El hijo mayor de Jim Henson, el creador de “The Muppet Show”, nos ofrece este peculiar film que busca satirizar el género del policial negro por medio de las conocidas marionetas que hicieron famosa a la compañía de su padre. “The Happytime Murders” es una comedia que mezcla a los títeres con actores reales en un mundo donde ambos conviven pero con un racismo incesante de los humanos para con los muñecos a quienes ven como ciudadanos de segunda clase. En este marco se da que el reparto de títeres de un famosos show televisivo infantil de los años 80 llamado “The Happytime Show” empieza a ser asesinado uno por uno. Es por ello que un agente de la policía de Los Ángeles (y Puppet) caído en desgracia y devenido en detective privado tendrá que tomar el caso para salvar a su hermano y a otras tantas marionetas que pertenecen al círculo de sus allegados y conocidos. Para ello deberá lidiar con su ex compañera de la policía, la detective Connie Edwards (Melissa McCarthy) con la cual no finalizó su relación laboral en buenos términos. A su vez, también deberá salvar a Jenny (Elizabeth Banks), la mujer que protagonizaba la serie infantil, que solía ser su novia en los años dorados del show. El largometraje de Brian Henson es una oportunidad desaprovechada para lo que podría haber sido un producto interesante. Si bien la trama es absurdamente atractiva, el resultado se queda a mitad de camino por medio de un guion no muy inspirado y con poco sentido del humor. A la película le faltan gags más hilarantes y la capacidad de reírse de sí misma. Es como que todo el esfuerzo está puesto en demostrar que es una obra para adultos intentando ser transgresora a través de chistes sexuales y escatológicos. No obstante, el film nunca rompe el molde y los chistes escasean para que pueda ser una especie de sátira del policial o una comedia propiamente dicha. Se la siente más como el policial al cual busca ridiculizar en lugar de la comedia que aspira a ser. El problema es que para marcar más el hecho del film noir le faltaría jugar un poco con los códigos estéticos y estilísticos del género, como por ejemplo la fotografía donde se podría haber motivado una clave más baja llena de contrastes y sombras pero que en definitiva termina siendo ambientado como un capítulo de “Plaza Sésamo”. Por el lado interpretativo, Melissa McCarthy, quien pertenece a esa categoría de actores y actrices que son amados y odiados por igual, está bien seleccionada para su papel y demuestra ser una comediante capacitada para realizar este tipo de roles desafiantes donde las fronteras entre lo absurdo, lo grotesco y lo verosímil son puestas en juego. En los personajes secundarios acompañan muy bien Maya Rudolph, Elizabeth Banks y Joel McHale que igualmente podrían haber sido explotados de mejor manera para exponer sus habilidades para la comedia. Como película de este estilo, podemos compararla directamente con el largometraje de Robert Zemeckis, “Who Framed Roger Rabbit” (1988), que tenía un argumento similar pero mejor expuesto y aprovechado el componente “fantástico” y/o “animado”. “¿Quién mató a los Puppets?” es un largometraje que podría haber sido mucho más certero de haber tenido un mejor aprovechamiento de la comedia y un guion un poco más perspicaz e irreverente en lo que respecta a su diégesis o mundo ficcional. Un relato que solo goza de pocos momentos de picardía y entretenimiento gracias al carisma de McCarthy y de los comediantes involucrados.
Este jueves se estrena esta sensible e intimista coproducción entre Alemania e Israel sobre una relación homosexual entre un judío israelí casado y un pastelero alemán. Un drama sentimental y perceptivo dirigido por Ofir Raul Graizer que profundiza en los secretos que deja atrás la muerte, haciendo posible que dos mundos distintos converjan y tengan la oportunidad de afrontar el luto de manera conjunta. Si bien la receta parece algo sencilla, la profunda sinceridad con la que es narrada la historia junto con un par de poderosas actuaciones de sus intérpretes hacen de “The Cakemaker” un plato fuerte. El largometraje cuenta la historia de Oren (Roy Miller), un ingeniero constructor israelí que trabaja para una compañía en Berlín, ciudad en la que se enamora del pastelero Thomas (Tim Kalkhof) al acudir habitualmente a su local. El romance ni siquiera parece haber empezado cuando Thomas descubre que Oren ha muerto en un accidente automovilístico en Jerusalén. Thomas viaja allí sin saber exactamente qué es lo que está buscando. Descubre que la mujer de Oren, Anat (Sarah Adler), es propietaria de un café, y luego de solicitar un empleo en el establecimiento, Thomas termina como ayudante en su cocina. El hombre prefiere no revelar su talento como pastelero hasta el cumpleaños del hijo de Anat, cuando decide preparar unas galletas. Esto no acaba de sentar bien al religioso Motti, el hermano de Oren quien es muy respetuoso con las costumbres del judaísmo. Así es como Anat hace caso omiso a lo que dice su cuñado y continúa conservando la ayuda de Thomas, cosa que le termina siendo realmente beneficioso para su negocio a pesar de las amenazas de las autoridades por quitarle el certificado de comida Kosher. El relato se presenta como un drama humilde y sincero que nos habla del dolor de la pérdida, de la vida religiosa en contraposición con la vida