Autoayuda global Es poco probable que una persona entre a la sala sin alguna idea de lo que va a ver: una nueva película de Julia Roberts, en la que actúa Javier Bardem (en clave amante latino), basada en el best-seller del que conserva el título (y que, apesar de estar basado en la historia real de la autora, se parece mucho a un libro de autoayuda), un viaje por tres continentes en busca de algo así como el sentido del vida. Por si había alguna duda, apenas empieza la película la voz en off de Julia cuenta una anécdota sintomática. Una vez a una amiga suya neoyorquina, que es psicóloga, le pidieron que atendiera a un grupo de refugiados camboyanos (creo); ella, abrumada por el peso de las tragedias que tuvieron que atravesar estas personas, se pregunta qué podrá hacer para ayudarlos. Pero, según cuenta Julia, al atender a estos sobrevivientes de un genocidio, la psicóloga descubrió que sus nuevos pacientes en realidad siempre hablaban de lo mismo: que estando encerrada en tal campo conocí a un chico que después se fue con otra, que no se si ella me quiere. Moraleja: a todos (incluso quienes sobrevivieron a un genocidio) nos preocupa lo mismo, los problemas de pareja. A estas alturas (y llevamos pocos minutos), el espectador desprevenido o cínico no tiene alternativa: o acepta lo que va a ver o se va. Para aquellos que se quedan. Hay, por supuesto, algo demasiado light, demasiado globalizado en Comer, rezar, amar, pero también hay muchas cosas más bastante raras. Lo primero y fundamental es que, a pesar de que se promociona como una especie de comedia romántica, esta película se aleja de las fórmulas de género (a no ser que consideremos como género la película de divorciada que explora la posibilidad de volver a amar, al estilo Bajo el sol de Toscana) y se pierde por historias pintoresquistas bastante simpáticas. En Italia el personaje de Julia Roberts aprende a disfrutar sin culpas, en India aprende a perdonarse, en Bali aprende algo y se encuentra con Javier Bardem (un "hombre sensible" que llora mucho y compila cassettes de música, un hombre al que le gusta Phil Collins y Air Supply). Comer, rezar, amar puede resultar un poco larga (dura 133 minutos), sobre todo por lo que tiene de errática, de episódica, de turística. En algún punto los "traumas" de Julia Roberts se pierden como excusa y cuando vuelven a aparecer resultan un poco forzados. Pero, por otro lado, su errancia es señal de riesgo: esta película no se refugia en el lugar común (que sería la comedia romántica), en el viaje teleológico, en descubrir esa supuesta verdad que al final descubre. No es claro que el encanto de Julia Roberts alcance para coser toda la película, pero es fundamental para construir los momentos que sí logra. El gran Richard Jenkins tiene el que probablemente sea el mejor papel en toda la película.
Cine artesanal Entre que llega al pueblo y estrena la película en alguna sala del lugar proyectada sobre una sábana blanca, Daniel Burmeister tarda en promedio 30 días. En ese lapso llega al pueblo, se pone en contacto con las autoridades para acercarles su propuesta, se acomoda en su nuevo hogar temporario, realiza el casting para uno de los cuatro o cinco guiones que filma habitualmente, resuelve problemas concretos, busca ayuda técnica en el pueblo, comienza a filmar con la participación de la gente del lugar, finalmente edita y estrena la película un fin de semana. Este proceso se repite una y otra vez en cada lugar al que llega. En El ambulante lo seguimos en Benjamín Gould, provincia de Córdoba, a lo largo de todo este proceso. Daniel llama a su arte "cine artesanal": un cine realizado con medios muy precarios, sin grandes pretenciones, pero que se vive en la comunidad donde se realiza como un gran acontecimiento. El hecho de que se trate de un "largometraje", es decir, de una película en sí parece menos importante que el proceso de realización y la posibilidad que tendrán los habitantes de verse a sí mismos y sus espacios proyectados en la pantalla. De hecho, el concepto de la realización serial (Daniel dice que ha filmado unos 60 largometrajes y que a partir de un cierto punto comenzó a filmar los mismos cuatro guiones una y otra vez en diferentes pueblos, como si fuera una obra de teatro) nos aleja del cine como lo entendemos normalmente. El ambulante ofrece una perspectiva diferente sobre el cine y sobre la vida en un pueblo del interior del país. La forma en que se filman las escenas, las conversaciones con los habitantes, las reflexiones del propio Daniel componen un cuadro. A diferencia de las películas del ambulante, El ambulante está filmanda con un HD de muy buena definición y una técnica muy bien utilizada. Todo es trabajo documental, no hay imagen de archivo o preparación frente a cámara (aunque sí vemos cómo se prepara la filmación para la película dentro de la película); sí hay un trabajo sobre el paisaje y los encuadres vacíos que replican la vastedad y el ritmo pausado del lugar que se está visitando. Sin embargo, y a pesar de todo el encanto de Daniel Burmeister, esta película se diluye un poco. No hay una verdadera exploración, no hay un foco. Un poco como las películas del propio Daniel, El ambulante vale por la gente que filma, por el retrato (es Daniel el que hace la película), pero parece no terminar de explotar todas sus posibilidades como cine.
