El monstruo que me habita. Guillermo del Toro nos trae una nueva versión de Nightmare Alley (1947), y lo bien que hace en abarcar una historia que se ajusta al concepto de su filmografía, con esa troupe de monstruos que aquí muestran su costado más humano. Una puesta en escena exquisita para desarrollar un relato noir, en donde el protagonista desnuda su naturaleza sin ningún tipo de prurito, impulsado por un deseo malsano y la ambición. Todo comienza con un incendio aposta, con grandes llamas de fuego que purgan un acto atroz. La chance para huir de Stanton (Bradley Cooper), quien sin pensarlo cae una feria ambulante plagada de freaks y actos imposibles. Allí conocerá a personas que inconscientemente estimulan su bestia interna, pero también a aquel que se puede enamorar de una mujer dulce, Molly (Rooney Mara), y así él mantener una ilusión muy alejada de su verdadera naturaleza. Cuando todo parece marchar sobre rieles, ya alejado de la sacrificada feria, realizando un acto de mentalismo tan falso como sorprendente en teatros de lujo y acompañado por Molly, conoce a la afamada y sensual psicóloga Lilith Ritter (Cate Blanchett); quién lo desestructura totalmente, porque bajo sus trajes y vestidos lujosos tienen la misma esencia. Una esencia que se potencia a la máxima expresión ante el primer contacto visual de ambos. No hacen faltan palabras para coordinar una serie de estafas hacia las personas más poderosas, influyentes y peligrosas de la ciudad. Y así deviene El Callejón de las Almas Perdidas, en curvas narrativas intricadas, un ambiente turbio con personas confusas. Por un momento una feria de monstruos propiamente dicha, pero no monstruos herederos de una malformación corporal. Sino personas que realmente encarnan el “mal”, y que por momentos son víctimas y por otros victimarios. La rueda de la fortuna gira para todos y puede frenar en cualquier lugar; tal como los complejos personajes, Del Toro sabe manipular muy bien esta historia deformada y fascinante.
Las espías también lloran. Un arma virtual ultrasecreta, que es capaz de vulnerar cualquier sistema de seguridad del mundo, es el punto de partida para esta historia de espías a pura acción, secretos y traiciones, que está protagonizada por cinco mujeres a las que reúne el destino y sin dudas la causalidad. Mujeres fuertes e inteligentes que no tienen nada que envidiar a James Bond, y que no tienen pudor a la hora de demostrar su sensibilidad. Después de un encargo fallido en la que aparentemente pierde a su compañero, la agente especial de la CIA, Mason “Mace” Brown (Jessica Chastain), quiere investigar más sobre el turbio asunto que involucra a esta peligrosa arma y une fuerzas junto a la agente alemana Marie (Diane Kruger); la ex aliada del MI6 y especialista en informática Khadijah (Lupita Nyong’o); la psicóloga colombiana Graciela (Penélope Cruz); y la agente china Lin Mi Sheng (Fan Bingbing), quién aparece más tarde, pero es relevante en la misión. Algunas son convocadas y a otras las sitúa la vida misma, pero todas buscan lo mismo: que el poderoso sistema no caiga en manos equivocadas. Y así nos involucramos en un relato dinámico que nos traslada a distintas partes del mundo, con nuestras chicas haciendo de las suyas. Es cierto, que a nivel narrativo y dirección Agentes 355 es bastante plana y no escapa a los clichés del género, pero por esto no es menos explosiva que su tremendo reparto. Más allá de la acción y la adrenalina propiamente dicha, las actrices son y están muy efectivas, mostrando en sus personajes su flanco más humano. No salen ilesas y elegantes de una persecución feroz, ellas se manchan con sangre. Tampoco resignan el amor por sus peligrosas carreras, más allá de la traición o la pérdida. Vale decir que por momentos el relato es un poco rebuscado y se alarga, pero nunca pierde el interés. Una spy movies con chicas super poderosas, que cumple.
