Dos náufragos de la vida La Segunda Guerra Mundial dejó graves secuelas en millones de hombres y mujeres. Luego de la conflagración muchos ex combatientes intentaron reintegrarse a las sociedades a las que pertenecían con diversa suerte. Freddie Quell (Joaquin Phoenix) fue uno de esos ex soldados que, vagando en busca de un destino esquivo, se cuela una noche en un barco donde se realiza una extraña fiesta previa a la partida, y se convierte en polizón involuntario de un viaje sin destino. El hombre al que la guerra le quitó el equilibrio emocional conoce así a Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), un enigmático personaje que cuenta con un grupo de acólitos que siguen sus peregrinas teorías esbozadas en “La Causa”, un libro que pretende resumir las ideas directrices de un nuevo movimiento espiritual. Sobre esa base, el director Paul Thomas Anderson reconstruye una historia que parte de hechos reales y ofrece un duelo actoral digno de verse. Las composiciones logradas por Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman son brillantes, aunque luzca más la labor del actor que alguna vez personificó a Johnny Cash en el filme “Johnny y June”. Phoenix asume el rol de un hombre solitario que no consigue encajar en el mundo que dejó antes de ir a la guerra. El gurú que lo adopta se aprovecha de sus debilidades y lo convierte en su hombre de confianza. Una historia brumosa, narrada con pericia y buenas imágenes que muestra a dos actores en la plenitud de sus carreras.
El dolor de ya no ser “3 metros sobre el suelo”, que el cineasta español Fernando González Molina dirigió en 2010 y que no se vio en la Argentina, narraba una historia de amor protagonizada por una pareja que termina disolviéndose por decisión de la mujer. Luego de esa ruptura, el galán despechado partió rumbo a Londres en un intento por olvidar a la mujer que lo había dejado. “Tengo ganas de ti” es la continuación de aquella historia y comienza con el regreso a Barcelona del hombre (una especie de sex simbol para el público femenino español) que protagoniza una historia con muy pocos elementos como para convencer al espectador. Más aún, cuando la primera parte es desconocida para el público argentino y el galán que arranca suspiros en España, por estas latitudes, es poco menos que un absoluto desconocido. La débil trama de la película está centrada en los intentos del protagonista por rehacer su vida sentimental y en la aparición —un poco forzada— de otra mujer, que consigue encender algunas llamas de ilusión el el corazón del melancólico desengañado. Hasta que llega el previsible momento en el que se reencuentra con la chica que le partió el corazón y vuelve la desilusión a minarle el campo. Con buenas imágenes, aunque con un exagerado predominio de escenas previsibles que ayudan al lucimiento del protagonista —únicamente desde la perspectiva de su imagen—, la película pretende distinguirse del resto de las producciones españolas acercándose a un estética de cine hollywoodense. Sin embargo, no deja de ser una secuela que responde más a los cálculos de taquilla basados en el éxito de su antecesora (que aquí se desconoce), que a cualquier justificación de índole artístico.
Los límites del miedo Las películas de terror —a riesgo de caer en una apresurada generalización— ya casi no consiguen sorprender a un espectador insensibilizado por sobreabundancia de violencia desenfrenada. Por esa razón, “La cabaña del terror”, el nuevo intento en el género de Drew Goddard, ofrece una perspectiva diferente al quitar los gruesos trazos sangrientos que suelen caracterizar estas producciones y proponer otros costados de lo horroroso. La historia comienza como muchas otras que nutren las carteleras del terror: un grupo de personas intenta aislarse en una remota cabaña oculta en un bosque impenetrable donde lo inesperado dominará las escenas de algunos días tan agitados como terribles. El filme apunta a dejar una reflexión en el espectador sobre otras obras del género que se solazan en los profusos derramamientos de sangre, las complejas y diabólicas torturas y otras manifestaciones de una bestialidad sólo tolerable por quienes se sienten tan lejos de la muerte como puede suceder con los más jóvenes. La propuesta de Goddard aporta algo de frescura al plantear el control de la situación que se sitúa fuera del terreno que pisan los protagonistas.