El dúo dinámico De un tiempo a esta parte, Drew Barrymore se ha convertido en la reina de la comedia romántica realizada hoy en Hollywood, pero en Amor a distancia no está en pareja con un gran cómico (como en el caso de sus muy memorables colaboraciones con Adam Sandler, por ejemplo) sino con otra promesa de su generación: Justin Long, un chico fundamentalmente simpático que ha trabajado muy poco como protagonista. El resultado no es una comedia, sino una comedia romántica, sólida y sincera. Una de las características más notorias de Amor a distancia, a pesar de tratarse de una película de género, es el grado de realismo con el que trabaja su materia. Se trata de la historia de una pareja que se conoce en Nueva York y a las seis semanas debe separarse porque ella regresa a su casa en San Francisco; se establece entonces la relación a distancia. Heredera, si se quiere, de las películas de Nora Ephron, Amor a distancia reconoce también la influencia fundamental de Apatow y la nueva comedia americana: el lenguaje realista, la relación de pareja que se parece más a la amistad que al romance idealizado, la exploración del contexto de amistades, el corte generacional, lo escatológico, los nuevos modos de relacionarse en una sociedad que ya no tiene normas claras de conducta. Pero más allá de este romance/amistad y la explicitud de los chistes sexuales, Amor a distancia presta muchísima atención a los detalles y esto es lo que finalmente la vuelve querible: desde el pelo mal peinado de Drew Barrymore a la mañana siguiente pasando por la despedida incómoda frente al aeropuerto o la realidad de los precios del pasaje de avión para poder visitar a la persona amada. Lo que se opone a este amor, si se quiere, es la realidad: gente joven con trabajos inestables que vive en departamentos horribles. Hay, por supuesto, algunos lugares comunes (la cámara en mano) y algunos chistes no funcionan tan bien (aunque muchos sí), pero en algún punto esta película logra generar la suficiente inercia como para arrastrarnos a través de su tramo final, mucho más doloroso. Esto se lo debe fundamentalmente a sus actores. Los secundarios forman un colchón muy sólido (en especial Jason Sudeikis) pero el alma de la película son Drew Barrymore y Justin Long. Long le presta la solidez de su presencia amable; Barrymore con su personaje despreocupado le da vueltas al lugar de heroina romántica con sus parlamentos. Si Amor a distancia funciona es porque les creemos a ellos; porque la película logra saltear los obstáculos; porque queremos que terminen juntos.
