A fines de los ’70 y durante los ’80, su belleza y carisma les permitían tener el mundo a sus pies. Triunfaron gracias al cine, el teatro de revista y la televisión, de la mano de capocómicos de la talla de Alberto Olmedo, Jorge Porcel y Juan Carlos Altavista, mayormente a las órdenes de Gerardo y Hugo Sofovich. Eran épocas de destape, y no dejaron de lucir sus cuerpos con el mínimo de ropa. Los hombres las deseaban, las mujeres las envidiaban. Trascendieron el jet set para convertirse en íconos. Sin embargo, las décadas siguientes no fueron muy amables. El factor tiempo fue crucial: ya no son jóvenes como en aquellos años dorados, y las grandes puertas aparecen cerradas. Pero el director José María Muscari las rescató y las puso como protagonista de una de sus más recientes y exitosas creaciones teatrales: Extinguidas. De esta manera, Mimí Pons, Beatriz Salomón, Luisa Albinoni, Silvia Peyrou, Noemí Alan, Patricia Dal, Naanim Timoyko, Adriana Aguirre, Pata Villanueva y Sandra Smith (quien en realidad no fue vedette sino cantante y conductora) recuperaron la atención y la masividad. El documental La vida sin brillos (2017) se sumerge en el detrás de escena de la obra. Pero lejos de conformarse con ser el típico backstage, con las rutinas en los camarines y pasillos, indaga dentro de la vida de cada una de las diosas de antaño. La cámara muestra a la Peyrou dando clases a gente de la tercera edad, a la Dal haciendo radio y bailando milongas, a la Villanueva practicando deportes, a la Salomón rindiéndole tributo a sus orígenes turcos… Y sin bien gran parte del mérito de los directores Nicolás Teté y Guillermo Félix es el de no caer en sensacionalismos propios de los programas de espectáculos más burdos, le dan su espacio a que algunas de las mujeres puedan hablar de sus situaciones más íntimas. Tal es el caso de la Albinoni y el relato de su lucha para convertirse en madre, y la confesión de Noemí Alan acerca de su batalla contra las adicciones. Por supuesto, hay momentos de humor, de ternura, y de recuerdos vinculados a Olmedo, Porcel, el éxito de antaño y la visión del presente. La vida sin brillos es mucho más que el retrato de sobrevivientes. Muestra a eternas batalladoras del mundo del espectáculo y de la vida, dispuestas a seguir superándose y no quedarse en el pasado (más allá de los lindos momentos), y lo hace con respeto y cariño, evitando los golpes bajos. La oportunidad perfecta para conocer en detalle a diosas de antes, diosas de siempre.
Las comedias familiares -sobre todo de Argentina- suelen cumplir con su función de llevar espectadores a las salas, pero son mal vistas o ignoradas por el público más exigente. En la mayoría de los casos se tratan de productos estelarizados por celebridades de turno, filmados de manera rápida y desencantada, donde la cantidad de chistes tontos es inversamente proporcional a la calidad de la película. Pero entre todos esos títulos sin corazón ni entusiasmo, es posible rescatar algunos exponentes. Décadas atrás, y sin olvidarse del encargo que tenía entre manos, Adolfo Aristarain les dio algo de vuelo (un poco más de cine, gotas de ironía) a La Playa del Amor y La Discoteca del Amor. De manera similar, Fabián Forte y Nicanor Loreti emprendieron Socios por Accidente y su secuela. Pablo Parés, uno de los pioneros del cine independiente de género argentino, había tanteado el terreno más industrial con 100% Lucha, El Amo de los Clones, en 2009. Ahora regresa, y mejor, al mando de Bruno Motoneta. Bruno (Facundo Gambandé) es un delivery boy, pero no como cualquiera. Con buen humor, va de un lado al otro con su motoneta, repartiendo productos de la tienda Extraordinarios Objetos, regenteada por su tío (Claudio Rissi, en uno de sus papeles más divertidos). Ese sábado termina su turno temprano y se dispone a juntarse con amigos por la noche, pero surge un último trabajo del día: ir a un laboratorio para retirar un líquido que, supuestamente, revive todo órgano muerto. El tío lo precisa cuanto antes, ansioso por resucitar a su perrito, ahora embalsamado. Pero al volver, se topa con una desgracia: su tía (Mirta Busnelli, siempre estupenda) se decapitó por accidente. Valiéndose de la milagrosa medicina, Bruno reactiva la cabeza, pero no el resto del cuerpo, que desapareció. La búsqueda de un cuerpo sustituto lo involucra en una