El largometraje dirigido por Reinaldo Marcus Green («Monsters and Men», «Good Joe Bell») resulta ser uno de esos dramas deportivos/biopic extraños en su concepción, pero muy digno en sus papeles. Uno pensaría que siendo que las verdaderas estrellas son Venus y Serena Williams, dos de las tenistas más grandes de la historia del deporte, ellas serían las principales candidatas a protagonizar un film, pero en este caso el protagonismo recae sobre la figura del padre de las hermanas, Richard Williams (interpretado por un sorprendente Will Smith), que sin haber sido jugador de tenis ni mucho menos delinea un plan para llevar a sus hijas a lo más alto del deporte competitivo. Will Smith hace un gran trabajo interpretando a este carismático y controversial buscavidas (probablemente obtenga algunos reconocimientos en la próxima temporada de premios), que con métodos poco ortodoxos y cuestionables sometió a sus hijas a una infancia bastante competitiva y ajetreada en busca de enfrentar y redimir sus propias frustraciones. Pero «King Richard» termina siendo un film bastante inspirado que, a través de un sólido trabajo de guion, actuaciones a la altura y una historia de superación que desafía el racismo y la lucha de clases sociales, redondean un relato que resulta a la vez entretenido y conmovedor. Una de esas feel good movies con sustancia que no solo muestra lo bellamente cinematográfico sino también lo oscuro de la historia. Además de Smith, se lucen Aunjanue Ellis como Oracene, la madre de las campeonas y Saniyya Sidney como Venus.
La directora de «Sueño Florianópolis» y «Una Novia Errante» nos trae su más reciente trabajo, el cual se distancia un poco de su obra previa, pero en el cual podemos ver algunas dosis de su ingenio característico. La actriz y directora Ana Katz decidió, con su presente película, salir de la zona de confort con un drama que aglutina elementos de ciencia ficción y algunas cuestiones del absurdo para hacer su propia crítica a la sociedad moderna, y al mismo tiempo otorgar una profunda mirada existencialista sobre el ser humano y su continua capacidad de adaptación a distintos escenarios, así como también a la imprevisibilidad de la vida. El largometraje inicia con Sebastián (Daniel Katz), un treintañero que es abordado por sus vecinos, los cuales lo presionan para que haga algo con su perro, el cual no para de llorar cuando se va a trabajar. El joven decide llevarse su mascota al trabajo, pero es despedido prontamente. Ahí es cuando inicia un camino sinuoso que estará atravesado por varios trabajos temporales disímiles que sacan a Sebastián de su estado de comodidad para arrancar una vida nueva. Una vida que lo llevará a nuevos caminos vinculados con el amor, pero también a transformaciones más drásticas como por ejemplo una pandemia global producto del impacto de un meteorito. En tan solo 73 minutos, Ana Katz nos hace atravesar un montón de estadios y emociones, análogas a lo que atraviesa el protagonista, arrancando varias películas dentro de la misma. Esto a veces puede jugar un poco en contra, haciendo que el tono del film no sea del todo armónico por momentos. No obstante, a la directora se la nota más cómoda cuando el relato entra en contacto con el humor y el absurdo, más que con el drama, gracias al compromiso de Daniel Katz, y las pequeñas pero inspiradas participaciones de Valeria Lois, Carlos Portaluppi y Julieta Zylberberg. Es ahí también cuando el film comienza a cobrar vuelo. El relato fue filmado durante un período de casi tres años, y no se siente arbitraria la decisión de mezclar géneros e incluso dar giros drásticos en el camino del protagonista, así como tampoco resulta caprichosa la elección del blanco y negro (el cual se nota muy cuidado incluso cuando participaron cinco directores de fotografía durante la realización del largometraje) sino más bien como una oportunidad para experimentar y arriesgarse, mezclando diversas narrativas e ideas que inviten a reflexionar al espectador. «El Perro que no Calla» es una película interesante e hipnótica de la realizadora de «Mi Amiga del Parque». Un film que pese algunos desajustes narrativos logra sobreponerse por su protagonista, la habilidad de comedia que rodea ciertos pasajes del relato en los que el film deja de lado esa solemnidad reflexiva y existencialista y saca a relucir el costado de Katz donde más puede brillar y demostrar su pericia como narradora. Por otro lado, su lado más absurdo logra resonar debido a su parecido con la realidad actual en ciertos aspectos y eso también le juega a favor. Una experiencia extraña y seductora a la vez.