La vida del homosexual judío Otro entre otros es un documental que explora el tema de los homosexuales judíos en Argentina. A pesar de la presencia que el tema de la homosexualidad (más específicamente, el de las parejas del mismo sexo) ha tenido en general en estos días en el país, el enfoque de los judíos homosexuales sigue sin ser frecuente. Parece casi lógico si uno lo piensa un poco: ¿por qué no habría de haber también homosexuales judíos? Al parecer, la propia comunidad judía (como la sociedad argentina en general) no acepta a esta minoría sexual. La película empieza con testimonios individuales de algunos de los que serán sus protagonistas: personas comunes, judíos que en mayor o menor medida tuvieron en su infancia una educación religiosa y que al acercarse a la pubertad descubrieron que se sentían atraídos por personas de su mismo sexo. El dolor de sentirse discriminados e incomprendidos los lleva de a poco a alejarse de sus círculos sociales habituales (judíos) y del judaísmo en general. Después de estas narraciones contadas por sus protagonistas en entrevistas frente a cámara (acompañadas cada tanto por fotos viejas en las que la mayoría de las caras aparecen borroneadas), estos mismos sujetos empiezan a hablar sobre su vida adulta, sobre cómo construyeron su cotidianeidad, sobre la militancia que algunos de ellos empezaron a ejercer para unir a la comunidad judía gay de la Argentina y así lograr que se los reconozca. Una historia de comunidad, sobre el deseo de ser aceptados por una sociedad y una religión que en general no los reconoce. Es notorio, por ejemplo, que incluso aquellos familiares que parecen aceptar a estos judíos gay tampoco son capaces de hablar de forma clara y directa sobre el tema. Como documental cuyo objetivo es informar y hacer presente un sujeto sobre el que no se suele hablar, Otro entre otros cumple con sus metas moderadas. Al salir de ver esta película lo hacemos sabiendo algo más que cuando entramos. Podemos entender a esta comunidad minoritaria dentro de una comunidad ya de por sí minoritaria, pero sus problemas nos pasan un poco de lado. Uno podría pensar que la discriminación de un judío gay es como la discriminación de cualquier otra persona y nos afecta a todos, pero cuando escuchamos más de una vez a uno de los protagonistas lamentarse porque no va a poder experimentar un casamiento religioso según indica la Torah, el blanco parece ser otro. Los protagonistas de esta película no se lamentan de que exista en general la discriminación, sino exclusivamente de que los demás judíos los discriminen a ellos. No hay ninguna referencia más allá de la colectividad, ni siquiera se menciona el hecho de que al momento de realización de este documental las personas del mismo sexo (cualquiera sea su religión) no podían acceder al matrimonio civil. Todas las voces merecen ser escuchadas, pero algunas quejas sólo tienen cabida dentro de un ámbito muy determinado.
Encerrados El gran Steve Buscemi vuelve a ponerse detrás de cámara para esta remake de una película holandesa. La idea es simple y la apuesta también: un periodista "serio" (dedicado a las noticias políticas, ansioso por cubrir un gran escándalo que se ha desatado en Washington) es asignado por su revista para realizar una entrevista a una exitosa actriz. Después de algunas escenas de introducción, asistimos a la entrevista fallida en un restaurante, en la que Pierre Peders (Buscemi) demuestra lo poco que le interesa la entrevistada. Alguna circunstancia los termina llevando al departamento de Katya (Sienna Miller) y el resto de la película transcurrirá ahí, con ellos dos solos. Por supuesto, no es fácil mantener una propuesta como esta, con tan pocos elementos. El gran sostén de Interview son, sin duda, las actuaciones: Buscemi, otra vez, demuestra su talento, su flexibilidad, su carisma; Sienna Miller desborda la pantalla y calza (y descalza) muy bien las medias de su personaje. Si la casi hora y media no resulta insoportable, es gracias a ellos. La cámara de Buscemi, simple, se subordina a lo que está pasando en ese departamento. Por otro lado, con una idea como esta es inevitable que las palabras terminen cargando todo el peso: diálogos bastante largos, bastante poco creíbles, ligeramente forzados. Si bien el guión de Interview no es excesivamente literario, tampoco termina de justificar del todo esta situación que se va volviendo casi abstracta. No se trata de que falten ideas en esta película, pero después de un rato empiezan a repetirse y rápidamente se vuelven ridículas, en especial en lo que tiene que ver con la relación de los protagonistas. Al final (y no vamos a decir más) hay una vuelta de tuerca que reacomoda en nuestra mente todo lo que había estado pasando. Ese final inesperado le presta un cierto aire de juego a Interview, pero ni eso alcanza. Sí, hay algo que no nos esperábamos, las cosas no son como creíamos, pero en el fondo tampoco eran tan interesantes.