peripecia tras otra, con aliados y enemigos de naturaleza más que humana. Lo primero que llama la atención es la presencia de Gambandé y de Candelaria Molfese, quien interpreta a la principal compañera de aventuras del muchacho. Ambos actores formaron parte de la serie Violetta, y Molfese sigue destacándose en Soy Luna. La idea de captar a un público juvenil está muy clara. La película bien podría haberse sostenido por la fama y el carisma de los protagonistas, pero va por más. Desde el principio propone un microcosmos mezcla de barrio porteño y realidad alterna, donde un tónico resucitador puede ser vendido por Internet sin resultar extravagante. El guión permite hacer verosímil el concepto, a través de una historia de aventuras con mucho humor (generalmente de carácter infantil, pero a veces usando juegos de palabras y otros chistes para todas las edades), y elementos de ciencia ficción y terror. Los guiños a Frankenstein y a películas con zombis como El Regreso de los Muertos Vivos y Reanimator permiten guiñarle un ojo al espectador devoto de aquellos clásicos. Además, Bruno Motoneta tiene fuertes puntos en común con la trilogía Plaga Zombie, que Parés codirigió. Allí también había un grupo de humanos que debía lidiar con cadáveres andantes (y algo más). Al margen del gore, se inscribe más en los géneros de acción y comedia, con personajes distintos entre sí pero dispuestos a jugarse la vida el uno por el otro en un ámbito hostil (esto último, un rasgo habitual en otras producciones dirigidas por Parés, como Filmatrón y la serie web Daemonium). Lo mismo sucede en BM, aunque en clave más delirante y apuntando más a los chicos, evitando insultar su inteligencia. Otro mérito del realizador es el de sacarle el jugo cinematográfico a cada escena, apoyándose en buenos trabajos de cámara, arte y fotografía. Fabio Alberti, Esteban Prol, Brian Buley completan el elenco de Bruno Motoneta, la nueva demostración de que una película familiar, con un poco de trabajo y dedicación, puede quedar bien de verdad.
Todos anhelan vivir el sueño americano. También Larry De Cecco (Martín Bacigalupo), un latino residente en Nueva York. Va de un casting a otro, esperando al menos una oportunidad, mientras trabaja cargando pesadas cajas para una empresa de mudanzas. También en sus ratos libres concurre a una iglesia evangélica. Otros pasatiempos más inusuales (espiar mediante una cámara oculta a la chica que, coachsurfing mediante, se hospeda en su departamento) y la sensación de que actúa casi cada minuto de su vida dan indicios de que no es una persona del todo normal, y que será capaz de cruzar límites con tal de encontrar su propia idea de éxito. El film del catalán Carles Torras presenta lo que parece otra historia sobre aspiraciones a triunfar en los Estados Unidos, en el centro del mundo, pero se trata de una excusa para explorar la psicología de un individuo cuya mente va en deterioro. Tiene fuertes punto en común con la posterior Nadie Nos Mira, de Julia Solomonoff. En esta película, Guillermo Pfening también encarna a un actor latino (en este caso, de Argentina) que quiere hacer carrera en Nueva York, con las dificultades que eso implica en estos tiempos tan difíciles para los inmigrantes, y se muestran partes de la celebérrima ciudad que no figuran en las postales, que vinculadas a la dura realidad. Pero mientras que Solomonoff le da a su historia un tono dramático, Torras comienza imprimiéndole a su largometraje un sabor comedia negra, para derivar en un thriller cada vez más oscuro y violento a niveles desagradables. El actor chileno Martín Bacigalupo (también coguionista) es el principal responsable de hacer creíble a Larry, quien habla y se mueve de manera exagerada, como si viviera en un aviso publicitario. De hecho, hasta habla en inglés cuando está solo o en presencia de otro latino. Un recurso buscado por los responsables del film, y que permite adentrarnos en la extravagante psicología del personaje. En el elenco también se destaca Larry Fessenden como su jefe. Sin ser una luminaria, Fessenden viene siendo uno de los nombres fuertes del cine independiente estadounidense, sobre todo de suspenso y de terror, desempeñándose como director, guionista, actor o productor. Callback muestra la contracara del american dream y nos sumerge en una auténtica pesadilla americana.
