La película de Pietro Scappini y Rodrigo Salomón toma los clichés de las películas hollywoodenses sobre grupos militares que persiguen narcos y los traslada al contexto de la frontera entre Paraguay y Brasil. En ese afán por imitar al cine mainstream se pierde la oportunidad de contar una historia propia y particular. El uso del humor hace pensar en una posible intención paródica descartada por la insistencia en situaciones dramáticas. Las elecciones estéticas también están signadas por el lugar común y las actuaciones recuerdan a ciertos productos televisivos. Entre lo mejor del film está la voluntad de reivindicar a los personajes femeninos en un ámbito machista.
Se centra en un actor que quisiera ser caballero y una princesa cuyo padre quiere obligarla a que se case, pero ella se niega. A partir del azaroso encuentro de ambos comienza una aventura que incluye un par de escenas demasiado inspiradas en La Bella y la Bestia, y Aladino, las reglamentarias mascotas que aportan comicidad, magia, romance, un villano muy malo y otros muy torpes. Esta película de origen ucraniano acumula los tópicos de los cuentos de hadas, sin lograr una historia o una estética que resulten novedosas. Lo clásico tiene su valor y encanto, pero el simple hecho de combinar los elementos de ese tipo de narración y darle giros actuales no garantiza emociones.
Mi mejor amigo es una película sensible y sencilla, en el mejor sentido del término. La complejidad de la ópera prima de Martín Deus está en los personajes, los sentimientos que van desarrollando y las relaciones entre ellos. La belleza del paisaje patagónico en el que se desarrolla la historia acompaña y nunca opaca el foco del film: su historia de amor y autodescubrimiento. Si ese amor es romántico o el de una amistad, depende del punto de vista de cada uno de los protagonistas. Lorenzo (Angelo Mutti Spinetta) es un adolescente inteligente y reservado que tiene una excelente relación con sus padres (Moro Anghileri y Guillermo Pfening). Caíto, hijo de un amigo del padre, estuvo involucrado en un accidente y lo envían desde Buenos Aires a pasar un tiempo con la familia de Lorenzo. Su presencia cambia la dinámica del hogar y entre ambos chicos se irá construyendo una relación de complicidad y amistad, que para Lorenzo significará descubrir algunas cosas importantes sobre él mismo. Hay detalles en los que la ópera prima de Martín Deus recuerda a Llámame por tu nombre. Lo que sucede es que las historias que tienen que ver con crecer, afianzarse en la propia identidad y la iniciación romántica y sexual comparten un ADN en común y proliferan en el cine porque generan empatía e interés universal. Eso es lo que produce Mi mejor amigo, que se distingue dentro de su tipo por el cuidado en mostrar las particularidades de los personajes y su entorno.
Horror para la generación YouTube Esta especie de The Blair Witch Project para la generación You Tube comienza como un film divertido y algo paródico sobre un grupo de jóvenes que realiza una excursión a un hospital abandonado que se supone embrujado, que luego se irá oscureciendo hasta llegar a un desenlace a puro suspenso y horror. Una fórmula pensada para los espectadores adolescentes y jóvenes adultos, lo suficientemente inteligente como para no menospreciarlos.
Basada en el best seller de Kevin Kwan, Locamente millonarios es poco más que un divertido despliegue de escenarios fastuosos y colores brillantes. A pesar de contar con una pareja protagónica encantadora y carismática, formada por Constance Wu y Henry Golding, la historia de amor queda en segundo plano detrás de un humor de trazo grueso y, sobre todo, de la insistente demostración visual de lo que significa ser "locamente millonarios". La trama es casi de telenovela: una joven profesora de economía de la Universidad de Nueva York viaja con su novio a un casamiento en Singapur, en donde él le presentará a su familia. Al llegar, ella se entera de que el muchacho, que vive una vida sencilla en los Estados Unidos, es el heredero de una enorme fortuna. En cada escena en la que aparece Michelle Yeoh, la película se convierte en lo que podría haber sido. Los conflictos familiares y el peso de las tradiciones están planteados a través de las interacciones de la pareja protagónica con la madre y también con la abuela, llevando al film hacia temas que generan mayor empatía e interés. El resto es en gran parte un videoclip dedicado al lujo, concepto que la película dirigida por Jon M. Chu no termina de decidirse si es ridículo o maravilloso. En todo caso, el énfasis está puesto ahí y no en los varios personajes que se presentan con trazos de caricatura y no tienen suficiente espacio para ser desarrollados.
La película de Miguel Baratta retrata al artista plástico Eduardo Stupía a través del pequeño mundo personal de su taller y los objetos que guarda ahí: lienzos, bocetos, recortes, libros. Para cuando el protagonista aparece por primera vez en cámara, a los cinco minutos de la película, se siente como si uno ya lo conociera un poco pero también genera cierta intriga sobre él. La contemplación de los detalles y del proceso de realización de su obra se combina con una entrevista, en la que Stupía habla sobre cómo el desorden se relaciona con su trabajo. La sencillez e inteligencia con las que el artista se expresa le agregan una bienvenida calidez a un documental que apuesta todo a la observación.
