Después de la biopic que retrataba la vida de Jacqueline Kennedy en los instantes posteriores al asesinato de JFK, Pablo Larraín («El Club», «No», «Neruda») decidió volver a centrarse en una figura histórica para contar una historia atípica, pero que ayuda a entender el complejo entorno en el que se veía envuelta y asfixiada la princesa Diana Spencer, más conocida como Lady Di. Larraín ha encontrado cierto gusto por representar figuras históricas de distintas latitudes. Ya lo vimos trabajar en la biopic de su compatriota Pablo Neruda, la antes mencionada biopic sobre la primera dama de EEUU, Jackie Kennedy, y ahora con la correspondiente princesa consorte de Gales. Lo cierto es que las aproximaciones que busca el director a las figuras representadas son a partir de periodos limitados de tiempo y no una especie de repaso por su vida. Esto es algo bastante recurrente dentro de las biopics, y dichos eventos representados suelen ser sumamente relevantes o hitos que marcaron a fuego sus vidas. No obstante, «Spencer» a primera vista parece no hablar de algo trascendente dentro de su vida. Este retrato se centra en un fin de semana particular durante los años ’90, en los que Diana (Kristen Stewart) acude junto al príncipe Carlos y sus hijos a pasar las vacaciones de Navidad en la Casa de Windsor en su finca de Sandringham en Norfolk, Inglaterra. El drama se centra en esos tres días, y en cómo Diana empieza a sentirse sofocada por su vida cotidiana dentro de la realeza, al mismo tiempo que comienza a darse cuenta de que su matrimonio con Carlos no estaba funcionando. Dijimos que a primera vista no parece que el film incurra en contar hechos destacados de su vida, si tenemos en cuenta la complicada y breve existencia que llevó Diana antes de sufrir aquel fatídico final, pero digamos que de cierta forma aquel periodo definido fue el que hizo que Spencer termine tomando la decisión de divorciarse del príncipe. Lo más interesante del largometraje, más allá de la brillante interpretación de Stewart que la llevó a conseguir una nominación a Mejor Actriz en la próxima entrega de los Oscars y a tener altas chances de obtener la preciada estatuilla, radica en que «Spencer» compone un verdadero drama de encierro. Incluso desde sus emplazamientos de cámara, la elección de los lentes y ciertos seguimientos de la protagonista en travellings de seguimiento por los pasillos de la finca, remiten directamente a los planos de steadycam de «The Shining» (1980) de Stanley Kubrick, con la que también comparte ese descenso a la «locura» (no a ese nivel tan literal como en la adaptación de Stephen King) que se da producto de la reclusión y el hostigamiento del entorno de Lady Di. Incluso también hay ciertos momentos que se separan de la realidad tal como pasaba en el film de Kubrick, acompañadas por una banda sonora imponente e inquietante. Larraín toma varios riesgos durante el relato, en el que no propone un retrato fehaciente y solemne de la princesa, sino plantea algunos cuestionamientos a la corona británica y cómo fueron comprometiendo su estado mental por medio de rituales y tradiciones que la llevaron al borde. «Spencer» es un film interesante, en sus formas, que ofrece un sólido paso en la carrera de Stewart y de Larraín. Una película inquietante que plantea un debate y un cuestionamiento a las autoridades, pero desde un costado poco explorado. Con una atmósfera amenazadora motivada por su banda sonora perturbadora y una bella fotografía desaturada que retrata los verdaderos colores de la realeza, trasmitiendo la empatía del director por la protagonista y su trágico destino.
