Hacia el año 1950 Walt Disney estrenó una de sus varias películas animadas que pasarían a la historia. Cenicienta, como la mayoría de sus fábulas, proponía un retrato de la concepción del padre del ratón Mickey de la sociedad y los valores de ese entonces. Y a la vez blanqueaba el leit motiv de todos su relatos: Sin sufrimiento no hay redención. Como toda bella historia de la factoría Disney, el o la protagonista acariciará la felicidad luego de mucho sufrimiento de por medio en donde morirán varios personajes dejando huérfanos a una larga lista de niños con distintas consecuencias. Pero al final la princesa será besada por el príncipe y a nadie le importa si en el medio fue torturada por una madrastra durante tres cuartos de metraje. Práctica que en la vida real dejaría varias secuelas y una terapia de por vida. ¿Pero a quien le importa la vida real? ¡Es una película de Disney! Hoy, más de 60 años después del estreno de la Cenicienta animada, esa empresa que se llama Disney y que pronto tendrá los derechos de todas las historias escritas y por escribirse, contrató al director de Enrique V, Hamlet, Frankenstein y Thor para filmar con actores de carne y hueso una modernización del clásico de todos los tiempos. Modernización que para ser justos solo va de la mano del diseño de arte del film, ya que la historia permanece intacta. Y como suele hacerlo, a pesar del desafío Kenneth Branagh ofrece un producto prodigiosamente redondo. Al ritmo del clásico Bidibi Badibibu, los sueños de la doncella interpretada por Lily James con una delicada y medida actuación, se van haciendo realidad. Impulsada por las conductas de comportamiento que su madre le inculcó de pequeña antes de morir, Ella con valentía y bondad sobrepasa todas las trabas que su cruel madrastra (Cate Blanchett en otra soberbia interpretación) pone en su camino hacia la felicidad. Con un poco de ayuda de la Hada Madrina (Helena Bonham Carter) y un diseño de producción impecable en donde el vestuario, el arte, los FX y la fotografía dan en la nota justa, Branagh consigue que su película sea un producto que calza igual de bien para las viejas y nuevas generaciones.
Todos los años las candidaturas a los Oscar cumplen su cuota de nominar a un film políticamente correcto más por su contenido moral o político que por sus virtudes cinematográficas. En la ceremonia que se celebrará el Domingo 22 en Los Angeles, Selma será la contendiente que ocupe ese lugar como una suerte de nominación meritoria. Dicho esto, la obra sobre la lucha de Martin Luther King en el estado de Alabama que le significó ganar el derecho igualitario al voto para los afroamericanos de todo el país, no carece de sus propios meritos. Se trata después de todo, de un pequeño descanso de los héroes a los que nos hemos acostumbrado a ver en el cine en los últimos años con sus calzones, antifaces y capas reemplazado por un verdadero héroe de carne y hueso que dio su vida por aquello en lo que creía. Por fortuna el metraje no abusa de efectismos y golpes bajos sino que se concentra puntualmente en la lucha diaria que Martin Luther King y sus seguidores soportaban. Sin embargo, es el ritmo irregular de la acción dramática el que hace que por momentos Selma se torne un tanto cerril y difícil de seguir. Son demasiados los lapsos entre los cuales luego de largos y reiterativos diálogos la película recobra su vivacidad y fuerza con intervenciones de personajes históricos como el para entonces primer mandatario Lyndon Johnson, el ultraconservador gobernador de Alabama George Wallace y el mismísimo Malcom X. Selma se añade a la extensa biblioteca de películas que invitan a reflexionar sobre una situación social histórica que logró un significativo cambio a nivel mundial y local. Y no por casualidad se da en esta época del año en la cual los selectores de La Academia posan el ojo sobre qué material debe ser nominado a un Oscar y cuáles no.
