Jungla: Un paseo por la selva… “Pero yo había nacido para ser mi propio destructor, y no pude resistirme a esa oferta más de lo que pude renunciar, en su día, a mis primeros y fatídicos proyectos, cuando hice caso omiso a los consejos de mi padre“. Robinson Crusoe – Daniel Defoe Toda buena travesía que se precie, tanto en literatura como en el cine, carga con dos lineas definidas argumentales; el hombre en un escenario hostil, la una, que evoca, la otra, su reciente pasado de facilidades. Una suerte de viaje interior y exterior en el que estima lo perdido analizándolo desde esa nueva perspectiva que es la soledad del naufrago. Y por ende sobrevive, si lo hace, no solo físicamente, también espiritualmente. Ejemplos si los hay es Robinson Crusoe, esa metáfora de la desnudez humana ante las fuerzas abrumadoras de la naturaleza. Life of Pi (2012), Cast Away (2000) y la entretenida The Martian (2015), tomaban esa premisa y la refundaban en un aggiornamiento en cuanto a las ideas expuestas. Alive! (1993) sin embargo, la historia real llevada al cine narraba mismos hechos pero desde una perspectiva descarnada de pura y dura sobrevivencia y dejaba al espectador sacar sus conclusiones morales o éticas al respecto. Greg McLean, conocido por sus films de terror y violencia explicita, ha intentado en esta película un relato a la usanza, más allá de utilizar un hecho real, en la que quizás sobreabundan los subrayados al respecto, haciendo de la travesía un cuento un tanto facilón del que el protagonista saldrá adelante gracias a su esfuerzo y la amistad. Yossi Ghinsberg el aventurero nacido en Israel; autor, emprendedor, humanitario y orador motivacional, como se lo describe en su entrada de Wiki, tuvo su primer contacto con la naturaleza en 1981 en un viaje que realizó a Bolivia y en una travesía por la selva en la que se perdió junto a otros tres compañeros. Habiendo terminado con el servicio militar y contradiciendo el mandato paterno cruzo el mundo en busca de aventuras como mochilero y se encontró inmerso en una travesía que cambiaría su vida. Agregar más sería tan inútil como contraproducente para lo que la historia intenta, por dos motivos claros: el primero y sustancial es la mediocre producción del film que no permite al espectador una aproximación real al salvaje universo de la selva virgen y el segundo y no menos importante la maniquea construcción que hace de los personajes que rodean a un comprometido y barbudo Daniel Radcliffe. Suerte tendrá el espectador cuando el inicio, ese amanerado prologo de encuentros fortuitos en una serie de escenas dignas de propaganda de secretearía de turismo, de paso a la aventura en sí. Cada uno de ellos depositario de los viejos tópicos, el guía intrépido y misterioso, el débil, el confabulador y él, Yossi, en medio de todos ellos captando un poco de cada. Un intento algo mediocre por parte del guionista de desguazar a Yossi en todos, porque terminan todos poseyendo cierta renguera emocional que se nota en la poca simpatía que generan. Es hacia el desenlace, cuando en la soledad de la selva, Ghinsberg intenta llegar al final del periplo, en que el director juega algunas cartas de terror y suspenso, que la película parece retomar el aire de aventura que proponía, más allá de esos flashback innecesarios, y que logra aderezar la historia lineal y manida hasta entonces vista.
Yo soy Simón: Serás quién debas ser… “Antes que nada ser verídico para contigo mismo. Y así, tan cierto como que la noche sigue al día, hallarás que no puedes mentir a nadie.” Hamlet, 1.º acto, escena III Pienso en una lista de films sobre la temática LGBTQ, en las que el asunto es visto desde varios puntos de vista aunque generalmente bajo los mismos términos; el despertar sexual y la rebeldía que supone amar a quien elegimos a pesar de convenciones sociales y familiares, acompañado de una inusitada violencia por parte de los otros. Siempre la mirada adulta a situaciones adolescentes; crítica a los radicales conceptos sociales, en que los protagonistas deben luchar por saberse ellos, aceptarse. Drama, historias de iniciación ocultas, sombras y miedos. Pero los tiempos cambian. Call Me by Your Name (2017) es sinónimo de esto. Ya no es trasgredir un mundo, sino a penas las propias limitaciones para amar, es una cuestión interna, propia. Una decisión que por defecto modificará a otros. Quizás por eso, y más allá de lo manida y convencional, Love, Simon de Greg Berlanti (que vuelve al cine después de la malvenida Life as We Know It – 2010) es una bocanada de aire fresco en el tema. Simon Spier es un joven 16 años que no se atreve a revelar su homosexualidad. Pero un día, uno de sus correos electrónicos llega a manos equivocadas y las cosas se complican extraordinariamente. Historia que bebe de la novela escrita por Becky Albertalli, titulada “Simon vs. the Homo Sapiens Agenda“, todo un sarcasmo a la conocida “agenda homosexual”; término que fue empleado frecuentemente por los conservadores en los debates acerca de la situación de los derechos LGBT en los Estados Unidos. Hoy en día caída en desuso la afirmación, como algunos de los tópicos que trata el mismo libro y que, a pesar de sus buenas intenciones, la película utiliza, dejando cierto sabor a demodé en su visionado. Pero y a pesar de ello, que podríamos ejemplificar con el único chico gay visible de la escuela, interpretado por Clark Moore con todos los cliché al uso. Lo interesante del film es la propuesta de base: una “comedia romántica de secundaria” en la que un chico encuentra el valor de ser a través de otro y del que de a poco se irá enamorando. He aquí, lo que hace de Yo soy Simón una novedad. Es la historia de un chico que se enamora de otro, en medio de una serie de conflictos que no llegarán al drama, pues se apela