Son muchos los que ya han dicho que “la realidad supera a la ficción”. Suelen referirse a algún que otro hecho que luego puede inspirar una historia, que después será espectacularizada para el público. Lo que comprueba Los pecados de mi padre es que no hace falta sobredimensionar nada: la vida de Pablo Escobar hace que Scarface parezca un film para niños. Los pecados de mi padre es un documental cuyo gancho está en que es la primera vez que el hijo del capo máximo de la historia del narcotráfico rompe el silencio. Juan Pablo Escobar (que ha cambiado su nombre al de Sebastián Marroquín para poder tener una vida “normal”) cuenta la trastienda vivida desde el ascenso hasta la caída del imperio de su padre. El largometraje sirve para tomar real dimensión del poder que tenía Pablo Escobar durante sus años de “gloria”. Algunos datos puede que grafiquen la situación: como líder máximo del Cartel de Medellín llegó a controlar el 80 por ciento del tráfico mundial de cocaína; tenía tanto dinero que gastaba millones en animales exóticos; en sólo un operativo, la policía le quemó cocaína valuada en más de 5 mil millones de dólares. Repito: en sólo un operativo. Y tal vez lo más llamativo y que demuestra no sólo la fuerza económica, sino la influencia política que llegó a tener: ¡fue electo diputado! Como decía anteriormente, no sólo en cuanto a la historia de fondo supera a una película de acción, porque si bien mantiene el lenguaje documental, el ritmo narrativo es sumamente intenso. El cenit del film se logra cuando los hijos de figuras políticas prominentes de Colombia que en su momento fueron asesinadas por Escobar acceden a reunirse con Marroquín, dando el mensaje de que el hijo fue también una víctima de su padre. Creo que Los pecados de mi padre es una película fundamental, porque logra combinar interés e información con la posibilidad de captar la atención de cualquier fanático del cine.
Lo primero que debo preguntar es ¿¡¿quién decide las traducciones de los títulos?!? La traducción del nombre oríginal del film sería “Hombres que miran fijamente a las cabras”, pero optaron por el chiste fácil de Hombres de mentes. En fin… Es una película que atrae antes que nada por el mega-elenco que la compone: George Clooney + Jeff Bridges + Ewan McGregor + Kevin Spacey. Hombres de mentes es una ficción basada en un hecho real. Corrían los años 80 y el Ejército estadounidense mantenía todavía la Guerra Fría con los soviéticos. Por un rumor nunca confirmado, se enteran de que la URSS está entrenando a soldados para que tengan capacidades parapsíquicas. Así es que deciden financiar una unidad de “súper soldados”, que tengan un desarrollo mental mucho mayor al promedio de los hombres. La idea es crear una suerte de ejército de jedis… Bajo esta historia que, insisto, sucedió realmente, Hombres de mentes narra una comedia. Ambientada en los inicios del siglo XXI, un periodista medio pelo que está sufriendo una crisis personal porque su mujer lo abandonó -McGregor- se entera en Irak de la existencia en el pasado de ésta fuerza de élite. Cuando la información llega a sus manos y casualmente conoce a un ex integrante de éste escuadrón -Clooney-, decide investigar un poco. Así, entrará en contacto con ellos y de algún modo se dará cuenta de que nada es casualidad, y de que él también posee lo necesario como para formar parte. Debo destacar sobre todo la interpretación de Jeff Bridges como una suerte de gurú new age. Simplemente brillante. También creo necesario insistir con que Clooney sigue demostrando un nivel de actuaciones muy buenas. Lejos está de ser “sólo una cara bonita”. Es más: los reto a que encuentren alguna película en la que realmente haya estado mal. Como dato adicional, el director, Grant Heslov, ya trabajó con Clooney: es el mismo que co-escribió de Buenas noches, buena suerte.