Es difícil y hasta extraño hacer un juicio valorativo de una película de Woody Allen hoy en día. Su figura ligada a las denuncias de abuso sexual por parte de su hija adoptiva Dylan Farrow hacen que sea bastante complicado separar a la obra del autor. Teniendo en cuenta sus últimas (y accidentadas) producciones, se puede ver como actores y actrices que actuaron en sus películas más recientes comienzan a arrepentirse de sus participaciones (más por demagogia que por verdadero arrepentimiento), como diversas productoras ya no quieren financiar sus films y otras yerbas que probablemente terminan influyendo de alguna u otra manera en sus creaciones recientes. Con esto no estoy buscando justificar sus películas, pero sí expresando lo difícil que es «valorarlas» de manera objetiva. No obstante, cabe destacar que hace varios años (incluso antes de que se reflotaran las acusaciones en su contra), Allen parece haber comenzado un camino directo hacia la repetición de ciertos elementos y a producir varias historias que carecían de la frescura que destacaban sus largometrajes más recordados y elocuentes. Algunos podrán decir que desde «Blue Jasmine» (2013) o «Midnight in Paris» (2011) que el realizador neoyorkino no hace un film memorable, e incluso algunos más duros podrán decir que su último trabajo notable fue «Match Point» (2005). Lo cierto es que hace años que parece ir produciendo películas de forma con las clásicas obsesiones verborrágicas de siempre, y buscando intérpretes que emulen sus viejas apariciones exteriorizando su habitual hipocondría, las catarsis continuas y aquellos soliloquios tan particulares que solía brindar. «Rifkin’s Festival» no es la excepción y el cine de Allen sigue andando viejos caminos, pero cada vez con menos posibilidades a nivel casting, producción y locaciones. Más allá de las limitaciones presentadas, la obra parece retomar los conflictos de siempre y las dinámicas ya conocidas que podemos ver a lo largo de toda la filmografía del director. Algunos pequeños recursos y situaciones dotan al relato de cierta originalidad (especialmente en las recreaciones de clásicos europeos) pero en líneas generales no hay nada nuevo bajo el sol. Nuevamente, la fotografía de Vittorio Storaro le da cierto carácter y distinción a la puesta en escena de «Rifkin’s Festival», al igual que en sus colaboraciones previas, dándole un estilo visual interesante, y cierto dinamismo desde la puesta de cámara que le venían faltando a las historias de Woody. La ciudad de San Sebastián es retratada de manera sublime mientras Mort Rifkin (Wallace Shawn) deambula por sus calles y mientras va reimaginando varios clásicos del cine europeo como «Sin Aliento», «El Angel Exterminador», «8 1/2», «Persona», “El Séptimo Sello”, entre varios otros films de Buñel, Bergman, Truffaut y Godard. Esto aporta cierta frescura a la comedia dramática convencional que propone, pero tampoco sería la primera vez que vemos recursos similares (hay cuestiones análogas en «Midnight in Paris» y «The Purple Rose of Cairo»). «Rifkin’s Festival» es un film correcto y disfrutable con un par de buenas ideas y varias algo anticuadas que ya vimos varias veces en la filmografía de Allen. Se puede observar algo del amor que tiene el cineasta neoyorquino por el cine (tanto por el cine clásico como por el cine europeo), pero también están presentes varios de sus fantasmas del pasado y del presente que influyen tanto directa como indirectamente en el resultado.
«Scream» (1996) marcó un antes y un después dentro del terror. Wes Craven era un autor prolífico dentro del género con clásicos como «The Last House on the Left» (1972), «The Hills Have Eyes» (1977) y la mítica «Nightmare on Elm Street» (1984) que dio paso a uno de los villanos más icónicos y una de las sagas más longevas dentro del cine de terror. Durante los años ’90 el género comenzó a sufrir un agotamiento proveniente de la falta de originalidad de las propuestas, algo que especialmente se podía apreciar en el subgénero del slasher, aquel donde un asesino acechaba a grupo de personas con cuchillos y armas blancas, y las iba matando uno por uno. No obstante, ahí es donde iba a jugar un papel preponderante la película de Ghostface, un film que no solo iba a revitalizar al slasher que había visto su