El australiano Garth Davis logra un sentido drama, basado en una historia real, que conmueve hasta las lágrimas. "Estamos hechos de dónde venimos", citó alguna vez el escritor irlandés John Banville y cuanto se ciñe está frase no solo a Un camino a casa, sino también a todos los seres que habitamos este planeta. Claro que en el contexto de este film la frase se manifiesta en su más pura esencia, dado que el argumento gira en torno a un niño adoptado que de adulto tendrá la necesidad de retornar a sus orígenes. Saroo, un nene de solo cinco años, vive en un pueblo muy pobre de India. Un hermano mayor, su hermanita menor y su madre conforman el núcleo familiar. Una familia que acarrea piedras para cambiarlas por un litro de leche o una hogaza de pan…para traer comida al hogar. La pura necesidad hace que los más jóvenes salgan en busca una moneda. Será en uno de estos viajes a una ciudad aledaña, cuando Saroo convence a su hermano de que lo lleve a trabajar, que el niño se perderá. En el banco de una estación de ferrocarril esperará sin éxito a su hermano mayor y al no encontrarlo, buscando refugio, se quedará dormido en el vagón de un tren que partirá hacia Calculta. Perdido en esta gran ciudad, Saroo divagará por varios lados hasta caer en una institución del estado. Allí, una pareja bien acomodada de Australia decidirá adoptarlo. Instalado en la isla de Tazmania, el pequeño cambiará su existencia, pero nunca olvidará lo olores y los paisajes que remiten a su familia. Por esto, varios años después y atormentado por la culpa de haberse perdido, decidirá realizar una exhaustiva investigación para encontrar su hogar en India. Al Saroo adulto (Dev Patel) el dolor casi no lo deja respirar, ni disfrutar de la vida junto a su novia Lucy (Rooney Mara) y a su madre (Nicole Kidman), solo le resta saber que le pasó a su familia de origen para calmar tanto desasosiego en su alma. Narrativamente, Un camino a casa se divide en dos grandes segmentos. El primero, con un registro de estilo documental, sigue al pequeño Saroo cuando se pierde en la ciudad y transita por varios lugares hasta el momento de su adopción. Un tramo bien construido, que conmueve y que a pesar de mostrarnos una dura realidad nunca apela al golpe bajo ni al miserabilismo. Atravesado por una elipsis de 25 años, el segundo trayecto nos presentará a un Saroo adulto, obsesionado con la búsqueda de su antigua familia. Aquí, el estado de merodeo se esfumará por completo y asomará el trazo grueso. Se transformará en un clásico y previsible drama en el que redundan las sobre explicaciones. Pero en su totalidad, el relato fluye con tanta naturalidad y está atravesado por tal honestidad, que se redime de estos tropezones y será inevitable que no se nos escape alguna que otra lágrima.