moderna, la homosexualidad dentro del marco familiar-religioso y otras tantas cuestiones que hacen de la película una experiencia realmente atractiva y fresca. Quizás, lo novedoso no pase por su desarrollo técnico y/o narrativo, ya que el film se toma su tiempo para desplegar los acontecimientos y debido a que su dinámica puede resultar un poco convencional. Al principio empieza con un ritmo más resuelto en lo que tiene que ver con el tratamiento del affaire, para ya meterse de lleno en el momento posterior a la muerte, y luego durante el viaje de descubrimiento de Thomas, la cinta incurre en la utilización de gran cantidad de planos fijos y poca fragmentación para presentar los hechos mostrados. El mismo factor de elidir la mayor parte (no toda porque después hay algunos flashbacks) del romance, hacen que resulte realmente intrigante las motivaciones que llevan al pastelero a ingresar en el mundo de su difunto amante. Finalmente, esa relación que desarrolla el personaje con Anat y con la familia de ella, termina siendo una especie de vínculo familiar tácito donde cada parte sabe más de lo que quiere admitir/aceptar de su contrapartida pero a cada sector le es funcional para aceptar aquel difícil momento compuesto por el luto que genera tal alienación, extrañamiento y desequilibrio emocional. Por el lado de las interpretaciones, son realmente destacables las composiciones de Adler y Kalkof en los papeles principales, logrando un golpe directo al corazón con tremendo sentido de la sensibilidad y la compasión. Con resepcto a los aspectos técnicos, se puede decir que la cinta se desarrolla con una prolija y funcional puesta en escena. “The Cakemaker” es un film intenso, enriquecedor y lleno de belleza que nos muestra que el cine israelí goza de una gran diversidad y libertad para contar historias que tienen que ver con las tradiciones religiosas ortodoxas que pueden estar compuestas de preconceptos en cuanto al amor y la sexualidad. Un largometraje para descubrir en una cartelera que a veces carece de pluralidad cinematográfica.
Dentro del cine de acción y aventuras hay un subgénero que tiene como protagonistas a los tiburones, aquellos enormes animales marinos que desatan el terror en las playas y entre las personas que buscan relajarse a orillas del mar. Como siempre, el referente inmediato de estas películas es la obra de Steven Spielberg, “Jaws” (1975), que no solo fue pionera en este estilo de relatos sino que además consiguió permanecer en las retinas de los cinéfilos al contar una historia de corte clasicista de manera brillante y logrando que el antagonista sea una verdadera fuerza opositora implacable que hará la vida imposible a los protagonistas. A su vez, si tenemos en cuenta los problemas por los que Spielberg tuvo que atravesar durante la producción de la cinta, queda más que claro su potencial para aprovechar los recursos disponibles sin comprometer la calidad del producto. A lo largo de los años, le han seguido varias producciones que han pasado por la pantalla grande con diversos resultados. Entre los films más destacables podemos mencionar a “Open Water” (2003) y la más reciente “The Shallows” (2016). Por otro lado, han pasado varias producciones olvidables y desastrosas como “Shark Night” (2011) o “Sharknado” (2013). En un lugar en el medio se encuentra el largometraje que aquí nos convoca. “Megalodón” o “The Meg” en su título original, es la adaptación cinematográfica de una saga de novelas escrita por Steve Alten. El director encargado de llevar a la pantalla a este material literario inexplicable es Jon Turteltaub, a quien podrán recordar de películas como “National Treasure” (2004) y “Last Vegas” (2013). La cinta nos cuenta la historia de Jonas Taylor (Jason Statham), un especialista en rescates submarinos en aguas profundas, que decide retirarse luego de que una misión se haya complicado y le haya hecho perder a gran parte de su tripulación. Años más tarde, un submarino de aguas profundas, que forma parte de un programa internacional, es atacado por una enorme criatura y queda averiado en el fondo de la fosa oceánica más profunda del Pacífico, con su tripulación atrapada en el interior. El tiempo se acaba y un oceanógrafo chino, el Dr. Chang, recluta a Jonas, en contra de los deseos de su hija Suyin (Li Bingbing), que cree que puede rescatar a la tripulación por sus propios medios. Pero ambos deberán unir sus fuerzas para salvar al equipo y también al océano de una amenaza imparable: un tiburón prehistórico de 23 metros conocido con el nombre de Megalodón. Jonas tiene la oportunidad de redimirse, ya que se había encontrado con esta misma criatura aterradora durante la primera misión, pero nadie le creyó en ese momento. Ahora Jonas debe enfrentarse a sus miedos para regresar a las profundidades marinas donde volverá a verse cara a cara con el depredador más temible de todos los tiempos. Uno tiene que ser realista ante el tipo de película que está por ver y no exigirle más de lo que puede dar. “Megalodón” es un largometraje que abunda de lugares comunes como el héroe caído en desgracias que vuelve para redimirse, el millonario sin escrúpulos (interpretado por Rainn Wilson) que poco le importa su personal sino más bien su bolsillo y la opinión pública, entre tantas otras cosas. La trama es bastante formulaica y nos