Caso 39 es una película de terror light, protagonizada por Renée Zellwegger. Allí la primera sorpresa: ¿Qué demonios hace Zellwegger en una “de miedo“? Igualmente aclaro que, sin sobresalir de forma sorprendente, tiene un aprobado en la materia. Zellwegger es Emily Jenkins, una asistente social que trabaja sobre todo con menores. O sea: le llegan denuncias o se enteran de supuestos casos de abusos a chicos y el Gobierno interviene. Trabajan junto con los padres, hacen visitas y, si no hay modo de remontar la situación, los llevan a los orfanatos hasta que consigan familias adoptivas. Emily está tapada de trabajo, tiene 38 casos y le llega… el Caso 39: una nena de unos 11 años que empieza a tener actitudes extrañas en el colegio, sus notas caen estrepitosamente e incluso se duerme en clase. Avisan, y Emily visita a la familia. Una familia bastante peculiar por cierto: los padres actúan de forma rarísima, todos pálidos, medio zombies, y esta nenita se mueve totalmente atormentada por ellos. La jovencita, Lilith, tiembla al ver a sus progenitores, pero finalmente se abre con Renée y le dice que ha escuchado a sus padres decir que quieren matarla. Emily hace lo posible por rescatar a la niña, investiga, se involucra, le deja su número de celular a Lilith por cualquier cosa y, una noche, la nena la llama porque los padres la quieren asesinar en ese preciso instante. Emily va a rescatarla (la mejor escena de la película es el intento de asesinato de los padres). Ellos son puestos en un loquero a ellos y a la niña la dejan en adopción, pero ellas se encariñaron, y Emily pide ser tutora. ¿Para qué? Porque resulta que la niña no era ninguna santa, sino que… ¡las víctimas eran los padres! Sinceramente, me resultó mejor de lo que pensaba, aunque es cierto que imaginé un bodriazo de casi 2 horas. Da más suspenso que terror. Recomendada a los que les gusten las de miedo suaves. No es una de las coreanas que no querés dormir nunca más. No recomendada para los públicos extremos: si no te gusta para nada el terror, no la veas. Si sos fan, tampoco.
Hermanos es, sobre todo, una película que demuestra que Tobey Maguire es mucho más que El Hombre Araña. Maguire es Sam Cahill, algo así como el tipo ideal para su familia. Como hijo, es el favorito. Tiene un padre ex militar, y nada mejor para un hombre de uniforme que el hecho de que su hijo siga sus pasos en la Fuerza -sobre todo, aparentemente, en Estados Unidos, donde uno es un patriota con todas las letras si hace caso al “Join the army“. También tiene una vida exitosa en su núcleo más íntimo: está casado con la siempre hermosa Natalie Portman y es padre de dos hijas chiquitas divinas. Está cumpliendo tareas en Afganistán, pero en uno de los lapsos que tienen los soldados en el campo de batalla se toma unos 3 días y viaja nuevamente a Estados Unidos. El breve regreso a su patria coincide con la liberación de su hermano, Tommy -Jake Gyllenhall-, que cumplió un período en prisión por un robo. Evidentemente, Tommy es la oveja negra de la familia: no sólo es un ex presidiario, sino que no sienta cabeza, no tiene un trabajo estable, no ha formado familia… Digamos que el padre lo hostiga con el clásico reproche “porqué no podés ser más como tu hermano”. Tobey Maguire vuelve a Afganistán, una vez allí su helicóptero tiene un accidente y lo dan por muerto, con funeral y todo. Pero no había muerto, sobrevive y lo toman como rehén los talibanes. Lo hacen hacer cosas que no olvidará nunca, pero después de varios meses lo largan. Mientras tanto, en Estados Unidos, Natalie Portman como madre soltera está devastada, y el hermano “malo”, Tommy, le da una mano. Roce va, roce viene, las niñas juegan con él, y resulta que el presunto hermano malvado no lo era tanto en realidad. Es previsible que después de mucho tiempo, hay una especie de relación. Cuando vuelve Maguire se da el choque: una familia que recibe a un hombre que quedó absolutamente traumado frente al otro, hermano que estuvo en la mala… La película está buena, basada en una danesa del 2004, que es superior. Creo que lo mejor es el trabajo de Tobey Maguire, nominado al Globo de Oro por este trabajo. Recomendada: A los que disfruten de un buen drama, duro, pero muy interesante. No recomendada: A los que vieron la danesa y a los que rechacen imágenes y temas duros. No hay medias tintas a la hora de mostrar lo que pasa con los rehenes talibanes, además de la violencia psicológica.
