los personajes con ese entramado primario, donde se plantean dilemas morales y lidiar con sus propias pulsiones; por sobre las escenas de acción que en algunos casos no están tan bien logradas. Es por eso que transmite con exactitud ese espíritu familiar que Nieto intenta no perder en ningún momento, bregando por esa unidad que considera vital, aun cuando por diversos avatares ha decidido construirla en base a sus actos de delincuencia, que sonaría, en apariencia, contradictorio. Justamente “LOBOS” ni condena ni quiere impartir justicia con sus personajes, los expone con sus miserias, sus contradicciones, sus dobleces y su espíritu genuino, no emite ningún juicio de valor sobre sus actos, tarea que en el último caso quedará en manos del espectador. Durán se ha rodeado de un elenco de excelencia para poder contar esta historia de lealtades familiares y delitos comunes, encabezado por Daniel Fanego quien una vez más demuestra que tiene un particular tono que hace que su personaje de Nieto sea querible aun con todos sus errores. Sostiene de modo firme un personaje con el que cuesta empatizar y sin embargo Fanego le imprime su sello personal para que como espectadores, podamos pararnos en su contradicción y hasta comprenderlo. Luciano Cáceres como Marcelo, ese hijo que quisiera despegarse del mandato familiar pero siente en sus espaldas el peso de la exclusión familiar y Alberto Ajaka como Boris, su yerno, entregan dos trabajos precisos y que hacen creíble la historia. Si bien sabemos que el trio Fanego – Ajaka – Cáceres ya nos asegura un nivel actoral que marca la diferencia, cabe destacar muy particularmente los trabajos de César Bordón –quien junto a su reciente protagónico en “El tio” y su participación en “La noche de 12 años”, sumados a sus personajes televisivos en “Luis Miguel-la serie” y “Un gallo para esculapio” demuestra que está pasando por un momento excelente de su carrera- y de Ezequiel Baquero, que asombra con su composición de “el potrillo”. “LOBOS” se presenta entonces como un producto sólido dentro del género, con muy buenas actuaciones y una historia, que pese a estructurarse en las convenciones propias del policial, busca nuevos matices para que desde el drama intimo familiar el relato crezca y nos muestre los conflictos internos de los personajes que son, justamente, los que enriquecen la propuesta.
“ALICIA” es el primer largometraje de ficción de Alejandro Rath, quien ya había incursionado en el cine y más precisamente en el terreno del documental (mezclado con dosis de ficción, en ese “nuevo” formato que es la docuficción) con su trabajo en la co-dirección de “¿Quién mató a Mariano Ferreyra?” (2013), que traía una fuerte carga de denuncia dentro del marco político y la búsqueda de la verdad. Algo de ese sesgo documental y sobre todo de ese tono de militancia política, se filtra en “ALICIA”, aunque básicamente la trama central, ahora, se asiente en el proceso de duelo del protagonista (Jotta, a cargo de Martin Vega) frente a la muerte de su madre. Jotta se plantea claramente como el alter ego del propio director, quien tiene a su cargo del guion del filme junto con Alberto Romero, entremezclando muchas vivencias, procesos personales y rasgos autobiográficos. La película echa mano a los recuerdos, sentimientos y sensaciones que se despiertan a partir de este hecho –miedos, dudas, temores, inseguridades, tristeza, melancolía, despedida-. Rath trabaja sobre una amorosa construcción de esa figura tan importante como fue la de su madre y describe este particular vínculo de complicidad, amor y compañerismo que estuvo presente entre ellos, que son los momentos donde el filme se muestra con mayor coherencia y solidez narrativa. Seguramente esta ha sido su manera de vehiculizar, por medio de una “catarsis” personal, la pérdida de un ser tan importante para él y canalizar todo lo sucedido por medio del arte. Es así como “ALICIA” –personaje central del filme que da lugar al título, a cargo de Leonor Manso- se erige como un gran homenaje a su madre y en ella, a la figura de todas las madres en