Los escritores marmóreos. La literatura abre todas las posibilidades del lenguaje para construir la percepción en tanto que comprensión corporal de la experiencia. Se Acabó la Épica es el último documental de la directora Matilde Michanie y se centra en la obra de Néstor Sánchez, un escritor de novelas experimentales y extravagantes incomprendido en su época, cuya producción de centraba en la épica intima y personal. La idea narrativa del documental es presentar las dos facetas principales, por un lado, Néstor Sánchez, el hombre con su vida, su cronología, sus pasiones y su devenir vagabundo. Por otro lado, surge la biografía literaria, con sus obras (recientemente reeditadas), la construcción de un estilo y una épica poética sumamente particular sobre la cotidianeidad. Para abordar el primero de los ejes, Michanie entrevista al hijo y al hermano de Sánchez para construir una sucesión de acontecimientos que conducen al autor de Nosotros Dos y Siberia Blues a abandonar a su familia e iniciar un viaje errático hacia Estados Unidos por una beca que nunca completa, y hacia Lima y Caracas siguiendo a los epígonos de las ideas y los métodos de trascendencia de la consciencia del maestro espiritual George Ivanovich Gurdjieff, para finalmente emprender un viaje a Europa para adentrarse en el mundo editorial de la mano de los elogios de Julio Cortázar a su incipiente obra. En función de esta fama editorial y de las traducciones al francés de su primera novela y de la extraordinaria Cómico de la Lengua, y la polémica por el carácter original de su obra, un vacío existencial que lo asediaba desde hacía tiempo se apodera de él y lo conduce cada vez más hacia un abismo que lo devora junto a su obra. La construcción de esta épica ficcional que transforma pero también trasciende la vida diaria es una ruptura con una visión tradicional de la experiencia que lo lleva a buscar una forma nueva de expresión para sus vivencias íntimas. A partir de entrevistas a su ex pareja y a varios colegas que lo sobreviven, Michanie rastrea el origen y el devenir de su necesidad trashumante, que al igual que su estilo literario se funda en una forma de relatar a partir de movimientos corporales basados en estilos y obras musicales, particularmente en la sensualidad y gracia del tango y la pasión e improvisación acompasada del jazz. La obra literaria de alguna manera destruye o consume la energía del hombre y del escritor de El Amhor, los Orsinis y la Muerte, conduciéndolo hacia la oscuridad, donde la única posibilidad de coherencia se centra en los caóticos relatos del diario de su recorrido por las inestables calles de Nueva York en los años ochenta -reunidos en La Condición Efímera- para concluir su vida literaria en los apuntes de su psicóloga, como una nota al pie o un análisis de crítica literaria. Todas sus facetas confluyen a la vez que se escinden para dejar paso al fin de su épica y su imposibilidad de narrar experiencias.
