Santiago Mitre, el prolífico director de «El Estudiante» (2011), «La Patota» (2015), «La Cordillera» (2017) y «Pequeña Flor» (2022), nos presenta su último y celebrado trabajo titulado «Argentina, 1985», el cual recrea el famoso juicio histórico a las Juntas Militares por los crímenes sangrientos perpetrados durante la última dictadura militar. Estamos probablemente ante la película argentina más importante de los últimos 10/15 años, no solo por lo que simboliza y busca inmortalizar el relato sino por la forma en que lo lleva a la pantalla grande y lo pone al servicio del público masivo y del arte en general. Hasta el momento, Santiago Mitre nos ha ofrecido una gran diversidad de films donde se puede apreciar su punto de vista y su mirada personal, pero lo que hace en esta ocasión es algo totalmente consagratorio y que lleva exponencialmente su carrera a otro nivel. Como bien dijimos, el largometraje se inspira en la historia real del juicio a las Juntas Militares, un hecho que implicaba por primera vez en la historia mundial llevar a los miembros de una dictadura militar a responder por sus nefastos hechos, compareciendo ante tribunales civiles para ser juzgados por los crímenes de lesa humanidad. El film se centra en la figura de Julio Cesar Strassera (Ricardo Darín), el fiscal acusador designado para conducir el juicio. Para ello, Strassera contó con la ayuda de Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) como el fiscal adjunto y un joven equipo jurídico, el cual sin ningún tipo de vacilación se atrevió a acusar con incontables pruebas a los militares responsables del llamado Proceso de Reorganización Nacional. Dicha tarea no fue sencilla y debieron trabajar contrarreloj, continuamente bajo amenazas anónimas, para poder finalmente conseguir justicia. Comencemos por decir que el trabajo de guion que hizo Mitre junto a su habitual colaborador, Mariano Llinás, es impresionante, especialmente porque no se atiene solamente a la reproducción de los hechos históricos, sino que además se encarga de presentar y delinear a personajes completamente tridimensionales con conflictos bien establecidos y una carga emocional que queda evidenciada en sus comportamientos. De hecho, el film inicia en el marco hogareño de Strassera, mostrando su núcleo familiar, las dinámicas entre ellos y un tono relajado (quizás con cierto grado de humor) que va a ser pieza clave para descomprimir y/o acentuar los momentos más dramáticos y duros del relato. Ante todo, la película va a estar llena de matices, tanto a nivel narrativo como dijimos recién pero también en cuanto a las medidas actuaciones de los involucrados. El compromiso de Ricardo Darín demuestra una vez más por qué es uno de los actores más importantes de nuestro país, dando una interpretación sentida y equilibrada como solo un artista de su calibre puede otorgar. Peter Lanzani, por otro lado, se muestra como la otra contraparte del dúo y también da justo en la tecla con su representación. Respecto a los roles secundarios también tendremos algunas actuaciones destacadas como es el caso de Norman Briski, Alejandra Fletchner (como la esposa del fiscal), Gina Mastronicola como la hija adolescente y la revelación del film el pequeño Santiago Armas Estevarena, como el hijo menor, Javier Strassera. Todos estos personajes que orbitan alrededor del protagonista terminan dándole más sensibilidad y humanidad a lo narrado. Por otro lado, y como otra muestra de la enorme complejidad del film, si bien tiene un corte clásico de típico drama judicial, por momentos coquetea con el thriller político, especialmente en ciertos instantes de tensión que se generan alrededor de la amenaza latente e invisible que rodea al fiscal y sus colaboradores. La tensión es otro de los elementos que están estupendamente trabajados por la obra, siendo primordial nuevamente en esas breves escenas de comicidad sutil que le dan mayor dimensión y sustancia al asunto. Es realmente loable lo que consiguieron Mitre y Llinás con esos momentos desperdigados por todo el guion, principalmente porque podría llegar a resultar contraproducente el humor en un relato de esta índole (con algún tipo de cuestionamiento ético o moral si se llega a hacer de forma chabacana), sin embargo, esto termina siendo una de las armas más inteligentes del film, presentado como algo que traen aparejadas ciertas dinámicas cotidianas de los personajes, así como también situaciones puntuales. Otro aspecto realmente maravilloso que rodea al largometraje tiene que ver con su descomunal grado de detalle en lo que respecta al diseño de producción para lograr una ambientación y una reconstrucción de época bastante minuciosa. Todo eso es acompañado por una dirección de fotografía exquisita que le da un aspecto visual bastante clásico, junto con una relación de aspecto más cuadrada y claustrofóbica que beneficia principalmente a esa atmósfera opresiva buscada tanto en las secuencias en los tribunales como las que ocurren por fuera. Quizás lo más interesante de la propuesta de Mitre es que su nuevo opus no fue a lo seguro, ni busco un lugar desde afuera (de observación), sino que se metió de lleno en los acontecimientos con una aproximación bien consolidada y sin tapujos a la hora de lo que busca narrar. «Argentina, 1985» es gigantesca por donde se la mire, tanto en lo que se refiere a la producción (la película fue producida por Amazon Studios), como por el valor histórico y emotivo que posee, así como también por su narrativa, la cual comprende un solidísimo drama judicial de corte hollywoodense, pero con la idiosincrasia argentina bien arraigada, dándole la personalidad suficiente para sobresalir y ganarse tanto a la crítica como a la audiencia. La película de Mitre probablemente sea una de esas que escuchemos muchas veces en la próxima temporada de premios (se cree que tiene varias chances de sobresalir en los Oscars) pero más allá de eso, la obra tiene todos los elementos para convertirse en un clásico del cine nacional. Un relato que te pone la piel de gallina, te emociona y también por momentos también te hace reír, a lo largo de sus 2 horas y 20 minutos de duración que te tienen completamente en vilo por más que uno ya conozca la historia.