Este interesante experimento o ensayo cinematográfico representa la relación de un hijo con su padre a través de la película que arma este último, utilizando las películas caseras que filmaba su progenitor durante sus años de juventud. El padre ha perdido la memoria debido al Alzheimer y su hijo intenta reconstruir el recuerdo imposible de su madre desaparecida durante la ultima dictadura militar, al mismo tiempo en que busca de alguna forma acercarse a la figura paterna con la cual siempre tuvo diferencias. «Adiós a la Memoria» es un film inusual, atrapante debido a ese contraste entre la vida familiar y la historia de argentina a través de los años y en cómo una es condicionada por la otra. A su vez se plantea la idea del cine o la representación audiovisual como una herramienta para combatir el olvido, y se pone en el tapete como a veces las imágenes no representan fehacientemente el detrás de escena de una familia (ni mucho menos de un país cuando por ejemplo se llega a la conclusión de que no quedan imágenes representativas de la dictadura). El documental de 90 minutos de duración pasa por un montón de estadíos y planteos bastante atractivos como desafiantes para un espectador que sirven para poner en tela de juicio bastantes cuestiones. Por un lado, se establece esa sensación cíclica del padre registrando la vida de su hijo para que este último, más adelante, vuelva a reciclar esas imágenes para armar una película que dé cuenta de la conflictiva relación entre ellos. Asimismo, esto contrasta con una misma sensación de repetición o ciclo en el marco sociopolítico de la Argentina donde parece que se vuelven a cometer ciertos errores o desatinos. Todo esto llevado a través de la mirada de Prividera que de alguna forma investiga o intenta teorizar sobre la realidad del país y su vida personal. Es probable que el Alzheimer de su padre sea presentado como una excusa sobre la cual se erige el film, pero no se puede negar la inteligencia con la que es construida la película y la emoción con la que carga la misma. Quizás, algunos puedan no comulgar con ciertas opiniones políticas o con ciertas ideologías, pero el director se las ingenia para presentar un relato coherente, por momentos sensible y muy elocuente sobre uno de los grandes dilemas del documental en sí, lo que se cuenta y lo que se elige omitir, aquello que la cámara decide mostrar y lo que queda afuera haciendo que sea difícil ocultar la intención, el punto de vista y el comentario de sus artistas. «Adiós a la Memoria» es un relato que pone el foco sobre la frágil mente humana y cómo el cine y/o las imágenes sirven para prolongar el proceso de recordar. Todo eso mientras se pasa de lo particular o lo global. Un ensayo bastante elocuente.
Ruthy Pribar inicia su camino en el terreno cinematográfico con «Asia», una película dura, sentida y realista sobre una madre soltera que debe afrontar la enfermedad degenerativa de su hija adolescente con la que lleva una relación conflictiva. Un drama familiar emotivo que logra una madurez y una agudeza en su intensidad que llama la atención en una ópera prima. El largometraje se centra en Asia (Alena Yiv), una madre soltera que tuvo a su hija durante la adolescencia. Hoy en día ella tiene 35 años y parece vivir en una especie de letargo entre su compleja y atareada jornada laboral como enfermera y su vida emocional que se divide en entre su compleja relación con Vika (Shira Haas, la actriz revelación de «Poco ortodoxa», la miniserie de Netflix), su hija que se pasa el día con sus amigos skaters; y una relación sexoafectiva informal que guarda con un colega del hospital. No obstante, la vida de Asia dará un giro de 180 grados cuando la salud de Vika empieza a deteriorarse. En ese momento, ambas buscarán acercarse la una a la otra para tratar de afrontar ese momento de desesperación. Esta enfermedad se terminará convirtiendo en una oportunidad para que aflore el amor de madre-hija y que se dejen de lado las diferencias que las separaban para juntarlas antes de que sea demasiado tarde. Pribar demuestra un tremendo trabajo en la dirección y un pulso inspirado para llevar adelante un drama que en manos equivocadas puede llegar a incurrir en los habituales golpes bajos o en falta de empatía y sutilidad. Si bien hay momentos fuertes y movilizantes, el relato logra sostenerse gracias a esa sensación de realidad que se imprime en el mismo y la estupenda química entre Yiv y Haas. Esta última hace un trabajo superlativo en la composición de Vika que se la nota entre enojada y confundida, emociones habitualmente transitadas durante la adolescencia, pero exacerbadas por su deteriorada salud que le impiden continuar con los tradicionales ritos de la juventud, como salir con amigos, el despertar sexual y la experimentación, así como también la audacia o esa sensación de invencibilidad que lo llevan a uno a hacer cosas arriesgadas que en esta ocasión parecen ser interrumpidas en la vida de la joven israelí. Es en estos aspectos que el film parece abrazar el costado del estilo coming of age, pero más que nada para contrastarlo con el otro punto de vista de su madre. Constantemente ambos mundos son visitados para ver cómo impacta uno en el otro, y es en estos puntos donde el relato cobra fuerza, viendo como tanto la hija como la madre cometen errores por la inexperiencia y también por la falta de comunicación entre ambas. «Asia» explora y reflexiona sobre la maternidad, así como también con la lucha frente a la adversidad. Una película potente que pese a navegar por terrenos conocidos, da su propia perspectiva sobre el asunto, evitando caer en moralinas o golpes bajos para dar un sentido y emotivo acercamiento a la desgarradora vida de estos personajes.