Tal vez lo más contundente para mencionar en este tipo de casos es que es la película por la cual Sandra Bullock ganó el Oscar como Mejor Actriz. Un sueño posible cuenta la historia verídica de Michael Oher, un chico de una zona marginal de Memphis. Abandonado por su madre drogadicta, una familia adoptiva se ha hecho cargo del joven. Pero Michael -Quinton Aaron-no es un chico cualquiera: mide dos metros por dos metros y aun así es súmamente ágil, lo que lo convierte en un diamante en bruto en la tierra del fútbol americano. Su familia adoptiva lo lleva a un secundario para que lo bequen por sus aptitudes deportivas, sin embargo las normas estadounidenses son claras al respecto: el deportista debe tener buenas notas, sino, será expulsado. Michael es un joven con ciertos problemas para recibir las enseñanzas y la familia adoptiva termina dejándolo a su suerte en el colegio. Este secundario es para familias adineradas y, una noche después de un evento colegial, Leigh Anne Tuohy -Sandra Bullock-, madre de un alumno, se enternece con este gigante que no tiene a dónde ir. La familia lo alberga por un tiempo hasta que decide adoptarlo. A todo esto, descubren que Michael tiene una gran capacidad para la “autopreservación”: en momentos en los que sus seres queridos están en peligro, se mueve con rapidez e inteligencia. Su desafío será aprender cómo canalizar este don dentro de la cancha de football y proteger al mariscal de campo. De por sí, las películas basadas en historias reales me llevan al cine. En el caso de Un sueño posible, se trata de un drama con final feliz que apela a tocar las fibras más sensibles del espectador. Suma mucho que, al final, haya fotos del Michael Oher real, que certifican su “supervición” de lo que se cuenta.
Frank Goode -De Niro- es un jubilado que ha quedado viudo y, al mejor estilo de los ancianos estadounidenses, que no tienen que preocuparse por su pensión ni por su obra social, tiene mucho tiempo libre. Se la pasa cuidando el jardín y rememorando el tiempo en que trabajaba como recubridor de cables de alta tensión (sí, fabricaba los plásticos que protegen a los cables). Decide que es momento de cumplirle la promesa a su fallecida esposa y juntar a la familia. Tiene 4 hijos desperdigados por Estados Unidos y arregla un encuentro con todos en su casa. Pero, de a uno, se van bajando de la convocatoria. Así es que Frank decide ir y pegarle una visita a cada uno. Es necesario tener en cuenta que los hijos, ya adultos, nunca han tenido una buena relación con su Frank. Él ha sido un padre duro y exigente respecto del futuro de sus críos, quienes toda la vida optaron por hablar de sus vidas con su madre. Ahora bien, no sólo esta situación incomoda la visita de Frank, sino que también uno de sus hijos, David, está detenido en México por problemas de drogas, y el resto no quiere que su padre se entere. Así, cada vez que llega de visita, ya en Chicago, Denver o Las Vegas, los hijos hacen lo posible por sacárselo de encima. A pesar de que uno puede creer, por el afiche, que se trata de una comedia, en realidad nada más lejos: es un drama familiar, que gira sobre dos ejes. El primero, la relación entre padres e hijos respecto de la presión impartida por los adultos a los niños; y la segunda, la difícil decisión de mentirle a un ser querido para evitar un disgusto mayor. La verdad, es una película que me resultó mejor de lo que esperaba. Igualmente, insisto con lo mencionado al principio: ¡Queremos al viejo De Niro!