Sebastián Rodríguez debuta como director con «Camino al Éxito», un pequeño y sensible relato sobre los sueños rotos, las posibilidades de revancha y las relaciones familiares a lo largo del tiempo. El largometraje se centra en Hugo (Sergio Prina), un mecánico que vive en un pequeño pueblo con su hermana y su sobrino. Hace tiempo que el hombre está descontento con su vida y su lugar natal, del cual quiso escapar hace tiempo, pero no pudo. Lleno de recuerdos y frustraciones, un día se cruza con Guillermo (Mariano Argento), un cazador de talento deportivo que llega a su taller casi por casualidad y descubre a su sobrino Enzo (Benjamín Otero) como una promesa del fútbol. Allí comenzará un viaje entre tío y sobrino hacia la capital para que el pequeño pueda probarse en un club, en busca del destino y la posibilidad de redención de Hugo. Esta pequeña road movie con ligeros toques de comedia se beneficia de la mirada fresca de un director que da sus primeros pasos en el mundo del cine, con una puesta de cámara austera pero funcional y eficaz. Prina y Otero logran establecer una correcta dinámica como tío y sobrino, y van creciendo en la misma a medida que se desarrolla el relato y van surgiendo los infortunios con los que se encuentran en el camino. Ambos poseen diferentes metas y conflictos internos, los cuales irán revelándose poco a poco durante la larga travesía. Podrían sentirse un poco sencillas las barreras que se van presentando durante el trayecto, no obstante, son problemáticas reales que pueden pasar tranquilamente cuando salís a la ruta en busca del destino con nada más que una camioneta destartalada y la cabeza llena de sueños futuros y reveses del pasado. En ese sentido, se siente completamente real y terrenal la búsqueda. «Camino al Éxito» es una película sencilla y vista en varias oportunidades, sin embargo, el enorme corazón y su pulida puesta en escena hacen que valga la pena descubrir la historia de Hugo y su lucha personal contra los fantasmas del pasado, especialmente en su encuentro con Lucia (Paula Carruega) que lo invita a reflexionar sobre la vida y lo importancia de la familia. Una auspiciosa ópera prima de Sebastián Rodríguez.
