Sophie Hyde nos ofrece un relato intimista que profundiza sobre la sexualidad de la mujer en la tercera edad, el deseo femenino y la subversión de los mandatos sociales impuestos durante generaciones. «Good Luck to You, Leo Grande» resulta ser un largometraje pequeño pero inspirado que busca reflexionar o sacar a relucir algunos tropos muy en boga en la actualidad. El film se centra en la figura de una maestra de escuela jubilada llamada Nancy Stokes (interpretada magistralmente por Emma Thompson), que tras haber perdido a su esposo tiempo atrás, busca reconectarse con la vida y más específicamente con su sexualidad. Es así que Nancy, tras haber llegado a la conclusión que su relación carecía de una satisfacción sexual plena, decide aventurarse y contratar los servicios de un gigoló que responde al nombre de Leo Grande (Daryl McCormack). Durante varios encuentros en una habitación de hotel, seremos testigos de una catarsis por medio de la mujer que poco a poco va liberándose de sus ataduras, mediante diálogos interesantes que va teniendo con su pareja sexual ocasional. Por otro lado, el mismo también logrará abrirse en cuanto a cuestiones irresolutas, a través de esporádicos diálogos donde cada uno va «desnudándose» y sacando a relucir las cuestiones reales atrás de todo el asunto. La tercera película de Sophie Hyde se apoya mucho en el talento interpretativo y en la química que logran tanto Thompson como McCormack. Los intercambios entre sus personajes son más que atractivos y sostienen todo el relato que va revelando a cuentagotas las cuestiones pendientes que deberán resolver sus interlocutores. Nancy dejando de lado los mandatos de una sociedad sumamente conservadora que la privó de una vida sexual plena, así como también de predicar esos mismos mandatos a través de su profesión, y Leo detrás de esa máscara de persona sumamente determinada y conforme con su vida profesional y privada, deberá admitir que todavía tiene que resolver algunos inconvenientes familiares que lo condicionan más de lo que cree. Si bien la dinámica del dúo protagónico está muy lograda y se nota un gran ida y vuelta entre ellos (especialmente hay que destacar lo de Emma Thompson que es realmente magnífico), al film le juega en contra esa puesta teatral y casi estática que se desarrolla a lo largo de sus 97 minutos de duración. El relato logra capturar la atención del espectador por medio de esos encuentros esporádicos de sus protagonistas, y sus charlas cuasi de psicoanálisis que llevan, haciendo que la trama avance y uno realmente se interese por ver a qué conclusión nos llevan, pero la solemnidad y la teatralidad no consiguen hacer que la historia se despegue o justifique su existencia como obra cinematográfica. El hecho de que casi suceda enteramente en la habitación de hotel donde ocurren los encuentros sexuales, no debería ser una atadura para presentar una puesta tan simple y estancada. No obstante, más allá de aquella observación, «Buena Suerte Leo Grande» resulta ser lo suficientemente interesante (más que nada a través del compromiso de Emma Thompson) como para justificar su visionado. Un film que se apoya más que nada en sus personajes y en una interesante observación sobre la sexualidad durante la tercera edad.
El director de «Romeo + Julieta» (1996), «Moulin Rouge» (2001) y «The Great Gatsby» (2013) vuelve a la pantalla grande tras 9 años de ausencia con una biopic sobre el icono del rock and roll norteamericano, Elvis Presley. Es difícil concebir una mejor elección que Baz Luhrmann para dirigir un largometraje sobre la vida y obra de Elvis. El estilo ampuloso y cargado de excesos que propone el director australiano, se condice con el tipo de vida igual de exuberante y fastuosa que llevaba el «Rey del Rock and Roll». Si a eso le sumamos todos sus sellos característicos como un exquisito diseño de producción, tan minucioso hasta con el más mínimo detalle, así como una puesta en escena maravillosa donde se hace gala del enorme despliegue que pudimos ver en sus trabajos anteriores, y esa combinación de estética videoclipera con un montaje sumamente inspirado con un estilo entre lo pop y lo moderno, tenemos un combo infalible que no tiene ningún tipo de adversario. Hemos tenido varios intentos de llevar la vida del cantante al ámbito audiovisual, desde la película para televisión dirigida por John Carpenter, «Elvis» (1979) protagonizada por Kurt Rusell pasando por la miniserie homónima de 2005 interpretada por Jonathan Rhys Meyers, hasta la más reciente «Elvis & Nixon» de 2016 que solo se dedicaba a narrar el encuentro entre la estrella de rock y el ex mandatario de EEUU. No obstante, el opus de Luhrmann parece ser el intento definitivo por inmortalizar la atribulada y breve vida del cantante, con sus altibajos, su vida privada, la injerencia que ejerció en la cultura popular y el contexto sociopolítico que vivía