Entre las novelas de Stephen King, It siempre se destacó por sobre las demás. La historia de siete amigos de la infancia que se reúnen para combatir otra vez a un monstruo ancestral que regresa cada 27 años se convirtió en una epopeya sobre los miedos de la juventud, sobre los miedos de toda la vida. Y no sólo miedos de origen sobrenatural sino también los que conviven bajo el mismo techo o que uno se encuentra a la vuelta de la esquina. Los protagonistas deberán ser fuertes para no sucumbir ante la amenaza, aunque están condenados a perder su inocencia. Rasgos distintivos del libro, que también lo son del autor de Maine. Al igual que la mayoría de sus obras, It pegó el salto a un formato audiovisual; más precisamente, a la televisión. La miniserie homónima, estrenada en 1990, respeta la estructura el voluminoso texto, con idas y venidas ente el pasado y el presente, pero resulta contenida en cuanto a los elementos más duros. El principal responsable de que esta versión generara un culto propio es Tim Curry y su caracterización de Pennywise, el payaso demoníaco que perturba a los protagonistas -y a una generación entera de espectadores-, que consolidó el pánico hacia los payasos y que se ganó un lugar en la cultura pop más tenebrosa, no tan lejos de íconos como Drácula, Frankenstein, Michael Myers y Freddy Krueger. It: Eso (It, 2017) es la segunda adaptación de la novela y la primera para el cine. En esta oportunidad, como un díptico, ya que este primer film sólo muestra a los personajes durante su juventud en el poblado de Derry, cuando conforman El Club de los Perdedores. Además de lidiar con problemas familiares y el maltrato por parte de una pandilla, son acechados por Pennywise (Bill Skarsgård), que se manifiesta en forma de payaso y de otros horrores, según el tormento personal de cada víctima. Eso conoce sus temores, y quiere enloquecerlos antes de hacerlos flotar. La violencia contra menores de edad siempre fue un tabú en Hollywood, ya que es un factor que provoca rechazo en el público. Incluso dentro del cine de terror -campo por excelencia para hablar de cuestiones incómodas, prohibidas- todavía hay restricciones. It va lo más lejos posible al mostrar asesinatos, mutilaciones y torturas (no sólo por el lado de Pennywise), y sugiriendo, lo más posible, un abuso sexual. La primera secuencia, en la que Georgie (Jackson Robert Scott) se encuentra con Pennywise en la alcantarilla, marca el tono de lo que vendrá. Para encontrar antecedentes de largometrajes aterradores mainstream con elevado nivel de crueldad hacia chicos es preciso remitirse a El Exorcista (The Exorcist, 1973) y a dos adaptaciones de King: El Resplandor (The Shining, 1980) y Cementerio de Animales (Pet Sematary, 1989). El principal responsable es Andy Muschietti. El cineasta argentino venía de realizar Mamá (Mama, 2013), con el padrinazgo de Guillermo del Toro; allí demuestra su capacidad para generan climas siniestros, que de a poco van devorando la cotidianidad, y si bien recurre a sustos mediante golpes de efecto (en mucho menor medida que James Wan, eso sí), también logra momentos escalofriantes usando diferentes recursos, como cuando las niñas juegan con Mamá. Todo esto, sin descuidar el drama humano que impulsa la historia. En It potencia cada uno de aquellos aspectos, consolidando lo que ya puede considerarse un estilo. Otro logro de Muschietti es su fidelidad a la novela, en el sentido de que conserva los detalles más violentos y consigue transmitir la suficiente tensión sexual entre los chicos. El director es leal a las páginas de S.K. aún