Cazados Si uno va a ver una nueva película de Depredadores, sabe más o menos qué esperar. Va a haber unos extraterrestres (al principio invisibles), una cacería, un grupo de personas cazadas, algunas revelaciones y más que unos cuantos momentos de tensión (anunciados rigurosamente por la música). Hasta las sorpresas son esperadas. Depredadores cumple con todas las expectativas e intenta redoblar la apuesta: la película empieza con un corte sobre nuestro protegonista (Adrien Brody) que está cayendo por el aire en caída libre. Por supuesto, a ultimísimo momento se va a abrir el paracaídas, pero la idea vale: caemos con él en un planeta al que las cosas caen solo para ser cazadas. Esta idea de acción pura, de tensión casi sin explicación le hace mucho bien a la película. Por un lado, porque a estas alturas no se puede sorprender demasiado con esta saga que ya arrastra tras de sí muchos años y secuelas. Por otro, porque en realidad lo que interesa es eso. En algún momento va a haber una explicación, un personaje anterior que explique un poco la historia, pero la película no se detiene mucho en eso. Hay dos elementos que, por el contrario, le hacen muy mal a Depredadores. Uno es el guión: cada vez que los personajes abren la boca, lo que sale suena tan acartonado que duele como una cachetada (por ejemplo, una conversión entre Adrien Brody y Alice Braga, que por razones de estructura se divide en por lo menos tres partes y resulta casi graciosa cada vez que se la retoma). El otro elemento es, digamos, el de los lugares comunes. Si bien esta es una película que se asume como genérica y cumple a rajatabla los preceptos, su apuesta por lo críptico, lo "extremo", digamos, la salvaba. Pero cuando se trata de retratar a los personajes, se lleva todos los golpes: escenas de diálogo en los que los personajes cuentan su pasado, "momentos clave" de la relación en el grupo, trazos de algunos personajes, etc. Y bastante verbalización de lo que se acaba de ver pocos segundos antes. Sin embargo, cuando se aleja de las palabras, Depredadores logra algunos momentos buenos. Hay ciertas imágenes (unos pasillos rojos por la luz de bengala, una pelea de espadas entre un japonés y un alien en un campo de pastos altos) que van más allá de lo que podíamos esperar. Un cierto realismo de la imagen, un avanzar sin mirar atrás consiguen mucho en esta película. Y, además, tenemos bastantes chorros de sangre verde.
El amor fascista La historia era desconocida hasta hace poco: en los comienzos de su carrera política Benito Mussolini (que por entonces adhería al socialismo) entabló una relación amorosa/pasional con una mujer que lo ayudó a fundar su primer diario y con la cual tuvo un hijo. Un tiempo después, cuando su carrera avanzaba, Mussolini se casó con la que sería su "esposa oficial" y negó toda relación con su primera amante, así como la paternidad de su hijo. Ya con il Duce en el poder, Ida Dalser (esta primera amante) siguió luchando por que se la reconociera como la legítima esposa de Mussolini. Con esta historia que el fascismo había logrado acallar, Marco Bellocchio (veterano director italiano) dirige la película Vincere, un nuevo acercamiento al tema del fascismo en Italia. Solo que en este caso la perspectiva es diferente: si en un primer momento parece que Vincere va a tratar sobre Mussolini y su ascenso al poder (al cual vemos, por otro lado, desde ángulos nuevos, como su militancia socialista y su figura privada), en algún punto la película se quiebra y quedamos frente a algo nuevo. No es un mérito menor haber construido un Mussolini tan magnético que cuando está llena la pantalla y cuando no está (en esa segunda mitad de la película) su fantasma parece dominarlo todo. En algún punto esta deja de ser la historia de Mussolini y pasa a ser la historia de Ida Dalser (interpretada por la gran Giovanna Mezziogiorno) y su hijo; si se quiere, las primeras víctimas del fascismo. La gran tersura narrativa de Vincere nos hace avanzar, nos arrastra hacia terrenos cada vez más enraizados en lo melodramático. Algo de la locura de Ida Dalser se impregna en el espectador, lo empuja a su infierno, empapa toda la película que se despliega con grandes momentos cargados de música y tragedia. Bellocchio construye magníficas escenas con tomas largas y planos cerrados, con un manejo muy sobrio de la elipsis, aunque la violencia de ciertos usos del montaje pone en evidencia que esta no es en definitiva una película clásica. Resulta particularmente interesante el uso que hace Bellocchio de las imágenes de archivo: desde la secuencia de títulos con esa hermosa chimenea que marca el tono de la época (tanto por su humo como por los efectos que recuerdan el cine vanguardista de principios del cine), pasando por Chaplin, noticieros y demás. Pequeños detalles como esos terminan de cerrar la reconstrucción de época y marcan las resonancias de esta película. Sin embargo, si hay una gran creación en Vincere, es la del personaje de Ida Dalser (a quien la Mezziogiorno le pone el cuerpo entero): una mujer apasionada hasta el fascismo. Sus razones, sus amores, su megalomanía, su tragedia son en definitiva lo que se despliega y lo que da alas a todo esto.