Allá por el año 2012 los hermanos Wachowski estrenaron una épica entre reflexiva y profunda que se situaba en 6 épocas distintas. Muchos se frustraron no comprendiendo absolutamente nada de lo que acababan de ver. La crítica y la aceptación popular se dividió entre aquellos que acusaban al film de aburrido y aquellos que aseguraban que solo el tiempo la elevaría al lugar correspondiente como obra de culto. Tres años después, los Wachowski vuelven a incursionar en la ciencia ficción con una historia mucho más lineal y menos evocativa que su última producción. A modo de aventura interestelar clásica en la línea de Flash Gordon, Dune o inclusive Barbarella, El destino de Jupiter propone una historia de damiselas en peligro al mejor estilo Cenicienta en el espacio. Entre avistamientos de alienígenas, fregadas de retretes y humanoides que andan en rollers voladores dejando una estela azul (sí, en serio, rollers voladores, en tu cara Volver al Futuro 2) Mila Kunis descubrirá no solo que el universo es mucho más vasto de lo que ella cree, sino que pasará de ser una simple empleada doméstica muy bien maquillada a la propietaria de un planeta entero -adivinen cual-. Pareciera como si los creadores de la saga Matrix (¡Cuánto mejor hubiera sido si en vez de saga solo pudiéramos decir "la película Matrix"!) se negaran a aceptar que el mundo es tal cual lo conocemos hoy. Aquí nuevamente proponen que los humanos somos parte de una gran mentira similar a la matrix o todo lo que sucedía "por detrás" en hombre de negro. Entre edificios que explotan e invasiones intergalácticas, distintas razas alienígenas con un sentido de la moda particularmente absurdo se disputan el destino de la tierra en sus naves espaciales. Mientras tanto aquí abajo nos preocupamos por problemas tan mundanos como el calentamiento global y la finitud de ciertos recursos naturales. Andy y Lana Wachowski aprovechan el género para desbordar y regalar homenajes a películas y personajes como Terry Gilliam (quien tiene su propia y simpática intervención) y sus ironías sobre la burocracia en Brazil, a Shyamalan y sus señales, y hasta a los tebeos de Alejandro Jodorowsky. Pero sin dudas su mayor mérito es que se sincera con sus confesas intensiones de entretener abogando por la aventura, los duelos, sus extraños conceptos e ideas visuales (que no siempre funcionan) y un ligero andamiaje infantil que así y todo funciona mucho mejor que la pomposa Cloud Atlas.
La teoría del todo encaja perfectamente dentro de los esquemas de una biopic melodramática poniendo el énfasis no en la vida profesional de una de las mentes más brillantes de las últimas décadas, sino en su vida romántica. Basada en las memorias de la primera esposa de Stephen Hawking, la película avanza parejo desenvolviéndose en los campos de la tragedia mientras la enfermedad del astrofísico se deteriora. Sería injusto acusar que el efectivísimo de la película se da en función de la faceta lacrimógena de la historia. Aquel que no conozca los padecimientos de este hombre de ciencia merece ahogarse en sus propias lagrimas. Desde el comienzo se sabe que el relato nos desnudará las crudas condiciones de un joven que se retorcerá hasta quedar inmovilizado por su cruel enfermedad, con lo cual esa sorpresa no debería ser tal. Por el contrario su duro pesar está acompañado de un agradable sentido del humor y una delicada sutileza que parece ofrecer un justo retrato de la personalidad del protagonista. El mismo Stephen Hawking dijo sobre Eddie Redmayne "Creí que era yo en la pantalla". Y su performance no es solo la consecuencia de una detallada observación sobre el verdadero Hawking. Redmayne, ayudado por un coreógrafo profesional, pasó meses estudiando la motricidad de pacientes con Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Los extraordinarios resultados pueden verse entre los fotogramas de esta película que se alza como firme candidata al Oscar en materia de interpretaciones. Ahora bien, la mayor decepción se la llevarán aquellos que esperen ver una película sobre la obra e influencia de Stephen Hawking en los campos de la ciencia. De hecho hubiera sido más justo si el film hiciera referencia a Jane Hawking en vez de a su marido, porque realmente la historia pareciera centrarse mucho más en ella. Y esto no debería ser necesariamente un problema fuera del blanqueo de contar la historia de una figura de menor renombre que la que aquí se propone. En cualquier caso quizás lo más recriminable hacia su director James Marsh es que todo lo que aquí se expone no son más que extractos que se pueden encontrar en cualquier biografía. La teoría del todo se muestra un tanto superficial en planteamientos que podrían haber sido un poco más desafiantes. Pareciera que el director y sus guionistas no quisieron arriesgar nada y atenerse a lo que cualquier biografía de internet tiene para contar. Así y todo son sus características más amenas y amigables las que lo convierten un producto fácil de digerir y si bien puede no pasar a la historia como una producción memorable, sin dudas será recordada por la actuación de su protagonista Eddie Redmayne.
