Nieve en el desierto, granizos que perforan autos y tsunamis que arrasan rascacielos… la hipérbole de la catástrofe, con poca acción catástrofe. Año 2019, después de que el mundo ha sido azotado por múltiples catástrofes naturales, varios países deciden reunirse para construir un sistema de satélites que logre controlar el clima. El arquitecto estadounidense Jake Lawson (Gerard Butler), es uno de los mentores del proyecto y quien conoce a la perfección el funcionamiento de dicho mecanismo, pero su carácter arrogante le terminará costando el puesto. Tras una discusión con su hermano Max (Jim Sturgess), quién lo reemplaza en su jerarquía, Jake se retirará al campo a reparar motores eléctricos de automóviles para jubilados. Pasados tres años, comienzan a suceder manifestaciones temporales imprevistas. Aparentemente se trata de un fallo en este sistema climático, programado para ser perfecto. Es así que presionado por el mismo presidente de los EE.UU (Andy Garcia), Max deberá llamar al único que puede solucionar el problema: su hermano Jake. En una misión ultra secreta, el arquitecto viajará al espacio para ver que está fallando en el Dutch Boy (nombre del imperio satelital), bajo el mando de Max desde la Tierra. De este modo, la narración de Geo-Tormenta se desprende en dos vías paralelas: lo que sucede en el espacio y en la tierra; alejándose el relato del genero catástrofe, para convertirse en una especie de thriller contra reloj y también en una historia de teorías conspirativas. Nos encontramos ante la primera película promocionada como de cine catástrofe, que tiene escasa acción catástrofe. Salvo algunas escenas aisladas que muestran las inclemencias de un clima desequilibrado (nieva en el desierto, ciclones gigantescos, temperatura de 80 grados en Japón y un tsunami colosal en los Emiratos Árabes), el resto del film transita el tono de thriller espacial de espionaje, mechado con sensiblería barata. Tampoco encontramos motivos de aventura y las situaciones que se presentan de tan estereotipadas resultan absurdas. Pero no del absurdo que hace reír, por el contrario dan ganas de largarse a llorar debido al displacer que provoca este híbrido mal resuelto que ni siquiera asume con dignidad el cliché. Por lo que el resultado de Geo-Tormenta es tan catastrófico como su premisa genérica.
Una vez más Alfredson reafirma su destreza como narrador. La nieve cae en copos fundiéndose de forma orgánica con el paisaje. La arquitectura imponente de la ciudad de Oslo, que combina tradición y modernidad en sus edificios, genera un halo de extrañamiento, casi surrealista. Acompaña esta sensación la buena economía del lugar y, su cuidadosa organización social, aspectos que ayudan a que los índices de criminalidad sean muy bajos. Y en este contexto hace su aparición el detective Harry Hole (Michael Fassbender), quien con sus severos problemas de alcoholismo, y personales, viene a contrarrestar tanta pulcritud blanca. Harry es “El” detective, inclusive sus casos son estudiados entre los alumnos aspirantes a policías. El día que Hole recibe una misteriosa carta, aparece en el destacamento la oficial Katrine (Rebecca Ferguson), a la que se unirá para seguir el caso de una mujer desaparecida. Tras recabar diversas pistas, descubrirán que no es un caso aislado, sino obra de un asesino serial obsesionado con mujeres que son infelices en su matrimonio. Sus crímenes son impiadosos y tan asépticos como el propio clima que los rodea. Por supuesto que el detalle de su “firma”, de su obra maquiavélica, es un muñeco de nieve. Basada en el séptimo libro de la saga de policiales de Jo Nesbø, El Muñeco de Nieve es una película de suspense elaborada con una precisión quirúrgica. Alfredson esparce sobre la mesa cientos de motivos y pistas, construyendo con estos recursos un nervio narrativo sutil y minucioso. Es evidente que el sueco sabe manipular la tensión con maestría. Elabora un entramado complejo en el que entran juego tanto la investigación policial como los dramas familiares. A través de este proceso, con estos aspectos que van en tándem, los agentes parecen exorcizar sus tormentos. Conforme están cubiertas las necesidades básicas, la histeria humana se torna más retorcida, muta en fobias, obsesiones o en problemas ligados al desamor, como es el caso de la película. Alternando más de un punto de vista y con unas actuaciones notables, El muñeco de nieve logra nutrir el suspenso y deconstruir con pulcritud aspectos metodológicos y emocionales. El problema surge cuando ante tantos indicios y subtramas que ostenta la historia, el desenlace resulta previsible, exiguo e inconsistente. Justo en este momento del film, ese muñeco de nieve que parecía compacto o sólido, se derrite, se evapora, hace agua.
