20 años pasaron de la primera entrega de «The Fast and the Furious» (2001), aquella película que mezclaba el mundo de las picadas callejeras clandestinas y una trama policial. Difícilmente por ese entonces sus realizadores hubieran imaginado que aquella pequeña película iba a mutar en una saga multimillonaria con 9 entregas y una décima en camino, que además desafiaría sus inicios convirtiéndose en películas de acción del estilo «heist movie» y algunas entregas a lo James Bond con subtramas de espías, traiciones y otras yerbas. Por momentos también tenemos personajes sobrehumanos que desafían las leyes de la física, al estilo superhéroes modernos que entrega a entrega continúan torciendo y desdoblando el verosímil continuamente. La fuerza de los productores y directores de turno parecen estar puestas en ofrecer entretenimientos cada vez más gigantes, bombásticos y pirotécnicos con escenas de acción increíbles y elaboradas, en lugar de enfocarse en construir historias inspiradas con guiones más sólidos de base. Sin embargo, parece que todo esto les sigue funcionando y cada vez tenemos más eventos sorprendentes que rozan lo risible y absurdo. En esta entrega incluso hay un par de personajes que viajan al espacio para evitar que un software maligno logre transmitirse a un satélite que pondría en jaque la seguridad mundial. Pero bueno también es culpa de los espectadores pedirle demasiado a un film que tiene un nueve al lado de su título. Un título que decide ser breve (F9 su título original) siendo lo único ídem en todo el largometraje el cual tiene una duración de 142 minutos. Si mencionamos lo de torcer el verosímil, no es un dato menor o puramente arbitrario, ni tampoco un hecho que se circunscribe únicamente a las escenas de acción que desafían las leyes de la física o el sentido común sino también a personajes que estaban muertos que «reviven» con flashbacks poco convincentes o parientes que aparecen de la nada y vuelven a la carga para tratar de renovar una franquicia que ya está bastante gastada y que busca reírse de sí misma para seguir andando algunos kilómetros más. Así y todo, con mucho humor y algunas dosis de autoconsciencia, la saga sigue ofreciendo más de lo que buscan sus fanáticos con algunas secuencias de acción bastante elaboradas, explosiones, tiros y luchas a puño limpio. La vuelta de Justin Lin (el director de las entregas 4, 5 y 6), hace que la experiencia sea un poco más placentera que en la cinta anterior ya que justamente fue él quien le había encontrado la vuelta para revivir la saga en su primera incursión, y aquí nos tiene preparadas algunas «sorpresas» que sin resultar demasiado novedosas sacan alguna que otra sonrisa al espectador que viene siguiendo a este grupo hace algunos años. «Rápidos y Furiosos 9» sigue brindando algunos momentos de entretenimiento pochoclero sin pretensiones, pero claramente ya se nota bastante forzada en algunos aspectos como para seguir extendiendo la franquicia por mucho tiempo más. Lo más atractivo de este capítulo, está dado en la espectacularidad a la que nos tiene acostumbrados Lin y en el humor creado en base a la autoconsciencia del delirio y a su desfachatez para seguir cruzando la línea hacia lo inverosímil. Aquel que venga a esta NOVENA parte en busca de algo más de sustancia mejor abstenerse.
Mucho antes de alcanzar el estrellato en Broadway con «Hamilton», Lin-Manuel Miranda fue el encargado de realizar las letras y las canciones de «In The Heights», un musical escrito por Quiara Alegría Hudes, que fue todo un suceso en el mundo teatral norteamericano, comenzando con un recorrido en el off-Boradway hasta llegar a la escena principal y alzarse con varios premios Tony. 14 años después de su estreno en las tablas llega una adaptación cinematográfica que vuelve a profundizar en la comunidad latina, principalmente en las personas oriundas de República Dominicana, Puerto Rico y Cuba que residen en la parte norte de Manhattan, conocida como Washington Heights. Aquel barrio es un reflejo de lo importante que es la comunidad latinoamericana en EEUU y principalmente en la ciudad de New York. El largometraje dirigido por Jon M. Chu, director de «Crazy Rich Asians» (2018) y algunas secuelas de la saga de «Step Up» (2006), parece ser una elección acertada para ponerse al frente de esta historia, ya que además de tener algo de experiencia en el género también supo