En ese estado confuso de la conciencia que antecede al sueño, se dispone el registro de esta ópera prima que relata el regreso de un hijo al hogar. Los adjetivos utilizados en el título de esta nota hacen suponer que el film de Julieta Ledesma es una especie de Pánico y locura en Las Vegas (1998), de Terry Gilliam. Pero muy por el contrario, su ópera prima, a pesar de generar situaciones oníricas, surrealistas y hasta mágicas, mantiene un ritmo pausado y contenido. El homoerotismo, la violencia, la alusión a la guerra y al instinto animal, son temas muy potentes que se alinean latentes en el marco de la narración. En algún lugar recóndito de Santiago del Estero, en donde el tiempo parece estar suspendido, Santiago (Pablo Ríos) regresa al hogar tras haber combatido en la guerra. Su madre (Mirella Pascual), parece no reconocerlo, lo trata como un completo extraño, y su padre (un imponente Osmar Núñez), distante, actúa con recelo y desconfianza, como si este fuera una amenaza. Debido a la gran sequía que asecha la zona rural, adicionada la inesperada llegada de Santiago, la extraña calma del lugar parece sublevarse. La falta de agua y el enfrentar nuevas emociones hacen que tanto las personas como los animales saquen a relucir sus instintos más salvajes y primitivos. En todo momento, los estados reprimidos que se sugieren están a punto de estallar y será en medio de un delirio ¿inconsciente? que la catarsis decantará violenta para que todo vuelva a una aparente normalidad. Vigilia es una historia árida, casi no hay diálogos, todo se basa en gestos, miradas cómplices y miradas espías, voyeristas. La dirección de actores está muy bien ejecutada, es precisa y se ciñe a lo que se quiere expresar. La puesta en escena, el paisaje y la cuidada fotografía, nos sumergen en una especie de sueño donde hay lugar para desplazamientos y condensaciones. Por esto el vestuario de campo es tan colorido y un perro puede volver de la muerte. En este espacio todo puede suceder… y sucede. Si de algo peca Vigilia es que se enamora tanto de sus formas, que el relato puede tornarse un tanto extenso, y a pesar de la economía de recursos verbales, está saturada de simbología y psicologismos que le restan efecto de conmoción al trágico final.
Ya no queda ni un atisbo del folclore nipón, del cual se nutrían la primera y segunda entrega de La llamada, en esta secuela desgastada. En el año 2002, de la mano de Gore Verbinski, surgía una cinta que renovaba los tópicos del cine de terror: El Aro. Un remake de la película japonesa Ringu, dirigida por Hideo Nakata, que narraba todo un drama de horror, en el que espíritu de una niña se manifestaba a través de una película maldita. Quien veía las imágenes, a su término, recibía una llamada telefónica en la que una voz fantasmal pronunciaba la frase "siete días". Este era el plazo que establecía Samara —el espíritu de la nena atormentada— antes de corporizarse y matar a quién veía el video. Esta maldición solo se revertía haciendo una copia de la cinta para que la mire otra persona. Una especie de cadena embrujada. A modo de secuela, en El Aro 3 la trama se centra en Julia (Matilda Anna Ingrid Lutz) y Holt (Alex Roe), una pareja de novios que se adentrarán en una investigación científica sobre el caso de Samara y a través de señales manifestadas por su ánima, culminarán descubriendo el doloroso origen de la niña. En esta entrega los antiguos vhs se reemplazarán por videos on line y su reproducción en ordenadores y celulares. Y dejando atrás toda la mitología fantasmal oriental, Samara será una víctima más del mal catolicismo, aquel emparentado con los sacerdotes pedófilos y abusadores. Una historia oscura que se irá develando de forma predecible. Paradójicamente, El Aro 3 retoma todos los vicios del género en los que no caían sus antecesoras. Es una especie de remedo, por momentos parece que estamos viendo Destino final, por otros No respires y encima desgasta hasta el hartazgo la figura de Samara, la cual antes era utilizada como una especie de Macguffin para que los personajes avancen en la trama y se genere más suspenso. Una fórmula narrativa repetida y un guion mal resuelto hacen que este film navegue a la deriva. Una pena que El Aro 3 no respete la esencia del relato original, aquel en donde el drama y el horror se fusionaban de tal manera que el dolor de Samara traspasaba la pantalla.