Historias del camino Tal como sucedió con “Historias mínimas” y “El perro”, entre otras películas que llevan su sello, en “Días de pesca” los paisajes de vastas extensiones del sur argentino, así como los personajes poco ampulosos y más ceñidos a la realidad —muchos de ellos no son actores sino parte de la realidad cotidiana —, se convierten en el centro de la película dirigida por Carlos Sorín. Montado sobre la historia de un hombre que acaba de salir de una desintoxicación por su adicción al alcohol, el director lo acompaña en un viaje al sur de la Argentina a donde el hombre se dirige para intentar disipar sus fantasmas con el ejercicio de una de sus pasiones: la pesca. En el trayecto, el viajero se encuentra con un entrenador de box que viaja con su pupila para afrontar un compromiso deportivo; con un baqueano del mar que le permitirá intentar la captura de un tiburón y con su hija, a quien le perdió el rastro hace demasiado tiempo. Con esos elementos Sorín consigue que el espectador se convierta en un atento “polizón” durante el viaje y el disfrute de una buena película.
Una farsa de la vida Las parodias de las luchas electorales tienen distintos significados, según las épocas y las regiones del mundo. En el filme de Jay Roach los elegidos son dos arquetipos del mundo norteamericano: un profesional político y otro que llega a la disputa electoral casi a los empujones. Sobre esa base, el director intenta construir una comedia reidera que logra algunos puntos altos aunque, en general, apunta a un público poco pretencioso, más proclive a la risa fácil. ?Los roles centrales abordados por Will Ferrel (el demócrata Brady), un comediante que más allá de algunos chispazos, no consigue sorprender y se muestra demasiado acartonado; y Zach Galifianakis (el republicano Marty Huggins), que consigue los mejores momentos de la película asumiendo el rol de un hombre que debe internarse por caminos que desconoce por completo.???El filme no llega a la categoría que otros cineastas —como los italianos, por ejemplo— han podido retratar con mayor patetismo y humor. En “Locos por los votos” el tema político tiene una influencia demasiado sesgada. Sólo pueden rescatarse fugaces situaciones reideras montadas en una historia que no llega a las salas en el mejor momento político de la Argentina.
Sorpresas que da la vida Manolo (Diego Peretti) es un hombre encerrado en los moldes que le plantea su trabajo en un banco y su función como jefe de una familia. Aislado de sus dos hijos y de su mujer, a quienes sólo trata con las mínimas formalidades como padre, el hombre vive rumiando su oscuro presente hasta que un día, un accidente menor le permite conocer a un preadolescente que sufre una enfermedad terminal y su vida y la del chico comienzan a imbricarse hasta crear grandes confluencias que no tienen explicación lógica. Sobre esa base el director Paco Arango construye una entretenida tragicomedia, aunque no consigue explotar al máximo las condiciones actorales de Peretti, que compone a un argentino que vive desde hace muchos años en España. Con el chico Andoni Hernández tiene mejor suerte y logra sacar mayor partido del joven actor que compone su difícil rol con gran efectividad. Quizá lo más flojo de la producción radique en el guión con el que se cometen dos pecados: es más extenso de lo necesario y toma demasiadas ideas de otros filmes. Sin embargo, el resultado no es malo y la película consigue sostenerse hasta el final. La historia ofrece, como mérito mayor, el rescate de algunas cosas buenas que suele regalar la vida y de las que pocos advierten su importancia hasta que se encuentran ante el peligro de perderlas.