Los insondables caminos de la justicia. ¿Cuánta humillación y maltrato es capaz de soportar un ser humano? Es una de las cuestiones principales que subyacen en la construcción estética bajo el primer largometraje de ficción de Sebastián Schindel, basado en un caso policial real ocurrido hace unos años. El Patrón: Radiografía de un Crimen es, en este sentido, realmente la radiográfica de un acto criminal desde todas sus facetas. La película pone al espectador ante un proceso que exhibe las falencias de un sistema judicial que castiga a los ciudadanos con menos recursos y educación por no tener los medios para solventar un buen abogado. El calvario de Hermógenes (Joaquín Furriel) se remonta a sus orígenes en Santiago del Estero cuando es calificado por el gobierno provincial como inepto, lo cual lo deja afuera de muchas faenas y del servicio militar. Sin trabajo y sin perspectivas, viaja con su pareja Gladys a Buenos Aires, donde consigue trabajo en una carnicería. Allí se abre camino aprendiendo tareas bromatológicamente perniciosas y trabajando en condiciones insalubres y peligrosas hasta convertirse en el encargado de uno de los locales de venta de carne del inmoral empresario Latuada (Luis Ziembrowski) Imputado por el asesinato de Latuada, Hermógenes se somete al proceso judicial sin esperanza y con la certeza de que ha cometido un pecado mortal por el que debe ser castigado. Tras un intercambio de favores con Nora, la secretaria del juzgado, para acelerar una extradición, el abogado Marcelo Di Giovanni (Guillermo Pfening) toma el caso y de a poco se convence de la necesidad de ayudar a este joven trabajador esclavizado y humillado por su empleador. La actuación de Joaquín Furriel, como un hombre humilde y sumiso que solo sabe recibir órdenes y espera una recompensa de su patrón, es extraordinaria y demuestra la capacidad del versátil actor, pero el gran protagonista de la película es el excelente trabajo de cámara que retrata la vida de los migrantes de las provincias en Buenos Aires y los abusos ilegales e inmorales a los que los empresarios someten a sus empleados y a los consumidores a costa de su salud. El ojo de Sebastián Schindel (El Rascacielos Latino, 2012) filma como si la película fuera un documental acercándose a los actores hasta conseguir la toma perfecta y así avanza en una historia sobre la explotación y sus consecuencias que indaga en los recovecos del sistema judicial y de la idiosincrasia argentina, que necesita de algunos favores y algún que otro empujón para actuar ante la injusticia. De esta manera, El Patrón: Radiografía de un Crimen logra transformarse en una obra sobre nuestra cultura a partir del funcionamiento tanto del sistema judicial como de nuestros valores, saturados por la incomunicación masiva.
La odisea crítica. La crítica cinematográfica es una mediación entre la obra y el público, pero también un mecanismo de moldear la mirada y la apreciación artística. En los tiempos que corren, los medios de comunicación tradicionales son cada vez más obsoletos, abusando de forma patética de la publicidad y abandonando todo contenido de calidad. La proliferación de Internet, que permite la creación gratuita de blogs, ha convertido además a los medios en objetos de consumo prescindibles y hasta innecesarios, ya faltos de credibilidad y aquiescencia entre un público cada vez más escindido y fraccionado en segmentos inestables. Al Cine con Amor es un documental sobre la vida del famoso crítico cinematográfico norteamericano, Roger Ebert. A partir de entrevistas a allegados, colegas, amigos, familia y material de archivo, el director Steve James reconstruye el periplo de Ebert por la prensa universitaria hasta llegar al periódico Chicago Sun Times, donde se convirtió rápidamente en crítico cinematográfico desarrollando un estilo propio y original que le valió el premio Pulitzer en 1975. En ese mismo año se vuelca también a la crítica cinematográfica televisiva uniéndose tres años más tarde con su colega Gene Siskel, transformando los cánones y el estilo de la crítica audiovisual introduciendo un lenguaje más coloquial que buscaba identificar al público con el discurso. La obra de James es en realidad dos películas integradas e inescindibles. Por un lado es una toma de posición de Ebert con respecto al estado de la crítica en la actualidad, ya que más que ser el protagonista es el artífice de la historia, y por otro lado es también un homenaje al crítico como formador de un gusto estético. Ambos abordajes prefiguran el mapa de una cuestión en constante transformación que aún no se sabe hacia dónde va encaminada. El documental resalta la defensa de las películas de los directores del nuevo cine alemán, especialmente de Werner Herzog -quien le dedica unas palabras de agradecimiento a Ebert en una compilación de entrevistas a cargo de Will Cronin, de reciente edición en Argentina- y del cine de Ingmar Bergman, los comienzos de un prometedor director como Martin Scorsese y de otros jóvenes y talentosos realizadores actuales como Ramin Bahrani y Ava DuVernay. Al Cine con Amor tampoco es condescendiente, y a pesar de que se centra en la trayectoria de Ebert, incluye entrevistas a detractores y polemiza con otros estilos de crítica cinematográfica. Ahora que Ebert es un icono y su figura ha pasado a los anales de la historia, nos queda continuar con la labor crítica cuestionándola y buscando comprender hacia dónde va el cine y hacia dónde va la crítica con criterios claros e ideas flexibles pero concisas, que nos permitan un análisis honesto y una conexión con el público.