Estados Unidos por aquella época, donde la segregación racial estaba a flor de piel y el cantante intentaba por medio de sus influencias y/o raíces oriundas de Memphis, transgredir y rebelarse contra las autoridades, yuxtaponiendo melodías que iban desde el Gospel y el Rythm and Blues, hasta el country y el rock n’ roll así como también implementar unos movimientos nunca antes vistos arriba del escenario que los puristas del momento catalogaban como algo obsceno. Lo interesante es que el largometraje posee una estructura temporal disonante que va y viene en el tiempo, yendo un poco de la mano con ese estado de confusión y desenfreno que rodeaba al cantante, mientras vamos viendo los hitos y acontecimientos más importantes de su vida. Asimismo, el relato explora la relación entre el mismo Elvis (Austin Butler) y su enigmático manager el coronel Tom Parker, interpretado por un Tom Hanks irreconocible que se le da un tono caricaturesco y simpático al villano de la historia, que también funciona como narrador poco confiable de la película generando cierto contrapunto atractivo en la narración. Lo que merece un párrafo aparente es el compromiso y el enorme trabajo de Austin Butler como el Rey del Rock, poniéndole cuerpo y alma al icono, así como también su voz, logrando una composición superlativa del personaje y probablemente postulándolo como uno de los grandes candidatos al Oscar a Mejor Actor, en la próxima entrega de los premios de la Academia (en general todo el film sería un gran contendiente de cara a la temporada de premios pero le juega un poco en contra haberse estrenado tan lejos de la fecha). El resto del elenco también se encuentra perfectamente seleccionado para la tarea, desde sus padres Gladys y Vernon (Helen Thomson y Richard Roxburgh) hasta Pricilla Presley (Olivia Dejonge), brindando sólidas interpretaciones que elevan el trabajo de Butler aún más. En síntesis, el homenaje que le rinde Luhrmann a la figura histórica por medio de un relato entretenido (aunque con un segundo acto que se siente algo extenso) que se beneficia de sus recursos estéticos y estilísticos y un trabajo consagratorio de Austin Butler presentándose como la nueva gran estrella de Hollywood, es algo más que destacable en este género tan abundante (y últimamente de manual) que resulta ser la biopic. Una película que seducirá tanto a los fanáticos de la música como aquellos que no conozcan absolutamente nada de la intrigante y mítica figura de Elvis Presley.
Ya hablamos largo y tendido del agotamiento que está sufriendo la oferta cinematográfica actual con la sobrepoblación de películas de superhéroes. No obstante, el fenómeno parece ampliarse e incluso ir creciendo con una gran cantidad de películas por año cada vez mayor (3 o 4 de Marvel, y otras tantas de DC, sumadas a las series que se producen como desprendimientos de estas). «Thor: Love and Thunder», es el más reciente film de Marvel Studios que representa la cuarta aventura en solitario del dios vikingo más popular, la segunda dirigida por Taika Waititi tras una primera incursión dirigida por Kenneth Branagh y una secuela encargada a Alan Taylor. Probablemente las películas del hijo de Odín hayan sido las menos celebradas y más perjudicadas del MCU, ya que fueron mutando y variando el tono de las aventuras del personaje relato a relato tratando de encontrar un rumbo con el cual el público conectara. Tras un primer intento algo solemne y shakesperiano por parte de Branagh, llegó una propuesta algo más oscura de Taylor que tampoco hacía resaltar al personaje por sobre sus compañeros Vengadores. Sin embargo, la tercera entrega pareció ser la elegida por Kevin Feige y sus colaboradores como la más acertada para el grupo de películas que realizan con el tono y el estilo de Taika Waititi. El director neozelandés responsable de aquella gran comedia de vampiros, «What We Do in the Shadows» (2014) y la provocativa y agradable comedia dramática sobre la Segunda Guerra Mundial, «Jojo Rabbit» (2019), parece que fue el encargado de marcar el camino de Thor tanto para sus aventuras en solitario como para sus apariciones con el resto de los personajes de la factoría Marvel. «Thor Ragnarok» (2017) tomó la cuestionable decisión de cambiar la esencia del personaje, y así fue como el dios del trueno pasó a estar más vinculado a la comedia. Aquel film parecía un cúmulo de contradicciones tratando de ser gracioso pero oscuro a la vez brindando un producto menor y hasta sinsentido dentro del camino que transitó el protagonista hasta aquel momento. Ahora bien, de ahí en más esa pasó a ser la nueva imagen de Thor y parece que llegó para quedarse. El público pareció conectar con la nueva aproximación que le dieron tanto Waititi como Chris Hemsworth al personaje y por eso no resulta llamativo que hayan vuelto a convocar al director para la nueva aventura del asgardiano. Este nuevo