Bloody Tribute. En la era de los remakes, las secuelas y “recuelas” (concepto acuñado por la película), llega una nueva entrega de la franquicia noventosa, Scream, creada por el genio de Wes Craven. Después de varios años, toman la posta Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, que de manera ingeniosa logran compensar el carácter irónico y lo autorreferencial con el slasher más puro e impiadoso, sin perder nunca la esencia de la original. Estamos de regreso en Woodsboro, veinticinco años después, el pequeño pueblo que se vio conmocionado por el temible asesino serial. Donde Tara (Jenna Ortega), una adolescente que se encuentra sola en casa, de repente recibe una llamada al teléfono fijo y comienza a ser acosada por un extraño que usa la misma metodología que Ghostface. Y efectivamente este aparece atacándola e hiriéndola gravemente. Situación que hace que su hermana mayor Sam (Melissa Barrera), vuelva a su pueblo natal, del que estuvo distanciada durante mucho tiempo. Con su madre en el exterior, Sam regresa a cuidar a su hermanita junto a su novio Richie (Jack Quaid), y revela un terrible secreto sobre su conexión con los asesinatos originales. El patrón se repite. Y aparecen en escena nuevos personajes y lo retros; aquellos que involucrados por los sucesos quieren poner fin a esta nueva pesadilla. Hablamos del policía veterano, Dewey Riley (David Arquette); Sidney Prescott (Neve Campbell), LA protagonista de los terribles hechos primigenios, con un pasado traumático; y Gale Riley (Courteney Cox), la reportera involucrada en los casos de Ghostface. Elevado a mito, a esta altura Ghostfaces hay muchos. Muchos desquiciados que quieren ocupar el traje negro para ¿ganar fama? ¿para continuar el legado de un asesino, síntoma de una sociedad enferma? Scream 5 es un homenaje. Un homenaje al cine de género y a cómo el mismo fue evolucionado a lo largo de estos años. Un homenaje al legado disruptivo de Wes Craven. Una forma de desafiar al slasher llevándolo casi al límite de la ironía, pero sin que pierda su identidad. Sin perder la fiereza, la crueldad, los litros de sangre derramados. Scream 5 se gesta (o se erige) en su imposibilidad narrativa y en el metadiscurso. En una época donde el cliché está expuesto, utiliza al mismo para construir suspenso, para poner en duda, para marear. Cualquiera puede ser el asesino, las motivaciones son varias. Divertida, astuta y con buen ritmo, estamos ante una super merecida y bien pensada entrega final.
Meta-nostalgia. Es innegable que Matrix marcó un antes y un después en las películas de acción. Las hermanas Wachowski supieron dar una vuelta de tuerca al lenguaje audiovisual con nuevos efectos especiales (solo basta nombrar la ralentización de las balas), y a su vez fundar una especie de mitología estética con hombres y mujeres enfundados en largos sobretodos negros con cuello mao, pelo engominado, lentes oscuros y una habilidad sobrenatural para la pelea. Sin dudas la primera entrega fue la más solida de todas, a nivel guion y formal. Las dos siguientes (Matrix Recargado y Matrix Revoluciones), si bien intentaron perseguir la mística de su antecesora, el resultado fue fallido. Unos cuantos años después, se hace palpable una nueva entrega de esta franquicia, que sigue sosteniendo a nuestro adorado Keanu Reeves como protagonista. Las expectativas son altas, y aquí el problema. Con un Neo y una Trinity (Carrie-Anne Moss), resucitados, entrados en madurez y atrapados en la simulación, comienza esta nueva aventura en la que pronto (y ayudados) retornarán al mundo real después de tomar la pastilla roja. Un complejo entramado argumental que sitúa a nuestros héroes enamorados siempre juntos, y esto es lo más valioso y disruptivo de la cinta. Sus existencias no se conciben de otro modo, lo cual moldea una nueva forma de poder. Más allá de la acción propiamente dicha que caracteriza a la película, utiliza el guion para reírse de sí misma y del paso del tiempo. Para analizarse y cuestionarse como ese producto pop que comenzó una revolución, pero gradualmente se fue desgastando; si, hay referencias y homenajes a su universo, pero no es condescendiente con el fandom. Es una propuesta imperfecta (consciente de su imperfección), con humor (y una narrativa sin rumbo), y alejada del dramatismo que acusaba la primera. Una propuesta arriesgada, caótica y barroca, que nos invita a reflexionar cómo podemos vivir atrapados en un bucle para siempre si no despertamos de nuestro letargo.