Mimesis enajenada. La sociedad del espectáculo pretende generar un negocio a partir del entretenimiento mientras que el arte aspira a transformar la vida, cambiar la percepción y crear una combinación de elementos que trastoque el entramado social. Contrapuesto al arte, el espectáculo es la repetición de lo mismo una y otra vez reciclado, es la reproducción de nuestra vacuidad sin ningún significado, con el solo fin de vivir en una inacción apática seudo hedonista esperando que nuestro tiempo se acabe y nada cambie. Birdman (2014), la última película del guionista y director mexicano Alejandro González Iñárritu, marca un abandono absoluto de las características sociales solemnes de su reconocido estilo realista para dar lugar a una obra enajenada, intempestiva, fuera de control, imbuida de un atípico ritmo de fanfarria a través de una percusión corrosiva e incómoda que cuestiona el mundo del espectáculo y sus pretensiones artísticas a través de la puesta en escena de una obra de teatro basada en un cuento de Raymond Carver, What We Talk About When We Talk About Love. Durante los ensayos y los pre estrenos de la adaptación de la obra de Carver, el actor, director y productor de la obra, Riggan Thomson (Michael Keaton), es acosado por dudas existenciales respecto de su calidad como actor, la importancia del arte como medio de comunicación social, la necesidad de trascendencia en un ámbito con tanta exposición y el significado de la mimesis como forma de expresión. Casi al borde de un ataque esquizofrénico y del realismo mágico, Riggan es atormentado por la sombra de uno de sus alter egos, Birdman, un personaje al que interpretó a principios de la década del noventa, que fue un éxito de taquilla en su época y la cima de su carrera. Como una alusión a la saga de Batman dirigida por Tim Burton y personificada por Keaton, el personaje de Birdman ataca las pretensiones estéticas de Riggan y lo estimula a retomar al superhéroe y las superproducciones cinematográficas, mientras el susodicho lucha en una batalla desigual por sostener sus convicciones y dejar una huella a pesar de las crisis de presupuesto y la conflictividad de los actores de la obra. La ofensiva de Birdman contra la actual saturación de adaptaciones más o menos aceptables de comics de superhéroes es brillante y lúcida, enfatizando la relación entre el carácter de espectáculo de estas obras, las necesidades de expansión, el fetichismo de la industria cultural y la demanda y oferta de deseo insatisfecho por parte de la lamentable publicidad contemporánea, a través de los análisis intelectuales del filósofo y semiólogo estructuralista francés Roland Barthes y los perspicaces diálogos respecto de la presumida importancia de las efímeras y morbosas redes sociales. El extraordinario guión de Iñárritu, Alexander Dinelaris y los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone (autores de El Último Elvis, 2012) no solo crea una oposición dialéctica entre la ficción y la realidad y la necesidad de su unificación en la vida, como planteaban las vanguardias en sus obras y sus provocadores manifiestos a principios del Siglo XX, sino que agrega la puesta en jaque del rol de la crítica y la necesidad de aprobación del inestable teatro independiente, y la introducción de elementos fantásticos que funcionan como dispositivo cínico para ironizar y escarnecer las recientes películas de superhéroes y la industria cultural por su miopía estética. Birdman adapta de esta manera las reglas del arte a su propuesta y propone un drama existencial elevado por la calidad de las interpretaciones de Michael Keaton, Edward Norton, Naomi Watts, Emma Stone, Andrea Riseborough, Amy Ryan y Lindsay Duncan, para devolvernos la esperanza de que la fantasía y la realidad se unan para despertarnos de esta somnolencia cinematográfica y reconstruir la posibilidad de seguir soñando despiertos con nuevas historias e imágenes.
