Ya no sé que puedo hacer si ya me quedé sin voz You are a splendid butterfly it is your wings that make you beautiful and I could make you fly away but I could never make you stay… Con All My Little Words, el mega hit emotivo y melancólico de los fantásticos The Magnetic Fields, comienza En un patio de Paris, el nuevo film de Pierre Salvadori -De vrais mensonges (2010) ,Hors de prix (2006)-. La elección musical no es casual, ya que la canción habla de cierta belleza natural, que se pierde, disipa, desaparece o bien se despide de nosotros… La historia inicia al presentarnos a Antoine (Gustave Kervern, quien anteriormente ofició de co-director de distintas producciones francesas), un músico que a partir de una crisis previa a un recital que desencadena ataques de pánico y depresión; decide abandonar todo, al punto de dejar su trabajo y a su pareja. Un buen día asiste a una entrevista de trabajo para obtener un puesto como portero/encargado de un edificio -tipo conventillo parisino-, sus empleadores tienen sus propios problemas, por lo que lo contratan pese a las dudas que éste personaje les genera. Poco a poco la historia va centrándose en el desfile de rarezas que circulan por ese edificio y ese patio: desde un miembro de una secta religiosa, hasta un vecino obsesionado con los ruidos y con perros que por las noches LADRA. A esto se suma Mathilde (Catherine Deneuve), quien es la esposa del empleador, y habita el quinto piso del conventillo. Ella es voluntaria en distintas organizaciones, pero también tiene algunas irregularidades en su sanidad mental -mayores a las de Antoine, el nuevo encargado- y está aterrada por grietas que aparecen en las paredes de su departamento. Poca a poco esa preocupación, vira a obsesión y esto lleva a la mujer a convocar y movilizar a todo el vecindario para hacer algo al respecto, por más que especialistas ingenieros y arquitectos le afirmen que no hay peligro alguno en las viviendas. Sin embargo, esas grietas están diciendo algo más, hablan de su propia fractura emocional y del momento gris que está atravesando. La depresión de Antoine y Mathilde se va conectando y empiezan a forjar una amistad a la par que ambos continúan con sus padecimientos y sus locuras. En definitiva, En un patio de París parece comenzar como una comedia costumbrista plagada de gags típicos de las producciones de este origen, pero es mucho más que eso; incluye drama y situaciones angustiantes sin caer en el golpe bajo, en una puesta en escena digna de un relato teatral que si bien tiene lugar en una de las cuidades más bellas y glamorosas del mundo, se narra de forma simple, sencilla y cotidiana. Aplausos extras para la eterna maravillosa Deneuve y la dupla actoral que conforma con Kervern.
Una de vaqueros criollos Una financiera, un asalto, cinco “malhechores ”, de los cuales sobreviven cuatro, ya que en el medio del tiroteo, uno es abatido. Así comienza Polvareda, la ópera prima de Juan Schmidt, que a grandes rasgos es un cruce entre un western criollo bastante moderno con una road movie. Posteriormente al robo, los asaltantes huyen. ¿A dónde? Pues a Polvareda (lugar que realmente , fue filmado en Carlos Keen), un pueblo estancado en el tiempo del que es oriundo el líder de la banda, apodado El Chino. Lo acompañan su hermano, El Facha, y el Mudo y el Gordo. Allí deben esperar que lleguen los pasaportes que les permitirán cruzar la frontera, pero esa espera tempranamente se verá alterada por el resurgimiento del pasado, y conflictos con el comisario local, derivando así en una espera pseudo introspectiva mientras vemos el cotidiano pasar de los días de estos cuatro protagonistas: Juegan al fútbol, comen asado, andan/juegan en tractor, y obviamente incurren en errores, que por momentos la película toma como pasos de comedia. También hay persecuciones y tiroteos, un comisario con su correspondiente ayudante torpe; elementos clásicos del western, pero en este film Schmidt decide poner el foco en la relación de los cuatro amigos como grupo, su dinámica, sus fallas y aciertos. El resultado es un relato fresco, con toques kitsch sí, pero también con una esencia pseudo lúdica e intimista que termina por lograr que el espectador genere empatía con los maleantes; tarea para nada fácil que aquí se torna casi inevitable. Polvareda se destaca además por las grandes actuaciones del cuarteto principal, y por la fantástica fotografía de ese lugar que permite conexiones con otros tiempos, con el pasado y con lo que vendrá.