«Retrato de una Mujer en Llamas» es un drama romántico que no solo representa un salto de calidad enorme en la filmografía de su directora, Céline Sciamma («Tomboy»), sino que además nos otorga una bocanada de aire fresco en este género tan vapuleado con productos vacuos y sensibleros. No por nada, la cinta tuvo un tremendo acogimiento por parte de la crítica en el circuito festivalero, alzándose con varios galardones como Mejor Guion en el Festival de Cannes y otras tantas nominaciones entre las cuales figura la nominación a Mejor Película Extranjera en los Golden Globes. El largometraje nos sitúa a finales del siglo XVIII en Francia, donde Marianne (Noémie Merlant), una pintora, recibe un encargo que consiste en realizar el retrato de bodas de Héloïse (Adèle Haenel), una joven que acaba de dejar el convento y que no está muy convencida de aceptar el matrimonio que arregló su madre. Marianne tiene que retratarla sin su conocimiento, ya que la última vez destruyó la pintura realizada por otro artista plástico. La madre la invita a pasar tiempo con su hija y realizar el retrato en secreto, por lo que Marianne se dedica a investigarla a diario. Así es como ambas jóvenes iniciarán un camino de autodescubrimiento y afecto, en este sentido film que no tiene pelos en la lengua a la hora de retratar algunas cuestiones que por entonces eran comunes y otras que, más allá de cierta evolución a nivel social, siguen vigentes. La película va construyéndose muy lentamente en base a varias intrigas iniciales (un suicidio de un familiar, un retrato vandalizado, etc.) que con el correr del metraje se irán disipando. Ese balance entre el romanticismo y el misterio hacen que el relato sea sumamente atrapante. El guion está elaborado mediante varias sutilezas sobre las que se erige este drama romántico de época que trata temas como el aborto, la homosexualidad y la represión producto de un entorno hostil que limita a las personas a revelarse tal cual son. Es ahí donde hace hincapié el relato mediante las maravillosas interpretaciones de este dúo actoral compuesto por Merlant y Haenel. La obra fue escrita por la misma directora (la cual también es ex pareja de Adele Haenel), y se nota el cuidado y la sensibilidad con la que trata los diversos temas que presenta el film. Está muy bien representado el uso metafórico del fuego y el mar que se dividen básicamente toda la película entre interiores y exteriores (incluso cuando no se ven, mediante el sonido o algún tipo de recurso visual se hacen presentes en las distintas escenas). Otro aspecto destacable de la película lo compone la lograda fotografía de Claire Mathon («Atlantics») que embellece por medio de su estética, una historia ya de por sí poderosa. El trabajo compositivo de la obra es maravilloso y en ciertos momentos hasta recuerda al de «Persona» de Ingmar Bergman por su sentido y exquisito simbolismo visual. Demás está hablar del vestuario y el arte de época que es perfecto y medido, sin caer en la fastuosidad hollywoodense para centrarse más en sus personajes. «Retrato de una Mujer en Llamas» es un relato potente que nos trae una mirada feminista sobre algunos tópicos aun vigentes y tratados en la actualidad. Una historia de amor sincera y realista que es tan tierna como devastadora y que se nutre de su poderío visual que nos brinda prácticamente una pintura en cada uno de sus fotogramas. Un film que vale la pena descubrir y debatir tras su visionado.
