El primer paso para sanar una herida o trauma, dicen los psicólogos, es reconocer que existe. Laberinto de mentiras propone que para una sociedad entera, tomar conciencia de lo acontecido en Austwitchz también es un buen comienzo. Cuando el fiscal que llevará a cabo los enjuiciamientos a los ex oficiales de la SS plantea su propósito ante la justicia, sus colegas acusan que realizar tarea semejante no solo sería en vano sino también "veneno para esta joven democracia". La estructura argumental de la película es simple y clara. Se trata de denunciar y traer a la actualidad (de los años 60) el espanto y el horror de lo que sucedía en la Alemania Nazi a la que luego de la guerra tantos negaron. Esa sociedad que prefiere soñar y reconstruir su futuro camuflando la justicia y edulcorando la amargura alega que los crímenes de guerra ya fueron resueltos por los aliados en el tribunal de Núremberg. El joven e ingenuo fiscal Radmann considera no sólo que no está resuelto, sino también que deben ser los alemanes quienes juzguen su propia historia y le recuerden al pueblo que aquello que consideran un pretérito resuelto no es más que una falsa sanación de una herida aun abierta. Contra viento y marea el impoluto abogado va conociendo de a poco a qué se enfrenta. Apenas una generación después, el nazismo resulta estar mucho más presente de lo que él cree. Pero su meta es clara. La película se construye a través de los intentos de poner voz a los silenciados reivindicando el sentido de la justicia por sobre cualquier intento de sanar a través del olvido. El cine alemán nos tiene acostumbrados a buenas construcciones de relatos con ayuda de estilizados trazos de directores jóvenes que de a poco buscan sus voces. Basta con ver cualquiera de la amplia oferta que trae el festival alemán todos los años a nuestro país. Laberinto de mentiras parece elevar la vara en cuanto a calidad y virtuosismo detrás de cámaras. Cada plano, con su respectiva composición, movimiento de cámara, iluminación y fotografía adquiere un grado de perfección envidiable para cualquier industria cinematográfica. Aquellos que quieran acusar de cliché al tratamiento de una película alemana sobre la tragedia del holocausto seguramente encuentren satisfacción en cada fotograma expuesto con extremo cuidado y premeditación.
El 12 de Noviembre de 1983, el caso Heineken sucumbió a Holanda y el mundo. En términos de contexto y motivaciones, la sociedad holandesa se encontraba uncida en una aguda crisis económica que entre otros tantos afectó a 4 jóvenes que encontrarían en el crimen una salida fácil a su situación financiera. O al menos eso es lo que la película del director sueco, Daniel Alfredson (hermano del más reconocido realizador Tomas Alfredson) intenta mostrarnos en su adaptación de los hechos. Los diarios de la época y la controversia sucedida con el estreno de la anterior versión cinematográfica del caso demuestran que esta versión no es más que eso. Otra versión ficcionalizada de lo acontecido que bastante lejos parece estar de los hechos. 4 años atrás, con el estreno de The Heineken Kidnapping (2011), Willem Hollendeer quien fue sentenciado a 11 años de prisión por el secuestro de barón de la cerveza holandés, llegó a la justicia con la intención de impedir el estreno de aquella película. Acusando que el film de Maarten Treurniet "lo representaba mal". Si en aquel entonces estel mafioso y extorsionador se sintió afectado por una mala interpretación, en este caso su silencio habla por sí solo. En la nueva adaptación del rapto del Sr. Heineken, los secuestradores ni siquiera son retratados como los viles mafiosos y estafadores que realmente eran. El gran secuestro de Mr. Heineken enfatiza en que se trata de un grupo de amigos inexpertos en el delito que deciden abducir al magnate número 1 de Holanda. Es bien sabido que para contar una buena historia, ya sea basada en un caso real o un guión original, no es imperativo remitirse a los hechos originales. Los ejemplos sobran. Con lo cual la falla no está ahí, sino más bien en la construcción de los personajes. La excusa de no querer pertenecer al grupo de "los normales" con trabajos dentro de los márgenes de la ley, por algún motivo no convence. El riesgo de realizar semejante hecho delictivo parece demasiado grande para estos novatos del secuestro. La superficialidad de los protagonistas parece intentar ser diluida por algunas innecesarias escenas de acción y persecuciones que de no estar allí no cambiarían tanto. Los rasgos más interesantes de la película se encuentran en el personaje de Heineken (Anthony Hopkins) y su relación con los secuestradores a quienes intenta manipular psicológicamente seduciéndolos con su poder y dinero. Pero una vez planteado ese conflicto de inmediato se salta al tercer acto que apresuradamente intenta concluir una historia que presenta más de lo que logra resolver. En sus 96 minutos de metraje, el film no logra seducir demasiado y parece más bien una de esas dramatizaciones que acompañan a los documentales televisivos para ilustrar este tipo de casos, pero con mayor presupuesto para las secuencias de acción.
