El segundo largometraje de Luciano Juncos fue la película seleccionada como la apertura del BAFICI 2021 al mismo tiempo que logró un estreno limitado en algunas salas comerciales. El film protagonizado por Osvaldo Laport, no trae nada nuevo al universo de «personajes en decadencia en busca de alguna motivación» pero logra construir un relato prolijo, bien encarado y de aquellos que complacen al público con sus fórmulas ya probadas. El largometraje se centra en la vida de una estrella de la música popular conocida artísticamente como Bandido (Laport). Un día durante una de sus giras por el interior del país, el cantante manifiesta su cansancio y una crisis profesional ante su representante que busca seguir exprimiendo económicamente a su artista. Estancado, viviendo melancólicamente del pasado y el éxito alguna vez alcanzado, Bandido atraviesa por una situación inusitada que lo hará rencontrarse con viejas amistades y con un propósito que probablemente lo encause nuevamente en un camino para reencontrarse consigo mismo. La película dialoga mucho con la sugerencia y las cuestiones insinuadas, algo que en esta época de relatos comerciales que buscan sobreexponer las temáticas de las obras para brindar un entretenimiento vacío y pre digerido, se agradece bastante. La ficción y la realidad entrecruzan sus caminos con este paralelo entre Bandido y Laport, que a sus 64 años ya no goza del éxito que tuvo en el pasado como galán de telenovelas y producciones televisivas. Es por ello, que resulta ser una decisión acertada en cuanto al phisique du role, y que a nivel interpretativo se lo nota lo suficientemente contenido como para cumplir su tarea de forma más que atinada. Sí, hemos visto infinidad de veces la historia del artista en busca de la segunda oportunidad, la redención o incluso una nueva motivación que dé algún indicio de lo que alguna vez fue, y «Bandido» probablemente no haga la diferencia en ese aspecto, pero sí lo logra en contar una historia pequeña, pero de forma eficaz, con un conflicto bien planteado y con un personaje sólidamente definido. Probablemente nos vengan a la mente muchos relatos similares, e incluso en el ámbito nacional tenga más de un punto de contacto con «El Último Elvis», pero «Bandido» se destaca por su falta de pretensiones y por sugerir esa melancolía con sutileza, apelando a la emotividad del público sin golpes bajos, aunque puede que sí con algún toque demagógico (pero bien intencionado) en cuanto a su trasfondo social en su segunda mitad. «Bandido» fue la película seleccionada para la apertura del 22° BAFICI y se puede ver de forma online hasta el día de hoy.
Luego de atrasos vinculados al marco pandémico finalmente llega la secuela de «Wonder Woman» (2017) al servicio de streaming HBO MAX (con fecha todavía pendiente para su lanzamiento en América Latina). Ya a esta altura y con tantas películas de superhéroes estrenadas es difícil sorprenderse con alguna. No solo por la gran oferta que abunda, haciendo que tengamos varias de ellas por año, sino además porque todas (o al menos la mayoría) parecen estar cortada por la misma tijera. La primera película en solitario de la Mujer Maravilla, lanzada por allá en 2017, fue todo un suceso porque significaba la primera versión en pantalla grande del personaje y además porque no había muchos antecedentes de personajes femeninos fuertes del mundo del comic (hubo algunos intentos como «Supergirl» de 1984, «Catwoman» de 2004 y «Elektra» de 2005 pero con malos resultados). DC parecía dar el primer paso poniendo a uno de sus personajes más grandes y populares como precedente y logró convencer tanto a la crítica como a la audiencia. El carisma de Gal Gadot tuvo mucho que ver con esto, pero también la visión de la directora Patty Jenkins («Monster» -2003- ) que supo plasmar la esencia del personaje y llevarla al siglo XXI. Además, DC venía de muchos traspiés en la creación de su Universo Cinematográfico que buscaba competir con el de Marvel, y no pasó mucho tiempo hasta que se confirmara su secuela. Nuevamente se la convocó a Jenkins para que se ponga detrás de las