a la ternura y a la comprensión de un mal entendido que nada tiene que ver con la elección. Son, entonce otros los miedos; una confusión que surge más de su temor que de la realidad social de su entorno. La vie d’Adèle – Chapitre 1 & 2 (2013), Beach Rats (2017), son un feroz alegato a lo que deben enfrentar las personas cuando contradicen el sistema imperante. Mientras que Simón es la delicada historia de amor de un adolescente que debe romper desde adentro para alcanzar la confianza de saberse completo. Yo soy Simón es ligera y no por eso intrascendente, Greg Berlanti que sí ha logrado interesantes productos en la televisión, y creemos que por eso ha sido el director elegido, hace de esta película una risueña comedia pop. Sutil en la construcción del drama, logra que la salida del clóset del personaje sea más una aventura que algo desolador. Sumado a un elenco que traza personajes tiernos y que más allá de lo remilgados en sus conflictos, logran la simpatía del público. Es en definitiva una coming of age, del despertar de la identidad propia en la que el conflicto puede ser superado sin terribles y angustiantes cicatrices, en la que el amor puede salvarlo todo, de que él puede estar esperándote a un banco de distancia… Eso también es interesante de ver y vivir.
Ready Player One: Los alegres niños de Spielberg. “(…)Fue entonces cuando me di cuenta de que, por más aterradora y dolorosa que pueda ser, también es el único lugar donde puede encontrarse la verdadera felicidad. Porque la realidad es real“. Ready Player One – Ernest Cline Seguir utilizando el termino adaptación es un tanto arriesgado hoy en día, más aun en medios como el cinematográfico. Pues el conjunto de cambios con que se realizan, la mayoría de las veces puede que pase de eso a una intervención completa del material, solo quedando el esqueleto, la base que da oportunidad de todo una nueva concepción. Es un tanto arriesgado también aseverar que la película dirigida por Steven Spielberg es mala, porque cuenta con el ritmo y la inestimable experiencia del director en este tipo de divertimentos. Pero sí hay señales de que todo pudo ser algo más y no una simple comedia de acción. Wade Watts es un adolescente al que le gusta evadirse del cada vez más sombrío mundo real a través de una popular utopía virtual a escala global llamada “Oasis”. Un día, su excéntrico y multimillonario creador muere, pero antes ofrece su fortuna y el destino de su empresa al ganador de una elaborada búsqueda del tesoro a través de los rincones más inhóspitos de su creación. Estamos en un futuro distópico, el año 2045, uno que podemos dividir entre el real y el virtual, el primero hacinado, seco y en etapa de descomposición social, donde las corporaciones son las dueñas de casi todo y el otro, el fantástico; donde evadirse no es solo una de sus características, es su mayor capital. Puedes ser quien quieras, como quieras y obtener lo que quieras. En lo único que se parece al mundo real, es que allí también la felicidad cuesta dinero. Wade es uno de esos pobres, casi al borde de la penuria, en el mundo virtual es poco más que un buitre que vive de los despojos que quedan atrás, correr esa competencia es solo una utopía porque no cuenta con los medios adecuados, aunque sí con el ingenio y el estudio. Personaje que en manos de Tye Sheridan tiene un encanto que ayuda a empatizar no solo con él si no que también con la trama. Una que se antoja bastante superficial y que carece de las dramáticas ideas propuestas en el libro original. El director apela a varios tópicos que conoce hasta el hartazgo; la banda de amigos, la búsqueda del tesoro y la manifiesta referencia de que todo es mejor cuando se trabaja en equipo. Claro que sumado a una importante, sino más bien ingente cantidad de referencias a la tan de moda década de los ochentas el producto final es una montaña rusa, que sin muchas curvas, te lleva directo al final, sin respiro, sin contemplaciones. Todo el drama alrededor de los personajes reales se mide en unas pocas pinceladas sin mucho vuelo, como si temiera que algún momento dramático estropeara la feliz travesía en la que te cruzás con León-O, Ryu o el gigante de acero. Haciendo de la competencia un juego, un divertimento casi videoclipero que deja de lado cuestiones como el abyecto comportamiento de las multinacionales que copan todo a su paso, esas que devoran lo que una vez fue el grito de libertad de unos y el drama social que esto conlleva, en los personajes como representantes de la sociedad consumista y enajenada. Ellos compiten por ganar a la corporación porque es lo único que les queda para vivir en completa libertad, un universo que saben afuera no existe. Luchan por lo último que les pertenece que es la enajenación total a sus miserias reales. Parecen de alguna manera correr en paralelo ambos bandos en el film y eso tiene que ver con el hecho de que poco se describe o utiliza el mundo real para explicar el virtual. No solo es una reconstrucción de varios pasajes, es también la reescritura del mensaje que da la historia. Un gran cineasta capaz de una factura envidiable, pero que somete a la historia a una moraleja simplona que no se refleja para nada en el universo en que es dramatizado el relato. Villanos caricaturescos que no superan el apelativo de meros comparsas y que por eso no crean un antagonista que sume tensión o que refleje lo que está en juego. Ben Mendelsohn con su Sorrento es un monigote que no temería nadie y al que engañan casi de manera infantil en más de una oportunidad, criatura que nunca creerías dueña de un conglomerado que lo devora todo. La pasta está en el viaje, en la cornucopia de easter Eggs, en las deliciosas referencias musicales, pero dista mucho de exceder esto, de no ser más que un rato de diversión.