época dorada entre fines de los ’70 y mediados de los ’80 con un concepto bastante novedoso, sino que además iniciaría una saga y varios intentos por emular su originalidad a lo largo de la década siguiente. Kevin Williamson, guionista de la película, que originalmente se iba a llamar «Scary Movie», donde se pueden ver influencias de otros slasher como «Halloween» (1978), «When a Stranger Calls» (1979), «Friday the 13th» (1980), «Prom Night» (1980), y la propia película de Freddy del mismo Craven, vende su guion a Miramax, y el estudio convoca a Wes para dirigirla, ya que había demostrado un gran poder para combinar el terror y la comedia en sus trabajos previos. El resto es historia conocida y «Scream» fue un rotundo éxito que consiguió tres secuelas e incluso una serie de televisión que contó con dos temporadas. Si bien «Scream» parece tomar algunos conceptos vistos en «New Nightmare» (1994), donde el director ya había coqueteado con altas dosis de autoconsciencia, autorreferencialidad y metadiscurso, en «Scream» las cosas fueron llevadas a un nivel superior subvirtiendo los clichés del género, y las aparentes «reglas» tácitas que son planteadas por los realizadores. Esto le da un plus y una vuelta de tuerca atractiva al film que pegó bastante fuerte en aquel entonces. Craven fue encontrando (con menor y mayor éxito) algunas cuestiones para ir subiendo la puesta en las secuelas, incluso con los cambios en las tendencias del género conforme al paso de los años. Es por ello, que esta especie de reboot o secuela (o «legacy sequel» como le llaman a los relatos que buscan relanzar las franquicias, trayendo a los personajes clásicos pero introduciendo una serie de nuevos protagonistas), ya sin la presencia de Wes Craven que falleció en 2015, planteaba una especie de reparo frente a lo que nos podíamos llegar a encontrar con este capítulo en la saga. Sin embargo, la dupla Matt Bettinelli-Olpin/Tyler Gillett responsable de la interesante «Ready or Not» (2019) parecía ser una opción atractiva ya que también habían demostrado poder combinar el terror y la comedia con resultados interesantes. Esta quinta parte dentro de la saga que parece querer seguir los pasos de «Halloween» (2018), en cuanto a relanzamiento se ubica 25 años después de la serie de brutales asesinatos en el pueblo de Woodsboro, donde un nuevo Ghostface parece volver a acechar a un grupo de adolescentes para revelar una serie de secretos que pasado del pequeño poblado. Es así donde una nueva generación Jack Quaid, Jenna Ortega, Melissa Barrera, Marley Shelton, Kyle Gallner, Dylan Minnette, precisarán de la ayuda de los veteranos Courteney Cox, Neve Campbell y David Arquette, para resolver este whodunnit antes de que sea demasiado tarde. Se nota que la dupla directora presenta un profundo respeto tanto por la saga como por sus personajes icónicos, desenvolviéndose por un terreno seguro (y hasta conocido podríamos decir, aunque bueno ya con cinco películas resulta difícil mostrar algo nuevo) pero también dando lugar a un par de sorpresas y giros inesperados que harán que este reboot valga la pena por sí solo. Si bien en forma parece bastante similar a «Scream 4» y en estructura bastante parecida a la original, las propias reglas con las que juega la saga le dan una aproximación atractiva y (cuando no) autoconsciente que la ponen en valor. Incluso resulta hilarante y reflexiva la discusión que se genera entre los habituales cinéfilos que aparecen en los films de «Scream» a explicar las reglas del relato sobre esta nueva concepción de «terror elevado» que tanto gusta a los detractores del terror para ponerle un título nuevo a algo que les gustó dentro del mismo género; y es en esos precisos instantes de ingenio donde el largometraje funciona y se desenvuelve con soltura. «Scream» (2022) no revitalizará el género como la película original, e incluso puede que incurra en algunos desgastes (como la del doble asesino que ya se exploró demasiadas veces) propios de la saga, pero sí funciona como un gran homenaje tanto a Craven como a la saga en sí. Ahora sí deberán buscar un acercamiento más innovador en su secuela (la cual fue confirmada a la brevedad tras el éxito de esta entrega), pero aun con sus falencias esta vuelta de Ghostface resulta entretenida y agradable.