general. La fuerte presencia de la protagonista de la historia se construye a través de los diferentes flashbacks que estructuran el relato. Así vemos a una Alicia militante y comprometida con el partido obrero y sus ideas de izquierda –por las que ha sido políticamente perseguida- y la lucha por zanjar las diferencias sociales. Al mismo tiempo que rearma interiormente este perfil de Alicia, atesorando sus recuerdos, Jotta deberá vaciar la casa de su madre, lidiando con el vacío interior que se plasma en una casa que, paulatinamente, queda cada vez con menos objetos, más vacía y más fría. Entre tantos otros flashbacks que traen la imagen de Alicia a su memoria, Jotta recordará también su proceso de búsqueda religiosa y espiritual por la que transitó cuando la muerte de su madre lo enfrenta con la angustia que conlleva la idea de finitud y de final. Nuevamente entre el registro documental (peregrinación a Luján, misas evangélicas en el templo del Pastor Giménez, marchas en Plaza de Mayo) y la ficción, Jotta / Rath intentará buscar respuestas ante esa inminente despedida, recurriendo a lo sacro como paliativo del dolor. Aun cuando esa búsqueda de contención represente fuertes contradicciones respecto de la manera de pensar, la posición y la trayectoria política y religiosa de su madre. El principal problema que presenta “ALICIA” es que se abren demasiados temas, quedando la mayoría de ellos planteados de una forma muy liviana y algunos otros directamente sin resolver o bien sin un sentido o una armonicidad dentro de la propuesta. Militancia, política, situaciones sociales de la actualidad (cuando Alicia queda internada en el hospital público y todas las dificultades que ello representa a diferencia de la posibilidad de acceder a prestaciones privadas), fanatismo religioso, la fe, el diezmo, la devoción y los fieles: se va generando una multiplicidad de temas, como si la intención hubiese sido la de presentar absolutamente todas las propuestas que aparecieron en el proceso de la construcción del guion, sin haber podido elegir algunas de ellas y trabajarlas con más de profundidad que como un simple catálogo de situaciones que quedan estructuradas en forma de “collage” al que cuesta encontrarle cohesión en algunos tramos. A esto se le suma la idea del director de rendir homenaje en forma indirecta a Pier Paolo Passolini y en forma mucho más directa y subrayada a Nanni Moretti con su “Caro Diario” tomando el concepto de esa narrativa fuertemente trazada en primera persona y que, de una manera u otra, también dialoga con su último trabajo, “Mia Madre”, en donde también se elaboraba una despedida. Es claro que Rath no es Moretti, ni Moretti es Passolini y esta especie de homenaje dentro del propio filme queda desajustado, pecando incluso de cierta pretenciosidad que no le sienta demasiado bien a “ALICIA”. En donde acierta positivamente el director es en el trabajo de los segmentos más oníricos, sobre el tramo final de la despedida, donde se permite jugar y presentar alguna respuesta a los interrogantes filosóficos que fue planteando en torno a la pérdida. Con un tema tan profundo como el de la muerte, no hay una única respuesta sino que cada uno deba tomar –como hace Rath mostrando un abanico de posibilidades y diferentes pensamientos y posturas frente al hecho- la que considere más a tono con su forma de pensar. Otro punto fuerte de “ALICIA” es indudablemente el elenco, liderado por Leonor Manso en otra de sus actuaciones llenas de matices, con una máscara que puede interpretar con la misma sencillez y precisión, un momento de picardía compartida con su hijo en las visitas en el hospital –como si fuesen dos adolescentes dispuestos a burlarse del sistema- o el dolor que presenta su cuerpo atravesado por la enfermedad. Con un guiño muy particular, Patricio Contreras es su ex marido (como en la vida real) y dentro del elenco se destaca Paloma Contreras (hija de ambos) como la enfermera que ayuda a Jotta a cumplir ese deseo de que Alicia pueda volver a su casa y pasar sus últimos momentos entre sus recuerdos y esos rincones más queridos.