Olivia Wilde, la reconocida actriz de «House M.D» y directora de la entretenida «Booksmart» (2019), nos trae su segundo largometraje tras las cámaras, el cual tuvo una premiere mundial en el Festival de Venecia. Simultáneamente vieron la luz un montón de cuestiones polémicas relacionadas con la producción que comenzaron a llenar las redes sociales de especulaciones y teorías, que poco tienen que ver con el resultado de la ambiciosa, pero en cierto punto fallida, propuesta que nos presenta «Don’t Worry Darling». Comencemos diciendo que más allá de todas las desinteligencias que sufrió la producción del film (algunos desconfiados dirán que es una estrategia de promoción), la obra está muy lejos de ser el fracaso estrepitoso e inmirable que afirmaba la crítica internacional. El film de Olivia Wilde probablemente peca de pretensioso y sumado a que en ciertos aspectos se siente como algo que ya vimos en contadas ocasiones se termina diluyendo el interés del espectador, especialmente en ciertos momentos repetitivos del relato. El largometraje se centra en lo que parece ser el desierto californiano, en una comunidad bastante recluida e «idílica» de los años ’50, donde sus ciudadanos trabajan para una secreta y misteriosa organización que lleva adelante el Proyecto Victoria. Dicho proyecto incluye un tipo de ciudad experimental que esconde varios aspectos de su plan fundacional bajo un aparente optimismo y un estilo de vida lleno de placeres. Alice (Florence Pugh) y Jack (Harry Styles) son una pareja que mantienen una existencia relajada y feliz, hasta que la joven mujer comienza a tener una serie de visiones y también presenciar ciertas cosas extrañas en los alrededores que la llevan a desconfiar de las intenciones de Frank (Chris Pine), el Director General del Proyecto de urbanización y una especie de visionario corporativo y Coach motivacional de estilo de vida. Alice comienza a investigar y va notando algunas grietas en su idílica vida, exponiendo destellos de algo mucho más siniestro que se esconde bajo la atractiva fachada. El principal problema que presenta «Don’t Worry Darling» es que aglutina elementos que ya vimos varias veces en otros relatos como, por ejemplo, «The Village» (2004), «The Stepford Wives» (2004) e incluso hasta «Get Out» (2017), en un guion que resulta algo convencional con giros que vemos venir desde el principio y sin aportar algo demasiado novedoso a la cuestión. Incluso, su segundo acto se siente algo extenso y repetitivo, y nos invita a pensar que podría funcionar mejor como un episodio de corta duración de alguna serie al estilo de «The Twilight Zone» o «Black Mirror». Una lástima realmente, ya que la película tiene algunos elementos interesantes, como quizás la cuestión de igualdad de género que busca incluir Wilde en medio del thriller psicológico con tintes de ciencia ficción. Por otro lado, Florence Pugh se siente verdaderamente convincente en su papel, dando nuevamente todo su talento y esfuerzo para sacar a flote el film, incluso cuando varios de sus compañeros de elenco no logran estar a su altura. Asimismo, todo lo que tiene que ver con el «setting» del relato, el diseño de producción y la dirección de fotografía están realmente bien y se nota que hay un enorme esfuerzo desde lo visual para sumergir a la audiencia en el mundo que establece la película. Sin embargo, es la convencionalidad de la misma la que nos expulsa y nos lleva a pensar en otros relatos mejores dentro del mismo estilo. Incluso el problema cae dentro del desarrollo de ciertos personajes secundarios como el de Chris Pine, que carece de profundidad y desarrollo como para presentar un antagonismo fuerte. Asimismo, algunas situaciones parecen atentar contra el verosímil que construye el mismo relato y dejan naufragando a la ya de por si endeble base narrativa sobre la que se sustenta el film. «No te Preocupes Cariño» es un film con varios inconvenientes que poco tienen que ver con la polémica extra-ficcional que le quisieron adjudicar a la obra. Los problemas del film tienen más que ver con su familiaridad que con supuestos desajustes entre sus intérpretes o una «mala» dirección de Wilde, lo cual no es el caso. Incluso dentro de los problemas narrativos, se advierte desde un principio que el inconveniente está en el guion y no en la visión de su directora que sabe bien qué cuestiones quiere explotar. Un film que tiene mucho potencial por su talento delante y detrás de cámaras y por un cúmulo de ideas atractivas que no pudieron ser explotadas del todo.
Con las recientes adaptaciones cinematográficas de las novelas de Agatha Christie de la mano de Kenneth Branagh con «Murder on the Orient Express» (2017) y su secuela «Death on the Nile» (2022), y la exitosa película de Rian Johnson «Knives Out» (2019), el famoso y clásico estilo de relato detectivesco conocido como «whodunnit», en el que hay que descubrir quién es el asesino, parece haber recobrado su popularidad. «See How They Run» quiere sumarse a esta estela de películas que celebran el espíritu del clásico policial inglés, pero tirándose más hacia el costado cómico del film de Johnson y alejándose más de la aproximación solemne y seria de las historias pergeñadas por Branagh. El punto de partida de la película dirigida por el debutante Tom George (viene de una carrera en la televisión con varias producciones para la BBC) y escrita por Mark Chappell («Flaked»), es por medio de la autoconsciencia, explicando básicamente las reglas y los detalles que caracterizan a estos relatos e incluso emulando el estilo de las novelas de Agatha Christie. Al mismo