Dentro del cine fantástico y de terror de Argentina surgen nombres que comenzaron desde la independencia más absoluta y de a poco logran acceder a más presupuestos y recursos. Demián Rugna, por ejemplo. Desde The Last Gateway (2007), su ópera prima, presenta situaciones de puro horror en ámbitos cotidianos, o que al menos no invitan a hechos tenebrosos. Aterrados (2017) encaja en esa premisa. Un vecindario se vuelve epicentro de una serie de hechos paranormales: desde ruidos extraños hasta muertes atroces… con el agregado de que los cadáveres suelen volver de la tumba. El comisario Funes (Maxi Ghione) y tres especialistas en fenómenos parapsicológicos deciden averiguar qué sucede, pero las revelaciones pondrán a prueba la resistencia de cada uno. Se notan las influencias de clásicos como Poltergeist: Juegos diabólicos (Poltergeist, 1982), Pesadilla en lo profundo de la noche (A Nightmare on Elm Street, 1984) y Cementerio de animales (Pet Sematary, 1989), y puede ser relacionada con las sagas recientes de La noche del demonio (Insidious) y El conjuro (The Conjuring), ambas de James Wan. Sin embargo, Rugna jamás se sostiene a partir de homenajes o guiños para los fanáticos: la película genera un núcleo propio, basado en climas escalofriantes y golpes de efecto exactos, que no dan tregua al espectador. Su visión puede ser relacionado con el terror de Asia, donde la amenaza sobrenatural nunca discrimina a las víctimas ni por su edad ni por su manera de ser (a diferencia de cómo suele funcionar el género en los Estados Unidos, que invita a lecturas moralistas). Otro mérito del film es el uso, mayormente, de efectos prácticos, y la participación de actores talentosos, adecuados para sus papeles y no famosos. Estos detalles la vuelven una experiencia palpable, al estilo de los largometrajes de los ’80, en los que todo puede pasar. Aterrados consigue sobresalir por encima de otros films de terror argentinos porque, más allá de algunas calculadas y necesarias gotas de humor, deja de lado toda ironía y se sumerge sin culpa en el género. Además, marca un paso crucial en la carrera de Demián Rugna; junto con Daniel de la Vega, Pablo Parés, Gabriel Grieco, los hermanos Onetti y Fabián Forte, uno de los abanderados del fantástico más oscuro nacional.