cámaras y se había anunciado que iba a desarrollarse en la década de los ’80 como parte de esa nostalgia que viene dándose hace varios años de rendirle tributo a esa época. El largometraje nos presenta a una Diana Prince (Gal Gadot) totalmente adaptada a la vida en Estados Unidos, con un trabajo en el Museo Smithsoniano de Washington y tratando de dejar atrás la muerte de Steve Trevor (Chris Pine). Ya pasaron más de 60 años, de los sucesos de la primera película y Diana parece encargarse de prevenir choques en la vía publica, robos en centros comerciales y todo tipo de cuestiones que no parecen causarle demasiado esfuerzo. Un día, al museo llegan un montón de artículos robados que trataban de ser vendidos en el mercado negro y allí descubre una extraña piedra que esconde algunos poderes. Diana intenta descifrar qué secretos esconde este artefacto con la ayuda de su excéntrica compañera de trabajo Bárbara Minerva (Kristen Wiig). Si bien ambas desconocen su poder, el que parece tener cierto conocimiento del asunto es Maxwell Lord (Pedro Pascal), un comerciante petrolero, que tiene grandes planes para conquistar al mundo. Como toda secuela, busca emular la fórmula de la primera película, pero en una escala más grande, intensa y desmedida. Y es aquí donde quizás está el problema del film que por momentos pierde el rumbo, el tono y el hilo del relato desviándose en varias cuestiones que le quitan ritmo y peso al avance de la trama principal. En la primera película teníamos como contexto la Primera Guerra Mundial, acá tenemos la Guerra Fría y la paranoia norteamericana con los soviéticos mezclados con la estética pop de los ’80, en la primera teníamos un villano acá tenemos dos, en la primera teníamos a Diana adaptándose a la vestimenta y la forma de vida humana y acá pasa lo mismo con Steve Trevor que busca adaptarse a la moda y a la tecnología ochentosa, y así sucesivamente. «WW 1984» es un film desparejo y grandilocuente, que por momentos se siente algo excesivo en algunos aspectos, como por ejemplo en sus 2 horas 30 de duración, en la composición de Pedro Pascal que para su villano desmedido y caricaturesco admite haberse inspirado en Nicolas Cage, entre otras cosas. Aún así, hay cosas para destacar. La villana Cheetah personificada por Wiig es uno de los grandes hallazgos de DC en este ultimo tiempo, dando no solo una digna adversaria para la Mujer Maravilla sino, además una villana con personalidad que se cansa de ser pisoteada y ninguneada y se niega a volver a la pasividad. Su ascenso recuerda un poco al de la Catwoman de Michelle Pfeiffer en «Batman Returns» (1992). Por otro lado, volvemos a tener una atractiva banda sonora creada por Hans Zimmer y espectaculares escenas de acción creadas con pericia tanto desde lo técnico como desde lo visual y lo coreográfico. Asimismo, la película no posee un uso desmedido de los ’80 como sí ha pasado en otros relatos en los últimos años, sino que se toma más como un contexto que condiciona ciertas formas de actuar de los personajes, especialmente del villano principal. Nuevamente a nivel VFX vemos algunos desajustes o fallos a los que ya nos tiene acostumbrados DC y parece increíble que se den en una superproducción de este calibre cosa en la que sufre ampliamente en la comparación con Marvel. Y a nivel narrativo tenemos esos problemas de tono y ritmo, de una enorme cantidad de elementos que no parecen amalgamarse correctamente pero que igualmente no terminan de tambalear del todo gracias a su sentido del entretenimiento sin pretensiones, al carisma de Gadot y Wiig y a la visión de Jenkins que sigue manteniendo todo en su lugar pese a los vicios que suelen tener estas secuelas superheroicas. «Wonder Woman 1984» es una película que sufre de los habituales excesos que presentan las secuelas pero que igualmente se las ingenia para brindarnos entretenimiento sin grandes pretensiones, un gran trabajo de Gadot nuevamente como la heroína y una gran contrapartida en una de las villanas más famosas de la princesa amazónica. Un film desparejo por momentos, pero también emocionante y relevante en otros.