Camille Griffin presenta su ópera prima en la que retrata las relaciones familiares, las miserias que surgen en dicho marco durante el periodo de Navidad y algunas cuestiones ocultas que se entretejen por detrás que arrancan con cierto atractivo, pero rápidamente se diluyen en una obra que carece de inspiración y sagacidad. Hemos visto infinidad de relatos donde se dan encuentros familiares, fiestas y demás reuniones que comienzan de forma amena y terminan desbarrancando debido a diversas revelaciones y tensiones que surgen entre las interacciones de los invitados. Si bien la mayoría se encuentran en clave de comedia negra por ejemplo en relatos como «Festen» (1998) de Thomas Vinterberg (conocida en nuestro país como «La Celebración»), «The Party» (2017) y «Happy New Year, Colin Burstead» (2018) de Ben Wheatley, también hay ejemplos en otros géneros como puede ser en terror con la atrapante «The Invitation» (2015) de Karyn Kusama. En esta oportunidad, Camille Griffin nos presenta un relato que arranca como una comedia negra bastante clásica con tensiones familiares algo convencionales, que incluyen algunas relaciones extramaritales o declaraciones impensadas, pero también coquetea con el cine de «ciencia ficción» con ciertos elementos que rodean al contexto en el que habitan estos personajes. Tres familias de amigos se juntan a celebrar navidad en una casa de fin de semana alejada de la gran ciudad. Pero, al parecer, están al borde del apocalipsis y esta podría ser su última noche. Si bien algunos individuos presentan ciertos reparos ante la situación, la mayoría de los asistentes parecen haber tomado una decisión y proceden a fingir que todo marcha bien, celebrando como si nada estuviera sucediendo. Tarde o temprano las tensiones crecen y las emociones se exteriorizan dando lugar a un futuro bastante oscuro. Si bien es mejor no revelar demasiados detalles de la trama, sí podemos decir que el relato parece desarrollarse desde las clásicas convenciones del género con personajes que no están demasiado delineados y desarrollados, a excepción del maravilloso Roman Griffin Davis (el nene que protagonizó «Jojo Rabbit») que es el único que se luce en el largometraje. El espectador no sentirá ningún tipo de empatía o interés por ninguno de ellos ya que podrían ser claramente intercambiables unos con otros por carecer de rasgos distintivos o diferenciadores. Algo totalmente inaudito teniendo a un elenco bastante prominente entre los que se encuentran además del mencionado Davis: Keira Knightley, Matthew Goode, Annabelle Wallis, Lily-Rose Depp, entre otros. Por otro lado, además de que el guion presenta varios lugares comunes, también peca de no tener momentos de comedia o ingenio en los instantes en los que apela a la comedia negra, volcándose hacia un terreno más dramático y serio que le juega muy en contra a la hora de querer atraer al público. Asimismo, el contexto de ciencia ficción si bien tiene ciertos elementos atractivos y seductores, cae en un área bastante gris en la que parece estar dando un mensaje bastante confuso e incluso anti-vacunas teniendo en cuenta el contexto pandémico actual (algo que la directora tuvo que salir a desmentir y aclarar cuando le preguntaron al respecto, diciendo que la idea fue desarrollada en la prepandemia). «Silent Night» se siente trillada y como una oportunidad desperdiciada teniendo en cuenta el gran elenco con el que contaba y ciertos rasgos de la historia que se sienten interesantes pero que se desarrollan de forma poco sorprendente dando lugar a giros anticipables. Un film fallido por donde se lo mire.
El realizador rumano Radu Jude nos trae una sátira sobre la sociedad rumana moderna, los prejuicios, el consumo vs el comunismo, el antisemitismo y varias cuestiones más. Todo gira en torno a lo que sucede cuando el esposo de una profesora de secundaria (interpretada por Katia Pascariu), publica un video pornográfico en internet haciendo que toda la escuela y la comunidad educativa se entere y generando consecuencias tanto en lo profesional como en lo personal. El largometraje de Jude se divide en tres partes. La primera nos muestra el video porno en cuestión sumado a los sentimientos de vergüenza y ansiedad por los que pasa esta profesora al enterarse de la filtración y la posterior búsqueda de su pareja por intentar bajar el video de internet, pero extendiéndose de forma viral a lo largo y ancho de sus amistades, conocidos, etc. En esa primera parte, veremos al personaje de Emi deambulando por Bucarest (una Bucarest actual y pandémica), que prácticamente adquiere el status de un personaje más mostrando la transformación de la urbe en una Bucarest con varios signos capitalistas. En segundo lugar, en quizás la parte que más modifica y condiciona al film, tendremos un recorrido por la historia de Rumania a través de material de archivo, pasando por momentos clave donde podemos ver a la figura del dictador Nicolae Ceaușescu, desfiles militares, escenas de violencia, actos de reivindicación a los nazis y demás cuestiones que contrastan con la primera parte y la culminación del film donde se pondrá sobre la mesa el tono irónico y la acidez a la que apunta el director con este relato. Todas estas cuestiones adquieren relevancia yuxtaponiéndose con la tercera parte donde tiene lugar una especie de juicio de la comunidad educativa a la docente por la filtración del video. En aquel juicio, los padres y madres del alumnado junto a las autoridades de la escuela y la defensa de la propia enjuiciada debatirán sobre la vida privada, la moral y la educación. Como es sabido, dicha discusión escala exponencialmente hasta convertirse en un sinsentido donde se incluyen posturas políticas antagónicas, sexismo, homofobia, antisemitismo y un montón de cosas más que van demostrando la violencia y el maltrato que se van apoderando de la masa enardecida ante la maltratada profesora que intenta explicar el error y el malentendido en el que se vio involucrada. El film sirve como testigo de ciertas cuestiones latentes e imperantes aún en la sociedad rumana actual y en la exploración de la relación entre el individuo y la sociedad, en como funciona como masa. El problema de «Sexo desafortunado o porno loco» es que a pesar de tener buenas intenciones de parte de Radu Jude, queriendo exponer una problemática en la sociedad rumana contemporánea, la estructura del film y especialmente ese extenso segundo acto no termina de mezclarse del todo con la otra parte del relato, dándole una especie de independencia del resto de la película, haciendo que se vea como algo discontinuo y un poco colgado respecto a la historia de la profesora. A su vez el mensaje queda demasiado subrayado y termina de redondear algo que pretende ser cómico, pero no lo logra del todo.