cuando aplica algunos cambios importantes: los chicos tienen 13 años en vez de 11 (para puntualizar el despertar sexual), Georgie no es dado por muerto sino que figura como uno más de los niños desaparecidos, y la relación temporal entre pasado y presente ya no es 1958-1985; ahora que ocurre en la niñez es 1989, de manera que hay una recreación de época a través de referencias cinematográficas -en el cine de Derry proyectan Batman, Arma Mortal 2 (Lethal Weapon 2) y Pesadilla 5: El Niño del Sueño (A Nightmare on Elm Street 5: The Dream Child)- y musicales (suenan temas de The Cult, XTC, The Cure y hasta New Kids on The Block para detallar la sensibilidad de uno de los Perdedores). Esta modificación de período histórico no responde a una movida nostálgica, muy común actualmente, sino a establecer una relación entre 27 años atrás y ahora. Y no sólo eso: la cultura popular de los ’80 tiene mucho de los ’50 debido a cuestiones generacionales, por lo que hay un sabor similar en ambas décadas. Curiosamente, Muschietti y su hermana Bárbara -productora y mano derecha- no constituyen las primeras presencias argentinas en una adaptación de It: la miniserie tuvo dentro del elenco a Olivia Hussey –otrora fetiche de Franco Zeffirelli-, quien encarnaba a la esposa de uno de los antihéroes. El verdadero corazón de la película es El Club de los Perdedores. Los siete jóvenes intérpretes y la química entre ellos permiten que uno pueda involucrase en sus desventuras. Aunque a primera vista llevan a pensar en Los Goonies (The Goonies, 1985) o en Los Exploradores (Explorers, 1985), ambas producciones de Steven Spielberg, tienen más que común con los amigos de Cuenta Conmigo (Stand by Me, 1986), al punto de que Muschietti calca una escena. Todos los caminos siempre vuelven a King. Dentro del Club se destacan Jaeden Lieberher como Bill, el sufrido hermano de Georgie, y en el rol del cómico Richie Tozier está Finn Wolfhard, quien viene de un serie que homenajea los universos de King y de Spielberg: Stranger Things. Pero el que más despertaba expectativas era Bill Skarsgård como el flamante Pennywise. La diferencia entre su desempeño y el de Tim Curry no se limita al maquillaje y el vestuario: Skarsgård va menos por el histrionismo y la carcajada, y le otorga al personaje un aire siniestro, pero sin perder su capacidad encantadora. Cada aparición suya provoca inquietud, pavor, pero también fascinación. La dualidad de los mejores monstruos. Una caracterización que ya se ganó su propio espacio en el podio de los íconos del miedo gracias a la utilización de recursos diferentes a los de Curry (incluyendo un ojo desviado según la escena). Siguiendo con las criaturas, también se luce el español Javier Botet, que ya había sido Mamá para Muschietti y ahora le pone su raquítico cuerpo a otras encarnaciones del mal que azota al pueblo. It es la película de terror más audaz surgida recientemente del corazón de Hollywood. No se propone ser otra Super 8 (2011), no es Spielbergiana ni siquiera en su superficie (la ecuación chicos + bicicletas no alcanza para calificar como eso): funciona como una pesadilla que no da tregua, que trasciende edades. Triunfa como adaptación, y si bien no puede esquivar las comparaciones con la novela y el telefilm, se sostiene por sí misma. Un nuevo clásico del género. El éxito de esta película confirmó la concreción de la secuela, que mostrará a los Perdedores como adultos torturados pero valerosos. Difícil saber si repetirá el suceso, pero ya es uno de los films más esperados para todos los que estén dispuestos a flotar.