La pandilla salvaje. La segunda película de Bob Esponja, el dibujo animado distribuido por Nickelodeon, es una especie de cuento de hadas combinado con un relato de piratas. La película se centra, al igual que la serie animada, en los constantes intentos de Plankton, la competencia de Mr. Krabs, de robar la receta secreta con la que Bob Esponja cocina las adictivas hamburguesas -en el local del avaro cangrejo capitalista- para toda la comunidad marina de Bikini Bottom. Siguiendo los pasos de la exitosa ¿Quién Engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit?, 1988) de Robert Zemeckis, la cual mezcló actores de carne y hueso con personajes animados, Bob Esponja: Un Héroe fuera del Agua construye una historia que lleva a la esponja marina hacia viajes en el tiempo y alucinaciones psicodélicas que por momentos parecen sacadas de escenas de la serie animada La Pantera Rosa. Esta nueva entrega del ocurrente director Paul Tibbitt tiene como protagonista a Antonio Banderas e incluye escenas de animación computarizadas para agregar un componente que juega con las actuales películas de superhéroes, pero más cerca de la burla caústica de South Park que del homenaje al género. Pero en medio de esta serie de referencias, la más influyente, interesante y valiosa es a La Pandilla Salvaje (The Wild Bunch, 1969), de Sam Peckinpah. Bob Esponja se debate en todo momento entre traiciones y decisiones respecto de la verdad que le enajenaran a sus amigos, en una huída que es en realidad la búsqueda de la salvación de su ciudad y su comunidad del caos que amenaza con destruir el tejido social. En un cuestionamiento absoluto de los roles de héroe y villano, en el que solo se sostiene como una especie de héroe inocente -al borde de una idiotez entrañable- Bob Esponja, los personajes incurren en atrocidades, purgas y torturas con el afán de encontrar su lugar en un Bikini Bottom postapocalíptico donde las hamburguesas ya no existen. Además de los extraordinarios homenajes, la película de Tibbitt logra generar grandes momentos de humor que se suceden uno tras otro a través de gags, chistes, escenas inesperadas y comentarios burlescos que con gran cuidado plantean interesantes ideas sobre la sociedad, las relaciones sociales, el poder y el dinero. De esta forma, el mundo imaginario de Bob Esponja renueva la fantasía de los dibujos animados que se atrevían a introducir características estéticas psicodélicas e imprevistas que surgían y desaparecían para dar lugar a nuevas representaciones, recordándonos las graciosas y educativas fábulas de antaño en las que todo era posible. El regreso de la esponja marina descartable es una gran noticia y por suerte su sueño grasiento y su necesidad de aventuras siguen intactos.
La cosecha del tiempo. La ciencia ficción siempre ha sido un género complejo para los directores con un destino esquivo e imprevisible. Algunas películas que fracasaron en la taquilla en su momento se han convertido en obras de culto muchos años después para un público fiel, mientras que grandes éxitos han sido olvidados en el desierto de las novedades fatuas. Siempre fieles a sus presuntuosas ideas, el derrotero de los hermanos Wachowski ha sido caótico como sus películas, mezclando la resonante aparición de su primer gran éxito, Matrix (The Matrix, 1999), con las inferiores y decepcionantes secuelas de la misma (The Matrix Reloaded, 2003 y The Matrix Revolutions, 2003), la ridícula Meteoro (Speed Racer, 2008) y la fallida Cloud Atlas (2012). Cada nuevo film del dúo es una superproducción que suscita mucha expectativa y que desgraciadamente siempre defrauda al espectador. A pesar de los enormes errores en los guiones producto de la falta de desarrollo filosófico de las ideas, sus opus siempre logran generar polémica por el debate implícito en las concepciones o el incuestionable riesgo que implica el atreverse a lanzarlas al mercado. En este caso, El Destino de Júpiter (Jupiter Ascending, 2015) reúne características de la ciencia ficción, los relatos fantásticos, los cuentos de hadas y hasta de la tragedia griega para proponer nuevamente, al igual que en Matrix y Cloud Atlas, una idea apocalíptica y ecologista sobre el destino de la humanidad. Júpiter Jones (Mila Kunis) es una joven de origen ruso que trabaja limpiando baños en Estados Unidos a pesar de los presagios de grandeza que le vaticina su ascendencia