largometraje, nos trae a un Thor insatisfecho con su vida, luchando junto a los Guardianes de la Galaxia salvando distintos planetas y pueblos que necesitan de la ayuda de los héroes. Su vida alejada del planeta tierra y de la que fue su gran amor, su ex novia Jane Foster (Natalie Portman), lo tienen en una constante misión sin rumbo con la que trata de llenar su vacío. Pero esta especie de retiro de Thor se ve interrumpido por un asesino galáctico conocido como Gorr el Carnicero de Dioses (Christian Bale), que busca la aniquilación de todas las deidades existentes. Para hacer frente a la amenaza, Thor contará la ayuda de la Reina Valkiria (Tessa Thompson), de Korg (Taika Waititi) e incluso de su ex que, para sorpresa de Thor, empuña inexplicablemente su martillo mágico, Mjolnir, como la Poderosa Thor. Tras un prólogo algo más serio que el resto de la película, se nos presenta al villano de turno, un comprometido Christian Bale, el cual presenta sus justificaciones para convertirse en el principal adversario de Thor y sus amigos. De ahí en más comenzará un relato con el clásico tono satírico, cómico y autoconsciente de Waititi, haciendo que aquello que pudimos ver en «Ragnarok» sea llevado a la enésima potencia aquí en «Love and Thunder». La comedia que incluye humor físico, irreverente y absurdo se sostiene por el compromiso de Hemsworth, Portman, Thompson e incluso el mismo Waititi poniéndole su voz a Korg, pero también con varios secundarios que parecen estar bien orientados respecto a lo que desea el director. También se nota la mano del propio Taika formando parte de la dupla que se encargó de escribir el guion, ya que el timing para la comedia también queda efectivamente demostrado. Lo que sí resulta llamativo es que se haya buscado explotar ese costado paródico con uno de los villanos más oscuros a los que se enfrentó Thor, pero claramente esa fina línea entre la comedia y el drama (algo que el director ya explotó en «Jojo Rabbit») parece ser el terreno que más le gusta al neozelandés. A veces esa lucha parece dar justo en la tecla y a veces parece desembocar en terrenos algo conocidos y poco motivados del MCU. La primera mitad parece ser muy avasallante repleta de gags, colores y una estética pop ensalzada por una banda sonora superhitera que incluye varios de los temas más reconocidos de los Guns N’ Roses y la segunda cae indudablemente en tratar de brindar ese entretenimiento de manual con enfrentamientos épicos, romances y revelaciones, entre varias otras cuestiones. «Thor: Amor y Trueno» a esta altura no representa una novedad dentro de las más de dos decenas de largometrajes que nos brindó Disney, pero sí se exhibe como un entretenimiento digno, que sigue la línea de «Doctor Strange in the Multiverse of Madness» de Sam Raimi, en eso de dejar (al menos momentáneamente) atrás ese universo despersonalizado y ascético que venían planteando para darle carácter distintivo por medio de directores que tengan cierta impronta. Dicha impronta podrá gustar más o menos, pero al menos sirve, en esta ocasión, para dar la cara más divertida y acertada del personaje.
La película de apertura del BAFICI 2022 llega ahora a las salas comerciales. Un plato fuerte que, con mucha personalidad, sigue explorando ciertas ideas presentes en la obra de su director, pero quizás llevadas hacia un lugar un poco más experimental e intrigante que en sus relatos anteriores. «Pequeña Flor» o «Petite Fleur», ya que se trata de una coproducción con Francia, es el más reciente trabajo de Santiago Mitre, director de «El Estudiante» (2011), «La Patota» (2015) y «La Cordillera» (2017). Tras tres films aclamados por la crítica, Mitre se despacha con una obra bastante más experimental y diferente a sus trabajos anteriores que propone justamente de una manera más anárquica, enfocarse en ciertas cuestiones. El largometraje está basado en una novela de Iosi Havilio, adaptada por el mismo Mitre y Mariano Llinás. En ella se cuenta la historia de José, un ciudadano argentino (Daniel Hendler) que recientemente se radicó en Francia junto a su pareja Lucie (Vimala Pons), con quien tiene una hija recién nacida. La pareja parece tener ciertas diferencias en sus personalidades y en sus formas de enfrentar la vida, cuestión que los lleva a discutir muy seguido. José pierde su trabajo como historietista y al no hablar demasiado francés, se queda en el hogar con su hija mientras que Lucie, que recibe una oferta laboral, comienza su nuevo trabajo. José parece verse enfrascado en una rutina que lo tiene intranquilo pero que tampoco sufre demasiado, comienza a investigar su barrio y conoce a su nuevo vecino (Melvil Poupaud). Tras el encuentro con este excéntrico y acaudalado personaje, fanático del jazz y coleccionista de memorabilia vinculada a dicho género musical, ambos tienen una suerte de disputa en la cual José termina matando a su vecino. No