recuerda a la de “Piranha 3D” (2010), donde un monstruo prehistórico es liberado por humanos entrometidos y comienza a acechar a inocentes civiles que se encuentran en los alrededores llevando una existencia apacible. Lo que realmente sorprende de la película de Turteltaub tiene que ver con los efectos especiales y las secuencias de acción que implican al enorme escualo. A diferencia de muchas producciones de este estilo, aquí el CGI y los efectos visuales están muy por encima de los demás, algo que resulta ser estimulante pero a su vez esperable, ya que hablamos de una superproducción coproducida entre Estados Unidos y China. Nos encontramos ante un producto muy cuidado a nivel técnico, cuyas principales falencias se dan a nivel narrativo. Personajes como el de Ruby Rose (“John Wick 2”) y el de Jessica McNamee (“Battle of the Sexes”) son súper esquemáticos y no aportan nada a la trama. Como mencionamos anteriormente, el personaje de Rainn Wilson (“The Office”) es realmente decepcionante por el potencial del actor y por lo bastante estereotipado que resulta ser su rol. Por el lado de los aciertos, tenemos a Jason Statham, cuyo personaje puede ser poco interesante por como está escrito, pero que a nivel interpretativo está correcto. Hace tiempo que los roles en los que se ve involucrado el actor de “The Transporter” le quedan pequeños y podría aspirar a mayores desafíos actorales. A su vez, la porción asiática del elenco compuesto por Bingbing Li (“The Forbidden Kingdom”) y la pequeña Shuya Sophia Cai también cumplen con su parte, en especial Sophia, quien tiene uno de los personajes más atractivos de la cinta. “Megalodón” es un film entretenido si se lo mira sin pretensión alguna. Un relato plagado de defectos narrativos y con cierto aporte de situaciones sumamente inverosímiles que sorprenderán por el sumo cuidado que tuvo la producción a la hora de armar las secuencias de acción y todo lo referido a los efectos especiales que trae aparejada la temible criatura. Un film pasatista para pasar el rato.
Este jueves nos llega este western australiano que utiliza varias de las convenciones genéricas para hacer un comentario más reflexivo sobre la situación sociopolítica y cultural que reinaba en la década de los años ’20 en el país oceánico. La película está inspirada en una historia real sucedida en el interior de Australia en 1929, cuando el indígena Sam (Hamilton Morris) mata al propietario blanco Harry March (Ewen Leslie) en defensa propia luego de un malentendido pero a su vez de un profundo hostigamiento de este individuo hacia los nativos. Así es como Sam y su mujer Lizzie (Natassia Gorey-Furber) deben emprender la huida, ya que entienden que nadie les creerá que la muerte del terrateniente fue un intento desesperado de Sam por defenderse a sí mismo, a su familia y a la estancia del hombre de Fe Fred Smith (Sam Neill) para quien, al contrario de sus colegas, todos los hombres son iguales ante Dios. La pareja será perseguida de forma incansable por las autoridades y los vecinos del estanciero que tienen sed de sangre y un racismo a flor de piel. “Dulce País” o, “Sweet Country” en su idioma original, es de aquellas propuestas cinematográficas que no dejarán indiferente a ningún espectador. La historia es atractiva y presenta ciertos recursos narrativos que la vuelven diferente a otras ofertas del mismo estilo. El montaje hace que la estructura del largometraje se vuelva disruptiva, generando cierto choque en el público que fomenta la reflexión, la emotividad y todo un conjunto de sensaciones que se tornan complejas para digerir inmediatamente. La segregación racial presente en esta cinta se yuxtapone con tremendos paisajes y un magnetismo visual innegable producto de la dirección de fotografía que corre a cargo del mismo director de la obra junto con Dylan River que lo asistió para completar la doble tarea. Por otro lado, las sentidas actuaciones de sus intérpretes hacen que el relato se convierta en un drama profundamente humano, donde el realizador consigue y/o motiva un entendimiento de los personajes y sus conflictos. Thorton se toma su tiempo para contar esta cambiante historia que, además de tener una estructura alternante llena de pequeños flashbacks/flashforwards de planos de corta de duración, también se desenvuelve sin saber bien quiénes son los personajes a seguir en su camino hacia el destino. Si bien el protagonista sería Sam, la trama decide seguir por un rato prolongado a sus perseguidores, a otros terratenientes, al Sargento Fletcher, que busca impartir “justicia” y Philomac (Tremayne Doolan), un niño mestizo que trabaja para otro propietario de tierras aledañas y que tendrá un rol preponderante en los eventos que rodean a Sam. La película nos invita a ver esta historia que se desarrolla en la Australia colonial, donde se regían por la corona británica con un aspecto duro y crudo que se asemeja a los que pudimos ver tantas veces en las propuestas audiovisuales sobre la guerra de secesión norteamericana. “Dulce País”, cinta que obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia 2017, resulta ser una grata sorpresa dentro del género del western y también dentro de la cartelera donde escasean los relatos reflexivos, crudos y viscerales que hablan sobre el racismo y el maltrato de una forma tan poética y brutal a la vez.