Aún en sus momentos menos inspirados, el cine de acción siempre es garantía de entretenimiento, de pasar un buen rato lejos de la rutina diaria. Asesino: Misión Venganza (American Assassin, 2017) cumple al pie de la letra con ese objetivo, y lo hace con tópicos que constituyen una fórmula ganadora. Mitch Rapp (Dylan O’Brien) nunca tuvo una vida tranquila. De joven, sus padres mueren en un extraño accidente automovilístico. Ya de adulto, estando de vacaciones en España, no logra impedir que Katrina (Charlotte Vega), su novia, muera en medio de un atentado terrorista. Consumido por el dolor, comienza a prepararse para aplicar la Ley de Talión contra quienes terminar por arruinarle la existencia. Su entrenamiento en las artes marciales y en el manejo de armas lo llevan a ser reclutado por la CIA. Allí pasará a ser entrenado por el veterano Stan Hurley (Michael Keaton). Juntos deberán enfocarse en un objetivo claro: detener a un criminal que no perdona ni a civiles ni a militares. Pronto descubrirán un plan maestro para desencadenar la Tercera Guerra Mundial. La película está basada en uno de los libros de la saga de novelas escritas por Vince Flynn, que mezclan espionaje, persecuciones, disparos, explosiones y torturas. Todos esos elementos forman parte del film, que jamás escapa de la sombra de anteriores -y mejores- historias de este estilo, como la franquicia de Jason Bourne. Aunque Antoine Fuqua y Edward Zwik estuvieron involucrados en el proyecto, quien se encargó de dirigir es Michael Cuesta. En L.I.E. (2001), su estupenda ópera prima, mostró una mano interesante para contar dramas, sacar lo mejor de los actores y plasmar climas inquietantes. Eso también se nota en su paso por la televisión (realizó capítulos Six Feet Under y Homeland, entre otras) y en Kill the Messenger (2014). Asesino: Misión Venganza continúa la premisa de presentar personajes tratando de sobrevivir en un mundo oscuro, corrupto y violento, pero se queda en un producto más rutinario. Dylan O`Brien es más conocido por la serie Teen Wolf y por su protagónico en la saga de Maze Runner: Correr o Morir (The Maze Runner, 2014). Aquí tiene mayor oportunidad de lucimiento, y su nivel de corrección -como el de la mayoría del elenco- le alcanza para sostener la película. Por su parte, Michael Keaton se ve cómodo en su rol de mentor, en gran parte porque siempre le parte un carisma especial a sus personajes. Asesino: Misión Venganza no ofrece innovaciones en el terreno del thriller de espionaje, pero se las arregla para cumplir con su propósito de divertir un rato. La idea de los responsables es adaptar más novelas de Flynn con Rapp de protagonista. ¿Se dará?
Estamos en los años 30. Al salir de la cárcel, Mateo (Leonardo Sbaraglia) regresa a La Pampa. Ya nada es como era: sus camaradas anarquistas ya hicieron su vida, y le fue robado El Rey, su gallo preparado para la riña. En medio de su deambular conoce a Aurelia (Cumelen Sanz) y Carmelo (Santiago Saranite), dos hermanos en busca del padre, que trabaja en las Salinas Grandes de Jujuy. Mateo se dispone a llevarlos hasta allá arriba de su infatigable camioneta, que sirve tanto para transitar largos kilómetros como a la hora de hervir los huevos que ponen las gallinas que supo robar. Los tres emprenden la marcha, en un viaje que les permitirá conocerse más y entablar una relación de amistad. La ópera prima de Fernanda Ramondo es una road movie de época, con todos los ingredientes de este subgénero, empezando por la inclusión de personajes que deben aprender a confiar en sí mismos para llegar adonde se proponen. Sin caer en un estilo contemplativo, la directora se las ingenia para transmitir detalles de los tres viajeros haciendo uso de los gestos justos y de las palabras adecuadas. Leonardo Sbaraglia vuelve a mostrar su talento para transformarse en sus personajes. Su composición de Mateo, un español recio pero de buen corazón, es la enésima prueba de su capacidad interpretativa. Cumelen Sanz no se queda tras en su rol de una muchacha que esconde sus verdaderos sentimientos (por más positivos que sean), y el joven Santiago Saranite es toda una revelación. No te Olvides de Mí es un film entrañable, que permite descubrir a una cineasta promisoria.
El turismo sexual es común en todo el mundo. La ciudad de Buenos Aires no se queda atrás: así como visitantes de distintas partes del globo llegan para recorrer lugares de renombre, visitar museos y transitar zonas como La Boca y San Telmo, otros aterrizan con el objetivo de contratar prostitutas y pasar un buen rato. Se trata de una subcultura conocida como Monger, que le da título a este documental. El director Jeff Zorrilla hace foco en tres personas. Por un lado, Ramiro, estadounidense que se encarga de coordinar los encuentros entre los mongers y la compañía femenina que elijan. Uno de ellos está cerca de alcanzar el record de acostarse con 400 mujeres antes de su cumpleaños. Tal es su dedicación, que se dedica a puntuar cada atributo femenino. El tercero es un inglés que tuvo un hijo con una escort argentina, y aunque sabe que el chico no pasará necesidades permaneciendo sólo con él, vive en el país para que pueda estar con la madre. Zorrilla presenta con honestidad los movimientos de estos individuos, sin hacer juicios de valor. De esta manera, la cámara registra cada confesión, cada interacción entre cliente y prostituta (a la hora de conocerse en lugares públicos, nunca en la intimidad), sin ponerse del lado de ninguna de las partes. Secuencias oníricas filmadas con cámara Super 8 (el director se especializa en este formato) funcionan a modo de separadores. Monger: Turismo Sexual en Buenos Aires permite adentrarse en una movida que no es familiar para el gran público y que, por lo arriesgado y sincero del contenido, no dejará de llamar la atención.