Tras reiteradas postergaciones debido al contexto pandémico, finalmente se estrena «Dune», la nueva adaptación de la novela homónima de Frank Herbert, dirigida por el director canadiense Denis Villeneuve («Arrival», «Prisoners», «Sicario»). Villeneuve parece ser bastante intrépido a la hora de elegir sus proyectos cinematográficos, o al menos es lo que viene demostrando con sus últimos trabajos. Convengamos que fue una decisión osada la de llevar adelante «Blade Runner 2049» (2017), secuela de la mítica película de ciencia ficción de 1982 dirigida por Ridley Scott, basada en una novela de Philip K. Dick. Dicha secuela consiguió honrar tanto al primer film como al material original siendo aclamada por la crítica, pero obteniendo un tibio desempeño en la taquilla. Decimos que a Denis no le tiembla el pulso, ya que al poco tiempo de haber concluido con su visión del mundo de Deckard y los replicantes se confirmó que su próximo trabajo sería una nueva película de «Dune», otro clásico de la literatura y la ciencia ficción cuyos antecedentes en la pantalla grande no habían sido, por ponerlo de forma bondadosa, del todo «felices». En 1975, Alejandro Jodorowsky comenzó a trabajar en una adaptación de la novela que no llegó a pasar de la preproducción (hay un documental de 2013, titulado «Jodorowsky’s Dune», que explica en detalle los pormenores de este proyecto trunco). Años más tarde, en 1984, la novela de Frank Herbert llegaría a la pantalla grande de la mano de David Lynch («Twin Peaks», «Blue Velvet»), con una versión algo separada de la novela que terminó siendo un fracaso de taquilla y de recepción por parte del público y la crítica especializada. Con los años, dicho film adoptó un status de culto con opiniones diversas sobre su «calidad». Entonces quedó por un lado una versión que nunca verá la luz que fue romantizada por demás y una que a pesar de ser fallida terminó brindando algunas cuestiones interesantes. Cabe destacar que «Dune» ha ejercido una enorme influencia en el marco de la ciencia ficción, sirviendo de inspiración para una enorme cantidad de obras literarias, películas, series y producciones de renombre que puedan ser encasilladas dentro del género y que probablemente hayan conseguido hasta mayor reconocimiento que ella. Es quizás por eso que se sigue insistiendo con las adaptaciones. La vinculación de Villeneuve a una nueva producción de «Dune», 37 años después del film de Lynch, generó una cálida sensación teniendo como antecedente la digna secuela de Blade Runner. Como es sabido, la novela podría ser catalogada como aquellas que pertenecen a la «ciencia ficción dura», la cual aborda una historia compleja y rica en detalles con un desarrollo de una mitología amplia y avanzada. La misma se sitúa en un universo donde reina un emperador, el cual se encarga de mantener el status quo entre los planetas que pertenecen a su imperio. El eje central de dicho reinado parece ser el planeta desértico conocido como Arrakis, que comprende un feudo bastante codiciado por todos, ya que en dicho inhóspito lugar abunda una especie cuya riqueza pasa por ser la materia prima más valiosa de la galaxia. Con ella se pueden realizar viajes interplanetarios, pero al mismo tiempo puede ser utilizada como droga capaz de amplificar la conciencia y extender la vida. Hace años que el feudo es administrado por los temibles Harkonnen, pero el emperador decide ceder el control de Arrakis a la Casa de los Atreides. Es así como El duque Leto (Oscar Isaac), la dama Jessica (Rebecca Ferguson) y el hijo de ambos, Paul Atreides (Timothée Chalamet), viajan a dicho feudo para tomar la administración y hacer que el nombre de su casa vuelva a recuperar la gloria. No obstante, ellos mismos saben que deben preparase ante una posible traición o represalia de los Harkonnen. Para ello, el duque investiga realizar una alianza con los lugareños, los Fremen, unos habitantes