El director de “El Hombre de Al Lado” (2009) y “El Ciudadano Ilustre” (2016) nos ofrece una mirada sardónica y ácida del mundo del arte. Un retrato divertido y reflexivo acerca de los pormenores que rodean a los artistas plásticos, los galeristas y los sibaritas que consumen obras para pertenecer a cierto sector social. La trama gira en torno a Arturo (Guillermo Francella), el dueño de una galería de arte, que se presenta como un individuo encantador e inescrupuloso, y por otro lado alrededor de Renzo (Luis Brandoni), un pintor hosco y en decadencia, cuyo momento de gloria prescribió y ahora le cuesta llegar a fin de mes. Si bien los une una vieja amistad, no coinciden en prácticamente nada de lo que tiene que ver con el medio artístico. El galerista intenta por todos los medios reflotar la carrera artística de su amigo (de una forma poco altruista) pero las cosas van de mal en peor. Bajo este argumento transcurre “Mi Obra Maestra”, el primer film de Duprat como realizador en solitario luego de tantas colaboraciones con Mariano Cohn, quien en este caso solo cumple el rol de productor en los papeles, a pesar de que forme parte del trío creativo de la cinta junto a Andrés Duprat, que además de ser el hermano y guionista de la película, es el director del Museo Nacional de Bellas Artes. El contexto y ciertas escenas del film encuentran su sentido en este hecho mencionado anteriormente, ya que Andrés parece ser un profundo conocedor del mundo que rodea a las galerías, museos y sujetos relacionados al arte. La película de Duprat viene luego de la todavía reciente “The Square” (2017), ganadora de la Palma de Oro en Cannes, que también teorizaba sobre el arte y los personajes que transitan por ese ámbito tan peculiar como selecto, dedicando un mordaz relato al análisis del mundo del “arte moderno”. En el caso del largometraje que aquí nos convoca, podemos decir que el foco está puesto más que nada en la injusticia o la arbitrariedad de las modas para ponerle un precio a las creaciones de un artista. En cómo un día un pintor puede estar en la cima y en otro momento tocando fondo. Pero también, la cinta da lugar a otras cuestiones como por ejemplo las estafas, la explotación de los artistas, entre otras cosas. Mientras que la película sueca planteaba aspectos como el egoísmo, el individualismo, el abuso de poder y la egolatría de sus personajes; el relato argentino busca profundizar más en la codicia y en la búsqueda de resarcimiento por parte del medio artístico de compra y venta que se rige por medio de las formas más intransigentes del capitalismo salvaje. El personaje de Brandoni mismo declara en una escena en la que va a comer a un restaurante que no va a pagar la cuenta porque la sociedad le debe muchísimo como artista. Una suerte de inconformista que, ante el olvido del público, se presenta como un individuo terco que no piensa ceder sus convicciones ante el sistema empresarial, económico y político que lo rodea. De esta forma, se desarrolla una mirada crítica sobre las artes plásticas donde esta especie de artista marginado busca estafar o buscar compensación ante las circunstancias adversas. En cuanto al ámbito interpretativo, resulta realmente encantadora la dupla protagónica que se junta por tercera vez luego de las experiencias televisivas de “Durmiendo Con Mi Jefe” y “El Hombre de Tu Vida”, aquí uniéndose por primera vez en la pantalla grande. Un dúo que presenta la química adecuada para afrontar el relato y justamente en varias ocasiones suelen salvar ciertos pasajes del guion donde suceden pequeñas incongruencias. Por otro lado, los actores secundarios también están muy bien elegidos y entre ellos se destaca Andrea Frigerio, que compone a una galerista snob que cuida no solo la imagen del personaje sino también la postura y las actitudes. Una verdadera sorpresa compositiva de la actriz. En cuanto al guion, éste logra su cometido y tiene varias escenas y diálogos hilarantes, donde se saca a relucir el trabajo de personificación de sus artistas. No obstante, algunas cuestiones menores hacen que el relato falle en algunos detalles. Por ejemplo, si bien los personajes de Francella y Brandoni muestran cierta confianza en los sucesos que los rodean no es hasta la segunda mitad del largometraje que nos enteramos que son amigos de toda la vida y si bien se menciona no se sugiere hasta ese momento. Hasta el segundo acto no queda claro el vínculo que poseen ellos y quizás necesitaba ser reforzada esa relación. La primera mitad de la película resulta ser extremadamente interesante y poderosa mientras que en la segunda parte decae un poco con giros predecibles y confrontaciones esperables. Igualmente, estas cuestiones no empañan el gran trabajo que se da tanto delante como detrás de cámara. En síntesis, “Mi Obra Maestra” es otra atractiva adición a la filmografía de Gastón Duprat, donde vuelven a tratarse ciertos temas y estilos que hacen que sus obras parezcan pertenecer a un mismo libro o mundo donde se yuxtaponen esas historias y personajes. Un film osado y reflexivo que nos muestra su visión sarcástica sobre las miserias del mundo del arte.