obstante, al día siguiente el mismo parece estar sano y salvo en su domicilio. A partir de allí José entrará en una especie de loop surrealista donde la rutina se combina con lo fantástico. Mitre parece aglutinar varias ideas, o incluso varias películas en una. Por un lado, tenemos una comedia negra al estilo de «Very Bad Things» (1998), donde ocurre un asesinato donde el/los protagonistas tienen que ver cómo afrontar las consecuencias. Por otra parte, tenemos un drama familiar donde la mujer parece lidiar con cuestiones como depresión post-parto, crisis existencial y distintas formas de afrontar la convivencia (ella es muy inquieta y extrovertida, le gusta salir durante la semana, mientras que él parece ser un conformista que disfruta de la tranquilidad y la rutina) e incluso la vida. Y finalmente, un relato de misterio con toques de fantástico donde tenemos un crimen que parece no suceder y llevarse a cabo infinidad de veces (¿o acaso se trata de algo que sucede en la mente del protagonista?). Como sea, el director se las ingenia para yuxtaponer sus diferentes ideas en un relato irreverente sumamente entretenido, con varias capas para dejar a la interpretación y del cual el espectador no podrá sacarle la mirada desde principio a fin. La obra funciona un poco como la música (especialmente el jazz, con la pieza compuesta por Sidney Bechet que le da nombre al título del film) con su estructura compleja y llena de cambios de ritmo. De una forma similar funciona «Pequeña Flor», un film con varias caras, como las del protagonista que descubre su catarsis en los encuentros con su vecino llenos de violencia y desenfreno, para luego intentar recomponer su pareja. Dejarse llevar por el relato (y la experimentación), sus personajes y sus comportamientos parecen ser la clave para disfrutar la película incluso ante algunos reparos que uno pueda llegar a hacerle.
El director finlandés Taneli Mustonen dirige este regular film sobre una pareja que, tras perder a un hijo en un accidente, debe lidiar con la crianza de su hermano gemelo y su errático comportamiento post-trauma. Protagonizan Teresa Palmer y Steven Cree. «The Twin» es una película que esta semana llega a la cartelera argentina inexplicablemente, tras su estreno en Shudder en EEUU y otros territorios donde está disponible esa plataforma. Voy a hacer hincapié en el «inexplicablemente» no solo por su «calidad» que puede ser una mera cuestión de gusto o perspectiva subjetiva de la obra en sí, sino por tratarse de esos relatos pequeños que llegan a cuentagotas a la pantalla grande, tratando de competir contra los mega tanques de turno, pero a su vez, desaprovechando la novedad y llegando bastante más tarde (casi dos meses después de haber estado disponible online). Como bien dijimos la película se ubica en los momentos posteriores al fallecimiento de un niño llamado Nathan (Tristan Ruggeri) en un accidente automovilístico. Su familia totalmente convulsionada decide mudarse desde New York a Finlandia, lugar de donde es oriundo Anthony, el padre de la familia y escritor. El hermano gemelo del pequeño fallecido, Elliot, comienza a comportarse erráticamente, primero creyendo que su hermano está presente en la nueva casa de su familia, y luego al pensar que él mismo es Nathan. Rachel (Palmer), la madre de la criatura piensa que algo oscuro se cierne no solo sobre su familia sino sobre el poblado al que se mudaron, e incluso una extraña lugareña llamada Helen (Barbara Marten) le advierte que la vida de su hijo corre peligro. Yendo a lo que nos incumbe, el problema del largometraje radica en su convencionalidad, ya que, no solo parte de una premisa bastante explotada en el género, sino que, además, va aglutinando un montón de estereotipos y lugares comunes que no hacen más que sobrecargar el relato y tornarlo un poco caprichoso y arbitrario. Podríamos decir que al comienzo el film parece nutrirse de películas como «The Omen» (1976) o «Hide and Seek» (2005), en cuanto a la figura del infante poseído o con que dialoga con personas fallecidas, pero más avanzada la cinta gira hacia un terreno más de folk horror o películas de sectas, al estilo «The Wicker Man» (1973) o la más reciente «Midsommar» (2019) de Ari Aster. En esa indecisión del film que no sabe si ser una historia de fantasmas, de horror real o por momento de thriller psicológico es que la historia se empaña y termina siendo una mezcla disparatada que no encuentra ni un tono al que apegarse ni un norte al que dirigirse narrativamente hablando. Lo más destacable de esta película radica en la interpretación de Teresa Palmer que realmente se la nota comprometida con la tarea e incluso demuestra un enorme talento para el género. «The Twin» es una experiencia olvidable que remite a relatos mejores e incluso peca de una falta de originalidad grosera, algo que sirve como reflejo del panorama del cine mainstream actual.