La vida después de la muerte, es una de las premisas fundamentales para construir este relato basado en un remake noventero de Joel Schumacher. El avance de la tecnología ha superado al ser humano. Inclusive hay experiencias que exceden la razón y provocan consecuencias impensadas, entonces ¿En qué momento hay que saber poner límites? Esto es lo que se pregunta un grupo de residentes médicos que, por cuestiones también personales, deciden jugar con la muerte. Courtney (Ellen Page), Ray (Diego Luna), Marlo (Nina Dobrev), Jamie (James Morton) y Sophia (Kiersey Clemons), de forma ilegal, utilizan las instalaciones de emergencia de la clínica en la que hacen sus residencias, para provocarse paros cardiacos y comprobar que aun hay actividad cerebral después de la muerte física. Ellos mismos serán los conejillos de india de este experimento que además de despertarles un alto grado de capacidad cerebral, también los enfrentará a sus propias pesadillas, consecuencia de lidiar con una energía oscura, ajena, desconocida, como la de la muerte. Línea Mortal: Al Límite, es un remake de la cinta, homónina, del año 1990 dirigida Joel Schumacher, en la que figuras como Julia Roberts, Kevin Bacon y Kiefer Sutherland (el único que participa en esta nueva versión, encarnando al jefe de residentes) tomaban el rol de los estudiantes de medicina. Si bien no era una gran película, debido a un guion poco trabajado entre otros defectos, la idea era elogiable así como las actuaciones. De hecho, con el pasar del tiempo, la cinta generó un halo clásico. Por estos motivos había ciertas expectativas puestas en esta versión del danés Niels Arden Oplev, quien lamentablemente incurre en los mismos errores, o peores, que Schumacher. La idea está desperdiciada, a merced de atraer al público millenial la película queda indefinida genéricamente, las escenas de horror no causan tensión (son previsibles y clichés), y se intercalan con romances superfluos, así como fiestas que resultan liberadoras y catárticas, además cierta incorrección política. Todo para terminar realizando una bajada moral (pedagógica), que atrasa uno cuantos años, en relación a asumir las consecuencias de nuestros actos. Lo que salva algo a Linea Mortal, un film indiferente y por momentos forzado, son las actuaciones. Cabe destacar la de Ellen Page y Diego Luna, quienes acertadamente dotan de verosimilitud al relato. A diferencia de los residentes, Oplev no logra reanimar este remake que resultó de culto en los años 90’.