representar y hacer gala de un discurso diverso (aunque algo polémico para cierto sector del público) en su film de 2018 que representaba a la comunidad oriental en EEUU. Obviamente que no todas las comunidades tienen los mismos orígenes o conflictos para retratar en pantalla y algunos pueden considerar que la producción podría haber ido tras un director latino para la ocasión, no obstante, el film presenta la supervisión de la creadora de la obra (Hudes) que además de producirlo fue la encargada de reescribir y actualizar el guion, así como cuenta, además, con la supervisión de Lin-Manuel que también oficia de productor. «In the Hights» cuenta prácticamente la misma historia que la obra original (con ligeros ajustes motivados por el cambio del contexto sociocultural) donde un grupo de inmigrantes busca abrirse camino en la convulsionada ciudad de New York. Usnavi (Anthony Ramos) es el narrador de la película que le cuenta a sus hijos la historia de su juventud. Una historia que cruzará caminos con la de varios vecinos y colegas del barrio, cuando él atendía un mercado en Washington Heights. La historia se desarrolla durante un caluroso verano, donde ocurrió un apagón en toda la ciudad, y donde el deseo de volver a la patria de sus ancestros (República Dominicana) era más fuerte que nunca. Sin embargo, su sueño de cambiar de panorama en búsqueda de algo mejor no es el único. Nina (Leslie Grace) había transitado ese camino previamente y ahora regresa a su casa después de dejar su carrera en la universidad de Standford y teniendo que afrontar esa imagen de «chica que lo logró» para asumir la frustración de haberlo intentado y fallado. Vanessa (Melissa Barrera), el interés romántico de Usnavi, busca salir del barrio y perseguir una carrera en la industria de la moda. Benny (Corey Hawkins) sueña con tener su propio negocio y Daniela (Daphne Rubin-Vega) decide mudar su peluquería al Bronx luego de que le cancelen su contrato de alquiler. Estas son algunas de las historias que reúnen a este grupo de conocidos que son descendientes de las primeras generaciones de inmigrantes latinos, y que notan que su barrio ya no es lo que era y como todo tiende a una especie de gentrificación de la zona. También en el lugar aparece la figura de la Abuela Claudia (Olga Merediz), una matriarca del barrio que siempre se preocupó por amadrinar a los chicos huérfanos del barrio y ayudar a los más necesitados. Obviamente entrarán en juego y se irán yuxtaponiendo las diferentes subtramas con la historia de Usnavi, en un ejercicio narrativo que tiene algunos toques novelescos pero que son acompañados de atractivos y optimistas números musicales que irán con un nivel de euforia y un enorme despliegue visual a los que Jon M. Chu ya había demostrado en algunos de sus relatos anteriores. Por otro lado, la mezcla de ritmos latinos que consigue Miranda por medio del merengue, la salsa y el hip hop (el sello distintivo del artista) hacen que además de lograr melodías pegadizas y seductoras, el musical tenga una personalidad inusitada. Probablemente, lo que hace que el film se destaque es cómo su tratamiento nos recuerda a los musicales del viejo Hollywood (principalmente a «West Side Story» con los que tiene algunos puntos en común) pero con una temática y una aproximación musical tan ecléctica como moderna. Una película como «In The Heights» resulta tan necesaria en estos momentos para poder darle voz a cierto sector de la sociedad, compuesto por personas marginadas que solo quieren ser escuchadas y/o incluidas. Si bien hay cierta manipulación narrativa y emocional (especialmente en el final del largometraje), la obra compone una de esas experiencias cinematográficas alegres y contagiosas que tanto bien nos puede hacer en esta época pandémica. Un film que se nutre del talento involucrado detrás de las cámaras para poder hacer una más que correcta trasposición al medio audiovisual y un enorme compromiso de parte del elenco, entre los que destaca la mayoría, pero especialmente Anthony Ramos en el rol principal. «In The Heights» es un musical vibrante y sumamente disfrutable que funciona más en sus aspectos musicales y visuales que en lo estrictamente narrativo. Aun así, es una obra completa que tiene su costado reflexivo a nivel social y el sello característico de Lin-Manuel Miranda que quedará resonando en la mente del espectador durante un largo tiempo.