A más de 30 años de la muerte del genial Alberto Olmedo, uno de los más grandes cómicos de la escena, el cine y por sobre todo, la televisión nacional, su hijo Mariano Olmedo en su doble tarea de guionista y director rinde un tributo a la persona y al personaje, en el documental “OLMEDO: EL REY DE LA RISA”. La propuesta que elabora Mariano Olmedo parte de fragmentos de una película a la memoria de su padre que no pudo ser y una periodista (interpretada por Marcela Baños) que investiga ese filme trunco y que le solita una entrevista, a través de la cual se podrán ir hilvanando anécdotas de su historia. Todo suena demasiado forzado y poco creíble en esta excusa que propone el guion para comenzar a construir la historia, como desconociendo que la figura del propio Alberto Olmedo no necesita absolutamente ningún motivo puntual para rendirle homenaje y repasar su vasta trayectoria. Lamentablemente, a poco de iniciar el documental, nos damos cuenta que la propuesta no se estructura en base a una idea fuerza bien clara y que intenta, por prueba y error, ir avanzando en la historia pero la falta de un concepto claro atenta contra su atractivo. La figura del rosarino, adorado por su público y reconocido por sus entrañables personajes es de por sí magnética y cada vez que se muestran fragmentos de sus programas, de sus películas, de sus participaciones, es imposible resistirse a la tentación de querer ver más y más y de repasar todos y cada uno de sus personajes. Desde sus orígenes, pasando por su gran éxito arrollador de “Piluso y Coquito” hasta sus trabajos televisivos y cinematográficos con Hugo Sofovich que quedaron como los últimos de su carrera: cada parte de ese collage de personajes es sumamente atractivo y, aún con el paso del tiempo, se puede palpar el talento y el profesionalismo que desplegaba Alberto Olmedo, en todas sus facetas. Mariano Olmedo elige como forma de llevar el relato adelante, la de entremezclar esa “falsa entrevista” con los fragmentos de la carrera de su padre y otros de ficción que representan a su infancia, sus orígenes humildes y sus trabajos como acróbata y comediante en Rosario hasta la llegada a la gran ciudad para intentar probar suerte y emprender su carrera como artista. El resultado es notablemente desparejo dado que los fragmentos de ficción –relatos dramatizados- no aportan demasiado al contenido general de la historia ni tienen una potencia desde la puesta en escena o de las actuaciones que justifique su inclusión (uno de los segmentos menos logrados es una entrevista con el zar de la televisión, Alejandro Romay en pleno apogeo de su imperio televisivo). Queda plasmado en mayor medida, como un trabajo que se estructura a partir del material con el que se cuenta, que –por el contrario- de una propuesta generada a partir de un concepto con el que quiere trabajar el director para abordar a este enorme personaje. “OLMEDO: EL REY DE LA RISA” no logra presentar un ángulo diferente a todos los documentales, programas televisivos, homenajes, programas periodísticos en torno a su fatal desenlace o todo lo ya escrito y dicho sobre la carrera y la figura del Negro Olmedo. Como puntos a favor, cuenta con entrevistas a personalidades como la de Moria Casán, Daddy Brieva, Palito Ortega, Diego Capusotto o Guillermo Francella, que a través de diversas anécdotas –de mayor o menor importancia- , hacen que la figura se pueda abordar no solamente desde lo profesional sino también desde lo humano y que, en esa diversidad de miradas, la silueta de Olmedo, crezca. Sus trabajos con Moria y Susana, su particular vínculo con Jorge Porcel con una separación abrupta e inesperada, sus amigos y compañeros de toda la vida, sus trabajos con Portales y César Bertrand, sus don de la improvisación, su pasión por su profesión, van tejiendo esta red de recuerdos que lo reafirman como la gran figura que todos conocemos. Tal como sucede en el documental “Piazzolla: los años del tiburón” donde la figura de Astor Piazzolla era edificada a partir de la mirada de su hijo, justamente aquí en “OLMEDO: EL REY DE LA RISA” los testimonios más ricos y plurales son los que brindan sus hijos que presentan diversas miradas y apuntes, anécdotas y recuerdos, los sentimientos que siguen presentes en cada uno de ellos en torno a la figura del gran “Negro” que era a la vez el ídolo popular pero al mismo tiempo, su padre. Y a través de ellos poder asomarnos un poco más a las contradicciones de una imagen tan fuerte como la de Olmedo, en lo personal, en lo profesional y por sobre todo, en su concepción de la familia y los momentos compartidos con sus hijos.