En busca de la identidad perdida California 2049, el planeta Tierra sigue devastado por la radiación e inmerso en este panorama se encuentra el agente K (Ryan Gosling), que de forma autómata, y al igual que el mítico Rick Deckard (Harrison Ford), se dedica a atrapar replicantes ilegales: él es un Blade Runner, y esa es su única certeza. Pero en una de estas “cazas” algo sucederá. El hallazgo de una estructura ósea, que data de 30 años atrás, pondrá en alerta a K, dado que a partir de la autopsia comenzará a encontrar claves, y pistas, que lo harán interrogarse sobre su propia existencia. La identidad y todo lo que conlleva este concepto tanto a nivel psicológico y social, será el tema central de Blade Runner 2049. Si bien en la versión de Ridley Scott, donde veíamos una Los Ángeles con espíritu distópico y cyberpunk, todo lo referente a la identidad se tenía en cuenta, no era tan superlativo como en el relato de Villeneuve. Scott se ocupaba tanto del suspense noir, como de la historia de amor, como de aquellos replicantes rebeldes que buscaban ejercer el libre albedrío contra las órdenes de sus creadores. Por su parte el canadiense nos acerca una historia más gris, aún más noir, más apesadumbrada que la construida en el imaginario de Scott; una especie de drama existencial enmarcado en un lenguaje elíptico y metafórico, característico del cine negro. Así como un ritmo moroso que va edificando gradualmente el sentido del relato y sus vueltas de tuerca. La psiquis del agente K es auscultada a conciencia desde los ojos del realizador. Por más que este personaje este diseñado genéticamente para que las emociones no lo atraviesen y para obedecer ciegamente, su sentido de pertenencia colapsa ante el poder de la imaginación, ante la necesidad de querer encontrar un atisbo de verdad. Con una puesta en escena que roza la perfección, Villeneuve logra resumir en cada plano una belleza de una potencia inusitada, que acompaña el devenir de un melancólico K. Este grado de corrección, así como esa introspección quirúrgica existencial, son cuestiones que le pueden jugar en contra a la película, ya que ponen cierta distancia con el espectador. Los vínculos que se forjan carecen de pasión, de calor, de amor. Carecen de alma, como los mismos replicantes. Sin embargo pesa más la osadía de dar continuación a un clásico, respetando su historia y sin distorsionar su esencia. Los motivos siguen intactos y como los personajes de su propia película, Villeneuve tiene la capacidad de adaptarse a los cambios.
La nueva gran familia de Soderbergh El realizador nos trae otra hilarante historia del atraco perfecto, esta vez llevado a cabo por un grupo de hombres rústicos del sur de los EEUU. Aunque en su nueva película Soderbergh utiliza ciertos recursos narrativos de la trilogía Oceans, aquí no veremos galanes guapos y refinados enfundados en trajes caros, sino a un grupo de hombres toscos y ordinarios (en el buen sentido), que llevan en la sangre ese ritmo apacible y cansino, característico del sur de los Estados Unidos. Por distintas circunstancias los hermanos Logan, Jimmy (Channing Tatum) y Clyde (Adam Driver), necesitan dinero. Ellos vienen signados por una especie de maldición familiar, Jimmy era la promesa perfecta para ser jugador de football profesional y por culpa de un accidente quedó rengo. Debido a su problema físico lo despiden de su actual trabajo, mientras su ex mujer se pavonea con un nuevo marido rico que le da todos los gustos a su pequeña hija, el motor de su gris vida. Clyde, en cambio, es un veterano de guerra que perdió la mitad de su brazo en el campo de batalla, y se dedica a servir tragos en un bar. Ambos, invisibles para un estado donde la falta de trabajo es significativa y los “héroes” de guerra son ignorados, deciden embarcarse en el atraco perfecto: robar dinero el día de la celebración del evento más popular de la carrera Nascar. En la primera parte la cinta funciona como una presentación de los personajes, de donde provienen y sus modos de vidas. Como se conforma el grupo que realizará el acto delictivo, desde los Logan, pasando por un presidario experto en hacer volar cajas fuertes (Daniel Craig), hasta sus pintorescos hermanos. El director nos pone en sintonía con el clan, logrando generar empatía a partir de sus necesidades y un sentido del humor que linda con lo absurdo. La segunda mitad se centra en la ejecución del robo propiamente dicho, en la que Soderbergh despliega una puesta en escena elaborada con maestría. Como en un puzle, encaja todas las piezas a la perfección, sin perder nunca el tempo narrativo. Con el extra de unos diálogos meticulosos e inteligentes, que oscilan entre el drama y la comedia con total naturalidad. Utilizando un esquema ya conocido, el director se recicla con eficacia gracias a la precisión del relato, un guion perspicaz y un trabajo actoral de gran calidad, superado ampliamente a la trilogía Ocean´s. En La estafa de los Logan hay sudor, clase obrera y la necesidad de vivir con dignidad, no caprichos de bon vivants; esta señores, es la mundana y nueva gran familia de Soderbergh.