El camino a la hermandad Pistas para volver a casa (2014) es la segunda película dirigida por Jazmín Stuart, quien anteriormente había escrito y dirigido junto a Juan Pablo Martínez, el largometraje Desmadre (2011). Dina (Erica Rivas), trabaja en el turno noche de una lavandería; vive sola, es devota y fuma sin parar, además de no tener absolutamente ningún reparo en cuidar o al menos mantener prolija su apariencia. Ella tiene un hermano, Pascual (Juan Minujín), también cuarentón, desempleado, separado y a cargo de sus dos hijos. La situación económica de Pascual roza las penumbras al punto de tener que acudir a una vecina bastante mayor que oficia de niñera ocasional a cambio de sexo. Unidos por sangre, Dina y Pascual no parecen tener mayor vínculo que el genético; no se visitan, hablan poco, Dina prácticamente no conoce a sus sobrinos, ninguno sabe nada sobre la vida del otro, etc, etc, etc. Lo único que tienen en común es el hecho de haber sido bautizados con nombres de cantantes italianos de los sesenta, y el no saber absolutamente nada sobre su madre, quien los abandonó cuando eran pequeños. Un buen o mal día, se enteran que su padre (Hugo Arana) emprende un viaje para buscar a su antigua esposa, pero la travesía termina en un accidente que lo deja casi postrado en un hospital de un pueblo a 300 km de Buenos Aires. A partir de este hecho, los hermanos deben acudir a dicho sitio para visitar a su progenitor, y para intentar comprender el por qué del motivo de esta búsqueda tardía. En el medio, el jefe del clan les comenta sobre un dinero que ganó en apuestas, y que escondió en un bosque, pero el problema es que no recuerda en que parte del bosque realizó esto. ¿Cómo descifrar esta cuestión? Pues Dina y Pascual atando cabos se enteran que la noche antes del accidente, su padre se comunicó por teléfono con la mamá de ambos, y le dio instrucciones de cómo encontrar el dinero. Todos los caminos llevan a estos distanciados hermanos a buscar a su madre, con el sólo fin de obtener ese dato puntual. El eje de la búsqueda por las pistas que los guían hacia el “tesoro” va mutando a medida que tanto los protagonistas como los espectadores van conociendo datos y secretos sobre la historia de esta familia disfuncional. Además el trayecto a recorrer se hace cada vez más pesado y denso, en parte por las precarias condiciones del Renault 12 de Dina, y en parte porque dos personas que jamás forjaron vínculos, se ven obligadas a compartir varios días juntos. La ansiedad se hace presente y con ella, los reproches, y la intensidad de las discusiones. Stuart cuida y evita caer en lugares comunes o exagerados, logrando generar desde rabia -a cargo de Érica Rivas- a emoción genuina, en esa transición hacia un proceso de perdón y maduración que los hermanos experimentan luego de sacar a la luz sus peores miserias. Sin embargo lo que el film mejor plasma es el concepto de aceptación; sólo una vez que Pascual y Dina pueden aceptar sus diferencias, hablar sobre el rencor almacenado, y admitir errores y fracasos, pueden desprenderse de años de quejas y liberarse para volver a compartir simples momentos -como tomar helado juntos- en armonía, y con su hermandad como máximo tesoro.