del desierto que conocen los secretos de la especie. Al parecer Villeneuve tuvo cierta libertad para desarrollar su visión, comenzando por la decisión de cortar el primer libro de la saga en dos partes, algo que hizo ruido cuando se anunció pero que en retrospectiva resulta acertado ya que le permite desarrollar de mejor manera la enorme cantidad de personajes, la complejidad de los vínculos entre los clanes, los planetas y sus relaciones, así como también desplegar la enorme mitología que rodea a la novela. Esto hace que, si bien por momentos se esboce cierta sobre exposición necesaria para explicar los conceptos complejos alrededor del mundo de «Dune», esta no resulte tan pesada o forzada como suele pasar en este tipo de relatos. Por otro lado, el guion que escribió el propio director junto a Jon Spaihts («Prometheus», «Doctor Strange») y Eric Roth («Forrest Gump», «Munich»), encuentra una perfecta forma de estructurar esta primera mitad con un extenso pero inevitable primer acto que explique las intricadas cuestiones políticas que rodean a la galaxia para desembocar en un maravilloso segundo acto donde los personajes principales comienzan a cumplir sus roles en esta especie de juego de ajedrez galáctico para culminar en un tercer acto algo más apresurado y desprolijo pero necesario para preparar esa segunda mitad que vendrá más adelante. Esto es complejo para analizar en solitario ya que por ejemplo el arco de evolución de Paul Atreides (un siempre cumplidor Chalamet) parece por momentos no ser del todo armonioso, probablemente debido a que la historia no llega a culminar y mostrar ese camino del héroe completo sino solamente una parte. La puesta en escena que logra Villeneuve es realmente impresionante, y no solo se lucen tanto el diseño de producción como la fotografía, sino que, además, se hace uso de la grandilocuencia que requiere este tipo de superproducciones, pero sin dejar de lado la funcionalidad e incluso aprovechando los espacios utilizados sin que estos luzcan como sets enormes y vacíos sino haciéndote partícipe y mostrándote detalles vitales para hacerte sentir parte del universo de Herbert. El trabajo de casting es otro de los grandes aciertos de la película, encontrando en cada intérprete a un rol perfecto para cumplir. Hablamos de Chalamet como el protagonista al que no le queda grande el personaje, pero también hay un enorme trabajo de los actores y actrices secundarios, así como también de la relación que se da entre los mismos. Rebecca Ferguson como la madre de Atreides logra una perfecta química y un buen contraste con Chalamet. Jason Momoa y Josh Brolin hacen un buen trabajo como los mentores y protectores de la Casa Atreides, e incluso los villanos interpretados por Stellan Skarsgård, Dave Bautista y David Dastmalchian, como los representantes de los Harkonnen parecen encontrar inspiración en tragedias shakesperianas sin desafinar con el tono del relato. Probablemente, falte desarrollo de los personajes de Zendaya o incluso de Javier Bardem, como los representantes de los Fremen, pero ello es porque cobrarán mayor relevancia en la parte 2. Es probable que para algunos resulte algo extensa e incluso pretenciosa, pero, particularmente no hubo mejor destino de la novela que las manos de Villeneuve. Por el lado musical, la banda sonora recayó en Hans Zimmer que también logra acompañar lo majestuoso de la obra desde un meticuloso trabajo que busca escoltar la complejidad inherente al relato. «Dune» es una película fascinante que logra capturar la magia y la complejidad de la obra original y trasladarla a la pantalla en su mejor forma hasta la fecha. Un film que se nutre de la visión de su director para conseguir tanques no solamente entretenidos sino sustanciales y repletos de resignificaciones que van en consonancia con los tiempos que corren. La película que debe ser vista en pantalla grande de forma obligatoria.