HERMOSOS PERDEDORES La lluvia no cesa, en medio del diluvio un niño con su piloto amarillo impulsa un barquito de papel en el cordón de la vereda. El viento empuja la frágil embarcación con rauda velocidad y el chico acompaña el rumbo. Tras un bruto tropiezo, ve que su creación manual cae en la alcantarilla. Cuando se acerca, su barco está flotando, no en el agua, sino en la mano de un extraño payaso. Solo en el pueblo ficticio de Derry puede darse la aparición surrealista de un clown que desde el desagüe parlotea, con dulce perversidad, con un inocente niño. Intención non sancta la de esta entidad maléfica que sin piedad le arranca el brazo al joven, con dientes voraces, arrastrándolo luego a un submundo oscuro, perdido, ancestral. Pennywise no quiere carne, sino alimentarse del miedo. Esta escena funciona como preludio en la transposición al cine de It, la mítica novela del gran Stephen King. Su director, Andy Muschietti, desde el principio ya dota de ciertas propiedades simbólicas, y hasta arquetípicas, a algunos elementos que serán una constante en el universo del filme, como el barco de papel, el piloto amarillo, los globos rojos y por supuesto la presentación de un Pennywise sin concesiones. Más allá de la historia coming age y grupal del Club de los Perdedores, aquí Eso encarna a la maldad en su máxima expresión, por lo que no le va a temblar el pulso si tiene que despedazar a un niño, de hecho, las desapariciones de los más jóvenes en el pueblo son incontables. Casi todo sabemos que la trama del filme gira en torno a un grupo de “loosers”, que con valentía deciden enfrentar a este payaso malvado que está devorando cuerpos y almas. Es cierto, y también un cliché, que el relato tiene ese trasfondo romántico del adolescente que debe enfrentarse a la vida y a sus miedos internos, pero que bien lo explota Muschietti, ya que acertadamente adapta la época en que suceden los hechos a los años 80´. Época que conoce muy bien y la matiza de pura nostalgia, con la vuelta en bicicleta, el primer amor, también el primer beso y un humor relacionado al despertar sexual. Párrafo aparte la construcción de Pennywise, es la personificación perfecta de una y mil pesadillas. Físico, ambiguo, oscuro, mutante y por momentos hasta empático. Con una carga tan histórica, como enérgica, de una maldad que viene arrastrando por décadas y que con el pasar del tiempo se comienza a arraigar, materializar y hasta mimetizar en un sinfín de formas. It es lo palpable y lo inalcanzable a la vez; es leyenda viviente. El ritmo de una narración inefable, con personajes hermosos y queribles (notable la dirección actoral), y escenas del horror más obsceno elaboradas con gran precisión, ponen a It en la cúspide de las transposiciones, ya que Muschietti no solo rescata la esencia de la desquiciada historia de King, sino que además le añade su propia mitología fílmica. María Paula Ríos @_Live_in_Peace
Clarisa Navas retrata a un grupo de mujeres apasionadas por el fútbol, y el contexto que las rodea, de forma franca, espontánea y con mucho humor. Las indomables salen a la cancha, entre taquitos, empujones y gambetas, cada integrante del equipo evidencia su habilidad y temperamento. Este es la introducción de un film dinámico, colmado de paneos cortos, primeros planos y planos detalles, no solo para mostrar el ritmo frenético del juego y la acción en un partido de fútbol, sino también para captar los gestos y las emociones de los rostros de estas pibas apasionadas. De manera coral, la directora nos presenta a un grupo de chicas que comparten un fuerte amor por el fútbol. Se reúnen todos los días a practicar dado que juegan torneos y algunas aspiran probarse en equipos de primera división. Pero la mayor parte de la acción transcurre durante la espera de un torneo de fútbol femenino organizado por un caricaturesco candidato a intendente. En esta sit com provinciana, en la que se expone con completa naturalidad la cotidianidad de las chicas (sus vínculos, experiencias amorosas, sus conversaciones) y donde los espacios cobran protagonismo (la canchita, la pieza, la calle de barro), el fútbol funciona como pretexto para plasmar un fresco de un clan de mujeres unidas por la necesidad de encontrar un espacio propio.