El cine y la política nunca fueron ajenos entre sí. Los presidentes en especial fueron el centro de numerosas producciones, muchas veces en el marco de biopics, pero también como mandatarios de ficción, siempre con un correlato anclado en la vida real. El guionista Aaron Sorkin descolló en este subgénero gracias a Mi Querido Presidente (An American President, 1995), dirigida por Rob Reiner, y la serie The West Wing. Salvando El Apóstol (1917), el primer film animado de la historia, donde se satirizaba la figura de Hipólito Yrigoyen, Argentina no tiene tradición en largometrajes de ese estilo, de modo que La Cordillera (2017) representa una novedad. Hernán Blanco (Ricardo Darín), recientemente electo Presidente de Argentina, llega a Chile para acudir a una cumbre presidencial en un hotel de la cordillera; un evento que reúne a sus pares latinoamericanos con el objetivo de debatir alianzas relacionadas a la industria del petróleo. Se deberá definir si respaldar al presidente de Brasil (Leonardo Franco), el más poderosos y respetado de la región, o permitir la intervención de los Estados Unidos. Blanco se verá envuelto en una serie de dilemas cuando reconoce las oscuras intenciones de algunos de sus colegas. Y como si fuera poco, debe lidiar con problemas familiares también vinculados a lo profesional: Marina (Dolores Fonzi) llega al hotel después de romper con su ex -acusado de manejos turbios-, y trae al presente cuestiones de un pasado incómodo. Demasiada presión en muy pocas horas, y con mucho por jugarse, tanto por Latinoamérica como por su propia vida. En El Estudiante (2012) y La Patota (2015), Santiago Mitre ya había explorado la intimidad de ámbitos y personajes vinculados al poder, sin escaparle a los aspectos más incómodos. La Cordillera le permite ir más allá: la cámara permite ser testigos de los movimientos de un presidente y de su equipo, sobre todo en instancias tan decisivas. Aunque los personajes son ficticios, no vinculados directamente con ninguna figura política existente, el director pone énfasis en la verosimilitud; cada detalle le da realismo a la historia. Pero la búsqueda de Mitre no pasa por el pseudocumental, ya que la subtrama de Marina y las sesiones de hipnosis a las que es sometida le agregan a la trama un componente de misterio, de lobreguez. Este elemento no queda del todo desarrollado y termina en la nebulosa, pero consigue algunos de los momentos más inquietantes del film y deja algunas interesantes preguntas en el aire con respeto a la personalidad de Blanco. Ricardo Darín prometía en el rol de presidente de los argentinos, y cumple con creces. Valiéndose de una de las interpretaciones más contenidas de su carrera, le da cuerpo y alma a un político que que debe mostrar su capacidad ante dos situaciones delicadas y relacionadas entre sí. Sus escenas con los no menos excelentes Érica Rivas, Gerardo Romano, Dolores Fonzi y Daniel Giménez Cacho son grandes muestras de su performance, como también la parte en la que negocia con un representante estadounidense, encarnado por un sobrio Christian Slater. La Cordillera es un thriller político que coquetea con el thriller psicológico, y pese a no haber una cohesión entre una cosa y la otra, sigue siendo un interesante muestrario de las preocupaciones de Mitre por revelar los hilos de quienes están más arriba.