El libro de los secretos es una película post apocalíptica, de esas que tan de moda están por estos días. Nos ubicamos en “un futuro no muy lejano”, con sólo unos pocos humanos que han logrado sobrevivir. La tierra está absolutamente devastada y todo es una lucha por supervivencia, al punto que es común matar humanos con tal de comer. En este contexto tenemos al personaje de Denzel Washington, quien más tarde nos enteraremos de que se llama Eli, un hombre solitario con una sóla misión: llegar al Oeste. Otro cliché de los que abundan en estas historias es este de “llegar a algún lugar, aunque no se bien su locación exacta”. Evidentemente es un ex militar o un hombre con entrenamiento militar: viene caminando desde hace 30 años y más de una vez lo han intentado matar. De hecho, en los primeros minutos del film se despacha a una decena de personas que intentan robarle (y, porqué no, comerlo). Su andar lo lleva a un pueblo dominado por una especie de dictador, Carnegie -Gary Oldman-, que está buscando un libro del que ya no quedan copias en el mundo. Ese libro es la Biblia que, según palabras de Carnegie, contiene la receta como para convencer al resto del planeta a que lo sigan. La Biblia puede dominar las mentes. Pero en la Guerra quemaron todas las Biblias del universo. Todas menos una: la que tiene Eli, que, reitero, quiere llegar al Oeste porque le dijeron que allí el libro iba a estar a salvo. Es una pelea por una Biblia como “martillo”: en buenas manos, es genial, en las manos equivocadas, es infernal. En realidad la película tiene algunos ribetes previsibles, pero en sí no es intrínsecamente mala. Igualmente, creo que lo mejor de todo es poder ver a Gary Oldman haciendo de villano, un papel que le sienta como anillo al dedo. Al respecto: imperdible su primera aparición, recostado en un sillón con las piernas cruzadas sobre el escritorio leyendo la biografía de Mussolini.
Lo primero que hay que aclarar acerca de La Isla Siniestra es que no hay que basarse en el título. Sinceramente, cualquier película que incluya un adjetivo del tipo “siniestro” me quita las ganas de ir al cine. Pero tengan en cuenta que en realidad es un intento de traducción del original Shutter Island, en donde “Shutter” es el nombre en sí de la isla en cuestión. Por otra parte, lo cierto es que por más que el título no suene tentador, si está Martin Scorsese detrás de las cámaras, seguramente me recueste en alguna butaca y mire lo que ese cineasta tenga para ofrecer… Dicho eso, vamos al argumento. La película está ambientada a principios de los años ‘50, y el agente Teddy Daniels -Leonardo Di Caprio- es enviado a Shutter Island, una isla en la que funciona una cárcel psiquiátrica para reclusos súmamente peligrosos. A Daniels le impusieron un compañero, Chuck Aule -Mark Ruffalo-, porque la misión consiste en resolver un misterioso caso de fuga de la prisión. En cuanto comienzan la investigación, los agentes notan comportamientos extraños. Por una parte, los profesionales que manejan la institución evidentemente esconden información. Hay lugares de la isla que no quieren mostrar, y de a poco los agentes comienzan a dudar de si en realidad no se están haciendo experimentos con los detenidos. De hecho, hay un nexo fundamental con la Segunda Guerra Mundial, rememorando las terribles exploraciones sádicas de los nazis (dicho sea de paso, siendo los ‘50, los dos agentes son ex combatientes de la II GM). Por otra parte, en los presos hay cierta tendencia a ocultar lo ocurrido, todos a quienes interrogan responden como si estuvieran cumpliendo con un libreto, y encima cuando alguno de los internados dice algo que suena coherente, surge la duda lógica: ¿cómo vamos a creerle si está loco? Y ese es el tema central, la delgada línea entre la locura y la sanidad mental. Hay un diálogo en donde queda clarísimo, en el que se asegura que, “en cuanto alguien es diagnosticado como un afectado por la locura, nada de lo que diga desde entonces será considerado cierto”. Más allá del trabajo del personaje de Di Caprio, un punto fundamental es destacar los conflictos psicológicos que éste sufre. Tanto la mujer como los hijos de Teddy murieron y él no se ha repuesto del todo. Y si a ésto se le suma que está en una isla rodeada de enfermos mentales, sus problemas se potencian. La historia es sólida y llevada magistralmente por un genio del Séptimo Arte como lo es Scorsese. Tampoco quiero dejar de mencionar la muy buena labor de Di Caprio, Ruffalo y Ben Kingsley (como el Dr. Cawley, responsable de la isla). Y un punto también fundamental es la ambientación sonora y musical, rememorando algunas escenas de Taxi Driver. La isla siniestra es un gran policial psicológico, con idas y vueltas que atrapan al espectador desde el principio, y que sinceramente vale la pena ver.