astrológica. Su vida ordinaria se ve trastocada cuando descubre que es la reencarnación de la regente de la casa de Abrasax, una dinastía de otra galaxia que posee el título de propiedad de la tierra. Cada uno de los herederos la busca por sus mezquinas razones imperiales para influir sobre el destino del planeta y del universo entero, destacándose el carácter atrabiliario de Balem (Eddie Redmayne). En su desarrollo filosófico que parece un devaneo, El Destino de Júpiter ataca a las corporaciones capitalistas, las monarquías, al militarismo y a las burocracias públicas y privadas sin vacilaciones, defendiendo la libertad y un humanismo confuso, a la vez que busca desarrollar un espíritu ecológico ambiguo e impreciso similar al de Cloud Atlas. La aparición de Terry Gilliam en una escena que homenajea a Brazil (1985), una de las joyas del director norteamericano, es un ejemplo de la introducción de elementos ad hoc que no aportan a la trama pero que confirman la necesidad de Andy y Lana Wachowski de expresar sus ideas -por más confusas que estas sean- contra viento y marea. El resultado de todo este magma caótico es una típica obra de ciencia ficción con efectos especiales extraordinarios que coronan una historia simple pero eficaz que por momentos amenaza con caer estrepitosamente en un abismo de diálogos y escenas anodinas. Sin embargo, en su confusión interna la propuesta logra construir un significado y mantener una coherencia que apenas lograba la anterior. Aún nos queda la esperanza de que en próximas entregas sus planteos filosóficos sean menos nebulosos y logren redondear una idea concreta como lograron en Matrix hace ya quince años, pero esa luz cada vez se vislumbra más lejana.
El imaginario de Turing. En la actualidad vivimos en un constante presente, como si el pasado fuera un corolario o una nota al pie sin un significado ético, político, cultural y filosófico, pero solo el pasado nos revela las grietas candentes de nuestro caótico presente. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, los aliados comenzaron una batalla contrarreloj para decodificar la máquina codificadora de la Alemania nazi, Enigma. La misma había sido inventada en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial por el ingeniero Arthur Scherbius y estaba conformada por una serie de rotores electromecánicos. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la inteligencia británica reclutó a varios criptógrafos, lingüistas, ingenieros y matemáticos para decodificar los mensajes de Enigma siguiendo las técnicas que venían utilizando los polacos y los franceses, quienes habían avanzado en algunos métodos para desencriptar los mensajes de la máquina. Siguiendo las reformulaciones que había realizado sobre las teorías del lenguaje aritmético aplicado a la computación de Kurt Godel, Alan Turing, un joven prodigio de la matemática de la Universidad de Cambridge y experto en encriptación, utilizó el financiamiento del ejército británico para construir una máquina automática de manipulación de símbolos en la que venía trabajando teóricamente con el fin de resolver el acertijo. El Código Enigma (The Imitation Game, 2014) no solo es un intento de reconstrucción de la odisea que condujo a la decodificación de Enigma. A través de la infancia de Turing y planteando dialécticamente tensiones entre su narcisismo y su genialidad para comprender cómo el matemático se convirtió en uno de los principales ejes de la inteligencia aliada durante la Segunda Guerra Mundial (a través del manejo de información clasificada gracias a la máquina Turing, un dispositivo informático que permitía simular la lógica de cualquier algoritmo), la película de Morten Tyldum (Cacería Implacable, Hodejegerne, 2011) plantea algunas de las teorías filosóficas modernas más importantes respecto de las diferencias entre hombres y máquinas, los principios de la teoría de la inteligencia artificial, la aritmética, la matemática aplicada a la computación, a la vez que defiende posiciones éticas respecto de la violencia, las diferencias y la tolerancia para el progreso de la humanidad. Basado en una biografía escrita por el matemático británico y activista por los derechos homosexuales, Andrew Hodges, el guión de Graham Moore se centra en tres ejes argumentales. Por un lado, la narración se bifurca en la infancia/ adolescencia de Turing como drama psicológico