La historia de los Warren es bastante popular gracias a las películas de la saga «El Conjuro», creadas por James Wan y basadas en hechos reales relacionados a las ya mencionadas figuras de los demonólogos norteamericanos Ed y Lorraine. Tal fue el éxito de las dos primeras entregas «The Conjuring» (2013) y «The Conjuing 2» (2016), que a partir de entonces arrancó una especie de Universo Expandido con diversos personajes derivados de la saga principal. Annabelle tuvo 3 largometrajes en solitario, mientras que la Monja tuvo una entrega y La Llorona también. Ninguna de estas producciones alcanzó el nivel de las «aventuras» de los Warren, y probablemente, más allá de que no tuvieron la presencia de los personajes interpretados por Patrick Wilson y Vera Farmiga, quizás no terminaron de funcionar porque tampoco contaron con la visión ni la presencia de James Wan tras las cámaras. En esta oportunidad, Wan tampoco vuelve a dirigir la saga central de su querido Universo Warren y este hecho explica algunas cuestiones que sufre «The Conjuring: The Devil Made Me Do It» (2021). El director es Michael Chaves, el responsable de «The Curse of La Llorona» (2019), que de todos los directores involucrados en la franquicia de terror insignia de Warner, es uno de los que intenta copiar o tomar algunos recursos del estilo para meterlo en sus propias películas. Obviamente, que esto conlleva un riesgo y algunas cosas se pueden notar en está tercera parte de la saga. «The Conjuring: The Devil Made Me Do It» vuelve a tomar un caso real como base para contar una historia muy libremente inspirada en los datos históricos. En esta oportunidad, la acción se ambienta en la década de los ’80, con unos Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga) más maduros que deben afrontar nuevamente un caso de una supuesta posesión demoniaca. La diferencia radica en que en esta oportunidad no habrá una casa embrujada como en las dos entregas anteriores, sino que tendremos a un joven, Arne Cheyne Johnson (Ruairi O’Connor), quien es acusado de asesinato y alegado en la corte que estaba bajo posesión demoniaca. El film presentará los habituales condimentos de investigación, exorcismos e incluso una lucha contra sectas ocultistas. El largometraje se encuentra en un punto medio entre aciertos y equivocaciones. Por un lado, parece una idea conveniente (al menos en lo que respecta a una tercera película) de cambiar un poco la dinámica y no volver a caer en la premisa de «familia se muda a una casa embrujada», para mostrar otro tipo de enfrentamiento del matrimonio Warren contra las fuerzas demoníacas. No obstante, al hacer que ese contexto o escenario sea más amplio y no tan limitado a un solo lugar, también se pierde un poco la tensión y el habitual sometimiento de los personajes a un clima constante de opresión. Probablemente esto desemboque en que esta historia sea la menos aterradora de las tres, pero incluso eso se debe no solo a esto sino a otras problemáticas que afronta el film de Michael Chaves. Tras una prometedora secuencia inicial, con un claro homenaje a «The Exorcist» (1973) del gran William Friedkin, y un tono tan avasallante como vertiginoso, la cinta decide mostrar cómo el demonio pasa del pequeño David Glatzel (Julian Hilliard) a Arne quien posteriormente será el joven acusado de asesinato. Aquí vemos también un intento de unificar esa introducción con el caso central, para luego ir y venir en el tiempo con algunos momentos clave del caso con una estructura interesante, aunque no del todo bien desarrollada. Otro aspecto destacable del cual esta entrega intenta despegarse de las anteriores es que si bien lo paranormal parece ser cada vez más grande y alejado de la realidad, esta entrega intenta ser más «terrenal» en el sentido en que el/los adversarios en esta oportunidad son parte de una secta satánica que realiza rituales para invocar espíritus y demonios. El enfrentamiento o la amenaza pasa a ser más física y menos abstracta. Y hablando de físico, también tenemos al personaje de Ed con un problema cardíaco que le agrega una cuota mayor de peligro a su figura. A nivel interpretativo no tenemos nada que objetarle al dúo protagónico que demuestra nuevamente su química en pantalla y el cariño que le tienen a sus personajes que, vale aclarar, son profundizados y mostrados en diversos flashbacks que dan testimonio del amor y el afecto producto de esa longeva relación que mantuvieron a lo largo de toda la vida. «El Conjuro 3» por momentos parece quedarse a mitad de camino. Chaves intenta recrear el estilo de Wan por medio de algunos recursos tales como el travelling en la casa que sitúa en tiempo y espacio al espectador, pero todo resulta forzado y hasta medio artificial, ya que James Wan utilizaba esos recursos no para hacer gala de la destreza técnica sino a modo puramente narrativo. Aquí esas emulaciones a su estilo carecen de sentido ya que la película transcurre en diferentes espacios/locaciones e involucran varios acontecimientos. Lo mejor del film de Chaves es cuando no intenta imitar sino justamente lo contrario, cuando se distancia. Claramente si comparamos esta entrega con las dos anteriores, nos demos cuenta de que esta sea la más floja de la trilogía. No obstante, «El Conjuro: El diablo me obligó a hacerlo» se presenta como un capítulo entretenido de las aventuras de los Warren, que a fuerza de algunas buenas ideas y gracias al buen funcionamiento de su pareja protagónica, logra mantenerse a flote. Un film que con sus fallos y aciertos sigue siendo más relevante que los diversos spin-offs.