Parece que continúa la fórmula de Hollywood por tratar de replicar éxitos del pasado en el actual circuito del entretenimiento moderno. Así es como hemos visto una enorme cantidad de precuelas, secuelas, remakes y reboots de productos cinematográficos, televisivos o incluso de otros medios como por ejemplo los videojuegos, llevados a la pantalla grande con el afán de tocar el cielo con las manos. Algunos ejercicios apelan a la nostalgia de los espectadores que fueron testigos de las producciones originales y otras veces se busca actualizar o presentar los personajes y las historias viejas a las nuevas generaciones ya que, como dice Mirtha Legrand, «el público se renueva». Hace poco pudimos presenciar el retorno de Scooby-Doo a la pantalla grande y ahora es el turno de otros queridos personajes de Hanna-Barbera, Tom y Jerry. Este dúo improbable de gato y ratón fue creado en 1940 por los mismísimos William Hanna y Joseph Barbera llegando a producir 114 cortos desde ese año y hasta 1958, varios de los cuales se alzaron con Premios Oscars a Mejor Cortometraje Animado. Más tarde Metro Goldwyn Mayer llegaría a producir alrededor de 161 episodios continuando con el legado de sus creadores que fueron a trabajar en otros personajes de la compañía. Luego entre 1963 y 1967 llegaría el período de Chuck Jones que también produjo otros tantos maravillosos episodios de la dupla. A lo largo de los años, Tom y Jerry siguieron teniendo infinidad de aventuras en distintos formatos, la mayoría en series de televisión, muchos de los cuales no lograron capturar la magia de sus inicios. Incluso en 1992 hubo un intento bastante desatinado de llevar a los personajes al formato de largometraje animado, pero cometiendo el error de ponerle voces a estas míticas caricaturas, sacándole la dinámica e incluso la gracia al asunto. 81 años después de su creación, viene su segunda incursión en el ámbito cinematográfico, pero esta vez de la mano de Warner Bros. (ahora dueña de los personajes de Hanna Barbera), que tomo la «osada» decisión de mezclar la animación con el live action, llevando a los personajes a interactuar con actores reales. Esto sabemos que ha salido bien en algunos casos como en «Who Framed Roger Rabbit» de (1988) y muy mal en otros como en «Yogi Bear» (2010) y «Woody Woodpecker: The Movie» (2017), otros dos personajes clásicos llevados a la pantalla grande. Con el caso particular del film de Tom y Jerry nos pasa que no llega a ser el fracaso estrepitoso que uno pensaba que podía llegar a ser, pero tampoco logra ser un relato sólido como para significar la vuelta de estos míticos personajes. El largometraje se centra en Kayla (Chloë Grace Moretz), una joven que pierde el trabajo abruptamente y se hace pasar por otra persona para poder conseguir un cargo temporal como empleada en un hotel lujoso de la ciudad de New York. Su tarea es ayudar con la planificación de una importante boda de una pareja de la escena pública y encargarse de que todo salga perfecto. Lo que no imagina es que Jerry se interpondrá en su camino buscando habitar en el lugar, poniendo en peligro la integridad y la reputación del famoso hotel. Como medida de precaución y con el objetivo de deshacerse del ratón, decide acudir a Tom para que lo cace y lo eche antes de que sea demasiado tarde. A su vez, Kayla deberá lidiar con la desconfiada mirada de Terence (Michael Peña) quien no cree en sus capacidades como empleada y está en completo desacuerdo con la decisión de su jefe de contratarla. El principal inconveniente de «Tom y Jerry» es que la cinta se centra demasiado en los personajes humanos y no tanto en los personajes del título. Si bien la dinámica del dúo respeta los cánones del dibujo original e incluso se toma la sabia decisión de que estos no hablen, se siente como si estuvieran menos tiempo en pantalla que los personajes reales, los cuales tienen sus conflictos y cuestiones bien trabajadas pero que no logran amalgamarse del todo con la parte caricaturesca del asunto. Por otro lado, el tono cómico se mantiene e incluso hay varios guiños a personajes clásicos de los cortometrajes, así como también alguna que otra referencia a otro personaje de la factoría Hanna-Barbera. Asimismo, algunos gags de los cortos clásicos parecen reciclados para la ocasión lo cual es un poco extraño. Respecto a los aspectos técnicos, la animación se ve prolija a pesar de que el 3D por momentos desentona y pone en jaque su yuxtaposición con los actores y las locaciones reales, pero sí se agradece que se haya respetado el diseño original de la dupla protagónica. «Tom y Jerry» es una película pensada para el público más pequeño y que no tiene demasiadas pretensiones más que satisfacer a los niños y a aquellos padres nostálgicos que probablemente estén más familiarizados con los personajes. Un film que no transmite aquella gloriosa época dorada del dúo pero que logra esbozar algunos buenos momentos de su dinámica.