El cine italiano supo dar comedias que trascendieron toda época, y con nombres que se volvieron íconos, como Alberto Sordi, Ugo Tognazzi y Nino Manfredi. Ya no se hacen films tan desopilantes como aquellos, e Italia no viene dando nombres fuertes (sobre todo si se compara con décadas anteriores), pero es posible toparse con algunas películas capaces de sacar varias sonrisas y carcajadas. Por Siempre Jóvenes (Per siempre giovane, 2016) logra eso. La historia se centra en una serie de personajes al borde de los 50 años o con más edad, cada uno con un conflicto parecido. Diego (Lillo Petrolo), el conductor de un programa de radio de música retro, es desplazado por un chico youtuber de moda. Giorgio (Fabrizio Bentivoglio), jefe de Diego y devoto a las fiestas y otras actividades propias de veinteañeros, se enamora de Stefania (Lorenza Indovina), una mujer más cercana a su generación. Sonia (Luisa Ranieri), una adicta al touch and go con muchachos, descubre que su amiga Angela (Sabrina Ferilli) mantiene una relación con su hijo (Emanuel Caserio), de 19 años. Franco (Teo Teocoli) no quiere dejar de hacer deportes aunque vaya por los sesenta y el cuerpo ya no sea el de antes. La nueva comedia de Fausto Brizzi toca temas como el paso de los años, la vitalidad juvenil y la aceptación de la madurez, y lo hace con humor. Los choques culturales y generacionales, así como los enredos, son el motor de gags físicos y dialogados. El mejor ejemplo, cuando Giorgio celebra que Stefania sepa de qué le habla cuando menciona la Commodore 64. El mérito reside en un guión ágil y divertido, y sobre todo, en un elenco que es pura frescura, que tiene a Lillo y a Fabrizio Bentivoglio comiéndose sus escenas; incluso los más secundarios tienen la oportunidad de lucirse. Mención especial para la banda sonora. De hecho, el título proviene de “Forever Young”, clásico del grupo alemán Alphaville, aunque aquí suena un cover. Sí es posible apreciar las versiones originales de “Alright”, de Supergrass, que abre la película; “Total Eclipse of the Heart”, de Bonnie Tyler, y “Video Killed the Radio Star”, de The Buggles. Éxitos de antaño puestos en función a la trama, pero que juegan un inevitable factor nostálgico, hoy tan decisivo para cautivar a los de más de 30. Sin ser una joya y sin pretender serlo, Por Siempre Jóvenes es un film delicioso y entrañable, que también deja pensando en las etapas de la vida.
Un velero y un trío de actores saben ser la ecuación de películas más que interesantes. El Cuchillo Bajo el Agua (Nóż w wodzie, 1962), ópera prima de Roman Polanski, y Terror a Bordo (Dead Calm, 1989), de Philip Noyce, son los ejemplos que primero vienen a la cabeza. Un subgénero que cuenta con un reciente opus rioplatense: El Pampero (2017) Fernando (Julio Chávez) es un hombre atormentado. No sabemos bien el motivo (en los primeros minutos queda claro que hay una desconexión con su hijo), pero no está en paz, y además parece convivir con una enfermedad que lo obliga a mantenerse medicado. Se sube a su velero, Cronos, y zarpa. Enseguida se da cuenta de que se había colado alguien. Una muchacha (Pilar Gamboa), que luego dice llamarse Carla. Parece asustada, tiene la ropa manchada de sangre, pero no quiere acudir a Prefectura. Sólo pretende que la lleven a Uruguay, de donde es nativa. A regañadientes, y sin ganas de querer enterarse de lo sucedido, Fernando acepta llevarla. Mientras ambos aprenden a confiar entre sí, suele aparecer Marcos (César Troncoso), un guardacosta conocido de Fernando, que insinúa intenciones poco amigables. En su nueva película como director, Matías Lucchesi se vale de un esquema de thriller, pero elude la mayor cantidad de lugares comunes y se concentra en los personajes de Fernando y Carla. Ambos padecen tormentos personales y deben aprender a relacionarse entre sí. Otro de los aciertos del responsable de Ciencias Naturales (2015) es el manejo de la información revelada y de los silencios, de modo que el espectador es quien debe rellenar ciertos huecos. La presencia de Marcos suma un clima de tensión ascendente, pero incluso en esos momentos Lucchesi se las arregla para transitar por los senderos menos predecibles, conservando el tono buscando desde el principio. Julio Chávez vuelve a dar cátedra a la hora de encarnar un rol con un fuerte conflicto interno, que trasmite a través de recursos calculados, como miradas y gestos. La siempre estupenda Pilar Gamboa está igual de contenida, demostrando su versatilidad para toda clase de papeles y registros. Por su parte, César Troncoso compone a un individuo siniestro, sin caer en exageraciones. El Pampero es un drama dentro de cine de género, donde la clave pasa por las actuaciones y los climas. Además, da cuenta de la evolución de un director que ya es para tener en cuenta.