tiempo, el relato se enmarca dentro de otro relato debido a que los acontecimientos del film se desarrollan alrededor de la producción de The Mousetrap, una obra de teatro escrita por Christie. El elenco que personifica a los personajes del relato, al mismo tiempo que se está trabajando en una adaptación cinematográfica de la obra, serán los principales sospechosos del asunto. Es así que el largometraje se sitúa en, ni más ni menos, la función número 100 de la obra teatral, donde tras la interpretación, el elenco junto a los miembros de la producción se junta a celebrar el éxito que transitando. El problema radica en que uno de ellos es asesinado en plena celebración y el cansado inspector Stoppard (Sam Rockwell) junto a la novata agente Stalker (Saoirse Ronan) serán los encargados de llevar adelante la investigación que busque esclarecer el hecho y/o encontrar al responsable del crimen. El punto fuerte de la película está en la dinámica que hay entre Rockwell y Ronan, y su estupendo timing para la comedia aun cuando la dirección no esté del todo pulida, pero incluso en esos momentos el carisma de los intérpretes y el estupendo trabajo de montaje del film compensan dichas pequeñas falencias. El guion sin ser demasiado novedoso, cumple su función y los pequeños detalles de autoconsciencia enriquecen su desarrollo, especialmente llegando al final del relato, que es donde más tambalea el asunto, promediando el tercer acto. En ese sentido, «Knives Out» se sentía más minucioso y pulido, tal como debería ser un buen whodunnit, como un meticuloso mecanismo de relojería. No obstante, la película logra sobreponerse a sus fallas con un igual número de aciertos. Así como destacamos previamente el montaje y las interpretaciones (además del dúo protagónico, cabe destacar al genial Adrien Brody), también es digno de ser resaltado el estupendo diseño de producción y una más que acertada banda sonora que viene a acompañar un pulcro y cuidado despliegue visual. En síntesis, «Mira Cómo Corren» es un relato sumamente entretenido, que se beneficia de un gran trabajo de casting, de un timing para la comedia estupendo, un ritmo frenético y elaborado para los intercambios que se dan entre sus protagonistas, así como también una aproximación fresca con cierta dosis de autoconsciencia producto de presentar el whodunnit dentro de otro whodunnit. Un largometraje disfrutable, repleto de homenajes y sin demasiadas pretensiones más que hacerte pasar un buen rato, algo que dado el contexto del mainstream actual, no es poco.
George Clooney y Julia Roberts protagonizan esta comedia romántica de fórmula que pese a un par de momentos hilarantes y una más que pulida química entre su pareja protagónica, resulta ser un viaje hacia una historia que vimos varias veces. El británico Ol Parker, responsable de los guiones de «The Best Exotic Marigold Hotel» y su secuela, y director de «Mamma Mia! Here We Go Again» (2018), vuelve a ofrecer uno de esos films que tanto le gustan y «sabe» construir. «Ticket to Paradise» es una de esas comedias románticas que tanto abundaban en la cartelera a principios de los 2000 y que ya no son tan populares. El largometraje se centra en Georgia (Roberts) y David (Clooney), una pareja de divorciados que se llevan bastante mal. Ambos deciden dejar sus diferencias a un lado para asistir a la graduación de su hija Lily (Kaitlin Dever), futura y promisoria abogada. Tras ese breve y difícil encuentro, ambos vuelven a sus vidas cotidianas y despiden a la joven, la cual decide irse de viaje con su amiga Wren (Billie Lourd) a Bali para desconectar y relajarse antes de empezar sus vidas como profesionales. En aquel idílico lugar, Lily conoce a Gede (Maxime Bouttier), un lugareño que se dedica a cosechar algas marinas junto con su familia. Ambos se enamoran perdidamente y deciden casarse a tan solo 2 meses de haberse conocido. Al enterarse de la situación, los padres de la joven son invitados a la boda y deciden dejar a un lado sus diferencias para poder desalentar la unión y convencer a su hija de que no cometa un error parecido al que ellos cometieron 25 años antes cuando eran jóvenes. «Pasaje al Paraíso» como dijimos al comienzo es un film que nos resulta bastante familiar porque hemos visto en contadas ocasiones, incluso ahora mismo en cartelera hay una propuesta similar con Adrián Suar y Pilar Gamboa en «30 Días con mi Ex». Quizás la falta de ideas originales en Hollywood y la sobrepoblación de blockbusters basados en comics, haga que uno sienta cierta nostalgia con este género que también supo llegar al agotamiento en su momento, pero lo cierto es que la propuesta resulta algo trillada y derivativa. George Clooney y Julia Roberts que ya habían cruzado sus caminos en «Ocean’s Eleven» (2001), «Confessions of a Dangerous Mind» (2002) y «Money Monster» (2016), demuestran nuevamente su versatilidad como intérpretes y una química envidiable como dúo protagónico, eso sumado a un excelente timing cómico, algunos tintes de comedia de enredos y de slapstick que presenta el guion del relato y unos diálogos veloces e perspicaces, ayudan a compensar en cierto grado la convencionalidad y la falta de destreza de Ol Parker como narrador para imprimirle cierta personalidad a la experiencia cinematográfica. «Pasaje al Paraíso» es una película con sus limitaciones que logra mantenerse a flote gracias al compromiso de sus estrellas y a un par de momentos destacados. Una comedia sin pretensiones que vimos hasta el hartazgo pero que frente a la escasez y a la falta de originalidad uno puede ver como entretenimiento pasatista.