Las listas de películas que jamás llegaron a existir suelen ser fascinantes. Sea por problemas de presupuesto, por el contexto sociopolítico, un buen número de producciones quedan sin concluir. De hecho, la mayoría no pasan de los storyboards. Incluso es habitual en Hollywood, y varios directores consagrados padecieron esa situación. El Napoleónque iba a dirigir Stanley Kubrik es un ejemplo paradigmático. Y casos como el de la adaptación de la novela Duna por parte de Alejandro Jodorowsky y Superman Lives, de Tim Burton, dieron pie a documentales. Y Terry Gilliam estuvo durante años en esa área por su demorada versión del Quijote. Argentina también tiene una buena cantidad de proyectos inconclusos, tanto a nivel industrial como del lado de la independencia. En La Película Infinita, Leandro Listorti recopila gran parte de ese material. Con narraciones ocasionales de Rosario Bléfari y Edgardo Cozarinsky, la película está conformada por escenas (algunas sin sonido), pruebas de cámara y otros fragmentos de films perdidos u olvidados, de diferentes épocas, géneros y presupuestos. Se suceden imágenes de producciones ambiciosas, como el primer intento de adaptar la novela Zama, de Antonio Di Benedetto, por parte de Nicolás Sarkis en 1984. Desfilan planos de Ceibo y Taba, la que iba a ser la ópera prima de Santiago Calori (periodista y director de Un Importante Preestreno). Surgen partes de películas a cargo de Mariano Llinás, Martín Rejtman y Alejandro Agresti, probando que hasta los cineastas nacionales con más prestigio pasaron por esa situación. Un caso especial es el de El Eternauta: se ven secuencias de la versión animada de 1968, dirigida por Hugo Gil, y también por allí es posible descubrir algo de la anunciada y nunca producida adaptación de Lucrecia Martel. Listorti no agrupa cada fragmento según un orden establecido (recién al final, durante los créditos, figuran los títulos de los films utilizados), y tampoco le imprime un intento de narración clásica, sino que hay un caos buscado desde el principio. De esta manera, funciona como una experiencia cinéfilo-sensorial para devotos del séptimo arte. La Película Infinita podría haber sido un documental rutinario acerca de films que lo lograron ser, y hubiera quedado un trabajo muy interesante y valioso. Sin embargo, Leandro Listorti eligió un camino diferente. El resultado no es para todo el público, y hasta puede terminar siendo abrumador, pero gana en audacia y originalidad.
La figura del militar siempre fue tenida en cuenta por el cine. Por general, tanto, en la ficción como en los documentales, la intención es usarlo a modo de propaganda o como blanco de críticas contra las fuerzas armadas. Los ejemplos son abundantes y ocurren en todas las épocas y en todas las latitudes. Pero Manuel Abramovich en Soldado (2017), elije un camino diferente. La cámara sigue a Juan José González, un joven que se alista en el ejército, según sus palabras, por motivos laborales, para contentar a su madre y porque le gusta. Lo que sigue es el adoctrinamiento, dentro de las aulas y fuera de ellas, trotando, realizando flexiones de brazos o practicando rutinas. Juan pronto se incorpora a la banda militar, tocando el tambor, y allí irá creciendo más. Lejos de tomar una postura, Abramovich se limita a capar la pureza de la experiencia de un muchacho que ingresa como voluntario y comienza una carrera militar. Aquí el desarrollo de un soldado se presenta como una oportunidad para este joven sin rumbo fijo, proveniente del interior. Ya no hay conflictos bélicos en los que intervenir, pero el Ejército les puede dar lugar a quienes mantienen esa vocación o pretenden encontrarle sentido a la vida. En un país, Argentina, donde las fuerzas militares son vistas de reojo debido a su activa intervención en golpes de estado, Soldado permite adentrarse en la intimidad de una persona que opta por formar parte de esas filas. Juan no pretende ni combatir enemigos, no se cree superior a nadie; sólo busca su lugar.