Tres años han pasado ya desde la última producción de Aardman Animation Studios. Piratas! seguía la línea de Wallace & Gromit y Pollitos en fuga en cuanto a clave de humor y animación. Y Shaun: El Cordero no es más de lo mismo, sino un perfeccionamiento del estilo que caracteriza a la compañía. Contar una historia con la técnica de Stop-Motion no es fácil en muchos niveles. La animación de por sí es una tarea trabajosa que requiere de un particular talento y ojo. Y si además le agregamos que los guionistas decidieron prescindir del dialogo a lo largo de sus 85 minutos de metraje, bien podría decirse que el desafío de entretener a buena parte del público era doble. El rebaño protagonista está dotado de un carisma y una chispa que por momentos recuerdan a estrellas del cine mudo como Buster Keaton o el mismo Chaplin, pero más británico aun. Sus expresiones y movimientos no necesitan mucho más que un buen acompañamiento sonoro (como el que tiene) para decir mucho sin abrir la boca. El miedo de que la película de la oveja Shaun se suceda como un episodio de la serie estirado forzosa y artificialmente se diluye cuando comienza la historia y en la migración de la oveja a la ciudad vemos un mundo de oportunidades bien aprovechadas por gags cortos que nunca pierden su funcionalidad a la historia principal. El primer candidato al Oscar para la mejor película de animación del año se asoma con una cobertura de lana y pocas palabras para escuchar, y a la vez mucho que decir.
El nuevo dueño del parque ahora conocido como Jurassic World y heredero del John Hammond de la primera Jurassic Park, (el único parque que como dijo Susana Jiménez propone ver dinosaurios "¡Vivos!"), explica bien al comienzo del film que el público ya está cansado de los dinosaurios y que quieren ser sorprendidos con algo más grandilocuente, peligroso y cool. Dicho que también responde a las exigencias de una audiencia que no solo conoce miles de películas con estas amenazas prehistóricas sino que también ya ha sabido consumir otras 3 partes de la saga iniciada por Steven Spielberg en 1993. El resultado de la investigación de los laboratorios de Jurassic World es un dinosaurio híbrido que no aparece en ningún libro de paleontología. Creado con información genética de varias especies, el Indominus Rex nos recuerda mucho a los tiburones de Alerta en lo profundo (Deep Blue Sea, 1999), cuyo poster promocional prometía que eran "más grandes, más inteligentes, más rápidos y más malos". El nuevo dinosaurio es todo eso y más. El fenómeno de Jurassic Park despertó en toda una generación de niños de la década del noventa un nuevo amor por los dinosaurios que pese a que el cine los había capturado con sus cámaras en varios films de ciencia ficción, nunca antes con el realismo que consiguió Spielberg (ese niño crecido que se dedica a hacer películas). Para muchos de esa generación que crecimos viendo al T-Rex devorar a todo lo que se le cruzara, la nueva entrega de la saga de los dinosaurios nos guarda algunos regalos y sorpresas encantadoras. El actor de comedia Jake Johnson (uno de los protagonistas de la serie New Girl) no solo está puesto al servicio de la comedia en todas sus intervenciones, sino que también actúa como la exteriorización del niño interior que varias generaciones llevamos dentro. Con sus muñequitos, su remera de Jurassic Park, sus acotaciones simpáticas y su indisimulable emoción cada vez que ve un dinosaurio y suena la famosa música creada por John Williams, resulta el súmmun perfecto del deleite que muchos sentíamos al ver a los depredadores más grandes de la historia en la pantalla grande. Jurassic World seguramente no esté a la altura del increíble espectáculo que ofrecía la primera entrega dirigida por Steven Spielberg, pero es sin dudas la mejor de las secuelas hasta el momento.