Cuando está bien hecho, cuando se le pone esfuerzo, cuando hay cine, las películas decididamente pasatistas (sean de Argentina o de cualquier parte del mundo), siempre tienen sus hallazgos, siempre ofrecen un poco más que chistes fáciles. Cantantes en Guerra (2017) es un buen ejemplo. Ricardo (José María Listorti) y Miguel (Pedro Alfonso) son amigos, son músicos y conforman un dúo con ganas de triunfar. Pero en el casting al que se presentan sólo eligen a Ricardo. Pese a sus promesas de hacer razonar a los responsables de que son un dúo, un corte a 20 años después muestra al ahora denominado Richie como a una estrella pop. En ese contexto de fama y fortuna reaparece Miguel, hoy un humilde profesor de música, casado y con una hija. El reencuentro motiva que Richie lo invita a su gira por la provincia de Salta. Richie terminará hundido por su propio carácter arrogante, y Miguel tendrá la oportunidad de ocupar su lugar como astro latino. De pronto los roles quedan invertidos y comenzará una batalla despiadada. Fabián Forte ya había trabajado con Listorti y Alfonso en Socios por Accidente (2014) y su secuela, en aquella oportunidad codirigiendo junto a Nicanor Loreti. Ahora Forte en solitario toma las riendas del proyecto, y si bien él no es autor del guión -allí participan dos de los responsables de La Última Fiesta (2016)-, aquí se notan las preocupaciones que caracterizan su filmografía más personal, como el costado oscuro de la naturaleza humana y la crítica hacia la sociedad de consumo. En Cantantes en Guerra nadie es un santo: en mayor o menor medida, todos se dejan llevar por la ambición, por la codicia, por el materialismo, por el lujo, y no pocas veces caen en conductas de dudosa moral. Sobre todo, por el lado de la industria discográfica, por el mundo del espectáculo todo, con su devoción por los ídolos y por la caída de esos ídolos. Pero los personajes siguen siendo humanos y, por lo general, hay aprendizaje y redención al final del camino. Todo esto, contado como una correcta comedia para toda la familia, sin pretensiones, dispuesta a divertir. Se nota que Listorti disfrutó haciendo su papel (una parodia del prototípico cantante latino), y aunque Alfonso tenga un registro actoral limitado, ambos conforman una dupla efectiva. El elenco secundario incluye a Osvaldo Santoro, Facundo Gambande, Soledad García, Fiorela Duranda, Inés Palombo y Diego Reinhold; unos representan el anclaje con el mundo real, mientras que otros encarnan el costado más despiadado del show business. Cantantes en Guerra nunca deja de ser lo que es: un producto para todo público. Así y todo, cumple muy bien con su cometido, sin chistes revolucionarios aunque sin jamás insultar la inteligencia del espectador, y además habla de los peores aspectos del negocio del entretenimiento.
Suelen referirse a la Argentina como el país con la mejor carne del mundo. Lo cierto es que esta industria mueve toda una maquinaria que comienza con las vacas. Allí es donde aparece el toro protagonista, con la voz en off de Arnaldo André, para narrar este documental. Carne Propia (2016) comienza con el toro recordando sus épocas como ganador de premios en la exposición Rural, pero enseguida se mete de lleno en su menos glorioso presente, donde ya ve acercarse su hora final para convertirse en alimento para los humanos. Pero en el trayecto a su destino final, se detiene en tres historias reales: la del pueblo de Liebig, de Entre Ríos, que supo ser pieza clave de la mercadería cárnica gracias a inmigrantes ingleses; la de Berisso, y cómo los trabajadores de la carne fueron el puntapié para el surgimiento y el auge del Peronismo; y por último, la historia de un frigorífico que salió a flote cuando los mismos empleados formaron una cooperativa. El director Alberto Romero toma un tema serio y, mediante la figura del toro, le agrega necesarias dosis de humor y de comentarios ácidos (gran acierto el otrora galán de telenovelas poniendo las cuerdas vocales, ya que este espécimen de toro da a entender que fue un galán en sus mejores épocas), pero sin perder el eje y evitando caer en el delirio absoluto. Las filmaciones de los animales y su recorrido hasta el matadero se combinan con entrevistas e imágenes de archivo. Una película que revela los mecanismos que vienen detrás del plato de asado, y lo hace de manera original y descontracturada.