«Las historias fueron una vez la única manera de hacer coherente a nuestra desconcertante existencia». El reconocido director de la saga «Mad Max» nos presenta su más reciente y extraño film que se aleja un poco de los otros relatos de su carrera para ofrecer una peculiar historia sobre el amor y los anhelos más personales. Tras su paso por el prestigioso Festival de Cannes y un discreto estreno comercial, al menos en nuestro país donde prácticamente no fue publicitada ni presentada al público, «Three Thousand Years of Longing» se materializa prácticamente de la nada ante nosotros con una propuesta extravagante y poco catalogable que a pesar de algún que otro reparo que puede hacérsele al film en sí, se agradece en esta época repleta de remakes, secuelas y demás producciones derivadas de fórmulas ya probadas. El largometraje representa una fábula que adapta un relato corto de A. S. Byatt, titulado «The Djinn in the Nightingale’s Eye». La misma sigue a la Dra. en literatura Alithea Binnie (la talentosa Tilda Swinton), quien parece llevar una vida austera y solitaria con pocas emociones, pero bastante feliz. Un día, en medio de un viaje laboral, tras una conferencia, se encuentra con un Djinn (Idris Elba) que ofrece concederle tres deseos, por haberlo liberado de un prolongado cautiverio dentro de una botella que obtiene en un mercado de Estambul. En un principio, Alithea se niega a aceptar la oferta ya que su enorme conocimiento en literatura la lleva a pensar que todos los cuentos sobre conceder deseos que conocen, acaban mal. El Djinn defiende su posición contándole diversas historias fantásticas de su pasado buscando persuadir a la mujer y así poder cumplir con su tarea y consecuentemente conseguir su tan ansiada libertad. Estamos ante un film que presenta relatos enmarcados dentro de la trama principal de la película, que son tan peculiares como atractivos y que sumergen al espectador en un mundo de ensoñación compuesto o erigido en base a un cúmulo de historias de diferentes procedencias, con seres/personajes mitológicos provenientes de diversas culturas (incluso hay una alusión a Las Mil y Una Noches, entre varios otras). Una fábula que además de aferrarse a la fantasía, también compone un drama romántico inspirado. La frase que precede a esta breve reseña es mencionada por la protagonista del film, que, tras imaginar ciertas presencias ilusorias durante su conferencia, se desmaya. Lo interesante es que dicha frase parece resonar a lo largo de todo el film, no solo porque las historias son lo que llevan adelante la narración y atraviesan las vidas de los dos personajes principales, sino porque dialogan con la mirada del director, y el contexto sociocultural que vive el mundo en la actualidad, no solo por la crisis creativa que parece atravesar Hollywood sino también como uno de los reflejos que tuvo que atravesar tanto la producción de la película y el mundo entero con la pandemia del COVID-19. Las historias son lo que nos dan coherencia e incluso las que nos brindan cierto escapismo de la cruda realidad, pero también nos vinculan, nos transforman y nos dan sentido. George Miller es un narrador excelso y aprovecha este mundo ficcional para establecer una mirada madura de temas universalmente conocidos. A diferencia de su anterior trabajo, «Mad Max: Fury Road» (2015) donde se alababa lo artesanal de la producción y el uso de efectos prácticos más que el habitual CGI, aquí no queda otra que recurrir a los efectos por computadora para poder crear los miles de aspectos fantásticos de la historia, que igualmente están perfectamente desarrollados y no desentonan ni sacan al espectador del film. Respecto a la pareja protagónica, solo resta decir que Swinton y Elba están maravillosos como los personajes que llevan adelante el relato, y el film es en parte lo que es gracias a su enorme talento como intérpretes. «Érase una vez un genio» es un film extravagante, peculiar y desafiante que es probable que no sea del agrado de todos, pero que realmente se siente como algo diferente y encantador. Una película realmente imaginativa que demuestra el amor de Miller por la narración y que reflexiona sobre el poder de las historias y el impacto que tienen en nuestras vidas.