«No intentes entenderlo, siéntelo» es una de las líneas del personaje de Clémence Poésy que viene a explicar un poco por donde viene la mano de «Tenet». El film de ciencia ficción con tintes de thriller de espionaje crea una trama bastante enmarañada y compleja como esas que tanto le gustan construir a Cristopher Nolan, el tema es que en esta oportunidad quizás se va demasiado por las ramas y tampoco sirve para esconder o compensar algunos desajustes del guion y varios de los vicios que más presenta el director de «Interstellar». El 2020 que tuvo a mal traer a la industria cinematográfica supo poner en jaque a muchos tanques y artistas del séptimo arte. Uno de los más perjudicados no fue otro que Christopher Nolan («Memento», «Inception») que se negó a estrenar su más reciente trabajo de manera on demand y fue postergada varias veces hasta que tuvo un estreno bastante limitado en algunas partes del mundo. El film tuvo un costo aproximado de 200 millones de dólares y recaudó a lo largo y ancho del globo cerca de 360, lo cual es un fracaso no solo para Nolan sino para cualquier tanque, ya que se estima que con todo lo que gastaron en la campaña publicitaria y de marketing le quedó una pérdida a Warner Bros. cercana a los 100 millones de dólares. Todo este panorama de retrasos, estrenos en diferido y demás cuestiones relacionadas con el marco pandémico, también alimentó la grieta cinematográfica entre los fans y los detractores del director inglés que tanto de un lado como del otro discuten fervientemente quién tiene razón. Lo cierto es que «Tenet» es un film menor dentro de la filmografía de Nolan, aunque presenta algunas secuencias impresionantes y se las ingenia para mantener la atención del espectador durante sus largas 2 horas y media de duración. El largometraje presenta una historia que es difícil poner en palabras pero que básicamente nos pone en el camino de «el protagonista» (John David Washington), una persona perteneciente a algún tipo de fuerzas especiales y que debe detener al personaje de Kenneth Branagh, el cual planea destruir al mundo como lo conocemos. ¿Cómo? se preguntarán. Por medio de una tecnología que les vino del futuro que les permite ir atrás en el tiempo, pero no del modo convencional de viaje temporal que vimos en películas del estilo de «Back to the Future» (1985) sino con una maquina llamada «Torniquete» que invierte la temporalidad y hace que el tiempo vaya para atrás. El problema más que nada se presenta en que Nolan parece no querer informarnos bien qué es lo que pasa, lo cual en primera instancia no está mal, pero inmediatamente cada dos secuencias sorprendentes y enigmáticas tenemos alguna escena bastante dialogada donde algún personaje X se encarga de explicarle la trama al protagonista y por ende al público. Hemos visto esto anteriormente en la filmografía de Nolan con el personaje de Elliot Page en «Inception» por ejemplo o quizás con la explicación de cómo funcionan los agujeros negros en «Interstellar», pero acá ya se vuelve prácticamente cómico lo expositivo que se vuelve el film cada cierto tiempo. Personajes como el de la antes mencionada Clémence Poésy o el cameo de Michael Caine sirven para revelar datos vitales para el entendimiento de la trama. Obviamente, la película tampoco es que es inmirable, sino que tiene sus momentos emocionantes, algunas escenas bastante logradas que sacan a relucir el enorme presupuesto con el que contó el director británico y algunos efectos especiales de última generación. Incluso desde lo actoral podemos destacar el rol de Robert Pattinson que se lo ve en un estupendo momento de su carrera, a diferencia de la exacerbada composición de Branagh con su acento ruso bastante tosco. El problema también está en la mezcla de sonido que tampoco ayuda a crear ese clima necesario para que las imágenes impactantes vayan acompañadas con un sonido acorde. Y cabe decir que se siente un poco la falta de Hans Zimmer, habitual colaborador de Nolan en la composición de la banda sonora original de la mayoría de sus films. «Tenet» es un film que es disfrutable en la medida en la que uno no pretenda «entenderla» más que «sentirla» como decíamos al principio. Una película que parecía bastante más sólida que lo que terminó siendo y que probablemente deje las cosas exactamente como estaban, con los fans del director complacidos y con sus detractores odiándolo cada vez más. Una película que en definitiva se queda en el medio y no va ni para atrás ni para adelante.