Tal vez lo más extraño de Alicia en el País de las Maravillas es que se trata de una película que llevará a millones de personas a las salas de cine, y el 95 % de quienes se sienten en sus butacas ya conocen la historia de principio a fin. La versión 2010 de este clásico de clásicos trata mucho más acerca del cómo que del qué se está hablando. Y lo cierto es que, dadas las características del texto original, nadie mejor que el director Tim Burton para comandar semejante desafío. Despachemos las cuestiones argumentales como para los desentendidos: originalmente se trata de una historia fantástica en la que una niña de 6 años desemboca en un mundo paralelo al real, con personajes sorprendentes pero a la vez temibles, y en donde, gracias al uso de fábulas y metáforas geniales, la jovenzuela deberá aprender a tomar decisiones por sí sola. Burton se ha permitido alterar el texto base de Lewis Carroll. En este caso, Alicia es una joven de unos 19 años a punto de casarse, y el conflicto éste de aprender a tomar decisiones toma un rumbo más fundamental en alguien ya adulto. Además, este mundo fantástico ya ha sido visitado por Alicia, al parecer en sueños recurrentes que le vuelven desde que tiene, oh casualidad, 6 años. Pero lo básico está: el Sombrerero Loco -fantásticamente interpretado por Johnny Depp-, la Reina de Corazones -también brillante Helena Bonham-Carter-, la Reina Blanca -Anne Hathaway-, un Cheshire Cat animado, y todo el resto de la troupe… En su lectura, Burton mantiene ese estilo que me gusta llamar “cine lisérgico” (¡copyright propio!), predominando un estallido de colores que a la vez mantienen cierta oscuridad, un concepto estético entre macabro y divertido, un ambiente sonoro tan importante como el visual… y todo esto potenciado por la tecnología 3D, que permite exprimir la genialidad creativa del cineasta. En definitiva, la versión de Tim Burton de Alicia en el País de las Maravillas merece ser vista porque, si bien uno ya conoce de qué se trata, la forma en que es llevada a cabo amerita el pago de la entrada.
Un maldito policía en Nueva Orleans es principalmente una película sobre un personaje pero, si bien ésto puede sonar como algo negativo, el agente interpretado por Nicolas Cage tiene tantos condimentos y matices que termina siendo una historia genial. La trama nos presenta al oficial Terence McDonagh -Cage-, quien debe resolver una seguidilla de crímenes a inmigrantes senegaleses en la Nueva Orleans post Huracán Katrina. Ahora bien, no se trata de un justiciero combatiendo a la delincuencia, sino que estamos hablando de un delincuente con uniforme que no tolera a estos homicidas: es un drogadicto, violador, adicto al juego, ultraviolento… en definitiva, parece ser alguien que comprendió que el mejor modo de mantener su estilo de vida sin terminar muerto era sumándose a la Policía. Ahh, me olvidaba: está de novio con una prostituta. Sucede entonces que su estilo de vida lo llevan a problemas monetarios: deudas impagables y compromisos con gente non-sancta. Mientras tanto, claro, tiene que resolver la situación de los asesinatos. Y así es que termina enganchado con una banda de traficantes que, por un lado son los principales sospechosos de los crímenes, pero por el otro lo suman a negocios que lo pueden sacar de las deudas por las que muchos lo quieren ver muerto. Igualmente, insisto: más allá de toda la trama, el personaje creado por Cage es fantástico. McDonagh le queda pintado, un hombre absolutamente desquiciado al que el actor le saca un brillo excepcional. No es menor mencionar la dirección: Werner Herzog evidentemente supo exprimir a Cage, a la vez que a lo largo de la película suma sellos y guiños con el espectador con un nivel de humor entre absurdo y negro digno de colgar de un cuadro (no se pierdan las distintas tomas de las iguanas siendo vistas por un Cage en pleno trance narcótico). También hay que recordar que el film está inspirado en la película de Abel Ferrara con Harvey Keitel, Bad Liutenant, de 1992. Sin embargo, lo que mantiene de relación es simplemente el título y el nombre del personaje, porque esta es una película distinta (recomiendo ver la de Ferrara también). Resumiendo: Un maldito policía en Nueva Orleans es un gran film que amerita ser visto por cualquiera que disfrute del buen cine.