A pesar del cambio de director, 'Cincuenta sombras más oscuras' persigue la misma tónica light de la primera entrega. El timbre suena y cuando Anastasia (Dakota Johnson) abre la puerta, un inmenso ramo de rosas blancas cubre la cámara, por supuesto que las envía Christian Grey (Jamie Dornan), quien tras el abandono sufrido por la joven busca reconciliarse a cualquier precio. Ana no pudo superar la perversión del Sr. Grey, por esto decidió cortar la relación. Pero la experta en literatura, que ahora trabaja como asistente del reconocido editor Jack Hide (Eric Johnson), terminará cediendo a los encantos del guapo empresario. Este le prometerá amor y sobre todo un gran cambio: no más juegos sucios, ni palmadas en las nalgas, ni juguetes extraños. Con tal de poseerla aceptará una relación "vainilla" (nombre que dentro del argot de la subcultura BDSM se aplica al sexo convencional). Y las cosas comenzarán a marchar sobre ruedas: viajes románticos, obsequios costosos, el Sr. Grey abrirá su corazón para hablar de su oscuro pasado, también habrá más sexo y una propuesta de matrimonio incluida. Anastasia está muy hot, inclusive se atreverá a probar algunas técnicas bondage y fetichistas que en el pasado la horrorizaban. Cincuenta Sombras más Oscuras trae algunas novedades, como la incorporación de la Sra. Robinson (Kim Basinger), una amiga de la madre adoptiva de Christian que lo adentró al mundo del sadomasoquismo; de Leila (Bella Heathcote) una exnovia sumisa del joven que se encuentra perturbada; del abusivo editor Jack Hide y con respecto a la primera entrega, hay más desnudez explícita. A pesar de que Dakota Johnson muestra sus hermosos senos y escultural cuerpo gran parte de la película, esto no contrarresta la pobreza del guion, los absurdos diálogos y todo ese matiz Corín Tellado que atraviesa la cinta. Cincuenta Sombras más Oscuras sigue siendo tan edulcorada como el libro al cual se ciñe su adaptación. Solo se cita el concepto BDSM para generar un poco de morbo, porque de este universo se traslada muy poco a la pantalla. Y a pesar de su narración romántica clásica, por momentos —y sin proponérselo—, el film funciona como una gran comedia. Los diálogos son tan clichés e inverosímiles que se tornan paródicos. Un poco de aceite desparramado en el cuerpo, un dedo travieso en un ascensor y dos o tres azotes sobreactuados no bastan para dotar de interés a una historia que se presume erótica.
David Mackenzie nos trae un neo western con atracos a bancos, incontables tiros, gran sentido del humor y a su vez un drama desolador. Desde la primera secuencia de Sin Nada Que Perder, el director dará cuenta que veremos un film con elementos que remiten al género americano por excelencia: el western. Dos hombres encapuchados, a pura adrenalina, asaltan un banco ubicado en un pueblo del sur profundo de los Estados Unidos. La destreza es poca, el apuro mucho, y es así que escapan en un vehículo robado, al que más tarde enterrarán para no dejar rastros. Esta es la presentación de los hermanos Toby (Chris Pine) y Tanner (Ben Foster), quienes se dedican a robar bancos, no por avaricia ni diversión, sino por una situación que presenta pocas salidas. Una hipoteca, de años sin pagar, apremia sobre la hacienda rural familiar. La madre de los hermanos ha fallecido y le ha heredado las tierras a sus nietos, los hijos de Toby. Por su parte Tanner salió recientemente de prisión y solo acompaña a su hermano en este plan porque lo quiere y porque desea que la nueva generación de la familia crezca sin apuros económicos. En contraparte al dúo delictivo, están los Texas Rangers Marcus (un notable Jeff Bridges) y Alberto (Gil Birmingham), que los perseguirán de condado en condado sin tregua. Marcus está a un paso de retirarse, pero el mismo oficio y el miedo a la soledad, hacen que esta opción se dilate. Como un viejo sabueso, será una especie de guía para su compañero, además de intuir todo lo que pueda llegar a suceder en la zona de los atracos. En Sin Nada Que Perder, el western se recicla y se fusiona con otros géneros como el cine de acción, el thriller y hasta el mismo drama. Los extensos planos que se pierden en la llanura del desierto y se funden con el polvo, registran la inclemencia del clima en una tierra sin ley. David Mackenzie, también, tiene la habilidad de retratar a las duplas que transitan este espacio con empatía. Ninguno de ellos es demasiado bueno, ni demasiado malo, y todos sus actos tienen un motivo de redención. De forma clásica, sencilla y austera, esta película pone en relieve, no solo una construcción narrativa impecable, sino también a una sociedad más resquebrajada que el piso estéril del propio desierto.