«Shirley» es la nueva película de la directora de «Madeline’s Madeline» (2018) que también es producida por el enorme Martin Scorsese. Interpretada por Elisabeth Moss («The Handmaid’s Tale»), la obra nos propone contarnos los pormenores del proceso creativo de Shirley Jackson, conocida escritora de novelas y cuentos de terror entre los que podemos destacar «The Haunting of Hill House», la cual fue adaptada hace unos años por Netflix. Hasta acá todo parece común y corriente. No obstante, «Shirley» es un film bastante peculiar que sobresale en ese concurrido terreno de las biopics para separarse y otorgar al espectador una experiencia totalmente diferente. Generalmente, las ultimas biopics que nos llegaron de la factoria hollywoodense son bastante de fórmula, sin demasiadas novedades o vueltas de tuerca, sino que se preocupan más por contar el ascenso y/o descenso de distintas figuras destacadas de la cultura de una forma bastante familiar para que sean digeridas por la audiencia. Esto fue llevando últimamente a un agotamiento de ese subgénero «basado en hechos reales», que solo sirve como vehículo de lucimiento para los actores y actrices que los personifiquen. Solo basta con ver «Judy» (2019) que más allá de una superlativa interpretación de Renée Zellweger, ofrecía poco más. «Shirley» se corre de esos lineamientos conocidos para agregarle a esa impresionante composición de Elisabeth Moss, una historia por demás interesante, que nos invita a presenciar una visión novedosa sobre una artista igualmente compleja. El largometraje nos cuenta un periodo de la vida de Shirley Jackson que se sumerge en, quizás, una etapa complicada de la escritora, durante la década de los ’50, donde junto a su esposo Stanley Hyman (Michael Stuhlbarg) deciden acoger en su hogar a una joven pareja compuesta por Fred (Logan Lerman) y Rose Nemser (Odessa Young), que servirá de inspiración a la autora para su próxima novela. Acá es donde la realidad contrasta con la ficción en lo que respecta a la reconstrucción biográfica, ya que la misma pareja sirve de excusa para mostrar un momento de crisis personal, psicológica y creativa de la autora para conseguir su próxima novela. Ahí es donde el drama contrasta con el thriller psicológico y saca a relucir esta mixtura de géneros bastante atractiva como reflejo de las novelas de horror que escribía la señora Jackson. Por otro lado, se hace un comentario sobre el machismo imperante en la sociedad norteamericana de los años ’50 mostrando el relegado rol de la mujer y el sometimiento de sus parejas a roles menores dentro del marco familiar. Algo que se puede ver plasmado en los dos personajes masculinos que rodean a Shirley y a su musa, Rose. También, resulta conveniente e inspiradamente trabajado el perfil psicológico de la escritora, ya que por momentos desconfiamos de lo que ve y hace, al igual que si las personas que interactúan con ella son reales o no. Un logro en este punto de Decker que demuestra su gran pulso en la dirección de este tipo de historias donde por momentos sale a relucir su costado experimental. «Shirley» es un relato potente e interesante que probablemente no sea del agrado de todo el mundo, pero que funciona como una alternativa interesante en el terreno de las historias con figuras reales. Un relato que no se dedica a retratar los hechos más importantes de la vida de su protagonista, sino que busca plasmar, en su representación, el espíritu reinante en su legado bibliográfico. Algo que funciona y que desafía al espectador en este asfixiante e intenso film.
