Inquietante thriller psicológico y sexual en torno a una exmodelo que se enamora de su psicoanalista para descubrir que tiene un hermano gemelo... que será su amante. Y esto es solo una parte de la propuesta del atrevido y talentoso Francois Ozon. Basándose en una novela de Joyce Carol Oates, Ozon linkea con David Cronenberg, De Palma y el Hitchcock de Vértigo, amén de otras pesadillas con gemelos y dobles que te vengan a la cabeza. Intensa y provocadora.
La divertida Amy Schumer salva esta comedia con mensaje sobre la belleza real: la chica acomplejada por su sobrepeso que, golpe en la cabeza mediante, pasa a verse y sentirse perfecta y súper sexy. Con algunos buenos chistes y un desfile de top models en el elenco.
Con Daniel Brühl en el protagónico y el brasileño Jose Padilha (Tropa de Elite, El Mecanismo) en la dirección, este thriller de acción se basa en el secuestro del vuelo Israel París, en los setenta, y su misión de rescate. A diferencia de otros films de Padilha, una puesta poco inspirada y un ritmo que atenta contra la tensión claustrofóbica que se busca, llevan a un resultado irregular.
Nuevo y contundente ejemplo de ese cine de gran calidad que viene de Rumania y por algún milagro llega regularmente a estrenarse aquí, La desaparición es una película dura. Basta con enunciar su argumento: un padre pierde a su hija en un parque. Lo notable es que Popescu es capaz de contar, de mostrar, de hacer de esa desolación una materia cinematográfica. Durante más de dos horas que te mantienen en vilo y en absoluto silencio. Habla un lenguaje de largos planos secuencia, con cámara fija, que luego se dedicará a seguir a su protagonista, el padre, a medida que va quedando como protagonista excluyente y personaje en transformación: el efecto degradante del dolor, un proceso sin cura ni marcha atrás. Popescu parte de un retrato de familia en estado de felicidad plena para llegar a ese hueso, mientras los diálogos se van perdiendo, como el rastro de lo inexplicable. Crónica del desamparo humano, La Desaparición es una experiencia tan devastadora como admirable, si te gusta el buen cine.
Todos -políticos, periodistas, consumidores, gobernantes, opositores- sabemos y callamos, porque la soja financia al Estado. ¿Hasta cuándo seremos cómplices de la muerte? Se lo pregunta el cineasta Pino Solanas en el final de esta, su nueva película documental. Y lo hace con su voz, la que narra en off el periplo que lo lleva a recorrer la Argentina recogiendo testimonios sobre el ya no tan nuevo modelo agrícola del ex granero del mundo. Quizá porque el político y el hombre de cine no se le disocian, Solanas está también en cámara, con sus entrevistados o como eventual protagonista, poniendo el cuerpo para sacarse sangre, análisis que dará con la presencia de pesticidas en su organismo. O tragando jugo de pasto de trigo en un mercado orgánico. Su tono, y el de la película, es amable, didáctico, abarcador, mientras llega con su cámara a registrar relatos terribles y mostrar realidades imposibles, aunque lo haga con cuidado de no caer en la explotación o el amarillismo. Argentinos tan miserables y abandonados que no tienen ni comida ni documento, neonatologías de bebés malformados, colectivos que se organizan solos para llevar registros y cuidar la salud de la gente, escuelas cuyas maestras relatan que las fumigaciones enferman a los niños. Antes del homenaje que recibirá en el festival de Cannes, y en colaboración con sus hijos, Solanas deja por un rato al político para presentar este film. O mejor dicho, sigue haciendo política.
Al principio, la idea de acompañar a unos mochileros primermundistas por Bolivia se ve prometedora. Más si uno de ellos es el es Harry Potter Daniel Radcliffe como el israelí Yossi, empeñado en romper las barreras turísticas para conocer el verdadero corazón de la jungla. Pero lo que arranca como una aventura de cuatro hombres que se conocen poco, guiados por un experto en el que no sabemos si confiar, va doblegándose en torno del drama, largo y musicalizado. De los conflictos entre ellos y luego de su división, que los dejará aislados en esa jungla impenetrable. Ahí empieza otro viaje de Yossi, de supervivencia, mezclada con visiones y recuerdos gatillados por el hambre y la privación. Y la película alarga las escenas más de lo recomendable para regodearse en cada prueba superada, o en cada caída en el abismo de esa soledad salvaje, perdiendo la tensión, que sumaba interés, por el camino.
