Ya quedó lejos la visión a la vez encantada y temerosa de los dinosaurios que Spielberg plasmó en Jurassic Park. Sin embargo, enJurassic World: El reino caído se apela a la nostalgia de esas primeras aventuras, recuperando a Jeff Goldblum, aunque por un tiempo ni remotamente suficiente; deteniéndose en reliquias como el bastón de Hammond, coronado con un mosquito atrapado en ámbar; y haciendo sonar en el momento justo algunas notas del tema principal de Jurassic Park, compuesto por John Williams. Esta invitación a recordar cómo empezó todo es un arma de doble filo, porque provoca una corriente de simpatía inicial pero luego solo hace que se extrañe más el original, cuando el guion no convence y los personajes parecen depender del carisma de los actores que los interpretan, como Chris Pratt y Bryce Dallas Howard. En la nueva película de la saga, tras la destrucción de Jurassic World, el mundo se pregunta si hay que salvar a los dinosaurios de un volcán en erupción o si es mejor dejar que se extingan de nuevo. Claire (Howard) se ha convertido en una activista de la causa del salvataje y es convocada por un emisario (Rafe Spall) de Lockwood (Cromwell), el antiguo socio de Hammond, para colaborar en el transporte de los dinosaurios a un lugar seguro. Para esto deberá buscar la ayuda del experto Owen (Pratt). Por supuesto, no todo es tan simple ni tan positivo como aparenta. Jurassic World: El reino caído tiene una ventaja frente a su antecesora inmediata: el director Juan Antonio Bayona ( Un monstruo viene a verme) sabe bien cómo generar suspenso a partir de la puesta en escena, de la edición y del trabajo de su director de fotografía de siempre, Oscar Faura, cuyos claroscuros funcionan a la perfección como herramienta narrativa y estética. La película se salva del desastre gracias a varias secuencias excelentes en las que la acción grandilocuente se convierte en un terror casi intimista, desafiando la premisa implícita en este tipo de film: todo tiene que ser más grande, sonar más fuerte y suceder más rápido. Hay una subtrama que involucra a la nieta de Lockwood, que se pasea por la mansión de su abuelo explorando todo lo que tiene que ver con los dinosaurios. Es curioso que en esta parte de la historia los personajes y el ambiente parecen de un cuento de hadas gótico. Allí se produce una verdadera tensión entre los toques de autor y la fidelidad al modelo sobre el que se arman las películas en serie. La combinación de las tendencias góticas de Bayona y las obligaciones que impone una franquicia de estas proporciones convierten a Jurassic World: El reino caído en una película extraña y despareja, que puede fascinar en un momento y aburrir al siguiente.
Cuando ellas quieren es un ejemplo de cómo una película que tiene cursilerías varias y cuyo humor no es de lo más sofisticado puede ser muy satisfactoria. La clave está donde suele estar: en los personajes. Y en este caso en particular, en quienes los interpretan. El dream team protagonista está formado por Diane Keaton, Jane Fonda, Candice Bergen y Mary Steenburgen. Ellas tienen mucha gracia y se ven fabulosas (a un nivel casi milagroso). Pero, sobre todo, tienen el talento actoral para expresar en cada escena lo que significa ser mujeres de más de 65 con distintas personalidades y deseos. El hecho que las mueve a cambiar sus vidas es la lectura conjunta de 50 sombras de Grey para el club que tienen desde hace décadas. Es interesante la elección de ese libro, una novela que se supone transgresora y empoderadora de mujeres. Cuando ellas quieren, aun desde su simpleza y sentimentalismo, está mucho más cerca de cumplir esa función que la adaptación cinematográfica de aquel éxito de E. L. James. Es una buena comedia romántica dedicada a un sector de la población que es ninguneado por la cultura popular, algo que es en sí mismo un acto liberador y de reconocimiento. El film no pide disculpas por utilizar todos los elementos obvios para satisfacer a su público objetivo y resulta muy divertido, en gran medida gracias a ese cuarteto de excelentes actrices, que aquí están acompañadas por muy buenas interpretaciones de Andy García, Don Johnson, Craig T. Nelson y Richard Dreyfuss.