Aparece en el espectro cinematográfico una nueva heroína de armas tomar: la sexy y ruda Lorraine Broughton.´ Ante el hecho de que en la primera escena suene Cat People, de David Bowie, mientras nuestra heroína Lorraine Broughton (Charlize Theron) tras sumergirse en una tina con hielo para calmar el dolor de los golpes que tiene en su cuerpo, sale ataviada cual modelo de Vogue para afrontar la vida, es imposible no sentir empatía. Y así se va conformando un universo con una estética muy singular, ambientado en ambos lados del muro de Berlín, a pocos días de su caída (1989). Espacio ficcional donde el espionaje es el protagonista de una trama en la que se ponen juego varias vueltas de tuercas, típicas del género, intercaladas con mucha acción física. Lorraine Broughton es una espía inglesa que le toca rendir cuentas ante sus superiores, sobre su misión en Berlín a fines de la guerra fría. Lugar en el que lidiará con otros agentes como David Percival (James McAvoy) y Merkel (Bill Skarsgård), así como también vivirá un romance con la sensual espía francesa Delphine Lasalle (Sofia Boutella). A través de la extensa declaración de nuestra sobreviviente, se irá desplegando el argumento del film estructurado por saltos temporales, peleas coreográficas y mucho vodka; secundado por una estética retro ochentera, donde el fluo, el neón y los grabadores de cinta abierta, se funden con la cultura e idiosincrasia de la época. Charlize Theron en su rol de femme fatal está magnética, y sus coprotagonistas la acompañan a la perfección. Si bien el guion de Atómica, cae en clichés y se sume a agotadores falsos finales con la pretensión de sorprender, la fluidez de la narración, así como las escenas de acción, están muy logradas. Inclusive, por momentos, tienen un atinado sesgo de humor negro. Ni hablar de su soundtrack alucinante. Mientras Lorraine muele a golpes a sus enemigos, suenan temas de New Order, Depeche Mode, David Bowie, The Clash, Joy División, The Cure y también Pulp. Un shot de aguardiente, alto voltaje femenino: ha aparecido una nueva diva del cine de acción (sexy, con personalidad, desprejuiciada), y ¡no la queremos dejar ir!
Pasados y presentes alternativos coexisten en esta aventura temporalmente caótica basada en la extensa obra del magnífico Stephen King. Si nos remitimos a la lectura de la saga de King, y así mismo al título y la bajada de esta nota, es lícito inferir que la película podría llegar a ser un tanto compleja por esta cuestión de las distintas temporalidades y escenarios que se ponen en juego en los viajes que realizan los protagonistas. Pero muy por el contrario parece que los guionistas, y el director, se han empeñado en simplificar de sobremanera uno de los elementos más atractivos del film. Es decir, el juego temporal está presente ya que es inherente en la obra, pero no se le da demasiada importancia dado que se hace hincapié en otras cuestiones más universales como por ejemplo la relación paterno-filial o dejar bien delimitada la eterna disputa entre el bien y el mal. Nos encontramos ante una amable fusión de géneros (acción, aventura, ciencia ficción y western entre otros), elaborada con demasiada liviandad. La trama nos presenta varios mundos paralelos, por los que Roland Deschain (Idris Elba), el último caballero de una elite guerrera, persigue a su eterno enemigo Walter (Matthew McConaughey), el Hombre de Negro, un hechicero muy poderoso que tiene como finalidad destruir la Torre que mantiene el equilibrio de las diferentes realidades para sumirlas en la oscuridad eterna. He aquí que el poder de semejante destrucción lo tienen niños mentalmente brillantes, y entre ellos se encuentra un joven muy especial, Jake (Tom Taylor), quien vive en New York, pero con sus videncias puede percibir a estos universos y personajes. Gracias a su híper sensibilidad