“El Amor Menos Pensado” es la ópera prima de Juan Vera, que además de haberla dirigido también la escribió. El largometraje es una comedia romántica de corte clásico, de esas que no suelen abundar en el cine nacional, y es quizás por esta razón que funciona. La cinta mantiene el estilo de “El Mismo Amor la Misma Lluvia” (1999) de Juan José Campanella, pero ahonda más en las cuestiones relacionadas al enamoramiento y desenamoramiento de un matrimonio de varios años de convivencia. La historia se beneficia y nutre por tener un tema poco tratado en nuestra cinematografía y el haber contado con un guion bastante perspicaz que busca reflexionar sobre el amor y las relaciones de pareja después de un longevo matrimonio. La trama de la película es bastante sencilla y la complejidad del relato pasará por las situaciones que rodean a los personajes, al igual que sus profundas inquietudes afectivas y psicológicas. El film narra la historia de Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán), que llevan casados más de 25 años, y comienzan a padecer una crisis existencial y matrimonial cuando su hijo se va a estudiar a España. Ante ese silencio en el que se ve sumergido el hogar que habita esta pareja que empieza a padecer el llamado síndrome de “nido vacío”, surgen los interrogantes de qué pasó con el amor, la pasión y otras yerbas que parecen haber desaparecido hace tiempo para dar paso a un estancamiento emocional y marital. Es así, como Ana y Marcos deciden separarse en buenos términos y dar comienzo a una nueva etapa que les parece excitante. Los personajes de Darín y Moran conforman a dos individuos pensantes, reflexivos y astutos que se ven oprimidos por una aparente monotonía. No quieren caer en el conformismo ni ir en contra de los ideales que les resultaban tan atractivos de la otra persona. Es por ello, que se separan e inician varias secuencias donde van probando con diversas parejas. El largometraje funciona al retratar lo contradictorio y paradójico del accionar del ser humano, hechos que se ven representados en los momentos en que cada parte busca encontrar ciertos detalles que les gustaba de su antigua pareja en la nueva. Lo más interesante y atractivo del film tiene que ver con las logradas actuaciones de la pareja protagónica, al igual que de un atractivo grupo de personajes secundarios compuestos por Luis Rubio y Claudia Fontán, como la pareja amiga de los protagonistas, y muchos otros más entre los que se destacan Andrea Pietra, Jean Pierre Noher, Claudia Lapacó. Por otro lado, la puesta en escena y un libreto bastante ajustado, ayudado por diálogos inteligentes, elevan a este relato por sobre la media de esta propuesta tan poco usual por estas latitudes. Es difícil dictaminar y/o definir un tema tan abstracto como el amor, y eso se ve muy bien plasmado en la obra de Juan Vera. Si bien la película puede llegar a sentirse un poco extensa y tiene algunos detalles narrativos que no terminan de convencer (el hecho de usar supuestamente dos líneas temporales, escuchando la historia de Darin pero que no va yendo y viniendo tanto como para reafirmar el recurso), dichos pormenores no logran opacar un producto redondo en términos interpretativos y reflexivos. “El Amor Menos Pensado” resulta ser una grata sorpresa dentro del cine nacional. Un relato de aquellos que buscan ofrecer un poco más que un mero entretenimiento pasatista. Una indagación sobre los vínculos de pareja que se vio beneficiada por un guion sagaz y una dirección inspirada.