En el cine como en la vida misma Life itself, o Al cine como amor, nefasto título local, nos presenta el nacimiento, desarollo y fama de Roger Ebert, uno de los críticos de cine más famosos a nivel mundial. Cualquiera crería que tratándose de un film sobre un crítico de cine, dicha producción por más biopic que intente ser, incluiría a la gran estrella: la crítica; pero no. Su director, Steve James incluye fragmentos de críticas de películas como Bonnie and Clyde, la polémica Blue Velvet, o Toro Salvaje que se yuxtaponen con escenas y planos de los films en cuestión, pero no aborda directamente los textos producidos por el crítico, ni su visión global del cine. Un poco antes, James narra los comienzos de un joven Ebert, como columnista del Chicago Sun Times, miembro de ese grupo de escritores alcóholicos, fumadores, noctámbulos, pero en el fondo solitarios; aclarando que no fue él quien pujó por un puesto como crítico de cine, sino que tal plaza estaba vacante y se la ofrecieron aún sin tener demasiado conocimiento, ni habilidades argumentativas en lo referente a la crítica cinematográfica. Sin embargo la simpleza y sencillez con que Ebert logró plasmar sus ideas, sumando los famosísimos pulgares arriba, pulgares abajo que se encargó de popularizar, le valdrían el reconocimiento local, al punto de luego convertirse junto a su archi némesis, Gene Siskel, en presentadores de cine de un programa de tv local durante el prime time. De cierta forma, por más que hoy lo recordemos como un crítico de cine, en realidad en su momento de auge, muchos lo consideraban tanto a él como a Siskel, como comentaristas televisivos, ya que las verdaderas figuras que encarnaban la crítica eran Pauline Kael, Andrew Sarris, Susan Sontag; todos con una formación diferente, y un poder análitico plagado de erudicción, que en las figuras de tv, si bien estaba presente, se notaba cierta precariedad. Admitiendo estas diferencias, Ebert aceptó estar en la vereda de enfrente, y la guerra estuvo prácticamente declarada; al mismo tiempo que él se autodefinió como un “populista”. Alternando testimonios de figuras como Scorsese y Herzog, en Al cine con Amor, vemos grandes momentos de truinfo en la vida de Ebert pasando por la obtención de su premio Pulitzer, hasta su casamiento a los cincuenta años; para luego llegar a la etapa más difícil de su vida: la lucha contra un cáncer que finalmente le ganó la batalla por su vida en 2013. Simple y melancólica, Life Itself sería una gran biopic, si no apuntara al golpe bajo, ayudado de una repetitiva exhibición del cuerpo -particularmente la mandíbula de Ebert- en sus momentos finales. Algo totalmente innecesario, si pensamos que durante su juventud y su vida en general, este personaje siempre manifestó sus ganas de mostrar su mejor imagen posible, independientemente de enfermedades o abusos alcohólicos.
Crónica de una muerte anunciada El patrón, radiografía de un crimen es la primera película de ficción del hasta ahora documentalista Sebastián Schindel (realizador de Mundo Alas, Rerum Novarum, entre otras) y cabe destacar que en el film se nota su mirada documental. Tal como el título lo indica, esta película es la radiografía, la exposición de un crimen, donde se comienza por el momento en el que el crimen ya fue realizado, y se va alternando el relato entre el presente del asesino y el pasado, para así explicar que lo llevó a cometer tal hecho, que recordemos, ocurrió en nuestro país en la década del ochenta. El sueño (sud)americano Schindel nos presenta a Hermógenes Saldivar (Joaquín Furriel), un hombre de unos treinta y pico de años que llega desde Santiago del Estero a Buenos Aires junto a su esposa Gladis (Monica Lairana) en busca de mejores oportunidades laborales. Allí empieza a trabajar en una carnicería como ayudante pero al poco tiempo lo trasladan a otra carnicería para que sea el encargado y único carnicero. ¿Quién decide esto? Latuada, su patrón (Luis Ziembrowski), que oficia de cuatrero mafioso, dueño de varias “sucursales” en las que para ahorrar dinero, compra carne fresca y la mezcla con otra que está a punto de podrirse, llegando al punto de incluso comprar/robar carne que bromatología decomisa justamente por mal estado. Descomposición moral Así el patrón se mueve impunemente por la vida, transando, negociando o simplemente matoneando a quien se interponga en sus negocios y en el medio está Hermógenes que por medio de Latuada y su secuaz (Germán de Silva) va conociendo los trucos para conservar e ir maquillando la mercancía menos fresca, para que se vea y huela -gracias a ciertos productos de limpieza- como carne en buen estado. Tales trucos obligan a Hermógenes a silenciar sus principios y su moral para así poder conservar su vivienda y su trabajo, ya que dicho personaje aclara reiteradas veces que es inapto (inepto) para cualquier trabajo más formal, tal como el gobierno provincial lo etiquetó al momento de alistarse para el servicio militar. De esta forma, la vida del protagonista y su esposa -quien comienza a trabajar como mucama en la casa de Latuada- se va complicando cada vez más: primero por las presiones