Música del futuro. Pequeña, preciosa y conmovedora, así es la nueva película de la francesa Céline Sciamma. Una especie de fábula, desde el punto de vista de una niña que debe experimentar el duelo de un ser querido. Una narración sencilla, no por eso menos mágica ni emotiva, sobre todo por la actuación de las hermanas Joséphine y Gabrielle Sanz. Nelly recorre los pasillos de un geriátrico saludando uno a uno a los residentes, hasta que llega a la habitación de su abuela. Está vacía. La madre coloca las pertenencias en una caja, y ambas se van. ¿El destino? La casa familiar donde vivía la abuela. Donde vivió su mamá de pequeña. El lugar, poco a poco, también se va vaciando mientras Nelly intenta procesar lo que sucede, percibiendo la tristeza en el aire. De un momento a otro, la madre decide irse por unos días. No está bien. En su soledad, la pequeña decide explorar el bosque; quizá buscar la cabaña con ramas de madera en la que refugiaba su madre. Es así que conoce a otra niña de la que se hace muy compinche. Juntas exploran lugares, sienten una gran conexión, hasta que de a poco irán develando un gran e inesperado secreto. Un secreto extraordinario que las ayudará a atravesar el incipiente dolor de la pérdida. En Petite Maman, Sciamma lo hace de nuevo. Logra describir y mostrar de una manera única la sensibilidad infantil. La empatía es inmediata, identificarnos con el punto de vista de Nelly resulta casi orgánico, de la misma manera que involucra un elemento fantástico. La película es un gran acto de amor, un amor en el que se encuentran las mujeres de tres generaciones; tanto en la presencia como en la ausencia. Sin ponerse solemne ni lacrimógena, por el contrario, la narración es estimulante y tiene momentos graciosos, se describe una situación dolorosa. Mágica, intuitiva, sensorial, la cinta es un viaje hipnótico que deconstruye de forma sutil la relación de una madre y su hija. Y que crea un vínculo indestructible entre dos personas que intentan llenar ese vacío inexplicable que deja la muerte.
“Resident Evil: Bienvenidos a Raccoon City” (y al mismísimo infierno). Un nuevo inicio de esta saga, transposición de los populares videojuegos. Después de ver varios años a Milla Jovovich con ametralladora en mano, cazando humanos transformados en zombies y combatiendo a la farmacéutica Umbrella, surge una reversión cinematográfica dirigida por Johannes Roberts, y protagonizada por Robbie Amell, Kaya Scodelario, Hannah John-Kamen y Neal McDonough, entre otros. Sombría, de tonos sepias, aspirando a recrear un clima apocalíptico, quizá esta se asemeje conceptualmente más al videojuego. Acción por inercia, sin demasiado trasfondo respecto al perfil de los personajes, la cinta se acerca más al genero de horror. Dos hermanos huérfanos y un orfanato será el germen de esta historia anclada en un lugar maldito, manipulado por una corporación que experimenta con los seres humanos sin importar las monstruosas consecuencias. Pasan los años, y la joven regresa a la temida Raccoon City, para reencontrarse con un hermano herido en su orgullo por el abandono, y un lugar desolador. Muertes, sucesos extraños, gente devenida en zombie porque el agua del lugar está envenenada, y con el pasar del tiempo ha causado estragos en los cuerpos. El grupo que hace frente a esta situación deberá sobrevivir antes de que el lugar quede completamente en ruinas. Sentimientos encontrados con la nueva Resident Evil. Hay escenas que están muy logradas, pero el relato global se torna impreciso ante la coralidad de personajes e instancias donde la acción se pierde por los pasillos del orfanato. Básicamente, la trama no tiene espacio para desplegarse y los protagonistas quedan tan desdibujados como los zombies a los que combaten. Falta carisma, temperamento e identidad. Se extraña la rudeza de la Alice de Jovovich.