Theodore Melfi nos trae una historia basada en hechos reales que narra cómo tres científicas afroamericanas intervinieron en las misiones más importantes de la NASA. Estados Unidos en plena década del 60, época de la guerra fría y la lucha por la carrera espacial con Rusia: ¿Qué potencia llegará primero a la luna? ¿Caerán misiles nucleares? También es un período en que el pueblo afroamericano comienza a exigir sus derechos. Inmersas en este ámbito, tres mujeres negras trabajan para uno de los mayores organismos del país: la NASA. Chicas con una mirada visionaria y un coeficiente intelectual más que apto: Katherine (Taraji P. Henson) es una especialista en cálculo matemático, Dorothy (Octavia Spencer) es experta en gestión e interesada en las computadoras y Mary (Janelle Monáe) es una aspirante a ingeniera. Completa el grupo Al Harrison (el gran Kevin Costner), quien ocupa uno de los roles jerárquicos en el proyecto espacial. Tres jóvenes con su familia a cuestas que lucharán contra los prejuicios en tiempos racistas y misóginos, y que lograrán superar todo tipo de obstáculos. En este tono superador y voluntarioso se manejará Talentos Ocultos. Todo será una lección a aprender y lo políticamente correcto regirá a lo largo del relato. Si bien este dejo didáctico que remite al típico discurso del sueño americano se siente un tanto artificial, cabe destacar la excelente producción y la rigurosa puesta en escena de la película, recursos que refuerzan la construcción del verosímil. Un film clásico, ya sea desde su estructura formal como narrativa, que también se destaca por grandiosas actuaciones. Por otra parte, Talentos Ocultos también asume el riego de transmitir de manera honesta y fluida una historia real desconocida, la cual alumbra a estas damas transgresoras, alejándose de los típicos estereotipos de los dramas solemnes, que se toman demasiado en serio, sobre todo en una época pronta a la entrega de los Premios Oscar. (Foto de portada: Fox)
"La imagen a menudo tiene más de memoria y más de porvenir que el ser que la mira… ¿cómo dar cuenta del presente de esta experiencia, de la memoria que convoca, del porvenir que compromete?" (Georges Didi Huberman) El poemario Pozo de aire, de la escritora Guadalupe Gaona, fue el punto de partida para que la realizadora Milagros Mumenthaler comience a pensar y soñar en una transposición fílmica. El resultado es un poema hecho imágenes: La idea de un lago. La historia sigue a Inés, quien se encuentra embarazada y resolviendo los últimos detalles de su libro, el cual está a punto de ver la luz al igual que su hijo. Un libro que contiene las pocas imágenes que posee de su padre desaparecido en la última dictadura militar y sus impresiones sobre este suceso en relación con su sentir, con su familia y demás seres queridos. La casa familiar ubicada en el sur de Patagonia argentina, será el escenario ideal para desplegar un relato fragmentado, donde los recuerdos que se erigen en torno a unas pocas fotografías, serán los pilares principales para sostener esta narración tan emotiva como sensitiva. Realizando un ejercicio de reconstrucción de la memoria, la realizadora alterna su narración entre flashbacks y las bellísimas metáforas visuales. Con la lógica de un rompecabezas los recuerdos desorganizados advienen sin un orden temporal, solo se acomodan de manera orgánica e inconsciente tal como aparece en la mente de la protagonista. La secuencia más hermosa y conmovedora del film, es la de un ballet acuático entre la pequeña Inés y el automóvil de su padre en medio de las aguas cristalinas del lago, en la que se produce una complicidad de movimientos entre ella y el único objeto tangible que remite a la imagen de su papá. En esta fantasía, el antiguo Renault 4 ocupa la figura de su padre. De este modo, Inés crea la posibilidad de disfrutar un nuevo momento junto él. La idea de un lago es una película de una gran sensibilidad, en la que la ficción y la realidad se funden en imágenes tan distantes como cercanas, cargadas de ausencia, de perdida, de dolor… también de felicidad y de poesía. Un film que indudablemente delimita el sesgo autoral de Milagros Mumenthaler.