Existe en inglés una frase que describe a la perfección el tipo de historia que Angelina Jolie decidió adaptar en su segunda intervención como directora: "Bigger than life". Traducido literalmente "más grande que la vida". Si hay algo que hay que reconocerle a Angelina es que ambición no le falta. La historia de Louis Zamperini es absolutamente sorprendente. Y como el título de esta biopic describe, el jóven atleta y su espíritu inquebrantable le permitieron sobrevivir donde muchos otros hubieran sucumbido. El guión escrito por los hermanos Joel e Ethan Coen se divide en tres partes principales. La historia de vida de un atleta, su supervivencia a la deriva en el mar y luego el desafío de no morir en un campo de concentración japonés. La vida intensa que llevó Zamperini fue carne de best-seller en el año 2010, tan solo 4 años antes de su muerte. Y a propósito de ello, la escena de créditos del film muestra una interesante redención del viejo Louis a los 80 años en su regreso al Japón en el que atravesó sin dudas los peores momentos de su vida. Pero volviendo a la estructura de la película, pese a que tener ambición no suele ser algo malo en este tipo de cintas, Angelina Jolie peca de reiterativa y logra saturar un poco con un relato que parece nunca acabar. Tras ganarse al espectador con un comienzo atrapante filmado con excelencia (con ayudita del gran Roger Deakins que nuevamente competirá por un Oscar como mejor director de fotografía), la directora sigue por el buen camino hasta que en el tramo final parece perder el rumbo con una reiterada sucesión de vejaciones al protagonista que atraviesan el camino inevitable en busca de la lagrima del público. Inquebrantable es mucho más que un buen esfuerzo pero menos que una promesa cumplida. Si Angelina sigue por este camino sin dudas sus próximos proyectos superaran sus hasta ahora más que dignas producciones que a pesar de todo nos dejan con algunas ganas de algo más.
Andrew Neiman (Milles Teller) persigue un sueño común a infinidad de adolescentes que recién salidos del secundario deciden abocar su carrera a la música. Pero no se trata del caso del joven que descubre a los Beatles, los Ramones o Iron Maiden y concluye que quiere llevar una vida repleta de excesos, fama y de paso tocar un instrumento. Cuelga de la habitación de Andrew un poster que dice algo así como "los bateristas que fracasan en la música se unen a una banda de rock". Las ambiciones del joven percusionista son mucho mayores que lo que el rock tiene para ofrecer. Al ingresar en el conservatorio de música más elitista y exigente de la costa Este, Andrew convertirá de a poco su pasión, sacrificio y esfuerzo en un obsesivo duelo con un docente cuya particular metodología pedagógica lo lleva a ridiculizar y humillar a su alumnado. Whiplash avanza a un ritmo meticuloso y medido que unce a su protagonista en un espiral autodestructivo que parece arrastrarlo al aislamiento de casi todo contacto humano. Andrew se permite crecer como músico a costa de su familia, amistades y toda relación sentimental. Uno de los mayores méritos del novato director del film es que logra abstraerse de todo juicio moral o social sobre su personaje. Damien Chazelle presenta su historia y permite que sea el espectador quien juzgue o simplemente acompañe los andares de su protagonista sin introducir una lectura propia sobre sus valores y principios. La devastadora esencia de la película se resume en lo que para el profesor del conservatorio son las dos palabras más perjudiciales en la carrera de un estudiante de música: "Buen trabajo". Acorde a su metodología de incentivos y exigencias, un mero atisbo de felicitación sería toda una declaración de principios capaz de destruir la excelencia y el potencial artístico de un músico en crecimiento. Para el personaje interpretado por J.K. Simmons (ganador del Globo de Oro y candidato a mejor actor en los Oscars por este papel) su mayor temor es no poder identificar y ver nacer al próximo Charlie Parker por haberlo felicitado y privarse de exprimirle hasta la última nota musical, que a su entender sólo se consigue con sufrimiento de por medio. Whiplash acerca lo innoble a lo sublime en una disciplina artística como la música. La historia logra profundizar la psicología de dos personajes cuyo sacrificio emana dolor dentro y fuera de la pantalla hasta condensarse en su máxima expresión en un clímax final gigantesco.