La Reina del Miedo: Y su hermosa locura. “Soy egoísta, impaciente y un poco insegura. Cometo errores, estoy fuera de control y a veces soy difícil de manejar. Pero si no puedes soportarme en mis peores momentos, puedes estar condenadamente seguro de que no me mereces en los mejores”. Marilyn Monroe El proyecto fue creciendo de a poco, de las primeras escenas en que se descubrió pensando, como contaba en las entrevistas, al lento proceso de darle forma a un guion. Un trabajo que dirige, escribe y protagoniza, una historia simple donde el conflicto es la protagonista y sus dudas, requiebres y búsquedas. Un entretejido de cotidianidades que dibujan al personaje y su entorno, una mujer que crea no solo sobre las tablas, también en su día a día. Pueden escribirse interminables líneas sobre la historia y el personaje que Valeria Bertuccelli interpreta, las singularidades de esta mujer que hace un drama, casi en exceso, de su vida, pero no en su profesión, que es nada menos que la actuación. La escena inicial del film así lo atestigua; con un corte de luz desata una marea de actividad casi paranoica a su alrededor. En medio de la noche, la vemos ir y venir con su empleada doméstica, el perro y los vigiladores de la empresa de seguridad buscando las causas del apagón, metáfora si se quiere de sus propios interrogantes, de también, un inminente estreno; ese instante catártico antes de que el telón se levante y porqué no de la visión partida (ella, el perro y los otros) que todos tendrán de ella, que mostrarán que es. A partir de aquí, sabremos que está sola, que su esposo no está, ni ella ni nosotros sabemos si volverá. Entenderemos que es una afamada actriz a punto de estrenar en el teatro y que un amigo en Dinamarca enferma de gravedad, todo esto en la vorágine algo amanerada en la que se sumerge a partir del día siguiente. Un detalle que particularmente llamará la atención; su nombre, Robertina, no él en sí que ya es hermoso, sino como lo mutilan de acuerdo a la parte que de ella perciben. “Tina” es para la marquesina, para el público que ama una actriz que sabrá darles sobre el escenario un cuerpo y voz con potencia. Y “Robert” para los íntimos, que está para su amigo, a pesar de tanta presión en su inminente estreno, para la madre de éste que duda y gesticula, para un esposo que solo viene para confirmar que finalmente no volverá, para ese productor que escucha sin oírle. Es como si vieran a la mujer en los trozos que más les place, y en la que ninguno parece notar la imagen toda. Una que nos da a los espectadores, y que irremediablemente congeniaremos, mérito de Bertuccelli que borda una criatura que simula, y lo hace muy bien. Porque Robertina lo hace, simula. Podremos creer que hay dudas, porque el hecho creativo mismo surge y conmueve a través de ella, es una mujer que en el caos crea rituales y modos, y aunque nos desvivamos diciendo que es una neurótica, con esos cambios de humor y energía, Robert, Tina, se expande absorbiendo todo, macerándolo en su interior y haciendo de ellos combustible de lo siguiente. Tan rica en matices es, que hará reír con la tristeza de sus desventuras y golpear cuando menos se lo espere. Porque cada personaje no parece otra cosa que una prolongación de ella, una faceta, una arista. Un film completo y que si no fuera por ese final algo extraño, tanto como lo es Robertina, quedaría bien lejos del artificio. Esmerado en su producción destaca la fotografía de Matías Mesa y la labor de su co-director en ciertos pasajes realmente poéticos en la imagen. Elegante, de puesta calma pero no lerda, la carta de presentación, como guionista y directora de Valeria Bertuccelli es una más que grata sorpresa.