Codicia, glamour y muerte. Sin perder el pulso Ridley Scott decide retratar a modo de melodrama, como se desencadenó el asesinato de Maurizio Gucci, nieto del fundador de la reconocida marca de moda. Todo un imperio que destaca por sus artículos de lujo, fundado en la década del 20´ por el diseñador italiano Guccio Gucci. Pero la película hace un recorte desde el punto de vista de Maurizio (Adam Driver) y sobre todo de su entonces mujer Patrizia Reggiani (Lady Gaga). Más precisamente es una adaptación del libro de Sara Gay Forden, publicado en 2001, The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed. Maurizio, hijo de Rodolfo Gucci (Jeremy Irons) y una actriz alemana, es un joven elegante nacido en cuna de oro que estudia abogacía. En una fiesta conoce a Patrizia, muy contrario a su parco existir, ella una bomba sensual traccionada a pasión. A pesar de su timidez la atracción florece entre ambos como una ráfaga de fuego. Ellos se enamoran, pero bajo la mirada descontenta de Rodolfo quién no considera a Patrizia digna de su hijo. Es así que lo hecha de su casa y Maurizio se refugia en la familia de su novia, sin no antes proponerle matrimonio. Se casan y pasado un tiempo Patrizia muestra interés porque su esposo se relacione con su familia (o mejor dicho con su fortuna). Por lo que se ponen en contacto con el tío Aldo Gucci (Al Pacino), quien se encuentra al frente de la empresa e insiste incorporar a Maurizio ya que lo siente mucho más capaz que a su propio hijo, Paolo Gucci (Jared Leto), para heredar el mando. A partir de aquí comienza un espiral en donde pujan el ansia de poder, la ambición, las disputas familiares, la propia traición y la muerte. Como en un juego de ajedrez cada miembro de la familia, hará su jugada. El verborrágico y grotesco Aldo será traicionado por su sobrino y su hijo; Patrizia, quien persuade todo el tiempo a su marido y toma decisiones, de un día para otro será abandonada y dejada a un lado, situación que exacerbará su vehemente temperamento. House of Gucci tiene varios aciertos, comenzando por las actuaciones; están todos magníficos, incluido un sobreactuado Jared Leto que forma una dupla muy acertada con Al Pacino. El personaje de Lady Gaga se va transformando de a poco, en un comienzo tiene mucha frescura y hacia el final se torna turbia, oscura y amargada; en contraste al carácter glacial de su marido. La forma narrativa de soup opera, no solo mantiene el ritmo de la historia también el interés en el espectador, que queda embelesado ante estos personajes todo el tiempo al borde del absurdo. Scott en vez de ponerse serio ante un tema tan escabroso, decide hacer una especie de farsa en donde satiriza los comportamientos humanos, los excesos del poder, y el resultado es culposamente disfrutable.
Frozen reloaded. Nos trasladamos a las heladas tierras de Canadá, en donde en una mina que ha colapsado queda atrapado un grupo de veintitantos mineros. Tras la tragedia, y con el tiempo en contra, el gobierno decide accionar planeando una misión de rescate suicida. Para remover los escombros se necesita una especie de turbina que pesa toneladas, y solo pueden ser transportada en mega camiones a través de un camino de hielo inestable. El riesgo es extremo. Por otra parte, en el norte de los Estados Unidos, nos encontramos con Mike (Liam Neeson), un camionero abnegado con la ruta como modo de vida. Él está acompañado por su hermano Gurty, un ex veterano de la guerra de Irak que posee afasia y estrés post traumático, y es un excelso mecánico. Situación que lo complica un tanto, debido a que el errático comportamiento de su hermano siempre termina en despidos por parte de las empresas, y ellos no tienen camión propio. Es un sueño por cumplir. Sin trabajo, Mike se presenta en el reclutamiento de la misión imposible sobre hielo y debido a sus habilidades con el manubrio, y a las de Gurty, son contratados. Acompañados por una joven que lucha por las causas justas, un representante de la compañía de seguros, y el líder de la misión; se aventuran camino a la mina canadiense transitando una carretera que se puede resquebrajar en cualquier momento. A partir de aquí tensión al límite, porque sucederá de todo. Si bien es previsible, intuimos sobre los peligros amenazantes, la acción está bien narrada. En esta misión de vida o muerte se percibe la adrenalina en cada toma a pesar de lo rayano con lo imposible. A tal punto el compromiso de nuestro protagonista, que entregar esa turbina se torna una cuestión personal. Estampidas, persecuciones, piñas, y demás clichés del género están presentes en Riesgo Bajo Cero. ¿Las ventajas de esta historia por demás visitada? El contexto gélido, el ambiente es otra amenaza latente; la aparición de Laurence Fishburne (¡sí! Morfeo), y la seguridad que emana Liam Neeson, quién tiene el don de hacer que lo inverosímil parezca verosímil.