Dentro del cine y más precisamente en este caso, del cine documental, se van abriendo nuevas temáticas que reflejan, acompañan y refuerzan las grandes conquistas sociales que hemos atravesado como sociedad en estos últimos años. Cambios tan fuertes, tan profundos, tan esenciales pero a la vez tan naturalizados en gran parte de la sociedad –por suerte- y sobre todo en las nuevas generaciones, que se hace difícil repensarnos como colectivo social antes de que estos cambios hubiesen sucedido, que se valorizaran y que aseguraran estos derechos, donde la libertad prima por sobre cualquier otra cuestión. Por si todavía algunos dudan de la fuerza de estos cambios, sólo basta ver algunos ejemplos como los recientes documentales “Mocha” o “Reina de Corazones” sobre movimientos culturales y artísticos, completamente inclusivos, impulsados por la comunidad travesti o algunas ficciones en donde aparecen estos temas de manera preponderante para marcar diferencias en lo que el cine quiere contar: la reciente “Girl” –enviada por Bélgica para representarla al Oscar como mejor película extranjera-, “Carol” de Todd Haynes, “Tiempo de Revelaciones / La belle saison” de Caterine Corsini o la ganadora del Goya de este año, “Carmen y Lola”. En “JUNTAS” no hay ficciones escritas por guionistas sino que pasa la vida misma. El documental de Laura Martinez Luque (por Colombia) y Nadina Marquisio (por Argentina) nos permite “espiar” las vidas de Norma y Cachita, desenvolviéndose frente a la cámara en su cotidiano, desgranando anécdotas de sus vidas y por sobre todo, contando a través de las imágenes, los sonidos y las texturas, su historia de amor. Desde ese respetuoso lugar de construcción del que parten las directoras, sabiendo tomar una prudente distancia cuando es necesario, sin resultar invasivas, transmiten con absoluta precisión la fuerza de esta historia. Les brindan generosamente el lugar de un protagonismo excluyente, para mostrarnos su ejemplo de vida y su enorme sencillez. “JUNTAS” cuenta una historia de amor que ha sabido desafiar cualquier tipo de convenciones y que, luego de tener cada una de ellas una pareja heterosexual, lograron amarse y sostenerse a lo largo de tres décadas, convirtiéndose en la primera pareja lesbiana en contraer matrimonio en América Latina allá por el 2011 con sus lozanos 68 años, en planea época de la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario. Con el registro a través de un año de la cotidianeidad de Norma Castillo y de Ramona “Cachita” Arévalo, el trabajo de Martinez Luque y Marquisio no solamente refleja ese tiempo compartido en el día a día, sino que habla de un espacio de construcción y por sobre todo, un lugar de comunión. El documental les propone además, acompañarlas en un viaje muy particular hacia Colombia: esa geografía que fue testigo de este compromiso, aquella casa donde vivieron juntas, donde disfrutaron de un amor en principio bordeado de la clandestinidad que imponía la época, pero de enorme libertad puertas adentro. Y desde ese lugar, entonces, mostrar esa construcción basada en el amor, el deseo, el compañerismo y el respeto mutuo. Luego de un importantísimo recorrido en el circuito de Festivales entre los que se incluyen Portugal, España, Francia e incluso su exhibición en el Festival Asterisco 2017, finalmente podremos disfrutar del estreno de “JUNTAS”, este documental cuyo mayor mérito es evitar poner en palabras lo que las imágenes narran por si solas sin ningún tipo de subrayado. Fragmentos