Los olvidados: La balada de los incautos. “Sin lágrimas, por favor. Es un desperdicio de buen sufrimiento”. The Hellbound Heart – Clive Barker Luciano y Nicolás Onetti, dejan por un momento su amado giallo para internarse en los oscuros desmanes del sanguinario slasher en este film que también se permite recorrer parte de la historia, un ensayo que aúna macabramente a unos malditos locos con hechos acaecidos no hace tanto en tierras bonaerenses y que solo dejó atrás los blanqueados huesos de unas ruinas. Villa Epecuén El escenario elegido, lejos de ser al azar es el olvido mismo, no solo por su condición de ruinas, sino, porque es un hueso blanco abandonado en medio de las tierras bonaerenses. En 1985 la provincia de Buenos Aires pasaba por una de las peores inundaciones de su historia. Cuatro millones y medio de hectáreas habían quedado anegadas por un desborde del Río Salado. El terraplén que contenía la laguna lindante al pueblo, de alto contenido salitroso, cedió y los excedentes inundaron el pueblo, que tuvo que ser evacuado. El trabajo de evacuación duró 15 días y no hubo ninguna fatalidad. Epecuén se fue cubriendo de agua lenta y paulatinamente y sus casi 1.500 residentes estables perdieron todo. Dos años después llegó a su pico máximo de inundación; las ruinas quedaron bajo el agua durante dos décadas. Hasta que el retroceso, descubrió ese inmenso cementerio. Negligencia, corrupción, un gigantesco desastre que ahora vuelve a ser el escenario de una historia siniestra. Estas ruinas se convirtieron en un paseo turístico que viajeros y fotógrafos frecuentan hasta el día de hoy, un enclave perfecto para el macabro relato que los hermanos Onetti encaran en “Los Olvidados”. Porque de esa manera comienza la odisea; un grupo de jóvenes parte a las ruinas de Epecuén para filmar un documental sobre los fatídicos acontecimientos. Lo que ellos ignoran es que allí habitan, en medio de la desolación, una extraña familia, cuyos apetitos destructivos son insaciables. Retomando las viejas formulas del género, recrean en tierras argentinas el cuento del asesino del camino, como bien lo hiciera The Texas Chain Saw Massacre (1974) y porqué no House of 1000 Corpses (2003) del irredento Rob Zombie. Y si nombramos en particular estos films es porque sobre todo hablan de la desvirtuada revancha; de asesinos perdidos en un aquelarre de sangre, que alguna vez supo tener un sesgo vindicativo que llevar a cabo. Y así en parte lo plantean en este film; esos provincianos olvidados y desechados por la sociedad por sus actos impíos y porque de alguna manera les recuerdan sus instintos más primitivos. Con una excelente factura técnica en la que destacan la fotografía de Facundo Nuble (Corazón Muerto – 2015) con esos extensos paramos de agua y desérticos despojos. La utilización de los edificios, como el emblemático “Matadero” retorciendo su significado, trastocando aún más la lamentable realidad del abandono y el olvido. Es también la resuelta composición que los hermanos han diseñado en esa cámara que no descansa, utilizando los planos como parte de la narración. El sostenido homenaje a las películas de la década de los setentas, ciertas composiciones que lo acercan al western, el cine exploitation y el consabido gore. Eso y un elenco entregado a los divertimentos del género, cumpliendo con los clásicos roles; la victima, el galán, la hueca y el introvertido, el loco y el deforme. Más allá de todo esto, lo interesante es ver esos paisajes familiares teñidos de un terror que siempre supusimos lejano. En estos años en que el cine de género realmente está teniendo una oportunidad en las pampas australes, es un interesante ensayo, que puede todavía nos resulte algo manido en sus tópicos y giros, pero que no pierde el norte, sosteniéndose con soltura en las premisas que establece este tipo de films.