Disney sigue con su tendencia de rebootear, remakear, pasar a live-action o incluso hacer precuelas/secuelas de productos y fórmulas ya probadas con anterioridad. Algunas son directamente de películas o, en este caso, de personajes salidos de producciones cinematográficas. «Cruella», contra todo pronóstico, resulta ser una película bastante digna más allá de que si nos ponemos a pensar fríamente resulta innecesaria desde su concepción. Lo cierto es que, así como Warner decidió retratar los orígenes del «Joker», en el film de 2019 dirigido por Todd Philips (a modo de ejemplo análogo), Disney decidió probar un camino similar con una de las villanas más icónicas de las producciones animadas de la compañía del ratón. El largometraje se centra en el personaje del título y en cómo fue que se convirtió en la despiadada villana de «101 Dalmatians». Para ello, el film se centra en la trágica infancia de Estella (nombre verdadero del personaje) y en como a temprana edad queda huérfana, teniendo que aliarse con dos chicos, Jasper y Horace, con los cuales subsiste realizando pequeños robos y estafas en la Londres de los años ’60. Luego la acción se traslada a los años ’70 donde Estella (interpretada por la histriónica Emma Stone) junto a sus dos compañeros (Joel Fry y Paul Walter Hauser) continúan con los desfalcos y los timos de poca monta en los cuales utilizan disfraces y el vestuario para pasar desapercibidos, confeccionados y diseñados por ella. Estella tiene el sueño de ser una diseñadora de alta costura y consigue un trabajo en un negocio bastante moderno de Londres, el problema es que nadie repara en ella y en su talento hasta que un día aparece la diseñadora más importante de la ciudad, la Baronesa (Emma Thompson), en el lugar y se ve deslumbrada por su enorme potencial. Inmediatamente, le ofrece a Estella un empleo como diseñadora en su taller y así comienza a hacerse realidad el sueño de la joven huérfana. No obstante, la Baronesa tiene planes malvados y esconde oscuros secretos que llevarán a Estella a convertirse en Cruella para enfrentar a esta antagonista implacable que demuestra ser despiadada debajo de su disfraz de falsa modestia, narcisismo y arrogancia. En esa lucha entre ambas es donde el film juega una especie de paralelismo con «The Devil Wears Prada» (2006), que desemboca en un duelo actoral inspirado entre Thompson y Stone. Asimismo, no es de extrañar que la dirección haya caído en manos de Craig Gillespie («I, Tonya») que le imprime un estilo similar a la narración al que empleó en la biopic de Tonya Harding. Gillespie demuestra su pericia para retratar a esta anti-heroína, humanizando su aproximación, pero sin condescendencia. El problema del film recae principalmente en su larga duración (134 minutos) con un segundo acto innecesariamente extenso que hace que la obra entera tenga un problema de ritmo, aun cuando en líneas generales termina funcionando y llegando a buen puerto. Una de las cuestiones más atractivas del relato es su calificación PG-13, lo cual resulta peculiar para un film de estas características, cuya justificación radica en que es bastante más oscura, violenta y osada de lo que uno puede a llegar a esperar de una película de Disney. Esto no es necesariamente negativo, sino todo lo contrario ya que el largometraje tiene un tono más audaz que otras producciones de la compañía. Por otro lado, cabe destacar su extraordinario diseño de producción y también el vestuario que posee la película, la cual elevan su look visual dos o tres escalones por sobre la media de este tipo de productos. A nivel sonoro, también acompaña estupendamente el soundtrack no original del film que incluye canciones de los Rolling Stones, The Clash, Queen, Deep Purple, entre varios otros, que sirven para subrayar tanto el tono rebelde como aggiornado y diverso que abraza el opus de Gillespie. «Cruella» es una película que, a pesar de no ser realmente novedosa, logra contar una historia atractiva, con buenas interpretaciones y una estética visual alucinante. Un film que se sobrepone a sus fallas por una cantidad igual o mayor de inesperados aciertos.
Taylor Sheridan («Wind River») nos presenta su tercera película como director en la cual emplea algunos recursos y lugares conocidos de thrillers de acción de los ‘80/’90 para igualmente deleitarnos con su habilidad como narrador, presentando personajes fuertes con motivaciones claras y algunos tintes de neo western que tanto le gusta utilizar en sus relatos. Sheridan comenzó su carrera como actor, pero su ascenso meteórico en la industria se dio al incursionar como guionista de los interesantísimos largometrajes: «Sicario» (2015) y «Hell or High Water» (2016). Previamente había dirigido su ópera prima en 2011, titulada «Vile», la cual había pasado bastante desaparecida. No obstante, tras la nominación al Oscar que recibió a Mejor Guion Original por el film de David Mackenzie protagonizado por Chris Pine, Ben Foster y Jeff Bridges, volvió a la dirección de manera triunfal con «Wind River», un policial tremendo con el que obtuvo el reconocimiento a Mejor Director en el «Un Certain Regard» del prestigioso Festival de Cannes. Es por ello, que había cierta expectativa con su próximo trabajo y pese a que no logra alcanzar los niveles de aquella película, «Those Who Wish Me Dead» representa un relato entretenido, prolijo y con varias buenas ideas. Todo comienza con dos situaciones paralelas que van a converger en una sola de épicas proporciones. Por un lado, tenemos a la protagonista Hannah Faber (Angelina Jolie), una mujer que oficia como bombera/paracaidista que trabaja en un parque nacional y cuyo objetivo es el de prevenir incendios, salvar a las personas que se encuentran en las inmediaciones de la zona boscosa de Nuevo México ante un posible incidente y vigilar desde una torre los posibles cambios climáticos. El problema de Hannah es que lucha contra algunos fantasmas del pasado que tienen que ver con una actuación fallida durante un incendio forestal que provocó la muerte de tres jóvenes turistas. Asimismo, en otra parte, un niño (Finn Little) y su padre contador (Jake Weber) intentan escapar de dos asesinos a sueldo (Aidan Gillen y Nicholas Hoult) contratados para asesinar al hombre que posee una información