La directora de «Clementina» y «Matar al Dragón» sigue apostando al cine de género con su más reciente trabajo, una película de terror bastante interesante que aglutina heavy metal, un culto satánico y grandes cantidades de hemoglobina. Jimena Monteoliva vuelve a dar que hablar con una historia pequeña pero muy bien narrada y ejecutada. Se trata de «Bienvenidos al Infierno», un largometraje que nos presenta a Lucía (Constanza Cardillo), una joven que vive recluida en una cabaña en el medio del bosque. Allí convive con su abuela (Marta Lubos), una misteriosa y sombría anciana muda. Al parecer la joven llega a aquella apartada ubicación escapando de su ex pareja «El Monje Negro» (Demián Salomón), el oscuro líder de una banda de black metal y padre del hijo que espera. Lucía deberá luchar por su vida y la de su familia cuando El Monje y sus secuaces vayan a buscarla. La película que posee una trama bastante sencilla pero efectiva, se beneficia de una estructura narrativa que combina el pasado con el presente, revelando poco a poco al espectador los acontecimientos que desembocaron en la actualidad de la protagonista y su vida alejada. Esto motiva el suspense y hace avanzar la trama a paso firme, logrando un buen ritmo y una intriga constante que no dará respiro a la audiencia. Esto sumado a temáticas actuales que son tratadas con extremo cuidado (violencia de género y femicidios, entre varias otras cuestiones), invitando a la reflexión, hacen que la película no solo sea sumamente entretenida, sino que aporte un extra como suele pasar con varios nombres destacados dentro del género. Monteoliva hace un excelente trabajo desde la dirección y también desde el guion que coescribió junto a Camilo de Cabo y Nicanor Loreti, este último también oficia de productor asociado y aporta su experiencia dentro del cine de género nacional. También cabe destacar la música de Demián Rugna (director de «Aterrados») que contribuye a la atmósfera opresiva del relato con sus melodías de metal duro y altisonante. «Bienvenidos al Infierno» combina el terror real con el fantástico y un clima de tensión avasallante producto de su narrativa no lineal o cronológica. Un relato que aglutina black metal, cruces invertidas, seres demoniacos y una secta satánica sedienta de sangre, sin dejar de lado un espacio para el comentario social. Todas cosas que suenan familiares pero que nunca se habían presentado de esta forma dentro del cine nacional.
El director de «Ex Machina» (2014) y «Annihilation» (2018), vuelve a la pantalla grande con «Men», un relato de terror que reflexiona y teoriza sobre la violencia de género, el machismo, la pérdida y otras tantas cuestiones. ¿El resultado? Un film más evidente y desprolijo que sus primeras dos incursiones cinematográficas, pero con ciertas cuestiones interesantes, aunque no alejadas de la polémica. Alex Garland tiene, por el momento, un pequeño pero muy heterogéneo andar por la industria cinematográfica. Arrancó más que nada escribiendo, de hecho, su primer vínculo con el cine fue cuando su novela «The Beach» fue adaptada en una película homónima protagonizada por Leonardo Dicaprio y dirigida por su compatriota Danny Boyle. Allí, iniciaría una especie de sociedad creativa con Boyle y escribiría dos guiones para sus próximas películas «28 Days Later» (2002) y «Sunshine» (2007). Su trabajo como guionista resultó ser bastante prolífico y luego se encargaría de adaptar la novela «Never Let Me Go» (2010) en un largometraje que dirigiría Mark Romanek, para luego culminar con otro guion por encargo dos años más tarde con la muy entretenida y sólida adaptación del comic «Dredd» (2012). De ahí en más, Garland comenzaría a guionar y dirigir sus proyectos personales, empezando por las dos películas mencionadas al principio y también con la serie de TV «Devs» (2020) la cual creó, escribió, dirigió y produjo. Ahora llega el turno de su tercera incursión en el cine, la cual viene de la mano de la grandiosa productora A24 y que está basada en una idea original del propio Garland. El largometraje nos presenta a Harper (interpretada por la maravillosa Jessie Buckley) que tras una gran tragedia personal decide ir a despejar la mente a la campiña inglesa, con la esperanza de poder recuperarse emocionalmente. El problema es que algo o alguien parece estar acechándola, y lo que parecía ser algo producto del trauma que había sufrido pronto terminará convirtiéndose en una amenaza real. Probablemente si tuviéramos que colocar al relato en orden de importancia dentro de la filmografía del director inglés, no se encuentre en las primeras ubicaciones, pero esto no quiere decir que no tenga algunas cuestiones dignas de ser destacadas. Para empezar, Garland logra construir un clima de tensión constante que transmite la misma intranquilidad que sufre la protagonista, desde el principio hasta el fin. Por otro lado, resulta interesante ver como lo que arranca como un thriller, va mutando hacia el terror y la fantasía, jugando con varios de los lugares y tropos que más le gustan al director. Con algunos toques de body horror muy logrados que sacan a relucir la masculinidad tóxica que plantea el film y Rory Kinnear jugando el rol de varios personajes para hacer énfasis en una tesis bastante obvia, aunque funcional y actual, «Men» parece funcionar durante los prolijos primeros dos actos y luego tambalea llegando a su desenlace tratando de aglutinar varias ideas que van desde lo cotidiano hasta ciertas metáforas que juegan con lo fantástico, incluyendo la leyenda folk de «The Green Man». Asimismo, se hace una crítica impiadosa a los mecanismos de las religiones tradicionales y su forma de justificar ciertas costumbres y comportamientos machistas. Obviamente, que lo que más puede hacer ruido es que todo este discurso provenga de un hombre y el público tendría razón, no obstante, la imaginería visual de Garland y el compromiso de Buckley nos invitan a reflexionar sobre este film de horror que aprovecha su mitología para hacer una crítica impiadosa de la sociedad moderna con igual cantidad de ciertos como de obviedades.