Enero y Febrero son a nivel internacional los dos meses más interesantes en materia de estrenos de cine. El motivo es sencillo. Mirando de reojo a los Oscars, los directores, productores y actores que apelan a llevarse alguna estatuilla saben bien que por estas fechas compiten los estrenos que más chances tienen de ser fichados por La Academia. Pero a no confundirse. El estreno de Fury (tal su título en inglés) no necesariamente tiene en la mira a los Oscars. Curiosamente en una época en donde los estrenos a nivel mundial suelen diferir poco o nada con el del país de origen del film, en este caso el desfasaje entre Estados Unidos y Latinoamérica fue de al menos tres meses. Y por estos pagos se trata quizás de uno de los estrenos menos esperados del año. Poco tiene esto que ver con la calidad de la película protagonizada y producida por Brad Pitt, sino más bien con el controversial siniestro que sufrió la compañía Sony Pictures que se vio obligada a adelantar el estreno en Estados Unidos y varios países de Europa. Y es que hace ya más de dos meses que la película anda circulando por internet para ser descargada sin autorización de la compañía Sony, por supuesto. Haciendo a lado lo anecdótico, Fury parecía pisar fuerte como inminente sorpresa en la temporada de premios, pero las reacciones de la crítica británica (los primeros en verla en festivales) decepcionaron a más de uno. Y pasada la entrega de premios de los globos de oro, el film dirigido por David Ayer ni siquiera estuve entre los nominados. ¿Cuánto tiene esto que ver con las virtudes y defectos del film? Mucho y poco a la vez. Cuando las luces se apagan, ya sea en la sala de cine o la comodidad del hogar, se da lugar al goce o rechazo de la película en cuestión del modo más subjetivo posible y poco importan las críticas y nominaciones a los premios. Corazones de hierro está filmada y narrada con una estructura de película bélica clásica. Por fortuna su director decidió ignorar esa tendencia de los últimos años de agregar realismo a la composición a través de una cámara en mano que mal utilizada, lejos de contribuir a la inmersión en el contexto de la historia, repele y confunde al espectador. Acá los planos son cuidados y el énfasis está puesto en las heroicas batallas que estos héroes olvidados de la segunda guerra mundial llevan a cabo. Pero a la vez se presenta una contradicción. Por un lado David Ayer induce a los actores a comportarse de un modo natural y descontracturado con acentos en ocasiones inteligibles en el contexto de una ruidosa mezcla de sonido, y por el otro muchos de los diálogos que intercambian los protagonistas parecen un compilado de grandes éxitos de frases de películas bélicas. Aun así, gracias a la cruda, sucia y cruenta visión del director, resulta muy fácil dejarse cautivar por los andares de este grupo de soldados que recorre en tanque una Alemania nazi en retroceso y al borde del fin de la guerra que más ha alimentado al cine de historias. Quizás lo más reprochable sea la necesidad intrínseca de David Ayer por explicar y exponer todo sin dejar cabos sueltos no dando lugar al espectador a realizar una interpretación propia. Todo está servido en bandeja y ya viene masticado de antemano.
Hay quienes dicen que el cine de acción es el auténtico género cinematográfico por excelencia. No teniendo antecedentes directos en la literatura o el teatro, lo que hoy cualquier sinopsis de una película encuadra dentro del género de acción predispone al espectador a ver un producto con una espectacularidad que solo el cine puede ofrecer. Pero luego de una época dorada que se remonta a los años ochenta y noventa con las películas de superestrellas del género como Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone y Bruce Willies entre otros, los guionistas y productores de Hollywood parecen enfrentarse a diario con la dura tarea de sorprender y cautivar con algo que el público no haya visto. Tanto es así que en la última década han revivido viejas glorias que pese a estar ya entrados en edad parecen negarse a ceder el lugar a las nuevas generaciones. Sin más, así es como Los indestructibles ya lleva su tercera entrega y sigue llenando las salas. O como el inoxidable Liam Neeson a pesar de sus pasados 60 años sigue viviendo el cine a razón de tiros, piñas y patadas. Dicho esto, John Wick no viene a cambiar el paradigma. Y para el caso, Keanu Reeves tampoco es el estandarte del héroe de acción joven. Y aun así, la película de los debutantes directores más bien conocidos por su carrera como dobles de riesgo en más de ochenta películas, Chad Stahelski y David Leitch, ofrecen una bocanada de aire fresco en un género que aun tiene esperanzas. El detonante de la historia es secundario y para nada inusual, pero es la ejecución y el ritmo de la película lo que hace que John Wick funcione como un relojito (o más bien como una bomba de tiempo). El detonante en este caso es que el bueno de Keanu, que aquí interpreta a un ex-sicario, es sacado del retiro cuando la mafia rusa se mete con su perro y su auto. Grave error que provocará que durante la primera mitad del film los rusos se refieran a John Wick como "el hombre de la bolsa" o como le conocemos en Argentina, "El Cuco". Y lo que resta es pura venganza sangrienta y grotesca. Pese a la inexperiencia de los directores, John Wick logra no solo reposicionar a Keanu Reeves como un referente del cine de acción, sino también reencauzar un género que por momentos parece perder su identidad. Quizás lo único que faltaba era volver a lo básico y ejecutarlo con efectividad y entereza.