El ya veterano Roman Polanski vuelve a filmar a su mujer, la bella Emmanuelle Seigner, y a meterse con un tema que le interesa, el de los escritores y lo rara que puede ponerse su relación con los lectores que los idolatran. Sí remite a la Misery de Stephen King el asunto que se basa en una novela de Delphine de Vigan, como Delphine se llama la autora interpretada por Seigner, en pleno bloqueo creativo, deambulando alrededor de una computadora en la que no logra arrancar un nuevo y esperado texto. Hasta que se cruza una desconocida, Elle -Eva Green-, bien distinta a las fans que la asedian en las firmas de libros, aunque se sabrá bastante más posesiva. La escritora está tan atraída, fascinada y entretenida, en su soledad, con esta nueva amiga, que le va abriendo todas las puertas de su intimidad y su casa. Polanski guiña directo a Hitchcock, y a De Palma, y a sí mismo, el que se metió con la trasmutación del ghost writer en El Escritor, pocas películas atrás. Así que Basada en hechos reales regala placeres: su puesta atractiva, sus dos actrices, su suspenso, sus apuntes a pie de página sobre el mundo literario. Un combo magnético que distrae lo suficiente como para no tropezar con los baches de un guión, firmado también por Olivier Assayas, a veces traído de los pelos: así son las atracciones fatales, ciegas como el amor.
El estreno de terror hablado en inglés vale como ejemplo contrario a la apuesta de Aterrados: es la ausencia de apuesta. Secuela de la buena, aunque tampoco memorable, película con Liv Tyler atacada por enmascarados, encuentra a una familia mal llevada obligándose a ir de campamento conjunto. El ataque de gente con la cara cubierta llega pronto, pero lo que pasa a partir de ahí es pura rutina y efectismo, sin sugestión, sin creación de suspenso o clima. Nada que no hayas visto mil veces y con un mejor pulso. Aquí, por mucho susto para saltar de la silla, la falta de ritmo que aburre hasta a la deslucida Christina Hendricks, la colorada de Mad Men.
Más que interesante la propuesta de Aterrados, que lleva el terror ya clásico, con todos sus clichés, al conurbano bonaerense. Vecindario tranquilo, donde los vecinos se conocen, al punto de putear con nombre propio hacia la pared lindera cuando suenan golpes extraños y repetitivos en plena madrugada. Los ruidos de los caños, de los muros, son lo primero que distorsiona la rutina de estos personajes, hasta que un niño muerto que no está tan muerto determinará la llegada de expertos en fenómenos paranormales, a la Conjuro. Es una científica de lo oculto (Elvira Onetto), su socio extranjero y el exforense, convocado por el comisario (Maxi Ghione), que es el único policía capaz de quedarse como el deber manda en lugar de salir corriendo presa del pánico, como hacen sus subalternos. O sea, un poco de humor, y hasta de costumbrismo, entre sofisticados expertos y agentes de barrio. Y entre las capas de sustos que van alejándose de los ruidos para, digamos, corporizarse. Aterrados consigue lo insospechado: meter miedo, divertir y que se te haga corta.
Yo soy Simón le suma un giro a la típica comedia de adolescencia suburbana: más que una comedia gay, una crónica sobre la salida del closet. Simon (Nick Robinson) tiene todo lo que un teenager puede querer: una familia tipo perfecta, un cuarto espectacular, un grupo de amigos y su primer auto. Pero tiene también su pequeño gran secreto. Tan bien guardado que no lo adivina nadie: su mejor amiga está enamorada de él y sus padres esperan que presente novia. Cuando un compañero postea un anónimo declarando su homosexualidad, Simon inicia, vía mail, su primera relación honesta... y privada. Con su buen elenco de jóvenes actores, y buen ritmo, la película narra ese juego de enredos en el que se va poniendo cada vez más en juego la posibilidad de cambiar secreto por asunción. Hay una mirada inteligente sobre las dinámica de los grupos, y las familias. Y, desde la voz en off, confesional, de Simon, hay varios momentos realmente divertidos, aunque el conflicto insista en resolverse -disolverse- entre pequeños estallidos de complacientes finales felices y pre digeridos.