¿Qué hace que una mujer se sienta realizada? ¿Hasta qué punto los viejos mandatos familiares siguen vigentes, provocando choques culturales con heridas que duelen? ¿Qué hay de cierto en esa expresión de que “se te pasa el tren”? El Padre de mis Hijos navega por esas cuestiones y lo hace con humor. Eva (Mora Recalde) tiene treinta y siete años, se separa de Gastón (Javier Drolas), su novio, y vuelve a vivir con sus padres. Una situación de por sí especial, que se irá complicando con el cumpleaños número treinta y ocho y el anuncio de que su hermana (Paula Carruega) está embarazada. De pronto es consciente de que el tiempo pasa muy rápido y le dan ganas de ser madre. Una tarea complicada, porque no hay un hombre firme en su vida. Entonces Eva comenzará a conocer a diferentes muchachos (además de algún ocasional reencuentro con Gastón, quien desde hace tiempo frecuenta a otra mujer) con el objetivo de encontrar por fin a su Adán y poder formar una familia. Una peripecia que también la llevará a conocerse mejor a sí misma. Martín Desalvo ya había explorado el universo femenino en Las Mantenidas sin Sueños –codirigida por Vera Fogwil, también protagonista– y en el drama con vampiros El Día Trajo la Oscuridad. Su nuevo film como director sigue en esos derroteros, pero ya en clave de comedia cotidiana generacional, alejada de toda fórmula, sin juzgar jamás ni a Eva ni a ninguno de los personajes. El recorrido de la protagonista incluye su vida sexual, su relación con su familia, la complicidad de su mejor amiga (Romina Richi). Desalvo y sus guionistas construyen momentos hilarantes a partir de situaciones que por naturaleza no invitan a la risa como los vínculos sentimentales, la relación entre padres e hijos, la cercanía a los cuarenta sin tener una estabilidad en la vida (según lo que pregona el status quo). La película no teme ponerse seria y tierna cuando es requerido, pero nunca se desvía demasiado de su tono. Mora Recalde es Eva, la capitana de esa epopeya intimista. La actriz sabe darle humanidad a un personaje duro por fuera, sensible por dentro, reconocible y entrañable desde el primer minuto. Recalde es acompañada por un elenco secundario que se luce en cada aparición: los mencionados Drolas, Carruega y Richi, más Mirella Pascual y Horacio Fontova como los padres, y Julián Lucero en el rol del ginecólogo de Eva. La revelación es la debutante Margarita Páez (hija de Richi y de Fito Páez) como una preadolescente sin escrúpulos y motivo de divertidos gags. El Padre de mis Hijos es garantía de carcajadas, pero también mueve a pensar acerca de diferentes aspectos de la adultez.
¿Es posible obtener lo que uno deseaba y, así y todo, sentir que no alcanza, que de pronto no era lo que realmente se quería, que la felicidad pasa por otra parte? Cetáceos (2017) indaga en esas cuestiones. Clara (Elisa Carricajo) se muda a un nuevo departamento con Alejandro (Rafael Spregelburd), su pareja. Él enseguida debe viajar a Bologna, Italia, para hacer una ponencia. Ella da clases en una universidad y, en simultáneo, le confirman que obtuvo una anhelada beca. Todo parece ser pura felicidad en su vida. Sin embargo, no está satisfecha, o eso es lo que se advierte a través de las actividades que emprenderá durante esos días de estar sola: conoce a un músico escandinavo, le miente a su novio cuando se comunican vía Skype (no desembaló las cajas, no tuvo novedades de la beca) y se suma a un grupo de meditación que emprende un viaje. Tal vez en estas nuevas actividades pueda encontrarle el verdadero sentido a su vida, o al menos escapar de su esquemático modo de existir. El mayor mérito de la directora debutante Florencia Percia es contar la historia de una crisis evitando las explicaciones y los lugares comunes, limitándose a mostrar las andanzas de la protagonista. Y lo hace en clave de comedia al estilo de las producciones independientes que suelen llegar de los Estados Unidos (de gran influencia en los cineastas de los últimos años); el elemento cómico no está impostado sino que se desprende de las distintas situaciones que vive Clara. Para la adecuada ejecución de las ideas de Percia es crucial la actuación de Elisa Carricajo: su tono de voz y su mirada (de una fotogenia muy especial, como se comprobó en sus trabajos para Matías Piñeiro y Mariano Llinás) le permiten hacer creíble a esta chica de treinta y pico y sus vaivenes. Las intervenciones de Spregelburd suman hilaridad a la hora de satirizar a un académico que parece más preocupado por sí mismo que por cualquier otra cosa. Cetáceos le pone humor a una situación no tan humorística, además de que presenta a una directora con una sensibilidad personal.