y maltratos del patrón y luego por las quejas de los vecinos sobre el estado de los alimentos. Hermógenes es por naturaleza pasivo, calmo, callado, pero Gladis -que está embarazada- no y es ella quien intenta que él “abra los ojos” y decida irse nuevamente a su provincia, ya que tal como le explica, no pueden soportar ese maltrato ni seguir intoxicando a los vecinos, para mantener la explotación humillante disfrazada de trabajo que ambos están padeciendo. Tanto directa como indirectamente Schindel nos muestra y narra que al igual que la carne, la integridad de los hombres, de algunos hombres, se va deteriorando, descomponiendo y contaminando todo a su alrededor, en el afán por el poder. Ese mismo poder, que a veces nos da la ilusión de ser mejores que otros y por ende, tener el derecho de maltratar y ejercer violencia -tanto verbal como física- frente a personas que objetivamos al punto de tratarlos como esclavizables. Las fallas del sistema El final ya lo sabemos: un día Latuada insiste para que Santiago -así es como el patrón llama a Furriel- venda la carne putrefacta que obtuvo de bromatología, sin importarle las consecuencias sanitarias que esto pueda causar. Ese es el límite de Hermógenes, y ese es el fin de la tiranía regenteada por el patrón. Entre flashbacks y flashforwards, vemos al santiageño someterse al proceso judicial por el asesinato, a la vez que reitera que debe pagar por el pecado mortal que cometió. Hermógenes no tiene recursos para contratar un abogado, por lo que el Estado le designa un defensor público, que por supuesto no hace ni el más mínimo esfuerzo en defenderlo porque…bueno porque es un cliente que no paga, simplemente por eso. Mediante algunos favores judiciales, Marcelo Di Giovanni (Guillermo Pfening) toma el caso y poco a poco se interioriza en la cruda realidad que este joven y los suyos, afrontan, donde no sólo los derechos laborales están vulnerados, sino también los derechos de cada ser humano. En definitiva, el film de Sebastián Schindel es una excelente e impactante historia sobre la explotación y la corrupción que tristemente aún en nuestros días se repite y que además pone en evidencia una vez más a un sistema judicial que falla en la contención y defensa de los que menos recursos tienen. Sin caer en facilismos ni lugares comunes que apelen al golpe bajo, las actuaciones son espectaculares destacándose el rol de Furriel y su maravillosa caracterización que transmite a la perfección lo que siente y lo que sufre Hermógenes Saldivar.
Humanizando al líder Durante 1965 en Selma, Alabama, Martín Luther King Jr. (encarnado aquí por David Oyelowo) encabezó el movimiento pacífico abogando por los derechos civiles de los afroamericanos (teóricamente por legislación podían votar, pero en la práctica sufrían violencia tanto institucional como física al intentar empadronarse). Frente a este escenario no sólo de segregación, sino de muerte y de falta de contención política y judicial, las marchas son el único recurso posible para King y sus seguidores ante tantas fuerzas racistas que no sólo atentan contra ellos, sino también contra los blancos que avalan el voto negro. Desgarradora por tratarse de hechos e injusticias verdaderamente acontecidos, las mayores virtudes de Selma residen en evitar el golpe bajo y el deleite morboso al que nos tienen acostumbrados películas de reivindicación social como la reciente 12 Years a Slave por un lado, y por el otro, en centrarse en un acontecimiento en particular, como es el caso de la mítica marcha de Selma a Montgomery, en un contexto donde el asesinato de Kennedy aún es reciente y Johnson no quiere cometer riesgos que le valgan la presidencia, evitando así narrar brevemente la vida completa de King. Otro mérito no menor es el guión a cargo de Paul Webb, quien logra dar un panorama general de la nefasta situación, sin apelar al sentimentalismo por el sentimentalismo vacío, y dota a King de imperfecciones tanto ideológicas como familiares, dudas y contradicciones; algo poco usual alrededor de ciertas figuras humanísticas enaltecidas socialmente. Sin embargo, por más que este técnicamente bien realizada, Selma se asemeja más a un telefilm que al tipo de producciones nominadas este año al Óscar, ahora bien: ¿por qué se le dio tanta atención a esta película incluso antes de su nominación a este premio? Por un lado fue por el contexto, y no hablo del contexto narrado situado en 1965, sino de 2014: policías blanco persiguiendo, golpeando y matando a jóvenes negros, pero no en Selma, sino en Ferguson ¿un hecho pasado o presente? Un poco por eso, y un poco por la corrección política que le encanta a la Academia de Hollywood y a USA en general, Selma causó tanto revuelo. Por otro lado pudo deberse a la prehistórica idea de que si uno hace una crítica negativa sobre el film, está en contra de la igualdad de derechos. Nada más lejano a la realidad, ya que al menos yo, prefiero la igualdad de derechos práctica, en la vida cotidiana, y no un trofeo dorado como premio consuelo, mientras una persona es golpeada ferozmente en las calles por tener un color de piel distinto a otro.