de sus vidas relatados por las propias protagonistas, quienes eluden con su extrema naturalidad, cualquier atisbo de relato panfletario, privilegiando las sutilezas a lo explícito o sobreexplicado, logrando no caer en ninguno de los clichés ni de los lugares comunes. Las directoras abordan todos estos temas tan vigentes y tan potentes del colectivo LGTB con una sutileza y una delicadeza que juega a favor de la ternura general del relato. Una historia que se va impregnando de cada uno de los testimonios y de esta forma se nos invita a ser partícipes de ese viaje que emprenden a lugares entrañables, a los recuerdos y a sus vivencias, a las nuevas emociones y a las reflexiones a las que (les) invita ese territorio tan propio. Somos testigos de esa intimidad de pequeños gestos, de palabras precisas, de una atmósfera de tantos momentos compartidos y aún en esa azarosa elección desordenada y sin cronologías, la potente figura de Norma y Cachita van entrelazando la historia mientras se entregan a la mano amorosa de sus dos directoras.
La ópera prima Francisco Pedemonte, “CICLOS” es una de los tantos documentales que renuevan la cartelera del Espacio INCAA Gaumont cada semana con diversidad temática y con multiplicidad de propuestas. Francisco Pedemonte es un reconocido director y editor de sonido que ha trabajado con grandes directores del movimiento de cine independiente nacional entre los que podemos mencionar a Matías Piñeiro (en “Viola” y “La Princesa de Francia”), Cecilia Kang (en “Mi último fracaso”) o Juan Villegas (en “Victoria”). Pedemonte se aventura en ésta, su primera realización, con un documental que se asoma al mundo del deporte, más particularmente del ciclismo, pero haciendo foco en un adolescente nacido en Chacabuco –Ignacio Semeñuk- que, aún contra la poca confianza que tenía en su propio seno familiar al iniciar este deporte, llegar a pelear por el campeonato argentino. La particular historia de Semeñuk tiene estos ribetes de camino del héroe que la hacen conmovedora e interesante: Ignacio comienza a dedicarse al ciclismo a partir de los 12 años y un dato notable es que arranca con esta actividad con una bicicleta prestada. Algo que inició tímidamente, fue consolidándose con el tiempo y mejorando a través de las diversas carreras hasta llegar rápidamente al podio, convirtiéndose en uno de los mejores de su categoría. En el año 2015 llega a ser subcampeón del Campeonato Argentino de Ruta y medalla de oro en el Campeonato Olímpico de Pista y de los Juegos Evita y luego obtiene también el subcampeonato Olímpico de Pista en el 2016. La figura de Semeñuk y su historia permiten desplegar una variedad de temas que tienen que ver con la adolescencia y con el deporte. A saber, enfrentar a las exigencias y sacrificios que implica desarrollar una actividad como el ciclismo a esa edad en donde otros adolescentes no quieren desarrollar ninguna que implique ese nivel de compromiso, el fanatismo de los padres –los hay más exigentes y otros que acompañan de forma más amorosa y sin presiones como es el caso de los padres de Ignacio-, los entrenadores, el mundillo de la competencia, el amor y la pasión por el deporte, todos tiene su momento y su lugar dentro de “CICLOS”. Pero el problema se presenta fundamentalmente en un guion que no puede encontrar una forma sólida de brindarle una estructura por donde pueda encaminarse la historia. En algunos momentos el relato comienza a percibirse fragmentado y hasta puede lucir algo improvisado, como si sencillamente se hubiese intentado compaginar el material filmado de acuerdo con cierta búsqueda azarosa en el proceso de edición. No siempre una figura por más atractiva que se presente, tiene la capacidad de sostener y narrar por sí mismo todo un documental si no existe un guion por detrás que complemente y permita darle ese adecuado andamiaje a la historia. Algo de esto resiente a “CICLOS” que recién sobre el tramo final encuentra su propio eje y puede tomar fuerza sobre lo que quiere contar. Nutrido de un espíritu observacional, los entrenamientos y las competencias