que compromete a algunos funcionarios públicos o grupos de gran poder. El niño logra escapar, pero su padre no, y en el camino busca ayuda y se cruza con Hannah que encuentra en este pequeño la posibilidad de alcanzar la redención. El film que recuerda a ciertos relatos de acción/aventura con toques de thriller de los años ‘80/’90 encuentra ciertas reminiscencias a «Cliffhanger» (1993), donde un joven Stallone, alpinista retirado frente a un evento fatídico, debe volver a enfrentar la adversidad cuando una tras un accidente de avión, secuestrado por una banda criminal, lo obligará a salir del letargo para salvar el día. Cambiemos alpinista por bombera y accidente de avión por incendio forestal provocado por asesinos para desviar la atención de la verdadera misión y tendremos un film de la vieja escuela, con ciertos lugares comunes, pero con los mecanismos bien aceitados para ofrecer un buen divertimento sin pretensiones. Lo interesante está en como Sheridan lleva adelante la narración haciendo que las dos líneas argumentales converjan homogéneamente y balanceando bien tanto a los personajes principales como a los secundarios. Los asesinos son presentados como fuerzas implacables sin escrúpulos que solo siguen órdenes, pero en el medio se cruzan con Hannah que busca su liberación, un niño que quiere cumplir con los deseos de su padre que «hizo las cosas bien», y un Sheriff (Jon Bernthal) y su esposa embarazada (Medina Senghore), que además de proteger sus aparentemente idílicas vidas, buscarán defender su morada y al niño con el que guardan cierto vínculo. Los personajes, sus conflictos y motivaciones van llevando adelante el drama, por momentos hacia lugares esperables, pero brindando el entretenimiento que pretende la obra misma. «Those Who Wish Me Dead» podrá no ser una gran película pero sí cumple con lo que pretende, que es ser un pequeño thriller de acción con personajes atractivos, buenas interpretaciones y un desarrollo más que preciso por parte de Taylor Sheridan que demuestra ser más que hábil como narrador y guionista.
La directora Chloé Zhao («Songs My Brothers Taught Me», «The Rider») nos presenta una de las películas más comentadas y aclamadas del año pasado, una que pisó fuerte en algunos festivales (Se quedó con el León de Oro en Venecia y con el Premio del Público en el Festival de Toronto) y que se perfila como una de las grandes contendientes en esta atípica temporada de premios. «Nomadland» es uno de esos relatos melancólicos e intimistas que suelen abundar en el circuito festivalero y en la cinematografía norteamericana más indie. Lo cierto es que la película de Zhao se destaca por varias razones. Por un lado, es un retrato bastante fidedigno de aquellos estadounidenses que habitan en la ruta, viviendo en sus casas rodantes o camionetas y ganándose el pan con diversos trabajos temporales o changas que les permiten llevar un pasar austero pero suficiente como para continuar su camino. Asimismo, el relato sirve como reflejo de una EE.UU. post crisis económica donde una gran parte de la población se quedó sin trabajo, sin techo y básicamente sin recursos de un día para el otro. Finalmente, la obra también dialoga sobre la familia, la pérdida de los seres queridos y de levantarse para reconstruir sobre los escombros. «Nomadland» engloba todos estos elementos a través de la sensible mirada de su directora que desde una posición de observadora construye esta poderosa y emotiva road movie. El largometraje se centra en Fern (la siempre maravillosa Frances McDormand), una mujer bastante golpeada por las vueltas de la vida, la cual perdió a su esposo tempranamente y también su hogar y dinero durante la recesión de 2008. Es así, como un buen día decide embarcarse en un viaje a través de las rutas del oeste americano viviendo como una nómada en su camioneta (la última de sus posesiones materiales). Tras el colapso económico que afectó también a su ciudad en la zona rural de Nevada, la empresa donde trabajaba entra en quiebra y convierte a la pequeña ciudad en un pueblo fantasma dejándola sin vivienda de un día para el otro, Fern toma su camioneta y se pone en camino para explorar una vida fuera de la sociedad convencional encontrando un mundo totalmente nuevo para ella, lleno de personajes insólitos y de un futuro incierto. Lo que sorprende de la película es su solvencia narrativa, su potente rol de observación de esta mujer viuda que atraviesa una crisis existencial de épicas proporciones, y la increíble capacidad de autosuperación de Fern. Probablemente, esto no hubiera sido posible sin la enorme interpretación de McDormand, a quien se la muestra un poco más contenida que de costumbre, sacando a relucir un personaje complejo, lleno de capas y matices que vuelven al viaje bastante placentero. Otro gran acierto de la obra está en su economía de recursos y en como se sugiere más de lo que se dice, potenciando nuevamente ese rol de observador externo y de espectador activo. Es como que, por momentos, la narración tomara algunos aspectos del documental y el naturalismo para sumergirnos de lleno en este relato ficcional que probablemente tenga más de un punto de contacto en miles de ciudadanos estadounidenses que atravesaron por situaciones similares a las que afronta la protagonista. Si a esto le sumamos el estupendo trabajo de fotografía de Joshua James Richards que nos otorga grandes postales de la América profunda y de sus diversos paisajes así como también de esa cámara testigo que acompaña a Fern en su travesía personal; y también la poderosa música de Ludovico Einaudi que agrega su cuota de nostalgia y añoranza, nos encontraremos con una película interesante y encantadora que impactará tanto por su sensibilidad como por su belleza. «Nomadland» es un film que apela a las emociones y la reflexión de cómo suele llevarse la vida en la sociedad occidental. Un relato medido que probablemente no se destaque por su estructura o por su trama en sí, sino más bien por su mirada compasiva y por «el viaje», es decir por como se va desarrollando la historia a medida en que su protagonista emprende el camino. Frances McDormand vuelve a demostrar su talento actoral en esta emocionante película de Chloé Zhao que retrata la crisis de las sociedades modernas.