La noche colombiana La idea era un tanto extrema: encerrar al espectador con su pareja de protagonistas en una serie de lugares chiquitos (un taxi, una sala de emergencias de hospital, la oficina de un mafioso) durante el trascurso de una noche de lluvia en Botogá. Era una apuesta fuerte y salió mal. Un taxista (que queda enredado con el crimen organizado cuando intenta averiguar cómo fue asesinado su hermano hace quince días) se cruza en un momento con una mujer que parece querer estar siempre de fiesta (o por lo menos, no volver nunca sola a su casa). Una serie (bastante inconexa) de situaciones (entre las cuales más de una vez aparece la necesidad de esta mujer de no quedarse sola) hace que sigan juntos toda la noche, la cual finalmente termina mal. Son varias las razones que hacen de este deambular algo aburrido: desde los personajes mal delineados (el taxista parece pasarse de bueno, la mujer se deshace de lo deshilvanada que está), las situaciones poco interesantes, los diálogos que no fluyen, los planos pegados a la cara, la música "cargada de sentido", los momentos estático/poéticos (que a lo mejor emocionarían si estuviéramos enganchados pero resultan simplemente molestos), las escenas sórdidas (como la escena sexual del principio, un poco pegajosa y completamente injustificada, que quiere delinear con un trazo muy grueso a su protagonista), lo inverosímil de la cadena de situaciones que termina llevando a los protagonistas a un secuestro sin sentido. Se quiere esparcir una idea de desprotección sobre todo esto, casi como de testimonio, de abandono existencial que viene a compensar esta improbable historia de amor. Por eso la sordidez, por eso los personajes no se cansan de decir "Esta zona es peligrosa". Por eso tenemos la escena (totalmente gratuita) en la sala de emergencias del hospital, en la que vemos a una mujer entrar con su novio completamente ensangrentado: ella se queda afuera, esperando, la protagonista se acerca para acariciarle el pelo (para demostrar con ese gesto canino toda la compasión de la que ella es capaz), después el chico se muere y la novia desconsolada se pierde en la noche. "Ah, qué terrible es la vida", parecen querernos decir. Todo es oscuro, mojado, intrincado, azaroso, absurdo, triste. El que quiera sentirse existencial con el recuerdo de lo fea que era la vida podrá encontrarle sentido a La sangra y la lluvia. El que no, comprenderá que lo único feo es esta película.
Lo que se quedó en el camino Había razones para esperar una nueva (gran) comedia norteamericana. Un proyecto que cuenta en su elenco con Adam Sandler, Kevin James, Chris Rock, David Spade, Rob Schneider, Salma Hayek, Maria Bello, Maya Rudolph; coescrito por el propio Sandler; dirigido por Dennis Dugan (quien supo dirigir en su momento dos de las mejores películas de Adam Sandler como Un papá genial y No te metas con Zohan) podía generar expectativas. Las expectativas se caen cuando finalmente vemos Son como niños. La verdad sea dicha: probablemente una de las razones por las que esta película decepciona sea que sabemos (sospechamos) que podría haber sido mucho mejor. Son como niños tiene algunos chistes buenos, pero no los suficientes como para remontar el pesado armazón que los sostiene. El argumento es viejo: un grupo de compañeros de la escuela primaria en un pueblo chico se reencuentra después de décadas cuando muere su entrenador de básquetbol. Ya los chicos armaron su vida, están panzones, tienen familias, están bastante cansados. Para celebrar el funeral que se merece este mítico entrenador, todas las familias deciden pasar juntas un fin de semana en una casa frente a un lago, donde solían juntarse ellos cuando eran chicos. En este fin de semana, cada uno aprenderá una lección de vida, todos volverán a conectarse con lo que "realmente es importante" (léase, la familia, los amigos de infancia, la "vida común", la relación matrimonial) y de paso se resolverán los problemas económicos que algunos de ellos estaban teniendo. El problema no son todos los lugares comunes que se recorren (y están todos), las ideas un poco rancias que se manejan, lo absolutamente esquemático de todos los personajes