de formación de la personalidad y los intereses, en la investigación de los académicos que concluye en el descubrimiento de los códigos de encriptación alemanes en clave de film de espionaje, por otro, y en la investigación policial tras el robo a su casa que concluye con el descubrimiento de su homosexualidad como una obra de suspenso, pero que llega incluso a plantear algunas de las innovadoras y fundacionales teorías de Turing sobre la inteligencia artificial, en última instancia. El director noruego Morten Tyldum logra imponer un tono clasicista a todos estos ejes narrativos, centrándose a nivel argumental en el segundo, pero imbuyendo todo el film con la candidez y la tensión del primero para confluir en el arresto que finalmente condujo a su condena por sodomía y su muerte unos años más tarde en un episodio confuso tras una ingesta de cianuro. En este juego dialectico, todo el argumento se unifica en la misantropía y la imaginación de Turing, magníficamente interpretado por Benedict Cumberbatch, y su imposibilidad de relacionarse, pero sin descuidar la incomprensión y la discriminación que sufrió durante su vida. El Código Enigma interpela nuestro pasado reciente y nos coloca en tanto espectadores ante Alan Turing como jueces de la historia para proponernos su exoneración póstuma como una forma de homenaje tardío.
Pateando piedras. El avance del neoliberalismo construyó un consenso alrededor de la necesidad de considerar todos los servicios públicos como un negocio, instalando el miedo a la inflación y la pérdida del poder adquisitivo, y anclándolo a una sensación de inestabilidad política, social, económica y a un fantasma que la prensa denominó “inseguridad”. Chile no fue la excepción, o más bien, fue uno de principales referentes de esta política tras el golpe de estado que derrocó al gobierno democrático de Salvador Allende, colocando a Augusto Pinochet en el poder. Si la situación social ya era apremiante en aquella época, la dictadura de Pinochet, en contubernio con organismos internacionales y agencias de inteligencia norteamericanas, instalaron una base de operaciones para poner en práctica las políticas neoliberales que los economistas de la Escuela de Chicago venían pregonando. El resultado fue el empobrecimiento de la clase media chilena y la apertura de una brecha social impresionante. Una de las consecuencias de esta política fue la privatización de la educación basada en el principio de la constitución sancionada en 1980, que cambiaba el derecho a la educación para todos por el derecho de las familias a educar a sus hijos. Al igual que en Argentina, la protesta estudiantil marcó para Chile el comienzo de un cambio de mentalidad y el fin del miedo a protestar. Una nueva generación de líderes que desafiaron al aparato represivo no totalmente desmantelado surgió a partir de estas luchas durante el primer gobierno de Michelle Bachelet (2006-2010). El documental que nos convoca, El Vals de los Inútiles, se centra en la agudización del conflicto a partir de la organización de los estudiantes durante el gobierno liberal de Sebastián Piñera (2010-2014), quien sostuvo política e ideológicamente la educación como negocio a pesar de que la opinión pública se inclinaba cada vez más del lado de la lucha estudiantil por una educación gratuita y pública. El documental de Edison Cájas traza en este contexto un paralelismo entre la generación que puso a Allende en el poder y el movimiento estudiantil, situando la cámara en medio de las asambleas, las tomas, los debates y las entrevistas a un profesor de tenis que relata episodios de su época de militancia, y la de un estudiante del instituto Nacional que participa del movimiento que finalmente consiguió que se sancione la gratuidad de la educación en 2014, tras la reelección de Michelle Bachelet para un segundo mandato. La obra destaca por su calidad estética a través de la fotografía y de los encuadres que acentúan conceptualmente la profundidad del campo como distinción entre la forma y el fondo, contraponiendo a los estudiantes con los carabineros y a los líderes de las asambleas. Al colocar la cámara en la lucha misma y en el presente, dejando la contextualización a los relatos del profesor de tenis sobre la historia del movimiento estudiantil truncado por la represión tras el golpe de estado de 1973, el documental crea una sensación de estar