John Lee Hancock, director de «The Founder» (2016), «Saving Mr. Banks» (2013) y «The Blind Side» (2009) nos presenta un policial situado en Los Ángeles de los años ’90 que además de presentarse en ese contexto, el mismo guion fue escrito por Hancock al principio de esa década. Esto le juega un poco en contra ya que presenta varias similitudes a otros grandes policiales de la época como «Seven» (1995) o «The Silence of the Lambs» (1991). Esta película de Hancock toma varios elementos de estas y otras películas de asesinos seriales y los implementa en un relato que comienza bien, pero empieza a naufragar del segundo acto para adelante. El largometraje comienza presentando un posible secuestro de una joven que atraviesa el desierto en su auto durante la noche, y otro vehículo parece seguirla bien de cerca hasta que intentan atraparla en una estación de servicio. No vemos bien que pasa en ese momento, en esta especie de introducción de serie policial, y la acción nos traslada al presente donde se informa que un asesino serial ya se cobró su segunda víctima, y el detective Jim Baxter (Rami Malek) se encargará de la investigación. Baxter es un joven talentoso que se está abriendo paso a niveles agigantados dentro de la fuerza y comienza a intentar darle caza a este astuto asesino. El mismo contará con la ayuda de Joe Deacon (Denzel Washington), un sheriff al borde del retiro que tuvo su paso por la policía en el puesto de Baxter y tras un incidente decidió irse a un condado más apartado y oficiar de Sheriff. Esta pareja dispar (la cual sigue emulando de manera directa a los personajes de Brad Pitt y Morgan Freeman en «Seven») colaborará para intentar resolver el caso. El film aglutina una enorme cantidad de lugares comunes que ya vimos en mejores relatos y otros del montón, dentro de los mejores ya mencionamos la película de Fincher y la de «The Silence of The Lambs», pero también recicla elementos de otros thrillers menores como es el caso de «The Bone Collector», protagonizado por el mismo Washington. Si bien el dúo protagónico logra dar actuaciones correctas, e incluso Jared Leto no desentona en la composición de su excéntrico personaje, ciertas conexiones entre ellos se sienten forzadas y poco desarrolladas como para terminar de resultar verosímiles dentro de la diégesis de la historia. El giro del final también resulta poco convincente y algo tirado de los pelos (incluso aquí se pueden ver la mayor cantidad de coincidencias de este film con «Pecados Capitales» con una escena similar a la de la caja ocurriendo también en el desierto) aunque resulta interesante ver el comportamiento de los personajes en dicha situación. «Pequeños Secretos» resulta ser una película regular que se nutre de otros grandes thrillers noventosos y a la cual le juega en contra contar con un guion desarrollado en esa década ya que ciertos elementos se notan como fuera de época o desactualizados respecto a los avances socioculturales que tuvimos en estos 30 años. Una oportunidad fallida teniendo tanto talento delante y detrás de cámara.