se suceden para ir entendiendo ese ciclo de vida de Ignacio que ha sido profundo e importante en su adolescencia. Es allí cuando el documental se plantea el juego con la etimología de la palabra ciclo: que por un lado deriva del griego rueda, círculo y de allí tan ligado al mundo de las bicicletas; y por el otro, da una contundente referencia a los ciclos de la vida. Un reportaje en la radio de su pueblo, casi oficiando de epílogo (que produce en el espectador ciertas contradicciones y desencuentros respecto del mensaje general de la propuesta), nos dejará bien claro que hay periodos que se cierran esperando que vengan otros nuevos, momento de decisiones, de dejar el pasado atrás para dar por finalizado un ciclo y dar lugar a que aparezcan otros, nuevos, desconocidos. En definitiva, Pedemonte plantea con Ignacio justamente esto: todo llega a tener un ciclo y con este documental logra se parte y acompañar también este cierre.
Para quienes somos doblemente amantes, del cine y de la literatura, indudablemente “ENTRE GATOS UNIVERSALMENTE PARDOS” es uno de esos documentales que nos abre las puertas a un mundo (para muchos) completamente desconocido, basado en la compleja, interesante e inabarcable figura de Salvador Benesdra, autor de “El Traductor”: una obra abrumadora, un proyecto ambicioso de más de 600 páginas que devino en novela de culto después de su prematura muerte. El documental abre con un interesante collage de opiniones que invita al espectador a ir armando ese rompecabezas que forme la figura de este escritor, periodista, psicólogo y militante que tan perfectamente supo plasmar en su literatura, la mítica de los ’90, una época en donde él mismo concebía al mundo como en pleno derrumbe. Un personaje tan intenso que sería imposible abordarlo en una sola faceta. Es así como los testimonios se disparan en múltiples direcciones: lo comparan abiertamente nada menos que con la obra de Tolstoi, con Dickens, con Philip Roth e inclusive destacan que sus operaciones literarias complejas lo ubican muy cerca del mejor Arlt, al que tanto Piglia como Laiseca han querido homenajear en su estilo, pero nadie lo ha hecho con el nivel de Benesdra. “ENTRE GATOS UNIVERSALMENTE PARDOS” se presenta con un ritmo de novela: el documental se divide en diez capítulos y un epílogo y en cada uno de sus segmentos iremos descubriendo un nuevo y sorprendente punto dentro de este panóptico llamado Benesdra, aún hoy para muchos, una figura absolutamente desconocida. El interés crece y se multiplica gracias a un elaborado trabajo de guión que suscriben los propios directores, Ariel Borenstein y Damián Finvarb, quienes en sus obras anteriores han asumido siempre ese riesgo característico de abordar temas completamente infrecuentes en el género. Juntos han dirigido “En obra” –sobre Carlos Fuentealba, el docente asesinado por la policía neuquina- y “Viaje al centro de la producción” –sobre los crecimientos y retrocesos de la industria automotriz y su crisis en 2008-, mientras que Finvarb junto a Patricio Escobar realizó “La crisis causó dos nuevas muertes” –sobre la manipulación de la información en los medios-. La pericia de los directores es el eje fundamental que permite producir, ordenar y encaminar el torrente de datos, testimonios –desde Silvia Plager, la profesora Nora Avaro, Ernesto Tenenbaum, la periodista Raquel Garzón o Elvio Gandolfo-, filmaciones caseras, cassettes de contestadores automáticos profundamente reveladores y anécdotas variadas de la industria editorial y cinematográfica que rodean a “El Traductor”, esa novela que vio la luz cuando fue publicada por Ediciones de la Flor en 1998, dos años después que a los 43 años, Benesdra tomase la decisión de suicidarse en pleno brote psicótico. Comienzan a trazarse los paralelos entre la enorme novela –que había llegado a ser finalista del premio Planeta aún cuando posteriormente nadie quería tomar el riesgo de publicarla- y su vida personal en donde “El traductor” del título, Ricardo Zevi, termina por momentos transformándose en un perfecto alter-ego de Salvador