La maldición de la casa Winchester: No hay terror más grande que la culpa. “Mi alma es demasiado débil; sobre ella pesa, como un sueño inconcluso, la espera de la muerte“. John Keats Los jóvenes directores que supieron sorprendernos con su ficción temporal “Predestination” (2014) encaran esta vez una historia que muchos afirman está basada en hechos reales, que convalidan con evidencias fílmicas y fotográficas, y aseguran continua sucediendo a pesar de haber iniciado su oscuro periplo a principios del siglo veinte. La historia de la mansión de la viuda y heredera del imperio armamentístico Winchester; Sarah Lockwood. Si ahondásemos en la historia propiamente este artículo se haría demasiado largo, así que resumiremos todo lo posible: En 1880 el magnate de las legendarias armas, murió de tuberculosis dejando a su esposa la fabulosa herencia de 20 millones de dolares, más un ingreso de mil dolares diarios. Esta fue la segunda muerte que impactó en su vida, la primera había sido su pequeña hija a poco de nacer. Logrando esto convencerla de que su familia estaba maldita. Es entonces cuando comienzan las leyendas; algunos dicen que consultando una medium esta le confirmó sus suposiciones, además de recomendarle mudarse al oeste y comenzar a construir una casa, una que le traería paz a sus muertos y los espíritus de los que habían sido asesinados por la celebre arma. La mansión que comenzó a construir en 1884, nunca dejó de crecer hasta su muerte en 1922. Un detalle bastante interesante en nuestro periplo es, según wiki, “… en la construcción de la casa el número 13 se repite varias veces. Escaleras con 13 escalones, 13 ganchos en el armario de Sarah (su sobrina), 13 agujeros en las coladeras de las duchas, candelabros para 13 velas, etc. Se dice que también su testamento estaba dividido en 13 partes. En honor a esa extraña costumbre, cada vez que hay un viernes 13 se tocan las campanas 13 veces a las 13:00 horas“. Los Spierig Brothers y Tom Vaughan tomaron esta historia para dar rienda suelta a una imaginativa narración de fantasmas y millonarias excéntricas, que terminó colocando al film en ese generalizado espacio de terror gótico de facilona manufactura. Aun teniendo en su elenco a dos figuras que pudieron aportar mucho más a los personajes como son Helen Mirren, la viuda dueña de la laberíntica mansión y Jason Clarke, el médico que deberá examinarla a pedido de los socios de la firma, optaron por el resumen plano y remanido que desde el comienzo el espectador supondrá oído en alguna parte, como si de un Déjà vu cinemático se tratara. Convencional de principio a fin, intentarán que el publico sienta la aventura a través de los, ya cansadores, jump scare. Todo esto a una velocidad casi de film de acción, sin dejar reposar la historia, sin permitir que el misterio pueda macerarse en la duda, en la posibilidad de un trhiller psicológico, de un estudio sobre como el terror humano puede generar también un retorcido relato sobre la culpa. Porque en definitiva de esto va “La maldición de la casa Winchester“, sobre el recriminamiento y el terror de saberse maldecido por las propias acciones, o en este caso por las de quien amamos. Ser cómplice de atrocidades también es ser reo de los hechos. En esto la actriz logra una interesante y oscura aproximación, dotando a la anciana Sarah Lockwood de ese aire cansino que todo sujeto sabio de los derroteros del destino impuesto articula; uno que se sabe parte de un terror, que lo vivencia y atestigua. Contrariamente al personaje de un comprometido Jason Clarke, quien en realidad lleva una torturada existencia por las parecidas causas. Puede que cierto halo impregne el film; una patina en los filtro y decorados de las viejas películas de la Hammer Productions, que el plot twist genere alguna empatía, pero a esa altura del film, cuando el espectador ya ha comprendido que los fantasmas existen es redundante y poco atractivo. Es sorprendente que quienes lograron una acabada y pequeña moraleja sobre la existencia en Predestination, puedan haber caído en tan redundante puesta, que utiliza el método de tal genero, el terror, sin atreverse a más.
Maze Runner – La cura mortal: Un solido entretenimiento para un final anunciado. Al fin, y luego de varios tropiezos en la producción, llegó a las carteleras la tercer entrega de la saga protagonizada por Dylan O’Brien. No más secretos ni laberintos, es tiempo de la liberación. Muchos han hecho las comparaciones correspondientes con esa ola, que parece bastante desgastada hoy, sobre las adaptaciones de novelas de ese subgénero que llaman Young Adult. Aventuras complejas protagonizadas por adolescentes, que podríamos citar como inicio a la saga Harry Potter a comienzos del siglo XXI, pero que en estilo y formas, en el caso de Maze Runner, se reuniría con las distopías al uso tipo The Hunger Games, Divergent y por qué no la vilipendiada The Host (2013). Muchas de ellas interesante premisas, nos referimos puntualmente a los libros, que lograban la reescritura de mitos antiguos para una nueva generación. Precisamente se nos antoja interesante lo que lograba esta saga en particular en la reversión del mito de Teseo y su aventura en el laberinto de Minos, con ese ingrediente literario que aportaban ciertas reminiscencias a El señor de las moscas (Lord of the Flies – 1954), con la correspondiente ayuda de su Ariadna encarnada en una olvidada compañera, hablamos de la traidora Teresa. Los plot twits que a esta vieja fabula integraron fueron un acierto, que en su continuación parecieron olvidar, referencia puntual al guión, aunque supo mantener la trepidante acción de la anterior. Pues bien, y ya sin tanto prolegómeno nos sumergimos a la tercer y última. Thomas se dirige a la última ciudad conocida al rescate de Minho, que la corporación CRUEL tiene cautivo con propósitos experimentales. Y para eso tendrá que penetrar en esa cristalina y luminosa fortificación, claro que con la ayuda de sus compañeros de ruta y alguna mano extra. Una de las características que muchos han sacado a relucir es cierta elegancia a la hora de proponer este drama de acción, con lo que estaremos de acuerdo en la medida en que la misma surtió al film de un marco adecuado para el desenlace de esta saga. Más allá de esto, en general volvió a caer en los esperados clichés al uso de este genero, dejando que la conveniencia ganara terreno sobre la frescura que supo tener la primera entrega. Asentaron las bases de un interesante punto de vista sobre la sobre-vivencia del más apto contraponiendolo con aquel que si se sacrifica por el bien común, para luego, escapados del laberinto, caer en la eterna carrera contra reloj hacia ninguna parte. De todas maneras el film cumple con las expectativas de ser un entretenimiento ameno en donde podremos ver pagar al malvado, en cualquiera de sus medidas y contar con la esperanza que de habrá un futuro. Con una destacable dosis de acción que no pierde el norte a la hora de retratar la humanidad de los personajes. Por supuesto que lejos de lo propuesto por la saga literaria, con un final mucho más pesimista, como toda buena distopía que se precie.