«Cine sobre cine» tanto en ficción como en documental es algo que es bastante común en otras latitudes y cinematografías. Documentales sobre el proceso de construcción cinematográfica en alguno de todos sus aspectos es algo bastante inusual en el cine argentino, y no llama la atención en un país donde la creación de una cinemateca parece ser algo utópico. Es por ello, que cualquier tipo de ejercicio o intento por preservar o incluso contribuir a la fundación de un tipo de historia del cine argentino significa un acto de rebeldía digno de ser celebrado. Las directoras de este film (y también directoras de fotografía) Alejandra Martín y Paola Rizzi deciden hacer esta especie de homenaje a uno de los protagonistas más importantes del cine argentino en lo que respecta a la dirección de fotografía: Félix Monti. El «chango», conocido así por sus colegas y allegados, ha trabajado con reconocidos artistas del país y también a nivel internacional a lo largo de varias décadas de trabajo duro. Desde sus primeros pasos en los reconocidos estudios de San Miguel hasta sus recientes participaciones en grandes producciones del cine nacional como «El Robo del Siglo» (2020), «Mamá se fue de Viaje» (2017) y «El Secreto de sus Ojos» (2009), entre varias otras. Monti es incansable, a pesar de tener más de 80 años, el artista explica que necesita seguir en movimiento porque a su edad, el quedarse quieto te deja afuera de todo. El documental reúne testimonios de colegas que fueron sus discípulos y también de grandes directores que fueron creciendo artísticamente junto a él como pueden ser Luis Puenzo, Pino Solanas, Juan José Campanella y más recientemente Ariel Winograd. La dupla directora también decidió incluir algunos pasajes de ciertos rodajes donde se lo puede ver al DF en acción y mostrando tanto su tremenda experiencia como fotógrafo, como también su humildad y sencillez como persona. Su trabajo no solo se limita al cine, sino que también se extiende al teatro, a la televisión y a la publicidad. «Chango la luz descubre» representa un documental interesante para aquellos cinéfilos que quieran descubrir un poco sobre la vida y obra de Félix Monti, pero también para quienes busquen conocer el detrás de escena de varios rodajes importantes de los últimos años. Un viaje conmovedor, realizado con el respeto y admiración que una figura como Monti se merece.