El hombre teniendo que confrontar los peligros de la naturaleza es uno de esos temas recurrentes en el cine. Desde desastres naturales hasta hombres enfrentando a depredadores en entornos inhóspitos, hubo, hay y habrá cientos de relatos para contar. El director islandés Baltasar Kormákur («2 Guns», «Contraband») parece ser un director bastante seducido por esta temática, ya que trató ambas perspectivas previamente en «Everest» (2015) y «Adrift» (2018) y ahora en la película que aquí nos reúne. «Beast» es un relato que bien podríamos emparentar con aquella obra maestra dirigida por Steven Spielberg, llamada «Jaws» (1975), y que fue el modelo para todo un derrotero de largometrajes que intentaban emular la fórmula de personas comunes frente a depredadores salvajes con cualidades cuasi sobrenaturales. El film nos presenta al Doctor Nate Samuels (Idris Elba), un viudo que busca reconectar con sus hijas y sus raíces, llevándolas a visitar donde conoció a su mujer en Sudáfrica. Allí, además de intentar reunirse y afrontar finalmente la pérdida de la matriarca, aprovecharán la ocasión para visitar una reserva de animales. No obstante, lo que empieza siendo un viaje de relax se convierte en una lucha por la supervivencia cuando un león que ha escapado de unos cazadores furtivos empieza a perseguirlos. Probablemente no haya nada nuevo en lo que nos propone «Beast», una historia bastante arquetípica, donde se pueden anticipar las vueltas y los lugares comunes que transitará el guion. Dicho eso, también se nos ofrecerá un relato sin pretensiones que construye una tensión constante, unas actuaciones sólidas de Elba, Sharlto Copley, Iyana Halley y Leah Jeffries, así como también un entretenimiento pasajero con varios elementos que funcionan. Por un lado, la puesta de cámara que propone Kormákur junto con el DF, Philippe Rousselot («Big Fish», «Interview With The Vampire») le otorga cierta distinción visual al asunto por medio de pequeños planos secuencia desperdigados durante todo el relato, dándole dinamismo a la experiencia y también propiciando el suspense. Asimismo, la decisión (algo que viene de la raíz de este tipo de relatos con la obra de Spielberg como bandera) de dejar gran parte del tiempo a la criatura fuera de campo también es algo que funciona para construir según lo que no vemos y tratar de agigantar esa amenaza latente. «Beast» probablemente no gane ningún premio a la originalidad, pero sí resulta ser correcto en todas sus líneas, con un Elba sumamente comprometido con la causa, un manejo de la tensión más que convincente y un equilibrado uso del CGI, que logra ser correcto y economizado cuando la situación lo requiere. Incluso podríamos decir que la verosimilitud se ve más comprometida por ciertas situaciones extremas más que por el uso de la tecnología en los animales salvajes. Una propuesta que, sin sorpresas, entretiene con lo justo.