«Top Gun» (1986) fue uno de los íconos del cine de los ’80 que se convirtió en un fenómeno de culto, que además sirvió para catapultar la incipiente carrera de Tom Cruise hacia la cima. El film dirigido por el enorme Tony Scott («Days of Thunder», «True Romance»), no fue precisamente aclamado por la crítica, pero sí logró meterse inmediatamente en la cultura popular gracias a una entretenida historia de competencia entre Maverick (Cruise) y Iceman (Val Kilmer) por llegar a lo más alto en la escuela de pilotos de elite de la Marina de EEUU. Probablemente, también ayudó que las secuencias de combate aéreo hayan sido registradas con maestría y un realismo inusitado, haciendo que la experiencia de verla sea realmente apabullante. Hace años se viene hablando de una posible secuela, al menos desde hace más de una década, incluso cuando Tony Scott todavía seguía con vida. 36 años después del estreno de la original, Joseph Kosinski («Oblivion», «Tron: Legacy») es el encargado de dirigir esta segunda parte que vuele a centrarse en el personaje de Tom Cruise en el ocaso de su carrera como aviador, con más de 30 años de servicio en la armada de Estados Unidos. Actualmente, Pete «Maverick» Mitchell se encuentra como un valiente piloto de pruebas de un prototipo de avión que busca romper una marca de velocidad. Ante la posibilidad de que cancelen su proyecto, Maverick desobedece órdenes directas de sus superiores, logrando una penalización que lo dejaría sin volar. Gracias a Iceman (Val Kilmer), Maverick consigue volver al ruedo, pero esta vez como entrenador de un grupo de graduados de la escuela Top Gun que deberá embarcarse en una peligrosa misión. Este grupo de inexperimentados pilotos, entre los que se encuentra el teniente Bradley «Rooster» Bradshaw (Miles Teller), el hijo de su difunto amigo «Goose», necesita de su peculiar estilo de vuelo para poder tener siquiera una chance de regresar de la misión con vida. A primera vista uno diría que es una mala idea filmar una secuela de un film tan icónico como «Top Gun». Si tenemos en cuenta que pasaron más de tres décadas es todavía aún más que peligroso volver a sumergirse en el mundo pergeñado por Tony Scott. Lo cierto es que «Top Gun: Maverick», contra todo pronóstico, funciona e incluso en varios aspectos resulta superior a la película original. Comencemos por decir que el largometraje de 1986 no se caracteriza por tener una historia demasiado singular y un guion demasiado original, sino que estamos ante un clásico duelo entre el protagonista y su adversario por ser el mejor en su rubro y en el medio ocurre una emergencia que los lleva a ambos a dejar sus diferencias de lado para afrontar a un mal mayor. En el caso de la secuela tenemos a un Maverick maduro que debe lidiar con las decisiones desacertadas que tomó en el pasado para poder ir resolviendo conflictos que repercuten en su presente. Su actitud arriesgada lo puso en jaque y ahora tiene que hacerse cargo de viejas promesas, de su descuidada vida afectiva y de una delicada profesión que pende de un hilo. Incluso sus pares, especialmente Chester ‘Hammer’ Cain (Ed Harris) le recuerdan que su tiempo ya pasó y que pronto los aviones que pilotea serán operados a distancia o por inteligencia artificial. Ahí y en la secuencia inicial donde caen los títulos que preceden al film podemos ver un ejercicio nostálgico y melancólico que buscan tanto homenajear como remitir a la película de 1986 pero sin calcar o rehacer aquel primer paso sino actualizarlo, complejizarlo y profundizarlo. En estos últimos años hubo una gran tendencia por rebootear o incluso caer en la salida fácil de la «legacy sequel», aquellas secuelas que repiten absolutamente el film original con ciertos recursos nostálgicos, parte del elenco del primer film y personajes nuevos que cumplen roles de los más antiguos que no están. En «Top Gun: Maverick» esto parece ser sugerido en su comienzo, pero no sucede ya que no busca (al menos desde un principio) continuar con una saga de este film sino de alguna manera culminar el viaje del personaje de Tom Cruise que todavía tiene ciertos asuntos pendientes y cosas para resolver. El guion de Ehren Kruger, Eric Singer y Christopher McQuarrie le encuentra la vuelta para rendir tributo a la obra original pero también para elevar la vara y poder ahondar en la figura de Maverick y sus conflictos internos. En su representación es una película bastante clásica y de fórmula pero que funciona gracias a que conserva ese amor y respeto por su predecesora, así como también por aquella forma más artesanal de hacer cine que predominaba en los ’80 y que continúa en esta secuela. Acá probablemente le tenemos que agradecer a Tom Cruise, que además de volver a interpretar a uno de los personajes que lo hizo famoso, también oficia de productor. En los últimos años, Cruise se ha convertido en una especie de emblema del casi extinguido blockbuster de la vieja escuela, tratando de hacer sus propios stunts e impulsando a sus compañeros a desafiar ciertos límites físicos para realzar el producto terminado. Esto claramente lo podemos apreciar en el resultado final, ya que las secuencias de vuelo son alucinantes y probablemente tenga que ver con el intenso entrenamiento en aviones reales a los que se sometió el elenco (algo que se puede ver en los videos del detrás de escena de la película). Asimismo, la vuelta de Val Kilmer como Iceman, tras los severos problemas de salud que sufrió y que lo dejaron prácticamente sin habla, emociona y además fue realmente pensada con cuidado para que sea funcional a la trama, más allá de provocar algunas lágrimas y un profundo suspiro nostálgico tras el tan ansiado reencuentro abrazo de por medio. Del mismo modo, los personajes nuevos como el de Miles Teller, Jennifer Connelly, Jon Hamm, Glen Powell, Monica Barbaro, Jay Ellis, Danny Ramirez, Greg Tarzan Davis, entre otros, aportan cierta cuota de frescura a la ocasión siempre con la mirada puesta en el presente ante que en lo pretérito. «Top Gun: Maverick» es una secuela de aquellas que valen la pena, un ejercicio cinematográfico cuidado que no pretende ser más que un digno relato que culmine el viaje de su viejo protagonista en una nota alta, incluso cuando se pueda llegar a descuidar algún que otro personaje secundario en el camino. Una película emotiva y sumamente audaz que merece ser vista tal como fue concebida, para ser apreciada en todo su esplendor en la pantalla más grande posible.