El rabino Krushka le habla a su congregación sobre la creación del mundo y cómo Dios creo tres clases de criaturas: los ángeles, las bestias y los seres humanos. De estos tres tipos de clasificaciones, solo los humanos tienen voluntad propia y la posibilidad de tener libertad de elección. Los hombres y las mujeres son los únicos que tienen el poder de desobedecer. En la mitad de su sermón, el rabino sucumbe ante una enfermedad que venía padeciendo y fallece delante de su comunidad. Así inicia “Disobedience” (2017), un film del chileno Sebastián Lelio, que el año pasado fue el ganador del Oscar a Mejor Película Extranjera por su excelente cinta “Una Mujer Fantástica”. Este largometraje es su primera incursión en el cine de habla inglesa y básicamente consiste en una exploración sensible sobre el amor, la fe, la sexualidad, la libertad de pensamiento y elección, entre otras cosas. A su vez, nos presenta otro desafío que tienen que afrontar dos mujeres en el marco de la rama ortodoxa de la religión judía, aunque podría trasladarse a cualquier otro ámbito. Un drama emocional que fue relatado con maestría y excelsamente interpretado por sus protagonistas. La cinta es una adaptación de la novela homónima de Naomi Alderman y cuenta la historia de Ronit (Rachel Weisz), una mujer que se crió en una familia ortodoxa judía y que decide regresar a su hogar con motivo de la muerte de su padre, el rabino Krushka. La controversia no tardará en aparecer cuando ella comience a mostrar interés por una vieja amiga del colegio llamada Esti Kuperman (Rachel McAdams), la cual está casada Dovid Kuperman (Alessandro Nivola), otro amigo de la infancia y protegido del rabino fallecido. Los problemas surgirán cuando Ronit, que lleva una vida alejada de la religión, regrese a realizar su duelo, pero también termine revolucionando este sector más estricto y ortodoxo de la colectividad judía. Lo interesante de este film se da no solo en los contrastes y en cómo un mundo converge con el otro, sino también en la forma en la que están narrados los acontecimientos. La obra comienza de manera enigmática por medio del sermón del rabino en la sinagoga y después se traslada a la hija del líder religioso que atraviesa un período de duelo que, por más de que no sea estrictamente observante de sus costumbres, comienza de alguna manera a refugiarse en esa fe y a tratar de reconciliarse con la misma (cuando se rasga sus vestiduras luego de hacer patinaje sobre hielo esto podría verse como una de las costumbres que se dan con el entierro dando paso a la Shivah o tiempo de duelo observado dentro del judaísmo). En realidad, Ronit busca enmendar su relación con el padre. No obstante, con el correr de la trama nos iremos enterando de las razones por las cuales la mujer dejó la comunidad para emprender su propio viaje hacia la libertad de elección, una libertad que todavía no le fue otorgada a su amiga Esti. Lelio dirige magistralmente el relato, que además escribió junto a Rebecca Lenkiewicz (“Ida”), y que está muy bien interpretado por Weisz y Nivola, pero especialmente por McAdams. El duelo actoral que se da entre las dos intérpretes femeninas es tremendo y aporta la cuota de sensibilidad necesaria para poder empatizar con estas dos mujeres que buscan ser aceptadas y reconocidas dentro de su comunidad. Si bien hay una crítica a la impasibilidad de los sectores más ortodoxos, y cómo a veces dejan de lado o incluso incumplen mucho de los mandatos divinos con el solo fin de ser más estrictos y observantes, también hay una especie de redención sobre el final de aquellos miembros de la comunidad que son los verdaderos entendedores de aquellas palabras con las que abre el rabino Krushka el film. De hecho, se resignifica ese comienzo en un último intento del padre de pedirle perdón a su hija y querer conectar con ella en lo que algunos llaman la claridad previa a la muerte. Con una lograda puesta en escena y un más que funcional trabajo de fotografía de Danny Cohen (“The Danish Girl”, “Les Miserables”), que nos yuxtapone la frialdad londinense con la del círculo religioso que excluye a este amor “prohibido” por medio de la desaturación y el bajo contraste, “Desobediencia” es una película sobre la reconciliación del pasado y la libertad personal. Un film extremadamente sensible y humano que busca conmover por medio de un relato sobre el amor y la espiritualidad, a través de un elenco fuerte y una energía que viene a reivindicar la necesidad inherente del ser humano de desobedecer.