Quizás en algún punto de su carrera el actor australiano Russell Crowe se miró al espejo y dijo "si mi colega y compatriota Mel Gibson lo logró, ¿por qué yo no puedo intentarlo?". Y sin dudas lo intentó. Las coincidencias entre Gibson y Crowe no son pocas. Si bien técnicamente ninguno de los dos nació en Australia (Gibson nació en Nueva York y Crowe en Nueva Zelanda), los dos se formaron e iniciaron sus carreras artísticas en el país oceánico. Luego de hacer la América como estrellas de Hollywood en películas épicas, cada uno de ellos decidió incursionar en la dirección de sus propios proyectos cinematográficos. Y para su debut, Russell Crowe optó por una historia ambiciosa con tintes de superproducción. Camino a Estambul está ambientada al final de la primera guerra mundial. Y una vez más, trazando el paralelismo con Mel Gibson, Crowe centra su relato en las heridas que dejó la famosa batalla histórica de Gallipoli. Recordemos que allá por el año 1981, de la mano de Peter Weir, Gibson protagonizó el film bélico "Gallipoli". Pero en esta oportunidad el acercamiento a dicho acontecimiento histórico es muy distinto. Aquí Connor, el protagonista granjero zahorí de la historia, decide ir en busca de sus hijos tras enterarse de su desaparición en batalla. A pesar de su ambición y buenas intenciones, al novato director se le notan ciertos puntos flojos y lugares comunes en su historia. Provista de pretensiones sensibles y con un respetuoso acercamiento al contrapunto cultural entre australianos y turcos, Crowe consigue fotografiar un relato técnicamente impecable sin arriesgar demasiado. Pese a que todos los ingredientes están donde deben, hay ciertas cosas que se adquieren con la experiencia y el tiempo. Los grandes directores no se hicieron de un día para el otro y Crowe tiene todos los recursos para convertirse en uno. Camino a Estambul tiene alentadores destellos de buen cine que el tiempo puede convertir en un estilo más personal y distinguido. Por lo pronto las decisiones de dirección parecen un tanto más rutinarias y de manual. Pero aun así la condición del autor dice presente y promete una carrera mucho más interesante que esta buena y conservadora opera prima.
La versión cinematográfica de uno de los parques más divertidos y espectaculares de Disney resulta ser poco menos que un largo pasatiempo. Y eso que detrás de cámara se encuentra nada menos que Brad Bird, quien debutó en el cine live action con la excelentemente recibida cuarta entrega de Misión Imposible, habiendo incursionado antes en éxitos animados como El gigante de hierro, Ratatouille y varios capítulos de Los Simpson. La historia comienza con George Clooney contando sus andanzas como niño prodigio en una feria tecnológica de 1964. De golpe y casi sin advertirlo, Clooney desaparece del mapa y comenzamos a seguir los pasos de una jovencita que al parecer también es una niña prodigio. Entre tropezones y un primer acto que tarda demasiado en arrancar finalmente Clooney y la niña unen sus historias entre robots, hombres malos y niños inquietos que deambulan entre un mundo paralelo conocido como "Tomorrowland" y nuestra querida tierra que según nos dicen estaría al borde de la extinción. Por lo visto las contribuciones de millones de colaboradores a los fondos de Greenpeace no fueron suficientes. Desde el principio, por la edad de los protagonistas y la premisa de la historia, la película de Brad Bird parece apuntar más bien a un público infantil, pero conforme avanza la narración las vueltas del guión logran desorientar por igual a niños y adultos. Sin embargo, en el tramo final, por suerte para todos, el bueno de Dr. House (que aquí hace de malo) reaparece en pantalla para explicar absolutamente TODO lo que se nos acaba de contar y lo que vendrá en el tramo final. Como si por un buen rato se hubieran olvidado de explicar lo que sucedía, felizmente Disney siempre se reserva un personaje expositivo que se encarga de que nadie se haya perdido en el medio. Tomorrowland tiene elementos de ciencia ficción y aventuras que de a ratos logran una efectividad atrapante, pero por culpa de un ritmo desigual las dos horas de metraje parecen mucho más que eso. La diversión se diluye entre un sub-texto de concientización sobre el cuidado del medio ambiente bastante vago.