En el año 2005 cuando comenzó el proyecto de filmación de lo que sería la nueva película de James Bond, la productora Barbara Broccoli que ya había convocado a Pierce Brosnan para que interpretara al famoso espía inglés en cuatro ocasiones fue la encargada de elegir a un sucesor. Pese a que Brosnan sentía que aun podía ponerse en la piel de 007, Daniel Craig fue quien protagonizó Casino Royale en el 2006. Y curiosamente ese fue el origen de la película El Aprendiz (The November Man). Disgustado con la decisión de los realizadores, Pierce Brosnan decidió que inauguraría su propia franquicia cinematográfica de espías y en el mismo año del debut de Daniel Craig como Bond, compró los derechos de la novela de Bill Granger. Ocho años después finalmente podemos ver los resultados. La historia comienza cuando el agente Peter Deveraux protagoniza una escena en la que algo no sale como debería y por algún motivo, un buen par de años después ya estando retirado vuelve a ser contactado por su viejo empleador de la CIA. Y por esas cosas de los thrillers policiales él termina siendo cazado nada menos que por el agente a quien entrenó años atrás. En el medio Pierce Brosnan es retratado como un Jason Bourne jubilado que se codea con mafiosos, ex agentes, una Olga Kirylenko en el rol de la doncella en apuros y un montón de gente que saca número para intentar matarlos. Aun queriendo disfrutar de la película desprovisto de toda posible pretensión, la obra del director Roger Donaldson es difícil de seguir. Y el problema no es la complejidad de la trama ni la carencia de escenas de acción, sino la ineficacia al atraer al espectador desde una mala construcción de los personajes hasta una indiferencia absoluta por que el conflicto se resuelva.
En palabras de la autora del best seller Los juegos del hambre, "el texto intenta ser una percepción moderna del mito griego de Teseo y el minotauro". Sin embargo, por algún motivo, la mitología griega, muchos años después sigue pareciendo mucho más interesante que la saga escrita por Suzanne Collins. Sinsajo parte 1 más que ninguna otra de la saga esboza reflexiones en torno a la propaganda política, los procesos bélicos y el ejercicio absolutista del poder en una sociedad diezmada por un único líder. Pero al ritmo desacelerado en el que avanza gran parte del relato sugiere que el verdadero punto de ebullición de la historia sucederá en la última entrega de la saga. El director Francis Lawrence parece tan solo estar entrando en calor disimuladamente para que, al mejor estilo serie de televisión, deje todo asentado hacia el final de la película para que explote en Sinsajo parte 2. Algo que demuestra que luego del éxito de las dos primeras entregas, los estudios Lionsgate tienen una motivación puramente crematística. En esta lucrativa decisión de convertir a una película que se asomaba como trilogía, partiendo la última entrega en dos comprometen a los realizadores con la difícil tarea de prodigar un producto efectivo que en el fondo solo funcionará como un puente entre lo que ya vimos y lo que veremos luego. Los números de la taquilla avalan la decisión de los productores. Sin embargo, las críticas no tanto. El recibimiento por parte de la prensa internacional ha bajado un poco respecto de sus anteriores entregas. Y hay varios motivos que lo justifican. En esta nueva oportunidad por salvar a la sociedad del futuro distópico en el cual viven, la joven Katniss (esa suerte de Che Guevara femenino en clave adolescente) parece más interesada en resolver sus inquietudes amorosas que en sus alborotados periplos épicos de insurrección. Esto puede interpretarse de dos maneras. Una seria creer que el contexto sociopolítico que rodea a los protagonistas no es más que algo puramente circunstancial que poco aporta al melodrama que padecen Peeta y Katniss. Y la otra que el guión (o la historia original, que según se ha dicho está bastante bien adaptada en términos de fidelidad) apele a una efectividad mucho más chata y menos pretenciosa sobre una premisa que sin dudas daba para más. Sinsajo parte 1 falla en darle vida al potencial mito revolucionario de Katniss. Si bien internamente el personaje se debate entre salvar a su pueblo o dejarse llevar por su sentimentalismo amoroso, los guionistas o el director (cuesta señalar al verdadero culpable en semejante producto de estudio) se quedan en el medio privando a sus actores de una emoción verosímil y un clímax que consiga cautivar como se debe al espectador. Quizás el problema sea que en estos últimos años son pocos los directores/guionistas que se atrevan a desafiar aunque sea ligeramente el intelecto del público. O al menos no caer en un burdo menosprecio de su capacidad cognitiva.