dentro de una lucha vertiginosa, de la toma de decisiones que rompen una barrera, lo que impulsa a buscar información sobre el derrotero de la educación en Chile a partir del conocimiento de un proceso social que implica la voluntad de sus protagonistas de cambiar su vida con coraje y gran conciencia política y social, a pesar de su corta edad. El Vals de los Inútiles se convierte no solo en la crónica de una lucha pacífica e ingeniosa que marca el camino de una de las victorias más significativas contra las diferencias sociales en Chile, sino también en una memoria política que hasta incluye las canciones de rock de protesta que entonaba la mítica banda Los Prisioneros en los años 80, cuyo emblema fue El baile de los que sobran.
Ecos del Pacífico lejano. Inquebrantable (Unbroken, 2014), la segunda película de Angelina Jolie como directora, es una adaptación de la biografía de Louis Zamperini, un conocido orador cristiano que ganó notoriedad en los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín y fue prisionero de guerra en Japón durante la Segunda Guerra Mundial. La adaptación del guión a cargo de Joel y Ethan Coen, entre otros, retoma las memorias de Zamperini, fallecido en el 2014, poco después de la aparición de la biografía escrita por Laura Hillenbrand titulada Unbroken: A World War II Story of Survival, Resilience and Redemption. La película de Jolie busca recorrer tres momentos decisivos que forjaron la vida del corredor olímpico. Cronológicamente, el guión narra la formación de Zamperini como corredor y su calificación a los Juegos Olímpicos de Berlín, donde batió un record de tiempo en la última vuelta de la carrera de 5000 metros, lo cual le valió una felicitación de Hitler. La segunda parte relata la odisea que padeció en altamar con los sobrevivientes de un bombardero que se estrelló en el Océano Pacífico en una misión de rescate. La última parte se centra en la captura del soldado y su cautiverio en los campos de prisioneros dirigidos por el salvaje y cruel sargento japonés Mutsuhiro Watanabe. Con una estética clasicista que toma inspiración en El Imperio del Sol (Empire of the Sun, 1987), la historia de J.G. Ballard dirigida por Steven Spielberg, Furyo (Merry Christmas Mr. Lawrence, 1983), la memorable película dirigida por Nagisa Ôshima, y la reciente Un Pasado Imborrable (The Railway Man, 2013), Inquebrantable busca convertir a Zamperini en un símbolo de valor, integridad y resistencia en una época de desconfianza, agotamiento y anemia social. La finalidad de la película de elevar a Zamperini al rango de héroe y la consiguiente necesidad de contraponerle un villano ejemplar, en lugar de indagar en el choque de culturas que representó la lucha por el control del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, es un desacierto en función del cual Inquebrantable demuestra un gran falta de sensibilidad que la lleva a diluir la complejidad de la historia en una serie de castigos sádicos que no logran comprender la intensidad del nacionalismo japonés, la impotencia ante la derrota y las secuelas psicológicas de la misma para la reconstrucción de Japón como pueblo soberano. Si al comienzo el film de Jolie promete una historia de vida ejemplar, la idea se va diluyendo durante la supervivencia en la balsa a la deriva en el océano, por la intención ideológica de plantear ese momento como la base del inicio de la fe cristiana del protagonista, y pierde absolutamente el rumbo durante su cautiverio en Japón. Desgraciadamente, Inquebrantable ni siquiera se acerca a obras como la trilogía de La Condición Humana (Ningen No Jôken, 1959), de Masaki Kobayashi, ni a Furyo, que trabajan exitosamente la complejidad de las relaciones en los campos de prisioneros sobre las que reflexionó extraordinariamente Jorge Luis Borges en su cuento Deutsches Requiem, publicado en El Aleph en 1949. Los logros estéticos y la excelente fotografía quedan en un segundo plano ante el maniqueísmo de Jolie, al cual no sabe dar forma, a diferencia de la extraordinaria Francotirador (American Sniper, 2014), de Clint Eastwood. En este caso, la rígida categorización y las ideas erróneas sobre la condición humana piden a gritos un cuestionamiento más complejo de las ideologías, el nacionalismo, la guerra y las relaciones sociales que el que Inquebrantable ofrece sin siquiera atreverse a mirar realmente al mal a los ojos.