Grata sorpresa representa el film “Teen Titans Go! To the Movies”, que constituye la versión de larga duración de la conocida serie de Cartoon Network. Los Teen Titans tienen una larga historia en el universo de DC, componiendo una de las agrupaciones más frescas de personajes super heroicos. Sus miembros son un grupo de adolescentes, los cuales no tienen lugar dentro de la Liga de la Justicia al representar personajes menores dentro del universo. Esta versión de los Teen Titans construye uno de los acercamientos más caricaturescos y satíricos de los integrantes, ya que en primer lugar se la pensó para el público infantil. No obstante, este largometraje representa uno de los relatos más interesantes y mejor planeados de los últimos tiempos en todo lo referente a las películas de superhéroes. Su guion es uno de los puntos destacados (le valió una nominación a Mejor Guion en los Premios Annie que galardonan a las películas de animación), demostrando no solo que no hay que subestimar a la audiencia infantojuvenil, que hay un público adulto que consume este tipo de productos ya sea para acompañar a sus hijos/as, hermanos/as, sobrinos/as o porque disfrutan de buenas producciones animadas sino que también se pueden realizar relatos de entretenimiento pero con gran contenido y no producciones superfluas que solo busquen recaudar dinero (estas cosas son las que pueden desembocar en un agotamiento del género al igual que una enorme oferta de contenidos de esta índole). Yendo a lo particular, la película cuenta la historia de estos entrañables personajes compuestos por Robin como el líder de los Jóvenes Titanes, Starfire como una princesa extraterrestre que es superpoderosa e ingenua por desconocer las costumbres de nuestro mundo, Raven, una oscura hechicera que nació en una dimensión alternativa, Cyborg como un adolescente mitad humano mitad maquina y Beast Boy como un chico que tiene la habilidad de transformarse en cualquier tipo de animal. Este grupo variopinto vive apaciblemente hasta que sus miembros se enteran de que otros superhéroes de DC han realizado sus propias películas. Es ahí que ellos buscarán alcanzar la misma meta que sus pares en un viaje épico donde querrán la atención de una directora perfecta para su debut en la gran pantalla, pero para ello deberán encontrar antes a un archienemigo ya que parece ser una condición necesaria para tener un film propio. La película contó con el mismo equipo creativo detrás de la serie animada y eso fue un gran acierto. No solo se mantiene la frescura del producto original sino que su salto a la pantalla grande es natural y motivado. Juega un papel preponderante el tono del show que quedó intacto haciendo gala de la irreverencia, el tono sardónico y la mordacidad de sus diálogos y momentos. Un humor que si bien puede ser naif muchas veces, tiene varias capas haciendo que la experiencia sea placentera tanto para niños como para grandes. Un film que no para un segundo y mete un gag tras otro. Lo más interesante es que es un relato autoconsciente y plagado de un metahumor super funcional (hay infinidad de referencias al Universo Cinematográfico de DC e incluso varios comentarios sobre la competencia, Marvel Studios, con un cameo de Stan Lee incluido). A su vez hay varios comentarios y “críticas” hacia la industria cinematográfica Hollywoodense que pueden llegar a pasar desapercibidos por los más chicos pero que hará reír al resto de los espectadores. El plan para conquistar al mundo del villano es el de hipnotizar a la gente por medio de una película de superhéroes utilizando un servicio de streaming (te estamos mirando Netflix y Disney+). “¡Jóvenes Titanes en acción!” es una película sumamente divertida y disfrutable para ver en familia. Con un guion inteligente y super trabajado, además de una animación excelsa, este film se presenta como uno de los relatos de superhéroes más destacados del 2018. (Por el momento la película no se encuentra disponible en plataformas digitales pero si ya está disponible en formatos físicos, DVD y Blu-Ray)
“Misión Imposible” es una saga de películas basada en una popular serie norteamericana de televisión de 1966. En 1996, veintitrés años después del final del show, se realizó la que sería la primera adaptación cinematográfica de esta obra que lejos andaba por ese entonces de la idea de convertirse en la producción más exitosa y longeva de un producto televisivo. El encargado de hacer la transición de la caja boba a la pantalla grande fue el director Brian De Palma (“Carrie”, “Body Double”) que fue capaz de capturar el espíritu de la serie, pero a su vez imprimirle su estilo característico. Cuatro años más tarde llegaría la secuela, esta vez en manos del realizador chino John Woo (“The Killer”, “Face/Off”), un especialista en el cine de acción que supo otorgarle su visión a una segunda parte que intentó redoblar la apuesta con más acción y adrenalina. En el 2006 llegaría la tercera parte bajo la dirección de uno de los realizadores del momento JJ Abrams (“Lost”, “Super 8”), que además de efectos especiales increíbles, coreografías y stunts muy logrados buscó darle mayor dimensión a la trama mediante la introducción de un interés romántico de peso para el personaje de