La velocidad funda el olvido En el marco del 29 Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata se exhibió este fin de semana la película Birdman, de Alejandro González Iñárritu dentro de la sección AUTORES. Riggan Thompson (Michael Keaton) es un actor que durante los años noventa se hizo famoso como Birdman, un superhéroe que obtenía su energía del sol, y que le permitió realizar tres films sobre su historia. En la actualidad Riggan aún continúa intentando despegarse de aquello que fue, y busca ser respetado como artista y no como un mero personaje. Para ello prepara la adaptación para Broadway de De que hablamos cuando hablamos de amor, de Raymond Carver, ya que cree que así logrará afirmarse como un gran actor multifacético y además como director teatral. En ese camino hacia lo que a primeras luces generaría trascendencia para Riggan habrá incontables obctáculos: un actor mediocre que se lesiona y demanda a la producción, un Edward Norton con ego agigantado que se dedica a indicarle al director lo que debe hacer (su fama en la vida real lo precede), histerias románticas durante los ensayos, etc, etc, etc. Pero eso no es todo, Birdman como tal también está presente en todo momento, como una voz interior que altera y exaspera a Riggan en los peores momentos, mientras le dice que lo único real es él, el pasado como Birdman y el inminente regreso al que Thompson se niega por realizar proyectos teatrales snobs. De esta forma podría pensarse que Birdman en realidad puede reducirse a narrar las carreras y trayectorias por un lado de Keaton y por otro del propio Iñárritu. Del primero cabe recordarse que desde 1989 y durante un par años alcanzó la fama internacional al encarnar a Batman en los films dirigidos por Tim Burton, en una suerte de regreso del mundo de los superhéroes al cine, para luego abandonar al personaje y desaparecer de la mirada pública. De hecho en una escena memorable, mientras Riggan mira televisión en su camarín, ve una entrevista a Robert Downey Jr. durante una presentación del nuevo film de Iron Man, y Birdamn dice que “esos bastardos no serían nadie sin nosotros. Nosotros fuimos los pioneros, y ahora todos nos olvidan “, mientras que en otra gran escena, productor y director buscan un nuevo actor para que co protagonice la película, y se dan cuenta que sus 4-5 primeras opciones no están disponibles por encontrarse en rodajes de films ya sean secuelas, precuelas, etc sobre SUPERHÉROES ! Entonces podríamos tomar Birdman como el padecimiento en primera persona de Keaton por ese personaje que fue, y Birdman como el nuevo renacer -estético- en la carrera cinematógráfica de Iñárritu, ya que esta película vendría a funcionar como su producción más entretenida, y “liviana” si la comparamos como los típicos dramas grises cargados de miserias que suele dirigir. Birdman puede tomarse como el re lanzamiento del realizador en géneros que ya conoce pero con una nueva perspectiva y forma de filmar. Lo único criticable resulta esa necesidad constante de explicar todo lo que va a ocurrir, así como también todo lo que todos los personajes sienten, piensan, demuestran, ya que eso quita fuerza al relato, y al agobio que el protagonista experimenta. En mi humilde opinión, lo mejor que Birdman ofrece es su forma de filmación: realizada como si fuera un solo plano secuencia continuo -con algunas escenas sueltas al principio y fin- de dos horas que dan la sensación de encierro, de laberinto mental, tal como el que Keaton padece en su encrucijada personal. Naomi Watts, Zach Galifianakis y Emma Stone completan el elenco principal de este drama personal que en líneas generales aborda el tema de la fama, la moda de superproducciones sobre comics, el paso del tiempo y la angustia agobiante que las personas sentimos al notar que fuimos o seremos olvidadas.