Desde el vamos, una familia siempre fue un formidable elemento de comedia. Ariel Winograd lo entendió desde su debut en Cara de Queso (2006). Mi Primera Boda (2011) y Sin Hijos (2015) son otros ejemplos muy evidentes, pero está presente en cada uno de los films que dirige. En ese sentido, Mamá se fue de Viaje (2017) bien califica como su opus magnum. En esta oportunidad, la historia se centra en la familia Garbor, compuesta por Víctor (Diego Peretti), Vera (Carla Peterson), y los cuatro hijos de ambos: Bruno, Lara, Tato y Lolo, que van de los 14 a los 2 años. Víctor es gerente de una empresa, mientras que Vera ocupa el rol de ama de casa. Víctor piensa que Vera no se sacrifica demasiado, que sólo le alcanza con llevar a los chicos al colegio, darles de comer y un poco más. Tras este comentario, y agotada por la rutina, Vera decide irse diez días a su tan anhelado Machu Pichu. Víctor piensa que será pan comido reemplazarla, pero pronto descubre que hacerse cargo de la familia implica una gran responsabilidad y deberá hacer lo imposible por no quedar desbordado. En sus películas anteriores, Winograd bebía más de cineastas como Judd Apatow, Greg Mottola y la Nueva Comedia Americana en general. Aquí se pueden apreciar influencias de más atrás, de nombres como John Hughes (sobre todo en su faceta de guionista) y Chris Columbus, de películas como Señor Mamá (Mr. Mom, 1983), con Michael Keaton, y Más Barato por Docena (Cheaper by the Dozen, 2003). Como suele ocurrir en esos casos, hay adultos civilizados que pierden el control y niños revoltosos que terminan comportándose con madurez, en un tour de aprendizaje para todas las partes. Pero, como a lo largo de su filmografía, Winograd evita caer en la copia barata, en el guiño, y le da personalidad propia al film, y lo hace con un nivel de producción que nada puede envidiarle a aquellos exponentes de Hollywood. Si bien la estructura es conocida, el director y el guionista Mariano Vera agregan una subtrama que enriquece la historia y permite que el tercer acto se vuelva más complejo y menos predecible. La clave de estas comedias reside en el elenco, y aquí está su punto fuerte. Peretti había demostrado en Sin Hijos su versatilidad para esta clase de películas. Aquí compone a un hombre que, mientras debe ocupar el papel de madre, tiene que cuidar su trabajo en la compañía, donde debe lidiar con su superior (Mario Alarcón) y con DiCaprio (Martín Piroyansky), un muchacho ambicioso. Carla Peterson también vuelve a dejar en claro lo bien que le sienta el género, más allá de que aparece en momentos muy concretos. Como corresponde, los cuatro chicos se roban sus escenas (incluyendo Lorenzo Winograd, hijo de Ariel, como el más pequeño del clan). Guillermo Arengo y Muriel Santa Ana aportan sus bocadillos, pero quien logra destacarse por sobre los demás secundarios es Pilar Gamboa. La actriz de La Muerte de Marga Maier (2017), entre otras, compone a una joven que influirá de manera decisiva en la vida de Víctor, dentro de una subtrama que también podría haber tenido su propio largometraje. Mamá se fue de Viaje es un festival de gags, y también una invitación a reflexionar sobre la familia, la paternidad, la rutina, la vida. Además, ya no quedan dudas de que Ariel Winograd es el verdadero padre de la comedia argentina actual.