La directora de «Tomboy» (2011) y la maravillosa «Retrato de una mujer en llamas» (2019), nos presenta su más reciente trabajo, el cual viene logrando una buena recepción en varios festivales, entre los que se destaca la obtención del Premio del Público en el prestigioso Festival de Berlín. «Petite Maman» es un plato cinematográfico fuerte. Un film que con una mirada nostálgica pero sincera y conmovedora nos habla sobre la vida, la mirada infantil respecto a la muerte y su manera de lidiar con ella, así como también el proceso de crecer y mirar adelante. El largometraje se centra en Nelly (Joséphine Sanz), una niña de 8 años que acaba de perder a su abuela, en lo que probablemente sea su primera experiencia cercana con la muerte de un ser querido. La pequeña parece afligida, pero a su vez guarda un grato recuerdo de su abuela. Un fin de semana acompaña a sus padres a vaciar la casa en la que su madre creció. Un día, atravesada por la tristeza, la madre se va y el padre de Nelly no tiene muchas respuestas para darle a la pequeña niña. La nena encontrará una peculiar amiga, muy parecida a ella y que se llama Marion, tal como su madre. Ambas explorarán el bosque que rodea al vecindario, donde su madre solía jugar de pequeña, y juntas se embarcarán en una hermosa y floreciente amistad, generando una conexión «mágica». «Petite Maman» fue filmada durante la pandemia y representa un más que logrado y emotivo drama con toques de cine fantástico, el cual busca reflejar de manera realista el punto de vista infantil sobre situaciones adversas. Todo esto haciéndolo más «realista» a través de los elementos fantásticos (a pesar de que suene contradictorio y a modo de emular el realismo mágico literario) que son normalizados por las niñas del relato. Una especie de coming of age temprano donde la protagonista comienza a comprender a su madre y su comportamiento a través de lo lúdico y la exploración tanto literal (la casa de la infancia) como de lo abstracto (los motivos de su conducta). Esta pequeña pero inspirada fábula sobre la infancia, el duelo y los lazos afectivos sorprende por su sinceridad y solvencia tanto técnica como narrativa y conmueve por el compromiso interpretativo de las jóvenes Joséphine Sanz y Gabrielle Sanz en esta dupla que protagoniza el relato. Céline Sciamma vuelve a sorprender con su sensibilidad para explorar la infancia, y también su pericia como directora donde esta vez logra seducir y emocionar al espectador velozmente en este relato de 72 minutos de duración. «Petit Maman» es un film «pequeño» si lo comparamos con «Retrato de una mujer en llamas» pero no por eso menos interesante. Una película sencilla pero cautivante.
Adam McKay (The Big Short, Vice) pretende realizar una sátira sobre la sociedad moderna, la crisis climática y la estupidez humana en su máxima expresión. Un relato que trajo una nueva grieta cinematográfica y que acá te contamos que nos pareció.
Apenas han pasado 5 años y monedas del final de la saga cinematográfica de «Resident Evil» pergeñada por Paul W.S. Anderson y protagonizada por Milla Jovovich, la cual inició en 2002 y finalizó en 2016 con «Resident Evil: The Final Chapter». Como era de esperar y ante la falta de ideas originales en Hollywood no tardó en anunciarse un reboot en formato largometraje, que es la que aquí se nos presenta de la mano de Sony Pictures Entertainment, y en un futuro cercano una serie de televisión de la mano de Netflix que no guarda ningún tipo de relación con el film. Probablemente esto tenga que ver con la popularidad de los videojuegos de Capcom y la poca efectividad que se tuvo a nivel narrativo con su adaptación, y decimos narrativamente, ya que en la taquilla a la saga de Anderson le fue bastante bien. Por otro lado, siempre se le atribuyó a dicha saga la falencia de haberse alejado significativamente de la historia de los videojuegos tanto en lo que respecta a personajes como al tono más de aventuras y menos de horror que se les imprimió a las películas. «Resident Evil: Welcome to Raccoon City» busca justamente revertir esta cuestión para construir una especie de reboot donde se explique el origen de la saga, mediante el uso de su conocida galería de personajes y haciendo hincapié en la famosa Umbrella Corporation, una gigantesca corporación farmacéutica la cual es la responsable de que Racoon City sea un poblado agonizante que en algún momento se caracterizó por ser una ciudad próspera y floreciente. El éxodo de la compañía de la ciudad hizo que varios de sus habitantes perdieran sus trabajos, fomentando la migración de muchos de ellos a otros lugares. No conforme con eso, Umbrella siguió operativa de alguna manera, con experimentos peligrosos, gestándose debajo de la superficie. Cuando ese mal logra desatarse, un grupo de sobrevivientes deberá unirse para salvar a los que queden en pie y al mismo tiempo descubrir la verdad tras Umbrella. El director Johannes Roberts, responsable de «47 Meters Down» (2017) y su secuela de 2019, se pone tras las cámaras para dirigir este relato que logra ser de cierta forma bastante superior a las seis entregas previas de Anderson. Igualmente, siendo realistas, eso no es decir