St. Vincent es Bill Murray, tal vez uno de los pocos actores amados y aclamados tanto por la crítica, y los colegas como por los espectadores; básicamente porque partió desde roles mínimos, siendo un actor mínimo y se transformó en BILL MURRAY, con mayúsculas. St. Vincent también es un veterano de Vietnam venido a menos, cuya vida se basa en apuestas en el hipódromo local, alcohol y sexo casual con Daka, una prostituta rusa interpretada una Naomi Watts con un divertido acento. La otra gran ocupación de Vincent es ser un gruñón y odiar; odiar a cualquier ser humano y fundamentalmente odiar todo, excepto a su gato y a su auto y preocuparse sólo por sí mismo, o al menos eso parece superficialmente. Un buen día, mudanza accidentada mediante, Vincent se cruza con Maggie (Melissa McCarthy, actriz de comedia que participó de la serie Mike & Molly y más atrás en el tiempo, se ganó nuestros corazones con su papel en Gilmore Girls), y su hijo de diez años Oliver (Jaeden Lieberher), sus nuevos vecinos. Ella, recién divorciada se convierte en el único sustento familiar, por lo que debe trabajar horas extras en el hospital donde se desempeña como radióloga. Es ante esta situación de sobre-ocupación y poco tiempo para ver a su hijo, que acepta la propuesta de Vincent: cuidar a su hijo a cambio de algunos dólares por hora mientras ella no está en casa. Al pasar más tiempo con el pequeño, nuestro veterano de guerra ve y se da cuenta que el chico no la está pasando nada bien en la nueva cuidad: sus compañeros de colegio le roban la billetera y el celular, lo golpean y se mofan de él por sus pocas habilidades deportivas. En situaciones muy Bill Murray met About a Boy and Charlie Sheen en Two and a half men, Vincent ayuda y le enseña al pequeño a defendersey a golpear con fuerza, así como también le enseña el valor del trabajo al obligarlo a podar un jardín totalmente seco sin césped. De esta forma la película va virando, y el particular lazo que van formando se convierte en el foco de todo; a la vez que el pequeño nos enseña que todos tenemos algo de bueno, malo, feo y miserable con que cargar en nuestra existencia. Con referencias claras a Alexander Payne, y tal vez la más obvia a Gran Torino de Clint Eastwood, Theodore Melfi logra con St. Vincent un pequeño gran film con varios momentos épicos (el baile de Somebody to love, y el cierre con Shelter from the storm a la cabeza) , que en general se mueve en el terreno de la comedia ácida y amarga pero también brinda escenas de reflexión y hasta de ternura que parecen rozar hacia el final lo políticamente correcto o ultra moralista, pero que gracias a las virtudes de Melfi, logra dar el volantazo a tiempo para evitar estos lugares comunes.En definitiva St Vincent nos cuenta lo que ya sabíamos, que Bill Murray es en el campo actoral lo más cercano a Dios que tenemos, y por ello Melfi lo homenajea y santifica.