No alcanzamos a acomodarnos en la butaca, que de repente vemos en pantalla al agente Augustus Gibbons (Samuel L. Jackson) interactuando con el jugador de fútbol Neymar —quien hace de sí mismo—, y como si fuera poco un meteorito explota encima de sus cabezas. Este es el plato de entrada de una película, que por encima de la trama, va a funcionar a puro golpe de acción. En una playa despojada y paradisíaca del Caribe, repleta de aldeanos y mujeres hermosas, aparece surfeando entre los arbustos nada menos que Xander Cage (Vin Diesel), quien al parecer no ha muerto, sino que simplemente estaba “desparecido”, por lo que la agente Jane Marke (Toni Collette) no tardará en contactarlo para encomendarle una misión: que se enfrente a un nuevo grupo de villanos “fantasmas” y recupere un arma muy peligrosa: la caja de pandora. Xander aceptará la misión solo con la condición de tener la potestad de armar su propio equipo de respaldo. Por supuesto que estará compuesto por jóvenes cool, audaces y aventureros, fieles a su estilo. xXx : Reactivado, sin demasiadas pretensiones, responde al típico film de fórmula de acción apuntado a un público adolescente: caras bonitas, actitudes sobradas y cancheras, ropa de moda y un despliegue de producción espectacular. Agradezcamos que las actuaciones funcionan, el grupo conformado tiene química y cada quien cumple su rol con actitud, ya que la trama se reduce a personas adictas a la adrenalina tratando de recuperar un objeto entre explosiones, más explosiones y proezas dantescas. Ni hablar de la última escena de acción, en la cual la hipérbole funciona de maravilla. De xXx : Reactivado disfrutarán los seguidores de Vin Diesel, los amantes de la acción pura y por supuesto de las mujeres bonitas. Y aunque en algunos instantes parece tornarse autoparódica —lo cual hubiese sido un gran acierto— termina triunfando ese producto de diseño, de estilo publicitario, que resta mérito a las intenciones artísticas del género cinematográfico.
Entre la vigilia y el sueño se desplaza el reciente film de Mariano Goldgrob, que se ciñe a un relato de amor y sus recuerdos. No hay nombres solo un pasado que revive y se transforma en un instante, unas horas, ¿una noche quizá? La historia de Vapor es muy simple y compleja a la vez. Simple porque da cuenta del reencuentro entre una ex-pareja, a propósito de la muerte de un allegado muy íntimo de ella. Entonces él va a buscarla porque ella lo necesita. Él lo presiente, lo sabe. Hay vínculos que a pesar del tiempo, la ausencia y que no exista más romance son irrompibles y transcienden la razón. Ella sufre y precisa evadirse con alguien que conoce, a quien brindó toda su confianza. Es así que ambos saldrán a deambular por la ciudad. Una charla para ponerse al día, una sidra caliente sin alcohol compartida, también una cerveza en un bar conocido, hasta un viaje en auto hacia una fiesta de cumpleaños efervescente, son varios de los escenarios que recorrerá la pareja. Compleja, porque las relaciones lo son. Es fácil capturar esos momentos que son puro sentir, comprender al otro y dejarse llevar, pero que difícil es trasladar esta relación a la vida cotidiana. Lo más probable es que después de esa noche transitada entre la vigilia y la ensoñación, los ex-amantes no se vean más. Y esto es Vapor, como su nombre lo indica son momentos que se condensan, pero también se esfuman. Recuerdos que tienen la necesidad de volver a surgir en palabras, pero resignificados. Una cámara en mano nerviosa, y a veces subjetiva, sigue a los personajes por el ámbito urbano. Las luces y los fuera de foco se funden en los ruidos citadinos, canciones que se escuchan por lo bajo y en alguna conversación. Las actuaciones son naturales y cotidianas…exactas, logran el tono que el film quiere transmitir. Un universo fantasmal, melancólico, que aborda dos tópicos existenciales como el amor y la muerte, de manera honesta, sencilla y sobre todo con gran corazón.