Con 84 años el director de clásicos como «Alien» (1979), «Blade Runner» (1981) y «Thelma & Louis» (1991) por solo nombrar algunos, sigue en plena vigencia. Este mismo año estrenó 2 grandes producciones tan disímiles como personales, mostrando su versatilidad como narrador y sus ganas de seguir metiéndose en historias heterogéneas que todavía tengan varias cuestiones para denunciar o decir sobre la actualidad. Si en «House of Gucci», Ridley Scott quería hacer una observación sobre el despiadado mundo de la moda, aquí vuelve al drama histórico basado en hechos reales (y en una novela escrita por Eric Jager titulada «The Last Duel: A True Story of Trial de Combat in Medieval France») situada a fines del siglo XIV en Francia, donde busca plasmar una historia épica, pero a su vez intimista, con una perspectiva feminista a tono con los tiempos que corren, que contrasta el pasado con el presente, de una manera motivada e inspirada. El largometraje se sitúa en el año 1386 y cuenta el enfrentamiento entre el caballero Jean de Carrouges (Matt Damon) y el escudero Jacques LeGris (Adam Driver). Ambos poseían una relación cordial y casi de amistad, hasta que el primero acusa al segundo de haber violado a su esposa, Marguerite de Carrouges (Jodie Comer). El Rey Carlos VI propone solucionar este conflicto mediante un duelo a muerte. El que venza representará el deseo divino y será una «clara» expresión de la veracidad de los hechos. Sin embargo, si el escudero sale victorioso, la esposa del caballero será quemada como castigo por falsas acusaciones. Ridley Scott además de mostrarse en gran forma, con su estilizada narración clásica, parece estar cerrando un ciclo que inició con su ópera prima en 1977 titulada «The Duellists» y donde también se plasmaba una disputa entre dos oficiales del ejercito de Napoleón cuyo enfrentamiento marcará sus vidas para siempre. Lo interesante del film de 2021, no solo es que ya se puede ver una mirada mucho más madura de Scott como director, sino que, además, la historia se divide en 3 partes, donde se narran los hechos desde la perspectiva de los personajes involucrados. Tendremos las miradas de los dos caballeros enfrentados y el punto de vista de Marguerite. Así es como poco a poco se irá develando qué fue lo que en realidad pasó entre estos individuos y cómo su relación se fue deteriorando a lo largo del tiempo, entre intereses materiales y la búsqueda de poder en la sociedad francesa del siglo XIV. Lo atractivo de la propuesta narrativa de Scott, es que las distintas versiones de los hechos poseen ligeros y sutiles cambios, no anulando por completo la visión anterior sino complementándola y demostrando que la propia subjetividad a veces enceguece a los involucrados. Adam Driver y Jodie Comer ofrecen dos interpretaciones sublimes, al igual que Matt Damon que además de interpretar a Corrouges participó en la coescritura del guion junto a su compañero Ben Affleck con quien ya había escrito el guion de «Good Will Hunting» (1997), obteniendo el Oscar a Mejor Guion. Completa el trío de guionistas, Nicole Holofcener («The Land of Steady Habits»). Demás esta decir que el vestuario, el diseño de producción y todo lo que respecta a la reconstrucción de época es realmente maravilloso, así como también la fotografía de Dariusz Wolski, que hace tiempo se convirtió en un habitual colaborador de Scott. «El Último Duelo» es una película atrapante, bellamente narrada y filmada que se beneficia de un trío protagónico maravilloso, de una historia atractiva y de una necesaria deconstrucción de ciertos mitos, prácticas y otras cuestiones. Un relato que sobresale por su inspirada estructura narrativa que no fue puesta arbitrariamente sino en función de lo que se cuenta, redondeando una de las producciones más destacadas de este 2021.