Vuelven los cines en Capital Federal y Provincia de Buenos Aires (también paulatinamente comienza el regreso de las salas en varios lugares del interior) y con ellos algunos estrenos que quedaron pendientes del año pasado, al igual que algunas propuestas de este mismo año. Una de las que no pudieron llegar en tiempo y forma, es el más reciente trabajo de Paul W.S Anderson (a no confundir ni con Wes ni con Paul Thomas Anderson), director de «Mortal Kombat» (1995), «Event Horizon» (1997) y varias entregas de la saga cinematográfica de «Resident Evil». «Monster Hunter: La cacería comienza», al igual que varios trabajos de Anderson, busca llevar a la pantalla grande una historia que proviene del mundo de los videojuegos. El principal problema de la película es que busca espectacularidad y una escala gigantesca a toda costa, preocupándose únicamente por eso más que por contar una buena historia, con personajes desarrollados y motivaciones claras. El espectador termina enfrentándose a un espectáculo vacío sin coherencia o cohesión con algunas secuencias de enfrentamiento que buscan sorprender desde lo técnico y lo coreográfico pero que incluso se pierden en su montaje caótico y frenético que no nos deja ver los movimientos con fluidez. Este último aspecto, es un vicio bastante recurrente en el cine comercial contemporáneo que busca la fragmentación cada vez más rápida y continua como si fuera la única finalidad de la edición/montaje. El largometraje básicamente cuenta la historia de un grupo de soldados liderado por Artemis (Milla Jovovich) que atraviesan el desierto para ver lo que ocurrió con un escuadrón que estaba más adelante en el camino y con el cual el resto del ejercito perdió comunicación. En medio de esa travesía, Artemis y sus compañeros son transportados del mundo que conocemos a otro bastante diferente gobernado por peligrosos y poderosos monstruos. El batallón parece totalmente desorientado y no sabe qué es lo que sucede, pero en medio del caos se cruzan con un hombre misterioso (Tony Jaa) que parece saber la forma de defenderse ante estas alimañas al igual que cuál sería el camino para volver a casa. El principal problema del film está en su guion, que resulta ser una excusa para mostrar escenas espectaculares y sorprendentes que no buscan tener conexión alguna o seguir una línea de una trama. E incluso más allá de sus esfuerzos por mostrar trepidantes escenas de acción, la experiencia termina siendo bastante aburrida y tediosa con personajes desdibujados, una dinámica forzada entre Jovovich y Jaa, y personajes secundarios que aparecen/desaparecen acorde a las necesidades de la trama careciendo de profundidad. En síntesis, «Monster Hunter» es un espectáculo carente de emoción, imaginación y sentido. Solo gustará a aquellos que busquen un puñado de secuencias de grandes proporciones y que se maravillen con los logros a nivel técnico que hoy en día son moneda corriente en este tipo de relatos del género fantástico. Un blockbuster sin sustento y sin razón de ser.
«Avalancha: Desastre en la montaña» es un drama de supervivencia con mezcla de aventuras que posee varios excesos que podemos atribuirles a los tanques hollywoodenses. Por un lado, se muestra como una película sumamente nacionalista y patriótica que quiere sacar a relucir a China como una potencia (en este caso en el marco del alpinismo) la cual fue ninguneada por el mundo occidental luego de alcanzar la cima del Everest por primera vez, pero sin haber presentado pruebas fotográficas suficientes, aunque sí evidencias físicas de la cumbre. Por otro lado, si bien el largometraje está basado en hechos reales posee escenas grandilocuentes y ampulosas que no tienen nada que envidiarle al cine norteamericano pochoclero y que por momentos pueden rozar lo inverosímil. Asimismo, el relato presenta una subtrama romántica que le aporta una cuota de melodrama al asunto y que hacen que por momentos el film resulte un poco predecible. Igualmente, podemos disfrutar algunos de sus pasajes y dejar de lado los vicios enumerados, gracias a unos personajes queribles con objetivos bien establecidos y psicologías bien definidas. La historia comienza en 1960 cuando los miembros de la Asociación China de Alpinismo se embarcan en la peligrosa misión de escalar el Everest. Tras un camino lleno de obstáculos y adversidades logran hacer cumbre, pero pierden la cámara de fotos con la evidencia visual de su hazaña. No obstante, tenían pruebas de fósiles encontrados en la cima, pero igualmente vuelven y no obtienen el reconocimiento ni de Europa ni de América. Estos individuos continúan con sus vidas bajo la sombra de la desconfianza gratuita incluso de sus propios compatriotas. Tras una década de vivir con la vergüenza y la desdicha son los responsables de encarar una nueva expedición que busque reivindicar a la nación y sus propios nombres. «Avalancha: Desastre en la montaña» probablemente sea un film que vimos infinidad de veces, donde se retrata la superación, la ambición y la búsqueda de redención, incluso en 2015 tuvimos una película norteamericana titulada «Everest», que también estaba basada en hechos reales y que buscaba plasmar los peligros naturales de la montaña más alta del mundo. La obra de Daniel Lee se siente como un poco extensa y redundante cuando retratan los diversos ascensos y los infortunios de los involucrados, pero esto a su vez, hace que la película se centre más en sus personajes, lo cual por otro lado le juega a favor. Es por ello que el film no resulta ser ni un desastre absoluto ni una gran película, quedándose de alguna forma en un punto intermedio.