Damien Chazelle revitaliza y rinde culto al género musical, regalándonos momentos visuales fascinantes. En La La Land, un atascadero de automóviles en la carretera de Los Ángeles puede ser un buen pretexto para que los conductores expresen sus penas cantando y bailando. Este cuadro musical, filmado en un extenso plano secuencia, con colores brillantes y una coreografía vibrante, funcionará como prólogo de esta hipnótica historia que nos cautivará de inicio a fin. Entre esa interminable fila de vehículos se encontrarán —y cruzarán— los protagonistas. Mia (Emma Stone) es una aspirante a actriz que trabaja en un café que se encuentra dentro de los estudios Universal. Allí tiene la oportunidad de ver a las estrellas de cine y, entre audición y audición, sueña algún día ser como ellas. Sebastián (Ryan Gosling), por otra parte, es un notable pianista, con una vida un tanto desorganizada, que tiene como meta final abrir su propio club de jazz, género musical que según sus propias palabras se encuentra en el ocaso. Como por arte del azar, la vida juntará a la pareja, de modo causal, en tres ocasiones. Primero en la autopista, más tarde en el club donde Sebastián toca en el piano —con desgano— melodías navideñas y, por último, en una fiesta de esas que transcurren en Los Ángeles para generar contactos con productores. Como dice el refrán: la tercera es la vencida y será en este último encuentro donde se comenzará a generar la complicidad y la química entre los protagonistas. La historia de amor comenzará en el planetario del Observatorio Griffith, que se hizo famoso gracias al film Rebelde sin Causa. Uno de los mejores cuadros musicales sucede aquí: la pareja flota en el aire alcanzando a las estrellas, mientras un cielo azul recorta sus siluetas bailando. Cuando pisan tierra, el momento mágico se cierra con un dulce y extenso beso. Mía y Sebastián entablarán una relación ideal, llena de color e intercalada de asombrosos musicales, hasta que la realidad y los compromisos superen al propio amor. La historia rebotará directo al drama y los colores se comenzarán a apagar, así como los cuadros musicales a menguar. Es inevitable que cada dos o tres frases surja en este texto la palabra amor, porque La La Land está rodeada por este sentimiento. La pasión que transmite Chazelle trasciende la pantalla, ama a la música, a sus personajes… ama al cine. Era necesario que alguien revitalice a un género tan noble como el musical. Es cierto que para la presentación de los personajes, que se efectúa desde el punto de vista de cada uno, utiliza el mismo recurso que la magnífica película Begin Again, de John Carney. Sin embargo, cuando la historia toma un giro dramático y los musicales decaen, La La Land pierde un poco el ritmo y la emoción. Pero no se puede negar la habilidad del director para integrar el fragmento musical con el desarrollo narrativo. Así como la impecable interpretación de la dupla protagonista y las logradas —y elaboradas— coreografías y melodías que rememoran a los momentos más lúcidos de la historia del musical hollywoodense de los años 40 y 50. Y el final termina de reivindicar toda la confianza puesta en Chazelle. Ese final que condensa toda la película en un consagratorio cuadro musical, donde sucede todo lo que podría haber sido y no fue, en el que los sueños se cumplen pero a un precio muy alto, en donde las ambiciones y las elecciones personales pueden más que el verdadero amor. Será justo en ese instante que no se olvida, tan vacío devuelto por las sombras —diría Alejandra Pizarnik— donde los protagonistas con solo una mirada, tan triste como nostálgica, se preguntarán si el camino recorrido valió la pena.