La era de la vacuidad cáustica. Mortdecai, la última película del guionista y director David Koepp, es una adaptación de la primera novela gráfica de la trilogía de Mortdecai, Don’t Point that Thing at Me, editada durante la década del setenta como una burla y cuestionamiento del decadente mundo del coleccionismo de arte por el escritor y art dealer Kyril Bonfiglioli. El mítico personaje de Bonfiglioli, basado a su vez en los comics de P.G. Wodehouse, es un antihéroe clásico -millonario quebrado, traficante de arte y estafador en serie- que se ve envuelto en la investigación de un asesinato y posterior robo de una obra de arte. El MI5 británico descubre que la obra de arte La Duquesa de Wellington -una pintura de Goya supuestamente perdida que en realidad se llama La Maja Desnuda y se encuentra en el Museo del Prado- ha sido hallada tras su escandalosa desaparición en el siglo XVIII por una restauradora asesinada por un torpe terrorista que busca financiar una revolución con el dinero depositado en una cuenta bancaria en Suiza, cuyo código fue anotado en el reverso de la pintura al concluir la Segunda Guerra Mundial. El Inspector Martland (Ewan McGregor), un oficial del MI5 y antiguo pretendiente de la esposa de Charles Mortdecai (Johnny Depp), Johanna (Gwyneth Paltrow), le solicita al endeudado millonario ayuda para averiguar quién está detrás del crimen y cuál es el paradero de la pintura. A pesar del carisma de Johnny Depp y Ewan McGregor, y de las buenas actuaciones de Gwyneth Paltrow y Paul Bettany, y de la breve pero agradable aparición de Jeff Goldblum, ni el guionista Eric Aronson ni el veterano y exitoso guionista devenido director, David Koepp (Jurassic Park, 1993, Mission: Impossible, 1996, Panic Room, 2002), logran encontrar el punto justo de equilibrio para la adaptación de la historia al cine. La inocencia del humor y la futilidad del guión hacen parecer a la historia no solamente fuera de época sino también carente de atractivo y falta de suspenso. La historia original retoma todas las actividades del autor Kyril Bonfiglioli, como la venta de obras de arte y la práctica de esgrima, con un espíritu satírico y aventurero que es recuperado por la película a riesgo de caer en escenas ingenuas e incluso zonzas. Lo que en el comic funcionaba como un thriller con toques de humor negro y tendencias psicóticas y antisociales (las cuales transformaron a Mortdecai en una novela de culto), en la película parece un triste soplo de este vigor cáustico e irónico que generó muy buena repercusión dentro del mundo del comic. Desgraciadamente, Mortdecai no consigue transmitir la picardía original de la obra de Bonfiglioli ni imponer nuevas capas de análisis para un personaje que merecía una adaptación más arriesgada. El respeto excesivo que el equipo creativo y los actores le propinaron a la obra resultó en un producto fallido y anodino que con unas cuantas buenas ideas podría haber opacado fácilmente la era de los vacuos superhéroes que nos acosa.