Nicolás Golbart vuelve a la pantalla grande tras 12 años de su ópera prima, la divertida «Fase 7» (2010), con «El sistema K.E.OP/S», una película que redobla la apuesta y presenta varias ideas interesantes. El film en cuestión aglutina diversos géneros, estilos e incluso varias citas cinéfilas que no solo sirven como homenaje sino como una ventana a las influencias y a las predilecciones del propio Golbart como ávido consumidor cinematográfico. De hecho, se cae de maduro la clara influencia Hitchcockiana como punto de partida para el film, aunque rápidamente el film va virando hacia otras puntas pasando por una enorme cantidad de lugares poco comunes. De hecho, uno podría pensar en que se parte de una especie de «Rear Window» (1954) donde el protagonista en lugar de ser el voyeur, termina siendo la persona espiada. El protagonista resulta ser un tipo común y corriente con una vida rutinaria que repentinamente se ve envuelto en una situación extraordinaria. El largometraje se centra en Fernando Berlasky (Daniel Hendler), un guionista que actualmente se encuentra desempleado y se la pasa todo el día en la casa sin hacer nada. Su esposa (Violeta Urtizberea) y su hija lo tildan de vago continuamente y él decide buscar alguna salida. Primero intenta retomar un viejo trabajo que vive siendo postergado, una película dirigida por su amigo Sergio Israel (Alan Sabbagh) pero todo parece indicar que ese proyecto está en el limbo. Así es como a partir de un accidente escucha hablar sobre KEOPS, algo que googlea en su computadora y ve como una oportunidad para ganar dinero. No obstante, al poco tiempo comienza a sentir que alguien lo espía, desde la ventana y le empiezan a sacar fotos, mandarle mails y a chantajearlo con imágenes trucadas. La situación se vuelve cada vez más extraña y Fernando decide acudir a su amigo Israel para que lo ayude a descubrir si se trata de una broma pesada o de algo mucho más grande. Por momentos comedia negra, por momentos thriller de acción, el film de Golbart es un verdadero viaje cinematográfico que no da respiro al espectador y lo lleva a diversos lugares no explorados dentro del cine nacional. La frescura y la novedad pasa por una atractiva (y ecléctica) banda sonora, un trabajo de fotografía muy logrado y un guion sólido que permite el lucimiento de sus intérpretes. Hendler y Sabbagh mantienen una química envidiable y funcionan a modo de pareja de Buddy Movie en este relato que homenajea desde Hitchcock hasta «Blow Up» de Antonioni, el cine de John Carpenter y Brian De Palma, «Giù la Testa» de Sergio Leone, entre varias otros. Lo destacable es como el director, que además es el coguionista de la película, logró amalgamar todos los estilos y elementos de diversos géneros de manera coherente e inspirada sin que se sienta forzado. «El sistema K.E.OP/S» es una bocanada de aire fresco dentro del cine nacional que se presenta de manera inesperada y desenfrenada. Una película entretenida, con grandes momentos de comedia y un elenco maravilloso que además de tener a los ya mencionados Hendler, Sabbagh y Urtizberea, también cuenta con la participación de Rodrigo Noya, Gastón Cocchiarale, Martín Garabal, Esteban Bigliardi y Esteban Lamothe. Una experiencia delirante para disfrutar en pantalla grande.