En 2018, David Gordon Green («Pineapple Express», «Stronger»), habría logrado contra todo pronóstico darle un poco de aire fresco a la franquicia de «Halloween» con un soft reboot que se encargaba de ignorar las flojas secuelas del film original y continuaba la historia de aquel primer capítulo, 40 años después. El resultado fue una secuela bastante digna que, si bien no fue sumamente innovadora, sí pudo encontrarle la vuelta para rendirle tributo a la obra maestra de John Carpenter y comenzar lo que se veía como un sólido inicio de una trilogía que se anunció prácticamente de forma inmediata luego de ver el éxito del regreso de Michael Myers. Aquí se nota que Green quiso ir por un camino «diferente» (en ciertos aspectos) para separarse del terreno seguro que planteó la película de 2018, y ello lo llevó a tomar algunas osadas decisiones que hicieron que incurra en algunos errores del pasado que atentan contra la base que hizo fuerte a la historia original. La secuela arranca ni bien termina el relato anterior, cuando Laurie Strode (Jamie Lee Curtis), su hija Karen (Judy Greer) y su nieta Allyson (Andi Matichak), se dirigen en ambulancia al hospital, para tratar las heridas de Laurie luego de la violenta batalla que libraron contra el homicida de la máscara blanca. El trío había dejado a Michael Myers encerrado en el sótano mientras la casa se incendiaba creyendo que todo había terminado de una vez por todas. Sin embargo, los bomberos llegan al lugar para apagar el incendio y terminan accidentalmente liberando al implacable asesino. Mientras Laurie se recupera de sus heridas, los ciudadanos de Haddonfield se organizan y deciden ir cazar al temible monstruo. Si bien parece que decidieron alejarse un poco de los estándares de la franquicia e incluso de la película anterior, en esta oportunidad el film se toma un tiempo considerable a través de un flashback para moldear algunas motivaciones de personajes secundarios en el presente, lo cual hace que se le comience a quitar fluidez y dinamismo al relato. Por otro lado, aunque dichos personajes de la historia original terminan cobrando mayor relevancia y empatía del público, luego se termina cayendo en una esperable y poco original seguidilla de muertes rápidas que hacen pensar que dicho tiempo fue verdaderamente desperdiciado. A su vez, Laurie Strode que fue uno de los puntos altos del regreso de «Halloween», aquí es relegada a unos pocos minutos en pantalla en escenas algo intrascendentes a los fines dramáticos. Por otro lado, a pesar de que resulta atractiva la idea de sugerir que el pueblo de Haddonfield comienza a operar en masa con un hambre implacable de sangre y violencia generalizada haciéndonos creer que se invirtieron los roles del famoso juego del gato y el ratón, esto es demostrado de forma grosera y con una sobre explicación constante por medio de voz en off, que le quita peso o sutilidad narrativa. Es realmente llamativo que la dirección de Green, que fue una de las cosas destacables de la entrega anterior, incluso acá en esta secuela parece algo desprolija y derivativa con jumpscares esperables y una puesta en escena algo más común que en su predecesora. Asimismo, la idea de que Michael Myers es un asesino de carne y hueso planteada en el film de 1978 y en su continuación de 2018, nuevamente se ve amenazada por ciertas insinuaciones en esta secuela que plantean cierto estiramiento del verosímil como ha pasado en varias de las entregas pasadas que no funcionaron. Un verdadero desacierto que compromete lo logrado en el reboot y que, a pesar de algunos buenos momentos, hacen que esta película resulte olvidable.
Andy Serkis reemplaza a Ruben Fleischer como director en la secuela de «Venom» (2018), titulada «Venom: Let There Be Carnage», la cual promete subir la vara respecto de la exitosa pero fallida primera parte. La pregunta es: ¿Lo logró o sigue los pasos de su antecesora? Sabemos que tanto la primera como esta secuela de «Venom» tuvieron varios inconvenientes tanto a nivel creativo como en cuanto al camino que tuvieron que recorrer para llegar a la pantalla grande. La realidad es que no es fácil llevar un personaje tan popular y querido por el público al cine, teniendo una especie de tira y afloje entre Marvel y Sony Pictures que comparten los derechos de toda la librería de personajes de Spiderman. Lo llamativo y extraño es esa especie de antihéroe que delinearon como excusa para justificar una película en solitario de uno de los villanos más icónicos y despiadados de dicho universo, haciendo que se diluya un poco su esencia y tengan que crear un producto diferente que venda entradas a un público +13 y que resulte «querible» para poder darle un marco y un lugar a este personaje dentro de un universo que parece estar gestándose. Esta secuela fue anunciada ni bien se vieron los buenos números de su antecesora y eso hizo que no se busque demasiada justificación o lugar para elevar la calidad del producto. Este largometraje nos vuelve a traer esa especie de extraña y esquizofrénica relación entre Eddie Brock (Tom Hardy) y el simbionte, Venom, que sigue habitando en su cuerpo, tratando de encontrar o descubrir alguna forma de vivir juntos y determinar una serie de reglas que hagan esto posible. No obstante, Cletus Kasady (Woody Harrelson), un preso que se encuentra en el corredor de la muerte quiere sincerarse con Brock ofreciéndole una confesión para lanzar en los medios. Allí es cuando Kasady termina infectándose con un simbionte y termina convirtiéndose en Carnage, un despiadado adversario para Venom que amenazará a toda la ciudad. Nuevamente vemos a un Hardy incómodo, con un guion bastante pobre que sigue la línea de su antecesora en cuanto a lo trillado y a lo convencional en sus formas. Incluso la dinámica de Hardy con Venom ya resulta agotadora e insoportable, convirtiendo al protagonista en un personaje insufrible. A su vez, tendremos una catarata de sobreexposición de información y varias secuencias que recuerdan a la entrega anterior como por ejemplo la batalla final que parece haber sido calcada de la primera parte. Harrelson parece ser la decisión más acertada para interpretar a Carnage, pero nuevamente, el guion no ayuda demasiado a darle motivaciones claras o incluso una dimensionalidad. Por otro lado, el CGI parece desentonar otra vez casi en la totalidad de la película, haciendo que todo parezca grotesco, tosco y sobrecargado, al mismo tiempo que se ve extremadamente artificial. «Venom: Carnage Liberado» es un film fallido, con severos problemas narrativos, efectos visuales que se ven algo anticuados, al igual que el humor que se le intenta imprimir a la obra. Una película que no busca construir algo coherente sino ir vendiendo su secuela (la cual ya está confirmada) y una futura reunión con el Spiderman del universo Marvel.