En el año 2007, la Hammer Films, clásica productora de terror británica volvió a su rol luego de casi medio siglo de inactividad. Un par de años después, hacia 2012 desarrollaron The Woman in Black, teóricamente la antecesora de este film, que supo tener a Daniel Radcliffe, nuestro mago favorito, como protagonista. Hablo de teóricamente antecesora, porque en La dama de negro 2, no hay mención alguna a la historia de la producción anterior, ni a su protagonista, y ni siquiera el pueblo es el mismo, por más que la mansión donde ocurren la mayoría de los acontecimientos sí lo sea. James Watkins, quien dirigió la primera realización, cedió la silla de director a Tom Harper –cabeza detrás de series como “Peaky Blinders”, “This is England 86” y “Misfits”-. La historia ahora se sitúa varias décadas más adelante en plena guerra, con un escenario que muestra bombardeos alemanes sobre una Londres devastada. Ante estos hechos, y las constantes amenazas de nuevos ataques, un grupo de niños logra ser evacuado y llevado fuera de la ciudad, con la ayuda de la joven docente Eve Parkins (Phoebe Fox) y la directora escolar Jean Hogg (Helen McCrory). El destino dirige a este grupo hacia Eel Marsh, antigua mansión abandonada que vimos en el primer film. Lo que en primera instancia parecía ser el refugio ideal, resulta no ser tan tranquilo como las maestras pensaban y poco a poco van notando que alguien más habita la casa. Los accidentes se suceden junto con las desapariciones y la vida de los pocos niños que van quedando, peligra cada vez más; mientras que Eve descubre que el ser que aparece por las noches, se empeña con algo de ella y de su historia personal. La protagonista tiene ayuda del piloto Harry Burnstow (Jeremy Irvine) y eso la lleva a conocer la historia de Nathaniel Drablow y su madre Jennet Humpfrye, la vengativa figura fantasmal que da título al film. Sin embargo nada de esto aporta terror a una película que resulta aburrida y vacía por donde se la mire; ya que hay muy poca acción, sin mencionar un abuso de efectos sonoros que intentan aportar suspenso a esta fallida producción.
Shut up and play Whiplash, el nuevo film de Damien Chazelle, joven director que aún no llega a los treinta años, pero que viene brindándonos producciones más que interesantes, arrasó en el festival de Sundance del año pasado, estuvo presente en la Quincena de realizadores de Cannes, y recientemente obtuvo cinco nominaciones a los premios Oscar. Pero Whiplash es mucho más que un film con una buena cosecha de premios. Whiplash es una historia tan poderosa y tan desgarradora, que aún en la pasividad de nuestras butacas de cine, logra estremecernos y sentir que podemos desvanecernos junto con el éxito del protagonista. Andrew Neyman (encarnado por el talentosísimo Miles Teller) es un joven baterista de diecinueve años que ingresa a un prestigioso conservatorio newyorkino. Allí los grupos tienen distintos “niveles”, y la máxima aspiración de Andrew es formar parte de la orquesta de jazz de Terrance Fletcher (J.K Simmons) para luego trascender en la historia de la música, como el mejor baterista jamás recordado. Sí, a tal punto Neyman se obsesiona con la grandeza, y esto en parte se debe a su historia familiar: tener un padre (Paul Reiser) que ignora todos sus logros y que siempre lo pone a la sombra del talento de otros. Con esfuerzo y perseverancia –cualidades que se resaltan en el film- Andrew ingresa a la banda de Fletcher, pero contantemente debe buscar la aprobación de éste, y medirse con otros bateristas para poder permanecer en el equipo. Mientras que el docente, a través de métodos poco ortodoxos –pero bastante comunes en estas escuela artísticas estilo Julliard- y para nada pedagógicos, presiona y exige al máximo a cada uno de sus músicos, para así quedarse con lo que verdaderamente resistan esto, y aspiren sólo a la excelencia en vez de caer en el conformismo de un “buen trabajo” que la media mediocre acepta. De esta forma, Andrew va paulatinamente modificando su comportamiento para abandonar la timidez y pasividad inicial, y así dar paso a la irritabilidad y obsesión patológica por ser el mejor, y encontrar en Fletcher aquel gesto aprobatorio que su propio padre jamás le brindó. Se interpretan una y otra vez las partituras de Whiplash de Hank Levy, y Caravan de Duke Ellington, próceres del género musical, pero en cada nueva ejecución, seremos testigos de la degradación que lleva a Neyman a desestabilizarse y a sangrar por dentro y por fuera. Con tomas aéreas, planos contrapicados, planos detalle de cada instrumento y planos cerrados que capturan la desesperación por lograr el perfecto repiqueteo de platillos, a la vez que muestran la pasión desbordante de Andrew y el resto de la banda por la música en general y el jazz en particular, Whiplash resulta una experiencia única en su género, que cautiva a todas las audiencias.