Una de las características definitorias de la obra del maestro del cine de animación japonés, Hayao Miyasaki, es que en sus películas el elemento fantástico parece no tener límites. Curiosamente la premisa de su anunciado último film desafía este concepto. En esta oportunidad la sinopsis promete la historia de Jiro Horikoshi, desarrollador de los famosos aviones de batalla de la segunda guerra mundial (los Zeros). Teniendo entre manos una biopic y el curriculum con la fimografía de Miyasaki, resulta cuanto menos interesante ver cómo abordará su historia. A pesar de contar con un guión basada en una historia real, el director ganador del Oscar por El viaje de Chihiro se las arregla para ofrecer un recorrido repleto de aventuras, romanticismo y ensueño como ningún otro realizador lo ha hecho jamás. No es la primera vez en la que vemos al maestro de la animación tradicional obsesionado con la conquista del cielo. Pero esta fascinación por la aerodinámica se viste por primera vez de realismo. Despojada de complejos y prejuicios la narración progresa linealmente alternando entre secuencias sobre la cruda realidad nipona en el período de entre guerras y los sueños del protagonista que nos trasladan a un mundo fantástico que logrará impregnarse en las retinas del espectador. La animación tradicional consigue alcanzar con mayor fuerza que nunca cotas de belleza que demuestran la vigencia de una técnica que parece ir ahogándose de a poco en un mar de CGI y animación computarizada. Se levanta el viento es una despedida apasionada que condensa lo mejor de la obra de un realizador único e irrepetible como lo es el maestro Hayao Miyasaki. El mensaje que nos deja su última obra es de lo más hermoso y poético que un realizador se ha atrevido a contar con efectividad semejante. Las imágenes con influencias pictóricas impresionistas que recuerdan a Manet o Sorolla están salpicadas por un trazo tierno y gentil que hacen de la pantalla el mejor lienzo que un artista de su calibre puede pretender. Tristemente ya no podremos disfrutar de su humanismo en películas que elevaron lo sensorial a un plano onírico repleto de nostalgia. Pero por fortuna su extenso legado filmico ha dejado una marca en los anales del séptimo arte.
Hector en busca de la felicidad es en algún punto la versión masculina de Comer, rezar y amar. Pero de a ratos elevada por la presencia de un Simon Pegg entusiasta y naif, la película consigue establecer un irregular equilibrio entre su naturaleza dulce y sus momentos de fábula narcisista. Entre las tristes coincidencias con la cinta protagonizada por Julia Roberts basada en el best seller de Elizabeth Gilbert, está el ineludible hecho de que estos viajes de autodescubrimiento y superación personal/colectiva que realizan ambos protagonistas, son en el fondo bastante hipócritas. Ambos personajes llevan una vida de lujos y riquezas para cualquier otro mortal, pero sin embargo para aprender a disfrutarla deben abandonarla, extrañarla y finalmente volver a ella con un repertorio nuevo de anécdotas y experiencias para contar. Pero al final, nada de sus vidas realmente ha cambiado. El viaje se completa como un circulo en el mismo punto de partida. La moraleja siempre será algo relativo al amor. Frases como "amar y ser amado" se escucharán en el tramo final de estas historias en donde sobran simplismos sobre cómo acariciar la felicidad. Pero esa no es claramente la parte más disfrutable de la historia. Por suerte la película del británico Peter Chelsom también nos regala alguna que otra frase o punto interesante puesto en boca de sus personajes. Hector le sugiere a su amigo médico que dedica su vida a la caridad en un remoto país de África que "los médicos son una necesidad y los psiquiatras un lujo". A lo que éste responde "a veces la mente puede doler tanto como el cuerpo". Cierto o no, lo increíble es que el protagonista deba realizar viaje semejante para evocar este tipo de pensamientos. La historia de Hector tiene algunos pasajes entretenidos probablemente consecuencia del aporte personal de Simon Pegg, pero en general mezcla drama con la comedia con una suerte desigual. Su apariencia bella en superficie se desmorona cuando se rasca un poco para desnudar lo que realmente hay debajo. Hector en busca de la felicidad es ese panfleto de autoayuda que podemos recibir en cualquier esquina de manos de un extraño y que difícilmente llegue a nuestros hogares.