El ritual comienza con un golpe al espectador. Apenas una breve escena relajada establece la larga amistad de un grupo de hombres de entre 30 y pico y 40 que planean un futuro viaje y enseguida la violencia irrumpe quebrándolo todo. Con ese prólogo, el director David Bruckner promete una fuerza narrativa con la que no podrá cumplir del todo en el resto de la película. La sencillez de la trama -cuatro amigos deben atravesar un bosque durante un viaje que realizan en memoria de un quinto que murió- da lugar a una construcción efectiva de la tensión creciente. La película cuenta con muy buenas actuaciones del cuarteto principal, en especial de Rafe Spall. Pero lo más atractivo es un trabajo visual que va más allá del objetivo de asustar, y separa a El ritual de muchos de los habituales estrenos del género. Los encuadres del bosque sueco que los amigos recorren y la paleta de colores evocan el duelo que están viviendo los personajes y traducen en imágenes el horror de la pérdida y el temor ante lo desconocido. La sutileza de esta construcción visual simbólica se desmorona con una insistencia en ilustrar de formas más explícitas los sentimientos de culpa y miedo del personaje principal. La revelación de la fuente del terror resulta impactante a nivel visual pero el exceso de muerte y destrucción, paradójicamente, no provoca el mismo golpe emocional que esa poderosa secuencia inicial.
El documental de Esteban Tabacznik y Juan Manuel Bramuglia se concentra en la experiencia de dos jóvenes senegaleses que emigraron a la Argentina y toca grandes temas como el desarraigo, la relación con la familia y la identidad racial y religiosa. Ababacar Sow y Mbaye Seck charlan sobre estas cuestiones, analizan las diferencias entre ambos países y no están de acuerdo en casi nada, excepto en el dolor de estar lejos de sus raíces y en el valor de su amistad para sobrellevarlo. Alternando entre Buenos Aires y Senegal, la película conmueve y abre perspectivas gracias a la cercanía que logra establecer entre el espectador y los protagonistas.
"Floresta más que un barrio es un sentimiento" dice un vecino resumiendo el espíritu de celebración barrial del film. El documental de Guillermo Guevara y Jonathan Dizeo esta centrado en las actividades culturales que se realizan en el galpón de Floresta. Hay corazón y buenas intenciones que no llegan a suplir la falta de una narrativa fuerte y de un montaje más ajustado. Los testimonios que se concentran en historias personales relacionadas con el barrio son lo mejor del documental, como es el caso de las madres de dos jóvenes que fueron asesinados en 2001 por un policía retirado. En su diálogo la tragedia esta presente, pero lo que prima es el amor y la alegría, algo que el documental transmite con efectividad.
Reescribir la historia en el cine puede ser un juego muy divertido, que además invita a pensar sobre lo que hubiese pasado si los sucesos reales hubieran tomado otro curso. En No llores por mí, Inglaterra esa potencialidad inicial no termina de desarrollarse. La película de Néstor Montalbano, que tiene un importante despliegue de producción, imagina el origen del fútbol en la Argentina como el enfrentamiento entre británicos y criollos/españoles durante las Invasiones Inglesas. Cuando los ingleses, comandados por el general Beresford (Mike Amigorena), deciden enseñarles a los locales a jugar al fútbol para apaciguar los ánimos revolucionarios, Manolete (Gonzalo Heredia), un hombre que organiza peleas en las que levanta apuestas, encuentra un nuevo tipo de espectáculo para explotar. Mientras tanto, se va organizando la reconquista de Buenos Aires. El absurdo está presente, pero no llega a desatarse porque el humor del film está muy anclado en las referencias y guiños a la realidad (un conductor o futbolista interpretando a un personaje de ficción o el invento casual de River y Boca y el nombre de Argentina). La mayoría de los chistes se quedan en eso y otros plantean algunas ideas esquemáticas sobre la relación del patriotismo con el fútbol que tampoco aportan demasiado. Diego Capusotto es de los miembros del elenco que mejor logra exprimir el humor de las situaciones con su ya conocido talento para interpretar arquetipos argentinos; en este caso, un director técnico.