demasiado, ya que las películas protagonizadas por Jovovich resultan ser flojísimas en todos sus aspectos, y si bien esta relectura logra generar cierto interés, también termina siendo algo fallida. El hecho de querer ser más fiel al juego desemboca en una espada de doble filo que le juega tanto a favor como en contra. Si bien le sentó bien dirigirse más hacia el terreno del terror, y su sólido diseño de producción en conjunción con una correcta dirección de fotografía logran generar una atmósfera envolvente y siniestra para contextualizar el film, quizás el hecho de querer meter a la mayor cantidad de personajes icónicos de la saga en esta entrega hizo que el film pase a ser como una especie de relato coral donde no termina de profundizarse en todos los personajes y muchos de ellos carecen de dimensión. Probablemente la Claire Redfield, interpretada por Kaya Scodelario, resulte ser el único personaje atractivo de la historia, y los demás queden relegados a un segundo plano donde no nos interesa demasiado lo que pasa con ellos. El comienzo del largometraje, la presentación de personajes y el momento previo al que se desata la hecatombe se presenta como la parte más delinea y calculada del film, y con el correr de los minutos todo esto se diluye un poco para volverse más desprolija y apresurada. Es como si este relato buscase resolver o enmendar los errores de los films previos en sus 107 minutos de duración y quizás, cae justamente por su ambición. Por otro lado, el CGI de las criaturas y de varias de las secuencias más grandes de la película resultan algo anticuados y grotescos, viéndose por momentos bastante ridículos. «Resident Evil: Bienvenidos a Raccoon City» es una película regular que, a pesar de ser superior a las cintas de la saga anterior, tampoco logra llevar a buen puerto esta nueva propuesta. Seguramente los fans se deleiten con varios easter eggs y guiños para los que pudieron jugar a las diferentes entregas del videojuego, pero los que vayan con ganas de ver una sólida película de zombies quedarán defraudados. Probablemente, al igual que lo que vemos en la segunda mitad del film y lo que se puede anticipar con el corto periodo de tiempo entre la culminación de Anderson y este reboot, la vuelta a Racoon City terminó siendo algo apresurada.
Matías Piñeiro nos presenta la quinta entrega de una serie de películas que exploran los roles femeninos en las comedias de Shakespeare. Estos relatos no son adaptaciones per se, sino reinterpretaciones, variaciones, subversiones de aquellas míticas obras. «Isabella» explora una obra no tan conocida de Shakespeare, titulada «Medida por medida». El largometraje sigue a Mariel (María Villar), una actriz de Buenos Aires que intenta obtener a lo largo de dos años de audiciones el papel de Isabella, la heroína de la comedia «Medida por medida». En el camino, tendrá que afrontar una crisis personal tanto vocacional como afectiva y emocional, donde jugarán un papel preponderante las ideas/conceptos de frustración y éxito. Esto lo veremos tanto en sus cruces esporádicos y fortuitos con Luciana (Agustina Muñoz), una antigua compañera de teatro, que parece estar siempre un paso por delante de ella pero que también enfrenta sus propios miedos y dudas. Por otro lado, también se explora la relación de Mariel con su hermano y ciertos conflictos que la van alejando de su juventud para adentrarla cada vez más en la etapa adulta, con cuestiones tales como problemas económicos, la maternidad, el éxito y el fracaso y las desilusiones que puede traer aparejada la profesión elegida. Probablemente «Isabella» sea la película más desafiante y experimental de esta serie de Shakespeare planteada por Piñeiro y es que el largometraje se presenta con una estructura anárquica y desordenada donde vamos yendo y viniendo en varias líneas temporales para meternos de lleno en los problemas que atraviesa la atribulada actriz. Esto hace que la película traiga consigo un grado de interés bastante atractivo ya que el espectador va uniendo poco a poco las piezas del rompecabezas y transitando por los distintos estados de ánimo de la protagonista. Es curioso que si bien es la más «experimental» en sus formas también es la que más cuida los conflictos de sus personajes y el drama en general (algo que por ahí no pasaba tanto en «Hermia & Helena»). Piñeiro logra captar la atención del espectador en su relato más desafiante pero justamente haciendo que cada uno pueda reconstruir su propia versión de lo que sucedió. Todo eso mezclado con la abstracción ocasionada por los momentos en que la protagonista está dejando atrás el pasado para abrirle paso al futuro por medio de su propia obra. Ahí entran en juego los colores (especialmente las tonalidades de violeta) para reflexionar sobre las dudas, los miedos y aquellas cuestiones que nos paralizan y no nos dejan avanzar. «Isabella» representa todas esas cosas y muchas más, comprendiendo un viaje sensorial y emotivo distinto para cada persona. Un trabajo bastante elocuente sobre la obra de su director, pero también saliendo un poco de su zona de confort para brindar una experiencia desafiante y distinta. Una grata sorpresa de Piñeiro.