El director tailandés responsable de «Shutter» (2004) nos brinda otra historia de horror, esta vez centrada en las posesiones demoníacas, que sorprendió por su solidez narrativa y por la creación de un clima totalmente perturbador que atraviesa sus 130 minutos de duración. Pisanthanakun erige un falso documental en el cual un grupo de documentalistas decide investigar sobre el chamanismo y las personas que dicen poder canalizar espíritus bondadosos para poder sanar a quienes hayan tenido encuentros con lo paranormal. Es ahí cuando estos realizadores dan con una chamán llamada Nim (Sawanee Utoomma), que heredó el espíritu de Bayan de su tía, tras la negativa de su hermana, Noi (Sirani Yankittikan) de aceptarlo. El esposo de Noi fallece y tanto ella como su hija Mink (Narilya Gulmongkolpech), quedan solas. Nim y el equipo de filmación comenzarán a notar un comportamiento errático por parte de Mink, llevándolos a creer que la joven ha sido poseída por un espíritu demoníaco. Aparentemente, su vida dependerá de ella y sus habilidades como chamán. La modalidad de found footage ha sido explotada hasta el hartazgo en el terror con resultados diversos, teniendo aciertos en sus comienzos con films como «Cannibal Holocaust» (1980) de Ruggero Deodato y «The Blair Witch Project» (1999) de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez; sumado a varios traspiés como las múltiples secuelas de «Paranormal Activity», entre muchos otros ejemplos. En esta oportunidad, la modalidad de falso documental (incluyendo testimonios de los personajes) y la de found footage conviven armónicamente explotando al máximo dicho recurso narrativo para ofrecer una película de terror completamente escalofriante, con un clima asfixiante y un ritmo pausado que sirve para ir preparando los momentos de tensión. Quizás podamos emparentarla con la película coreana de 2016 «The Wailing» en cuanto a temática y los climas, logrando impactar al espectador con sus giros, la atmósfera que rodea a los personajes, y un elenco más que inspirado para la ocasión. «The Medium» es un film de terror más que satisfactorio y atractivo, que entretiene por medio de su modalidad híbrida de narración, con un terror más que efectivo y que a su vez nos invita a reflexionar sobre la fe y la pérdida de la misma.
Agustina San Martín dirige su ópera prima con una extrema sensibilidad e iluminación, mediante un relato sobre la búsqueda tanto literal como abstracta, el despertar sexual y la forma en que las personas enfrentan y lidian con el pasado. «Matar a la Bestia» es un largometraje particular, ya que, al igual que con Emilia (protagonista de la película), hay una búsqueda y una experimentación de parte de su directora que va delineando la narración sin apuro, con un extremo cuidado desde el encuadre y la puesta en escena, así como también con la implementación de lo sonoro en consonancia con una exquisita dirección de fotografía. La película se sitúa en la frontera entre Argentina y Brasil con la llegada de Emilia (Tamara Rocca), de 17 años, quien arriba a una especie de hostel que maneja su tía Inés (Ana Brun). La joven anda en la búsqueda de su hermano, quien habitaba por la zona, pero parece haber desaparecido sin dejar rastro hace un tiempo largo. En esta especie de jungla, abundan los mitos y leyendas locales, donde se rumorea que una bestia peligrosa, la cual parece contener el espíritu de un malvado hombre, anda deambulando y amenazando a las mujeres del lugar. A Emilia le preocupa más el paradero de su hermano, y la reciente muerte de su madre en lugar de las amenazas del presente. Amenazas que la pondrán a enfrentarse justamente con el pasado, mientras arranca un viaje en pleno despertar sexual. El film de la debutante San Martín parece experimentar sobre ciertos opuestos como la fantasía y la realidad, la adolescencia y la adultez, lo dicho y lo no dicho, lo tangible y lo abstracto. Lo interesante es que las líneas se van entremezclando y dotando al relato de un aura de misterio que se sostiene a lo largo de toda la película, aunque por momentos parezca que el norte pueda llegar a perderse o incluso abrazar más la experimentación que el mensaje en sí. Aun así, este relato parece el de una autora madura quien no solo hace gala de una economización de recursos a la hora de narrar, sino que también logra dar con una profunda mirada personal. No es de extrañar que la película tenga algunos toques de cine de género, algo que está sirviendo de plataforma para varias directoras que están dando sus primeros pasos en el cine nacional (Como Natalia Meta que el año pasado estrenó «El Prófugo», su segundo largometraje, o Laura Casabé y «Los que Vuelven» en 2020, su tercer largometraje con el cual «Matar a la Bestia» tiene algunos puntos de contacto) y que encuentran en las convenciones genéricas mucho para jugar o decir respecto a temáticas como el deseo femenino, los abusos y otras cuestiones muy debatidas en marco de la sociedad moderna que buscan ser visibilizadas y/o profundizadas. «Matar a la Bestia» es una propuesta intrigante, que aborda distintas temáticas y que demuestra que Agustina San Martín es una narradora eficaz con un futuro prometedor. Un viaje lleno de dudas, reflexiones, contradicciones e intrigas que no hacen más que reflejar el complejo devenir que atraviesa la protagonista durante toda la película.