desde el principio hasta el final. Después de todo, la comedia americana de los últimos tiempos no ha sido necesariamente revolucionaria en sus planteos ideológicos y ha sabido sacarle jugo a estereotipos y personajes absurdos (con Sandler a la cabeza). El problema es, sencillamente, que la película no causa demasiada gracia. Un conocido me dijo que creía que el problema de este dream team de actores es que ya se están poniendo viejos y están oxidados como para improvisar, como hacían en sus mejores épocas. Es cierto que Son como niños queda aplastada por su propio guión, que resulta demasiado previsible, demasiado "cargado de emociones" y plagado de ideas bastante aburridas (un ejemplo: los hijos del personaje de Adam Sandler, que son unos malcriados insoportables hasta que entran en contacto con "gente común" y "diversión de verdad" como tirar piedras en un lago). Por otro lado, no hace mucho el propio Sandler protagonizó Hazme reír, una gran película tal vez no tan cómica que toca temas similares a los de esta y que revela al actor en muy buena forma y con aspectos nuevos. Muchas veces pasa que un proyecto que uno imaginaba imbatible resulta una gran decepción. El cine es así: no puede calcularse. Las recetas (por más nobles que sean sus ingredients) a veces no cuajan. De todas formas, sigue siendo una buena noticia que pase una comedia por la cartelera local .
Carisma con arrugas No es un historia nueva: una pareja (moderna) se conoce, hay una atracción inmediata (fuertemente sexual) y en el proceso en el cual comienzan a conocerse con más profundidad (a veces, ese primer día; a veces después de años de matrimonio) resulta que por lo menos uno de los dos es un agente secreto altamente profesional. Lo habíamos visto, por ejemplo, en Sr. y Sra. Smith, lo volvemos a ver en Encuentro explosivo. La falta de originalidad no es en sí un problema (después de todo, eso es lo que constituye un género cinematográfico: la repetición) y esta película sabe navegar por aguas un poco preformateadas pero aun así entretenidas. Buena parte del mérito se lo llevan sus dos protagonistas: estrellas ya establecidas de Hollywood como Tom Cruise y Cameron Diaz, que se atreven a desplegar todo su encanto y todas sus arrugas frente a cámara. Si esta historia funciona (y funciona) se debe en gran medida a que esas sonrisas que ya conocemos tan bien siguen chispeando. En realidad, desde Una guerra de película que no veíamos a Tom Cruise como se debe. Su personaje es ligeramente atontado, a la vez que canchero y súper profesional, y funciona gracias a los primeros planos y la sangre fría frente a las situaciones más absurdas. A Cameron Diaz no se la veía bien desde hacía un tiempo, pero de nuevo en un papel de mujer fuerte (a la que le gustan los autos) funciona y rinde. El aire despreocupado e irreal que respira toda la película funciona como un buen marco para esta historia que (como dijimos) ya habíamos visto antes y que arrastra buena dosis de autoconciencia fílmica. Por decirlo de otra forma: las escenas de acción, por ejemplo, son tan concientemente “escenas de acción” (como la persecusión en la autopista, la pelea en el avión, la persecusión en la isla) que juegan el juego sin complejos, sin preocuparse por un supuesto realismo, por una corrección o la espectacularidad (aunque la tienen). La adrenalina se autojustifica. Resulta ejemplar la secuencia en la que, puestos en la perspectiva del personaje interpretado por Cameron Diaz, que fue drogada, seguimos un secuestro y escape de medidas desproporcionadas sólo a través de los pequeños instantes de conciencia que se funden a través de encadenados a negro y que nunca se explican. De pronto estamos en un galpón, de pronto Tom Cruise cuelga cabeza abajo, de pronto estamos en un avión. Sabemos lo que pasa y a la vez no. Ni siquiera hace falta que la película llene los vacíos: esos vacíos serían secuencias típicas de acción (la película asume su pertenencia genérica) que a la vez se disfrutan por lo extremo de su propuesta. Vemos lo que ya vimos, pero lo vemos bien hecho. Aunque la historia de amor es un poco plástica, la película se disfruta sin el menor problema.