El último traje: “Un viejo amigo es mejor que dos nuevos amigos”. “Los recuerdos no pueblan nuestra soledad, como suele decirse. Por el contrario, la hacen más profunda”. Gustave Flaubert Esta es una historia sobre la memoria; sobre quienes cargan con ella una vida y solo sienten su peso cuando se les atraganta en la vejez, sobre la desdicha del olvido de quienes no saben cuanto puede acarrear tales deshonras. El cierre de un amplio circulo que sujeta la historia de un hombre, la familia, un pueblo. Abraham Bursztein es una vasija rota que pierde de a poco el contenido, mostrando a quienes son testigos del estropicio la cruel naturaleza de las desdichas allí contenidas. Es a ojos del guionista y director, Pablo Solarz, la síntesis de lo que nos está ocurriendo como sociedad, cuando somos capaces de deshacernos de lo viejo sin meditar que en ese objeto hay guardada la historia que nos hace. Sobrevuelan un silente anciano como, y podríamos referenciar buitres o sobrevivientes sobre los despojos, pero no queriendo pecar de dramatismo literario, diremos que como hijos que sopesan la herencia, la física, la tangible, la que en mayor o menor medida dará un poco de sosiego. La otra, esa que guarda hasta celosamente el anciano, queda arrinconada en la quietud y ensimismamiento del hombre. Uno que cumple con el ritual, sumergiéndose en la vorágine como una roca. Una foto, para saberse celebrado, una coima para no perder el toque. Y la idea de que no todo puede terminar así, que no debe simplemente perderse en los pasillos de un geriátrico como fantasma de algo que fue y nadie advirtió. Escapar es la solución lógica, para quien se encuentra acorralado, huir hacia la aventura es también sanjar de entrada que no todo es viejo, quieto, manso. Miguel Ángel Solá, al borde del sujeto teatral, crea un anciano que sabrá ganarse el corazón del espectador, quizás porque también es el emblema de lo que tarde o temprano seremos, porque lo traza con cierta melancolía oculta en la habitual irritabilidad de viejo terco, de sabio de calle, de sobreviviente. Crea un sujeto con aristas, capaz de ser la victima y el que odia, de ser una anécdota andante. El viejo y terminado sastre ahora, en el ocaso, siente que debe pagar una vieja deuda con quien lo salvara. Abraham Bursztein parte en busca de quien lo rescató y para eso la aventura tendrá que tener sus escollos y es cuando la historia parece divagar entre personajes que pudieron pero no les permitieron. Cosas de guion, esas que hacen de los co-protagonistas serviles marionetas para una historia que arrancaba con la fuerza nada menos que de un Abraham en busca de la tumba adecuada. Cuatro son los que facilitarán el reencuentro, un joven y tres mujeres; personajes definidos con cierto encanto del que abrevan seguramente en el viejo simbolismo de la triple diosa. Esas criaturas que son la Doncella, la Madre y la Anciana del hombre. Y serán de alguna manera quienes por fin presten atención a la historia oculta, a la verdad enredada en los erráticos pasos del anciano. Una road movie podría ser en alguna medida, utilizando el transporte como motor de un cuento que no carece de esa vieja y tan viva sintaxis que ocurre en los cuento yiddish; sencillez, tramas asequible y el humor con cierta causticidad sobre la humanidad y sus reveses y razones. La tragedia del holocausto es el disparador para un repaso, también, de lo que hoy se entiende como tal y que gracias a ese anciano cobra dimensión, en cierta manera, de la tragedia humana que carga.