Christopher Landon, director de «Happy Death Day» (2017), vuelve a traernos otra comedia de terror que se nutre nuevamente de un high concept (en la primera fue el loop temporal, en esta el cambio de cuerpos) conocido pero llevado a un terreno no explorado. El resultado es tan divertido como hilarante y sangriento. Al parecer la alianza de Landon con Blumhouse está atravesada por premisas conocidas de distintas comedias, «Groundhog Day» y «Freaky Friday» por solo enumerar algunas, llevadas hacia el terreno del terror, pero sin perder esa esencia de la comedia, logrando una mezcla bastante acertada y homogénea de sus componentes. El largometraje se centra en Millie (Kathryn Newton), una joven que mientras intenta superar la muerte de su padre, tiene que lidiar con situaciones de bullying en la escuela secundaria. Sus amigos Nyla (Celeste O’Connor) y Josh (Misha Osherovich) son su refugio frente a estos problemas que vive diariamente, pero ellos no estarán para ayudarle cuando Millie es atacada por un asesino en serie (Vince Vaughn) al quedar sola tras un partido de fútbol americano de su escuela. Lo que no saben es que la chica y el homicida intercambian cuerpos luego de que Millie haya sido herida con un cuchillo «místico», dándole un plazo de 24 hs para encontrar una solución antes de que el cambio sea permanente. «Freaky» es un film por demás entretenido que exprime al máximo su ingeniosa y atractiva premisa, pero que no se queda solamente en lo anecdótico de mezclar la comedia de cambio-de-cuerpo con el slasher sino que se encarga de mantener vivos los componentes de ambos subgéneros sin trastabillar. El guion es sencillamente correcto y funcional, dándole lo necesario para generar esa tensión que trae aparejado el plazo máximo para poder corregir el cambio corporal. A su vez, los personajes están más que bien desarrollados y sus comportamientos no solo son armónicos y dramáticamente justificados, sino que, además, sus dinámicas grupales son realmente inspiradas. Vaughn (estupendo trabajo del actor) junto con Osherovich y O’Connor tienen interacciones brillantes y muy efectivas en lo que respecta a la comedia. Por otro lado, Kathryn Newton desborda personalidad e histrionismo como la adolescente inocentona y luego como el homicida en el cuerpo de una adolescente. Además de un casting perfecto, el guion trabaja con algunos temas de actualidad que logran encontrar su lugar en la narración de manera efectiva y sin resultar forzado como puede pasar en otros relatos (cuestiones como la sexualidad, el empoderamiento femenino, el bullying, entre otros). La película se beneficia de ser un relato sin grandes pretensiones, de brindar un entretenimiento genuino y de lograr confeccionar una comedia negra bastante efectiva con momentos de terror que no están para nada diluidos (la escena de la sierra circular, de alto contenido de violencia gráfica no tiene nada que envidiarle al gore más visceral del cine de explotación). «Freaky» es una de esas sorpresas que trae Blumhouse con un concepto bastante interesante que aporta algo más, con un elenco estupendo y con una acertada mezcla de géneros.
Tras reiteradas postergaciones por la compra de Disney a Fox, la golpeada película del universo de los X-Men finalmente se estrena en salas comerciales este 2021. Un final poco feliz para un film con bastante potencial que terminó sufriendo el manoseo, las polémicas y dos años de retrasos. Mucho hemos hablado del agotamiento que vienen sufriendo las películas de superhéroes, que hasta hace unos meses eran moneda corriente en la cartelera, habiendo alrededor de dos o tres superproducciones de parte de Marvel y DC por año. El gran problema deviene en que estos relatos siguen fórmulas ya probadas y además de presentar pocas novedades, por lo general terminan siendo muy similares unas de otras tratando de explotar la espectacularidad y el entretenimiento bombástico y vacío más que el de narrar una buena historia con un guion sólido de base. Obviamente, hay excepciones y a lo largo de los años, hemos tenido algunos relatos que sorprenden por su eficacia y solidez (por nombrar algunas «The Dark Knight» -2008-, «Spider-Man: Into the Spider-Verse» -2018-, «Logan» -2017-). Lo cierto es que las películas del universo X-Men por lo general, y exceptuando algún que otro desastre, han ofrecido relatos y elementos más interesantes que el resto de los films de Marvel. La cuestión de los mutantes vistos como seres marginados y constantemente discriminados ponen de manifiesto diversos temas que son bastante trasportables a ciertos sectores de la sociedad moderna. «The New Mutants» a simple vista parecía que iba a ampliar el espectro de relatos sobre estos mutantes, ya que no solo iba a enfocarse en personajes nuevos y poco explotados, sino que además se proponía contar una historia con tintes de terror. O al menos eso era lo que se podía inferir de los primeros avances que fuimos teniendo desde 2018. El largometraje se centra en cinco jóvenes mutantes que acaban de descubrir sus habilidades, y son encerrados en una especie de hospital psiquiátrico en medio de la nada, en un complejo de instalaciones secretas donde les proponen controlar sus poderes para reinsertarse en la sociedad e incluso ir a la academia de los X-Men. Sin embargo, las apariencias engañan y los jóvenes se darán cuenta que deberán luchar para apartar a los fantasmas del pasado y salvarse a sí mismos. Como bien había mencionado, «The New Mutants» es una película con mucho potencial en diversas áreas. En primer lugar, el elenco parece ser uno de los puntos fuertes (sacando alguna que otra decisión de casting) con Anya Taylor-Joy a la cabeza y bien secundada por Charlie Heaton y Maisie Williams. Por otro lado, la idea de presentarlos en un