Andrey Zvyagintsev fotografía los parajes rusos dotados de una belleza fría, desolada y de apariencia yerma que sirven como marco para el turbio drama que desnuda el presuntamente corrupto sistema ruso. La imponencia de un mar inmenso e inquieto y el eco de las olas golpeando una orilla desolada componen el súmmum artístico de este film lóbrego y ominoso. La película adquiere a lo largo de sus 140 minutos de metraje varios tonos. La sátira política/social, el drama familiar y el abandono individual y colectivo son algunos de los registros que el director pone en boca en sus personajes. Por momentos Zvyagintsev parece evocar al gran maestro ruso del cine Andrei Tarkovski con sus paisajes planos y su geografía rígida, pero nunca pierde su voz propia y particular perspectiva. A diferencia de su compatriota, Zvyagintsev parece mantener un equilibrio medido entre lo explícito y lo implícito. A medida que el protagonista (exquisitamente interpretado por Alekset Serebryakov) se va ahogando en alcohol, ingiriendo cantidades industriales, su tragedia parece agudizarse más y más. Gradualmente se convertirá en un marginado, olvidado por la misma sociedad a la que pertenece. Abandonado no sólo por su familia y sus amigos sino también por todo un sistema que parece quitarle su humanidad, o para peor, sacar lo más vil de ella. Así y todo, entre tanta desdicha el director se permite intercalar unos momentos de humor remarcando el patetismo de algunos de sus personajes. La fauna que rodea al protagonista se completa con un abogado que cometerá un imperdonable acto de traición y un alcalde casi bufonesco y corrupto a través del cual el director sugiere que el sistema ruso está repleto de estos personajes. Leviatán está (obviamente) repleta de símbolos que se manifiestan principalmente desde la composición de la imagen. El mismo nombre de la cinta hacer referencia a una figura que se puede apreciar desde el afiche del film hasta unas hermosas tomas proporcionales a la maestría con la cual fueron ejecutadas. Uno de los contrapuntos más interesantes resulta ser la diferencia entre las ruinas que construyen el retrato de los pueblerinos, con la repelente rigidez de los juzgados y despachos de las autoridades rusas que quieren despojar al personaje principal de su propia morada. La obra de Andrey Zvyagintsev fue duramente reprochada por varios críticos rusos que consideraron que sus ironías no son más que viles y reprobables caricaturas de la realidad soviética, pero más allá de su veracidad, Leviatán triunfa como la historia que su realizador decide contar, sátira aparte.
La última película de acaso uno de los mejores directores de los últimos tiempos, Paul Thomas Anderson, puede ser descripta como un film psicodélico y lisérgico. El inconveniente comienza al intentar encasillarla en un género. Algo que quizás sencillamente no deberíamos intentar hacer. Hay quienes la han comparado con la hilarante y absurda El Gran Lebowski (1998), semejanza que hasta cierto punto es justa por la naturaleza de su argumento laberíntico y sobre todo por la afinidad de su protagonista principal con el "Dude" de los hermanos Coen. Pero a la vez sus tintes de misterio y suspenso la acercan más a films noir como The Long Goodbye (1973) e inclusive salvando las distancias y la época, al clásico basado en la novela de Raymond Chandler protagonizado por Humphrey Bogart, The Big Sleep (1946). Indiferente del género al que pueda pertenecer, la obra de Paul Thomas Anderson, al igual que la mayoría de sus películas, tiene un toque de autor que la hace simplemente distintiva e inimitable. Vicio inherente es laberíntica al punto de que por momentos se vuelve difícil de seguir con imágenes que se repiten, referencias hacia cosas que ya sabemos y luego menciones sobre personajes o acontecimientos que son presentados como algo a lo que supondríamos estar familiarizados pero sin embargo no tenemos la menor idea de qué nos están hablando. Hacia el final, todo parece encajar en su lugar. O quizás no. Pero el punto es que no hace falta. El argumento y los personajes no exigen una resolución tradicional. Nuevamente, al mejor estilo El Gran Lebowski, como espectadores pareciera que estamos siendo manipulados con una historia que en el fondo no importa ya que el verdadero goce está en seguir los pasos del Doc Sportello (Joaquin Phoenix) quien se pasea por Los Angeles investigando sobre la desaparición de su ex novia entre porro y porro. A lo largo de las más de dos horas de metraje nos encontramos acompañando a un personaje hundido en una ciudad tan brumosa como la perspectiva de su protagonista. Esta oda a un estilo de vida obsoleto como el de los hippies de los sesentas/setentas, tiene las dosis justas de melancolía, gracia y misterio. La psicodélicas desaventuras de su héroe nos trasladan a un época que bien podemos conocer por otros films similares. Pero por algún motivo, el director con su medido guion y su precisa y a la vez confusa ambientación logra crear una atmósfera que permite que vivamos el momento de un modo mucho más cercano que en otras oportunidades.