Uno de los responsables de «John Wick» (2014) y director de «Atomic Blonde» (2017), «Deadpool 2» (2018) y «Fast and Furious: Hobbs and Shaw» (2019), nos vuelve a deleitar con una comedia de acción, esta vez basada en la novela de Kotaro Isaka, que se presenta como una de las propuestas pochocleras más entretenidas y disfrutables del año. David Leitch, al igual que su compañero y codirector de «John Wick», Chad Stahelski, viene del mundo de los stuntmen o dobles de riesgo. Ambos hicieron un salto a la dirección cinematográfica con gran éxito y quedaron identificados o atraídos por el género de acción, donde demuestran tener un gran entendimiento de la puesta en escena en función de las coreografías, las angulaciones de cámara y todas las técnicas para que las secuencias sean lo más prolijas y disfrutables posibles (algo que ya se veía en la primera película de la saga iniciada por Keanu Reeves como el asesino que busca venganza). Esto no significa que todos los coordinadores de dobles tengan las herramientas necesarias para ponerse al frente de diversas películas (sino vean «Day Shift» en Netflix), pero particularmente estos dos colegas lo consiguieron con buenas repercusiones. Stahelski parece no querer soltar la saga de JW y prepara varias secuelas, y Leitch logró ir sumergiéndose más en producciones (varias de ellas franquicias) que se vieron beneficiadas por su estilizada mirada para representar la acción más bombástica y efectista. A su vez, también consiguió combinar dicho género con la comedia logrando grandes resultados en la secuela de «Deadpool» y en el spin off de la longeva saga de picadas de autos devenida en inverosímiles héroes de acción manejando vehículos deportivos. En esta oportunidad, Leitch se pone al mando de esta adaptación de una novela japonesa que tiene todos los condimentos necesarios para brindar dos horas de intriga, acción vertiginosa, mucho humor físico y diálogos inspirados que lucen a sus interlocutores. El largometraje se centra en cinco asesinos a sueldo que viajan en un tren bala desde Tokio a Morioka con pocas y breves paradas intermedias. Cada uno se encuentra arriba del vehículo con misiones distintas que parecen estar interconectadas de alguna manera, haciendo que la situación se complejice y vaya en un in crescendo de tensión constante hasta que se van tejiendo las yuxtaposiciones y encuentros entre dichos homicidas. Los personajes que protagonizan esta historia son: Ladybug (Brad Pitt) que solo tiene que robar un maletín del tren y bajarse en la primera estación, mientras realiza una serie de intercambios telefónicos con su agente (Sandra Bullock), lamentándose de su habitual «mala suerte» que pone en jaque sus misiones. Por otro lado, estará un asesino mexicano conocido como «El Lobo» (Bad Bunny) que busca venganza y asesinar al responsable de la muerte de su esposa, los gemelos Tangerine (Aaron Taylor Johnson) y Lemon (Brian Tyree Henry) contratados para rescatar al hijo del mafioso conocido como «White Death» (Michael Shannon), The Hornet (Zazie Beets), una asesina que utiliza veneno con sus víctimas y Prince (Joey King), una despiadada muchacha que manipula a Kimura (Andrew Koji), para matar a su padre. Estos sujetos irán confluyendo en el tren del título poniendo en jaque las misiones del otro a través de las cuestiones inherentes a la propia trama del relato, especialmente al gran macguffin del maletín que se disputan varios personajes. El guion escrito por Zak Olkewicz («Fear Street: 1978») logra encontrar un equilibrio entre la presentación y construcción de los personajes, dándoles psicologías bien definidas y objetivos claros, y todas las secuencias de peleas y de acción que van vistiendo los diversos intercambios entre ellos, consiguiendo una homogénea mezcla entre la acción y el humor, así como también de las «casualidades» que parece ser uno de los motores principales de la trama. Sí, por momentos puede resultar un poco inverosímil que todo absolutamente todo parezca estar interconectado con lo otro, pero, a través de la comicidad, las altas dosis de sangre y el compromiso del elenco, así como también de la propia diégesis que parece ir estirando la credibilidad, el relato se mantiene a flote otorgándonos dos horas a puro entretenimiento. Cabe destacar especialmente la labor de Brad Pitt, que ya había demostrado en diversas ocasiones su talento para la comedia (especialmente en «Burn After Reading») pero aquí su personaje es de lo más hilarante del relato, logrando tremendos intercambios especialmente con Taylor Johnson y Tyree Henry. Podríamos decir que «Bullet Train» toma ciertos elementos prestados del cine de Tarantino (con referencias directas a «Reservoir Dogs» principalmente, y en menor medida a «Pulp Fiction») y a Guy Ritchie también como podría ser sus primeras películas («Lock Stock and Two Smoking Barrels» y «Snatch»), y no le estaríamos bajando el mérito a lo que logra David Leitch, ya que gracias a su entendimiento para las secuencias de lucha cuerpo a cuerpo y complejas coreografías en espacios reducidos logra engalanar una producción ya de por sí atractiva gracias al material original en el que se basa. «Bullet Train» es una película entretenida de principio a fin que logra combinar acción y comedia de buena manera y aprovechar al máximo su guion enrevesado lleno de giros (algunos de ellos un poco arbitrarios pero funcionales). Asimismo, la edición y las coreografías consiguen darle un clima de tensión que va creciendo a medida que avanza el relato, ofreciéndonos varios momentos espectaculares que, a su vez, se benefician de intercambios sumamente pulidos y ajustados de sus excéntricos (y sumamente cuidados/pulidos) personajes. Una experiencia para disfrutar en sala en su máximo esplendor.