Ethan Hunt (Tom Cruise). Ella sería Julia (Michelle Monoghan), la esposa del protagonista que marcó un quiebre en la saga haciendo que Hunt sea una persona más vulnerable al tener que estar velando por el bien de su familia. En 2011, Brad Bird (“The Incredibles”, “Tomorrowland”) dejó momentáneamente la animación para ponerse detrás de la cuarta parte de una franquicia que venía en alza y que buscaba revitalizar el género mediante secuencias cada vez más sorprendentes. Para ello, esta vez el grupo del FMI (la empresa de espionaje a la que pertenece Ethan y sus secuaces) es suspendido por haber sido implicado en un atentado. El agente Hunt deberá limpiar el nombre de su organización, pero bajo la lupa de todo el mundo que los tienen como agentes renegados escapando de la ley. Finalmente, la quinta parte de 2015, dirigida por Christopher McQuarrie (“Jack Reacher”) terminaría por afirmar lo que se veía viendo en las secuelas anteriores, “Misión Imposible” podría seguir funcionando como un producto pochoclero, bien ejecutado y con un trabajo de guion más que decente que no subestime las capacidades del espectador que busca consumir ese tipo de cine. La saga de “Misión Imposible” se forjó y asentó gracias a las distintas miradas y formas de ser encaradas por los directores de turno. Cada film fue dirigido por un cineasta consagrado con un estilo particular que buscaba mostrar un costado o aspecto distinto a su entrega antecesora. Es así como se obtuvo un producto totalmente revitalizado que tiene varios años de planeamiento previo a su rodaje y posterior estreno. De esta forma es que llegamos a “Mission: Impossible – Fallout”, el sexto capítulo en esta serie de acción cinematográfica que es la primera en repetir realizador. Esto quizás se veía como algo peculiar, teniendo en cuenta los antecedentes, pero viendo el resultado final uno puede observar que fue una decisión acertada. “Fallout” se encuentra dentro de los mejores apartados de la saga y es quizás porque termina de cerrar una sección en las aventuras de Ethan Hunt y porque sigue dándole una dimensión a toda la obra. El protagonista debe enfrentar las consecuencias de las decisiones que ha tomado a lo largo de su vida, dejando de lado a su esposa y a una posible vida familiar, por la intensión de anteponerse a un bien mayor, a salvar al mundo antes que a sí mismo o a una persona particular. No obstante, estas últimas consideraciones devenidas en pesadillas recurrentes llevan a que nuestro protagonista Hunt decida salvar las vidas de sus colegas Luther (Ving Rhames) y Benji (Simon Pegg) durante una misión, haciendo que ésta fracase y que tres esferas de plutonio queden en manos de un grupo terrorista conocido como “Los Apóstoles”. Este grupo es una nueva célula de lo que era la organización de Solomon Lane (Sean Harris), quien a pesar de su cautiverio tiene varios planes para darle rienda suelta a sus deseos anarquistas. Como es de costumbre, la trama va tejiendo una enmarañada red de secuencias que desembocan en un relato de corte clasicista que combina espionaje con logradas secuencias de acción. Podríamos decir que las escenas de acción de esta entrega son las mejores de la saga, todo gracias a un estupendo trabajo de los stunts y los coreógrafos, pero también de Tom Cruise que además de protagonista es el productor del film, cuyo compromiso es innegable poniéndole alma y cuerpo a cada escena y haciendo todas sus secuencias sin usar dobles. Cabe destacar, que durante la filmación del largometraje en Londres, el actor de 56 años sufrió un accidente en el cual se quebró un tobillo saltando de una azotea a la otra. Christopher McQuarrie repite en el doble rol de director y guionista, y nos ofrece un relato que no escatima en giros argumentales siendo fiel a su estilo (recordemos que McQuarrie fue guionista de “The Usual Suspects”, trabajo por el cual ganó un Oscar como guionista), y también trayendo elementos de películas anteriores que influyen positivamente en la trama de este film. Vuelven a la franquicia dos grandes personajes como el de Ilsa Faust (Rebecca Ferguson), y Julia (Michelle Monaghan), mientras que por el lado de las nuevas incorporaciones tenemos a Vanessa Kirby (“The Crown”) como la Viuda Blanca, una femme fatale, y un agente de la CIA llamado Walker (Henry Cavill). Con respecto a los apartados técnicos, se lucen los efectos especiales, los coreografías en las escenas de pelea cuerpo a cuerpo, las tremendas secuencias de acción arriba de vehículos de todo tipo y un grandioso trabajo de montaje de Eddie Hamilton (“Kingsman”, “X Men: First Class”, “MI: Rogue Nation”), que es posiblemente el mejor de la saga. “Misión Imposible: Repercusión” (su título en nuestro país) es bastante sincera con lo que pretende ser. Un cóctel adrenalinico, bien actuado y ejecutado que busca seguir enalteciendo a la franquicia. Con un ritmo implacable, el director logra incorporar y/o retomar cuestiones que se vienen trabajando desde la refinación que tuvo MI a partir de la tercera película, haciendo al personaje más humano (a pesar de todas las inverosimilitudes por las que pueda atravesar Ethan) y con posibilidad de fallar, pero a su vez con la capacidad de apoyarse en su grupo de seres queridos.