encontrará un portal del tiempo, y en otra dimensión se unirá al pistolero Roland, para abatir la magia oscura de Walter. Después de visionar unos minutos La Torre Oscura, notamos que la acción (e información) se nos arroja con urgencia y sin preámbulos. Como que los personajes ya están plantados sin una construcción previa para generar cierto feedback, sobre todo Roland y el Hombre de Negro, a diferencia del pequeño Jake que si llegamos a conocer sus motivaciones. Si bien es cierto que una transposición de esta talla no es tarea sencilla, la cinta queda como en una eterna indefinición. Transita varios géneros, pero no se identifica con ninguno; esboza diversos motivos de la obra de King, pero de modo trivial. Se queda en la corrección formal sin aventurar ningún tipo de riesgo narrativo ni siquiera estético, por lo que la película nunca establece las normas que deberían darle cierta lógica a este desaliñado universo. Es una pena que La Torre Oscura, una aventura llena de tantos atractivos, como niños videntes, hechiceros, viajes en el tiempo, extraterrestres y cowboys, se sienta tan vaga e impersonal. Solo nos resta esperar una revancha en la secuela.
Con una precisa puesta en escena, Santiago Mitre relata como ciertos mecanismos de poder, que va aprehendiendo un reciente presidente electo, conspiran con su oscuro pasado familiar. La historia nos presenta a Hernán Blanco (Ricardo Darín), un presidente de la nación que hace muy poco tiempo asumió al mando, que se dirige a una cumbre latinoamericana, en la Cordillera, la cual tiene como objetivo establecer una alianza petrolera en la región. Una muy buena oportunidad para que Blanco, tildado por la prensa como “invisible”, se relacione con los presidentes vecinos y haga notar su presencia. Camino a un hotel aislado en las montañas nevadas, Hernán, acompañado de su fiel asesora Luisa (Érica Rivas), quien parece conocerlo de cuando él era intendente de Santa Rosa, La Pampa, y del imperativo jefe de gabinete Castex (Gerardo Romano), quien lleva las riendas de la presidencia, se entera que el ex marido de su hija está a punto de denunciarlo por malversación de fondos. Por lo que Blanco le pedirá a su hija Marina (Dolores Fonzi), que lo acompañe en la convención, con la intención de tener más información sobre este asunto que puede empañar su novel imagen. De allí en más, como un alud, se desatarán una serie de acontecimientos que delinearan la “endeble” figura personal y pública de nuestro presidente. Mitre y Llinás narran una historia sin fisuras, desde la construcción de los personajes, la precisa puesta en escena, hasta el ritmo narrativo que alterna (genéricamente) entre el drama familiar, el thriller político y un cosmos onírico, casi profético y materialmente inasible, que alterará la naturaleza de los personajes. Somos espectadores de los entretelones de la escena política, de aquellos “tejes y manejes” que todos suponemos e imaginamos pero no podemos confirmarlo fehacientemente. Los mecanismos de poder se despliegan y tragan a quien esté al alcance. Lo atrayente es que este proceso se vincula de manera orgánica a lo familiar, al pasado personal. Dolores Fonzi funciona como una especie de Pitia griega, ya que través de su cuerpo y su mente emergen verdades ocultas, y negadas, que muestran la auténtica esencia de Hernán Blanco. La cordillera juega todo el tiempo con cierta ambigüedad y tensión narrativa, a través de una dialéctica que oscila entre situaciones del orden público y familiar. Pareciera que nunca llegamos a conocer las intenciones del presidente, hasta que este enseña sus filosas garras, situación que sentará una nueva posición: el “invisible”, dejará de serlo. Cual Frankestein, somos testigos del proceso de transformación de un monstruo y lo más atemorizante es que esto recién será el comienzo.