Seguimos en cuarentena pero varias películas grandes están estrenándose por streaming antes de tiempo. Es por ello que la secuela de «Trolls» (2016) que iba llegar entre abril y mayo a los cines argentinos ahora está disponible en internet. «Trolls» se suma a varios intentos desesperados de los grandes estudios de volcar productos exitosos del mundo del juguete a la pantalla grande. Si somos sinceros, parecía una pésima idea desde el inicio y cuando llegaron a la pantalla grande cuatro años atrás de la mano de DreamWorks Animation («Shrek», «Kung Fu Panda») nos demostraron lo contrario. brindando un entretenimiento correcto, súper colorido y estridente que se sostenía por un gran trabajo de animación, canciones pegajosas y una simpática e inspirada interpretación vocal de sus protagonistas Anna Kendrick («Pitch Perfect») y Justin Timberlake («Friends With Benefits»). Esta secuela tampoco se veía como algo necesario pero igualmente el estudio quería seguir estirando el moderado éxito de la primera y tenemos que decir que el resultado es más que digno e incluso quizás un poco por encima de las expectativas (y de la primera entrega). Luego de la aventura que emprendió la reina Poppy (Kendrick) junto a Branch (Timberlake), una nueva travesía se cierne sobre la pequeña tribu de trolls que los llevará hasta límites desconocidos. Al parecer el clan de estas criaturas de pelos largos, es una de las seis que existen sobre el mundo. Las seis están repartidas en distintos reinos y consagradas a seis tipos distintos de música: funk, country, tecno, clásica, pop y rock. La reina Bárbara (Rachel Bloom), miembro de la realeza del hard rock, y su padre, el Rey Metal (Ozzy Osborne), quieren acabar con el resto de los géneros musicales e imponer el reinado del rock. Con el destino del mundo en juego, Poppy y Branch, junto con el resto de la tribu, visitarán los demás reinos para unir a los Trolls y evitar que los malignos planes de Barb sean llevados a cabo. «Trolls World Tour» nos ofrece mucho más que la primera entrega. Por un lado, tenemos un guion mucho más original y ajustado a los tiempos que corren, que además le explican de manera muy didáctica, estridente y colorida a los niños las disputas que siempre hubo/hay/habrá con los fans y puristas adeptos a determinados géneros musicales, su vínculo con el resto de los géneros y otros defensores del «bando contrario». No es que esta secuela haya reinventado la rueda y por momentos puede verse como una aventura de fórmula pero el viaje es realmente divertido y disfrutable. Asimismo, la química entre Timberlake y Kendrick está mucho más afianzada y demuestran su talento para interpretar a estos entrañables personajes y para personificar atractivos números musicales. Con respecto a los aspectos técnicos, la animación es impecable e invitará a los más pequeños a disfrutar de una aventura interesante y visualmente deslumbrante. La paleta de colores puede resultar abrumadora pero es totalmente magnética y llamativa. Si a todo esto le sumamos varios cameos del ámbito musical como Kelly Clarkson, J Balvin, Ozzy Osborne, Gustavo Dudamel, Mary J Blidge, Chance The Rapper, entre varios más; y un grupo de actores secundarios super estelar que completan James Corden, Sam Rockwell, Rachel Bloom, Jamie Dornan y Kunal Nayyar, tenemos un cóctel infalible para deleitarse en familia. «Trolls World Tour» es una secuela atractiva que le encontró una vuelta de tuerca narrativa al asunto y que demostró ser más original que la primera entrega. Un film entretenido que sin ser una joya del séptimo arte nos logra dar más de lo que aparenta en primer lugar.