«El Prófugo», el segundo largometraje de Natalia Meta («Muerte en Buenos Aires»), resultó ser una grata sorpresa dentro de la oferta que nos propone la cartelera cinematográfica argentina. No solo porque se nos cuenta una historia atractiva, original y con algunas problemáticas bastante interesantes, sino porque, además, se da todo en el marco del cine de género de manera eficaz, demostrando que muchas veces el terror es el mejor terreno para teorizar o incluso dialogar sobre ciertos tópicos. Basada libremente en «El mal menor» de C. E. Feiling, el largometraje se centra en Inés (Erica Rivas), una doblajista que trabaja en películas que parecen pertenecer al exploitation y también participa como cantante en un coro. Tras un viaje bastante traumático junto a su pareja (Daniel Hendler), su mente parece comenzar a confundir y a mezclar la frontera de lo real con la del imaginario/onírico. Con algunas pesadillas y cierto «sonido» o «prófugo» que parece colarse en sus cuerdas vocales, Inés siente una sensación peligrosa que le dejan tanto sus vividos sueños como los seres (ya sean reales o imaginarios) que la rodean. El film de Natalia Meta sobresale por componer un thriller psicológico potente, bien llevado y dirigido con pulso de relojería además de contar con una deslumbrante interpretación de Rivas en el rol principal. Una de las características más destacables y ricas del relato tienen que ver con ese tono único que logra la directora ya sea desde el gran trabajo de guion o mismo desde el montaje pasando por momentos que parecen de comedia costumbrista en el inicio del film a escenas de horror y extrañamiento que pueden emparentar a esta película con el cine de Peter Strickland («In Fabric», «Berberian Sound Studio») para poner un ejemplo. Incluso podríamos compararla con el cine de De Palma en ciertos aspectos o con la reciente «Censor» (2021), así como también con «Black Swan» (2010) de Darren Aronofsky, en ese juego dual entre los sueños/pesadillas y la vida real condicionando y poniendo en jaque la psicología de la protagonista. Asimismo, otro de los grandes aciertos de «El Prófugo» tiene que ver con el trabajo de casting con el que contó la película, ya que, más allá de que sería difícil imaginar esta obra sin la presencia de Erica Rivas, también sería imposible concebirla sin la presencia enigmática y magnética de Nahuel Pérez Biscayart y sin los grandes aportes de Hendler, Mirta Busnelli, Cecilia Roth, Guillermo Arengo y Agustín Rittano, en roles pequeños pero trascendentales. La puesta en escena deslumbra por su funcionalidad y solvencia, producto de una amalgama de aspectos técnicos logrados que van desde la dirección de fotografía de Barbara Álvarez que consigue generar esa atmósfera enrarecida que rodea a la protagonista, así como también un diseño de sonido muy logrado para acompañar dicho despliegue visual maravilloso. «El prófugo» fue elegida para representar a la Argentina en los Premios Oscar, y más allá de si resulta preseleccionada o no, este hecho sirve para ratificar y reivindicar al cine de género que tantas veces es dejado de lado dentro de la cinematografía local. Un film que resulta audaz e inquietante que demuestra la consolidación de Natalia Meta como directora. Una de las cintas argentinas del año que no hay que dejar pasar.