La audacia es fundamental en la forma de mostrar las relaciones de pareja en una comedia romántica yEl amor menos pensado la tiene. No se trata de una audacia estética ni temática, sino la de permitirse hacer un reflexivo estudio sobre el amor, pero presentado con el trazo de la comedia romántica, que todo lo hace parecer fácil y ligero. La premisa de la ópera prima de Juan Vera es sencilla, pero nada de lo que les sucede a los personajes lo es. Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán) se encuentran al fin solos cuando su hijo se va a estudiar a España. El peso de 25 años de matrimonio lleva a la pareja a preguntarse si todavía están enamorados y pensar en la separación como una oportunidad de probar otras vidas. A partir de esta encrucijada, el director y guionista presenta al espectador un experimento sobre el amor maduro, que resulta divertido y cautivante. Esto sucede porque hay un cuidado extremo sobre lo más importante: los personajes: personas completas, cuya personalidad, ideología, características físicas y hasta preferencias culinarias afectan todo lo que hacen. Este desarrollo y el equilibrio entre ambas partes de la pareja tiene origen en un minucioso trabajo de guion, escrito por Vera y Daniel Cúparo, pero logra plasmarse con un nivel superlativo de detalle y realismo gracias al talento descomunal de Darín y Morán. A esta altura a nadie le sorprende que ofrezcan actuaciones impecables, pero es un placer ver cómo aprovechan, sustentados por la experiencia y dedicación, papeles donde el lucimiento está en la sutileza. El film está repleto de personajes secundarios que funcionan como distintas partes de las conciencias de los protagonistas y refuerzos humorísticos, que no caen en el cliché. Con 135 minutos de duración puede resultar larga, en especial en escenas con personajes secundarios, aunque se entiende la necesidad de desarrollar con profundidad el recorrido de la pareja protagónica. Al amor no se lo puede apurar, hay que esperarlo, como decían The Supremes (y Phil Collins).
Re loca es una comedia dirigida por Martino Zaidelis, basada en la fantasía de lo que puede pasar cuando una mujer harta decide hacer de la honestidad brutal su forma de vida. Un vecino ruidoso, un jefe inútil, un marido que no se ocupa de nada, un hijastro vago y un exnovio que le coquetea a pesar de estar por casarse con otra, entre otros, son a la vez instigadores y víctimas del desenfreno de Pilar. La adaptación argentina de la chilena Sin filtro, que tuvo remakes en España y México, cuenta con una protagonista ideal, que combina talento actoral con la presencia de una estrella de cine: Natalia Oreiro. La actriz aporta energía, carisma y la vulnerabilidad suficientes en su interpretación para que su personaje resuene con el espectador. La rodea un elenco sólido, en el que se destacan Fernán Mirás y Malena Sánchez, como una influencer del infierno. Algunos recursos humorísticos, como el uso de la puteada para generar risas, se hacen un poco repetitivos. Por otro lado, genera confusión y algo de amargura cómo se presenta el tema de la salud mental de Pilar, al mezclarse con la trama lúdica de su pulsión por hacer y decir lo que se le canta. Es notable el atractivo vestuario del film, a cargo de Greta Ure, probablemente con colaboración de la propia Oreiro (que también es diseñadora). Vale subrayar la importancia de darle a este rubro el lugar que se merece en la estética de la película y la construcción de los personajes, lo cual no siempre sucede.
La amistad adolescente es observada en Paisaje desde una perspectiva personal que le da un aire fresco al tema. La cercanía con los personajes y sus vivencias, tanto metafórica como literal en cuanto a la puesta de cámara, hacen de la ópera prima de Jimena Blanco un film que logra cautivar. La mínima trama es una excusa para pasar un rato en los noventa, con cuatro amigas adolescentes que se escapan de su oasis de piletas y árboles en algún lugar del conurbano para asistir a un recital en el centro de la ciudad. Cuando pierden una mochila en la que tenían sus pertenencias empiezan a deambular por la noche porteña, con el peligro que eso implica, y sin la ayuda de celulares ni redes sociales, que aún no existían. Pero Paisaje no es una película de aventuras citadinas. El foco no está puesto en la trama, sino en pintar un retrato muy acertado de la amistad de cuatro chicas con personalidades distintas y la tensión que esas diferencias impone, pero que el lazo profundo que las une termina venciendo, al menos por un rato. Las jóvenes actrices sorprenden por su naturalidad en la construcción de la relación entre ellas y de cada uno de sus personajes. También llama la atención la forma de evocar los 90 con economía de presupuesto y simbólica; apenas recurriendo a detalles como un teléfono inalámbrico, una remera de Nirvana, aritos de perlas, revistas de papel y hasta una latita de chicles importados en la que una de las chicas esconde los cigarrillos.
Esta secuela de Sicario, de Dennis Villeneuve, retoma a los personajes de Josh Brolin y Benicio Del Toro y los vuelve a enfrentar con los carteles mexicanos. El conflicto inicial es el tráfico de personas a través de la frontera de México y Estados Unidos, con una serie de ataques del terrorismo islámico. La película dirigida por Stefano Sollima esta definida por la ambigüedad: contiene tantas críticas sobre la forma norteamericana de lidiar con ciertos problemas y las acciones particulares de sus protagonistas como momentos en los que los pinta con una pátina de heroísmo hollywoodense. Oscura, violenta, entretenida, la película brilla con fuerza en los momentos en que se acerca al western.