Benesdra. Luchador en las asambleas gremiales, trotskista, trabajador en una editorial conflictiva, con una relación amorosa con Romina, una salteña intelectualmente muy elemental, todos y cada uno de los datos de este rompecabezas que invitan a armar Borenstein y Finvarb, se espejan cada vez más, unos con otros, y dialogan entre ficción y realidad con un entrecruzamiento permanente. Benesdra –o “el Turco”- era, sin lugar a dudas, una mente brillante: hablaba siete idiomas entre los que podíamos contar el ruso y el japonés, experimentado traductor e intelectual cuestionador, animal político y militante comprometido, que había logrado sobreponerse, a su manera, a una historia de abandono afectivo en su infancia pero que sin embargo no pudo escapar a un destino de internaciones psiquiátricas y problemas aparejados por una enorme depresión y medicación de todo tipo. Borestein y Finvarb se manejan con la misma precisión tanto cuando se refieren a la historia de esta novela inclasificable, o a la actividad gremial de Benesdra en Página/12 o, inclusive, cuando abordan el capítulo de la adaptación cinematográfica que tuvo “El traductor” de la mano de Oliverio Torre, en un film protagonizado por Alejandro Awada prácticamente desconocido en el mundo cinéfilo que no pudo tener mejor suerte. Y también –sabiendo tomar distancia como directores y dejando fluir naturalmente a los protagonistas- logran climas absolutamente conmovedores con los testimonios de su íntimo amigo Alejandro Mantero o los de Mirta Fabre, quien lo conoció en plenos años ’70 en la Facultad de Psicología y a quien Benesdra le propuso ser “la primera mujer de mi vida” y con quien emprendió el exilio a Francia en el ’77. Unas cintas en el mar serán una dulce despedida, una manera de desanclar una historia, de soltar y de compartir con todos los espectadores una fascinante personalidad como la que muestra “ENTRE GATOS UNIVERSALMENTE PARDOS” con una generosidad única, alejada de cualquier enciclopedismo y trazo académico y hurgando en cada uno de los rincones de Benesdra para mostrar su perfil más humano, más comprometido y más genial.
El nombre de John Ajvide Lindqvist seguramente no suene para nada conocido, sin ninguna otra referencia que lo contextualice. Pero cuando hablamos del autor de “Déjame Entrar” la novela que dio lugar a la gran adaptación cinematográfica sueca de 2004 que luego tuvo su remake en el cine americano, el clima logrado con esa niña vampiro, ya nos despierta cierta curiosidad para asomarnos a su próximo trabajo, que se potencia más aún con sólo ver el tráiler de “BORDER”, basada en un cuento corto de este mismo autor que tiene ciertos puntos de afinidad con ese universo que es donde parece que Lindqvist se siente más a gusto. La película se inicia típicamente dentro del suspenso psicológico para luego ir mutando a medida que transcurra la historia, no solamente por las situaciones que genera Lindqvist desde el guion, sino por las diversas decisiones estéticas que toma el director, Ali Abbasi –de sorprendente madurez por ser su segundo filme-, precisas y contundentes. Es así como “BORDER” no se instala ni en el suspenso, ni en el género fantástico, ni en el drama ni en el romance, ni en el thriller ni en el policial, sino que va mezclando todos los géneros, buscando generar y construir(se) una identidad propia. Gracias a la claridad con la que el dúo Abbasi-Lindqvist maneja las riendas de la historia, en ningún momento se percibe como que los protagonistas pierdan el rumbo –aún en sus giros argumentales más extremos- generando una sensación de híbrido sino que, por el contrario, trabaja con una puesta en escena que subraya aún más el enrarecimiento paulatino dentro del clima en el que se sumergen los personajes. En las primeras escenas conocemos a Tina, una agente de aduana que trabaja en el aeropuerto intentando detectar alguna irregularidad en los pasajeros que ingresan al país. Tiene un olfato tan extraordinario que puede oler el miedo, la culpa, la vergüenza, el delito. Sencillamente con alguien que pase a su lado, puede