Scooby-Doo es uno de los más queridos y exitosos productos que proviene de la factoría Hannah Barbera. Creado en el año 1969, el mítico gran danés ha tenido infinidad de aventuras a lo largo de sus series, películas animadas e incluso dos incursiones en el cine live action con las olvidables «Scooby -Doo» (2002) y «Scooby-Doo 2: Monsters Unleashed» (2004). Ahora es el turno de «Scoob!» (2020), que además de tener la difícil tarea de pelear contra la pandemia mediante un lanzamiento en On Demand, también tiene que conquistar a un público nuevo que probablemente no tenga tanto en la mente a este personaje como sus padres y abuelos. Igualmente, Scooby-Doo ha continuado con sus clásicos shows de televisión en los últimos años como «Be Cool Scooby-Doo» (2015 – 2018) y «Scooby-Doo and Guess Who?» (2019), sin alcanzar el reconocimiento que otrora tuvo. El largometraje comienza contándonos los orígenes de la pandilla y cómo Shaggy conoció primero a su querida mascota y después a sus tres mejores amigos. El tiempo pasa y Mystery Inc. comienza a resolver bastantes casos llamando la atención de un posible inversor (el conocido Simon Cowell) que pone en duda el aporte de Shaggy (Will Forte) y Scooby (Frank Welker) al negocio detectivesco. El dúo se separa momentáneamente de Daphne (Amanda Seyfried), Velma (Gina Rodriguez) y Fred (Zac Efron) y terminan siendo secuestrados. Así la pandilla dividida deberá resolver el misterio más grande de sus vidas: un complicado plan malévolo de Dick Dastardly (Jason Isaacs). «Scoob» representa un entretenimiento para toda la familia, plagado de referencias a los personajes de Hannah Barbera y a las viejas series de Scooby-Doo. Tras un inicio bastante entrañable y prometedor, la película comienza a tambalear, luego de que se realizan un montón de esfuerzos por establecer una especie de Universo Cinematográfico de Hannah Barbera (te culpamos a vos Marvel). A medida que nuestros héroes empiezan a cruzarse con otros personajes como Blue Falcon y Dynomutt (conocidos en nuestras pampas como Fabulman y Dinamita Dick Dastardly (Pier Nodoyuna), la trama comienza a tornarse confusa y dejar de centrarse en el clan original. No obstante, el resultado es bastante correcto y brinda diversión para grandes y chicos, otorgando un mensaje sobre el valor de la amistad que no deja de tener buenas intenciones y de calzar con la esencia de Scooby-Doo. La animación si bien por momentos es bastante atractiva y con un alto grado de detalle, en otros pasajes parece de menor presupuesto al que pensamos que debe tener un proyecto de esta envergadura con un pautado estreno comercial de antemano, especialmente en los fondos que parecen vacíos o con poco movimiento y/o grado de integración. Igualmente, esto no hará que los más pequeños no puedan disfrutar del maravilloso diseño de personajes, de una paleta de colores estridente y llamativa, entre varios aciertos más. Por otro lado, el casting de voces (en su idioma original) representa otro de los grandes aciertos del film con un elenco experimentado en comedia y en cine en general. Entre ellos tenemos a: Zac Efron, Gina Rodriguez, Amanda Seyfried, Will Forte, Mark Whalberg, Ken Jeong, Tracy Morgan, entre otros. «Scoob!» es un film que pese a algunos traspies ocasionados por la ambición de arrancar un universo cinematográfico, logra ser bastante entretenido y disfrutable. Un relato lleno de ternura y momentos graciosos que nos habla sobre el valor de la amistad. Para disfrutar en familia.
Tras su debut en «Hoy partido a las 3» (2017), Clarisa Navas vuelve a otorgarnos una mirada bastante personal sobre la adolescencia en un film que está potenciado por el realismo que la realizadora le imprime al relato al igual que con la crudeza con la que por momentos nos presenta ciertos acontecimientos. «Las Mil y Una» se centra en Iris, una chica de 17 años, que ha sido expulsada recientemente de la escuela y pasa los días y las noches calurosas del barrio Las Mil Viviendas de la provincia de Corrientes pasando el rato con sus amigos, sus primas, y vagando por las calles vacías de la ciudad. Un buen día, Iris conoce a Renata, una muchacha fría y segura de sí misma, de la cual comienza a sentirse atraída. El problema, es que en su barrio corren fuertes rumores sobre el pasado de Renata y todos le aconsejan que no se acerque demasiado. Esta especie de coming of age pone el foco en los vínculos y las relaciones afectivas durante la adolescencia en el seno de una comunidad del interior donde los círculos sociales son más pequeños y donde los rumores circulan fuertemente. Lo interesante de este largometraje, además del profundo sentimiento que le imprime la directora a la narración, tiene que ver con ese registro que recuerda al cine documental donde la cámara se presenta como una especie de testigo invisible y como una persona más del grupo. Ese recurso, que emplea bastante cámara en mano, le da una sensación de realismo que enriquece la experiencia de visionado. Además, la obra trabaja muy bien la cuestión del despertar sexual, así como también la diversidad dentro de la sexualidad. El film además de presentar actuaciones más que convincentes por parte de su joven elenco, se preocupa por desarrollar la personalidad de cada personaje haciendo que resulte totalmente natural sus interacciones y sus vínculos. No solo se trabaja el amor, el sexo, los tabúes que presentan las sociedades más conservadoras del interior que influyen en el accionar de la protagonista (la cual en un principio no quiere reconocer que se siente atraída por otra chica) sino que también se trabaja muy bien la cuestión del prejuicio, la inocencia y por sobre todas las cosas la amistad. La amistad está retratada de una forma tan orgánica y personal que motiva las emociones en el espectador. «Las Mil y Una» es un film efectivo, emocionante y bien narrado que moviliza a reflexionar sobre la convulsionada etapa de la adolescencia, así como también a verla desde una perspectiva más autóctona y actual. Una historia de amor destacable.