La delincuencia es habitual en la sociedad argentina. Sólo basta con poner los noticieros para darse una idea de la cantidad de hechos de inseguridad que asolan las calles del país. Sin embargo, sólo conocemos los episodios en su superficie. Detrás hay muchas historias. Por ejemplo, la que presenta el documental Orione (2017) Evitando todo sensacionalismo y tono de denuncia, la directora Toia Bonino se centra en caso que no escapó a los informes periodísticos, pero lo hace desde el lado del criminal. Más precisamente, de la madre de Alejandro Robles, un muchacho de Don Orione (en el Sur del conurbano bonaerense) que se dedicaba al robar. Mientras prepara una torta para su nieto, y sin aparecer demasiado en primer plano, la mujer relata cómo su hijo se fue inclinando hacia un estilo de vida fuera de la ley, no por necesidades económicas sino por gusto. A la par, Bonino recurre a grabaciones en video de cuando Alejandro era chico y lleno de vida, y también incluye filmaciones de allanamientos, cuerpos en una morgue y el testimonio de un individuo que podría ser un infiltrado. A través de una estructura en siete partes, la realizadora consigue un balance entre la crudeza de lo sucedido y la intimidad en las escenas con la madre, quien, sin caer en lágrimas ni manifestaciones de rabia, transmite el dolor de quien perdió a un ser querido y no pudo hacer nada para cambiar lo que pasó. Orione no condena, no glorifica, sino que nos descubre la intimidad de uno de los miles de casos policiales que pueblan las noticias, y lo logra desde la familia de quien optó por el camino del crimen.
Dentro de los exponentes del cine de terror argentino, los hermanos Luciano y Nicolás Onetti de destacaron por su estética formal y su conocimiento en profundidad del género. Sonno Profondo (2013) y Francesca (2015) funcionan como estupendos homenajes al giallo. Los Olvidados (2017) es su apuesta más ambiciosa, tanto por sus recursos como por la incursión en otros derroteros. Un grupo de cineastas viaja a Villa Epecuén, un pueblo que quedó abandonado y en ruinas debido a una inundación ocurrida en 1985. La idea es filmar un documental sobre una muchacha (Victoria Maurette) que de niña sobrevivió a la tragedia que casi borró del mapa a su gente. Pronto descubrirán que allí ah algo más que árboles pelados, escombros y devastación en general: son acechados por unos individuos con máscaras de cráneos de animales e intenciones de puro sadismo. La película jamás oculta su sabor a El Loco de la Motosierra (The Texas Chainsaw Massacre, 1974) y La Colina de los Ojos Malditos (The Hills Have Eyes, 1977). Hay un grupo de víctimas a merced de un clan de asesinos desquiciados, en un paraje alejado de la civilización. Los códigos de aquellas obras maestras son respetados a rajatabla, y con respeto, dejando en claro que los directores conocen y aman lo que están contando. No es la primera vez que se realizan film así en Argentina: el español Adrián García Bogliano supo dirigir largometrajes como Habitaciones para Turistas (2004), y Nicolás Amelio-Ortíz debutó con El Bosque de los Sometidos (2012). Los Olvidados cuenta con un poco más de presupuesto, actores conocidos (Victorio D´Alessandro, Damián Dreizik, Gustavo Garzón, Mirtha Busnelli), y una locación a la que los Onetti saben sacarle el jugo: Epecuén existe y sus restos son tan reales que perturban. Los Olvidados no representa ninguna innovación dentro del género, pero sus valores formales, su clima inconfortable (gran trabajo de fotografía y arte) y los momentos de horror extremo la vuelven una experiencia indispensable y aterradora, para entendidos y para quienes estén dispuestos a tiritar frente a la pantalla. Además, demuestra que en Argentina se puede hacer terror al nivel de los Estados Unidos, Asia y Europa, y que estas producciones contribuyen a que se consoliden a nivel industrial.