detectar con completa exactitud lo que esconde en su equipaje o lo que lleva consigo que no está permitido, tal como sucede con un pasajero que esconde en un pendrive fotos y documentación que ponen al descubierto una red de pedofilia (y servirá para plantear, más adelante, los límites del ser humano para dañar a sus semejantes). Ya desde su aspecto físico, Vera no es completamente “humana”. Su cara más parecida un simio que a un humano, labios y nariz prominente y ciertas deformidades en sus rasgos, la presentan, a simple vista, con rasgos animales. Y sobre este dilema moral (¿ser o no ser humano? ¿Qué es lo que nos define como tales? ¿Nacer humanos o hacerse humanos?), se erigen los cimientos de todo lo que “BORDER” querrá contarnos posteriormente. Más allá de una deformidad física como se presentaban en los dramas más clásicos como “Máscara” de Peter Bogdanovich o la reciente “Extraordinario” con Julia Roberts, el conflicto que plantea Abbasi en el personaje de Tina es el profundo sentido de la búsqueda de una identidad propia, de la pertenencia, de poder moverse en un universo en donde ya no sienta que debe pagar el precio de ser la diferente, un enfoque más cercano al de David Lynch en “El hombre elefante” y su puja por sentirse humano. Es por eso que cuando cumpliendo con sus funciones en el aeropuerto, se cruce con Vore –un hombre de dientes grandes, nariz prominente, uñas sucias, boca entreabierta y ropa desprolija-, todo su universo tiembla y Tina registrará la pérdida inmediata de su poder de percepción frente a esa presencia tan magnética como extraña, intensamente perturbadora, por la que se siente fuertemente atraída, encontrando en él no sólo una simple atracción física sino el encuentro de un igual, un par, un semejante, nuevamente se hace presente el sentido de la pertenencia. El lazo especial que comienza a crearse entre ellos despierta facetas dormidas de Tina como su sexualidad, el contacto con el placer y el goce, terrenos en apariencia desconocidos, o al menos dormidos. Es aquí cuando Abbasi juegue justamente con los límites –parafraseando y en alusión al título del filme- que le permitirán desplegar las escenas más osadas y a la vez creativas, innovadoras y perturbadoras de “BORDER”, irrumpiendo desde ese momento el halo fantástico que se instalará por el resto de la historia. Pero, al mismo tiempo, los planteos de Vore hacen que entre en crisis todo un sistema de creencias con el que Tina se maneja y que, fundamentalmente, aparezca el conflicto de su identidad más básica: ¿ella es humana?. Vore, para bien o para mal, corre los velos, despierta su letargo, la sacude y estrella su rutina frente a otro sistema completamente diferente al que en esencia, parece pertenecer. “BORDER” se transforma en una fábula sobre los diferentes, sobre la animalidad y la naturaleza encerrada en cada uno de nosotros, sobre el instinto y la pertenencia. Si bien durante el tercer acto, el relato fantástico se encarama con algunos giros que complejizan demasiado la trama y encierran algún planteo demasiado alejado del disparador inicial, la pericia del director y del guionista hacen que en el epílogo, la historia puede retomar el rumbo y dejar esa extravagancia que la hace sonar algo disonante, para volver a los instintos más básicos que vuelven darle una estructura al personaje central. Como un gran desafío para todos los espectadores, “BORDER” propone un relato sinuoso, fantástico, complejo y de diversas lecturas en donde algunos podrán encontrar una historia de amor diferente, otros una alegoría sobre la animalidad del ser humano, la violencia dentro de cada uno de nosotros o el desprecio y la segregación a los diferentes. Abierta a la polémica y a la multiplicidad de miradas, sorprendió también en el último Festival de Cannes en donde se alzó con el premio a la mejor película de la sección “Un certain régard” y estuvo muy cerca de acariciar una nominación al Oscar dentro del rubro mejor película extranjera (siendo sí nominada por el excelente trabajo de Maquillaje realizado por Pamela Goldammer).