Diego Fried nos presenta un thriller hecho y derecho que, tras su paso por el Festival Internacional de Mar del Plata del año pasado, desembarca en Cine.Ar TV, primero, y en el streaming después, ya que obviamente con la pandemia que está afectando al mundo entero, los cines estarán cerrados por quien sabe cuánto tiempo. Una lástima que «La Fiesta Silenciosa» no tenga su estreno comercial en las salas de todo el país ya que es una historia interesante y bellamente filmada que nos sumerge en el campo de los encuentros de música electrónica que se dan con auriculares y sin sonido a viva voz más que el que puede recibir cada usuario con sus receptores personales. Una imagen bastante llamativa y eficaz para ser trasmitida de manera audiovisual. El largometraje inicia el día previo al casamiento de una pareja, Laura (Jazmín Stuart) y Daniel (Esteban Bigliardi), quienes se dirigen hacia la casa de campo del padre de ella, León (Gerardo Romano), lugar donde se realizará la celebración. Ambos están nerviosos e inquietos creando un clima bastante enrarecido previo a la boda. León no hace más que añadir su cuota de incomodidad a los novios y todo parece indicar que hay una tensión latente que pone en duda el evento augurando una crisis inminente. Laura decide pasear por la zona para despejarse y descubre que en la quinta de al lado hay un grupo de adolescentes que están teniendo una de esas «fiestas silenciosas» donde los participantes escuchan la música por medio de auriculares para no molestar a las casas aledañas y para darle un giro novedoso al asunto. Allí, ella se emborracha y atraviesa por una situación donde su vida dará un giro de 180 grados, transformando su realidad para siempre. El escenario es perfecto, una fiesta novedosa donde cada persona escucha la música por separado pero está alienada complemente del resto y de lo que pasa alrededor. Un marco en lo que todo puede pasar y nadie se daría cuenta hasta que sea demasiado tarde. Una tensión latente como resultado del nerviosismo previo al casamiento o quizás otras cosas que como espectadores desconozcamos. Una cámara fluida que sigue a nuestros personajes bien de cerca, casi haciéndole marca personal y metiéndonos en la intimidad de estos individuos. Incluso la llegada de la pareja a la casa de campo tiene un plano secuencia bastante interesante donde vemos la disposición del lugar y nos ubicamos en el espacio donde sucederá la mayor parte de la acción. Una historia que comienza de manera normal y a medida que se van desarrollando los acontecimientos se va tornando cada vez más oscura y amenazante, haciendo que verdaderamente temamos por la vida de los protagonistas. Un film que no tiene pelos en la lengua a la hora de mostrarnos varios temas de actualidad como la violencia, el abuso sexual y demás cuestiones que atraviesan a las sociedades modernas, pero desde el costado del thriller (con algunos tintes del cine de explotación del estilo «Rape And Revenge» de los ’70 pero con la perspectiva más actual de la problemática), buscando siempre ese clima enrarecido y esa atmósfera ominosa que envuelve a los personajes. Gran labor de Jazmín Stuart en su interpretación de Laura y un excelente aporte de Gerardo Romano en la constitución de ese padre moralmente cuestionable que como típico representante de la clase acomodada busca hacer justicia por mano propia y/o resolver las cosas de forma personal. Un film técnicamente impecable que también se beneficia por un trabajo destacado de guion aun cuando sobre el final tambalea un poco dejando ciertos elementos con una resolución o falsa resolución apresurada. «La Fiesta Silenciosa» es un gran thriller que daría que hablar en un contexto diferente con un estreno en salas, como reflejo de una sociedad convulsionada que todavía tiene un largo camino que andar en cuestión de violencia de género. Una sociedad que al igual que la fiesta del título decide optar por un comportamiento silencioso haciendo oídos sordos a las problemáticas continuamente señaladas.