Las grietas de Jara: Si uno vive en la impostura… “Supongo que el único momento en que la mayoría de la gente piensa en la injusticia es cuando le sucede a ellos“. Charles Bukowski Conocemos ya varias de las obras, los que no hemos frecuentado la literatura de Claudia Piñeiro, gracias a las diferentes adaptaciones que se han realizado particularmente en el cine. Las viudas de los jueves (2009), solo bien recibida en estas pampas, Betibú (2014), Tuya (2015) y ahora la realizada por Nicolás Gil Lavedra, Las grietas de Jara, cuya publicación data del 2009. Un común denominador entre ellas puede que sea el reflejo que hace de ciertos aspectos de la clase media citadina, la nacida y criada en una ciudad como Buenos Aires; el interés en inmiscuirse en sus dobleces. No tanto una crítica social, sino más bien una revisión a veces algo amanerada de los vaivenes sociales y económicos de esos estratos sociales, con mucha dosis de thriller y bastante drama, que creemos supo desarrollar mejor que ninguno, Marcelo Piñeyro en su Las Viudas… Es ahora que el ascendente director Nicolás Gil Lavedra busca narrar esos procesos dramáticos en esta puesta que protagonizan Óscar Martínez, Joaquín Furriel, Soledad Villamil y Santiago Segura. Una vez más, personajes que poseen cierta soltura económica, profesionales que ven su cotidianidad interrumpida por un desagradable hecho, algo que los tuerce o provoca, llevándolos a extremos impensados. El drama, con sesgos de thriller, se inicia cuando Leonor, una jovencita, llega a la oficina del estudio de arquitectura Borla y Asociados buscando a Nelson Jara. Cual Pandora, abre así una mal disimulada caja de sombras y desdichas que dará pié a una transformación en los tres profesionales que componen el staff de la empresa, hasta que cada uno y a su manera comience no solo revivir un incidente alrededor del nombrado Jara, sino también a, por fin, dejar salir los fantasmas que hipócritamente ocultan. Con un intenso y bien construido inicio el periplo se desarrolla alrededor de Pablo Simó, personaje que interpreta Joaquín Furriel, un quieto y ensimismado arquitecto que casi ya ni soporta la bucólica cotidianidad de su existencia. Es él quien realmente parece disfrutar lo que sucede, porque es todo el entrevero su válvula de escape. Un hecho que a Simó se le antoja disparador hacia una ansiada recomposición de su realidad. No sucede lo mismo en los otros dos; personajes ejecutados por Soledad Villamil y Santiago Segura, quienes ven peligrar sus logros y posiciones con este telúrico momento. Pero es obvio que la película descansa sobre los hombros de Joaquín Furriel y su personaje, al que ha sabido dar una profundidad que le es negada a los otros. A propósito o por omisión, es en su Pablo Simó en que el espectador podrá ver realmente un progreso, un deshacer para una reconstrucción posterior. Porque en ese segundo acto, algo moroso y poco ajustado, solo lo seguimos a él, olvidando al resto, ya que como espectadores no logramos tener una visión más abarcativa del derrumbe de una mal cimentada charada. ¿Donde está Jara? El cuestionamiento planea sobre la historia, no como espada de Damocles, o sea no juzgando, más bien como motor de un drama que se desarrolla en partes desiguales. Podrá ver, quien hile fino, que hay una historia entre los personajes de Villamil y Furriel, como también cierta ambivalencia en el caracterizado por Segura, uno perdido entre un español y un argentinismo algo forzado y siseante que molesta y que no ayuda realmente a construir un background al protagonista. Como ese ir y venir de Leonor, cuyo simbolismo pudo ser mucho más trabajado pero que queda solo en la testigo muda e ignorante de los cambios que el arquitecto Simó sufre a la vez que anhela. Mientras que, y párrafo aparte merece, aparece el personaje de Oscar Martínez con a una excelente ejecución, una que vale la pena en cada plano que asoma. Barrial y taimado, coloquial y ventajero, el arquetipo de “Argento” buscavida que tan presente tenemos y que el actor interpreta con paciencia y sencillez, logrando una verdadera compatibilidad con el espectador. Si se le cree, es porque hace de su periplo, entre gestos y modos, un misterio que querrá la audiencias desentrañar. Mentiroso, victima y vecino desamparado, hay un rostro para cada una de las facetas y una construcción de su pequeño misterio realizada con esmero. No así con el pobre papel que lleva con honor la actriz Laura Novoa, que cae en el consabido canon de esposa prejuiciosa y distanciada que ni en la cama puede conectarse con su esposo. Claro que dará pié a que él busque esa complicidad en otra parte, pero peca de obvio y con poco vuelo imaginativo, no sabemos si de la autora original o de los guionistas Gil Lavedra y Emiliano Torres (algo extraño ya que este último es el autor del guion original y director de la recomendable El Invierno – 2015). En fin, un drama tocado de manera sutil por un thriller que sabe manejar en la mayor parte de su metraje el misterio que aborda. Indagar en los trapos sucios de ciertos tipos de triunfadores es un ejercicio que a todos nos gusta realizar y los realizadores lo saben. Nadie triunfa sin ensuciarse las manos, y todos los que están arriba nunca tienen asegurado su sitio. Actualidad, que tristemente, los argentinos observamos diariamente en los medios. Es un thriller que intenta, con bastante éxito, indagar en los dramas de quienes se puede pensar lo poseen todo. Con ese final que muestra ser capaz de narrar el conflicto sin caer en la moraleja facilona y, aunque tiene apuntes sobre lo que debería ser el bien o el mal, o como quiera el espectador llamarlo, no subestima a la platea. De hecho, lejos de resolver, solo habla de una vuelta más a un enmarañado y conocido comportamiento que tenemos visto de memoria.