Prisionero del tedio La temida presencia de quien llega para entregar un papel que lleva un sello del Poder Judicial es el único rasgo que distingue a un notificador del paisaje humano que lo rodea. La tarea, anodina y rutinaria, sólo demanda su estricto cumplimiento, ya que se trata de una noticia que debe ser recibida por el destinatario, en forma fehaciente. Con ese norte en la vida, Eloy (Ignacio Toselli) camina sus jornadas mientras reparte las 100 notificaciones que debe distribuir cada día, y ve desfilar ante sus ojos una galería de personajes extraños y en diversas circunstancias, aunque él mismo siempre sigue igual. La intención de mostrar otros signos vitales en el notificador que protagoniza la historia queda en el terreno de lo sugerido y la acción no logra penetrar la costra que la rutina fue formando, día tras día, en la vida del hombre que aspira a más. Quizá el mejor residuo que deja la película sea la sensación de aplanamiento de una realidad que su protagonista sueña con cambiar por otra más inquietante. Un filme que no conmueve y sólo desnuda una vida rutinaria, como la de millones de seres humanos de cualquier sociedad occidental contemporánea.
Toda la vida en peligro Paul W.S. Anderson retoma la saga nacida en un videojuego que saltó a las pantallas de cine. El mortal virus “T” creado por la Corporación Umbrella transforma a las poblaciones que ataca en legiones de muertos vivientes que se alimentan de carne humana y amenazan con extinguir la especie. Alice (Milla Jovovich) es la única persona en el planeta que puede hacer frente a tamaña amenaza. En su búsqueda tan alocada como desesperante, la mujer descubre datos de su misterioso pasado. Puesta tras las huellas de los responsables de la epidemia, la implacable Alice pasa de Tokio a Nueva York con escalas en Washington y Moscú, en un raid de sangre y fuego que no da respiro. La historia que nunca termina (el filme es el segundo de una trilogía) es una sucesión de pulcras acciones vertiginosas y violentas, que incluye la exhibición de armas tan variadas como letales. El vértigo desnuda la falta de contenidos y la historia se asemeja demasiado a un juego en el que no se puede participar y sólo queda ocupar el lugar del espectador de un filme que se desvenece en la memoria.
La pesca sorprendente Un palestino que se procura el sustento pescando en la franja de Gaza a bordo de su destartalado barco, se lleva una sorpresa mayúscula cuando en una de sus incursiones marinas levanta las redes y descubre a un chancho atrapado en ellas. El animal está vivo, pero no puede bajarlo de la nave por razones religiosas. Sin embargo, tras descubrir que el animal puede convertirse en una fuente de recursos, decide arriesgarse y desembarcar al animal para venderle su semen a una granjera judía que se lo compra a buen precio. El pescador vive junto a su esposa en una casa que se levanta justo en la frontera con los territorios israelíes. Incluso en su terraza hay un retén integrado por dos soldados que vigilan día y noche la zona limítrofe, paseándose dentro de su casa como integrantes de la familia. La divertida comedia dirigida por Sylvain Estibal y muy bien protagonizada por Sasson Gabai, esconde el denso drama humano de la ocupación de territorios. Sin embargo, aún en las peores circunstancias se hace lugar el buen humor y el filme consigue entretener con una historia que orilla el absurdo para los observadores occidentales. Una manera ocurrente de analizar el drama de una disputa sin fin.
Dudas de una burguesa Anne (Juliette Binoche) es una burguesa parisina que escribe para una revista y aborda el tema de la prostitución en el ámbito universitario. Cuando la mujer comienza a investigar las vidas de dos jovencitas que encontraron un modo expeditivo para financiar sus estudios, descubre que la actividad no tiene los ribetes escandalosos de otros tiempos. El tema —que no es ajeno a ninguna de las sociedades occidentales contemporáneas— perturba mucho más a la periodista que a sus protagonistas, al punto de que la mujer verá temblar su sólida estructura de vida. Como una mujer con una vida matrimonial que no está exenta de los problemas que debe enfrentar una pareja madura, el descubrimiento más terrible para la periodista se produce cuando advierte que las jóvenes que viven del comercio de su cuerpo no se consideran víctimas de nada y, al contrario, admiten que lo que hacen es un modo más de permitirse una vida que no lograrían con otro tipo de trabajo. Una película que permite que Juliette Binoche siga convenciendo como actriz con los papeles que aborda y que exhibe algunas escenas verdaderamente fuertes, que pueden herir alguna susceptibilidad. Una manera inteligente de afrontar un problema que las sociedades netamente consumistas toman demasiado a la ligera.