contexto acotado donde salen a relucir sus peores pesadillas y miedos no solo enriquece a esta especie de coming of age superheroico y/o fantástico, sino que además le agrega un toque al estilo de la saga de «A Nightmare on Elm Street» bastante atractiva. No obstante, el principal problema de la cinta es que no logra aglutinar bien estos elementos y se nota un problema de tono en el relato. La primera parte de la película se presenta como un drama adolescente y va girando lentamente hacia el género fantástico con pequeños destellos de terror que deberían estar más presentes y aprovechados. A su vez, el guion no termina de decidirse con qué quedarse y además de presentar diálogos bastante esquemáticos y expositivos, se olvida de desarrollar a ciertos personajes, como por ejemplo el de Alicia Braga y el espectador no termina de entender sus motivaciones o sus repentinos cambios de comportamientos. Esto deriva en el principal problema ya que la estructura del mismo libreto tambalea y no logra sortear algunos baches narrativos. Pareciera como que los condimentos están ahí, pero al fin y al cabo no logran un producto homogéneo y coherente. Es probable que aquí entren en juego las postergaciones, las reshoots y la entrada de Disney en la toma de decisiones de esta producción de Fox. Josh Boone, que ya ha mostrado su solvencia para presentar dramas adolescentes en la lacrimógena pero correcta «The Fault in Our Stars», aquí parece encontrar el rumbo de a ratos con algunos personajes y situaciones donde la dinámica grupal sí funciona. Lamentablemente, esto no es así en la totalidad de la cinta. «The New Mutants» termina siendo una película con un gran potencial desperdiciado que igualmente no llega a ser el fracaso estrepitoso e inmirable que alegaban los críticos norteamericanos. Sino que termina siendo un producto bastante convencional, con una trama que se queda a medio camino y un tono bastante más blando de lo que pretendía ser en un principio. Tiene sus buenos momentos y es bastante disfrutable por el carisma de sus personajes, pero nuevamente caemos en un villano desdibujado y en ciertas falencias que siempre le solemos atribuir a este tipo de relatos. Un paso por encima de la fallida «Dark Phoenix» pero un entretenimiento menor que no le hace honor a la saga mutante que supo ver días mejores.
La inglesa Emerald Fennell, actriz y guionista, responsable de la escritura de varios capítulos de «Killing Eve», hace su debut tras las cámaras con este thriller que dio bastante que hablar el año pasado y que nos deja buenas sensaciones sobre el futuro de esta joven directora. «Promising Young Woman» tuvo su preestreno en el pasado Festival de Sundance y desde entonces fue generando una fuerte repercusión de cara a la próxima temporada de premios al mismo tiempo que fue ocasionando cierto revuelo mediante su incorrección política así como también sobre su acertada critica social. Y es que el film de Fennell se desenvuelve con solvencia y pericia narrativa en un terreno bastante certero y paradójico a la vez. El film se presenta con inteligencia como una especie de comedia negra, revenge thriller y drama familiar que va cambiando de tono con agudeza e ingenio según lo va requiriendo el propio relato. El largometraje se centra en Cassie (una tremenda Carey Mulligan), una joven treintañera que tenía un futuro prominente por delante, pero, por un incidente que desconocemos, decidió dejar su carrera como profesional de la salud y volver a vivir con sus padres mientras pasa los días trabajando en un bar y las noches acudiendo a clubes nocturnos. Se la pasa frecuentando los bares o discotecas de moda y finge estar borracha para llamar la atención de los hombres con malas intenciones e irse a sus casas para darles un «mensaje» o una «lección». Estos actos de venganza o «justicia por mano propia» parecen querer llenar un vacío inmenso que poco a poco se irá revelando con sutileza. La película logra ser un relato formidable que, a su manera por momentos cuestionable y por momentos perspicaz y empática, busca poner sobre la mesa temas bastante actuales, como el movimiento #metoo, el abuso sexual, el empoderamiento femenino y cómo las autoridades nunca le creen a buenas o primeras a las víctimas y terminan favoreciendo o encubriendo a los victimarios. Resulta realmente interesante cómo este film se desenvuelve a medio camino entre films del estilo de «Hard Candy» (2005) y «Death Wish» (1974) con sus costados más controversiales que ponen en jaque la falta de acción de las autoridades, pero llevándolo más hacia un costado de denuncia mediante grandes dosis de humor negro. Probablemente la película tenga tantos defensores como detractores. Lo cierto es que la autora logra tratar un tema delicado sin banalizarlo y entretener al mismo tiempo que busca generar consciencia sobre la violencia de género. Una misión que sería caminar por la cornisa para cualquier director/a debutante, pero de la cual Fennell sale airosa. El guion es uno de los puntos altos del relato, incluso cuando hay momentos que puedan ser anticipables. Igualmente, la obra logra generar climas de tensión avasallantes incluso cuando estamos ante eventos esperables debido a la crudeza con la que se presentan las tan comunes y nefastas faltas. Todo esto no hubiera sido posible sin la superlativa interpretación de Mulligan («Drive», «Never Let Me Go») que se demuestra totalmente comprometida con el rol de esta vengadora feminista. «Promising Young Woman» es una película tremenda, audaz y completamente relevante. Un film por momentos retorcido, por otros políticamente incorrecto que además de ser una experiencia audiovisual impactante (visualmente es muy atractiva también) nos introduce a una autora con un futuro bastante interesante.