COCO: Solo los olvidados están realmente muertos. “Vivir en los corazones que dejamos atrás no es morir”. Thomas Campbell Convivir con la noción de la muerte no siempre fue placentero para los vivos. Para muchos, en la actualidad que vivimos, es casi un anatema, una suerte de mal ojo moderno al que despistamos sumergiéndonos en lo que si podemos tocar y ver. No siempre fue así, la festividad de los muertos ha sido parte de las culturas a lo largo de sus historias. Algunas lo han olvidado, otras lo conservan como parte de su acervo cultural. México es una de ellas y lo ha hecho hasta transformarla en una atracción internacional. Lo que a muchos puede sonarle como algo escalofriante, es para ellos una festividad que reúne a la familia y que da identidad a su pasado, atándolos a una larga línea de hombres y mujeres. Son los herederos, sus descendientes. No es de extrañar entonces que Pixar, en su primer y directo acercamiento a las culturas latinoamericanas, busque en esta tradición una significación de lo que es pertenecer, sobre la identidad construida a partir de muchos. Miguel es un joven con el sueño de convertirse en leyenda de la música a pesar de la prohibición de su familia. Su pasión le llevará a adentrarse en la “Tierra de los Muertos” para conocer su verdadero legado familiar. El niño nos habla de ruptura de una herencia, del quiebre dentro de una tradición que se remonta mucho más lejos que el desaire de una anciana dolida, y es la esperanza como toda juventud, de que todo puede reparase, que para eso están los niños aquí. También es la piedra fundacional de un punto de vista idealizado donde el dolor y la frustración no tienen cabida, casi un santo que sana y reconforta. Los niños son la esperanza, rezamos a diario; son eso y la capacidad de comprender a veces sin siquiera ser capaces de entender la totalidad del conflicto que enfrentan. Miguel es la cura, como la abuela la memoria, y podrá no solo conocer su historia in situ visitando el mundo de los muertos, sino también develar el misterio que hizo a la familia aborrecer algo tan nuestro como es la música, esa poesía en notas que utilizamos para expresar, para honrar y, porque no, sostenerlo todo: vida y muerte, entrelazando ambos mundos, legando. Interesante es la aproximación que crearon en el guion Adrián Molina y Matthew Aldrich, porque enfrenta a una festividad a la que honran como el Día de los muertos con la música, parte fundamental de esta. Y es a cuento de ese, ya bastante comentado, nuevo punto de vista que la casa del ratoncito viene llevando a cabo desde hace un tiempo al crear personajes capaces de sentir tanto el amor como el odio, sumiéndolos en un gris real de personas que se contradicen y yerran. Claro que tampoco olvidarán su tradición de revindicar a los que lo merecen, de hacer brillar el triunfo de no solo quien persevera, también del que es capaz de enfrentar sus miedos y sombras y vencerlas. COCO es una aproximación a nuestras culturas latinoamericanas, es una propuesta interesante que hayan dado lugar a eso, como lo hicieran con Moana, que vuelvan sobre la búsqueda de quiénes somos y qué nos define, al estilo Intensamente, de que lo viejo no es obsoleto, es pasado nuestro, es base fundacional del futuro que queramos crear. A estas alturas hablar de la calidad cinematográfica de PIXAR, puede sonar algo redundante, pero siguen sorprendiendo las posibilidades en imágenes que son capaces de conjugar. La dirección de fotografía de Matt Aspbury y Danielle Feinberg y el diseño de personajes de Carter Goodrich (The Prince of Egypt – 1998 y Ratatouille – 2007) se sitúan en lo mejor del film, que lejos de toda solemnidad nos presenta un universo, el mundo de los muertos, colorido y extraordinariamente vivo. No es una película en la que nos será fácil identificarnos, tan australes como somos en esta gigantesca y variada Latinoamérica, pero sí seremos capaces de conmovernos y reír, disfrutando esta historia que puede parecer una aventura más, pero que en realidad habla de la identidad y de la capacidad de perdonar los desaciertos, porque al hacerlo nos reintegramos a un larga tradición que no abandonamos. COCO aleja los miedos y reúne a la familia. Irónicamente, nunca la muerte te hace amar tanto estar vivo.