Este film de Matías Szulanski gira en torno de una joven que no parece hacer más que ver películas en VHS y tener relaciones con hombres a los que luego les pide dinero. Esa cotidianidad se rompe con la aparición del hombre que la violó, recién salido de la cárcel y con intenciones de conocer al hijo producto de ese abuso. La película varía en su tono de una forma que causa perplejidad. Los protagonistas Verónica Intile y Fabián Arenillas son lo mejor de Recetas para microondas. El círculo vicioso de la violencia y la tragedia que dejó a esta mujer paralizada explotan en un monólogo con una gran fuerza dramática que se destaca del resto del film.
Deadpool 2 es uno de esos pocos casos en los que la secuela supera a la película original. El regreso del superhéroe zarpado y gracioso que interpreta Ryan Reynolds tiene secuencias de acción impactantes, un villano sólido, personajes secundarios atractivos y un humor un poco más afilado. El film de David Leitch mantiene un buen equilibrio entre acción y comedia con algo de drama con una historia en la que el superhéroe tiene que superar lo que ha perdido pero también a la posibilidad de mejorar, ayudando a un adolescente con superpoderes que corre el riesgo de seguir el mal camino, interpretado por el talentoso Julian Dennison ( Hunt for the Wilderpeople). Una de las secuencias iniciales, un montaje en el que Deadpool elimina enemigos mientras suena "9 to 5", de Dolly Parton, establece el estilo para las escenas de acción, en las que el ritmo acelerado de edición no impide una narración clara y las peleas tienen una cualidad más terrenal, aún cuando hay superpoderes involucrados en el acto. El villano Cable se mantiene en un registro fuera del humor y eso también aporta a la fuerza dramática de la película. Además, está encarnado por Josh Brolin, candidato al premio al mejor villano del año por este trabajo y por Avengers: Infinity War. El humor ya conocido de Deadpool, que rompe la cuarta pared y hace múltiples referencias a la cultura pop, está mejor desarrollado en esta segunda entrega, aunque no evita la canchereada excesiva y el chiste fácil.
Un hombre solitario que vive en Nueva York se enfrenta a la frustración de sus sueños rotos y desata sus tendencias psicópatas y violentas. De eso se trata Callback, al igual que muchas otras películas. Pero no es la base de una historia lo que hace a una película atractiva sino cómo la desarrolla. En el film de Carles Torras, el personaje central es un inmigrante latinoamericano, fiel evangelista, que quiere ser actor, trabaja en una empresa de mudanzas y le alquila un cuarto de su departamento a una chica, a la cual espía mediante cámaras en su cuarto. El protagonista -interpretado por el coguionista Martín Bacigalupo- es desagradable y sus acciones, criminales. No hay una construcción del personaje que genere interés y resulta difícil encontrar un buen motivo para querer conocer la historia de este hombre. Hay algún trasfondo sobre la futilidad del sueño americano pero no es nada que no haya sido contado antes con narrativas y estéticas más fascinantes.
Uno de los rescates de un avión secuestrado más sorprendentes de la historia, adaptado a un telefilm dirigido por Irvin Kershner en 1977, se convierte ahora en una película con poca tensión y demasiadas explicaciones. José Padilha ( Tropa de élite) parece haber renegado del thriller y apuntado a una reflexión política, pero se queda a medio camino. En busca de un equilibrio ideológico para un tema complejo, el punto de vista termina un tanto diluido al dividirse entre demasiados personajes (los alemanes militantes de izquierda que participan del secuestro, interpretados por los siempre correctos Daniel Brühl y Rosamund Pike; los palestinos, el gobierno israelí, los rehenes). Aunque valioso, el exceso de información atenta contra el suspenso.