Return to the past. Después de la enérgica Baby Driver, estábamos más que ansiosos por ver la incursión de Edgar Wright en el mundillo noir y lisérgico de la Londres de los años 60’; pero partimos del presente, siguiendo a la joven Eloise (Thomasin McKenzie), una aspirante a diseñadora de moda que vive en la campiña inglesa junto a su abuela, y le surge la oportunidad de ir a la universidad en Londres. Una joven algo introvertida que heredó el don de su fallecida madre: percibe la energía de espíritus errantes. Eloise es una fan de los años 60´, su estilo de vida está signado por esta década. Es así que deja la tranquilidad del campo para aventurarse a la gran ciudad, lugar que tiene sus riesgos y que marca un recuerdo trágico en relación a su mamá. Cuando llega al campus universitario, se encuentra que no encaja con el ambiente fiestero y decide mudarse a una habitación en pleno Soho. Un edificio viejo, suspendido en el tiempo, con una dueña muy particular. Un edificio en donde las paredes hablan y la energía se palpa en rincón. Y donde Eloise comenzará a experimentar las tan performáticas visiones heredadas, y se involucrará de lleno con Sandie (Anya Taylor-Joy) una aspirante a cantante, que alquilaba la misma habitación en los años 60´. Lo que comienza siendo un sueño, gradualmente se irá convirtiendo en una pesadilla, poniendo en riesgo la cordura de la protagonista. Wright sabe crear el clima y el climax de la historia. Domina el suspense rodeado de una estética glamorosa, colorida y musical, que deviene en densa y noir; desnudando una realidad que a muchas mujeres le toca atravesar. El neón brillante puede ser tan artificial como las falsas promesas de un abusador. A destacar la actuación magnética de Taylor-Joy, una de las actrices más interesantes en la actualidad. Last Night in Soho decae narrativamente hacia el final, cuando llega la etapa de la resolución, dado que pierde el estado onírico para abrir paso a una dilucidación explícita, que se puede interpretar como misógina o, por el contrario, como el “Frankenstein” de una época próspera y fascinante que esconde en sus entrañas un arraigado sistema patriarcal. A pesar del traspié, vale la pena el viaje.
Nostalgia y ectoplasma. Si, ya podés sacar a relucir tu remera, porque la franquicia ochentosa de nuestros amigos cazadores de espectros revive de forma plena en esta especie de secuela sentimental dirigida por el hijo del quía, Jason Reitman. Le rinde homenaje y pleitesía a su padre Iván, rejuveneciendo la saga con nombres como Finn Wolfhard y la extraordinaria Mckenna Grace; si perder de vista esos elementos del pasado que le dieron y le dan identidad a este mundo de aventuras fantasmal. La trama sigue a Callie (Carrie Coon), que se traslada con sus dos hijos, Trevor y Phoebe, a la antigua casa de su difunto padre en un pequeño pueblo de Oklahoma. Cargada de deudas, y algo resentida, decide mudarse a la destartalada granja, hasta que la pueda vender. Resulta ser que su padre, además de ser el freak del lugar, era nada menos que Egon Spengler, miembro de los cazafantasmas originales. Un científico destacado, y algo loco, que abandonó a su familia para refugiarse allí. Claro que en el transcurso de la película nos enteraremos de los motivos, y sin dudas tanto la esencia como los secretos de la familia residen ahí, en el medio del campo. Lo cual no solo llenará de nostalgia al fandom, y sumará nuevos adeptos, sino que a nivel narrativo veremos como la pequeña Phoebe encuentra su lugar en el mundo, y Trevor un grupo de pertenencia encabezado por la guapa mesera de una hamburguesería. El lugar los recibe muy bien, excepto por una especie de cueva repleta de fantasmas apocalípticos, y hasta la propia Callie conocerá a Mr. Grooberson (Paul Rudd). El maestro del lugar, que instruye a sus alumnos con películas como la Cujo, basada en la novela de Stephen King. Sin provocar miedo, el relacionado al género del horror; aquí los fantasmas se constituyen a través de la aventura. La historia es una gran aventura familiar, podríamos decir, pero los niños y los adolescentes son los verdaderos protagonistas. La nueva generación apoyada por la mística fundante este mundo maravilloso. No faltan ni la mochila de protones, el medidor de ectoplasma, el hombre de malvavisco, ni el popular Ecto 1, que estaba olvidado en las sombras de un granero. Los nietos de Egon resignifican la historia y los objetos, ofreciendo a su vez un viaje melancólico, alegre y honesto. ¡Aviso! Hay dos escenas post-créditos.